jueves, 31 de diciembre de 2020

El largo viaje a un pequeño planeta iracundo (2014). Becky Chambers

Tras el paréntesis de mi anterior entrada, retomo hoy en orden cronológico las reseñas de muchas de las mejores escritoras del género a través de sus novelas más emblemáticas. Vamos avanzando en el tiempo y estamos ya en 2014 (o en 2018 si consideramos la edición disponible para el lector en español), que fue cuando la estadounidense Becky Chambers debutó en el panorama literario autopublicando su primera novela, "El largo viaje a un pequeño planeta iracundo". Una obra que poco a poco fue haciéndose un hueco hasta, ya convertida en saga gracias a otras dos novelas ("Una órbita cerrada y compartida" (2016) y la aún inédita en nuestro idioma "Record of a Spaceborn Few" (2018)), ser reconocida el año pasado con un Hugo a la mejor saga. Un galardón que refleja el éxito de esta joven escritora a la hora de renovar el género. Aunque debo reconocer que al menos la novela que nos ocupa hoy me defraudó un tanto. Se trata de una obra amena, optimista, llena de reflexiones y especulaciones sociales y con un elenco de personajes sobresaliente. Pero con una trama muy floja y un posicionamiento excesivamente obvio de la autora sobra cuestiones que probablemente requerían una exposición más neutral.

Dos grandes aciertos sustentan el libro. El primero y más obvio es la tripulación de la Peregrina: un elenco de personajes compuesto por cinco seres humanos y tres miembros de otras tantas especies sapientes (aandrisk, grum y siamat), además de una Inteligencia Artificial a la que todos consideran un miembro más. Aunque al comienzo dé la impresión de ser una novela centrada en Rosemary Harper, la humana recién llegada de Marte para incorporarse como archivista y administrativa, el lector pronto descubre que en realidad Chambers ha planteado una novela coral, en la que casi todos los miembros de la tripulación son igual de relevantes en cuanto a sus vivencias, actos y sentimientos. Además, los personajes interactúan mucho entre ellos, y están tan bien caracterizados y se complementan tanto que se les llega a coger cariño.

El segundo acierto, directamente relacionado con el primero, es la variedad y la originalidad de las especies sapientes que pueblan nuestra galaxia en el futuro. Agrupadas en un supraorganismo administrativo denominado Confederación Galáctica, harmagianos, aeulones, quelin, laru, rosk, akarak, toremi y otras especies como las representadas en la tripulación de la nave cautivan por sus originales rasgos físicos, por las particularidades sociales que de ellos se derivan y, sobre todo, por su capacidad para reflexionar sobre costumbres e ideas humanas "desde fuera", lo que constituye un enriquecedor ejercicio de anti-antropocentrismo muy en consonancia con el papel secundario que desempeña la especie humana en el futuro ideado por la escritora.

Pero a pesar de estos excelentes mimbres la novela dista mucho de ser redonda por un fallo imperdonable: la endeblez de la trama. Puestos a ser benévolos, puede ser entendible que la historia tarde tanto en arrancar (el primer cuarto apenas se limita a profundizar en los personajes de la nave y sus respectivas civilizaciones), pero lo que no es asumible es que cuando al fin se determina el propósito que da título al libro, en vez de establecer un itinerario claro y jalonarlo con los episodios de aprovisionamiento, autorizaciones legales y de acción correspondientes, el resto de la novela se limita a capítulos relativamente inconexos en los que el propósito de la autora de ampliar y comprender mejor las personalidades de cada miembro de la nave resulta demasiado obvio. No es que no surjan algunas contrariedades, ni que falten por completo episodios de acción (cabe citar el asalto de los akarak o el ataque de los toremi a la Peregrina), pero son minoría, y rompen tan abruptamente el tono de desenfadado optimismo que preside la novela, que no acaban de resultar convincentes.

Otro fallo grave es que Chambers no se limita a especular sobre temáticas y situaciones más o menos provocativas; es que toma partido por ellas, lo que a menudo puede incomodar al lector habitual del género, más acostumbrado a llegar a sus propias conclusiones que a esperar a que el escritor le adoctrine con las suyas. Es el caso por ejemplo de las relaciones sentimentales o sexuales entre miembros de la tripulación de distintas especies, o incluso entre un humano y la IA de la nave: aparte de en mi opinión rizar el rizo más de lo necesario con estas relaciones a costa de despriorizar los acontecimientos del viaje, Chambers nos intenta abiertamente convencer de la naturalidad del lesbianismo entre especies, de las bondades de las familias "de hogar" frente a las familias "de eclosión", o de la viabilidad del sexo entre hombre y máquina. Con una insistencia que llega a cansar.

En menor medida, otros defectos también afectaron negativamente mi impresión global. Empezando por la gran cantidad de barbarismos, tan innecesarios como incómodos de leer. Siguiendo por algún que otro fallo obvio (por ejemplo Ohan llegan justo al término de su Declive en plena perforación del túnel en el espacio toremi... lo que es totalmente inconsistente después de los días y días que de manera innecesaria todos los miembros de la tripulación perdieron en sus episodios personales durante el viaje; por no hablar de lo mal resuelto que está el hecho de que el clon Corbin deba estar ligado a la aandrisk Sissix por una supuesta cuestión legal que luego no les afecta a ninguno de los dos en absoluto). Y terminando por las dificultades de la escritora a la hora de narrar los episodios de acción (al acabar el más relevante de todo el libro es imposible saber si el túnel perforado por la Peregrina en Hedra Ka queda finalmente establecido o no).

Y es una pena, porque muchos detalles de la novela están bien cuidados: la diversidad y originalidad de los idiomas, lugares cautivadores como Puerto Coriol, la alimentación de las distintas especies, avances tecnológicos como la estasis o los agujeros de gusano, el final agridulce en contrapunto con tanto optimismo desplegado anteriormente... Incluso la traducción y la edición son muy meritorias para lo acostumbrado en el género. Quizá todos estos hallazgos que he enumerado fraguen mejor en "Una órbita cerrada y compartida", la esperable continuación a la que me refería al comienzo, ya con menos necesidad de imponer convicciones y con más espacio para una trama más elaborada. Pero no tengo del todo claro que me vaya a animar a leerla; para estar del todo convencido, el largo viaje me debería haber enganchado un poco más.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Un paréntesis: "Nueve años"

Interrumpo en esta oportunidad mi revisión de muchas de las mejores novelas traducidas al español de las escritoras de ciencia-ficción más relevantes, para dar cabida a una entrada mucho más personal. Voy a hablarles de "Nueve años", mi primera novela, que acaba de ser publicada. Un pequeño hito a nivel personal que quería compartir con muchos de los seguidores de este humilde blog.

Más que de una ambición satisfecha, en mi caso podríamos hablar de una inquietud latente. Lector empedernido de ciencia-ficción y "bloguero" durante prácticamente una década, en el fondo de mi cabeza siempre estuvo darle una oportunidad a mi vena creativa dentro del género. Pero no fue algo que me obsesionara, y por mucho tiempo fue sólo una idea más en mi mente, aparcada a la espera de encontrar el "momento adecuado". Que además de por una situación familiar estable, pasaba por crear una historia que pudiera merecer la pena ser contada, algo que lógicamente no surge de la nada. Así, durante años simplemente fui acumulando muchas notas sobre potenciales argumentos, hasta que en noviembre de 2018 una madrugada me desperté, y me di cuenta de que la historia que acababa de soñar entroncaba y complementaba una de esas ideas. Así que la anoté, y a finales de 2018, en plenas vacaciones de Navidad, me puse manos a la obra.

Tras escribir un borrador con los acontecimientos esenciales de cada capítulo, durante los últimos días de asueto tuve tiempo de redactar los tres primeros. Pero una vez volví a mi jornada laboral de lunes a viernes, la continuación de la escritura tuvo que esperar a los fines de semana. Un ejercicio de memoria y de fuerza de voluntad nada sencillo, por la dificultad de mantener intactos el estilo y los pequeños detalles dedicando sólo unas cuantas horas cada siete días. Aunque afortunadamente el borrador me ayudó mucho, y casi cada fin de semana conseguía completar un nuevo capítulo. Si bien tuve que acelerar al final, ya que quería que el libro fuera el regalo a mi mujer por nuestro décimo aniversario de boda, y la fecha se echaba encima. Pero con alguna que otra noche corta conseguí terminar a tiempo esa primera versión.

Mi mujer era una buena piedra de toque para valorar mi obra, pues ni conoce ni aprecia en demasía el genéro de la ciencia-ficción, y tiene la confianza suficiente para hacerme ver todos los fallos y errores. Pero el caso es que le gustó mucho (tanto que es el libro que más rápidamente se ha leído nunca, algo que me honra), y salvo unos pocos detalles apenas me sugirió modificaciones. Una vez hechas, llegó justo la oportunidad de presentarla al Premio Minotauro, el más importante en lengua española del género. Y así lo hice, aun cuando ello implicara no poder divulgar la novela por ningún otro medio durante más de un año, hasta que el premio se fallara.

Durante esos meses solamente uno de mis mejores amigos, español residente en Texas que vino a España de visita, tuvo la oportunidad de leer la novela, darme sus comentarios y correcciones, que incorporé al manuscrito, y animarme a publicarla. Así hasta julio de este año, cuando el Premio se falló... y como pueden deducir (o saber si siguen el prestigioso galardón), no gané. La verdad es que tampoco supuso una decepción, pues habían sido más de cuatrocientas las novelas presentadas, con lo que la probabilidad de ser seleccionada había sido desde el principio muy baja. A cambio, recuperaba la libertad de hacer lo que quisiera con el manuscrito. Así que lo envié a dos de las editoriales más interesantes en España que publican obras del género (no diré sus nombres), y quedé a la espera de una respuesta. Pero los meses pasan, y las ganas de dar a conocer mi trabajo han vencido finalmente a esa espera de una respusta que podría no recibir nunca. Por lo cual hace unos días la publiqué en Amazon, gracias a su "Kindle direct publishing", un estupendo canal para autores noveles sin editor como yo.

En realidad las dificultades de un escritor novel para publicar son tan habituales que no me han sorprendido. De hecho, ahora puedo entender mejor a tantos y tantos autores que tuvieron y tienen dificultades para que sus obras vean la luz. En mi caso, además, en ningún momento me planteé crear una obra "a la moda" en cuanto a temática o público de referencia: simplemente di rienda suelta a mi creatividad. Y resultó que lo que me apetecía crear era una distopía. Que es uno de los subgéneros más importantes de la literatura de ciencia-ficción, y al que curiosamente aún no he dedicado un monográfico. Quería que mi novela permitiera múltiples y profundas especulaciones personales y sociales, y la distopía me pareció el enfoque adecuado. Pero también quería que funcionara a distintos niveles, y por eso traté de presentar las sociedades del siglo XXII con una historia que tuviera intriga, tensión, e incluso aventura. Además, que la protagonista fuera una niña me permitiría revisar desde distintos ángulos ese femenismo que tanto preside no ya nuestra sociedad, sino buena parte de la literatura de ciencia-ficción contemporánea.

Acostumbrado como estoy a reseñar y opinar sobre las creaciones literarias de otros, ahora más que nunca me doy cuenta de lo complicado que es valorar las creaciones propias. Sólo puedo decir que me siento satisfecho con el resultado de tantas horas, y que si a algún otro lector le agrada o al menos le mueve a reflexión, me daré por doblemente satisfecho. Como es obvio, al publicarla únicamente en formato ebook y a un precio simbólico, el crematístico no es uno de mis fines. Como tampoco lo es ser el inicio de una carrera literaria; simplemente me dejaré llevar y si alguna vez tengo una buena historia y ganas, volveré a escribir, y si no... ya habré hecho dos de las tres cosas que se supone todos debemos hacer una vez en la vida, ¿no?

Por si después de estos párrafos aún tienen interés en conocer "Nueve años", el enlace.

lunes, 30 de noviembre de 2020

En tiempos de guerra (2007). Kathleen Ann Goonan

Con la presente entrada continúo la reseña de muchas de las mejores novelas de ciencia-ficción escritas por mujeres y disponibles para el lector en español. Siguiendo el orden cronológico, hoy es el turno de "En tiempos de guerra", la única novela traducida a nuestro idioma de la estadounidense Kathleen Ann Goonan. Una circunstancia extraña, pues muchas de sus novelas han estado nominadas a los premios más prestigiosos del género, y en el caso de la que nos ocupa hoy de hecho se alzó con los premios John W. Campbell y de la American Library Association. A pesar de lo cual ya adelanto que no me causó una impresión demasiado favorable. Y es que se trata de una novela que al empezar la lectura promete mucho por temática, ambientación y galardones, pero que conforme avanza se va volviendo más y más anodina, a la espera de un salto cualitativo en su vertiente de ciencia-ficción que desgraciadamente nunca llegará.

La Segunda Guerra Mundial se ha convertido en una fuente inagotable de buenas historias. Y en este caso además Goonan parte para su acercamiento a este momento histórico de los relatos escritos por su padre (que participó en la contienda), proporcionando así a la escritora un material valioso tanto para ambientar su historia como para complementar la narración en tercera persona del grueso de la novela. A este punto fuerte de la novela se le añade la atrayente idea de un aparato tecnológicamente novedoso que podría ser capaz de alterar el curso de la Guerra y la historia posterior. Con lo cual cuando la narración arranca tenemos una sugestiva combinación de novela histórica y potencial ucronía. Que además se alzó con premios notables. ¿Qué falla entonces?

Pues a mi modo de ver lo esencial es la sensación de promesas incumplidas que gradualmente se va apoderando del lector. Y es que a pesar de su extensión (a todas luces excesiva), la novela ofrece hasta el más mínimo detalle del periplo de su protagonista Sam Dance desde un poco antes de su alistamiento en el ejército, pero prácticamente nada sobre realidades temporales diferentes. La escritora recorre quizá con audacia no justificada los lugares y momentos claves para el desenlace del conflicto en 1945 (desde Berlín hasta Hiroshima), pero una y otra vez prefiere centrarse en la relación de Dance con su amigo Wink, en sus amoríos o en sus juergas, y apenas se acuerda del desarrollo de los DH2 y DH4, que son los que deberían dotar de originalidad a la narración.

La lectura se vuelve más insustancial si cabe por la reiteración de Goonan a la hora de establecer paralelismos entre los desplazamientos musicales por escalas y tonos del jazz y los desplazamientos entre distintas líneas temporales. No hay nada malo en la evidente pasión de la escritora por el jazz, pero incluso para mí que conozco a muchos de sus intérpretes, resulta fatigoso asistir a tantas actuaciones, escuchas tantos discos, citar tantos nombres... Tampoco ayuda una narración que, pese a relatar un conflicto bélico, no ofrece pasajes de tensión, ni anda sobrada de momentos destacables. Y pese a su estructuración en capítulos cortos, son tantos los que no aportan nada que pasar las páginas va costando cada vez más.

Aparte de no estar desarrollada hasta casi el desenlace, lo que deberia dar razón de ser a la novela (la conexión entre distintas realidades temporales) está mal justificada y peor presentada. Al principio la escritora lo intenta proponiendo un original uso de la teoría cuántica aplicada a la consciencia, luego se atreve incluso a hablar de un artilugio tangible como el magnetrón de cavidad, pero gradualmente va desistiendo de explicar el desarrollo del DH10, que simplemente va evolucionando por sí mismo... hasta acabar por dar lugar a un avión ¡que viaja en el tiempo! Pero si el elemento científico de la novela es pobre, la interacción de realidades temporales es paupérrima: Hadntz aparece y desaparece de las formas más inverosímiles, Wink casi lo mismo, las paradojas temporales no se intentan resolver, y al final cada personaje simplemente va siguiendo la línea temporal que más le conviene a Goonan.

Otros defectos menores son una traducción con muchos errores sintácticos y semánticos, que el único acontecimiento histórico que finalmente se ve afectado por la interaccion de líneas temporales sea el más que manido asesinato de John F. Kennedy, y lo mal que está resuelto el desenlace, con un Dance que a pesar de ser obviamente el más rápido tras el intento de asesinato llega sin embargo tarde a su encuentro con Bette, para además avanzar sin explicación alguna casi diez años adelante en el tiempo mediante un simple viaje por carretera de Dallas a Washington.

Y es una pena, porque todo este lastre dificulta apreciar algunos logros de la novela que sin embargo están ahí. Quizá el más llamativo sea la habilidad de Goonan para presentar la cara más amable y desenfadada de la Guerra. En menor medida, la caracterización de Dance y de los distintos lugares en los que va viviendo está razonablemente asegurada. Y se defienden algunas ideas que pueden dar lugar a jugosas reflexiones: el rechazo a cualquier tipo de totalitarismo (desde el nazismo al comunismo), la lucha contra nuestro propio destino, o los párrafos finales del penúltimo capítulo, que dibujan un panorama geopolítico mucho más amable que el que en realidad conocimos.

domingo, 8 de noviembre de 2020

El último hombre mortal (2006). Syne Mitchell

Una nueva entrada prosigo con mi reseña de alguna de las mejores novelas de ciencia-ficción escritas por mujeres. Voy a hablar hoy de "El último hombre mortal", la única novela traducida al español de la estadounidense Syne Mitchell. Una novela trepidante, muy elaborada desde el punto de vista científico, con giros argumentales ingeniosos y mucho material para la reflexión. Es una pena que tanto la novela en sí como su autora sean tan poco conocidas para el lector en español, ojalá esta entrada contribuya en algo a paliar esa situación.

El uso que en siglos venideros la humanidad dará a la nanobiología es una excelente idea de partida para una novela de ciencia-ficción, pero hay que saber desarrollarla sin caer en hipérboles que le resten verosimilitud. Mitchell lo logra plenamente recurriendo a un elenco de personajes arquetípico pero efectivo: Lucius Sterling, el multimillonario que ha logrado la aplicación de la tecnología a la humanidad, con todas las implicaciones sociales que se derivan de la existencia de humanos inmortales; Leonardo Fontesca, el científico huidizo que ha logrado crear la tecnología; Jack Sterling, bisnieto de Lucius y su contrapunto perfecto a causa de su alergia a la nanobiología; y especialmente, Alexa Dubois, una joven de los suburbios del Sur de Estados Unidos reconvertida en guardaespaldas inmortal de Lucius. Estos cuatro personajes principales, junto con la comunidad menonita de Montana, que por su aislamiento histórico proporciona un contrapunto perfecto en multitud de situaciones a tanto avance tecnológico, le permiten a la escritora no sólo sacar un gran partido a su idea, sino ir aumentando el interés de la trama gracias a sus continuos giros argumentales.

El elemento científico de la novela también raya a gran altura. Las explicaciones sobre nanobiología son frecuentes y accesibles, sus consecuencias en los seres humanos "cambiados" y "eternos" relativamente fáciles de comprender, y los desensambladores que actúan como eficaz y al mismo tiempo fatídico antídoto, razonables. Además, la transformación de las ciudades y los medios de transporte entre los siglos XXI y XXIV contribuye al realismo de lo narrado por la autora. Incluso Gaia-Net, la evolución poco menos que inmaterial de nuestra internet actual, está en todo momento bien planteada y resuelta. Quizá únicamente sea excesiva la capacidad de resistencia frente al dolor y la destrucción de los guardaespaldas inmortales Alexa, Hu-Dong o Dyson Rader.

Otro punto fuerte de la novela es su literatura poderosa. Con una prosa efectiva y sin florituras que facilita la comprensión de lo narrado, y un acertado equilibrio entre descripciones y diálogos, Mitchell va introduciendo regularmente ideas y sorpresas que, por una parte, ayudan a mantener la tensión y, por otra, permiten al lector reflexionar sobre múltiples conceptos científicos y morales. Si bien es cierto que Mitchell no elabora en demasía esas especulaciones, simplemente se las ofrece al lector para que sea él quien las desarrolle, lo que puede resultar un tanto arriesgado (más aun considereando que la escritora no suele tomar partido por ninguna opción planteada), pero que en general funciona. A cambio, Mitchell no descuida la vertiente más humana de sus personajes, algo no siempre habitual en una novela con tanto contenido.

No es ésta una obra de grandes defectos. Aparte de esa resistencia fuera de lo normal de los guardaespaldas y de la clara preferencia por las reflexiones implícitas, tal vez sobre un poco de violencia en algunos capítulos y falte algo más de pausa en otros. Otro aspecto cuestionable es que "el malo" al que recurre Mitchell (el venezolano Marcus Valiente) no está del todo elaborado a lo largo de la novela, y parece más una excusa para aumentar el dramatismo en determinados momentos que otra cosa. Y la conversión moral de Alexa justo antes del final puede resultar cuestionable.

A cambio de estos aspectos menores, la escritora nos ofrece un amplio y sugerente recorrido por la Tierra del futuro (desde la isla artifical de Elíseo hasta el complejo orbital de Nuevo Ávalon, pasando por lugares tan dispares como el Tíbet y San Petersburgo), muchos episodios plenos de aventura y acción, y un desenlace en dos partes, primero en Elíseo y después en Montana, que resuelve con habilidad y gran tensión la mayor parte de lo expuesto, con el acierto adicional de que no todo "acaba bien". Y que además deja los suficientes elementos abiertos para una continuación que yo creo podría funcionar muy bien, pero que la autora nunca se ha animado a escribir (a pesar de que incluso en la Wikipedia se habla de "The Deathless series" al referirse a "El último hombre mortal"). Seguiremos esperando.

domingo, 18 de octubre de 2020

Una mujer del pueblo de hierro (1991). Eleanor Arnason

Con la presente entrada prosigo con mis reseñas de novelas creadas por las más relevantes escritoras de ciencia-ficción. Hoy voy a reseñar "Una mujer del pueblo de hierro", de la estadounidense Eleanor Arnason. Y debo empezar con una disculpa. Aquellos que siguen con regularidad las entradas que voy publicando, saben que cuando hago revisiones sobre un tema concreto de la literatura de ciencia-ficción, siempre selecciono el orden cronológico para ir reseñando las distintas obras. Y ese es el caso también de las reseñas que estoy dedicando a las escritoras de ciencia-ficción desde hace ya unos cuantos meses. Pues bien, mi anterior entrada ("Almas en guerra") se publicó en el año 2004, mientras que la entrada de hoy corresponde a una novela escrita trece años antes, en 1991. Un error a la hora de ordenar las novelas a reseñar por el que me disculpo. La razón de este fallo ha sido que para confeccionar la lista de novelas de una cierta temática recurro a mi base de datos de ciencia-ficción. Y la presente novela aparecía en dicho fichero como publicada en el año 2005. Que en realidad es el año en el que vio la luz su traducción al español. Siempre intento reflejar la fecha de publicación original de la novela y no la de su traducción, pero en este caso me equivoqué. Aunque mirado desde otro punto de vista, el lector que no tenga un inglés fluido sólo pudo descubrirla a partir del año 2005. Por lo cual el asunto tampoco es tan grave.

En todo caso la de hoy es una de las dos novelas de Arnason traducidas al español. Una novela con un argumento interesante, que empieza sugestiva y nos cautiva con su ambientación. Pero que se va desiflando poco a poco en sus larguísmos y poco digeribles capítulos, con una trama que se vuelve repetitiva y sin un motor que la dinamice. Así hasta llegar a un final realmente flojo.

La primera expedición tripulada a Sigma Draconis II, un planeta habitado por humanoides inteligentes en una fase de desarrollo anterior a la de la humanidad del siglo XXIII, es sin duda un punto de partida sugerente. Probablemente los alienígenas que lo habitan sean demasiado similares a nosotros morfológicamente, y quizá su organización social se parezca en demasía a la del final de nuestro neolítico y las edades del hombre posteriores, pero su modo de vida, sus ritos, costumbres y formas de garantizarse el sustento resultan creíbles. Además, sus poblados únicamente habitados por mujeres y niños, los apareamientos entre hombres y mujeres constreñidos únicamente a la época de celo, así como la culpa que siente la alenígena Nia por haber vivido regularmente con un hombre, o su venganza por lo que sin entenderlo realmente constituye a todas luces una violación, proporcionan un material especulativo de primer nivel, en el que con buen criterio Arnason insinúa más que explicita.

El otro punto fuerte de la novela es su ambientación: aunque en mi opinión sus paisajes resulten excesivamente coloridos sin justificación para ello, la diversidad de su flora y su fauna agrada y convence a partes iguales. Los distintos pueblos que desfilan por la novela (el del Hierro, el del Ámbar, el del Cuero, el de la Piel y el Estaño, el del Cobre de la Llanura) poseen sus rasgos sociales característicos y enriquecen gracias a ellos la narración. Y la nave utilizada para la expedición, con su tecnología correctamente desarrollada (y completada en un recomendable apéndice), así como una tripulación compuesta por roles y nacionalidades variopintos, capaces de establecer un asentamiento sostenible en el planeta, completan el panorama.

Los problemas de la novela desgraciadamente empiezan ya desde su comienzo, con su desafortunada estructuración en sólo doce capítulos para sus generosas quinientas páginas (uno por cada personaje en el que se centra la narración). Que ya de por sí resultarían largos, pero más aún teniendo en cuenta que no hay ninguna separación entre las múltiples escenas que se naran en cada uno de ellos. Ello provoca que el lector no sepa cuándo interrumpir la lectura, se vea obligado a menudo a asimilar sin tregua gran cantidad de información, y finalmente que a la fascinación inicial por el argumento y la ambientación la vaya sustituyendo cierta decepción y pérdida de interés conforme la trama se va volviendo repetitiva.

Porque entre tantas páginas no hay cabida para una exploración sistemática de los alienígenas y su entorno, ni para una recopilación de datos periódicos que permitan extraer conclusiones; tan sólo el extenso viaje sin un propósito muy claro que emprenden Nia y Lixia, y al que sin una explicación convincente se unen el humano Derek primero y el oráculo alienígena La Voz de la Cascada después. Un viaje en el que una y otra vez la trama se limita a ir encontrándose y compartir un tiempo con diversos humanoides (Inahooli, Inzara, Tanajin, Ulzai), lo que ciertamente permite aprender más sobre otros alienígenas, pero sin pasajes de acción, tensión o aventura que saquen al lector de la monotonía.

Además, la forma como Arnason nos va descubriendo cómo sería la vida de los humanos en el siglo XXIII es desafortunada: durante los primeros tres cuartos de la novela sólo nos da pinceladas sobre el colapso de la sociedad capitalista y las bondades sociales del marxismo y las filosofías orientales. Y cuando por fin nos presenta la vida en el campamento humano, todo lo que averigua el lector al respecto es una visión parcial y sesgada de unos pocos personajes, y un supuesto conflicto sobre la intervención/no-intervención en las sociedades alienígenas, que parece estéril después de dieciocho años luz de viaje espacial para poder llegar al planeta.

Conficto, por otra parte, que después de la previsible asamblea con el pueblo del Hierro, se desinfla por una supuesta manipulación previa de la historia humana acaecida mientras la nave estaba en tránsito, dando lugar a un desenlace impreciso y romo por la parte humana, y no mucho mejor por la parte alienígena, pues la influencia de los seres humanos en su futuro no se concreta, y Nia simplemente retoma su vida en solitario. En suma, un estupendo material especulativo, pero una novela fallida.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Almas en guerra (2004). Liz Williams

Con esta entrada prosigo con las reseñas en orden cronológico de novelas de referencia creadas por las principales escritoras del género. En esta oportunidad voy a opinar sobre "Almas en guerra", la única novela traducida al español de la británica Liz Williams. Una novela a mi modo de ver más importante por lo que representó en su momento que por su calidad o interés. Y es que, bajo la falsa etiqueta de ciencia-ficción, "Almas en guerra" es realmente una novela de fantasía en la que todo es posible por incoherente que pueda parecer, pobremente explicada y con un argumento ramplón. Sólo se deja leer por su atrayente estética, sus capítulos cortos y dinámicos y, como decía, por su clara condición de precursora de tendencias en el género, particularmente el science-fantasy actual.

Probablemente si la novela hubiera estado correctamente categorizada como lo que en realidad es, nunca me habría animado a leerla, pero cuando me informé sobre ella, su referencia a un futuro lejano en el cual un planeta Marte terraformado ejercía de dominador sobre una Tierra anegada salvo en sus cotas más altas parecía un punto de partida atrayente y a la vez perfectamente encuadrable dentro del género. Pero en realidad es sólo un truco de la autora: la historia podría haber transcurrido igualmente en un conjunto de planetas imaginario, sin leyes físicas que lo rigieran. Dado que prácticamente no hay mención a lugares reconocibles de Marte, y de la Tierra apenas unos pocos. De hecho, una prueba obvia de que el escenario da igual (además de un fallo difícilmente justificable) es que los personajes jamás sienten ni el más mínimo efecto por el hecho de pasar de la gravedad de un planeta a la del otro.

Pero peor que esta falta de rigor es la sensación de "todo vale" que preside la novela casi desde el principio. La tecnología espectral, supuestamente alienígena, que pretende justificar la resucitación de las almas y su consiguiente ocupación de otros cuerpos no admite como es lógico el más mínimo análisis. Williams a veces intenta defender su creación, y por eso en las páginas de su obra propone justificaciones para la matriz de luz negra o para el rey dragón del fondo del Océano terrestre, pero honestamente no lo consigue.

Por si todo esto fuera poco, las motivaciones detrás de los personajes principales tardan mucho en explicarse, y nunca terminan de estar del todo claras. Unos personajes, además, que resultan un tanto simples, a veces parecidos en exceso entre ellos (es el caso de Sueños-de-Guerra e Yskaterina), y que sin previo aviso se ven sometidos a episodios que parecen sólo una excusa para alargar la novela (como el combate que de repente Sueños-de-Guerra deberá librar con los tigres cambiados). Por no hablar de las nuevas especies de humanos existentes (kami, kappa, tijereteras), y que en el caso de Lunae, la hito-bashira, posee incluso la capacidad de doblar el tiempo... Ahí queda eso.

Y sin embargo, si el lector se deja llevar sin más cuestionamientos e intenta encontrar algo positivo en la lectura, lo encontrará. Sobre todo en el uso de la ingenería genética para que las mujeres hayan conseguido seguir procreando sin necesidad de hombres, hasta convertirse así en los únicos seres humanos dignos de tal consideración. Y, en relación directa con dicho uso, las pieles de crecimiento que han permitido crear las nuevas especies. Un alegato feminista gracias a los avances tecnológicos que quizá pueda parecer radical en exceso, pero sin duda resultó precursor de obras posteriores que han ahondado en esta premisa. Por otra parte, los capítulos cortos dinamizan la lectura y facilitan el entretenimiento. Asimismo, la parafernalia de imágenes visualmente muy atrayentes tanto en la Tierra como en Marte ("góticas" las denominan en la contraportada), un poco en la línea de Catherine Asaro o Joan D. Vinge, está conseguida. Y por encima de todo, esa fantasía disfrazada de ciencia-ficción en un futuro muy lejano permitió a la novela ser de las primeras en adscribirse a lo que entonces se denominó new weird, el movimiento precursor del science-fantasy que arrasa en la actualidad a nivel de crítica y ventas.

Con un argumento que es poco más que una explicación de conceptos inverosímiles y una persecución continuada por la Tierra y Marte, era previsible que el desenlace fuera poco original, y que "todo saliera bien". Pero lo que no esperaba cuando lo leí es que para ello Williams llegara a permitirse licencias como fusionar las vida de Yskaterina y el animus, o que la Torre de Memnos se alimentara de la energía de las gaecelas. Recursos totalmente inadmisibles en mi opinión, e innecesarios para rematar el resultado. En suma, una novela decepcionante salvo por lo que en su momento supuso. Lectores rigurosos, abstenerse.

domingo, 13 de septiembre de 2020

El despertar del milenio (1999). Jane Jensen

 

Una nueva entrada prosigo con la reseña de novelas representativas de algunas de las mejores escritoras de ciencia-ficción. Voy a hablarles hoy de "El despertar del milenio", una de las dos únicas novelas traducidas al español de la estadounidense Jane Jensen. Una escritora que es más conocida por su faceta de creadora de videojuegos, lo que no significa en absoluto que no domine el oficio de las palabras. Y es que sin duda "El despertar del milenio" es una de las novelas más notables del género escrita por mujeres que he tenido la oportunidad de leer. Combinando una base de ciencia-ficción con un desarrollo más propio de un thriller contemporáneo, Jensen nos ofrece una novela vertiginosa, muy rica en personajes y culturas, amena de principio a fin a pesar de su extensión (casi seiscientas páginas), y no exenta de reflexiones. Aunque se toma un par de licencias poco defendibles.

Al principio la novela puede llegar a abrumar: son tantos y tan variopintos los personajes, tan dispares las situaciones en que se encuentran, tan poco asumibles los sucesos que han sucedido en Santa Pelagia justo al comienzo, que es necesario confiar en el buen hacer de la autora y poner toda nuestra atención en lo que se nos presenta para no prejuzgar equivocadamente la novela. Pero en cuanto se le da tiempo, empieza a aprehenderse la magnitud de lo narrado por la autora y a la vez el lector empieza a orientarse gracias a las líneas narrativas del sacerdote Michel Deauchez y el periodista Simon Hill. Y a partir de ahí, ya disfruta hasta el final.

Es loable el esfuerzo de la escritora por dar cabida a las más diversas culturas y sus correspondientes manifestaciones religiosas: desde los telepredicadores estadounidenses hasta los budistas hindúes, pasando por los nativos norteamericanos y llegando hasta los jihadistas de Oriente Medio. Jensen sale airosa de un reto tan complejo de escribir como el que nos plantea. Y además lo enriquece con unos notables (para la época, finales del siglo pasado) conocimientos y empleo siempre que es necesario de las últimas tecnologías informáticas y de telecomunicaciones, armamentísticas, sanitarias... Incluso recuerda con acierto a situaciones que estamos viviendo en nuestra omnipresente pandemia.

Por si todo lo anterior fuera poco, la escritora bebe con criterio del Apocalipsis y otras fuentes que a lo largo de nuestra historia han predicho el final de nuestro mundo, y usa esa inspiración para ir desplegando con toda su crudeza cada una de las siete plagas: esporas y llagas; dinoflagelados y marea roja; hantavirus y pandemia; láser difuso y fuegos; erupciones volcánicas y pozos de humo... Al partir siempre de un elemento científico contrastado para crear cada una de las supuestas "plagas divinas", consigue darle verosimilitud a tan terrible panorama. Y sin abusar de las muertes para no exagerar el sensacionalismo de la novela, las que nos presenta (el Papa, el presidente de los E.E.U.U., el virólogo Mike Smith) acrecientan esa sensación trágica que atrapa al lector.

Aunque no sólo el panorama es responsable de la velocidad con la que se pasan las páginas: Jensen adopta muchos de los recursos de los thriller que no se avergüenzan de aprender de los aspectos positivos de los best-sellers, y nos ofrece situaciones casi siempre resueltas en pocas páginas, con un claro predominio de los diálogos y una prosa neutra que pasa razonablemente desapercibida. Y, sin tratarse de una novela de personajes, los principales quedan suficientemente caracterizados, y de casi todos los secundarios se nos muestra su desenlace.

Aun tratándose de una novela brillante, no alcanza en mi opinión la calificación de "clásico" por algunos defectos fácilmente apreciables, si bien sólo dos de ellos son realmente relevantes. El primero y más obvio es que la escritora da por ciertas determinadas consecuencias de las manifestaciones religiosas más fervorosas (como la sangre que emana de las manos de Dauchez cuando "entra en trance"), impropias de una novela de ciencia-ficción seria. Y el segundo, consecuencia directa del primero aunque no tan evidente, es el postulado según el cual la mente humana comunitaria es capaz de alterar la realidad física, hasta el extremo de acelerar o frenar el desplazamiento de las placas tectónicas. Otros defectos menores son puntuales comportamientos pocos razonables de sus personajes principales (como cuando Deauchez decide visitar a Andrews, siendo obvio a lo que se va a exponer), o un exceso de atención en el primer tercio del libro a las más variopintas líneas narrativas, que contrasta con la acelerada en demasía manera en la que se van cerrando esas líneas narrativas en las últimas cien páginas.

En todo caso el balance es claramente favorable: la conspiración del Cetro Rojo y sus justificaciones, la forma analítica de evaluar las en apariencia más irreprochables manifestaciones divinas, las reflexiones no siempre explícitas sobre los males de las sociedades contemporáneas, y la propia trama, inclinan la balanza a favor de las virtudes de esta recomendable novela. Recomendable incluso aunque ya hayan transcurrido quince años desde que sus acontecimientos debieron haber tenido lugar. Porque el milenio sigue despertando.

domingo, 30 de agosto de 2020

Restos de población (1996). Elizabeth Moon

Una nueva entrada prosigo con las reseñas de novelas de referencia de algunas de las escritoras de ciencia-ficción más representativas del género. Estamos ya en 1996, año en que vio la luz "Restos de población", de la estadounidense Elizabeth Moon. Una escritora conocida sobre todo por "La velocidad de la oscuridad" (2003), Premio Nébula a la mejor novela y que ya reseñé en este mismo blog al revisar dichos premios. Aunque en mi opinión su premiada novela no aguanta las comparaciones con la obra que les presento hoy, para mí una de las mejores novelas escritas por mujeres que he leído jamás. "Restos de población" es una original novela sobre el primer contacto con una especie alienígena, difícil de escribir, con un toque femenino que le confiere mayor profundidad de lo habitual en el género, y con abundantes reflexiones sobre el comportamiento humano y sus prejuicios hacia los ancianos.

Digo difícil de escribir porque si bien Moon opta por crear unos alienígenas cuyos rasgos principales son muy similares a los humanos, la recreación de las distintas fases que van desde el encuentro hasta una comunicación casi plena con ellos requiere plantear una serie de situaciones que den pie a la curiosidad primero y al aprendizaje después, y todo ello con el añadido de buscar siempre la máxima verosimilitud y la naturalidad en el desarrollo de los acontecimientos. Moon lo consigue plenamente, y además desde el siempre complejo punto de vista de una anciana. Bien es cierto que para lograr ese éxito la escritora ha invertido con anterioridad una cantidad no desdeñable de páginas en mostrarnos primero la emigración de los colonos de Sims Bancorp, y después la gradual adaptación a su nueva vida solitaria y a las posibilidades de su asentamiento de Sera Falfurrias. Todo ello con ese toque femenino que tan inadecuado puede resultar en ocasiones en la ciencia-ficción más fastuosa, pero que cobra todo su sentido en una novela centrada en una única protagonista (la disyuntiva entre las dos voces, el gusto por los detalles, la evocación de los recuerdos de la colonia, incluso las antiguas tiranteces con los vecinos y la nuera).

Como en toda buena novela, los elementos que con aparente aleatoriedad Moon va introduciendo a lo largo de su primer mitad son determinantes en el último tercio. Esto aplica obviamente a la aniquilación del nuevo asentamiento al norte de la colonia de Ofelia, pero también a la autorización de un nuevo contacto por parte del equipo liderado por Vasil Likisi. Poco a poco la relación de Ofelia con los indígenas se va haciendo más estrecha, éstos van aprendiendo más y más sobre la tecnología humana, y cuando los humanos aterrizan, el conflicto está servido. No sólo porque humanos e indígenas tengan expectativas diferentes, sino porque Ofelia se ve obligada a tomar partido como mediadora y conciliadora. Son capítulos en los que Moon exhibe con maestría los prejuicios de los colonizadores hacia una anciana sin estudios, desmitifica las supuestas bondades de la actividad colonizadora, sus ideas preconcebidas sobre los miedos, la capacidad de aprendizaje y la brutalidad de los alienígenas, y hace todo un alegato en favor de la independencia personal por encima de convencionalismos y pautas aprendidas. Aunque para mí lo verdaderamente elogiable es la maestría a la hora de hacernos cuestionar cuáles son los auténticos rasgos que definen a un ser humano (solidaridad, ayuda, cuidado de los hijos, utilización de la experiencia...). En su confesión final, Capazul y los suyos no sólo muestran que otra forma de vida y otra sociedad son posibles, sino que exhiben muchos de estos valores.

Dada mi netamente favorable valoración de la novela, es lógico que le encontrara pocos defectos. El más importante es sin duda cierta lentitud y un exceso de páginas durante su primer tercio. Tampoco me convenció que Moon no delineara siquiera mínimamente la evolución de los humanos desde el planeta Tierra hasta llegar a 3245.12. Ni, finalmente, el grupo de colonos creado por Moon, exagerado en sus aspectos más negativos hasta el punto de parecer más propios de una novela juvenil que de una obra para adultos.

En suma, una brillante novela que se queda muy cerca de la categoría de clásico reservada para los grandes hitos del género. Le sobran cincuenta páginas, le falta un poquito más de acción y sobre todo alguien que ponga cordura en el desquiciado grupo de colonos. Aun así, francamente recomendable.

viernes, 7 de agosto de 2020

Bailando en el aire (1993). Nancy Kress


Una nueva entrada prosigo reseñando cronológicamente algunas de las novelas de referencias de las principales escritoras de ciencia-ficción. Hoy voy a hablarles de "Bailando en el aire", de la estadounidense Nancy Kress. En rigor para representar a esta brillante escritora debería haber escogido su meritoria trilogía de los mendigos, pero como ya la reseñé con detalle cuando repasé alguna de las mejores sagas del género hace unos años, he optado en esta ocasión por revisar esta interesante novela corta, que junto a la novela "Una luz extraña" (1991) constituye el resto de su producción traducida al español.

Kress es una escritora especialmente prolífica en el campo de las novelas cortas, y varias de ellas han sido reconocidas con el Premio Hugo. No es el caso sin embargo de "Bailando en el aire". Aun así, me ha parecido interesante reseñarla como reflejo de la esperable personalidad y el buen hacer de la escritora en este formato. En ella trata uno de sus temas favoritos (la manipulación genética y sus consecuencias para el ser humano) sirviéndose para ello de unos bailarines que, reforzados mediante bioingeniería y nanotecnología, son capaces de unos logros artísticos inaccesibles a los bailarines no manipulados. Aunque en mi opinión el mundo del ballet no es un marco muy atractivo para el potencial lector de ciencia-ficción, y le resta puntos a la novela.

Y es que para mí al menos no resultó demasiado grato sumergirme en tantos términos franceses propios de la danza como aparecen a lo largo de sus casi cien páginas, ni en las diversas escuelas e instituciones de ese mundillo. Sí que me llamó positivamente la atención la nítida yuxtaposición entre el triunfo de la biointensificación en Europa y el respeto a los límites del ser humano en los más conservadores Estados Unidos, y me sorprendió la gran cantidad de lesiones (algunas de ellas permanentes) que aparentemente sufren los bailarines.

Con lo cual lo que realmente Kress quiere resaltar (la ética del perfeccionamiento humano mediante avances tecnológicos) queda un tanto difuminado por la fuerte presencia del "mundillo" del ballet. Es cierto que, como cabía esperar, la caracterización de los personajes principales es bastante buena para una novela tan corta (aunque los perros que hablan y que tanto le gustan a la escritora a mí no me terminan de convencer), que la prosa es ágil y concisa, y que el ritmo narrativo va aumentando acertadamente hasta culminar en el capítulo en casa de Anna Olson, un pasaje realmente brillante que refleja el talento de la autora. Pero incluso el final resulta un tanto confuso, pues parece que el objetivo final de la novela fuera convencer a Deborah de que no debía ser biointensificada y sin embargo al final lo es.

En suma, una novela entretenida, bien escrita y que incita a la reflexión, pero no del todo redonda.

sábado, 18 de julio de 2020

La puerta al país de las mujeres (1988). Sheri S. Tepper

Una nueva entrada prosigo cronológicamente con las reseñas de novelas de referencia de algunas de las mejores escritoras de ciencia-ficción. Hemos llegado ya a 1988, año en que vio la luz "La puerta al país de las mujeres", de la controvertida escritora estadounidense Sheri S. Tepper. Controvertida porque se supone que es la "feminista entre las feministas" de las escritoras de ciencia-ficción, y a causa de ello su obra genera admiración y animadversión a partes iguales. Para ilustrar ambos sentimientos he escogido la que posiblemente sea su novela más conocida para el lector en español. Se trata de una novela sugestiva, bien ambientada, con varios personajes logrados y algún momento de mucha tensión. Pero que pierde fuerza por su pretenciosidad, alguna licencia fantasiosa, una clara indeterminación narrativa y determinados excesos satíricos.

Tras haber leído varias críticas que afeaban su feminismo exacerbado, debo empezar señalando que la novela no llega a resultar epatante. Evidentemente su enfoque es provocador, y estereotipa la inteligencia femenina del País de las Mujeres frente a la simplicidad de su guarnición de guerreros. Pero salvo en el tramo final, presidido por el recurso de última hora que resulta ser Tierra Santa, lo hace con una subjetividad razonablemente contenida y un apreciable afán por justificar el panorama ideado. Que por cierto resulta un marco escénico cautivador, quizá más similar a la Baja Edad Media Europea de lo deseable, pero comprensible en sus esfuerzos por preservar el conocimiento, en su nostalgia de especies y alimentos desaparecidos, y en las profesiones y los modos de vida que crea la escritora.

Además, la mayoría de sus personajes (Stavia, Morgot, Joshua) están bien elaborados y resultan convincentes en sus complejidades interiores y en los misterios que encierran. Misterios que por otra parte resultan tan esclarecedores como lógicos cuando finalmente se revelan al final de la novela, y que están precedidos por algún que otro saludable momento de tensión (en especial la ingeniosa liberación de Stavia de su cautiverio).

Y sin embargo la novela deja una incuestionable sensación de decepción. La razón más obvia es la rectificación de la estructura narrativa que realiza Tepper sobre la marcha: parte de una línea narrativa "actual" en la vida de Stavia, cuando entrega a su hijo a la guarnición, y en seguida establece un paralelismo narrativo con su pretérita vida de niña/adolescente, tratando de repartir su atención entre ambas líneas narrativas. Pero la línea "actual" en seguida flojea, y poco después de alcanzar la mitad de la novela Tepper opta por olvidarse casi completamente de ella, centrándose sin disimulo en la Stavia adolescente, redimensionando su calado mediante la aparición de Septemius primero y de Tierra Santa después. Y aunque ambos recursos cumplen su función y evitan que la novela se desinfle, no consiguen ocultar lo fallido del planteamiento inicial.

Otros defectos apreciables son las reiteradas interrupciones que provoca la representación de Ifigenia en Ilión, que aparte de revelar una obvia fuente de inspiración para la trama, resultan difíciles de seguir a causa de todos los personajes que brevemente se van sucediendo; parece más una pretenciosa exhibición del nivel cultural de Tepper que un recurso para enriquecer la novela. También le resta muchos puntos la percepción extrasensorial que poseen los servidores, algo tan inverosímil como probablemente innecesario para el transcurso de los acontecimientos. Y la polarización de la sátira de las sociedades patriarcales se vuelve contra la escritora en forma de repentinos comportamientos excesivamente machistas de Chernon, o en la tiránica y a todas luces insostenible estructura social de Tierra Santa.

Así que a pesar de que Tepper demuestra ser una buena prosista, y de que sabe conferir fuerza y profundidad a sus personajes y escenarios, la novela deja casi más poso por sus errores que por sus aciertos. Una pena, porque podía haber sido un gran libro.

domingo, 5 de julio de 2020

Ethan de Athos (1986). Lois McMaster Bujold

Con esta entrada prosigo con la reseña de algunas de las más reconocidas novelas escritas por las más importantes escritoras de ciencia-ficción. Seguimos avanzando en la década de los ochenta y llegamos ya a 1986, año en que vio la luz "Ethan de Athos", de la estadounidense Lois McMaster Bujold. Perteceniente a su famosa saga de Vorkosigan (aunque en mi opinión hablar de saga es un término un tanto impreciso dada la variedad de novelas que la conforman, quizá sería más correcto hablar de conjunto de novelas que comparten una historia de la galaxia), la de hoy es una obra que puede leerse de manera independiente, y sobre el papel de las más atractivas de la "saga", ya que Athos es un planeta fundado y mantenido exclusivamente por varones, con lo que ello podría ofrecer a nivel de sostenibilidad y especulación. Sin embargo, a pesar de resultar entretenida, dinámica, contar con buenas dosis de aventura y la suficiente intriga, resuta un tanto superficial, ineficaz a la hora de sacar todo el partido al planteamiento, y la remata un desenlace no demasiado clarificador.

Ya desde el comienzo se aprecia que a la novela le cuesta coger el tono. El comienzo es farragoso, con una prosa poco fluida y demasiados tecnicismos ginecológicos. Además, Bujold no se esfuerza a la hora de proporcionar la mejor visión posible sobre la original vida en Athos, y deja que sea el lector quien vaya aprehendiendo las estructuras sociales y las implicaciones vitales de su sociedad exclusivamente masculina. Si bien al menos el nudo queda planteado con relativa celeridad y resulta verosímil para dinamizar el resto del libro.

Con la llegada de Ethan a la Estación Kline la novela mejora. La aparición de la mercenaria Quinn no sólo le abre los ojos a Ethan sobre las formas de vivir en el resto de la Galaxia, sino que lo sitúa en medio de un enredo de dimensiones planetarias a causa de los cultivos ováricos. El ritmo narrativo se acelera, la intriga gana peso, y las pequeñas pinceladas de humor con la que la escritora muestra las reacciones de Ethan a los comportamientos del género femenino, logran que desde ese punto hasta el final la lectura resulte fácil y entretenida.

Esta indudable virtud encierra paradójicamente los mayores defectos de la novela. Para mí el más grave es todo lo que Bujold desaprovecha, teniéndolo al alcance de la mano: desde el marco escénico (la Estación Kline constituye un ecosistema sugerente y bien delineado, pero aunque se habla de otros planetas, resulta ser el único escenario durante casi doscientas páginas), pasando por la componente utópica tan jugosa que ofrece el planeta Athos y que a la escritora apenas parece interesarle, hasta la escasa profundidad que confiere a personajes y acontecimientos, sin apenas espacio para especulaciones y reflexiones.

A menor nivel pero también flaqueando se sitúa un desenlace "doble" que funciona en cuanto al nivel de acción y el grado de tensión que encierra, pero que no termina de aclarar cómo sucedieron los acontecimientos que acabaron alterando el cultivo ovárico. También me parece cuestionable la manera tan ingenua (una mera llamada de Terrence) como Ethan es engañado para caer en la segunda parte del desenlace. Y el impacto en Athos de los cultivos con los que finalmente regresa Ethan apenas es esbozado.

En todo caso esos defectos quedan compensados en cierta medida por otras virtudes menos obvias pero reseñables: un componente científico cuidado (con mención especial para la regeneración de alimentos y el tratamiento de residuos en la Estación), el uso que hace de los sistemas informáticos una novela escrita en 1986, las profesiones y ocupaciones de los habitantes de la estación, y la ausencia de pasajes de relleno. Nunca llegará a ser un clásico, pero siempre se dejará leer.

sábado, 27 de junio de 2020

La estación Downbelow (1981). C.J. Cherryh

Una nueva entrada continúo con las reseñas individuales de una de las novelas más representativas de las mejores escritoras de ciencia-ficción, dentro de mi ciclo dedicado a las mujeres en la ciencia-ficción. Siguiendo un estricto orden cronológico, le ha llegado el turno a "La estación Downbelow", de la estadounidense Caroline Janice Cherryh. Una de sus novelas más reconocidas, se alzó con el Premio Hugo y la consolidó como una de las escritoras de referencia en el género durante los años ochenta. Situada en el siglo XXIV, se trata de un tour de force extenso, complejo y arduamente trabajado, pero en mi opinión con demasiados defectos para el reconocimiento que recibió. Quizá no haya envejecido demasiado bien.

Y el caso es que la gestación primero y la elaborada explicación después de una historia del futuro tan coherente como la resumida en el prólogo y que conduce a la situación de partida ilusiona con situarnos ante el comienzo de un clásico de la ciencia-ficción. Sin embargo, casi desde ese momento la excesiva diversidad de personajes y de situaciones a los que va saltando la narración confunde al lector. Se requiere avanzar un gran número de páginas para captar en toda su dimensión lo que Cherryh va relatando. Además, para quienes conozcan la obra de la norteamericana, sorprende negativamente el tratamiento demasiado superficial de muchas situaciones. Es como si conforme se iba afianzando en el género la escritoria hubiera padecido un bajón en sus habilidades literarias: todos los hechos se presentan con poca humanidad, con diálogos demasiado entrecortados y frases confusas (tal vez achacables en parte a la no muy afortunada traducción). Incluso la prosa resulta poco fluida, y eso en un libro de casi seiscientas páginas es un inconveniente muy serio.

Estos defectos tan elementales enturbian los indudables logros de la novela. Como la concepción del mundo de Pell: una estructura gestada con rigor científico y que tiene en cuenta la diversidad social de los seres humanos que lo habitan. O como la propia Downbelow que da título a la novela, un marco agreste que proporciona el espacio adecuado para los principales pasajes de aventura que jalonan la obra. También resulta apreciable, una vez que el lector asimila lo que propone Cherryh, el tono de especulación política de muchas de sus páginas, con intrigas y diversos estamentos enfrentados (si bien los papeles que desempeñan la compañía, Pell, o incluso la Flota no son todo lo comprensibles que deberían).

En lo que se refiere a personajes cautivadores o momentos de especial relevancia, desgraciadamente no abundan. Tal vez lo más brillante sea la relación Josh Talley / Damon Konstantin: amistad y complicidad más allá de la fuerza a la que pertenecen. Pero no faltan los personajes deficientemente resueltos, con efecto casi nulo en la novela: Jacoby, Edger, incluso Elene. Además, los alienígenas que crea Cherryh (los hisa) limitan su aportación a la vertiente más sentimental de la novela, puesto que son seres que denotan una excesiva candidez. Y por último, en el final, llama la atención que gran cantidad de las puertas que la escritora va dejando abiertas durante los capítulos precedentes quedan sin cerrar, como si la tarea de rematar la narración le hubiera venido grande. Supongo que por todas estas razones la novela no se ha reeditado en español desde hace muchos años, aunque sí admite una lectura por parte de las nuevas generaciones de aficionados al género.

sábado, 20 de junio de 2020

La reina de la nieve (1980). Joan D. Vinge

Una entrada más prosigo reseñando en orden cronológico algunas de las novelas más representativas de muchas de las mejores escritoras de ciencia-ficción. Voy a hablarles hoy de Joan D. Vinge a través de su obra más conocida, "La reina de la nieve". Una novela que se alzó con el Premio Hugo hace cuatro décadas, y que ha sido frecuentemente reeditada en español desde entonces, lo que refleja que todavía mantiene su vigencia. En los límites de lo que podemos considerar ciencia-ficción, se trata de una novela voluminosa, fastuosa, muy elaborada en su ambientación y en sus personajes. Pero lastrada por una prosa florida y recargada en exceso, así como por una apreciable escasez de momentos de tensión.

Sin duda lo mejor de la novela es la fluidez con la que se entrecruza su amplio elenco de personajes con el planeta Tiamat como trasfondo principal. En lugar de mantener sendas líneas narrativas para sus dos protagonistas femeninas (Arienrhod, la "Reina de la nieve", y Luna Caminante en el Alba, su clon estival), Vinge enriquece la novela con personajes de la más diversa índole (miembros del cuerpo de seguridad espacial, contrabandistas, extraterrestres, representantes de otros planetas, trabajadoras de la noche, creadores de máscaras, robots...), y va prestándoles toda su atención según lo va necesitando a lo largo de los más de cincuenta capítulos que conforman el libro. Sorprende incluso el foco que presta a la comandante Jerusha o al inspector Gundhalinu, otorgándoles incluso el honor de cerrar la novela pese a no formar parte de las dos líneas narrativas principales. Además, esa atención cambiante no significa que abunden los capítulos de relleno; al contrario, en prácticamente todos encontramos acontecimientos dignos de ser relatados.

Y sin embargo, el ritmo narrativo de "La reina de la nieve" es lento en exceso y sin apenas momentos de tensión, y estos dos problemas dificultan notablemente la lectura y afectan a su valoración global. Porque aunque los acontecimientos se sucedan, la prosa cargada de adjetivos enfatizantes (tanto que muchos de ellos suenan forzados al ser traducidos al español), metáforas poéticas, predominio absoluto de la narración frente a los diálogos, y ausencia de referencias temporales son demasiados obstáculos para poder disfrutar bien de los mismos. Además, el plan de los personajes discurre sin apenas sobresaltos, lo que provoca que el interés por lo narrado vaya disminuyendo gradualmente.

Es por todo ello que hay que realizar un esfuerzo consciente si queremos apreciar el interesante planteamiento astronómico (en torno a un agujero negro que permite ser atravesado sólo en periodos determinados) que explica los ciclos de prosperidad tecnológica (bajo el dominio de los invernales y el auspicio de los espaciales) y de retroceso social (bajo dominio de los estivales) que caracterizan la vida humana en Tiamat. O la riqueza y la complejidad de la sociedad planetaria, con sus múltiples ocupaciones, roles e intereses encontrados. O la propia Hegemonía, esa asociación de mundos que puja por recuperar la grandeza que alcanzó en su momento el Antiguo Imperio. Grandes ideas, bien trabajadas y presentadas, pero que pueden quedar ocultas bajo la pesadez con la que se desarrolla la novela.

Otros defectos dignos de mención son: el excesivo uso de elementos fantásticos, los cuales restan verosimilitud a la novela (con mención especial para las sibilas, esas casi mitológicas profetisas reconocidas con pleitesía en toda la Hegemonía y que son capaces de responder a cualquier pregunta que se les formule cuando están en trance, una capacidad claramente inadmisible a pesar de que Vinge las intente justificar como un producto del Antiguo Imperio para salvaguardar ciencia y conocimiento); la previsibilidad del desenlace (citemos la caída de Arienrhod al final de su reinado, o el reencuentro y la reconciliación de Luna y Destellos); la abundancia de elementos alegóricos que no admiten un análisis riguroso, como el Puente de los Vientos; la nula anticipación de ritos y ceremonias que capítulos más tarde se relatarán con todo detalle; y la simplicidad de algunos personajes clave, desde el Astrobuco Herne hasta la propia Reina.

El agua de vida que proporcionan los mamíferos acuáticos mers, la original configuración laberíntica y ascendente de Carbunclo, la preponderancia que concede la autora a los personajes femeninos, el contraste entre Tiamat y Kharemough... son muchos los puntos positivos de la novela. Pero la mayoría de ellos se aprecian mejor una vez superado el reto de terminar la lectura, cuando nos podemos detener a reflexionar sobre ellos. Y eso es un mal síntoma, pues refleja la gran novela que "La reina de la nieve" pudo haber sido y no fue. De hecho, una década más tarde Vinge publicó una secuela de esta novela aún más larga que la original ("The summer queen", 1991) que a pesar de que llegó a ser finalista del Premio Hugo no se ha llegado a traducir que yo sepa al español, y que en todo caso no tengo intención de leer.

domingo, 17 de mayo de 2020

Donde solían cantar los dulces pájaros (1976). Kate Wilhelm

Con la presente entrada continúo reseñando novelas de referencia escritas por las principales escritoras de ciencia-ficción del género. Voy a hablarles hoy de "Donde solían cantar los dulces pájaros", la novela más conocida de la estadounidense Kate Wilhelm. Fue una de las primeras novelas escritas por mujeres que se alzó con el Premio Hugo en 1977, y sin embargo es probablemente uno de los Premios Hugo menos conocidos para el lector en español, al igual que le sucede a su autora. De hecho, durante muchos años la novela estuvo descatalogada, hasta que en el año 2009 la editorial Bibliópolis la reeditó con el título alternativo de "La estación del crepúsculo". Sin embargo para reseñarla hoy he preferido respetar el título de la edición original, que además es una traducción más respetuosa con su denominación original en inglés. Y que se trata sin duda de una obra muy variada. Especulativa, aventurera, catastrófica, sentimental, son adjetivos que se le pueden aplicar sin ningún problema. Eso sí, con cierta premura en su narración y con una densidad argumental que a veces juega a su favor pero otras en su contra.

Para el lector contemporáneo que descubra esta novela probablemente resultará una sorpresa encontrar tantas aventuras, avatares y matices en poco más de doscientas páginas, nada que ver con la morosidad de la literatura contemporánea. Y es que la novela arranca con un tono apocalíptico que evoluciona en seguida a distópico, pero a la vez da cabida a veces a un romanticismo nada epatante y está impregnada a lo largo de toda su extensión de una atmósfera entre bucólica y pastoral que puede recordar a Clifford D. Simak. El ritmo narrativo es tan alto que sólo en algunos capítulos de la tercera parte Wilhelm da algo de tregua al lector.

La estructuración en tres partes separadas en el tiempo y con diferente protagonista es, además de una apuesta original, un arma de doble filo: el médico humano David, la clon de primera generación Molly, y su hijo concebido tradicionalmente Mark (que vertebran cada una de ellas) pueden despertar más o menos simpatías, y todos comparten como vínculo la yuxtaposición a la comunidad que los acoge. Pero con esos saltos narrativos entre cada parte se corre el riesgo de que el lector pueda echarlos de menos, o que simplemente pierda interés por los acontecimientos que le suceden al nuevo protagonista. Sin llegar a ese extremo, por ejemplo, la segunda parte me pareció un poco superior a las otras dos, probablemente por una simple cuestión de gustos personales.

En su tiempo la novela se presentó como un referente en la técnica de la clonación humana, y es obvio que el tratamiento de la misma es uno de sus pilares, pero merece destacar que no es el único: al mismo nivel se sitúan en mi opinión las cambiantes necesidades de una sociedad autocontenida como la que imagina la autora en la Virginia rural para perdurar en el tiempo, así como la explícita reivindicación del ser humano "diferente" (creativo, inconformista, capaz de amar) frente a la uniformización social de su entorno. Una de las mejores reflexiones de la novela pero sobre la que Wilhelm quizá se posiciona de manera excesivamente rotunda.

Aunque los mayores defectos de la obra no son esos saltos narrativos y ese posicionamiento a los que ya he aludido, sino la falta de justificación primero y elaboración después para la catástrofe ecológica y económica que acaba dando lugar a la infertilidad, la velocidad a veces excesiva con la que Wilhelm relata ciertos sucesos, y la ausencia total de una mirada a lo que haya podido suceder más allá de la costa Este de los Estados Unidos (sólo ciertas menciones a que la sociedad de los clones parece ser la única que pervive en el mundo conocido). A un nivel inferior debo mencionar que las frecuentes y por lo general brillantes descripciones de los escenarios naturales pueden pecar de reiterativas y excesivamente poéticas.

A cambio, los frecuentes y muy amenos pasajes de exploración y aventura, la singular relación sentimental entre los clones Ben y Molly, el gradual crecimiento en capacidades, inquietudes y actos de Mark, así como todo lo que conforma la vida en la pequeña comunidad (el laboratorio, el hospital, la vieja granja, las ceremonias, incluso el auditorio) contribuyen al disfrute de una novela que se deja leer con agrado casi medio siglo después de su publicación.

domingo, 3 de mayo de 2020

Viaje interminable (1975). Marion Zimmer Bradley

Una nueva entrada continúo reseñando novelas de las escritoras más representativas en la literatura de ciencia-ficción. Vamos avanzando en el tiempo y nos situamos ya en 1975, año en que vio la luz "Viaje interminable", de la estadounidense Marion Zimmer Bradley. Una escritora conocida sobre todo por sus novelas de fantasía (con la famosa "saga de Darkover" a la cabeza), pero que también cultivó a lo largo de su carrera el género de ciencia-ficción. Y a la que quizá su controvertida vida personal (pueden bucear en internet si tienen curiosidad, no considero que esta entrada sea el lugar para hablar de ello) le ha repercutido negativamente desde su fallecimiento, dado que no ocupa en la actualidad la posición de relevancia que probablemente merecería. Una posición en la que "Viaje interminable" debería ser una de las mejores razones: una injustamente olvidada novela que no ha perdido apenas frescura en casi medio siglo, especulativa, dinámica, amena, bien escrita... Y que deja con ganas de más.

Las claves del resultado satisfactorio de la novela son desde mi punto de vista dos: en primer lugar, la idea de partida, ese cuerpo de Exploradores que recorre perpetuamente nuestra galaxia en busca de nuevos planetas habitables para colocar en ellos transmisores que posibiliten la teletransportación instantánea entre los mundos; y en segundo, el desarrollo de esta idea en tres partes claramente diferenciadas, que muestran las particularidades de la vida de los Exploradores, el rechazo que generan entre los "mundanales", y que cierra brillantemente el círculo al final regresando al planeta Laselli a pesar de la amenaza que supuso al principio.

Ese desarrollo fluido y que aprovecha muchas de las posibilidades especulativas del argumento se ve facilitado por un elenco de personajes equilibrado en lo humano y en lo profesional, y cuyas inquietudes resultan francamente verosímiles. Empezando lógicamente por su protagonista, Gildoran, cuya responsabilidad va aumentando conforme pasan los años a bordo de la Gypsy Moth, y siguiendo por otros bien caracterizados como Gilrae, Gilraban, Gilhart, Gilramie, Gilmerrit... A pesar de la corta extensión del libro y de que sus nombres comiencen siempre por "Gil", resultan fácilmente reconocibles y cercanos.

A lo anterior hay que añadir un alto ritmo narrativo, momentos de tensión, la intriga y la aventura que envuelven la exploración de Mundoinfernal, lo cuidado que está el elemento científico en aspectos tales como la vida a bordo de la nave o la geología, la biología y hasta las amenazas de los planetas visitados, la fascinante visita a la apabullantemente verosímil Incubadora, o el vistazo a Anfitrión (el planeta de origen de los Exploradores). Muchos aciertos.

Sin embargo la novela no llega a alcanzar la categoría de "clásico" a causa de unos pocos defectos que diluyen en parte tantos aciertos. Dos de ellos derivados del propio Gildoran: sus continuos y un tanto desquiciantes vaivenes sentimentales, y la frecuencia y en ocasiones ingenuidad de sus pensamientos, que con tanto ahínco nos muestra Bradley y que a veces fatigan más que revelan. Otro fallo son los poohbears y lo poco que se explica sobre la única especie alienígena conocida así como de su abnegación en el cuidado de los niños. Y por último la propia concisión de la novela, que se pone de manifiesto sobre todo en una tercera parte apresurada, a la que le habrían sentado muy bien treinta o cuarenta páginas más.

El desenlace, que plantea dos soluciones plausibles para la escasez de Exploradores a bordo de la nave y al final juega con el factor sorpresa gracias a una tercera opción que es la que finalmente se impone, termina de confirmar las bondades de la novela y lo bien trabajada que está. Recomendable.

domingo, 19 de abril de 2020

El nombre del mundo es bosque (1972). Ursula K. LeGuin

Con la presente entrada comienzo mi recorrido por las novelas que he seleccionado para ilustrar la relevancia de las escritoras en la literatura de ciencia-ficción. Siguiendo como es costumbre un orden cronológico, voy a empezar por una de las novelas más conocidas de Ursula K. LeGuin, "El nombre del mundo el bosque". LeGuin fue una de las primeras escritoras en adquirir relevancia dentro del género hace más de medio siglo, y la primera en cosechar los más importantes premios del género (de hecho, la obra que nos ocupa hoy se alzó con el Premio Hugo a la mejor novela corta). Por eso es de justicia comenzar con ella este recorrido. Y si bien en mi opinión la presenta novela no llega al nivel de su obra maestra ("La mano izquierda de la oscuridad", 1969), sí que se trata de una novela recomendable, centrada en las especulaciones anti-utópicas y ecológicas tan características de su autora, acompañadas en esta ocasión de un nivel de violencia mayor de lo esperado.

Adscrita como la mayoría de sus obras al Ekumen (una federación galáctica de mundos habitados por seres humanos), LeGuin plantea en sólo ocho capítulos el enfrentamiento entre los athstianos, los nativos del planeta Nueva Tahiti, y los humanos que los explotan como esclavos para exportar la madera de sus bosques. Un enfrentamiento que permite ya desde su excelente primer capítulo explorar las dos principales vertientes de la novela: la anti-utópica, a causa del impacto que causan los colonos humanos en la sociedad athsiana, y la ecológica, por la devastación que irremisiblemente acarrea la tala masiva. En especial debo destacar que la autora fue pionera en tratar dentro del género la cuestión ecológica, tan vigente medio siglo después en nuestra sociedad.

A pesar de que predominan las descripciones sobre los diálogos, la novela fluya con naturalidad, acompañada a menudo por jugosas reflexiones sociológicas y psicológicas. Conforme avanza la lectura descubriremos que esa componente distópica encierra en realidad una dura crítica a las colonizaciones que tantas veces se han repetido en nuestra historia. Una crítica con la que podremos estar más o menos de acuerdo, pero que tal cual la presenta LeGuin creo que queda excesivamente simplificada, poco más que una obvia separación entre "los buenos" (los nativos, por cierto una sociedad matriarcal) y "los malos" (los colonos humanos, como podrán ustedes adivinar unos machistas que asolan una sociedad athstiana excesivamente idílica en origen).

Un punto fuerte de la novela es que cuenta la historia desde los dos puntos de vista, el humanoide y el humano, a partir de sus dos principales protagonistas, el athstiano Selver y el Capitán Davidson. Personajes muy bien caracterizados que aportan una amplia perspectiva de la situación, ayudándonos así a entender mejor el conflicto (e incluso incitando en el lector el rechazo más absoluto a determinados comportamientos violentos en los que la autora parece recrearse). Eso sí, a mi modo de ver la radicalización de Davidson resulta un tanto repentina, aunque podría argumentarse que la destrucción de campamento Smith lo justifica. Por otra parte las descripciones del planeta son brillantes, los acontecimientos se suceden rápidamente y no hay espacio para el aburrimiento, pero creo que a la novela le habrían beneficiado más diálogos y menos párrafos de reflexión.

El desenlace un tanto inesperado en su séptimo capítulo constituye el último logro de esta pequeña novela, que sigue funcionando a día de hoy como llamada de atención sobre los devastadores efectos que estamos teniendo como raza sobre nuestro entorno. Pero que quizá ha perdido fuerza en su crítica al colonialismo y al femenismo entendido como enfrentamiento entre sociedades patriarcales y matriarcales.

sábado, 11 de abril de 2020

Las escritoras de ciencia-ficción

Una vez terminado el recorrido que durante los dos últimos años he realizado por muchas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula desde su creación hace más de medio siglo, toca proponer una nueva temática para quienes siguen este humilde blog. Y considero que ha llegado el momento de fijarme en las escritoras de ciencia-ficción, o lo que es lo mismo, en la literatura de ciencia-ficción escrita por mujeres. Considero que es el momento porque durante los últimos lustros estamos viviendo un auge sin precedentes en cuanto a la liberación de la mujer y a su reconocimiento pleno como género. Un reconocimiento por supuesto plenamente justificado, y que refleja la madurez que están alcanzando las sociedades en muchas partes del mundo (otra cosa es el denominado feminazismo, o el menosprecio que ciertos sectores quieren imponer sobre el género masculino, pero no es éste afortunadamente un blog político, así que simplemente indicar que no me voy a fijar en esas igualmente reprobables tendencias). Un reconocimiento, decía, que en el ámbito de la literatura de ciencia-ficción está sucediendo de manera análoga al resto de la sociedad. Y que está resultando claramente apreciable tanto en el volumen de novelas publicado por escritoras, que no ha parado de crecer desde que empezó el siglo, como en los galardones que están recibiendo muchas de esas novelas. Por decirlo en pocas palabras: la ciencia-ficción actual es un género literario mayoritariamente femenino.

Esta realidad contrasta con el papel que desempeñaron las escritoras durante los primeros pasos de la ciencia-ficción. Desde su surgimiento hace prácticamente un siglo hasta la década de los sesenta, escritores, editores y lectores fueron mayoritariamente masculinos. En particular la space opera fomentaba el paradigma de los hombres aventureros capaces de cualquier hazaña, y los personajes femeninos eran muy escasos y superficiales. No fue hasta la consolidación de la new wave en la segunda mitad de los sesenta cuando algunas escritoras pioneras empezaron a abirse hueco en este mundillo aparentemente inaccesible, con mención especial para la estadounidense Ursula K. LeGuin, sin duda una figura clave en esta revolución femenina dentro del género.

Durante las tres décadas siguientes comenzaron a ser cada vez más frecuentes las escritoras, y varias de ellas obtuvieron ya entonces los principales premios del género, aunque éste seguía siendo en esencia un mundo masculino. Pero con el cambio de siglo esta tendencia se aceleró, y hace ya años que la lista de nominados para los Premios Hugo o Nébula es principalmente una lista de mujeres (casi podríamos hablar de lista de "nominadas" a secas sin necesidad de recurrir al siempre fatigoso lenguaje inclusivo). Y es que a lo largo de este último medio siglo las escritoras han aportado al género una visión más íntima, una mayor exploración del mundo interior de los personajes, una serie de inquietudes que hasta entonces no se habían tratado en demasía (desde el cambio climático hasta la sexualidad o la prevalencia de uno u otro sexo). Y en muchos casos una calidad literaria de la que no andaba sobrada la literatura de ciencia-ficción durante sus primeras décadas de existencia.

Debo reconocer no obstante que por ahora ninguna de las escritoras de ciencia-ficción que he tenido oportunidad de leer ha llegado al extremo de formar parte de mi lista de escritores favoritos, con Robert Silverberg, Isaac Asimov y Fred Hoyle a la cabeza. Tal vez sea porque en algunos casos el enfoque femenino del género ha menoscabado en parte algunas de las facetas que más me atraen del género (el componente científico o las grandes dosis de acción y aventura). O tal vez simplemente porque aún no he tropezado con la escritora que conecte plenamente con mis gustos y debilidades. Pero en todo caso durante este último medio siglo son decenas las escritoras recomendables que ha albergado la ciencia-ficción, y las cuatro que ilustran la presente entrada (Ursula K. LeGuin, Lois McMaster Bujold, Connie Willis y Jo Walton) son estupendos ejemplos.

Como he hecho en ocasiones anteriores, lo que voy a hacer es proponerles una lista de escritoras con una de sus novelas de referencia, para poder ofrecer un panorama lo más amplio posible para el lector en español. Muchas de estas novelas ya han tenido su entrada independiente por una u otra razón en el blog; en esos casos simplemente adjuntaré el enlace a dicha reseña. Pero la lista me va a servir también para presentarles una serie de novelas que hasta ahora no había tenido ocasión de reseñar, y que espero que les ayuden a completar esa visión global sobre el papel de las escritoras en el género.

Sin más demora, aquí va la lista:

"El nombre del mundo es bosque" (1972) - Ursula K. LeGuin
"Viaje interminable" (1975) - Marion Zimmer Bradley
"Donde solían cantar los dulces pájaros" (1976) - Kate Wilhelm
"Serpiente del sueño" (1978) - Vonda N. McIntyre
"La reina de la nieve" (1980) - Joan D. Vinge
"La estación downbelow" (1981) - C.J. Cherry
"El cuento de la criada" (1985) - Margaret Atwood
"Ethan de Athos" (1986) - Lois McMaster Bujold
"La puerta al país de las mujeres" (1988) - Sheri S. Tepper
"El libro del día del juicio final" (1992) - Connie Willis
"Bailando en el aire" (1993) - Nancy Kress
"Río lento" (1995) - Nicola Griffith
"Restos de población" (1996) - Elizabeth Moon
"El despertar del milenio" (1999) - Jane Jensen
"Ladrona de medianoche" (2000) - Nalo Hopkinson
"Rosa cuántica" (2000) - Catherine Asaro
"Almas en guerra" (2004) - Liz Williams
"Una mujer del Pueblo de Hierro" (2005) - Eleanor Arnason
"El círculo de Farthing" (2006) - Jo Walton
"El último hombre mortal" - Syne Mitchell (2006)
"En tiempos de guerra" (2007) - Kathleen Ann Goonan
"Justicia auxiliar" (2013) - Ann Leckie
"El largo viaje a un planeta iracundo" (2014) - Becky Chambers
"Autonomous" (2018) - Annalee Newitz
"Hacia las estrellas" - Mary Robinette Kowal (2018)

Por cierto que esta tendencia imparable a la que aludía antes continúa con más fuerza si cabe, porque mientras preparaba esta entrada he conocido los escritores nominados al Premio Hugo a la mejor novela de 2020, y ya sí que puedo hablar directamente de "escritoras", porque todas ellas son mujeres. Así que sólo espero que ésta y las próximas reseñas contribuyan a erradicar esa percepción que en muchos países de habla hispana tienen aún de la ciencia-ficción como un género por y para hombres. E incluso que alguna escritora en nuestro idioma dé el paso y se anime a publicar también ciencia-ficción y no sólo novela histórica o negra. Será una señal de que también nosotros nos subimos al carro de la contemporaneidad.

martes, 31 de marzo de 2020

Autonomous (2018). Annalee Newitz

Con la presente entrada termino las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la presente década que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este humilde blog. Es el turno de "Autonomous", nominada al antepenúltimo Premio Nébula entegado, y que vio la luz hace tan sólo unos meses para el lector en español. Se trata además de la primera novela de su escritora, la también periodista estadounidense Annalee Newitz, conocida por su participación en portales de tecnología. Un debut aclamado que sin embargo no se corresponde con la impresión que dejó en mí cuando la terminé hace tan sólo unos días. No cabe duda de que estamos ante una novela original, con muchas ideas estimulantes y un siglo XXII presidido por la inquietante amenaza de las corporaciones farmacéuticas. Pero me parece también un libro difícil de leer, absurdamente obsesionado con los más nimios detalles informáticos, mayormente inverosímil y pobremente desarrollado.

Sin duda lo mejor de "Autonomous" es su componente distópica: esa sustancia llamada Zacuidad que sublima la adicción al trabajo resulta tan plausible como inquietante. Al igual que lo es que buena parte de la población sufra de un acceso restringido a medicamentos básicos a causa del capitalismo exacerbado, así como la comprensible aparición de piratas farmacéuticos que tratan de mitigar esta situación. Al mismo nivel de acierto se sitúan los servicontratos, consecuencia lógica de la cada vez menos nítida distinción entre seres humanos y biobots, y que crean unos vínculos sociales reprobables pero incuestionables. En realidad Newitz no reflexiona demasiado sobre estas cuestiones, pero su sola presencia ya estimula las especulaciones en la mente del lector.

El otro acierto principal de la novela es, en mi opinión, su marco escénico. Aunque las descripciones no son el punto fuerte de la escritora, el que el calentamiento global haya derretido los polos y en consecuencia buena parte de la acción transcurra en lugares de latitudes tan elevadas como Iqaluit, Saskatoon o Moose Jaw resulta original y creíble. También la Casablanca reconvertida en el paraíso de los investigadores libres, o incluso las modificaciones tecnológicas y culturales que transforman Las Vegas o Vancouver, todas estas ciudades potencian el siempre necesario en el género sentido de la maravilla.

Pero todo lo demás me decepcionó. Quizá lo peor sea lo dificultosa que se vuelve la lectura casi desde la primera página: una prosa poco fluida, con frases que requieren pausa y concrentración para ser desentrañadas, unos diálogos a menudo forzados y una obsesión injustificada por detalles informáticos y de protocolos de telecomunicaciones. Los cuales sin duda reflejan los conocimientos de la autora al respecto, pero que al mismo tiempo desesperan con sus intercambios de claves privadas, sus repositorios de código o sus archivos de sistema. Tampoco ayuda a semejante panorama una de las peores traducciones que he leído en la habitualmente cuidada Colección Minotauro, imprecisa y con errores de bulto.

Lo que es peor: el desarrollo de la novela deja mucho que desear. La alternancia de dos líneas narrativas (una protagonizada por la pirata Jack Chen y Trescero, la otra por el agente Eliasz y su biobot ayudante Paladín) sería un recurso válido si las dos albergaran parecido interés y se entrecruzaran y retroalimentaran conforme avanzan los capítulos. No es el caso de "Autonomous": la segunda es mucho menos interesante (poco más que un recorrido sin mucha premeditación de sus protagonistas por distintos lugares para intentar justificar el establecimiento de su relación afectiva), y ambas divergen hasta el antepenúltimo capítulo (que no es otro que el desenlace...). Además, los flashbacks en la primera de ellas no se van presentando de modo estructurado, sino que Newitz recurre a ellos sobre la marcha, justo cuando los necesita, con el agravante de que casi hasta el final nos ocultan información que habría sido esencial para haber entendido mejor la trama desde el comienzo (y además perjudicando el ritmo narrativo). Por otra parte, la caracterización de los personajes principales es muy pobre (poco más que algunas inquietudes esenciales), e incluso quien al final resuelve la problemática gracias a Retrocon no es uno de los protagonistas. Y por supuesto la relación de amor que construye Newitz entre Eliasz y Paladín, cambio de género mediante, es completamente inverosímil.

Aunque en las últimas cincuenta páginas la novela remonte un poco, nos proponga un buen desenlace (con tensión y ¡al fin! la convergencia de todos los protagonistas), y una especie de epílogo que logra atar cabos de varios personajes, no puede ocultar todos los aspectos negativos ya resaltados. Así que a pesar de su carga especulativa y sus escenarios, me cuesta entender que esta novela llegara a ser nominada a los Premios Nébula. ¿Tan preocupante es el panorama de la ciencia-ficción contemporánea?

"El despertar del Leviatán" (2011). James S A Corey

Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrad...