martes, 26 de diciembre de 2023

"Ciudad permutación" (1994). Greg Egan

Una nueva entrada continúo avanzando en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las obras más representativos del subgénero de la ciencia-ficción dura. Llegamos así a 1994, año en que fue publicada la novela "Ciudad permutación", tal vez la más famosa (desde luego, la más premiada) del enigmático escritor australiano Greg Egan. Quien pasa por ser, junto a Hal Clement y Robert L. Forward, uno de los autores que representa de manera más genuina este fascinante subgénero. Aunque, en mi humilde opinión, Egan tiende a redondear sus obras con un componente metafísico que lo aleja un tanto de los otros dos autores citados, más canónicos si me admiten el término desde el punto de vista científico. En todo caso, la obra de Egan ha sido siempre de las más exigentes con el lector ávido de lectura con una sólida base científica. Matemático de formación, sus novelas suelen presentar conceptos complejos en el ámbito de la computación, la física o la inteligencia artificial, por lo que tal vez sea de las más arduas que se pueden encontrar en el género. Así que no resulta exagerado afirmar que "Ciudad permutación" es una novela única: informática, especulativa, coherente, metafísica, difícil, farragosa, dura, inquietante, súper-trabajada, post cyber-punk, tecnológica, científica... y muchos adjetivos más.

Aunque puestos a resumir mis impresiones personales, emplearé una aparente paradoja: "Ciudad permutación" es una novela que me gustó mucho leer pero que, al mismo tiempo, me costó mucho leer. Lo primero, porque abrió mi mente a pensamientos y sensaciones como en pocas ocasiones, dejando muy atrás a la mayoría de novelas de cyber-punk y de ciencia-ficción dura que habían caído en mis manos hasta entonces. Y lo segundo, porque la novela es tan compleja, tan densa, tan elaborada, que la tuve que ir leyendo en dosis pequeñas, esforzándome por interiorizar lo que en ella se contaba, y muchas veces de manera obligada.

Es justo reconocerle al autor la cantidad de conceptos e ideas que propone a partir de la realidad virtual de mediados del siglo XXI: las "copias" de seres humanos en sistemas informáticos, los clones, la bolsa de TIPS, la rejilla Turing-Von Neumman-Cheng, el Autoverso, los autómatas celulares, el Elíseo, la Ciudad Permutación... un despliegue de medios apabullante, más aún si consideramos que la novela fue escrita hace ya treinta años. Pero es que, además, se trata de una obra absolutamente respetuosa con todo lo relativo a la informática, sorprendentemente cohesionada, y meritoriamente aprehensible de principio a fin. A este respecto, nada que objetar.

Los problemas empeizan cuando queremos que la novela funcione al mismo nivel como "historia de personajes". Porque a pesar de que su número no es muy amplio (esencialmente dos, Paul Durham y Maria Deluca, y en menor medida, Peer, Kate y Thomas), y de que se presentan unas motivaciones razonables para sus inquietudes y actos principales, se antoja demasiado obvio que todos ellos están al servicio de las ideas que Egan plantea. Algo por otra parte común y no necesariamente reprobable en la ciencia-ficción dura, pero que en esta oportunidad resulta particularmente evidente. Este segundo plano de los personajes, unido a la complejidad de los conceptos presentados, explican que para el aficionado medio la fluidez de lectura de la novela se resienta. Además, tanta realidad virtual mezclada con experimentos químicos y programación de sistemas informáticos es difícil de llevar al formato de una novela. Consciente de ello, Egan recurre al artificio de los colores, a las ventanas de interfaz y a las ralentizaciones. Pero aun así, hay capítulos realmente complicados, que requieren atención plena y esfuerzo consciente, e incluso poniendo de nuestra parte a menudo hay que lidiar con la incómoda sensación de estar a punto de perderse.

A cambio, el libro proporciona estímulos a la inteligencia del lector como muy pocos. Comenzando por la poderosa impresión de estar mirando a través de una ventana al futuro de las próximas décadas; siguiendo por los continuos cuestionamientos sobre lo que define a un ser humano en una realidad virtual, sobre la creación de vida, la inmortalidad, la puesta en marcha de un universo dentro de esa realidad... Así, hasta llegar a los lambertianos, un hallazgo inesperado del tramo final, que funciona no sólo como "alienígenas" que se contraponen a casi todo lo creado hasta entonces, sino también como catalizador para eliminar Elíseo y proporcionar un desenlace razonable y que deja un buen sabor de boca. Siempre y cuando hayan sido capaces de llegar hasta el final, claro.

sábado, 23 de diciembre de 2023

"Un fuego sobre el abismo" (1993). Vernor Vinge

Con la entrada que hoy les traigo avanzo en mi recorrido por los autores y las obras de cabecera de la ciencia-ficción dura. Seguimos en los años noventa, que fue cuando se publicó "Un fuego sobre el abismo", del estadounidense Vernor Vinge. Quien sin duda es uno de los escritores de referencia cuando se habla de este apasionante subgénero. Si bien debo advertirles que la novela que hoy les traigo no es la "más dura" de su producción. Ese adjetivo aplica de manera más natural a sus dos novelas de la "Saga de las Burbujas" ("La guerra de la paz" (1984), y "Naufragio en tiempo real" (1986)), pero dado que ya reseñé ambos títulos en su momento, he aprovechado para traerles por aquí otra de sus obras más reconocidas, a la vez que "lo suficientemente científica" como para formar parte de esta lista. Galardonada ex aequo con el Premio Hugo de 1993, se trata de una novela relativamente entrañable para lo que cabría esperar en Vinge. Con un dinamismo razonable a pesar de su notable extensión y sus múltiples líneas narrativas, un componente científico menos patente que en otras obras suyas (pero tremendamente ambicioso), y buenos hallazgos creativos, como la singular morfología de los "púas".

Toda la novela se encuentra condicionada por la decisión del autor (sin base científica pero científicamente desarrollada una vez presentada) de dividir la Vía Láctea en varias "zonas de pensamiento", más evolucionadas cuanto más alejadas del núcleo galáctico, y cada una de ellas con leyes físicas particulares. El esquema que Vinge sitúa al comienzo del libro permite al lector familiarizarse con unos términos y conceptos que no son sencillos (y que justifican la adscripción de la novela al subgénero de la ciencia-ficción dura), pero sí claves para comprender toda la narración posterior. Y que de paso le permiten soslayar el conocido concepto de "singularidad tecnológica", recurriendo para ello al apenas esbozado Trascenso como lugar donde moran las especies más inteligentes.

La novela aprovecha la indudable riqueza de este marco escénico para proponer una riqueza similar de especies inteligentes habitándolo (sofontes, en la terminología del libro). Entre las que los seres humanos del futuro constituyen sólo una pequeña parte. Escroditas como Vaina Azul y Tallo Verde, dirokimes como Tirolle y Glimfrelle, y sobre todo los "púas", esas manadas de perros con cuello largo e inteligencia coral que conforman una cautivadora sociedad medieval (en la que transcurre el grueso de la historia), reflejan la magnitud de la creación de Vinge, y le proporcionan los mimbres para urdir una trama que, en un análisis simplista, podríamos identificar como space-opera (con sus buenos y sus malos, sus pasiones y odios, sus batallas espaciales...), aunque en realidad funciona también a otros niveles. Como el especulativo; no sólo en lo relativo al futuro de la humanidad, sino también en lo concerniente a las capacidades de los púas, derivadas de su condición de seres con capacidades telepáticas y mentes grupales.

De tal forma que conforme avanzan los capítulos el narrador omniscente va repartiendo su atención entre nada menos que hasta cuatro líneas narrativas . Algo siempre complejo de realizar y que puede poner en riesgo la atención permanente del lector. En general Vinge sale airoso de esta complejidad literaria, pero lo cierto es que las dos líneas narrativas de los púas (la de los reductores y la de los tallamaderas) me parecieron más interesantes que el resto. Y ello a pesar de que la bibliotecaria Ravna Bergsndot y el humano Pham Nuwen (reconstruido por el Poder denominado Antiguo), con sus fricciones y su singular relación amorosa, parecían destinados a convertirse en la pareja protagonista de la historia. Pero ni las motivaciones ni los sentimientos de ninguno de los dos están especialmente bien capturados, y al final resulta que, en proporción, púas como Errabundo, Tallamadera, Acero o Tyrathect aparecen mejor caracterizados.

Esta discreta caracterización de los personajes humanos, y el menor atractivo de su línea narrativa, vienen acompañados por otros defectos perceptibles que le restan algo de brillo al resultado final. Tal es el caso de la sociedad medieval de los púas, indudablemente demasiado similar a la humana. O de la Red que permite las comunicaciones interestelares: útil para que Vinge amplíe la difusión de su creación y las especulaciones sobre los acontecimientos que va presentando, pero cuestionable tecnológicamente, y con frecuencia una innecesaria interrupción del ritmo narrativo. El cual, por otra parte, consigue solamente alcanzar el justo para que la lectura no se haga pesada, pero con el debe de una cierta falta de emoción. Además, apenas se nos ofrecen unas breves pinceladas de la repecursión de la Perversión en otras civilizaciones. Y las razones tras la evidente maldad de unos Poderes que, precisamente por haber trascendido, deberían preocuparse muy poco por lo que pueda ocurrir en el Allá, continúan siendo una incógnita al finalizar la lectura.

A cambio, el autor consigue dotar de coherencia y de una sensación de verosimilitud a cuanto narra en la vastedad de la galaxia. Y el desenlace está muy bien resuelto: sin premura, con profundidad, integrando los distintos puntos de vista, haciendo converger las diferentes facciones, y alcanzando un clímax convincente. Si a ello le sumamos un epílogo que termina de explicar lo acontecido y reduce el número de cabos sueltos, entenderemos que la impresión final de la lectura sea claramente favorable. Aunque, a mi modo de ver, sin alcanzar la condición de clásico.

domingo, 26 de noviembre de 2023

"Maestro del tiempo" (1992). Robert L. Forward

Una entrada más prosigo con mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Nos adentramos en la década de los noventa, que fue cuando se publicó la novela que hoy les traigo. Que, indiscutiblemente, no se trata de la más representativa de su autor, el estadounidense Robert L. Forward (tal honor corresponde a "Huevo del dragón" (1980), en mi humilde opinión la mejor novela de ciencia-ficción dura jamás escrita). Pero como ya la reseñé en su momento, como parte de mis quince títulos imprescindibles para adentrarse en el género, para esta revisión del subgénero he tenido que seleccionar otra novela de su autor. Afortunadamente, Forward, físico de profesión y consultor de instituciones tan relevantes como la NASA y la U.S. Air Force, fue un escritor que cultivó casi en exclusiva el subgénero que estamos revisando durante estos meses, y lo hizo con la suficiente solvencia y repercusión como para que varias de sus novelas fueran traducidas al español. Por eso no ha sido complicado decidirse por "Maestro del tiempo", que es la novela que hoy les traigo. Y que pasa por ser (aunque afirmaciones tan categóricas siempre corren el riesgo de pasar por alto obras menos conocidas escritas en cualquier parte del mundo) la que con más rigor ha tratado el viaje a través del tiempo, beneficiándose para ello de los efectos relativistas, y sin incurrir en ninguno de los "trucos" con el que prácticamente todos los autores del género soslayan las restricciones existentes en el universo al respecto. Por mi parte añadiré que, aunque un tanto naif y bienintencionada (como por otra parte suele suceder en la bibliografía de Forward), se trata de la mejor novela de viajes a través del tiempo que he leído. Con diferencia.

Aunque no cabría esperar menos de un autor tan rigurosamente científico como Forward, quien, no obstante, ya previene en el prólogo de la novela a los eventuales críticos sobre su postura favorable a la posibilidad de los viajes temporales. Y es que el autor recurre a una sabia conjugación de buena parte de los conceptos más en boga en la física contemporánea para lograr el ansiado viaje en el tiempo (la dilatación temporal a velocidades relativistas, los agujeros de gusano estables, la antimateria -o materia negativa- que protege a las naves que se desplazan a velocidades lumínicas...). Por si fuera poco, endulza todo este despliegue con una serie de avances ingenieriles (retroascensores, en la línea de Charles Sheffield), biológicos (tratamientos contra el envejecimiento), y hasta militares (trampas temporales), logrando llevar el sentido de la maravilla al que siempre aspira el género a cotas extraordinarias, y evitando al mismo tiempo todas las paradojas temporales conocidas. Todo lo cual reafirma que el elemento científico es el protagonista indiscutible del libro, como corresponde a toda buena novela de ciencia-ficción dura. Aunque en este caso con el aliciente de que lo presenta de manera accesible a cualquier lector con unos conocimientos razonables en ciencias.

Pero Forward no se da por satisfecho con mostrarle al lector todos estos hallazgos científicos y tecnológicos, con los cuales realizará un recorrido exhaustivo por las estrellas más próximas al Sol, sino que los utilizará como parte esencial de la trama, en la cual la trayectoria vital de Randy irá recorriendo diferentes periodos del espacio-tiempo, hasta llegar al fascinante clímax que encierra la novela: tres versiones temporales de sí mismo son necesarias y coincidentes en el mismo instante para destruir a su mayor enemigo, Oscar Barham. La explicación del diagrama cronológico crítico que se incluye con buen criterio en el apéndice permite valorar mejor tan desbordante creación. Además, la visión del futuro de la humanidad que nos plantea Forward es subyugante, y una saludable atmósfera de aventuras preside toda la novela.

A pesar del entusiasmo que desprenden los párrafos anteriores, debo advertirles de que la novela dista de ser perfecta, ni siquiera dentro de la producción del norteamericano. Mi impresión no fue mejor porque, a pesar de las excelencias comentadas en el ámbito científico, ésta al fin y al cabo es una obra literaria y no un tratado científico. Y ahí nos encontramos con un Randy Hunter, millonario arquetípico y excesivamente afortunado, con un Oscar Barham excesivamente malvado en la simplicidad de sus actos, una señora Hunter y unos hijos dócilmente convencionales, y en general un ambiente que, de tan bienintencionado, parece más propio de una novela para adolescentes. Además, algunos personajes son demasiado esquemáticos, las situaciones ordinarias que pertenden conferirles personalidad resultan a veces anodinas y, a pesar de las maravillosas ideas vertidas, ni siquiera en los capítulos finales el lector llega a sentir el necesario vértigo. Incluso habrá quien le reproche al escritor su prosa sencilla y sin artificios, aunque en mi opinión esto ya es más una cuestión de gustos, y yo al menos siempre prefiero el fondo a la forma.

Aun así, una novela recomendable para todo el que quiera profundizar en la obra de Forward, y en general para todos los lectores que aprecien la ciencia-ficción dura.

sábado, 11 de noviembre de 2023

"Entre los latidos de la noche" (1985). Charles Sheffield

Continúo con la entrada de hoy mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Nos adentramos ya en la década de los ochenta, que fue cuando mayor relevancia alcanzó el escritor británico nacionalizado estadounidenses Charles Sheffield. Un autor que, pese a que nunca terminó de alcanzar la posición de preeminencia dentro del género a la que parecía apuntar en sus mejores obras, ya ha aparecido en varias ocasiones por este humilde blog. Así que para este recorrido he debido descartar las que tal vez sean sus novelas más conocidas para el lector en español, y por eso me he decidido en esta oportunidad por "Entre los latidos de la noche". La cual encierra, como casi todas las de su producción, la suficiente relevancia del elemento científico como para poder encuadrarse sin duda dentro de la ciencia-ficción dura. Pero que resulta menos popular que, por ejemplo, "La telaraña entre los mundos" (1979), tal vez porque esta última presentaba por vez primera el famoso concepto del ascensor espacial. En todo caso, "Entre los latidos de la noche" es, por supuesto, una lectura repleta de ideas científicas, pero también de consecuencias sociales y psicológicas, y lo que tal vez sea menos esperable, de especulaciones filosóficas sobre la vida.

Pese a su extensión relativamente contenida, la novela se estructura en tres partes tremendamente separadas espacial y temporalmente, lo que habla en favor de la habilidad narrativa de su autor. La primera transcurre en el año 2010, en el cual la hecatombe nuclear causada por el enfrentamiento entre las naciones provoca que los únicos seres humanos que sobrevivan sean los que han iniciado una nueva vida en las arcologías (las colonias que orbitan en torno a nuestro planeta). En la segunda Sheffield traslada la acción al planeta extrasolar llamado Pentecostés, y la sitúa nada menos que en el año 27698. Y en la tercera parte, la más atractiva en mi opinión, el escritor salta hasta el 29872, camino a Gulf City. Dos saltos temporales muy ambiciosos, en los cuales es relativemente fácil naufragar a la hora de elaborar una trama coherente y mantener el interés del lector, pero de los que Sheffield sale relativamente airoso. Aunque lógicamente ello requiere que el lector ponga algo de su parte, como en toda obra de ciencia-ficción dura.

No será una sorpresa que, a mi modo de ver, la mayor virtud de la novela sea el tratamiento del elemento científico. Tremendamente presente a lo largo de toda la historia, Sheffield sitúa en primer plano todo lo relativo a la física y la astronomía, explicando con detalle los efectos sobre los seres humanos de sus especulaciones e hipótesis, y llegando al extremo de presentar razonamientos o cálculos relativamente complejos dentro de sus páginas. Pero para lectores con una cierta formación científica no resultará difícil seguirle, e incluso llegar a familiarizarse con conceptos originales como el Espacio-L o los Objetos Kermel. Además, Sheffield aprovecha hábilmente sus conocimientos físicos y astronómicos para crear marcos escénicos singulares y fascinantes, y abordar los viajes espaciales con originalidad, contribuyendo así a aumentar el imprescindible sentido de la maravilla, sin que lo que nos presenta carezca de la necesaria sensación de verosimilitud. Y remata el conjunto con especulaciones profundas que va realizando poco a poco sobre la posible evolución de la vida en la Tierra a lo largo de los milenios.

En aquella década ya era evidente la voluntad de los escritores de ciencia-ficción de otorgarles cierta profundidad a sus personajes, y Sheffield no es una excepción: se nota su esfuerzo por caracterizarlos razonablemente, aunque con la premisa de no destruir el ritmo narrativo por culpa de una excesiva morosidad verbal. Porque Sheffield es un narrador solvente, que incluso en una primera parte cuya visión del futuro difiere evidentemente de lo que resultó ser, es capaz de lograr que las páginas se pasen con dinamismo, y al mismo tiempo fijar los cimientos para lo que luego relatará en las dos partes siguientes. Aunque evidentemente la novela mejora a partir de la segunda parte: la lectura se vuelve tan agradable como fluida, y las especulaciones van subiendo el nivel hasta llegar al moralizante desenlace, con esa poco menos que inevitable conclusión de que al final muchas personas cambiarían una vida duradera por una mucho más breve y desafiante, pero también mejor.

En cuanto a los defectos, quizá el más grave sea cierta falta de consistencia en la historia: a veces se escapa de lo que parece su propio camino, sin saber realamente a dónde quiere ir a parar. Aunque bien argumentada, a mi modo de ver a la novela le vendría bien una trama un poco más sólida. También puede descolocar el que los personajes de la primera parte desaparezcan abruptamente de la segunda. O la obsesión por eliminar los periodos de sueño que preside la primera parte. Incluso se podría decir que es una obra que entretiene más que impacta, o que lo que perdura de ella es la ambientación más que los acontecimientos, pero quizá eso ses algo común a toda la ciencia-ficción dura. A cambio, Sheffield no se olvida de rematar la novela con un excelente epílogo, poético y dramático a partes iguales, y que refrenda mi impresión de que el libro ha envejecido bastante bien, y merecería una reedición. A ver si esta reseña contribuye a ello.

jueves, 9 de noviembre de 2023

"Cronopaisaje" (1980). Gregory Benford

Con la presente entrada prosigo mi recorrido en orden cronológico por los autores y las obras de cabecera de la ciencia-ficción dura. Nos situamos ya a finales de la década de los setenta, que fue cuando vio la luz la que sin duda es la novela más famosa de su autor, el estadounidense Gregory Benford. "Cronopaisaje" obtuvo en su momento el prestigioso Premio Nébula, y desde entonces siempre se ha citado como una de las principales novelas del subgénero que estamos revisando estos últimos meses. Sin embargo, debo confesar que tardé muchos años en leerla (tantos, que cuando realicé mi repaso por las principales novelas galardonadas con el Premio Nébula hace unos años, todavía no la había leído, si recuerdan). Y es que Benford nunca ha sido santo de mi devoción. Pese a lo cual no hace tanto tiempo decidí darle una nueva oportunidad. Si bien debo confesarles que, una vez más, quedé decepcionado con el resultado. Y es que "Cronopaisaje" me pareció una obra sobrevalorada, que quizá supuso en su momento un pequeño hito al intentar conjugar la ciencia-ficción dura con una novela de personajes, pero a la que le sobra extensión, le falta emoción, y que sólo subsiste gracias al elemento científico y lo que orbita en torno a él.

Por comenzar con los puntos fuertes de la novela, que algunos tiene, lo más convincente me pareció todo lo relativo a los taquiones, esas partículas que supuestamente viajan más rápidas que la luz y que, por tanto, posibilitan el envío de mensajes codificados a través del tiempo; en el caso que nos ocupa, desde el apocalíptico 1998 hasta el balbuceante 1962, con el fin de evitar que la humanidad se dirija realmente al fatídico destino que le espera al final del siglo XX. Tanto el laboratorio de Cambridge, desde el que se emiten los mensajes, como el de La Jolla en San Diego, donde se reciben, resultan verosímiles no sólo a nivel de los elementos y la tecnología empleados, sino también de los titubeos y las incertidumbres asociadas al descubrimiento y la aplicación de tan novedosos conceptos. Benford los sabe presentar con cercanía pero también con rigor, consiguiendo que el lector visualice incluso cómo la mecánica cuántica permite evitar las consabidas paradojas temporales.

El escritor también logra captar con habilidad algunos aspectos relativamente secundarios para la narración, pero que hablan bien de su minuciosidad a la hora de preparar el libro: mediante yuxtaposiciones ahonda en las diferencias culturales y sociales entre las líneas narrativas de 1962 y 1988, pero también entre Inglaterra y Estados Unidos, o incluso entre su Costa Oeste y su Costa Este. Ademas, Benford exhibe asimismo un notable conocimiento de todo cuanto rodea a la investigación científica: la dependencia de los fondos que la sustentan, las envidias entre supuestos colegas, el miedo a ser desprestigiado, el implacable pragmatismo de quienes toman las decisiones...Todo ello resulta bastante convincente.

El principal problema de la novela radica en que, por mucho que se cuiden todos estos elementos ambientales y de apoyo, cualquier gran novela requiere siempre de un buen desarrollo. Y Benford fracasa estrepitosamente en ello. Por muchas razones, pero la esencial es lo exagerado de su extensión. "Cronopaisaje" es una novel larguísima para lo que en realidad encierra. Sin exagerar, de sus más de quinientas o seiscientas páginas (dependiendo de la edición), un escritor más solvente podría haberse quedado con entre doscientas y trescientas, sin eliminar detalle alguno y facilitando el dinamismo de la lectura. Pero Benford desespera continuamente al lector interacalando más y más páginas prescindibles entre los episodios en los que realmente se desarrolla la trama (y debo hablar de episodios y no de capítulos, porque apenas hay capítulos interesantes de principio a fin). Con el agravante de que ese relleno exasperante se distribuye uniformemente durante las primeras cinco sextas partes de la novela. Sólo en el tramo final ésta por fin se focaliza un tanto, pero ya es tarde para cambiar la impresión global que deja.

Supuestamente esta morosidad verbal obedece a una concienzuda caracterización de los personajes. Pero por desgracia esa caracterización resulta ser una pobre mezcla entre desvirtuación y parodia. Porque los protagonistas (Renfew, Bernstein, Peterson) son tan sosos como arquetípicamente exagerados en sus rasgos principales y, en vez de disfrutar de una especulación científica de altos vuelos, lo que nos ofrece Bernford mediante ellos son detalles tan nimios como, por ejemplo, los recurrentes flirteos de Peterson o la mentalidad judía ultra-conservadora de la madre de Bernstein. Por si fuera poco, la novela hace aguas a la hora de explotar los elementos puestos en juego: carece por completo de tensión, los avances puntuales en ambas líneas narrativas apenas se resaltan, el sentido de la maravilla brilla por su ausencia, abundan los párrafos extensos sobre aspectos completamente irrelevantes, los acontecimientos principales están muy pobremente presentados (la muerte de Markham en particular, de los peores fallecimientos que he leído), y el desenlace no genera mayor interés, hasta el extremo de parecer más una mera interrupción que otra cosa.

Si a lo anterior le sumamos el más que previsible cliché del atentado contra JF Kennedy como punto Jombar que altera la historia posterior, comprenderemos por qué esta novela, que parecía reclamar la categoría de clásico cuando fue publicada, ha quedado con el tiempo arrinconada como una obra únicamente interesante para los aficionados más apasionados a la ciencia-ficción dura.

sábado, 14 de octubre de 2023

"Un mundo fuera del tiempo" (1976). Larry Niven

Prosigo con la presente entrada mi recorrido en orden cronológico por los autores más representativos del subgénero de la ciencia-ficción dura, a través de muchas de sus mejores novelas. Vamos avanzando ya por la década de los setenta, en la cual uno de los escritores más reputados e incuestionablemente adscrito al subgénero era el estadounidense Larry Niven. Famoso por su habilidad para construir universos fascinantes, a la vez que física y tecnológicamente plausibles, la elección obvia para este recorrido habría sido "Mundo Anillo" (1970). Pero dado que ya reseñé esta novela en su momento, he optado por presentarles aquí una novela que no pertenece a su universo del Espacio Reconocido y que, sin embargo, es también una buena muestra de ciencia-ficción dura. Se trata de "Un Mundo Fuera del Tiempo", publicada tan sólo unos años después de su obra de cabecera. Y que se trata de una novela con el inconfundible sello de su autor, de imaginación desbordante, duración agradablemente contenida, y a la que falta un punto de consistencia y de regularidad para convertirse en un clásico.

En esta novela el autor nos presenta a J.B. Corbell, un piloto del siglo XXII que despierta de su hibernación con la misión de sembrar la vida por sistemas planetarios sin vida situados a años luz de nuestro planeta. Un planteamiento que evidentemente facilita el tratamiento de ciencia-ficción dura que el autor confiere a su obra. Y es que, como es norma en Niven, los mayores aciertos de la obra apelan a la inteligencia del lector y a su capacidad para aprehender el elemento científico. No sólo los avances y la evolución tecnológica están tratados con un rigor absoluto, sino que también las diferentes formas sociales y sus orígenes sorprenden por su coherencia, al tiempo que fascinan por su rigidez y su perdurabilidad. Todo ello aderezado por un mundo científicamente modificado, en el que se han contemplado los efectos de todas las modificaciones: eclipses, calentamiento, nuevas especies... Y con la habitual riqueza en gadgets fruto de la imaginación del escritor: cabinas telefónicas, nuevos vehículos, alfombra-nubes, estarreactores... En especial me gustó la idea y la explicación del movimiento de Urano, y el plan de habitabilidad de la Galaxia.

Ciñéndonos a la narración, me parecieron especialmente notables las cien primeras páginas: el Estado, el viaje interestelar, las "conversaciones" entre Corbell y Firssa, la investigación de ese planeta que recuerda a la Tierra... Bien es cierto que tanto algunos artilugios como la investigación del planeta puede recordar a lo que Niven narró en "Mundo Anillo", hasta el punto de dar la impresión de que Niven quisiera reaprovechar algunos hallazgos de su famosa obra. No obstante, conforme la historia avanza, se complica un tanto: se pierde un poco el hilo con tantos dikta, Varones y Niñas. Sigue fascinando, en todo caso, ese modus vivendi a lo Robinson Crusoe que se nos presenta, y ese difícil equilibrio entre evolución e involución.

Como en prácticamente todas sus obras, cabe reprocharle a Niven su prosa poco literaria, a menudo recurriendo a demasiados símiles vulgares, y sin realzar realmente los momentos de mayor dramatismo. Pero como adelantaba al principio, ello redunda en una agradable concisión, pues cuando el lector finaliza la obra no puede por menos que admirar todo lo que ha ocurrido en apenas doscientas cincuenta páginas.

Por último, reseña que no es fácil idear un final creíble y factible para una obra tan ambiciosa. Sin embargo, Niven lo logra con llamativa habilidad.

domingo, 24 de septiembre de 2023

"Tau cero" (1970). Poul Anderson

Con la entrada que les traigo hoy voy a dar continuidad al recorrido que inicié hace unas semanas por los autores y las obras más reprensentativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Estamos a finales de la década de los sesenta y, por lo tanto, le ha llegado el turno al norteamericano Poul Anderson. Un escritor que siempre permaneció en un discreto segundo plano frente a los grandes nombres de su época, aunque se trata de un autor sólido y versátil, de larga trayectoria en el género. Y la que reseño hoy es su obra más claramente identificable y reconocida como "ciencia-ficción dura". Que, como sucede con los grandes títulos de este subgénero, aún puede leerse perfectamente después de más de medio siglo desde su publicación. Porque estamos ante una muy interesante novela sobre la exploración interestelar a velocidades sublumínicas, que con un poco más de fuerza en su desarrollo habría podido alcanzar la condición de clásico.

Lo primero que sorprenderá gratamente al lector será el dominio que exhibe Anderson sobre este tipo de viajes. No sólo los distintos elementos científicos y tecnológicos están, como cabría esperar, muy bien detallados (propulsores de hidrógeno, campos de fuerza, nave Bussard...), sino que se explican con un rigor digno de la más estricta ciencia-ficción dura los efectos ópticos de la propagación a velocidades próximas a la de la luz, los efectos relativistas, e incluso el porqué del título ("cuanto más cerca está c de v, más se acerca tau a cero"). Si a ello le unimos un elenco adecuado de personajes para sacar lo máximo posible del viaje interestelar propuesto, y el perceptible esfuerzo del autor por caracterizar a muchos de ellos a pesar de tratarse de una novela que gira incuestionablemente en torno al elemento científico (Lars Telander, Emma Glassgold, Carl Reymont...), entenderemos que las expectativas del lector en seguida se vuelvan muy altas. Mas aún a partir del accidente con la nebulosa, tan bien relatado como sorprendentemente comprensible incluso para desconocedores de la materia, y que condiciona el desarrollo del resto de la novela.

Sin embargo, tras los primeros capítulos los acontecimientos se ralentizan y disminuyen los episodios de acción. Especialmente en las páginas posteriores al accidente, netamente especulativas y sin apenas fuerza narrativa. Si bien esta relativamente negativa impresión se mantiene durante la segunda mitad de la novela, el autor sigue presentando los distintos hitos que tenía previstos, pero lo hace sin emocionar realmente. De hecho, el lector puede tener la impresión de que la novela ha pasado a convertirse en una serie de pequeñas decepciones periódicas.

Probablemente lo mejor de la novela sean las implicaciones cosmológicas del tiempo transcurrido: fruto de la resolución de pilotar la Leonora Christine "a toda máquina", se presenta ante los ojos del lector la inmensidad del espacio-tiempo, tan difícil de aprehender como fascinante. Otros logros que no conviene obviar son el buen conocimiento que exhibe el escritor acerca de las tradiciones de una Suecia hemegónica a nivel mundial, las frecuentes reflexiones sobre la condición humana y el comportamiento de un grupo cerrado, aislado y sin esperanza de supervivencia, el primer embarazo a bordo (una baza inesperada que anima el un tanto anodino tramo final), y el desenlace (si no quieren averiguarlo de antemano, pasen al siguiente párrafo: el hallazgo con el que los tripulantes podrán comenzar una nueva era para la humanidad).

Para finalizar, reseñar algunos defectos menos relevantes que la falta de chispa a la que aludía antes, pero incuestionablemente presentes: los posiblemente excesivos episodios de sexo (tantos, que a veces resulta difícil saber cuál es la pareja actual de cada personaje, aunque quizá el autor justificaría este aspecto como algo inevitable en un entorno auto-contenido); algún que otro personaje que aparece como recurso de última hora cnad la narración está muy avanzada; y ocasionales imprecisiones descriptivas (¿dónde está la nave en las páginas finales?). En todo caso, no tan notorios como para no recomendar esta novela si quieren conocer cómo fue evolucionando desde sus inicios la ciencia-ficción dura.

domingo, 10 de septiembre de 2023

"Misión de gravedad" (1954). Hal Clement

Con la entrada que hoy les traigo inauguro el recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. He tenido la suerte de que en este caso cronología y relevancia coincidieran, porque "Misión de gravedad" es, probablemente, la mejor obra para iniciar este periplo. Pues tanto ella como su autor, el estadounidense Hal Clement, siguen siendo a día de hoy dos de las principales referencias de este apasionante subgénero. En efecto, Clement se caracterizó como ningún otro escritor hasta entonces por otorgar a la ciencia el papel preponderante que el término ciencia-ficción parecía sugerir. Y "Misión de gravedad" es únanimemente reconocida como la novela más relevante de su producción. Y es que el primer gran libro de la ciencia-ficción dura sigue sorprendiendo por su frescura y su vigencia nada menos que setenta años después de su publicación. Plena de ciencia, y a la vez tremendamente amena gracias a sus continuas aventuras y a un cautivador sentido de la maravilla.

El planeta Mesklin, con las enormes variaciones de gravedad a lo largo de su superficie, es el incuestionable protagonista de esta obra. Mediante sus mares de metano, sus bajísimas temperaturas, y sus originales formas de vida como verosímil y original complemento del tirón gravitatorio, pone a disposición de Clement una cantidad ingente de material para sus especulaciones científicas de altos vuelos. Algo que el escritor hace a la perfección: con la salvedad de pequeños errores de cálculo, todos los efectos y todas las consecuencias de las situaciones en las que las distintas ramas de la ciencia se ven involucradas, están perfectamente razonadas, y se presentan, además, de manera didáctica y amena.

Pero la novela posee la suficiente carga argumental para ir mucho más allá de un mero ensayo científico: la trama es sencilla (los mesklinitas del capitán Barlennan acuerdan ayudar a los humanos a llegados al planeta a recuperar un importante cohete varado en la extrema gravedad del Polo Sur), pero el escritor logra hacer de esta travesía una sucesión de disfrutables aventuras. Las cuales involucran desde otras tribus de mesklinitas convenientemente adaptadas a las particularidades de su entorno hasta inesperados accidentes geológicos. Que obligan al continuo empleo del ingenio colaborativo de mesklinitas y humanos para salir airosos, y que mantienen vivo en todo momento el sentido de la maravilla inherente a este subgénero, consiguiendo así una lectura ágil y entretenida.

Y es que, como corresponde a una novela de ciencia-ficción dura, los personajes, aunque siempre reconocibles y coherentes, se hallan en un discreto segundo plano. Más que un defecto, esto me parece una decisión consciente de Clement para conceder el mayor foco posible a lo realmente importante. Aun así, aspectos característicos de los alienígenas, como el miedo a las alturas, o su adaptabilidad a los cortísimos días mesklinitas, resultan convincentes. Más cuestionable puede resultar para algunos la similitud a la hora de reaccionar y razonar de los mesklinitas con los humanos. Por otra parte, la prosa del escritor me parece solvente, sin el más mínimo espacio para el relleno, y con un razonable equilibrio entre descripciones y diálogos, pero para los más literarios puede parecer poco florida y, sobre todo, parca a la hora de dimensionar los momentos de mayor emoción y tensión.

Pero esos son casi los únicos defectos que se le podrían achacar a una novela que sigue reivindicando su condición de clásico gracias, entre otras cosas, a su frescura y su originalidad. Pero también debido a las interesantes reflexiones que encierra: desde la más evidente, el fructífero colaboracionismo entre especies de mundos diferentes, hasta el fantástico alegato en favor de la adquisición de conocimientos realizado por Barlennan en nombre de su especie en el penúltimo capítulo. Y que permite un desenlace satisfactorio no sólo desde el punto de vista argumental, sino también desde el especulativo. Ideal para quienes desean adentrarse en el subgénero de la ciencia-ficción dura.

sábado, 26 de agosto de 2023

El subgénero de la ciencia-ficción dura

Una vez terminado mi recorrido por las principales distopías del siglo XX, con la presente entrada comienzo una nueva y apasionante travesía por otro de los principales subgéneros de la literatura de ciencia-ficción: la ciencia-ficción dura (o "hard", dado que a menudo se emplea directamente su calificativo en inglés). En esta oportunidad, la idea de dedicar unos meses a este fascinante subgénero no ha sido mía: hace casi un año, uno de mis amables seguidores (del que, por supuesto, no revelaré su identidad) me envió un mensaje privado para comentar al escritor australiano Greg Egan, y tras un par de correos acabó sugiriéndome la idea de realizar una retrospectiva sobre la ciencia-ficción dura. Una idea que había contemplado en varias ocasiones a lo largo de los años, pero que, siendo sincero, siempre había descartado por una razón principal: pensaba que iba a carecer del tirón suficiente. Pero este intercambio de mensajes me convenció de lo contrario.

Y es que, aunque probablemente sea el subgénero en el cual el público en general piensa cuando escucha el término "ciencia-ficción", la ciencia-ficción dura es seguramente el que más rechazo genera. A modo de ejemplo, el caso de Greg Egan es paradigmático: para muchos lectores (incluso grandes aficionados al género) la lectura de sus obras puede resultar demasiado ardua, con lo cual el placer de la lectura puede verse entorpecido por las dificultades de comprensión. En otras palabras, una cosa es que la obra en cuestión goce de un elemento científico razonablemente cuidado, para que podamos hablar de ciencia-ficción y no de fantasía, y otra que dicho elemento científico acapare todo el protagonismo. En especial si la ciencia que monopoliza toda nuestra atención está fundada en los últimos avances del conocimiento, por lo cual su entendimiento podría no ser sencillo incluso para lectores con una buena base científica y teconológica.

El término lo usó por primera vez en 1957 P. Schuyler Miller en una reseña de una novela de uno de los padres ideológicos del género, el editor y escritor John W. Campbell. Pero el concepto ya llevaba tiempo implícito en el desarrollo de esta vertiente literaria, y de hecho una de las novelas de referencia del subgénero ya se había publicado unos años antes. La controversia asociada al término deriva, pues, de lo impreciso de su definición. Entre las más aceptadas está aquella que la designa una categoría de la ciencia-ficción "caracterizada por la preocupación por la precisión y la lógica científicas". Algo que, como comprenderán, aplica a la inmensa mayoría de las obras que he ido reseñando en este humilde blog a lo largo de los años, lo que implicaría que muchos de los subgéneros de la ciencia-ficción podrían considerarse "dura". Hilando más fino, podríamos decir que la ciencia-ficción dura debe ser intencional, en el sentido de que la historia narrada sea precisa, lógica, creíble y rigurosa en su uso del conocimiento científico y tecnológico actual. Aunque nuevamente debemos admitir cierto grado de subjetividad a la hora de cuánto de "ciencia real" debe estar presente en una obra para considerarse "ciencia-ficción dura".

Por eso en este recorrido que les propongo voy a hacer uso de esa subjetividad a la hora de delimitar el subgénero. Para mí, la ciencia-ficción dura debe ser bastante dura. Sin llegar, eso sí, al extremo de aquellos aficionados que escrudiñan la supuesta ciencia-ficción dura en busca de inconsistencias y errores que impidan adscribirla a tal categoría (paradigmático es el caso del "Mundo Anillo" de Larry Niven y su cacareada inestabilidad), pero sí esperando que los autores hayan respetado el estado actual de la ciencia, y que hayan especulado sobre las posibilidades que la misma ofrece. Obviamente, me interesan más aquellas obras de ciencia-ficción dura que sean capaces de compaginar esa preeminencia del componente científico con una trama suficientemente elaborada, un estilo cuidado y unos personajes creíbles. Pero no considero un problema que narración, prosa y protagonistas estén menos elaborados que en otros subgéneros, puesto que resulta prácticamente imposible otorgar toda la atención a todos los elementos de una novela a la vez, y en la ciencia-ficción dura el escritor debe decantarse por la ciencia.

Es por eso que en otros recorridos y en otra selección de novelas de referencia del subgénero encontrarán a autores que para mí no se caracterizan por escribir ciencia-ficción dura. Desde Isaac Asimov a William Gibson. Escritores que, a mi modo de ver, cuidan evidentemente el elemento científico, pero no lo anteponen a otras consideraciones. En tanto que, por el contrario, los autores que ilustran esta entrada (Hal Clement y Robert L. Forward) son incuestionables puntales del subgénero. Por lo tanto, la lista que les voy a proponer ahora de los autores más relevantes de ciencia-ficción dura sólo incluye a aquellos que realmente cumplen esta premisa de la preeminencia de la ciencia, o por lo menos la han cumplido en algunas de sus obras señeras. Eso sí, debo aclarar que de muchos de estos escritores ya había reseñado con anterioridad su novela de cabecera en este subgénero; de ahí que haya optado por seleccionar alguna otra también adscribible al subgénero y de calidad suficiente. De otros, en cambio, repito su novela más representativa, por lo cual me limitaré a enlazar la reseña que ya hice en su momento. Finalmente, algunos aparecerán por primera vez en el blog. Como siempre, me he limitado a obras traducidas al español.

Sin más preámbulos, aquí les dejo la lista que iré recorriendo en próximos meses:

1. Hal Clement - "Misión de gravedad" (1954)
2. Fred Hoyle - "La nube negra" (1957)
3. Poul Anderson - "Tau Cero" (1970)
4. Larry Niven - "Un mundo fuera del tiempo" (1976)
6. Gregory Benford - "Cronopaisaje" (1980)
7. Charles Sheffield - "Entre los latidos de la noche" (1985)"
7. Kim Stanley Robinson - "Marte rojo" (1992)
8. Robert L. Forward - "Maestro del tiempo" (1992)
9. Vernor Vinge - "Un fuego sobre el abismo" (1992)
10. Greg Egan - "Ciudad permutación" (1994)
11. Alastair Reynolds - "Espacio revelación" (2000)
12. M. John Harrison - "Luz" (2003)
13. Arthur C. Clarke & Stephen Baxter - "El ojo del tiempo" (2004)
14. Damien Broderick - "Jugar a dioses" (2005)
15. Peter Watts - "Visión ciega" (2006)
16. James S A Corey - "El despertar del Leviatán" (2011)
17. Charles Stross - "Accelerando" (2011)
18. Cixin Liu - "El bosque oscuro" (2017)
19. Brandon Q. Morris - "La misión Encélado" (2019)
20. Andy Weir - "Proyecto Hail Mary" (2021)

Pese a lo que cabría pensar, la ciencia-ficción dura goza de razonable buena salud aunque compita con otras tendencias de mayor tirón comercial. Por eso casi la mitad de las novelas de la lista han sido publicadas en el siglo XXI. En realidad, la ciencia sigue avanzando continuamente, y si la literatura de ciencia-ficción aspira a seguir existiendo, debe seguir evolucionando con ella. Por lo cual espero seguir leyendo novelas de ciencia-ficción dura en próximos años, e igualmente seguir trayéndolas por aquí. De momento, demos comienzo a este fascinante periplo.

viernes, 11 de agosto de 2023

"La parábola de los talentos" (1998). Octavia E. Butler

Con la entrada de hoy finalizo mi recorrido por las principales distopías del siglo XX. Hemos llegado al año 1998, que fue cuando vio la luz "La parábola de los talentos", de la estadounidense Octavia E. Butler. Una novela que, debo advertirles, no es la primera parábola que escribió la autora: en 1993 ya había publicado "La parábola del sembrador", y ambas conforman la que se conoce como serie de las parábolas. Sin embargo, pese a la estrecha relación que guardan, ambas se pueden leer de manera independiente. Y la que mayor reconocimiento obtuvo fue precisamente la segunda entrega de la saga, que se alzó con el Premio Nébula. De hecho, esta reseña que hoy les traigo debería haber formado parte del recorrido que, como recordarán, hice en su día por las novelas galardonadas con el Premio Nébula. Pero en aquella época me resultó imposible, pues hasta finales del pasado 2021 ambas parábolas permanecieron inéditas para el lector en español. Es por eso que he procedido a leerlas no hace demasiado, afortunadamente a tiempo para que la que considero más representativa de las dos pueda cerrar mi lista. Porque estamos ante una distopía cruda y directa, fiel reflejo del ideario de su autora, plena de reflexiones, de momentos de gran intensidad, y también de excesos y defectos que merman un tanto la impresión global de la misma.

El panorama que plantea Butler para el año 2032 no se aleja en demasía del que tenemos actualmente: las crisis económica, política, ecológica y moral están muy bien captadas en una California prácticamente devastada tras la denominada "Calamidad" de los años veinte. Ese inquietante punto de partida provoca que desde el mismo comienzo el lector se interese por la historia. Una historia, por cierto, muy bien narrada a varias voces, con predominio para los diarios escritos por su protagonista, Lauren Olamina, pero sabiamente complementados al principio de cada capítulo por las aclaraciones y reflexiones de su hija Asha Vere y, en menor medida, por las notas de su marido (Bankole) y de su hermano (Marcus). A estos dos aciertos, Butler añade una crudeza que, presentada con razonable verosimilitud, resulta tan impactante como cautivadora. Las difíciles condiciones en las que, muy poco a poco, va prosperando la comunidad de Bellota, su destrucción y posterior transformación en el Campamento de América Cristiana, las violaciones, la esclavitud, las vejaciones, la suciedad, la incesante lucha por la supervivencia, todo ello conforma un panorama tal vez un tanto reiterativo pero de hondo calado.

Y sobre este escenario post-apocalíptico, y que recuerda en cierta medida al Medio Oeste de los Estados Unidos en el siglo XIX, la escritora nos propone, a través de Olamina, una nueva esperanza en forma más de religión que de secta: "Semilla Terrestre", a la cual su protagonista dedicará la mayor parte de sus esfuerzos a lo largo de varias décadas. Una religión que parte de un concepto novedoso ("Dios es cambio") para terminar con un mensaje muy propio de la ciencia-ficción: para que la humanidad contemporánea supere todos los males que la aquejan, la única opción es una expansión gradual por las estrellas. Así, durante buena parte de la novela, Butler se dedica a enfrentar las bondades de este nuevo credo con un cristianismo de doble moral que, según ella, debe ser superado. Y ahí es donde surgen los excesos y defectos a los que aludía al comienzo.

Excesos como la reiteración en los postulados de "Semilla Terrestre", y la recreación, más allá de lo verosímil, de todo lo malo que encierra realmente ese cristianismo ultra-conservador. Hasta el punto de presentar al recientemente electo Presidente de los Estados Unidos, Andrew Steel Jarret (republicano, por supuesto) como si se tratase del mismísimo demonio. Y de crear un grupo a semejanza del prácticamente extinto Ku-Klux-Klan (los denominados Cruzados de Jarret) capaz de las mayores atrocidades imaginables en nombre de la Biblia. Extendiendo, por si fuera poco, la culpa de todos esos actos atroces a todos esos seguidores de Jarret que, según ella, por no poner en riesgo su posición social, miran para otro lado.

Esos excesos a la hora de presentar a unos y a otros, dificultando que el lector reflexione por sí mismo, se ven agravados por varios defectos asociados. Para mí el más obvio es que la autora se centra tanto en sus críticas, y en las bondades de su "Semilla", que se olvida de sus personajes: con honrosas excepciones (Harry, los Noyer, Marcus), Butler los va tomando y soltando según le conviene en la narración, sin que el lector nunca termine de reconocerlos, ni de situarse con ellos. Otro fallo es la introducción de un nuevo y determinante personaje (Belen Ross) cuando apenas queda una décima parte de novela. Por otro lado, la mezcla de artefactos y utensilios más propios de los siglos XX e incluso XIX con otros de última generación como Gafantasía no está muy lograda, lo que perjudica el siempre necesario elemento científico. Como tampoco las propias elecciones presidenciales, que según la autora requerían de un sofisticado sistema de identificación, evidentemente inaccesible para la precaria comunidad de Bellota que, sin embargo, sabemos que ejerce su derecho al voto con normalidad. Finalmente, aparte de detalles en los que se insiste mucho pero son relativamente irrelevantes para la narración, como la hiperempatía o los collares, el ritmo narrativo también me parece cuestionable: más bien lento en el primer tramo de la novela, con aclaraciones que cortan un tanto la dinámica en su mejor fase, y excesivamente apresurado al final.

Quizá para compensar el excesivo posicionamiento en favor de "Semilla", conforme avanza la novela la autora cada vez va volcando mas la posición de Vere hacia el cuestionamiento total de su madre y, por tanto, de la nueva religión. Algo especialmente apreciable en un desenlace previsible a alto nivel, pero escabrosamente sorprendente a bajo nivel, y que contribuye a que al final la novela no se presente tan doctrinaria como apuntaba. Aunque, en mi opinión, sí más de lo que debería para haber alcanzado la categoría de clásico, a la que durante la lectura parece aspirar.

viernes, 28 de julio de 2023

"Hijos de los hombres" (1992). P.D. James

Una entrada más continúo mi recorrido por las principales distopías del siglo XX. Tras las grandes distopías de los años ochenta ("El pájaro burlón", de Walter Tevis, y "Las torres del olvido", de George Turner, las cuales ya había reseñado anteriormente en mi blog) hemos llegado ya a su última década. Al principio de la cual vio la luz "Hijos de los hombres", de la británica Phyllis Dorothy James. Una escritora que fundamentalmente cultivó el género policíaco, pero que con la presente novela se adentró, por primera y única vez a lo largo de su carrera, de manera incuestionable y con una gran solvencia, en el subgénero de las distopías. Pues la de hoy es una distopía con un punto de partida original, de desarrollo un tanto lento pero eficaz, bien escrita y muy orientada al lector inglés.

La premisa que da origen a la distopía resulta familiarmente inquietante en nuestros días: la infertilidad repentina y completa de la humanidad a partir de 1995. Un hecho que afortunadamente no ha sucedido por ahora, pero al que la alarmente pérdida de fertilidad en Occidente parece apuntar. James sabe extraer de esta hipótesis todo su jugo: desde las peculiares características de los nacidos ese último año, los Omega, consentidos y violentos, hasta los Quietus, unos rituales en los que los ancianos se suicidan en masa. Con conceptos tan llamativos y a la vez tan bien fundados como los Análisis de Semen que vigilan el progreso de la infertilidad, o las Tiendas de Pornografía subvencionadas, que intentan incentivar el sexo a la vez que proporcionar una vía de escape a la inevitable depresión colectiva.

Porque tal vez el mayor acierto de la novela sea la gran cantidad de especulaciones que, sin destruir el ritmo narrativo, logra introducir la escritora: desde la angustia que le provoca a la humanidad su próxima extinción, hasta la veneración de las mascotas como si fueran niños creados por sus progenitores infértiles; desde la desidia a la hora de preservar el Mundo, hasta el autoritarismo de tintes paternalistas como la mejor forma de mantener a raya disturbios y caos en el Reino Unido; desde el empleo de la Isla de Man como cárcel masiva, hasta los temporeros que importa Inglaterra para utilizar como mano de obra en condiciones precarias.

Y en medio de este sombrío panorama, James logra insertar una trama interesante, que hace aflorar múltiples emociones sin caer en el sentimentalismo. Con un protagonista claro: Theo Faron, primo y ex-consejero de Xan Lyppiat, el autoproclamado Guardián de Inglaterra. Poco a poco, y casi obligado por las circunstancias, Theo se ve envuelto en una empresa heroica, en apariencia destinada al fracaso, pero con la que la escritora, mediante varios giros no siempre predecible y perfectamente engarzados, consigue atrapar al lector hasta el final. Funcionando así como una novela de personajes, algunos de ellos francamente logrados (Julian, Rolf, Miriam), e incluso como una novela de suspense.

Para haber resultado redonda, a la novela le sobran tres o cuatro defectos relativamente evitables. El primero y más obvio es que, aprovechando sus notables dotes como narradora, la novela tarda mucho en arrancar, perdiéndose a menudo en capítulos bien escritos pero superfluos para lo que vendrá después. También puede llegar a incomodar el excesivo anglo-centrismo que desprende: todo está descrito y presentado para el lector inglés, hasta el punto de que no echa siquiera un vistazo a cómo está afectando la infertilidad a otras partes del mundo. La violencia extrema y ritual de los Omega funciona como recurso argumental, pero resulta poco creíble. Y el modo como James va saltando de narración en primera persona a narración en tercera persona se antoja un tanto arbitrario, no bien resuelto.

Aun así, a partir del final de la primera parte el lector ya sí aprehende lo que la autora ha planteado, y a partir de entonces la novela va creciendo hasta el final. Rematado, por cierto, con unos capítulos de gran intensidad y que mejoran la impresión de un libro que no se queda lejos de la categoría de "clásico" del subgénero.

sábado, 8 de julio de 2023

"Un día perfecto" (1970). Ira Levin

Con la presente entrada prosigo mis reseñas en orden cronológico de las principales distopías del siglo pasado. Estamos ya en el último año de la década de los sesenta, y aunque la superpoblación seguía siendo un tema recurrente, comenzaban a abrirse paso de nuevo otras cuestiones propias del género distópico, como el control de las sociedades, o la imparable tecnificación de la mayoría de las actividades humanas. En este contexto vio la luz "Un día perfecto", del estadounidense Ira Levin. A mi modo de ver, una de las mejores distopías que les he traído a este humilde blog en los últimos meses. Y por desgracia, una de las más injustamente olvidadas. Algo a lo que seguramente han contribuido los vaivenes en su título. Inicialmente fue traducida como "Chip, el del Ojo Verde", una traducción libre de su título en inglés que respeta un aspecto esencial de la novela, pero que le resta valor, al presentarla indirectamente como una historia de aventuras. En una edición posterior sí se respetó tal cual el título original en inglés ("This perfect day"), pero en su edición más reciente y, por tanto, más accesible para el lector en español, recibió el título de "Un día perfecto", que es con el que finalmente se la estoy presentando yo por aquí. A menor nivel, quizá la novela tampoco haya provocado la impresión que debiera por haber sido escrita por un "profesional de la literatura", guionista, autor de obras teatrales... y no un hombre de vida intensa y viscerales esfuerzos literarios como George Orwell o Aldous Huxley.

En todo caso, "This perfect day" se nos presenta, más de medio siglo después de su publicación, como una distopía que parte de una sociedad tan cuestionable como cautivadora, bien desarrollada de principio a fin, capaz de equilibrar acción y especulación de manera amena, y sin defectos graves que lastren un resultado más que notable.

En un futuro no muy lejano, la humanidad gobernada por la inteligencia artificial UniComp, sin guerras ni conflictos pero sometida desde su mismo nacimiento a una falta de libertad absoluta en aras de una plena satisfacción de las necesidades básicas (la cual debería conllevar una felicidad permanente), constituye un cautivador punto de partida. La imposibilidad de cada miembro de la Familia de tomar siquiera las decisiones básicas de su vida, la homogeneización plena de los alimentos y formas de ocio, el sexo obligatorio una vez por semana, los consejeros que cada "miembro" tiene asignado para velar por su permanente adhesión al orden establecido... Levin concibe un marco global de control de las personas inquietantemente reconocible en nuestra sociedad actual. Y además, lo presenta con fluidez, de suerte que a ojos del lector aparece como un todo coherente y sin fisuras.

El escritor aprovecha perfectamente este marco escénico gracias a un protagonista meritorio: Li RM35M4419, es decir, Chip, el del Ojo Verde. Un personaje creíble, que atraviesa cuatro periodos claramente diferenciados en su vida (crecimiento, despertar a la vida, huida y regreso), los cuales le permiten a Levin estructurar satisfactoriamente la novela en esas mismas cuatro partes, para que el lector se identifique en todo momento con el crecimiento interior del personaje, desde sus iniciales cuestionamientos del orden establecido hasta su sabotaje final. Las reflexiones sobre las bondades y los perjuicios de la sociedad Unificada acompañan así de manera natural las peripecias de Chip, y los pasajes de investigaciones, de descubrimientos, de rebeldía y de huidas, alejan el fantasma del exceso de foco en el componente especulativo, que acecha a toda distopía.

Pequeños detalles favorecen asimismo la impresión final: el acertado reencuentro con algunos personajes al cabo de los años, la naturalidad con la que la inteligencia artificial permite la existencia de varias islas de "no asimilados" (en las cuales, como si de un país occidental cualquiera se tratara, los "nativos" tratan con superioridad a los "inmigrantes"), unos elementos científicos y tecnológicos que no chirrían en exceso en la sociedad futura ideada por Levin, el reemplazo de los nombres de los países y ciudades por códigos que apenas permiten identificar el continente en el que se encuentran... Hasta el hecho de que una de las partes de la novela transcurra en la isla de Mallorca ayuda al disfrute.

Entre los defectos, el grupo de rebeldes de la segunda parte se antoja relativamente acomodaticio, como si el escritor hubiera podido sacarle más partido, nos encontramos con alguna incoherencia como la mina de hierro en Mallorca, nos descoloca la facilidad con la que Chip logra desmoronar toda la estructura establecida por Wei y sus secuaces en el desenlace, o incluso nos llama la atención el escaso control en el acceso de los pasajeros a los distintos aviones a bordo de los cuales Chip logrará realizar sus viajes.

Al terminar la lectura, y aunque tal vez falte un capítulo para redondear la novela con el retorno de Chip a su hogar, la sensación de haber disfrutado de una distopía injutamiente minusvalorada es intensa. Así que si les atrae el subgénero distópico, no lo duden y háganse con un ejemplar de "Un día perfecto"; no les defraudará.

sábado, 17 de junio de 2023

"La fuga de Logan" (1967). William F. Nolan & George Clayton Johnson

Continúo avanzando en mi recorrido por las distopías más relevantes del siglo XX. Seguimos en la década de los sesenta, durante la cual, como ya mencioné en mi anterior entrada, la superpoblación se convirtió en una cuestión tan obsesiva que acabó condicionando muchas de las novelas del subgénero de aquellos años. Tal es el caso de "La fuga de Nolan", con mucho la obra más conocida de los escritores estadounidenses William F. Nolan y George Clayton Johnson, hasta tal punto que la novela se ha seguido reeditando con asiduidad hasta nuestros días. Si bien debo advertirles de que se trata de un libro con muchas lagunas, pues aunque parte de una gran idea, y presenta un espectacular mundo futurista, desaprovecha ambas virtudes por culpa de una trama ramplona, un estilo muy pobre, y varios errores garrafales.

La premisa de partida de esta distopía no puede resultar más cautivadora: tras la Guerra Joven, acaecida a finales del siglo XXI, y que se explica someramente cerca del final de la novela, se establece un límite máximo de veintiún años para la vida de los seres humanos, dividida en tres tramos de siete años cada uno (infancia, adolescencia y madurez), los cuales son controlados por una flor electrónica incrustada en la mano derecha de cada persona, cuyo color indica el tramo de edad en el que se encuentra. Desde el nacimiento hasta los siete años los seres humanos son educados en Guarderías Industriales a cargo de Autoinstitutrices mediante hipnoclases que condicionan férreamente a los niños para que acepten ese modo de vida. Aun así, existen Fugitivos que a los veintiún años tratan de seguir viviendo, y para acabar con ellos se ha establecido el cuerpo de Agentes del Sueño Profundo, al cual pertenece Logan, el protagonista absoluto de la novela.

Por si este punto de partida no fuera suficiente para crear una gran historia, la ambientación de la Tierra del año dos mil ciento dieciséis es delirantemente sugestiva: ciudades sumergidas, macrocentros de placer, macroesculturas en la naturaleza para alojar al Pensador que todo lo controla... por no faltar nada, nos encontramos hasta una recreación con autómatas de una batalla de la Guerra de Secesión: una mezcla de provocación e ingenio, inverosímil a veces, fascinante otras. Unos marcos escénicos que, bien aprovechados, casi podrían haber bastado para complementar la idea de base y facturar una gran novela, pero que, por el contrario, sirven esencialmente para poner de manifiesto dos de sus muchos defectos: la ausencia casi total de lógica, y la incapacidad para dimensionar esa fuga sin fin que da título al libro.

Porque, por muchos túneles que horaden la Tierra, y por muchos LaberintAutos que estén disponibles para Logan y su compañera Jess siempre que los necesiten, es ilógico que puedan desplazarse por todo el planeta a la velocidad que lo hacen. Y que lo hagan sin prácticamente comer, dormir, o siquiera descansar, como si ya hubieran perdido su condición humana. Pero es que, además, apenas se justifican los saltos de un marco escénico al siguiente, ni se introducen las pausas necesarias para explicar los orígenes de dichos lugares, o para permitir que la pareja protagonista se aclimate al nuevo entorno, o piense en cómo explotar las nuevas posibilidades que les ofrecen.

Y es que, pese a haber sido escrita a cuatro manos, la novela emana en todo momento una profunda sensación de falta de calidad literaria. Personajes tan planos e incondicionalmente fieles como Jess, nulo espacio para las reflexiones que cabría esperar en una distopía con un punto de partida tan atrayente, una prosa entrecortada, breve hasta el extremo y únicamente centrada en alargar una situación límite, hasta el punto de que el lector termina por dejar de percibirla como límite... Parece mentira que los escritores no logren proporcionarle al lector algo más que un fantasioso entretenimiento.

Además, la trama, una vez comienza la huida, es prácticamente inexistente, y ni siquiera el original giro final llega a tiempo de salvar los muebles. Los personajes secundarios son puro cartón-piedra, y casi los úicos detalles en los que profundizan los autores son los seis tipos de balas diferentes que alberga un arma de un agente del SP. Por supuesto, a pesar de llegar incluso a adentrarse en las entrañas del Pensador, Logan y Jess superan sin sufrir grandes daños las situaciones más desesperadas, y la novela se convierte así casi en exclusiva en una mera sucesión de correrías sin mayor interés.

En suma, una idea y un marco escénico que les vinieron demasiado grandes a dos escritores justitos de talento, y que hoy en día nadie recuerda más allá de esta obra.

sábado, 3 de junio de 2023

"Hagan sitio, hagan sitio" (1966). Harry Harrison

Una entrada más continúo mi recorrido en orden cronológico por las distopías más relevantes del siglo XX. Nos adentramos en la década de los sesenta, durante la cual la mayor estabilidad internacional y el desarrollo económico contribuyeron a un notable aumento de la natalidad. Y con ello a la natural preocupación de muchos intelectuales por la imposibilidad de mantener a tantos seres humanos con los recursos limitados de nuestro planeta. Ello está detrás de varias de las distopías de aquellos años, entre ellas de "Hagan sitio, hagan sitio", posiblemente la novela más reconocida del estadounidense Harry Harrison. La presente es una novela que, pese a publicarse en pleno auge de la New Wave, se inscribe perfectamente dentro del estilo de la Edad de Oro. Que ofrece una ambientación distópica inquietantemente reconocible en la actualidad, una trama detectivesca para dinamizar la acción, y varias líneas narrativas convergentes. Tan sólo algunos aspectos pobremente resueltos y un exceso de casualidades le impiden alcanzar la categoría de "clásico" dentro del género.

Para mí la mayor virtud del libro es el tratamiento de los temas sociales que caracterizan la distopía: la presagiada superpoblación prácticamente dio en el clavo con el número de habitantes sobre la Tierra en el año dos mil. El calentamiento global y los fenómenos extremos que por desgracia se han vuelto tan frecuentes en el presente siglo están perfectamente plasmados en la ciudad de Nueva York. La desconexión de la realidad que padecen las autoridades políticas es tan real que puede llegar a pasar desapercibida. La formación de barrios marginales para colectivos de refugiados, otra ominosa predicción. Y el detalle final de la "okupación legal" por parte de familias vulnerables, la guinda para un panorama distópico tremendamente certero.

Pero nada de ello funcionaría si no estuviera al servicio de una trama sencilla pero efectiva, y de unos personajes que le permiten a Harrison visualizar en carne propia las consecuencias de esa asfixiante sociedad futura, así como proporcionar interesantes especulaciones. Una trama detectivesca que, sin embargo, no sirve de base para una novela de misterio, pues tanto el asesino como las circunstancias del crimen son conocidas para el lector. Pero los acontecimientos que llevaron al mismo, la huida del asesino, o las pesquisas del detective, se muestran con una solvencia que logra mantener el interés. Billy, el asesino, no es el típico malvado, ni Andy, el detective protagonista, el típico héroe. Ambos se reconocen a través de sus miserias, hasta el punto de que, frente a lo que suele ser habitual en las distopías, Andy no resulta ser un disidente del sistema, sino que lo defiende hasta el extremo de terminar por afectarle muy negativamente en su vida personal.

Aparte de este meritorio tratamiento de los personajes, otros aciertos de la novela son las reflexiones y juicios que encierra: la eugenesia, las críticas al moralismo religioso, la paternidad responsable, la garantizada existencia de suministros para las clases más pudientes... Todo ello mediante conceptos muy potentes, como las Cartillas de la Beneficencia, la harina de avena Ener-G, los filetes de soja y lentejas, o el carbón de mar, que resuenan en la mente del lector.

No obstante, la novela no resulta redonda por culpa de unos pocos aunque perceptibles defectos. El más notorio es la pobre resolución de una línea narrativa tangencial, en la cual centros de poder político y judicial parecen interesados en las maquinaciones tras el asesinato de Big Mike. Por otra parte, la novela adolece casi desde el comienzo de una sensación de previsibilidad, que se acentúa en la segunda parte. Tampoco las peripecias de la línea narrativa de Billy rayan a la misma altura que las de Andy, y ello se nota. Y las casualidades presiden unos encuentros que se antojan imposibles en una ciudad de treinta y cinco millones de habitantes.

Aun así, una lectura que ha resistido el paso del tiempo, y por tanto, recomendable para todos los interesados en el subgénero de las distopías.

domingo, 21 de mayo de 2023

"Farenheit 451" (1953). Ray Bradbury

Una nueva entrada continúo con mi recorrido en orden cronológico por las distopías más relevantes del pasado siglo XX. Seguimos en la década de los cincuenta, más concretamente en 1953, que fue cuando se publicó "Farenheit 451", seguramente la novela más famosa y reconocida del estadounidense Ray Bradbury. Los seguidores de este humilde blog habrán observado que, pese a los doce años que lleva ya en funcionamiento, Bradbury no había aparecido aún por el mismo. Y es que, para mí, Bradbury fue uno de esos escritores cuyo reconocimiento siempre fue superior al nivel general de su producción. Una afirmación que probablemente muchos críticos y buena parte de ustedes no compartirán, pero que obedece a que, desde mi punto de vista, Bradbury se benefició siempre de una etiqueta un tanto cuestionable: el escritor de la Edad de Oro de la Ciencia-Ficción que "escribía literatura de verdad". Algo que nunca he compartido, pues para mí lo más relevante de cualquier escritor es lo que cuente, por encima de cómo lo cuente. Y coincidirán conmigo en que, en realidad, no abundan las novelas de Bradbury que le hayan sobrevivido (si bien es cierto que su producción de relatos fue comparativamente más amplia que la de novelas). Como ustedes saben, yo prefiero siempre el formato de novela para desarrollar convenientemente ideas que en los relatos apenas hay espacio para esbozar, y no soy de la opinión de que un escritor de prosa culta sea mejor literato que, por ejemplo, un escritor de diálogos largos y descripciones escuetas (me estoy refiriendo, obviamente, a Isaac Asimov, coetáneo de Bradbury, pero comparativamente denostado por su estilo literario, a pesar de que escribió muchas más novelas que le han perdurado en el tiempo). En suma, sin negar que Bradbury escribiera bien, sí me parece que sólo escribió una novela de auténtico impacto en el género de la ciencia-ficción, ésta que les traigo hoy. Y ya les anticipo que tampoco la considero una de las mejores distopías de mi recorrido.

Farenheit 451 es la temperatura a la que el papel de los libros arde. Y ésa es la premisa de la que parte esta distopía: una sociedad estadounidense futura en la que los libros han sido prohibidos, y el Cuerpo de Bomberos se ha convertido gradualmente en censurador de conocimiento, quemando a dicha temperatura cualquier libro que encuentre. Como ven, se trata de un punto de partida sugestivo, y es indudable que le permite a Bradbury generar brillantes especulaciones. Aunque también resulta algo forzada en su planteamiento, puesto que la sola carencia de libros le sirve al escritor para justificar la falta de introspección, de humanidad incluso, de su sociedad futura. Y además, la lectura se vuelve fatigosa con frecuencia.

A mi modo de ver, como les argumentaba antes, el principio de la novela resulta demasiado recargado, abusando de recurso estilísticos que dificultan el natural discurrir de la trama. Sin embargo, el escritor se apunta el primer tanto con la conversión de la función de los bomberos. Destaca especialmente el proceso narrativo seguido por Bradbury a lo largo de la historia: la integración de su protagonista, el bombero Montag, en el Cuerpo; sus inquietudes y reflexiones; la conspiración de la que forma parte; la persecución de la que es objeto; y finalmente el inicio de una nueva era. Tal esquema le facilita a Bradbury alcanzar la mayor virtud de la novela: las reflexiones acerca de un progreso sin conocimientos, el vacío interior, los convencionalismos sociales, la necesidad de pensar, de conversar, de aprovechar la vida para algo útil... Todas estas cuestiones jalonan la trama con notable acierto. Otros logros incuestionables de esta obra son la personalidad del Capitán Beatty (astuta, hábil, conocedora de la realidad desde varios puntos de vista...), y el dramatismo de dos momentos clave en la narración: el desenmascaramiento de Montag, y su posterior persecución.

Lamentablemente, son varias las lagunas que me impiden considerar esta novela como una distopía de altos vuelos: empezando por el lugar de desarrollo de la misma, que se intuye pero no se concreta; continuando por los avances tecnológicos de esa era futura (familia, Sabueso Mecánico, coche-helicóptero), de apariencia a menudo ingenua y apenas explicados, por lo que su comprensión y su efecto sobre el lector no son los adecuados; sin olvidarse de un desenlace demasiado espeso, demasiado largo y, a la vez, un tanto oscuro; y sobre todo, por sus continua menciones a una "Guerra" sobre la que Bradbury jamás proporciona ni una mínima explicación, y que, sin embargo, resulta de vital trascendencia en el final de la novela. Y es que, tal cual está presentada, el lector ve los efectos de la misma, pero no llega a imbuirse de su dramatismo.

En suma, una obra que en su momento logró un comprensible impacto por lo sugerente de su propuesta y la fama de "escritor con mayúsuculas" de su autor, pero que, tras siete décadas, ha quedado más como un compendio de reflexiones interesantes que como una distopía que, por su cercanía a la realidad y su dramatismo, logre realmente calar en el lector del siglo XXI. Aun así, recomendable para todos los que deseen profundizar en el subgénero distópico.

martes, 2 de mayo de 2023

"La pianola" (1952). Kurt Vonnegut

Con la presente entrada continúo mi recorrido en orden cronológico por las distopías más relevantes del pasado siglo XX. Llegamos ya a 1952, un año en el cual ya se habían publicado algunas de las distopías más influyentes de la literatura. Y que alumbró el debut de uno de los escritores más personalmente inclasificables del género: el estadounidense Kurt Vonnegut. Conocido sobre todo por la espléndida "Matadero cinco" (1969), "La pianola", de título muy poco acertado, es una novela que no desmerece en absoluto de su producción literaria. Y es que, pese a tratarse de su primera novela, en ella ya se manifiestan los rasgos principales de su obra: su clarividencia respecto al futuro de la humanidad, el predominio de personajes "perdedores", su humor negro... Todo ello al servicio de una distopía situada en un futuro cercano, tan reconocible que mucho de lo que encierran sus páginas resonará en nuestra conciencia. Aunque por desgracia también con muchos altibajos en su desarrollo, frecuentes anacronismos, pasajes derivativos, y una segunda línea secundaria mucho menos relevante.

Tras la victoria de los Estados Unidos en la Tercera Guerra Mundial, lograda gracias a una mecanización y una automatización extremas de todos los medios de producción, la sociedad posterior se ha estratificado en dos capas: por una parte, directivos e ingenieros, responsables de dicha mecanización y, por tanto, la clase social dominante; y el resto de profesiones, condenadas casi en su totalidad a la extinción debido al desarrollo de máquinas que se encargan de ellas de manera mucho más eficiente. La estratificación del sistema parece funcionar, pues sólo los habitantes de mayor Coeficiente Intelectual son elegidos para formar parte de la clase dirigente, mientras que el resto goza de cobertura social y un buen nivel de vida, además de unas ocupaciones razonables como parte del Ejército o del Cuerpo de Reconstrucción y Reparaciones. La separación entre ambas está tan asentada que incluso la ciudad ficticia de Ilium está dividida físicamente en dos zonas para alojar a ambos estratos, aislados de manera natural por el río que la cruza. Pero la realidad es que bajo ese aparente éxito social subyacen la alienación, el descontento y otras frustraciones que servirán a Vonnegut para desplegar todas sus reflexiones al respecto.

En su línea narrativa principal, la que sigue al Doctor Paul Proteo, la novela fluirá de manera natural, presentándonos su gradual rebelión frente al status quo que poco a poco irá fraguándose en su interior. En la segunda, la del Sha de Bratphur, lo hará a partir de episodios sueltos que contrastan recurrentemente el éxito teórico de la sociedad estadounidense con su fracaso subyacente. Y esta dualidad entre ambas líneas se erige ya en un primer defecto de la novela, pues mientras que la primera logra despertar el interés del lector, la segunda interrumpe, incluso molesta a veces a la primera, y el capítulo en cuestión igual termina interesando que aburriendo. Debo resaltar, en todo caso, que en ambas líneas los personajes rayan a un nivel alto. Es curioso, porque a veces parece haber demasiados, y otras, en cambio, sugieren una excesiva casualidad a la hora de reencontrarse una y otra vez. Pero en general resultan reconocibles; su posición y evolución dentro de la sociedad, claros; y en su mayor parte resultan útiles para que Vonnegut presente sus especulaciones.

Porque sin duda lo mejor de la novela es su alta carga especulativa. De hecho, la mecanización y la abundancia de profesiones prescindibles o directamente desaparecidas son más acusadas actualmente que en 1952. Cautiva cómo Vonnegut fue capaz de anticipar muchas de las realidades de la actual sociedad occidental, y sus consecuencias sobre los ciudadanos. Y cómo en respuesta a ello defiende la necesidad de sentirse útil, de aportar algo a los demás, para reconocerse como seres humanos plenos. Por satisfechas que puedan estar nuestras necesidades materiales. Otro gran acierto anticipado por el autor es el "team building" que narra en Los Prados durante varios capítulos, tan aburrido y ridículo como verosímil en muchas de las corporaciones más relevantes de nuestra sociedad. A otro nivel, incluso la relación entre Proteo y Anita, con su falsa comprensión mutua, sus intereses individuales ocultos, y la forma como estalla de manera repentina, resulta convicente.

Además de esa segunda línea narrativa irregular, la novela adolece de frecuentes altibajos: algunos capítulos completamente prescindibles, exceso de detalles en otros, situaciones exageradas hasta el extremo a continuación de otras comedidas... Otro problema que afecta al resultado final son los anacronismos: Vonnegut no para de crear artilugios con términos que suenan tecnológicos, pero que no soportan el más mínimo análisis técnico, y por el contrario, otros en desuso desde hace décadas aparecen como si tal cosa. Por no hablar de EPICAC XIV, una especie de súper computadora que ocupa un espacio inmenso, y que parece regular hasta las funciones más irrelevantes de la sociedad, que sería más propia de una novela juvenil que de literatura seria. Todo lo cual provoca que la novela se deje leer, que a veces provoque nuestra risa, pero que como obra literaria se acerque al divertimento y se aleje en la misma medida de lo que podría haber sido una obra de hondo calado. Un hecho al cual el desenlace, un tanto conformista y justito de tensión, no ayuda.

Y es una lástima, porque los mimbres de la novela son excelentes, y el talento del escritor, apreciable ya en su opera prima. Pero en la literatura hay ocasiones en la que el estilo creativo de su autor se impone a su obra, y le resta relevancia. Aun así, una novela muy interesante para todos los que gusten de las distopías y, por momentos, disfrutable.

domingo, 16 de abril de 2023

"Himno" (1938). Ayn Rand

Continúo con la presente entrada mi recorrido en orden cronológico por las distopías más influyentes del pasado siglo XX. Hoy le ha llegado el turno a "Himno", de la escritora rusa nacionalizada estadounidense Ayn Rand. Una novela corta que tal vez no sea la más conocida de su bibliografía, pero que sí refleja fielmente la filosofía de la autora, a la vez que encaja mejor que cualquier otra de su producción en el subgénero distópico. Nacida en San Petersburgo, Rand vivió desde los veintiún años en Estados Unidos, y esta contraposición entre el pujante comunismo de su país de origen y el individualismo capitalista de su país de acogida ayuda a explicar los postulados de "Himno": una distopía breve pero desgarradora, mucho más interesante por sus especulaciones que por su trama, si bien no por ello complicada de leer. Y que tal vez resulte demasiado similar a la también de origen ruso y recientemente reseñada en este mismo blog, "Nosotros", de Yevgueni Zamiatin. Aunque con un desenlace completamente distinto.

Quizá la mayor virtud de la novela sea la gran cantidad de conceptos provocadores, y sin embargo ingeniosos, que condicionan la vida de los habitantes de la Ciudad: el Consejo de Eugenesia, las distintas Casas a las que pertenecen sus habitantes (como la Casa de Barrenderos a la que pertenece su protagonista), el Palacio de Detección Correcional, el Tiempo de Apareamiento, el Consejo de Vocaciones, el Consejo Mundial de Estudiosos... Conceptos fundamentados en el devenir histórico de los siglos, desde los denominados Tiempos Innombrables en los que los humanos eran aún libres, hasta el Gran Renacimiento que condujo a la situación actual. Incluso el Bosque Inexplorado a las afueras de la Ciudad resulta ser un lugar previsible pero provocador y esencial para la narración. Sin olvidar pasajes tan impactantes como la forma en la que es ajusticiado el Gran Transgresor.

Porque la trama en sí se antoja un tanto simple, aunque efectiva: un recorrido por la vida de Igualdad 7-2521, desde su infancia impersonal, pasando por su formación en la Casa de los Estudiantes, culminando en su opresivo trabajo como barrendero, el posterior descubrimiento del túnel, sus progresos con los experimentos, y finalmente el amor que sentirá por Libertad 5-3000, el cual dinamizará el tercio final de la novela. Todo ello mediante un estilo escueto, escaso en diálogos, y un tanto desconcertante contraste entre los sumamente extensos dos capítulos iniciales, y el resto de capítulos, de mucha mayor brevedad.

Las razones por las que no considero a esta novela una gran obra arrancan desde el mismo momento en que se conoce que Rand la escribió casi veinte años después que la ya mencionada "Nosotros": porque, además de compartir una Ciudad poblada por individuos sometidos a un férreo control del Estado, contrapone de manera premeditada y muy similar los "felices" tiempos presentes a los oscuros tiempos en que los seres humanos aún disfrutaban de libertad. Y de igual forma, es el descubrimiento del amor a una mujer por parte de su protagonista masculino el que desencadena los acontecimientos. Sólo el tono mucho más optimista del desenlace establece una diferencia clara entre ambas obras.

Pero es que, a diferencia de su antecesora, la cual con una extensión contenida pero adecuada trataba de sacar partido a su panoplia de conceptos y elementos provocadores, la obra de Rand es tan breve que la impresión de que le falta capacidad para aprovechar todos los elementos que ha puesto en juego es poderosa. Da rabia recordar que para la primera edición norteamericana de la novela, ocho años después de su publicación, la escritora la revisó íntegramente, y sin embargo no aprovechó la oportunidad para añadir unos capítulos, para ahondar en el ambiente de las Casas, para explicar mejor por qué Internacional 4-8818 desaparece sin previo aviso de la narración, para justificar de una manera más gradual y verosímil el redescubrimiento de la electricidad por parte de Igualdad 7-2521: habría podido minimizar muchos de estos defectos y a la vez aumentar el impacto de la novela.

En su forma definitiva, resulta demasiado evidente desde el principio cuál será la Palabra Innombrable. Porque la autora pone el foco íntegramente en la filosofía que sustenta la novela, y no tanto en la historia. Con reflexiones impactantes y una preciosa defensa a ultranza del ser humano como individuo, sin duda. Pero si hubiera logrado un mejor equilibrio entre trama e ideología, y le hubiera conferido un mayor desarrollo, podría haberse convertido en uno de los grandes clásicos del siglo XX, al mismo nivel que las distopías más reputadas. Aun así, una lectura recomendable.

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero d...