sábado, 13 de enero de 2024

"Luz" (2003). M. John Harrison

Arranco 2024 con una nueva entrada en mi recorrido por los mejores escritores y novelas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Abandonamos el siglo XX y nos adentramos en el XXI con una novela que quizá sea de las más cuestionables a la hora de formar parte de esta selección. Se trata de "Luz", del británico M. John Harrison. No tanto por su condición de novela original y hasta rompedora con lo que se estaba publicando en aquellos años (así fue saludada mayoritariamente por crítica y público), sino porque probablemente la intención de su autor no fue crear una obra adscribible a este singular subgénero. Se trata, eso sí, de una novela elaborada, con algunos aciertos como su habilidad para repartir por igual su atención entre las tres líneas narrativas, o el que la ha traído hoy hasta aquí (el tratamiento del elemento científico). Pero también delirante, difícil de leer, con personajes de comportamientos incoherentes, sin un propósito claro, innecesariamente violenta y excesivamente subida de tono.

En realidad, se supone que sus páginas encierran una space opera actualizada al siglo XXI, pero gracias a su originalidad, por momentos parece más un compendio de nada menos que tres viajes iniciáticos diferentes, aderezados con marcos escénicos epatantes y detalles incluso de terror. Harrison encuentra su sitio tomando elementos de Neil Gaiman, John Varley e Ian McDonald como referencias más evidentes, y construye una novela que no deja indiferente. Aunque no por ello resulte recomendable, por desgracia.

Su principal problema es que, casi desde el principio, el lector se extravía entre tanta situación provocativa (masturbaciones, asesinatos y drogadicciones, por citar sólo las más evidentes) y la ausencia total de explicaciones sobre los elementos utilizados, por lo que es muy probable que acabe perdiendo el interés y se limite a dejarse llevar (si es que continúa con la lectura). Algo que da la impresión de que Harrison parece buscar a propósito. Sin ir más lejos, los recurrentes flashbacks (presididos de manera previsible por los habituales traumas infantiles de sus protagonistas) que va introduciendo conforme avanzan los capítulos los podría perfectamente haber insertado antes, y haber ayudado así al lector.

Pero es que parece obvio que a Harrison le importa más exhibirse ante el aficionado que entretenerlo. La prosa está trabajada, y repleta de conceptos singulares, pero los por otra parte escasos acontecimientos relevantes que narra no se realzan apenas, algo que contrasta con los inexplicables comportamientos de unos presonajes (sobre todo Kearney) que vagan sin rumbo, sin restricciones económicas de ningún tipo, y dejando todo el tiempo cabos sueltos (a modo de ejemplo, citar todo lo relativo al viaje cuántico y al interés de la Sony, tantas veces mencionado para quedar en nada). Eso sí, la vida humana no vale nada en esta novela, el sexo a todas horas es lo más normal del mundo, y los delirantes encuentros de los protagonistas de las líneas narrativas cono el Shrander (en sus múltiples formas), casi lo único que otorga cierta cohesión a la trama. Si bien hay que reconocer que la estructuración, con sus tres líneas narrativas presentadas en escrupulosa alternancia y con un similar grado de atención, facilitan que el lector no desconecte del todo.

Por ello para mí la mayor virtud de "Luz" es su tratamiento del elemento científico, hasta el extremo de llegar a considerarla un buen exponente de ciencia-ficción dura. Aquí no hay ansibles, ni hiperespacio, ni otros trucos sin base científica tan habituales en otras obras de ciencia-ficción, pero sí agujeros negros, horizontes de sucesos, agujeros de gusano, seres humanos integrados en el código máquina de naves-K, el llamativo y artificial Canal Kefahuchi, buenas dosis de mecánica cuántica, clones generados a partir del ADN de sus ancestros, espacios multi-dimensionales... En realidad la novela habría representado prácticamente lo mismo sin todo este despliegue, así que se le agradece a Harrison el esfuerzo en ese esentido.

El final, salvo por el buen detalle de hacer converger la segunda y la tercera línea narrativa, y de aderezarlo con ciertas implicaciones metafísicas, tampoco entusiasma. Razón por la cual nunca me he animado a leer las dos novelas que, con los años, Harrison añadió a la saga: Nova Swing (2006) y Empty Space: A Haunting (2012, esta última no traducida al español). En suma, sólo apta para los realmente interesados en conceptos científicos aplicados con coherencia a space-operas.

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