sábado, 21 de septiembre de 2019

Omega (2003). Jack McDevitt

Una entrada más continúo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del presente siglo. Voy a hablarles hoy de "Omega", del estadounidense Jack McDevitt, nominada al Nébula de 2005, el cual ganó la novela de fantasía "Paladín de almas", de Lois McMaster Bujold, que como bien saben, queda fuera del ámbito de este blog. Con la reseña de "Omega" sucede algo curioso: siendo la cuarta novela de la saga de "Las máquinas de Dios", en rigor debería haberla reseñado hace unos años, cuando estuve revisando las principales sagas disponibles para el lector en español. Pero entonces justo me detuve en la reseña de la anterior entrega de la saga, "Chindi". La razón fue que en aquel momento no había leído la saga más allá de la esa entrega; "Chindi" me pareció la más floja de las tres, y hasta cierto punto todas las novelas de la misma son relativamente parecidas, por lo que necesitaba un descanso. Pero la de la "Las máquinas de Dios" es una saga muy bien escrita, de esas que deja poso en el lector, por lo que unos años más tarde me apeteció retomar la lectura de las restantes novelas que la conforman (en español). Y como, no por casualidad, las cuarta, quinta y sexta entregas fueron también nominadas a los Premios Nébula, ahora voy a poder afrontar sus reseñas. En el caso de "Omega" debo empezar diciendo que cuando la leí me pareció posiblemente la mejor entrega de la saga hasta entonces, por riqueza especulativa e ingenio creativo. Aunque el desenlace no estuvo a la altura del resto del libro.

Ahora bien, debo advertir de que para subir el listón de la saga, McDevitt renuncia en ella a algunas de las señas de identidad de la misma. La más obvia es que, seguramente consciente de que las descripciones de restos arqueológicos y las especulaciones sobre la civilización que los construyó ya son un planteamiento gastado, nos propone en esta oportunidad una expedición a un planeta (Lookout) habitado por una civilización inteligente (los korbs o goompah). Lo que inmediatamente traslada la novela a otra dimensión. Además, también renuncia a que la expedición la lidere la protagonista absoluta de la saga hasta ahora (Priscilla Hutchins, reducida a un rol relativamente secundario como Directora de Operaciones de la Academia). Incluso abre un poco la mano con los gadgets del siglo XXIII, recurriendo a unos imprescindibles disruptores lumínicos que otorgan la invisibilidad a quienes los portan.

Todo ello no supone que McDevitt altere la ya conocida estructura de las novelas de la saga: un prólogo que nos da la medida del problema, los preparativos para una expedición a los confines de la galaxia, la propia expedición, las peripecias en el destino bajo la presión de la restricción temporal, el epílogo para atar cabos, una extensión similar... Sólo que en este caso se beneficia de la presencia de esos alienígenas inteligentes que tanto juego dan con los inevitables primeros contactos, las graduales averiguaciones sobre su biología, sus creencias y sus sociedades, y la imperiosa necesidad de salvarlos.

Unos alienígenas, por cierto, no excesivamente originales morfológicamente hablando, pero sí cautivadores por todo aquello en lo que difieren de los humanos: sin guerras, ni pretensiones expansionistas, ni restricciones sexuales, ni avances tecnológicos reseñables... Pero sí con inquietudes religiosas, capacidad de análisis y creaciones artísticas. Todo ello, además, justificado en el epílogo con una idea ingeniosa. Lo que permite a McDevitt contraponerlos a los humanos en ámbitos tan variopintos como la amplitud de miras o la necesidad del trabajo. Enriqueciendo además su puesta en escena con personajes tan sugestivos como la "monologuista" Macao, y con expediciones tan evocadoras como la que pretende circunvalar el planeta para regresar al Intigo.

La pena es que, a la hora de culminar su novela con el esperable clímax de aventura y tensión, McDevitt esta vez no da la talla: sorpresivamente renuncia a narrarnos la llegada de la nube Omega al Intigo, y se contenta con un par de capítulos cortos para salvar a los goompah que tratan de rodear el continente oriental. Tampoco la amenaza que sustenta la novela (las nubes Omega) es realmente original, pues ya había recurrido a ella para rematar "Las máquinas de Dios". Ni se complica a la hora de proponer una hipótesis para su existencia (la averiguación final de Hutchins es francamente decepcionante). Otros defectos menores son la falta de justificación para los "demonios" humanoides de la mitología goompah, la falta de una explicación sobre por qué la duración del hipervuelo hasta goompah es precisamente de nueve meses, o los realmente infantiloides pasajes dedicados a la vida de Hutchins en familia.

Eso sí, a cambio la novela ofrece muchas satisfacciones a todos aquellos que valoran la ciencia-ficción "clásica": el respeto por el componente científico (en especial en lo relativo a astronomía e ingeniería aeroespacial), un sentido de la maravilla muy cuidado, algunas sorpresas como la muerte del teórico protagonista antes de lo esperado, una adecuada representación de los poderes que orbitarían en torno a un acontecimiento tan relevante, muchos capítulos disfrutables (la mayoría de los que transcurren en el Intigo), una prosa dinámica y con frecuentes diálogos que facilitan que la novela se lea con facilidad a pesar de su extensión, un encaje coherente con el resto de la saga... razones todas ellas que justificaron su merecida nominación a los Premios Nébula justo cuando la ciencia-ficción "clásica" menos se estaba cultivando.

domingo, 8 de septiembre de 2019

La velocidad de la oscuridad (2003). Elizabeth Moon

Una entrada más prosigo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del siglo XXI que aún no han tenido una entrada independiente en mi humilde blog. Es el turno de "La velocidad de la oscuridad", la novela más emblemática de la escritora estadounidense Elizabeth Moon, la cual se alzó con el Premio Nébula del año 2004. Y que, como sucedía con mi anterior reseña ("American gods", de Neil Gaiman, ganadora el año anterior), es de cuestionable encaje en este tipo de galardones, puesto que no todos sus lectores la considerarán una novela de ciencia-ficción. En todo caso para mí sí lo es, porque explora la evolución del autismo desde un punto de vista científico en un futuro cercano, y por eso la reseño aquí. "La velocidad de la oscuridad" se adentra con acierto en la mente de un adulto autista, y especula con inteligencia sobre sus diferencias con las personas "normales", su tratamiento y sus terapias. Pero carece de una verdadera historia que la respalde, por lo que resulta plana, un tanto ingenua, excesivamente larga y sin apenas tensión.

Indudablemente lo mejor de la novela es Lou Arrandale, el protagonista autista que narra su historia en primera persona durante su mayor parte. Moon, basándose en su experiencia (madre de un hijo autista) y en sus conocimientos sobre el tema, lo caracteriza con mimo, mostrándonos desde su obsesiva búsqueda de pautas hasta sus dificultades para entender fórmulas y convenciones en sus conversaciones con las "personas normales". Además, la escritora consigue que gradualmente dejemos de verlo como un rígido extraño y terminemos empatizando con sus inquietudes y sus logros conforme va superando barreras. Aunque quizá su alto coeficiente intelectual se una baza excesivamente determinante a la hora de que logremos identificarnos con él.

El problema es que la inmensa mayoría del libro se centra en la vida cotidiana de Lou. Y aunque ello implique que nos aprendamos de memoria todas sus rutinas, y conozcamos tanto a sus compañeros autistas en el trabajo como a sus amigos de esgrima, la evolución de la historia durante ese periplo diario es escasa. Casi lo único relevante en él son los ataques cada vez más agresivos que Lou empieza a sufrir, pero cuando Moon confirma que el autor de los mismos es (obviamente) Don, aún falta un tercio de la novela, y ésta se queda huérfana de sorpresas. Lo que es peor: las reflexiones sobre lo que se supone es "ser normal", sobre la luz y la oscuridad, sobre la imposibilidad de que los amigos puedan causar algún mal a otros amigos... se repiten hasta llegar a fatigar. Y paradójicamente, las razones que llevan a Lou a tomar su decisión (ya muy cerca del final) no están demasiado bien presentadas.

Otros defectos menos relevantes son la negativa consciente de Moon a situar al lector (se le oculta la ciudad donde vive Moon, el nombre o detalles de los productos que crea la empresa para la que trabaja, el año en que transcurre el relato...), la poca credibilidad de sus "malos" (Crenshaw y el ya citado Don), la forma tan sencilla como los planes de Crenshaw para con el grupo autista son desbaratados, y lo poco que se esfuerza la escritora en mostrarnos la vida post-operación de Lou, con una mención especial para su decepcionante desenlace.

Y es que a menudo un tema original dentro de un género literario (el autismo en la ciencia-ficción en este caso), un buen protagonista, y unas documentadas y sugestivas reflexiones, no bastan para crear una gran novela. Y "La velocidad de la oscuridad" es uno de esos casos: muy lejos de las "Flores para Algernon" (1966) de Daniel Keyes con la que por argumento se la compara, e incluso notablemente inferior a su otra novela traducida al español, "Restos de población" (1996), que espero poder reseñar algún día.

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura . ...