sábado, 26 de agosto de 2023

El subgénero de la ciencia-ficción dura

Una vez terminado mi recorrido por las principales distopías del siglo XX, con la presente entrada comienzo una nueva y apasionante travesía por otro de los principales subgéneros de la literatura de ciencia-ficción: la ciencia-ficción dura (o "hard", dado que a menudo se emplea directamente su calificativo en inglés). En esta oportunidad, la idea de dedicar unos meses a este fascinante subgénero no ha sido mía: hace casi un año, uno de mis amables seguidores (del que, por supuesto, no revelaré su identidad) me envió un mensaje privado para comentar al escritor australiano Greg Egan, y tras un par de correos acabó sugiriéndome la idea de realizar una retrospectiva sobre la ciencia-ficción dura. Una idea que había contemplado en varias ocasiones a lo largo de los años, pero que, siendo sincero, siempre había descartado por una razón principal: pensaba que iba a carecer del tirón suficiente. Pero este intercambio de mensajes me convenció de lo contrario.

Y es que, aunque probablemente sea el subgénero en el cual el público en general piensa cuando escucha el término "ciencia-ficción", la ciencia-ficción dura es seguramente el que más rechazo genera. A modo de ejemplo, el caso de Greg Egan es paradigmático: para muchos lectores (incluso grandes aficionados al género) la lectura de sus obras puede resultar demasiado ardua, con lo cual el placer de la lectura puede verse entorpecido por las dificultades de comprensión. En otras palabras, una cosa es que la obra en cuestión goce de un elemento científico razonablemente cuidado, para que podamos hablar de ciencia-ficción y no de fantasía, y otra que dicho elemento científico acapare todo el protagonismo. En especial si la ciencia que monopoliza toda nuestra atención está fundada en los últimos avances del conocimiento, por lo cual su entendimiento podría no ser sencillo incluso para lectores con una buena base científica y teconológica.

El término lo usó por primera vez en 1957 P. Schuyler Miller en una reseña de una novela de uno de los padres ideológicos del género, el editor y escritor John W. Campbell. Pero el concepto ya llevaba tiempo implícito en el desarrollo de esta vertiente literaria, y de hecho una de las novelas de referencia del subgénero ya se había publicado unos años antes. La controversia asociada al término deriva, pues, de lo impreciso de su definición. Entre las más aceptadas está aquella que la designa una categoría de la ciencia-ficción "caracterizada por la preocupación por la precisión y la lógica científicas". Algo que, como comprenderán, aplica a la inmensa mayoría de las obras que he ido reseñando en este humilde blog a lo largo de los años, lo que implicaría que muchos de los subgéneros de la ciencia-ficción podrían considerarse "dura". Hilando más fino, podríamos decir que la ciencia-ficción dura debe ser intencional, en el sentido de que la historia narrada sea precisa, lógica, creíble y rigurosa en su uso del conocimiento científico y tecnológico actual. Aunque nuevamente debemos admitir cierto grado de subjetividad a la hora de cuánto de "ciencia real" debe estar presente en una obra para considerarse "ciencia-ficción dura".

Por eso en este recorrido que les propongo voy a hacer uso de esa subjetividad a la hora de delimitar el subgénero. Para mí, la ciencia-ficción dura debe ser bastante dura. Sin llegar, eso sí, al extremo de aquellos aficionados que escrudiñan la supuesta ciencia-ficción dura en busca de inconsistencias y errores que impidan adscribirla a tal categoría (paradigmático es el caso del "Mundo Anillo" de Larry Niven y su cacareada inestabilidad), pero sí esperando que los autores hayan respetado el estado actual de la ciencia, y que hayan especulado sobre las posibilidades que la misma ofrece. Obviamente, me interesan más aquellas obras de ciencia-ficción dura que sean capaces de compaginar esa preeminencia del componente científico con una trama suficientemente elaborada, un estilo cuidado y unos personajes creíbles. Pero no considero un problema que narración, prosa y protagonistas estén menos elaborados que en otros subgéneros, puesto que resulta prácticamente imposible otorgar toda la atención a todos los elementos de una novela a la vez, y en la ciencia-ficción dura el escritor debe decantarse por la ciencia.

Es por eso que en otros recorridos y en otra selección de novelas de referencia del subgénero encontrarán a autores que para mí no se caracterizan por escribir ciencia-ficción dura. Desde Isaac Asimov a William Gibson. Escritores que, a mi modo de ver, cuidan evidentemente el elemento científico, pero no lo anteponen a otras consideraciones. En tanto que, por el contrario, los autores que ilustran esta entrada (Hal Clement y Robert L. Forward) son incuestionables puntales del subgénero. Por lo tanto, la lista que les voy a proponer ahora de los autores más relevantes de ciencia-ficción dura sólo incluye a aquellos que realmente cumplen esta premisa de la preeminencia de la ciencia, o por lo menos la han cumplido en algunas de sus obras señeras. Eso sí, debo aclarar que de muchos de estos escritores ya había reseñado con anterioridad su novela de cabecera en este subgénero; de ahí que haya optado por seleccionar alguna otra también adscribible al subgénero y de calidad suficiente. De otros, en cambio, repito su novela más representativa, por lo cual me limitaré a enlazar la reseña que ya hice en su momento. Finalmente, algunos aparecerán por primera vez en el blog. Como siempre, me he limitado a obras traducidas al español.

Sin más preámbulos, aquí les dejo la lista que iré recorriendo en próximos meses:

1. Hal Clement - "Misión de gravedad" (1954)
2. Fred Hoyle - "La nube negra" (1957)
3. Poul Anderson - "Tau Cero" (1970)
4. Larry Niven - "Un mundo fuera del tiempo" (1976)
6. Gregory Benford - "Cronopaisaje" (1980)
7. Charles Sheffield - "Entre los latidos de la noche" (1985)"
7. Kim Stanley Robinson - "Marte rojo" (1992)
8. Robert L. Forward - "Maestro del tiempo" (1992)
9. Vernor Vinge - "Un fuego sobre el abismo" (1992)
10. Greg Egan - "Ciudad permutación" (1994)
11. Alastair Reynolds - "Espacio revelación" (2000)
12. M. John Harrison - "Luz" (2003)
13. Arthur C. Clarke & Stephen Baxter - "El ojo del tiempo" (2004)
14. Damien Broderick - "Jugar a dioses" (2005)
15. Peter Watts - "Visión ciega" (2006)
16. James S A Corey - "El despertar del Leviatán" (2011)
17. Charles Stross - "Accelerando" (2011)
18. Cixin Liu - "El bosque oscuro" (2017)
19. Brandon Q. Morris - "La misión Encélado" (2019)
20. Andy Weir - "Proyecto Hail Mary" (2021)

Pese a lo que cabría pensar, la ciencia-ficción dura goza de razonable buena salud aunque compita con otras tendencias de mayor tirón comercial. Por eso casi la mitad de las novelas de la lista han sido publicadas en el siglo XXI. En realidad, la ciencia sigue avanzando continuamente, y si la literatura de ciencia-ficción aspira a seguir existiendo, debe seguir evolucionando con ella. Por lo cual espero seguir leyendo novelas de ciencia-ficción dura en próximos años, e igualmente seguir trayéndolas por aquí. De momento, demos comienzo a este fascinante periplo.

viernes, 11 de agosto de 2023

"La parábola de los talentos" (1998). Octavia E. Butler

Con la entrada de hoy finalizo mi recorrido por las principales distopías del siglo XX. Hemos llegado al año 1998, que fue cuando vio la luz "La parábola de los talentos", de la estadounidense Octavia E. Butler. Una novela que, debo advertirles, no es la primera parábola que escribió la autora: en 1993 ya había publicado "La parábola del sembrador", y ambas conforman la que se conoce como serie de las parábolas. Sin embargo, pese a la estrecha relación que guardan, ambas se pueden leer de manera independiente. Y la que mayor reconocimiento obtuvo fue precisamente la segunda entrega de la saga, que se alzó con el Premio Nébula. De hecho, esta reseña que hoy les traigo debería haber formado parte del recorrido que, como recordarán, hice en su día por las novelas galardonadas con el Premio Nébula. Pero en aquella época me resultó imposible, pues hasta finales del pasado 2021 ambas parábolas permanecieron inéditas para el lector en español. Es por eso que he procedido a leerlas no hace demasiado, afortunadamente a tiempo para que la que considero más representativa de las dos pueda cerrar mi lista. Porque estamos ante una distopía cruda y directa, fiel reflejo del ideario de su autora, plena de reflexiones, de momentos de gran intensidad, y también de excesos y defectos que merman un tanto la impresión global de la misma.

El panorama que plantea Butler para el año 2032 no se aleja en demasía del que tenemos actualmente: las crisis económica, política, ecológica y moral están muy bien captadas en una California prácticamente devastada tras la denominada "Calamidad" de los años veinte. Ese inquietante punto de partida provoca que desde el mismo comienzo el lector se interese por la historia. Una historia, por cierto, muy bien narrada a varias voces, con predominio para los diarios escritos por su protagonista, Lauren Olamina, pero sabiamente complementados al principio de cada capítulo por las aclaraciones y reflexiones de su hija Asha Vere y, en menor medida, por las notas de su marido (Bankole) y de su hermano (Marcus). A estos dos aciertos, Butler añade una crudeza que, presentada con razonable verosimilitud, resulta tan impactante como cautivadora. Las difíciles condiciones en las que, muy poco a poco, va prosperando la comunidad de Bellota, su destrucción y posterior transformación en el Campamento de América Cristiana, las violaciones, la esclavitud, las vejaciones, la suciedad, la incesante lucha por la supervivencia, todo ello conforma un panorama tal vez un tanto reiterativo pero de hondo calado.

Y sobre este escenario post-apocalíptico, y que recuerda en cierta medida al Medio Oeste de los Estados Unidos en el siglo XIX, la escritora nos propone, a través de Olamina, una nueva esperanza en forma más de religión que de secta: "Semilla Terrestre", a la cual su protagonista dedicará la mayor parte de sus esfuerzos a lo largo de varias décadas. Una religión que parte de un concepto novedoso ("Dios es cambio") para terminar con un mensaje muy propio de la ciencia-ficción: para que la humanidad contemporánea supere todos los males que la aquejan, la única opción es una expansión gradual por las estrellas. Así, durante buena parte de la novela, Butler se dedica a enfrentar las bondades de este nuevo credo con un cristianismo de doble moral que, según ella, debe ser superado. Y ahí es donde surgen los excesos y defectos a los que aludía al comienzo.

Excesos como la reiteración en los postulados de "Semilla Terrestre", y la recreación, más allá de lo verosímil, de todo lo malo que encierra realmente ese cristianismo ultra-conservador. Hasta el punto de presentar al recientemente electo Presidente de los Estados Unidos, Andrew Steel Jarret (republicano, por supuesto) como si se tratase del mismísimo demonio. Y de crear un grupo a semejanza del prácticamente extinto Ku-Klux-Klan (los denominados Cruzados de Jarret) capaz de las mayores atrocidades imaginables en nombre de la Biblia. Extendiendo, por si fuera poco, la culpa de todos esos actos atroces a todos esos seguidores de Jarret que, según ella, por no poner en riesgo su posición social, miran para otro lado.

Esos excesos a la hora de presentar a unos y a otros, dificultando que el lector reflexione por sí mismo, se ven agravados por varios defectos asociados. Para mí el más obvio es que la autora se centra tanto en sus críticas, y en las bondades de su "Semilla", que se olvida de sus personajes: con honrosas excepciones (Harry, los Noyer, Marcus), Butler los va tomando y soltando según le conviene en la narración, sin que el lector nunca termine de reconocerlos, ni de situarse con ellos. Otro fallo es la introducción de un nuevo y determinante personaje (Belen Ross) cuando apenas queda una décima parte de novela. Por otro lado, la mezcla de artefactos y utensilios más propios de los siglos XX e incluso XIX con otros de última generación como Gafantasía no está muy lograda, lo que perjudica el siempre necesario elemento científico. Como tampoco las propias elecciones presidenciales, que según la autora requerían de un sofisticado sistema de identificación, evidentemente inaccesible para la precaria comunidad de Bellota que, sin embargo, sabemos que ejerce su derecho al voto con normalidad. Finalmente, aparte de detalles en los que se insiste mucho pero son relativamente irrelevantes para la narración, como la hiperempatía o los collares, el ritmo narrativo también me parece cuestionable: más bien lento en el primer tramo de la novela, con aclaraciones que cortan un tanto la dinámica en su mejor fase, y excesivamente apresurado al final.

Quizá para compensar el excesivo posicionamiento en favor de "Semilla", conforme avanza la novela la autora cada vez va volcando mas la posición de Vere hacia el cuestionamiento total de su madre y, por tanto, de la nueva religión. Algo especialmente apreciable en un desenlace previsible a alto nivel, pero escabrosamente sorprendente a bajo nivel, y que contribuye a que al final la novela no se presente tan doctrinaria como apuntaba. Aunque, en mi opinión, sí más de lo que debería para haber alcanzado la categoría de clásico, a la que durante la lectura parece aspirar.

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero d...