viernes, 28 de diciembre de 2018

El cartero (1985). David Brin

Una entrada más continúo reseñando cronológicamente las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que aún no habían tenido una entrada independiente en este humilde blog. Ha llegado el momento de comentar "El cartero", una de las novelas más conocidas del estadounidense David Brin. Que no se alzó con el Premio Nébula de 1986 (ese honor le correspondió a "El juego de Ender", que reseñé en mi anterior entrada), pero que considero bastante superior a la ganadora, además de una novela más lograda que "Marea estelar", la novela del propio Brin que se había alzado con el Premio Nébula tan sólo un par de años antes. Y es que sin tratarse tampoco de una obra excepcional a causa de sus altibajos, se trata de una brillante novela de aventuras con un trasfondo especulativo realmente impactante.

Quizás la mayor virtud de esta obra sean sus primeras cien páginas, prácticamente perfectas. Partiendo de una acertada idea original (la adopción que Gordon hace por pura necesidad del rol de cartero en unos Estados Unidos post-apocalípticos), Brin subraya la dureza de la vida en esa época, equilibrándola sabiamente con la ilusión que despierta en las gentes un símbolo de los tiempos perdidos como es el cartero, y aderezándola con los episodios de ternura entre Gordon y Abby en Pine View. Podríamos hablar de una "novela corta" formidable.

Otra virtud de la novela es la habilidad narrativa que exhibe en ella Brin, mezclando continuas descripciones de los lugares y climas en los que transcurre la acción con un elenco de personajes que se comporta de manera creíble. Dos episodios concretos rayan, en mi opinión, a gran altura: el rescate del niño de manos holnistas en Eugene, aun a costa de la muerte de la madre, y el ambiente en el campamento holnista de Corvallis en el tramo final, presidido por las cruentas personalidades de Bezoar y Maddin.

Y es que los holnistas representan una acertada encarnación de los peores aspectos del ser humano (Brin incluso llega a proporcionar un supuesto texto de Holn). Otro detalle logrado es el Acta de Recuperación Nacional del Congreso Provisional de los Estados Unidos Restablecidos, pergeñada por Gordon. Y también son de agradecer las sólidas y repetidas explicaciones sobre los hechos que han conducido al desmorotamiento de los Estados Unidos (Tercera Guerra Mundial, cambio climático, desórdenes internos...).

"El cartero" es una novela que carece de graves defectos, pero sí pequeños desaciertos que, sumados en conjunto, afean ligeramente la impresión global. A saber: cierta sensación de alargamiento forzado de la novela, recurriendo a elementos motores (Cíclope, George Powathan) cuya relevancia no siempre parece estar justificada; un excesivo aunque por otra parte comprensible número de personajes, que se suceden en las páginas sin descanso, y que resultan difíciles de retener para el lector; la extraña relación entre Gordon y Dena, una mujer guiada por su tendencia a la locura y su implicación pro-feminista; el recurso al concepto de "acrecentados", difícilmente asumible y ni siquiera relevante para el desenlace de la novela; la ocultación de la amenaza que supuestamente acorrala a los supervivencialistas desde California; y un final abierto y hasta cierto punto esperable, sin que quede claro qué había estado buscando Gordon en realidad (y qué sigue buscando). Por lo que no podemos hablar de clásico, pero sí de una novela recomendable y disfrutable.

domingo, 16 de diciembre de 2018

El juego de Ender (1985). Orson Scott Card

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que aún no hubieran tenido una entrada en este humilde blog. Voy a hablarles hoy de "El juego de Ender", ganador del Premio Nébula de 1986 y probablemente la novela más conocida del estadounidense Orson Scott Card. Que pasa por ser además una de las novelas de ciencia-ficción más populares del género para el lector en español en estas últimas décadas. Y que sin embargo no es en mi opinión merecedora de tanto reconocimiento y popularidad, ya que me parece una obra un tanto infantil, no demasiado bien narrada y con una supuesta sorpresa final que resulta demasiado obvia desde mucho antes del desenlace.

Leí "El juego de Ender" en su primera versión en el año 1994, es decir, cuando yo era poco más que un adolescente cuyo conocimiento del género literario de la ciencia-ficción era bastante limitado. Y sin embargo ya entonces me pareció una novela superficial, de lo que ahora se denomina (en inglés) para "young adult" (jóvenes adultos), muy en la línea de novelas como las de la saga de Lucky Starr de Isaac Asimov, o "Consigue un traje especial: viajarás" de Robert A. Heinlein. Es decir, novelas de trama sencilla, cuya razón de ser es casi exclusivamente el entretenimiento, orientadas a un público adolescente o en todo caso poco exigente. Pero sin la calidad literaria ni la carga especulativa que en mi modo de ver son clave en la literatura de ciencia-ficción del periodo de madurez, en la que "El juego de Ender", escrita en 1985, debería enmarcarse.

Card narra la historia de Ender Wiggin, tercero de tres hermanos en una sociedad que sólo permite tener dos, cuya existencia es tolerada por el Gobierno con la condición de ser reclutado con sólo seis años en la Escuela de Batalla, una academia donde aprenderá a luchar contra la raza alienígena de los Insectores (por cierto unos de los extraterrestres más flojos con los que me he topado en el género, poco más que un burdo remedo a gran escala de nuestros insectos). Este planteamiento centrado en un niño de tan corta edad supone todo un reto para el escritor, porque debe hacernos creer que Ender es realmente un niño y se comporta como tal ante las situaciones descritas. Un reto del que a decir verdad no sale muy bien parado, porque incluso teniendo en cuenta que el competitivo ambiente militar debería hacer madurar a Ender y sus pequeños compañeros de forma acelerada, determinadas escenas resultan poco creíbles sin atribuirle una edad mucho mayor.

Otro lastre considerable de la novela es que no está demasiado bien desarrollada, mezclando algunos capítulos muy descriptivos (por ejemplo aquellos que narran la formación de Ender), otros en los que la acción de combate en los juegos no queda del todo clara, y otros en cambio demasiado pausados, probablemente en un intento consciente de Card de darle a su obra una profundidad mayor que la derivada de una mera novela de aventuras militares. Ese pobre desarrollo probablemente sea la razón por la que el autor ha revisado posteriormente la novela varias veces en décadas posteriores, además de para adaptarla a su conversión en la novela central de una saga realmente extensa (a día de hoy consta de once novelas, no todas ellas traducidas al español).

Porque de hecho al año siguiente Card ya había publicado una continuación ("La voz de los muertos", que por cierto volvió a alzarse con el Premio Nébula). Continuación que como podrán adivinar nunca me ha animado a leer. Y es que a pesar de reconocer que la novela resulta aceptablemente entretenida, que contiene algún adelanto tecnológico certero como la red CalNet que interconecta a todas las personas en tiempo real, y que sabe capturar la evasión de los jóvenes a través del mundo virtual (un hecho que se acentúa cada vez más en nuestra sociedad contemporánea), pesan más sus defectos, y ese extraño intento de escribir una novela de adultos de carácter juvenil, a la que si los jóvenes se aproximan probablemente resulte inadecuada por la normalización de la violencia que defiende. Por no hablar de esa sorpresa final a la que me refería al comienzo, y que de sorpresa realmente no tiene nada.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Los árboles integrales (1984). Larry Niven

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que me parecen interesantes y aún no han tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a reseñar hoy "Los árboles integrales", una de las novelas menos conocidas de uno de los escritores más famosos del género, el estadounidense Larry Niven. Que como la novela que reseñé en mi anterior entrada ("La fusión de mentes") tampoco ganó el Premio Nébula de 1985 (ese honor le correspondió a la para mí claramente superada "Neuromante", de William Gibson), pero que en mi humilde opinión fue la más notable de todas las nominadas. Porque estamos ante una brillante historia de aventuras en un marco tan fascinante como cabría esperar en Niven, a la que no obstante le sobra cierta premura narrativa y le falta algo de calado literario para convertirse en un clásico.

Como era de esperar en Niven, la mayor virtud de la obra es su tono de aventura: la narración tiene la dosis justa de dinamismo, sin apabullar al lector con un exceso de acción pero a la vez presentando con maestría varias situaciones límite, de una precariedad absoluta. Y todo ello en un marco fascinante: el Anillo de Humo. Un marco creado con un incuestionable rigor científico, y enriquecido con unos excelentes esquemas introductorios, unos anexos con vocabulario específico de la novela, y toda una serie de detalles que reflejan el excelente trabajo del escritor.

Sin embargo, aunque las anteriores son virtudes incuestionables, eran hasta cierto punto esperables en una novela de Niven en sus mejores años. Lo que más sorprende al conocedor de su obra es la gran relevancia que en "Los árboles integrales" cobran los elementos especulativos y sociales. Y es que durante toda la novela asistimos al enfrentamiento de los distintos modelos sociales surgidos en el Anillo, y en ocasiones a los conflictos internos de un determinado grupo social. Baste citar la aparición de distintas figuras como los triunos, los Científicos y la Cresidenta, y la atención que Niven presta a esta vertiente de su obra, como lo refleja el trascendente detalle final de que Alfin renuncie a la tribu de Quinn para permanecer en el Árbol de Londres.

Mi valoración final que la aleja de la categoría de clásico se justifica en una serie de defectos que expongo a continuación. En primer lugar, Niven no deja claro desde el comienzo cuáles de los personajes que crea van a ser los verdaderos protagonistas de la narración, con lo cual es inevitable que el lector pierda parte de la riqueza de la novela. En segundo lugar, la prosa escueta y en ocasiones algo ambigua que caracteriza a Niven juega en contra de la lectura (por ejemplo, con frecuencia se echan en falta frases que rematen lo escrito). En tercer lugar, conforme la novela avanza adquiere una complejidad no del todo bien resuelta (por ejemplo, la organización social del Árbol de Londres no se presenta de manera nítida). Y en cuarto lugar, creo que sobra cierta violencia no justificada de los miembros de la tribu de Quinn hacia las del Árbol de Londres.

Para concluir, mencionar otros aciertos que surgen conforme avanza la lectura. Primero, el esfuerzo por explicar por qué la vida humana ha llegado al estado presentado en la novela. Segundo, la primera parte de la novela en su conjunto (un grupo de personajes bien escogido, que sufre unas penurias sobrecogedoras al tiempo que esperanzadoras). Tercero, la existencia de episodios especialmente intensos, como el salto al vacío de la tribu de Quinn tras sus enfrentamiento con la tribu de Dalton-Quinn. Y por último, la intervención final de Kendy, que remata la coherencia de la novela al tiempo que le da veracidad, por resultar fallida.

Por cierto, unos años más tarde Niven convirtió esta novela en saga con la publicación de "The smoke ring", pero desgraciadamente la novela permanece inédita en español y no he tenido oportunidad de leerla.

domingo, 18 de noviembre de 2018

La fusión de mentes (1984). Jack Dann

Una entrada más continúo reseñando cronológicamente aquellas novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula en la década de los ochenta que considero interesantes y que aún no habían tenido su entrada independiente en este humilde blog. Le ha llegado la oportunidad a "La fusión de mentes", del neoyorkino y muy poco conocido para el lector en español Jack Dann. Nominada a los Nébula de 1984, como su título indica toca un tema muy interesante, y se trata de una novela original, poética y bien ambientada, pero también irreal, sin apenas acción, y tan escueta en personajes y situaciones que a menudo peca de reiterativa.

Inédita en español durante dos décadas hasta que la colección Solaris Ficción de La Factoría de Ideas finalmente se animó a traducirla y publicarla, me animé a leerla por las virtudes que de ella ensalzaba mi admirado Robert Silverberg. Virtudes que, es cierto, en parte también percibí durante su lectura, pero que me parecieron menos relevantes que a él, y sobre todo lastradas por varios graves defectos. Aunque ninguno de ellos es capaz de neutralizar la excelente ambientación: el siglo XXII que nos presenta Dann es extravagante, crudo, ominoso, y a menudo está aderezado por avances tecnológicos tan bien pensados que pasan desapercibidos para el lector. Además, los lugares recreados por Dann se adhieren con fuerza a la imaginación del lector (en especial esa fantasmagórica Nápoles con la que nos cautiva en el primer capítulo).

El otro punto fuerte de la novela es sin duda la idea que le da título. Una idea explotada más veces en la literatura de ciencia-ficción, pero a la que Dann le da otra vuelta de tuerca, planteando las conexiones de las mentes como una forma de entrar en contacto con los recién fallecidos o aquellos a punto de fallecer (muy en la línea de Philip K. Dick), pero también como una tecnología perfectamente desarrollada para dar una nueva dimensión a los juegos de azar, o para desarrollar nuevas sectas disfrazadas de religión (la Iglesia de los Clamantes Cristianos) o, por encima de todo, como una manera de profundizar como nunca antes en las relaciones de pareja gracias a los "enganches diádicos". La pena es que el escritor lleva su brillante idea demasiado al extremo, y la convierte en un elemento fantástico que aparece y desaparece a su antojo, y en la que prácticamante todo vale.

Porque ese viraje poético a la fantasía que tan en boga estaba en los años ochenta provoca que la novela no saque todo el partido a su ambientación, a su idea central, y a la decadente y amenazante Tierra futura, y se enrede en una especie de triángulo amoroso que parece no tener fin. Y es que la irracional búsqueda que lleva a cabo el protagonista Raymond Mantle de su desaparecida hermana, a la vez que amante y pareja, Josiane, resulta a todas luces un motor demasiado débil para dinamizar la novela. Y lo que hace Dann para darle fuerza extra a la misma es recurrir a otros dos personajes (Carl Pfeiffer y Joan, amigo íntimo y amante sustituta respectivamente de Mantle), cuya relación con el protagonista siempre aparece a los ojos del lector como un tanto forzada, sobre todo cuando los enreda en un menage a trois de subidas, bajadas, dudas, secretos e intenciones ocultas con el que va consumiendo los capítulos.

Si a ello le añadimos otra serie de elementos descabellados (desde los ricos que apuestan sus órganos en los casinos hasta los frívolos que se embarcan en una nueva travesía del Titanic para morirar cuando éste vuelva a chocar con un iceberg), un puñado de conceptos netamente fantásticos (desde los espacios oscuros en los que se adentran los Clamantes hasta el Gran Aullido que finalmente enloquece a miles y miles de personas), y una cantidad de exabruptos totalmente injustificada, se entenderá que mi impresión final no sea muy positiva.

Aunque he de admitir que la breve cuarta parte, en la que Dann presenta el desenlace, mejoró mi impresión global, primero con la sorpresa de que lo que parecían hechos consumados no eran en realidad ciertos, después con una buena dosis de tensión, y finalmente con un guiño optimista inesperado al final. Una pequeña recompensa a tantos capítulos cansinos de una novela que pudo haber sido mucho mejor de lo que al final resultó ser.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Marea Estelar (1983). David Brin

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula en la década de los ochenta que aún no han tenido una entrada independiente en este humilde blog. Siguiendo un estricto orden cronológico le ha llegado el turno en esta oportunidad a "Marea estelar", del estadounidense David Brin, uno de los escritores de referencia de la década de los ochenta. Que, como dije hace unas entradas cuando presenté de manera global los Premios Nébula durante la década de los ochenta, me resulta un escritor agradable pero un escalón por debajo de los grandes nombres del género en otras décadas. Una impresión que ya tenía antes de hacerme con "Marea estelar" pero que corroboré una vez más tras completar su lectura. Y es que pese a alzarse con el Premio Nébula de su año, es una novela que no me termina de llenar: fastuosa, es verdad, con una creatividad de tal calibre que podría (y de hecho pasados unos años se desarrolló) en varias secuelas, pero demasiado dispersa, escasa de profundidad y poco verosímil.

Empezando por esa creatividad desbordante que quizá sea lo que más llame la atención al lector, el concepto de "elevación de los pupilos" como mecanismo por el cual las razas más desarrolladas de las 5 Galaxias van incorporando nuevas especies presensitivas de sus galaxias a la civilización, es original y se adapta muy bien al universo poblado de extraterrestres que plantea Brin. Pero aunque las especies elevadas por los humanos del siglo XXV (neo-delfines y neo-chimpancés) resultan la elección obvia, su puesta en acción como parte del viaje experimental de la nave Streaker resulta poco verosímil, e incluso difícil de visualizar, a pesar de detalles para hacer el panorama más creíble como arneses, enlaces neurales, e idiomas ternario y ánglico. Y esto lastra mucho el resultado final.

Aunque quizá lo lastre más incluso el evidente esfuerzo realizado por el escritor por modernizar la ciencia-ficción "clásica" de los años cuarenta y cincuenta. Porque intenta dotar de profundidad a sus personajes concediendo a más de una decena de ellos una línea narrativa propia. Y a pesar de que lógicamente estas líneas se entrecruzan, y de la muy oportuna lista de personajes que Brin sitúa al final junto con el glosario, el panorama resultante es tan complejo (y los nombres de los neo-delfines tan difíciles), que para el lector resulta casi imposible recordar en qué punto había dejado Brin la narración de determinado personaje cuando la retoma varias decenas de páginas más tarde. Y esa dispersión narrativa acaba provocando que el lector se deje llevar, perdiendo buena parte del interés.

Y es una pena, porque la novela está muy trabajada a muchos niveles: desde la fascinante ecología del planeta Kithrup hasta la gran cantidad y originalidad de especies ETs, pasando por la propia nave Streaker, y lógicamente por su extenso conocimiento de los delfines. Da la impresión de que con estos mimbres el resultado podría haber sido mucho mejor.

Bien es cierto que la novela adolece de varios fallos, algunos de ellos curiosamente más propios de la ciencia-ficción clásica. Pensemos por ejemplo en los poderes extrasensoriales de la teórica pareja protagonista, Tom y Gillian, en las bombas psi, en la ingeniudad que muestran todas las especies ETs ante las artimañas humanas, o en lo difícil que es situarse cuando la acción transcurre en Kithrup (personalmente eché mucho de menos un mapa).

Así que lo que prevalece tras terminar la lectura es el carácter de novela de aventuras, con la línea narrativa de Tom Orley como baza principal, el inconveniente de la prosa a veces un tanto limitada de Brin (sobre todo a la hora de narrar los episodios de acción), y la esperable victoria final de los humanos. Argumentos por ahora insuficientes para animarme a leer el resto de novelas con las que Brin acabó convirtiendo "Marea estelar" en una hexalogía en décadas posteriores (de hecho ni siquiera la reseñé cuando hace unos años estuve haciendo un recorrido por las sagas principales de la ciencia-ficción, porque por aquel entonces no me había animado aún a leerla). Recomendable sólo para amantes de la ciencia-ficción de aventuras y escenarios fascinantes.

sábado, 20 de octubre de 2018

La transmigración de Timothy Archer (1982). Philip K. Dick

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a presentarles en esta oportunidad "La transmigración de Timothy Archer", nominada a los Premios Nébula de 1983, y también la última novela de Philip K. Dick publicada en vida. Los conocedores de la obra del influyente escritor estadounidense probablemente sepan que sus últimos años de vida fueron particularmente atormentados, delirantes y con una fuerte presencia de las drogas, por lo que cuando me hice con esta novela tenía miedo de encontrarme ante una "ida de olla", si me permiten utilizar por una vez una expresión coloquial. Pero he de decir que mis temores estaban infundados y la nominación a los Nébula plenamente justificada. Porque sin un cuestionamiento de la realidad tan pronunciado como es habitual en Dick, pero sí con muchas de sus obsesiones (religiones, drogas, locura), se trata de una novela profunda, muy elaborada, pesimista, culta, y mucho más coherente de lo que me esperaba.

Y eso a pesar de que, como decía, son muy comunes las críticas negativas sobre la última época de Dick, principalmente a causa de la incoherencia de lo narrado y de la confusión subyacente. Nada de eso aprecié: la novela es coherente de principio a fin, bien expuesta y con un esfuerzo claramente perceptible por atar todos los cabos. A ello contribuye sin duda que el libro recree con precisión aunque sin mencionarlo de manera explícita la vida del obispo James Pike, con quien Dick mantuvo una relación frecuente a lo largo de los años.

También es de agradecer la gran cantidad de referencias culturales que pueblan sus páginas: literarias (de Virgilio a Dante, de Schiller a Yeats), musicales (de Beethoven a The Beatles, de Frank Zappa a Queen), y filosóficas (de Locke a Kant). Siempre utilizadas con respeto, y a menudo en forma de pequeñas citas que complementan la exposición. Todo lo cual refleja la calidad de la novela, y contribuye a que Dick nos proponga entre sus páginas poco menos que un tratado de filosofía (con la rebelión contra el destino como eje principal).

Otros puntos favorables de la novela son el rigor con el que el escritor trata el elemento religioso (desde los textos y doctrinas cristianas hasta los manuscritos saduceos del Mar Muerto), la exploración del mundo interior de unos personajes muy bien caracterizados (con mención especial para Angel Archer, la brillantemente recreada protagonista femenina que narra la novela en primera persona), la habitual magia de la prosa dickiana (que mantiene como de costumbre la atención del lector), la "sorpresa" final con la que Dick construye la supuesta transmigración de Tim Archer, y algunos detalles científicos que demuestran que la novela puede encajar en el género (desde las frecuentes disertaciones sobre automóviles hasta las referencias a la teoría de la señal de Shannon).

Desgraciadamente la novela presenta tres defectos graves que a mi modo de ver la alejaron del premio y no permiten situarla entre lo mejor de la producción del estadounidense. El mayor y más evidente es la falta de acción: no ya páginas esporádicas, sino a veces capítulos enteros se dedican a que los personajes reflexionen sobre determinados acontecimientos u obsesiones personales, hasta el punto de fatigar al lector. El segundo es la excesiva presencia de las drogas en sus personajes: por supuesto la naturalidad con las que las consumen ya puede ser cuestionable, pero lo peor son los difícilmente aceptables vaivenes a los que someten, restándoles credibilidad. Y el tercero es la relevancia que Dick otorga a elementos nada científicos (médiums, lecturas de pensamiento, mentes ocupadas por otras, supuestas terapias de grupo), que indudablemente le restan autoridad a sus reflexiones. En menor medida también debo mencionar que en su momento me disgustó una traducción realmente floja, así como cierta tendencia a narrar de modo telegráfico determinados acontecimientos esenciales de la novela.

A cambio de estos defectos la novela es recomendable sobre todo porque nos ofrece un abundante material especulativo, que a menudo nos hará cuestionarnos qué son realmente la locura y la fe, y que nos permitirá calibrar hasta qué punto la vida era percibida con negatividad por el estadounidense en sus últimos años.

sábado, 6 de octubre de 2018

El pájaro burlón (1980). Walter Tevis

Comienzo mis reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta (que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este humilde blog) con "El pájaro burlón", del estadounidense Walter Tevis. Que no se alzó con el Premio Nébula de su año (ese honor le correspondió a "Cronopaisaje", del para mí no especialmente interesante Gregory Benford), pero que a mi modo de ver es sin duda la mejor novela de ciencia-ficción que se publicó ese año, además de una de las mejores de la década. Quizá pesó en su contra a la hora de alzarse con el galardón que Tevis fuera un escritor, además de poco prolífico, no específicamente adscrito al género de la ciencia-ficción (su novela más conocida posiblemente sea "El color del dinero", también una famosa película). Pero he admitir que "El pájaro burlón" me gusta tanto que se quedó fuera por muy poco de mi lista de quince títulos personalísimamente favoritos que publiqué en el blog hace unos años. Porque se trata de una distopía formidable: sugerente, consistente, cautivadora y humana.

Y eso a pesar de que el comienzo no lo anticipa: centrado en Robert Spofforth (un robot Producto Nueve, algo que el lector tendrá que descubrir qué implica), su concepción y su gradual asunción de responsabilidades en la sociedad estadounidense resultan un tanto inverosímiles, como lo resulta el hecho de que los humanos ya no sepan leer en el futuro. Pero en cuanto aparece Paul Bentley en escena, precisamente con la capacidad auto-adquirida de la lectura, la novela ya asciende a otra dimensión y mantiene un nivel altísimo hasta el final.

Porque los E.E.U.U. del siglo XXV imaginados por Tevis, y la involución que durante siglos ha llevado al país a ese extremo, son tan consistentes como un hiriente espejo en el que reflejar las posibles consecuencias de muchas de las tendencias que tanto afloran en las sociedades de nuestro tiempo. La mezcla de tecnología (reflejada en los robots Producto 1 a 9, en los autobuses telepáticos y las comidas artificiales), hedonismo (sexo fácil, drogas, pantallas de estimulación del placer), individualismo (defensa a ultranza de la intimidad, ausencia de familias convencionales) y control social, dan como resultado una sociedad moribunda, autómata, analfabeta, que languidece sin solución.

Frente a todas estas reconocibles tendencias, y con innumerables guiños a nuestra cultura (el cine mudo, la poesía, la Biblia) Bentley va descubriendo lo que otros seres humanos que vivieron antes que él pensaron y escribieron, y ello le ayuda a crecer como pesona. Que sufre, sí, pero que piensa, aprende, crea, evoluciona... y ama.

Porque lo que en mi opinión hace a la novela excepcional no es su defensa de un humanismo aderezado con ingredientes del cristianismo primitivo y valores tan poco defendidos hoy día como la familia, sino el gradual crecimiento de Bentley y su compañera Mary Lou hasta llegar a esa defensa. Con episodios realmente memorables (para mí los dos mejores son el descubrimiento de las bibliotecas y todas las páginas que transcurren en Maugre). Y con una humanidad exquisita a lo largo de todos los capítulos.

Pocos peros se le pueden poner a esta novela. El más obvio es que bebe de otras fuentes: Frankenstein al comienzo, la saga de los robots y en particular el personaje R. Daneel Oliwav de Isaac Asimov, el "Farenheit 451" de Ray Bradbury, incluso "Un mundo feliz" de Aldous Huxley). También es fácil detectar alguna que otra ingenuidad tecnológica, y para el lector en español se añade el problema adicional de una pobre edición (con una mediocre traducción y sobre todo una infame contraportada, imprecisa y destripadora del contenido a partes iguales).

A cambio la vida en el campo de trabajo, la huida de él, el regreso a Nueva York, incluso el desenlace (esperable pero coherente) rayan a gran altura, y reflejan lo buen narrador y caracterizador de personajes que fue Walter Tevis. Un clásico por descubrir, que no se arrepentirá de leer si tiene Vd. la suerte de que caiga en sus manos.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Los premios Nébula: la década de los ochenta

Con esta entrada comienzo mi revisión de los Premios Nébula en la década de los ochenta, la tercera década de existencia de los galardones de más prestigio de la literatura de ciencia-ficción en mi humilde opinión. Tengo sentimientos encontrados respecto a esta década. Porque por una parte fue la década en la que descubrí el maravilloso mundo de la literatura de ciencia-ficción (nací en 1973). Pero por otra es la década que menos interesante me parece desde el punto de vista literario desde que se crearon estos premios.

Aún recuerdo que fue en agosto de 1988 cuando, fuertemente influenciado por las novelas de Jules Verne que llevaba unos años disfrutando, me animé a leer "La máquina del tiempo" de Herbert George Wells por primera vez. Una novela que, por mi corta edad, no terminé de entender ni de disfrutar, pero que me caló por lo fascinante de su propuesta (por cierto que la volvería a leer unos pocos años más tarde). Aunque mayor fue el impacto que supuso leer en septiembre de 1990 los relatos cortos de "La edad de Oro" de Isaac Asimov, tan amenos y con unos prólogos tan cautivadores. El impacto de ambas lecturas fue tal que, treinta años después, aún sigo leyendo más ciencia-ficción que cualquier otro tipo de literatura, y por eso guardo un gran cariño a los ochenta.

Por otra parte, la década de los ochenta fue la década en la que se produjo la explosión definitiva del subgénero de la fantasía, que como ya he comentado en otras ocasiones me parece el hermano pequeño de la ciencia-ficción, más fácil de escribir y mucho menos interesante. De hecho, Gene Wolfe, el reconocido autor de novelas de fantasía, fue el autor que más nominaciones a los premios Nébula obtuvo a lo largo de la década. Una década que también vio el surgimiento del cyberpunk, otro subgénero para mí poco interesante por barroco y más centrado en la forma que en el fondo, y cuyos principales valedores fueron William Gibson y Bruce Sterling. Incluso los grandes nombres que se consolidaron dentro de la versión más clásica del género en la década de los ochenta, como Orson Scott Card (cuya foto ilustra la presente entrada) o David Brin, me parece que se sitúan literiariamente hablando un escalón por debajo de los escritores de referencia de otras décadas, desde Robert Silverberg a Arthur C. Clarke, pasando por Frederik Pohl o Ursula K. LeGuin.

Por eso la lista de selección de novelas galardonadas o nominadas a los Premios Nébula en los años ochenta es sensiblemente inferior a la de otras décadas. Aquí la tienen:

1981:
Ganadora:
"Cronopaisaje" - Gregory Benford
Nominada:
"Pájaro burlón" - Walter Tevis

1982:
Ganadora:
"La garra del conciliador" - Gene Wolfe
Nominada:
"Radix" - A. A. Attanasio

1983:
Ganadora:
"Sólo un enemigo: el tiempo" - Michael Bishop
Nominadas:
"Los límites de la Fundación" - Isaac Asimov
"La transmigración de Timothy Archer" - Philip K. Dick

1984:
Ganadora:
"Marea estelar" - David Brin

1985:
Ganadora:
"Neuromante" - William Gibson
Nominadas:
"La fusión de mentes" - Jack Dann
"Los árboles integrales" - Larry Niven

1986:
Ganadora:
"El juego de Ender" - Orson Scott Card
Nominada:
"El cartero" - David Brin

1987:
Ganadora:
"La voz de los muertos" - Orson Scott Card
Nominada:
"El cuento de la criada" - Margaret Atwood

1988:
Ganadora:
"La mujer que caía" - Pat Murphy
Nominada:
"La fragua de Dios" - Greg Bear

1989:
Ganadora:
"En caída libre" - Lois McMaster Bujold
Nominada:
"Las torres del olvido" - George Turner

1990:
Ganadora:
"El color de la guerra" - Elizabeth Ann Scarborough
Nominada:
"La nave de un millón de años" - Poul Anderson

Como quizá puedan deducir, para mí lo mejor que sucedió en la década de los ochenta, como los premios Nébula supieron reconocer gracias a varias nominaciones, fue el excepcional nivel que alcanzó, sin hacer ruido ni requerir colecciones especializadas, el subgénero de las distopías, con novelas tan recomendables como "Pájaro burlón" de Walter Tevis o "Las torres del olvido" de George Turner. Sin olvidar, por supuesto, que en su última década de vida Isaac Asimov regresara a la ciencia-ficción a tiempo casi completo. Es cierto que sólo una de sus novelas de esta década ("Los límites de la Fundación") fue nominada a los Premios Nébula, pero para mí habrían merecido mejor suerte alguna otra de las novelas con las que expandió la saga de la Fundación (en particular la excepcional "Preludio a la Fundación"), e incluso alguna de las novelas con las que hizo crecer la saga de los Robots (como "Robots e Imperio").

Sin más dilación, les emplazo a mi próxima entrada para reseñar aquellas novelas de la lista de novelas de los ochenta que aún no hayan tenido una entrada independiente en este humilde blog.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Fuentes del paraíso (1979). Arthur C. Clarke

Una nueva entrada prosigo hablándoles de aquellas novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los setenta que aún no han tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a reseñar en esta oportunidad "Fuentes del paraíso", quizá la novela menos conocida de todas las de bibliografía del británico Arthur Charles Clarke que obtuvieron algún tipo de galardón. Hay que tener en cuenta que a finales de los setenta Clarke era probablemente el escritor más popular del género, y que cada nueva novela suya partía ya con una estupenda posición de salida para alzarse con los premios más codiciados. Aunque no quiero con esto decir que se trate de una mala novela que se beneficie de la reputación de su autor; al contrario, considero justo que se alzara con el Premio Nébula de 1980. Porque no es fácil crear toda una novela utilizando como idea central la simple construcción de una torre orbital. Y aunque con altibajos, Clarke lo logra.

Como curiosidad, diré que en el mismo año el estadounidense Charles Sheffield publicó también una novela ("La telaraña entre los mundos") basada en la misma idea del ascensor orbital, que no es otra cosa que un cable que se extiende desde el ecuador hasta un satélite en órbita geosincrónica. Y aunque pueda parecer sorprendente si tenemos en cuenta la reputación de Clarke como autor de novelas más de trasfondo ingenieril que "de personajes", mientras que Sheffield se centra en todo el proceso tecnológico y en las intrigas entre los protagonistas, Clarke pone el foco en el aspecto sociológico de la construcción, así como en determinados acontecimientos que jalonan la misma. Y es que todo el impacto de la torre, desde que Vannevar Morgan decide ubicarla hasta su utilización por los estelandeses, se refleja con precisión. Parece mentira que una obra de ingeniería pueda tener tales implicaciones: culturales, artísticas, científicas, económicas y hasta lúdicas.

Otros aciertos reseñables son a mi modo de ver la vinculación histórica de la torre con Kalidasa, las fascinantes revelaciones del velero estelar, la ambientación del Taprobane en el que se ha convertido Sri Lanka... Todo ello reforzado con el amplio bagaje cultural de Clarke, patente en multitud de pequeños detalles, referencias y reflexiones sobre religión, tecnología y vida extraterrestre. Y con un componente científico tan cuidado como cabría esperar.

Eso sí, la novela también adolece de varios defectos. Sobre todo, la diversidad de caminos narrativos que Clarke abre y no cierra satisfactoriamente, o simplemente abandona: el papel de Rajasinghe, de Maxine, de Goldberg; la llegada de los estelandeses; el rol de las naciones (RMA)... Es sin duda loable la intención de Clarke de enriquecer la narración, pero en mi opinión a veces se le escapa de las manos. Otro fallo es el tratamiento un tanto lineal de los personajes: a modo de ejemplo, ni siquiera se describen los rasgos físicos de Morgan, y muchos otros no pasan de ser meros nombres. Tampoco parece lo más idóneo ir introduciendo las "peculiaridades" según van siendo necesarias: piénsese que nada sabemos sobre Goldberg hasta que aparece en la entrevista con Maha Thero, ni de sus problemas cardíacos hasta que se acerca el desenlace.

El final es un buen reflejo del tono general de la novela: no es el punto más delicado de la obra de ingeniería (la llegada del ascensor a la Tierra), pero lo adopta como desenlace con buenas dosis de aventura y suspense, rematando una novela que merece una lectura aunque no alcance la categoría de clásico.

domingo, 26 de agosto de 2018

Empotrados (1973). Ian Watson

Una entrada más sigo con mis reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula en la década de los setenta que aún no habían tenido una entrada independiente en mi humilde blog. Voy a reseñar en esta oportunidad "Empotrados", la novela más conocida del escritor británico Ian Watson. Que fue nominada a los Premios Nébula de 1976, casi tres años después de haber sido publicada en el Reino Unido, y que es la razón por la cual la reseño precisamente ahora en mi repaso cronológico a dichos premios. "Empotrados" es una novela muy apreciada por la crítica, y a que mí me dejó también una impresión claramente favorable, aunque sin llegar a entusiasmarme. Y es que se trata de una obra apabullante, ambiciosa, compleja, desbordante de ideas, escenarios y situaciones. Y lo increíble es que fuera la primera novela de su autor, si tenemos en cuenta la madurez que desprenden sus páginas.

Eso sí, recuerdo que cuando finalmente la leí me alegré de haber pasado muchos años buscándola por tiendas de libros de segunda mano, porque la verdad es que un libro que requiere lectores de ciencia-ficción "curtidos" para poder disfrutarlo. Su complejidad es tal que hasta su título resulta un tanto "antipático", y de hecho no termina de comprenderse ni siquiera después de completar la lectura. Porque podría decirse que el hilo conductor de la lectura son las especulaciones sobre si las estructuras del lenguaje afectan a la propia percepción de la realidad, y sobre si existe un lenguaje universal subyacente (empotrado) que permite una aprehensible sensorial directa de la misma. Pero ello da lugar a los marcos escénicos más inconexos que uno pueda imaginar: la unidad de neuroterapia Haddon en el Reino Unido, la selva amazónica, la sede de la NASA en el desierto de Nevada, la nave de los extraterrestres Sp'thra... Y cada uno de ellos con sus propios protagonistas, e incluso con su estilo narrativo específico, lo cual exige un esfuerzo considerable al lector.

Tales elementos permiten a Watson (en apenas doscientas páginas) tratar del primer contacto con una civilización extraterrestre, de la manipulación ejercida por las superpotencias a los países en vías de desarrollo, de la destrucción de la Amazonia, del uso de drogas para mejorar la comprensión del cerebro, del surgimiento de China como nueva super-potencia (recordar que se escribió en 1973), de las revueltas en Latinoamérica, de las retorcidas conclusiones a las que pueden llegar los políticos, y de un largo etcétera. Hasta concluir con un mensaje esencialmente pesimista, sin un avance claro en la comprensión del lenguaje, y con una gran oportunidad sacrificada (la del viaje interestelar) a cambio de una frágil estabilidad medioambiental.

En particular, debo mencionar dos aspectos que para mí están especialmente logrados en esta novela: la caracterización de los xemahon en sus costumbres y ritos hasta el mínimo detalle, lo que facilita su disfrute por parte del lector, y los pasajes de la negociación con Ph'theri, rebosantes de inteligencia, tecnología, y reflexiones filosóficas de primerísimo nivel.

Y no debo concluir sin reseñar tres defectos que afectaron a mi valoración global: la excesiva concisión de la novela, que a menudo obliga a volver atrás unos cuantos capítulos para no perder el hilo, una prosa excesivamente ornamentada y paradójicamente fría en ocasiones, y un final que se centra en la inverosímil "empatía proyectiva" que ataca repentinamente a Chris Sde, dejando en cambio muchos aspectos no del todo claros. De suerte que sería sencillísimo escribir una continuación, aunque conociendo la compleja trayectoria literaria de Watson, no creo que nunca la llegue a escribir.

miércoles, 15 de agosto de 2018

La guerra interminable (1975). Joe Haldeman

Una entrada más prosigo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los setenta que he tenido la oportunidad de leer y que aún no contaban con una entrada independiente en este humilde blog. Le ha llegado la oportunidad a "La guerra interminable", seguramente la novela más conocida del escritor estadounidense Joe Haldeman. Que se alzó en 1976 con el Premio Nébula a la mejor novela del año. Y es que se trata de una novela inteligente, especulativa y para mí, que no soy precisamente un devoto de las novelas bélicas, sorprendentemente amena.

No obstante lo que acabo de decir, lo primero que constata el lector es el fiel reflejo del ambiente militar: esa característica yuxtaposición entre su aparente rigidez y la laxitud subyacente. Con episodios tan logrados como el del adiestramiento inicial de los soldados, el escritor evidencia su conocimiento directo de la materia. William Mandella, protagonista absoluto de la narración, es otro de los pilares que sustenta la novela, más que nada por su brillante caracterización: se nos muestran sus inquietudes, sus desconciertos, la repulsión que siente por sus crímenes, y su ardua adaptación a una sociedad cronológicamente distorsionada por los efectos relativistas que sufren los combatientes. Porque el tercer pilar de la novela, fuente de innumerables especulaciones, es precisamente el viaje relativista. Sus efectos son fascinantes, en especial a la hora de dar lugar a una guerra no-secuencial, con el perpetuo interrogante de la magnitud de los avances propios frente a los de los taurinos, así como del estado presente del conflicto bélico.

Estos tres logros se complementan con otros aspectos muy cuidados. Por ejemplo, Haldeman no rehúye echar un vistazo a la Tierra del año 2024, con sus quiméricas ciudades y su perspectiva de la sociedad y de la vida en general. También presta un exquisito cuidado al componente científico (campos colápsares, viajes relativistas...) y tecnológico (cápsulas de aceleración, campo de estasis...). Además, elabora una sociedad inequívoca para cada época (hasta el punto de que incluso las conductas sexuales mayoritarias quedan invertidas). Y recrea con precisión ambientes inhabitables (por su frío inconcebible o por su ausencia de luz), e incluso planetas enteros como Skye o Paraíso.

Es verdad que algunos defectos reducen el impacto global de la novela. Sin duda en aras de una mayor amenidad, Haldeman narra los acontecimientos con cierta premura, y algunos pasajes están poco desarrollados (a modo de ejemplo, no se dimensiona correctamente el rapido hastío que experimentan Mandella y su pareja la sargento Potter de la vida en la Tierra). En ocasiones los pasajes con mayor densidad de acontecimientos resultan confusos (sobre todo en los episodios de acción, con frases que a veces requieren más de una lectura). Además, los personajes secundarios son a veces esquemáticos (probablemente a causa de la dilatación temporal que da sentido a la novela). Y en mi opinión sobran varios alegatos pro-marihuana.

Debo hacer mención, por último, al final: ingenioso, pero además capaz de atar cabos de manera sorprendente en una obra con un marco temporal tan dilatado, a la vez que reafirma la vertiente humana de la historia, tan esencial en esta novela "de guerra". Recomendable.

jueves, 9 de agosto de 2018

Los desposeídos (1974). Ursula K. LeGuin

Tras el paréntesis vacacional continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los setenta que aún no tenían una entrada propia en este humilde blog. Voy a presentarles hoy "Los desposeídos", una de las novelas más reconocidas y premiadas de la escritora estadounidense Ursula K. LeGuin, y ganadora del Premio Nébula del año 1975. Que sin ser en mi opinión la mejor de su bibliografía, sí que es una de las más notables. Y es que se trata de una inteligente, reflexiva, amena y bien estructurada utopía sobre el anarquismo.

A mi modo de ver es la certera estructuración de la novela la que posibilita su éxito: la escritora mantiene durante toda su extensión un patrón consistente en alternar capítulos situados en el planeta Anarres en un tiempo pretérito y capítulos situados en Urras en el tiempo actual. Porque esta doble yuxtaposición espacial y temporal permite que el lector se introduzca gradualmente en el universo creado por la autora. Sin olvidar que tanto el anarquista Anarres como el capitalista Urras están muy bien caracterizados con sus mapas, sus idiomas propios (iótico y právico, respectivamente), sus bien definidas capitales (Abbenay y Nio Esseza) y diferentes entornos y lugares de acusada personalidad en cada planeta.

Es la estructuración y no el argumento el que sustenta la novela, ya que éste, aun siendo defendible, ocupa un segundo plano, dando la impresión de que incluso la escritora es consciente de que "se queda un poco corto" cuando convierte, un tanto bruscamente, a Shevek en líder de la revuelta en Urras. Hasta ese momento las vivencias de Shevek, sus investigaciones científicas previas a la teoría de la simultaneidad y las intrigas que lo rodeaban en su estancia en Urras habían conformado una novela un tanto lenta, en la que no parecían importar tanto los acontecimientos como el proceso por el que Shevek iba descubriendo gradualmente los defectos de Anarres y las virtudes de Urras, así como sus propias contradicciones internas, que posibilitan eso sí la reflexión del lector buscada por LeGuin.

Aparte de lo anterior, otro detalle que perjudica a la novela es el cuestionamiento de la sexualidad en Anarres, sin duda más una concesión de LeGuin a la new wave de la época que un elemento determinante de la novela. Además, la escritora exagera más de la cuenta tanto la sociedad anarquista de Anarres (baste recordar por ejemplo que el correo se envía abierto para evitar el egoísmo) como los personajes de Urras (pensemos en Pae y su machismo exacerbado). Y las alusiones directas a la Tierra en las páginas finales resultan poco elegantes por explícitas.

Pero como de costumbre la profundidad y la minuciosidad de la narrativa de LeGuin juegan a su favor. Las sensaciones de muchos de sus personajes resultan totalmente veraces, la mayoría de las situaciones se nos aparecen creíbles y los distintos escenarios están bien creados, sin excesos. Algunos pasajes son altamente emotivos (en especial el encuentro de Shevek con su madre, Rulag, en la adolescencia), pero sin por ello descuidar el elemento científico, presente en la biología y la ecología de los planetas, y también cuando Shevek intenta justificar su teoría. Razones por las que la novela se alzó justamente en mi opinión con el prestigioso galardón.

sábado, 23 de junio de 2018

Más de 100.000 páginas vistas

Interrumpo momentáneamente mis reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los premios Nébula en la década de los setenta para dedicar una entrada de retrospectiva y agradecimiento a un hito de este humilde blog: haber superado las 100.000 páginas visitadas.

Hace menos de siete años que inicié mi andadura en la red para compartir una de mis grandes pasiones: la literatura de ciencia-ficción. Una pasión que ya había compartido con muchos amigos y conocidos a lo largo de los años, pero que requería ser canalizada por una vía adicional a causa de mis circunstancias personales del año 2011. Tras varios meses jugueteando con la idea, y pensando a quién podría interesarle una visión tan limitada y personal sobre este fascinante género, acabé concluyendo que siempre podría haber alguien al otro lado de mi portátil que compartiera afición y gustos conmigo.

Por aquel entonces no me marqué ningún objetivo, ni de difusión ni mucho menos crematístico: me bastaba con ver cómo el contador de visitas a cada una de las entradas que publicaba se iba incrementando para retroalimentar mis ganas de identificar más temas y hacer crecer el blog con más entradas. Un "círculo vicioso" que cogió más y más fuerza conforme pasaban los meses y veía como las estadísticas de visitas crecían con una velocidad cada vez mayor. Pero sobre todo conforme la lista de seguidores crecía y crecía, hasta llegar a los nada menos que cincuenta y nueve seguidores actuales. Entre los que ya no hay sólo amigos y conocidos que supieron a través de mí de la existencia de este blog, sino también usuarios anónimos de internet a los que este humilde blog les ha llamado lo suficiente la atención como para que se les informe cada vez que se publica una nueva entrada.

No sólo eso: a veces los seguidores del blog, pero otras veces usuarios anónimos han tenido la amabilidad de comentar muchas de las entradas. En ocasiones reafirmando mis impresiones, en otras aportando otros puntos de vista en los que yo no había reparado, otras incluso interesándose por otras obras de ese autor o de ese subgénero en concreto. Comentarios que siempre agradezco enormemente, porque aportan la calidez humana que las frías estadísticas de visitas nunca podrían proporcionar. Y que son el mayor acicate para seguir explorando el género, buscando nuevos temas, visitando librerías de libros descatalogados y en suma buceando en internet con el afán de mantener el interés en la temática y la cadencia en el número de entradas del blog.

Así que llegados a este punto en el que el blog ya no es para mí un mero pasatiempo, sino la llama que aviva mi pasión por la ciencia-ficción, sólo me queda dar las gracias. A todos los que alguna vez se han topado gracias al buscador de turno con una de mis entradas y han dedicado tiempo a leerlas. A todos los que les ha interesado lo suficiente para hacerse seguidores del mismo y leer muchas de las nuevas entradas apenas ser publicadas. Y muy especialmente a todos los que incluso lo han enriquecido con sus comentarios, sugerencias y preguntas. Mi más sincero agradecimiento a todos. De verdad. Sólo espero seguir identificando temas y aguantando el ritmo de publicación de entradas durante los próximos años para poder llegar así en algún momento a las doscientas mil entradas. A ver si entre todos lo conseguimos.

viernes, 1 de junio de 2018

Cita con Rama (1973). Arthur C. Clarke

Una entrada más continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas que he seleccionado como representativas de los premios Nébula, y que aún no habían tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Cita con Rama", la novela más premiada del escritor británico Arthur C. Clarke, que no sólo conquistó el premio Nébula de su año, sino otros muchos como el Hugo, el John W. Campbell Memorial y el British Science Award. Lo que refleja el enorme impacto que tuvo en su momento. Porque como ya comentaba hace unas semanas al presentar los Premios Nébula en la década de los setenta, Arthur C. Clarke fue uno de los escritores más galardonados en dicha década, coinciendo con su periodo de máximo prestigio y popularidad. Hay que tener en cuenta que "2001, una odisea en el espacio", la película primero y posteriormente novela, habían visto la luz sólo unos pocos años antes, y habían aumentado la popularidad de Clarke a niveles probablemente nunca antes alcanzados por otro escritor de ciencia-ficción. Ese impulso probablemente influyó en el reconocimiento que alcanzó "Cita con Rama", si bien es cierto que con la perspectiva histórica que dan los años se trata de una novela muy recomendable, y que mantiene hoy en día su condición de clásico del género.

"Cita con Rama" representa, sobre todo, un perfecto ejemplo de cómo construir una estupenda novela sin recurrir a los manidos elementos habituales en tantas y tantas obras literarias: no hay sexo (ni explícito, ni tan siquiera sugerido), ni violencia (no hay luchas, ni siquiera palabras hirientes), ni mucho menos muertes. Porque lo esencial, especialmente en la ciencia-ficción, es que el escritor sea capaz de construir un marco escénico coherente a todos los niveles sobre el que poder desarrollar el sentido de la maravilla que tanto caracteriza al género. Y Clarke lo logra sobradamente. Porque desde el principio el escritor nos sitúa especial y temporalmente, nos muestra los grupos de influencia de la época, y por encima de todo idea un mundo fascinante ("Rama", de ahí el título de la novela), con sólo dar algunas vueltas de tuerca a algunas leyes de la física más elemental. El resto es tirar del hilo en capítulos cortos y directos, sin alargar el conjunto más de lo necesario.

Clarke ambienta la novela con un enfoque de aventura muy conseguido: así "Rama" se va revelando de manera gradual, precisa. De forma que cada nuevo descubrimiento es una respuesta a un pequeño enigma que genera multitud de preguntas, pero sin recurrir a clichés que harían la novela más previsible: ni los exploradores son atacados, ni los ramanes sorprenden con su presencia. Clarke es capaz de mantener el interés sin estos artificios, lo que evidencia la calidad de la novela. Además, el final resulta certero: Mercurio es el antagonista perfecto, el sabotaje está justificado, y las páginas finales rezuman hondas reflexiones, dejando bien a las claras que no estamos solamente ante una novela de ciencia-ficción hard.

Eso sí, no todo son virtudes. Para mi gusto, hay un tratamiento excesivamente superficial tanto de las instituciones como de los miembros que la componen. Como es habitual en Clarke, la prosa es un tanto fría y rígidamente científica, y los personajes no demasiado elaborados. Además, llegado un punto en el que la novela parece que se puede quedar enganchada, el escritor se saca de la manga un nuevo personaje, Pak, para introducir formas de vida ramanes y así remontar el vuelo. Y no es difícil descubrir una más que nítida deuda con la también ganadora del Premio Nébula "Mundo anillo", de Niven.

Por último, debo mencionar que entre 1989 y 1993 "Cita con Rama" se convirtió en una tetralogía por obra y gracia del relativamente poco conocido escritor Gentry Lee, mientras que Clarke simplemente supervisaba y revisaba el resultado. No son, pues, novelas escritas por Clarke, y aunque puedan resultar amenas, distan mucho de la grandeza y la repercusión que generó la novela original.

sábado, 19 de mayo de 2018

Los propios dioses (1972). Isaac Asimov

Una entrada más prosigo con la reseña de las novelas ganadoras y nominadas a los premios Nébula durante la década de los setenta que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Los propios dioses", una de las mejores novelas de Isaac Asimov, que quizá siga siendo el escritor más famoso del género en los países de habla hispana. Una novela que vio la luz, además, en la época en la que en menor medida El Buen Doctor se estaba dedicando al género. Y es que desde mediados de los años cincuenta sólo había publicado una novela ("Viaje alucinante", 1966) que además no era enteramente suya, sino la adaptación a novela de la película del mismo nombre. La vinculación de Asimov con el género por aquellos años se limitaba a relatos cortos que escribía ocasionalmente. Hasta que, según contaba en sus muy recomendables "Memorias", empezó a trabajar en un nuevo relato corto cuyo argumento fue requiriendo más y más espacio para explorar todas sus posibilidades, hasta acabar convirtiéndose en la novela que les presento hoy. Una novela que, con toda justicia además, se alzó con el premio Nébula de su año. Y es que "Los propios dioses" es una excelente y ambiciosa obra que cubre con talento varios frentes: un descubrimiento científico que cambia la historia de la humanidad, la primera colonia lunar y, sobre todo, una sociedad extraterrestre con unos alienígenas absolutamente fascinantes.

Para tratar en profundidad estos tres frentes no necesariamente cercanos desde un punto de vista argumental, Asimov estructura la novela en tres partes separadas, pero siempre con el hilo conductor de la Bomba de Electrones: un artilugio que cambia la historia de la humanidad al proporcionar energía infinita y gratuita, y que se basa para ello en la existencia de un parauniverso en el que se produce una transferencia de energía equivalente pero en sentido contrario. Una teoría científica arriesgada pero que Asimov va desarrollando con maestría a lo largo de las tres partes.

Aunque sin duda lo mejor de la novela son los alienígenas que habitan ese parauniverso, a los que Asimov dedica la segunda parte. El tríade de Seres Blandos que conforman el Racional Odeen, la Emocional Dua y el Paternal Tritt resulta en mi humilde opinión una de las mejores entidades alienígenas de la historia de la ciencia-ficción: complementarios, coherentes, magistralmente caracterizados, van evolucionando como seres inteligentes ante los ojos del lector conforme la instintiva necesidad de engendrar una Racional se enfrenta a la gradual comprensión que alcanzan de lo que está sucediendo en el universo humano a causa de la transferencia bidireccional de energía. Y que además rematan el misterio que encierra la segunda parte con una revelación tan original como impactante.

A un nivel inferior pero aún muy alto se sitúa la primera parte, en la que con notable sarcasmo Asimov muestra todas las mezquindades y casualidades que rodean el descubrimiento científico primero y la creación después de la Bomba de Electrones, al tiempo que nos alerta sobre la ceguera perpetua de la humanidad para no ver aquello que no le interesa. Algo más floja es la tercera parte, en la que Asimov tal vez se detiene en exceso en los hábitos y las particularidades de la relativamente nueva colonia lunar, antes eso sí de resolver elegantemente la novela con el recurso a la bomba-cosmeg que en realidad demuestra la existencia de infinitos universos.

La verdad es que poco se le puede reprochar a esta excelente novela, más allá de esas primera y tercera partes ligeramente inferiores a la maravillosa segunda parte. Si acaso, unos personajes humanos con frecuencia menos eficazmente caracterizados que los alienígenas de la segunda parte, y una literatura tal vez demasiado directa, con predominio absoluto de los diálogos. En realidad minucias frente a la inteligencia que desprende todas sus páginas, a lo elaborado del elemento científico, a lo coherente de las soluciones planteadas para la vida en la luna, a las dosis de humor, a la concisión de la novela y a todas las demás virtudes ya mencionadas.

miércoles, 2 de mayo de 2018

El año del sol tranquilo (1970). Wilson Tucker

Con la presente entrada inicio la reseña de las novelas ganadoras o nominadas a los premios Nébula en la década de los setenta que no habían tenido hasta ahora una entrada independiente en este humilde blog. Voy a hablarles en esta oportunidad de "El año del sol tranquilo", del estadounidense Wilson Tucker. Un escritor con una historia personal singular, ya que su principal vinculación con el género fue la de aficionado ferviente, editor de fanzines y asistente permanente a las convenciones anuales de ciencia-ficción. Solamente con los años se animó a desarrollar su propia carrera literaria, y siempre en un discreto segundo plano. Carrera que alcanzó su punto álgido con esta novela, nominada para los premios Nébula de 1971, en los cuales venció el clásico indiscutible de Larry Niven, "Mundo Anillo". Y que resulta una obra sorprendentemente efectiva y disfrutable sobre el viaje en el tiempo, gracias a la relativa simplicidad con la trata tan escabroso tema el autor.

Y es que Tucker, como digo aficionado antes que escritor, en ningún momento de este relativamente corto libro intenta ocultar (quizá porque ni siquiera es consciente) sus relativas limitaciones como creador de historias: estamos ante una novela sencilla para lo que es habitual en el género, con muy pocos personajes, que salvo en su inicio transcurre en una única Estación de Investigación en Illinois, con una única línea narrativa, un estilo directo sin apenas artificios literarios... En suma, una falta total de pretenciosidad.

Y sin embargo esa falta de pretenciosidad se convierte en su mayor baza: ya en los capítulos iniciales Tucker explica hasta "donde puede" la viabilidad del viaje en el tiempo, con los mínimos elementos pseudocientíficos necesarios, limitando el ámbito temporal a la disponibilidad real de energía en cantidades ingentes, y recurriendo al sentido común a la hora de equipar las expediciones. Pero es cuando se inician las visitas al futuro cuando más claramente se evidencia que Tucker no desea transitar por arenas movedizas: sólo nos relata cuatro expediciones, la primera de reconocimiento con tres exploradores implicados (Chaney, Moresby y Saltus) pero sin que lleguen a encontrarse en el "futuro" de 1980, y las otras tres, exploraciones individuales de cada uno de ellos a un periodo comprendido entre 1999 y aproximadamente el 2030. Todas ellas evitando además las temidas paradojas o contradicciones de los viajes en el tiempo: ¿que un personaje no puede volver para no alterar la realidad? Pues no vuelve (Chaney). ¿Que no puede revelar un secreto sobre su vida personal? Pues un pacto entre caballeros que impide revelarlo (Saltus - Chaney).

Y como telón de fondo, unos E.E.U.U. que desembocan gradualmente en una fatal guerra civil, y un triángulo amoroso (Saltus - Kathryn - Chaney) al cual el viaje en el tiempo se encarga de dar consistencia y un toque de emotividad. En realidad, nada especialmente novedoso, con una catastrofismo previsible y un cierto racismo latente fácilmente tolerado por el público anglosajón. Pero creíble, y por tanto fiable para lograr la ansiada verosimilitud de toda novela de viajes en el tiempo.

Eso sí, el libro adolece de defectos apreciables. Comenzando por las ya citadas limitaciones (reales o auto-impuestas) de Tucker, siguiendo por la tardanza en el inicio de los viajes temporales (¡casi media novela!), sin olvidar el escaso periodo de futuro que cubre la novela (apenas sesenta años), y terminando con la clara sensación de que se podía haber aprovechado el Vehículo de Desplazamiento Temporal para obtener una perspectiva mucho más amplia. Pero la cautivadora tensión del último tercio de la novela hace que la impresión global al terminar la lectura sea positiva. Incluso a pesar de todos los años transcurridos desde que se publicó.

sábado, 21 de abril de 2018

Los premios Nébula: la década de los setenta

Con esta entrada voy a iniciar mi revisión de los Premios Nébula en la década de los setenta, la segunda década de existencia de los galardones para mí más relevantes de la literatura de ciencia-ficción.

Los setenta comenzaron fuertemente influenciados por la New Wave, lo que no impidió la coexistencia de novelas claramente influenciadas por esta corriente con otras que podríamos definir como clásicas. Porque aunque veamos por esta lista a autores como Ursula K. LeGuin o sobre todo mi favorito Robert Silverberg, que aprovecharon la renovación que supuso la New Wave para escribir sus mejores novelas, el primer ganador de la década fue el relativamente poco innovador Larry Niven, con una novela tan atrayente y sin embargo tan "convencional" dentro del género como "Mundo anillo". Y en años posteriores los escritores que más frecuentemente se alzaron con el galardón fueron cincuentones de gran reputación entonces y ahora en el género como Frederik Pohl, Arthur C. Clarke (cuya foto ilustra esta entrada) e Isaac Asimov.

Al igual que hice al introducir la década de los sesenta en los premios Nébula, no voy a realizar un recorrido exhaustivo por todos los ganadores y finalistas, aunque sí me he asegurado de que haya al menos una novela ganadora o finalista por año de entrega del premio. Las razones son las mismas que expuse entonces: no haber completado la lista de todas las novelas ganadoras y nominadas, y haber descartado conscientemente la preparación de una entrada específica en algún caso puntual.

Sin más rodeos, ésta es la lista de mi selección de novelas galardonadas o nominadas a los Premios Nébula en los años setenta:

1971:
Ganadora:
"Mundo anillo" - Larry Niven
Nominadas:
"La torre de cristal" - Robert Silverberg
"El año del sol tranquilo" - Wilson Tucker

1972:
Ganadora:
"Tiempo de cambios" - Robert Silverberg

1973:
Ganadora:
"Los propios dioses" - Isaac Asimov
Nominadas:
"El libro de los cráneos" - Robert Silverberg
"Muero por dentro" - Robert Silverberg
"El sueño de hierro" - Norman Spinrad

1974:
Ganadora:
"Cita con Rama" - Arthur C. Clarke

1975:
Ganadora:
"Los desposeídos" - Ursula K. LeGuin
Nominada:
"Fluyan mis lágrimas, dijo el policía" - Philip K. Dick

1976:
"La guerra interminable" - Joe Haldeman
Nominadas:
"Empotrados" - Ian Watson
"La paja en el ojo de Dios" - Larry Niven y Jerry Pournelle
"El hombre estocástico" - Robert Silverberg

1977:
Ganadora:
"Homo plus" - Frederik Pohl
Nominada:
"Sadrac en el horno" - Robert Silverberg

1978:
Ganadora:
"Pórtico" - Frederik Pohl
Nominada:
"En el océano de la noche" - Gregory Benford

1979:
Ganadora:
"Serpiente del sueño" - Vonda N. McIntyre

1980:
Ganadora:
"Fuentes del paraíso" - Arthur C. Clarke

Con las lógicas excepciones (de manera muy especial "Serpiente del sueño", que ya formó parte de mi lista de quince novelas decepcionantes), debo admitir que la mayoría de las novelas de esta lista me parecen claramente recomendables, y muchas de ellas grandes clásicos del género que siguen cautivándonos en la actualidad. Lo que vuelve a hablar en favor de estos galardones. Aunque los muy observadores notarán que el número de novelas que he seleccionado por año va menguando y se limita a apenas un título conforme se acercaba la década de los ochenta. La causa es evidente: para mí, el tramo correspondiente a los últimos años sesenta y los primeros años setenta fue el de mayor brillantez en la historia del género, mientras que los años ochenta fue, como explicaré en una entrada posterior, una década relativamente floja. Por eso la transición en el número de novelas que se observa en la lista propuesta.

Resaltar por último que dos autores se alzaron con el premio en dos ocasiones a lo largo de esta década: Arthur C. Clarke y Frederik Pohl. El primero había consolidado su nombre como uno de los tres grandes pilares del género junto a Robert A. Heinlein e Isaac Asimov gracias a la tremenda repercusión que había alcanzado a finales de los sesenta la película de Stanley Kubrick "2001, una odisea en el espacio", basada en un relato del propio Clarke, quien también publicó una novela a partir de la película. Y el segundo retomó con fuerza su actividad como escritor tras un periodo más orientado a la edición de publicaciones especializadas, modernizando su estilo de los años cuarenta y cincuenta con una naturalidad sorprendente.

Les espero en mi próxima entrada para reseñar aquellas novelas de la lista de novelas de los setenta que aún no hayan tenido una entrada independiente en este humilde blog.

domingo, 8 de abril de 2018

Todos sobre Zanzíbar (1968). John Brunner

En esta nueva entrada continúo con mi reseña de novelas ganadoras y nominadas de los premios Nébula en la década de los sesenta. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Todos sobre Zanzíbar", quizá la novela más conocida del británico John Brunner (una de las nominadas a los premios Nébula de 1969, cuya vencedora fue "Rito de paso", de Alexei Panshin, que no he tenido oportunidad de leer). Se trata de una distopía ambiciosa, muy extensa y rica en personajes y puntos de vista, que a pesar del tiempo transcurrido desde su creación sigue de plena actualidad, y que resulta más disfrutable de lo que cabría esperar si tenemos en cuenta lo ambicioso de su planteamiento. Tan disfrutable que en años posteriores dio lugar a dos novelas relativamente relacionadas ("Órbita inestable" (1969) y "El rebaño ciego" (1972)), hasta conformar la llamada Trilogía del desastre de Brunner.

Su rabiosa actualidad es fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que Brunner sitúa la narración durante el siglo XXI y, con unas dotes premonitorias incuestionables, centra la narración en las tres fuentes principales de poder de nuestros días (los gobiernos, los medios de comunicación y las multinacionales), y les contrapone un exceso de población en el planeta que hace sufrir a nuestro planeta y del que no estamos demasiado lejos. Y para que la panorámica resulte lo más amplia (y ambiciosa) posible, estructura la novela en nada menos que ciento diecinueve capítulos breves que se adscriben a una de estas cuatro categorías: "Contexto", "Las cosas que pasan", "Viendo primeros planos" y "Continuidad". Categorías que se van sucediendo a lo largo de la novela sin un orden fijo, en lo que constituye todo un alarde de originalidad pero también un riesgo de desorientar al lector.

Y es que el mosaico de personajes y situaciones con el que Brunner abruma al lector nada más comenzar la novela puede resultar una barrera para afrontar con buena disposición su lectura. A mi modo de ver, para disfrutar de una obra tan visionaria y a la vez tan compleja es necesaria una cierta madurez del lector en el ámbito de la literatura de ciencia-ficción. Porque a veces lo que nos relata el escritor puede resultar un tanto confuso, y a pesar de todas las cosas interesantes que se cuentan, puede ser fácil perderse. Menos mal que algunos personajes aparecen regularmente, lo que permite al lector "asirse" a ellos para no perder el norte: Donald Hogan y Norman Niblock House en "Continuidad" (que podríamos definir como lo más parecido a la línea argumental principal de la novela), y el escritor Chad Mulligan en "Contexto".

La novela no carece, además, de defectos claramente perceptibles. El más obvio de todos es el esfuerzo permanente por impactar (baste recordar aquí los capítulos estructurados en tres columnas a modo de tabla, el provocativo juego con la iconografía cristiana, los sustantivos que crea yuxtaponiendo otros, el análisis de los más pequeños detalles, incluso el recurso a sonetos para ilustrar mejor el contexto); no puede negar que es un claro producto de los excesos de la New Wave, tan en boga por aquel entonces. Otro punto en contra es que no es casi hasta la mitad de la novela cuando Brunner empieza a relaconar los distintos frentes planteados, y eso ya puede resultar muy tarde. También es excesiva en mi opinión cierta tendencia a cebarse en la violencia, por ejemplo describiendo las armas empleadas con mucho detalle o enumerando los más diversos mecanismos de destrucción. Y en general, algunos capítulos son arduos de digerir y algunas situaciones difíciles de aceptar.

A cambio, la novela mantiene su vigencia no sólo a causa de sus muchas predicciones correctamente encaminadas, sino también por todo lo que da que pensar. Como por ejemplo los Estados Unidos de la segunda década del siglo XXI, tan atiborrados de ciudadanos que cualquier mecanismo (desde la selección genética hasta la eugenesia más cruda) parece justificado. O el papel que desempeñan las naciones inventadas de Beninia (el equivalente de una Suiza africana de espectacular desarrollo gracias a la acción de la multinacional Técnicas Generales), y de Yatakang (un ficticio país del Sureste de Asia que sirve de marco para investigar un supuesto avance revolucionario en el campo de la eugenesia). A menudo la panorámica distópica está conseguida, y en general abundan las reflexiones, muchas de ellas perfectamente válidas en nuestros días. También los buenos momentos, como el del capítulo 36 de "Continuidad", en el que el escritor capta perfectamente la tensión dialéctica entre el hombre y la máquina. Sin descuidar por ello a sus personajes, cuyas historias Brunner se encarga de cerrar en el tramo final de la novela. Ni la mirada a otros países, gracias a las frecuentes pinceladas que ofrece el escritor en "Las cosas que pasan". Todo ello refleja un trabajo tan concienzudo como loable.

Antes de terminar, citar dos curiosidades: la primera es el mal lugar en el que deja a España, presentada como una monarquía ultracatólica y reaccionaria dentro de Europa; y la segunda, el ingenioso detalle de cerrar la novela con un mensaje de "sus patrocinadores" (si tras esta entrada se animan a leer "Todos sobre Zanzíbar", comprenderán a qué me refiero).

domingo, 18 de marzo de 2018

Señor de la luz (1967). Roger Zelazny

Con la presente entrada continúo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los premios Nébula en los años sesenta. Voy a hablarles hoy de "Señor de la luz", del estadounidense Roger Zelazny. Una novela que no ganó el premio Nébula, pero sí el premio Hugo de ese año, lo que habla de la popularidad que alcanzó en su momento, en pleno auge de la new wave. Aunque pienso que, si alguna vez fue merecedora de tal reconocimiento, los años no le han sentado bien. Porque en mi opinión se trata de una novela irregular y por momentos caótica, si bien cuenta con algunas virtudes que justifican su inclusión en este blog.

Quizás las páginas más difíciles de esta novela sean las primeras. Porque, sin previo aviso, el lector es sumergido en un panorama que le es ajeno por completo. Me atrevo a decir que no es habitual encontrar en una novela de ciencia-ficción tal profusión de elementos fantásticos y religiosos. Además, Zelazny nos bombardea con multitud de datos, de nombres, de lugares, incluso de artefactos (piénsese en la máquina de oraciones de la primera página), que no son fáciles de asimilar en el momento y que dificultan el disfrute de la narración. Porque ya entonces se deja entrever entre tantos elementos un interesante entramado de luchas políticas y hazañas bélicas en un planeta desconocido.

Entre los capítulos segundo y cuarto, Buda recuerda sus experiencias previas. Pero lo hace en tercera persona, lo que debilita la conjunción narrativa de todas las piezas. Además, esta parte está poblada de gran número de referencias (Garuka, rakasha, Carros...) no ya fantásticos (en el peor de los sentidos) sino utilizados sin previo aviso y sin que se explique más que tangencialmente su relevancia. Todo ello agravado por el que a mi modo de ver es el mayor defecto de la novela: el sinnúmero de personajes. Da la impresión de que Zelazny los fue acumulando sin demasiado criterio a la hora de escribir, porque los personajes se atropellan los unos a los otros, sin poder calibrar su importancia real en la trama, y con la dificultad añadidad de su volubilidad física. Incluso relata a veces los acontecimientos de un modo críptico, buscando que sea el lector quien averigüe de quién está hablando.

Afortunadamente, la idea central es brillante: el control de un mundo colonizado mediante la asunción por parte de los conquistadores de una naturaleza divina basada en una religión expiatoria. Y su plasmación es también acertada, y muestra el conocimiento de Zelazny sobre lo que escribe: abundan las referencias orientales, pero barnizadas con conceptos filosóficos y sociológicos de otras confesiones de nuestro planeta. De hecho, Sam las encarna de un modo creíble, con debilidades, sin apabullar. Y narrativamente hay también buenos momentos (en especial, los combates y las batallas que nos presenta).

El final tampoco logra que la valoración global de la novela sea superior: y es que se echa en falta dramatismo, y la conversión de determinados personajes no se termina de justificar. Por lo que la impresión predominante es la de una novela original y curiosa, pero de resultado solamente discreto.

sábado, 10 de marzo de 2018

La luna es una cruel amante (1966). Robert A. Heinlein

Una nueva entrada continúo con las reseñas de las novelas ganadoras y nominadas a los premios Nébula. Le toca en esta oportunidad a "La luna es una cruel amante", del insigne Robert A. Heinlein, quizá el escritor más famoso del género. Una novela que estuvo nominada a los premios Nébula de 1967, pero que no se alzó con el galardón (el cual se otorgó conjuntamente a las dos novelas que he reseñado en mis dos entradas previas: "Babel 17" y "Flores para Algernon"). Una decisión que, con la perspectiva que dan los años, comparto completamente, pues la novela de Keyes me parece claramente superior a la de Heinlein (aunque no tanto la de Delany). Y es que "La luna es una cruel amante" es una novela con una temática atrayente (el proceso de independencia de la luna), pero más lograda desde el punto de vista "documental" que desde el meramente literario.

Esa sensación de "rigor documental" que envuelve a la novela, como si realmente los acontecimientos sucedieran así y nos vinieran relatados desde el futuro, es lo primero que sorprende al lector: éste puede constatar no sólo la relevancia que confiere Heinlein al papel de la computadora principal, Mike, sino también los notables conocimientos informáticos que exhibe el autor a distintos niveles. Si tenemos en cuenta que la novela se escribió hace medio siglo, podremos valorar en su justa medida lo premonitorio de sus predicciones. Esa misma sensación de rigor preside la cuidada geografía de Luna: sus variopintas ciudades (Luna-City, Novylen, Hong-Kong Luna...), los medios de comunicación empleados entre ellas, la utilización de parajes deslocalizados... El esfuerzo por alcanzar el máximo rigor es incuestionable, y se manifiesta también en las pinceladas sobre la colonización lunar, en la caracterización de su sociedad o en las consecuencias que acarrea a todos los niveles: un afán de verosimilitud innegable.

Sin embargo, este esfuerzo se convierte inesperadamente en el mayor lastre de la novela. Porque obliga a Heinlein a adoptar una posición de observador en la distancia, que provoca que la lectura se vuelva anodina. El desenlace de los distintos libros incluidos en ella resulta previsible, cuando no anticipado directamente por el autor (piénsese por ejemplo en la certeza respecto al desenlace de la revolución). Faltan capítulos de acción, y la gran mayoría de acontecimientos se relatan sntéticamente a posteriori, desdramatizando hasta los momentos de mayor violencia o tensión. Y además, abundan los capítulos exclusivamente descriptivos (sobre la sociedad Selene o la LuNoHoCo) y se echan en falta más diálogos y de mayor extensión.

Lo anterior no significa que la novela carezca de la mayoría de rasgos heinlenianos, tanto para lo bueno como para lo malo: su habilidad narrativa, el papel de Wyoming, las tensiones hombre-mujer, sus chascarrillos sexistas o sobre los chinos... y detalles y gadgets a medio camino entre lo ingenuo y lo infantil (como la utilización de niños para vigilar a los espías de Álvarez, los brazos intercambiables de Man, o la forma como los embajadores lunares escapan de la Tierra). En "La luna es una cruel amante" resalta en particular el personaje de Bernardo de la Paz, auténtico alter ego de Heinlein: en todo momento Heinlein recurre a este personaje para expresar reflexiones filosóficas de cierto calado, algunas de ellas por cierto totalmente contrarias a la ideología que se le presupone al autor. Y también es llamativo lo presente que está el elemento científico: en toda ocasión es tratado con seriedad, e incluso aparece una propuesta de "ascensor espacial", que recuerda a la que años más tarde postularían Arthur C. Clarke y Charles Sheffield.

Para concluir con el capítulo de los defectos, reseñar la estructuración social en clanes, que aunque interesante y no exenta de lógica en un satélite colonizado, resulta en mi opinión confusa y de resultados cuestionables. También flojea la localización un tanto forzada del contacto terráqueo (LaJoie), así como los detalles frecuentemente superfluos en los que entra el escritor en su afán de verosimilitud.

Y para rematar el de los logros que sin duda han contribuido a que esta novela se siga reeditando, citar los siguientes: los detalles de la conspiración (cimentada a partir de una organización piramidal, con acceso restringido a la información, y la creación de Adam Selene...); determinados momentos puntuales de los libros primero y tercero (en especial el capítulo de la invasión lunar por las fuerzas terráqueas, y la respuesta de la Luna en forma de bombardeos), más logrados a mi modo de ver que el segundo; y la conclusión final de la novela, en el sentido de que el futuro de la Luna será más relevante en tanto que aproveche su posición en lo alto de un pozo de gravedad sobre la Tierra.

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura . ...