sábado, 23 de diciembre de 2023

"Un fuego sobre el abismo" (1993). Vernor Vinge

Con la entrada que hoy les traigo avanzo en mi recorrido por los autores y las obras de cabecera de la ciencia-ficción dura. Seguimos en los años noventa, que fue cuando se publicó "Un fuego sobre el abismo", del estadounidense Vernor Vinge. Quien sin duda es uno de los escritores de referencia cuando se habla de este apasionante subgénero. Si bien debo advertirles que la novela que hoy les traigo no es la "más dura" de su producción. Ese adjetivo aplica de manera más natural a sus dos novelas de la "Saga de las Burbujas" ("La guerra de la paz" (1984), y "Naufragio en tiempo real" (1986)), pero dado que ya reseñé ambos títulos en su momento, he aprovechado para traerles por aquí otra de sus obras más reconocidas, a la vez que "lo suficientemente científica" como para formar parte de esta lista. Galardonada ex aequo con el Premio Hugo de 1993, se trata de una novela relativamente entrañable para lo que cabría esperar en Vinge. Con un dinamismo razonable a pesar de su notable extensión y sus múltiples líneas narrativas, un componente científico menos patente que en otras obras suyas (pero tremendamente ambicioso), y buenos hallazgos creativos, como la singular morfología de los "púas".

Toda la novela se encuentra condicionada por la decisión del autor (sin base científica pero científicamente desarrollada una vez presentada) de dividir la Vía Láctea en varias "zonas de pensamiento", más evolucionadas cuanto más alejadas del núcleo galáctico, y cada una de ellas con leyes físicas particulares. El esquema que Vinge sitúa al comienzo del libro permite al lector familiarizarse con unos términos y conceptos que no son sencillos (y que justifican la adscripción de la novela al subgénero de la ciencia-ficción dura), pero sí claves para comprender toda la narración posterior. Y que de paso le permiten soslayar el conocido concepto de "singularidad tecnológica", recurriendo para ello al apenas esbozado Trascenso como lugar donde moran las especies más inteligentes.

La novela aprovecha la indudable riqueza de este marco escénico para proponer una riqueza similar de especies inteligentes habitándolo (sofontes, en la terminología del libro). Entre las que los seres humanos del futuro constituyen sólo una pequeña parte. Escroditas como Vaina Azul y Tallo Verde, dirokimes como Tirolle y Glimfrelle, y sobre todo los "púas", esas manadas de perros con cuello largo e inteligencia coral que conforman una cautivadora sociedad medieval (en la que transcurre el grueso de la historia), reflejan la magnitud de la creación de Vinge, y le proporcionan los mimbres para urdir una trama que, en un análisis simplista, podríamos identificar como space-opera (con sus buenos y sus malos, sus pasiones y odios, sus batallas espaciales...), aunque en realidad funciona también a otros niveles. Como el especulativo; no sólo en lo relativo al futuro de la humanidad, sino también en lo concerniente a las capacidades de los púas, derivadas de su condición de seres con capacidades telepáticas y mentes grupales.

De tal forma que conforme avanzan los capítulos el narrador omniscente va repartiendo su atención entre nada menos que hasta cuatro líneas narrativas . Algo siempre complejo de realizar y que puede poner en riesgo la atención permanente del lector. En general Vinge sale airoso de esta complejidad literaria, pero lo cierto es que las dos líneas narrativas de los púas (la de los reductores y la de los tallamaderas) me parecieron más interesantes que el resto. Y ello a pesar de que la bibliotecaria Ravna Bergsndot y el humano Pham Nuwen (reconstruido por el Poder denominado Antiguo), con sus fricciones y su singular relación amorosa, parecían destinados a convertirse en la pareja protagonista de la historia. Pero ni las motivaciones ni los sentimientos de ninguno de los dos están especialmente bien capturados, y al final resulta que, en proporción, púas como Errabundo, Tallamadera, Acero o Tyrathect aparecen mejor caracterizados.

Esta discreta caracterización de los personajes humanos, y el menor atractivo de su línea narrativa, vienen acompañados por otros defectos perceptibles que le restan algo de brillo al resultado final. Tal es el caso de la sociedad medieval de los púas, indudablemente demasiado similar a la humana. O de la Red que permite las comunicaciones interestelares: útil para que Vinge amplíe la difusión de su creación y las especulaciones sobre los acontecimientos que va presentando, pero cuestionable tecnológicamente, y con frecuencia una innecesaria interrupción del ritmo narrativo. El cual, por otra parte, consigue solamente alcanzar el justo para que la lectura no se haga pesada, pero con el debe de una cierta falta de emoción. Además, apenas se nos ofrecen unas breves pinceladas de la repecursión de la Perversión en otras civilizaciones. Y las razones tras la evidente maldad de unos Poderes que, precisamente por haber trascendido, deberían preocuparse muy poco por lo que pueda ocurrir en el Allá, continúan siendo una incógnita al finalizar la lectura.

A cambio, el autor consigue dotar de coherencia y de una sensación de verosimilitud a cuanto narra en la vastedad de la galaxia. Y el desenlace está muy bien resuelto: sin premura, con profundidad, integrando los distintos puntos de vista, haciendo converger las diferentes facciones, y alcanzando un clímax convincente. Si a ello le sumamos un epílogo que termina de explicar lo acontecido y reduce el número de cabos sueltos, entenderemos que la impresión final de la lectura sea claramente favorable. Aunque, a mi modo de ver, sin alcanzar la condición de clásico.

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