sábado, 6 de octubre de 2018

El pájaro burlón (1980). Walter Tevis

Comienzo mis reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta (que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este humilde blog) con "El pájaro burlón", del estadounidense Walter Tevis. Que no se alzó con el Premio Nébula de su año (ese honor le correspondió a "Cronopaisaje", del para mí no especialmente interesante Gregory Benford), pero que a mi modo de ver es sin duda la mejor novela de ciencia-ficción que se publicó ese año, además de una de las mejores de la década. Quizá pesó en su contra a la hora de alzarse con el galardón que Tevis fuera un escritor, además de poco prolífico, no específicamente adscrito al género de la ciencia-ficción (su novela más conocida posiblemente sea "El color del dinero", también una famosa película). Pero he admitir que "El pájaro burlón" me gusta tanto que se quedó fuera por muy poco de mi lista de quince títulos personalísimamente favoritos que publiqué en el blog hace unos años. Porque se trata de una distopía formidable: sugerente, consistente, cautivadora y humana.

Y eso a pesar de que el comienzo no lo anticipa: centrado en Robert Spofforth (un robot Producto Nueve, algo que el lector tendrá que descubrir qué implica), su concepción y su gradual asunción de responsabilidades en la sociedad estadounidense resultan un tanto inverosímiles, como lo resulta el hecho de que los humanos ya no sepan leer en el futuro. Pero en cuanto aparece Paul Bentley en escena, precisamente con la capacidad auto-adquirida de la lectura, la novela ya asciende a otra dimensión y mantiene un nivel altísimo hasta el final.

Porque los E.E.U.U. del siglo XXV imaginados por Tevis, y la involución que durante siglos ha llevado al país a ese extremo, son tan consistentes como un hiriente espejo en el que reflejar las posibles consecuencias de muchas de las tendencias que tanto afloran en las sociedades de nuestro tiempo. La mezcla de tecnología (reflejada en los robots Producto 1 a 9, en los autobuses telepáticos y las comidas artificiales), hedonismo (sexo fácil, drogas, pantallas de estimulación del placer), individualismo (defensa a ultranza de la intimidad, ausencia de familias convencionales) y control social, dan como resultado una sociedad moribunda, autómata, analfabeta, que languidece sin solución.

Frente a todas estas reconocibles tendencias, y con innumerables guiños a nuestra cultura (el cine mudo, la poesía, la Biblia) Bentley va descubriendo lo que otros seres humanos que vivieron antes que él pensaron y escribieron, y ello le ayuda a crecer como pesona. Que sufre, sí, pero que piensa, aprende, crea, evoluciona... y ama.

Porque lo que en mi opinión hace a la novela excepcional no es su defensa de un humanismo aderezado con ingredientes del cristianismo primitivo y valores tan poco defendidos hoy día como la familia, sino el gradual crecimiento de Bentley y su compañera Mary Lou hasta llegar a esa defensa. Con episodios realmente memorables (para mí los dos mejores son el descubrimiento de las bibliotecas y todas las páginas que transcurren en Maugre). Y con una humanidad exquisita a lo largo de todos los capítulos.

Pocos peros se le pueden poner a esta novela. El más obvio es que bebe de otras fuentes: Frankenstein al comienzo, la saga de los robots y en particular el personaje R. Daneel Oliwav de Isaac Asimov, el "Farenheit 451" de Ray Bradbury, incluso "Un mundo feliz" de Aldous Huxley). También es fácil detectar alguna que otra ingenuidad tecnológica, y para el lector en español se añade el problema adicional de una pobre edición (con una mediocre traducción y sobre todo una infame contraportada, imprecisa y destripadora del contenido a partes iguales).

A cambio la vida en el campo de trabajo, la huida de él, el regreso a Nueva York, incluso el desenlace (esperable pero coherente) rayan a gran altura, y reflejan lo buen narrador y caracterizador de personajes que fue Walter Tevis. Un clásico por descubrir, que no se arrepentirá de leer si tiene Vd. la suerte de que caiga en sus manos.

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