sábado, 20 de abril de 2024

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura. Transitamos ya por la segunda mitad de la pasada década, que fue para cuando para el lector occidental en general (y español en particular) fue accesible "El bosque oscuro", del chino Cixin Liu. Que en realidad es la segunda entrega de la Trilogía de los Tres Cuerpos, publicada unos años antes en su país de origen, la cual constituye una de las sagas más exitosas de los últimos tiempos en todo el planeta a nivel de crítica y público. En realidad, la novela que debería haber figurado como parte de esta lista debería haber sido "El problema de los tres cuerpos", que fue la que inició la trilogía. Pero dado que ya la reseñé en su momento, y que el peso del componente científico en esta segunda entrega es al menos tan alto como el de su predecesora, me pareció natural su inclusión en mi lista de novelas de ciencia-ficción dura. Y es que a pesar de cierta dispersión narrativa, y de sus apreciables páginas de relleno, se trata de una novela repleta de grandes ideas y brillantes especulaciones, muy elaborada desde el punto de vista científico, y de resultado exitoso a pesar de su innegable ambición. Hasta el punto de la que considero superior a la primera entrega.

Debo comenzar aclarando que para poder disfrutar de las virtudes de esta novela es conveniente tener muy presentes los acontecimientos de su predecesora, porque Liu no se esfuerza en sintetizarlos. Y también estar dispuesto a resistir una primera parte muy larga (casi 200 páginas) sin ninguna estructuración en capítulos que facilite la lectura, y de contenido irregular. Centrada en la original figura que constituyen Los Vallados (cuatro personas que resultan constituir la única solución que encuentra la humanidad para elaborar un plan de defensa frente a la invasión trisolariana que no pueda ser interceptado por sus todopoderosos fotones), sus bruscos saltos narrativos, el llamativo volumen de pasajes de relleno (basta recordar todo lo relativo a los tres vecinos de Pekín, o las ensoñaciones de Luo Ji con su mujer idealizada), así como las excesivas líneas argumentales, echan por tierra instituciones verosímiles (el Consejo de Defensa Planetaria, la Fuerza Espacial), buenas ideas (los diferentes planes elaborados por los Vallados), y dos buenos personajes (el detective, recuperado de la primera entrega, Da Shi, y el principal protagonista, el astrónomo Luo Ji).

La segunda parte, algo más breve y ya con algunos capítulos que le confieren cierta estructura, resulta más amena, y es clave tanto para que los desvalladores neutralicen los planes de los Vallados como para que Luo Ji elabore su plan (la posteriormente famosa maldición). Liu alterna en ella algunos personajes conseguidos (incluso los secundarios), con otros francamente desacertados (como el inaprehensible Zhang Beihai, o el irritante Rey Díaz). Y la trama todavía no termina de fluir con la naturalides deseable, aunque se aprecian la dimensión cósmica y los retos tecnológicos del atrayente escenario planteado.

La tercera parte, además de la más extensa, es la que da título al libro, e indudablemente la más lograda. Dando una salto en el futuro hasta poco antes de que la primera sonda trisolariana (la "gota") llegue al Sistema Solar, comienza con la deshibernación de Luo Ji. Ello le permite a Liu fascinar al lector con una sociedad del siglo XXIII de exhultante optimismo, de ciudades subterráneas arbóreas y comodidades inimaginables bien cimentadas desde el punto de vista tecnológico. Un panorama sobre el cual el escritor sabe sacar partido al contraste de ideas y modos de vida entre los oriundos de esa época y los hibernados. Y con los múltiples intentos de asesinato a Luo Ji consigue generar una tensión que hasta entonces se había echado en falta, pero que ya no desaparecerá durante el resto de la novela.

No obstante, a pesar de la sofisticada tecnología propuesta por Liu para contrarrestar a los invadores, y de las brillantes especulaciones sobre los rasgos comunes a cualquier civilización inteligente de la galaxia, esta parte tampoco termina de resultar redonda. La razón principal es que Liu finge mal que la misión real de la "gota" es arrasar la flota humana, y se recrea excesivamente en su destrucción. Asimismo, la rapidez y facilidad con que Luo Ji se convierte de pronto en uno de los principales líderes de la sociedad, para luego ser defenestrado con la misma rapidez, resulta muy poco convincente. Como tampoco lo es el comportamiento de Zhang Beihai a bordo de la Selección Natural. Pero el Proyecto Nevado con el que, sin llamar la atención, Luo Ji logra redimirse, así como las explicaciones finales sobre la interceptación del sol y la maldición sobre el planeta 187J3X1, inclinan el desenlace hacia el lado favorable de la balanza.

Más interesante que entretenida, más científica que literaria, más especulativa que disfrutable, excesivamente lírica en ocasiones para el lector occidental, "El bosque oscuro" es una novela que requiere un esfuerzo consciente. Pero si se le pone cierto empeño, todo lo que encierra a nivel astronómico, bélico, tecnológico y especulativo causa una poderosa impresión en el lector. Y eso es algo difícil de conseguir en un género tan trillado después de un siglo de historia como la ciencia-ficción.

viernes, 12 de abril de 2024

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura. Nos hallamos ya en la pasada década, que fue cuando vio la luz en español "Accelerando", la obra más reconocida del británico Charles Stross, la cual había sido publicada inicialmente en inglés en el año 2005. Desde entonces se la ha venido citando como uno de los máximos exponentes de este subgénero literario, en el que indudablemente se encuadra. Aparte de tratarse de un libro de éxito comercial, como lo refleja el Premio Locus que recibió y su condición de finalista de los Premios Hugo, Nébula y John W. Campbell. No en vano se trata de una novela original y ambiciosa, que ilustra como ninguna otra el famoso concepto de la "singularidad tecnológica". Pero que a mi modo de ver resulta farragosa y difícil de leer.

Aunque dentro de la ciencia-ficción dura se suele asumir que trama y personajes cederán protagonismo a las ciencias y a sus especulaciones asociadas, en mi opinión Stross llevó al extremo esta asunción: la cantidad de conceptos científicos y tecnológicos, las especulaciones sobre los mismos, pero también sobre las ciencias sociales y humanas, es tan abrumadora que el resto de elementos de la novela apenas reciben la atención imprescindible. Y aun cuando en su mayor parte esos conceptos y especulaciones (del computronio al Cerebro Matrioska, de la fusión de mente y máquina a la Economía 2.0) se introducen con naturalidad y se explican suficientemente, a menudo lo sugestivo de las mismas se difumina por lo poco que se desarrollan, y también porque apenas se ayuda al lector a aprehenderlos.

Y eso es un problema grave en una novela netamente de ideas como ésta. Quizá Stross estimó que su rigurosa estructuración (el libro en realidad es un fix-up de nueve relatos de extensión similar cuyo protagonismo comparten distintas generaciones de su familia protagonista, los Macx), que el equilibrio en su atención a la misma (los tres primeros relatos se centran en el altruista Manfred, los tres siguientes en su hija Amber, y los tres últimos en su nieto Sirhan), y que el cuidado con el que iba entrelazando cada relato (referenciando con frecuencia e incluso abundando en las explicaciones sobre lo sucedido en relatos anteriores) bastarían para que la novela se sostuviera al margen de su ambición especulativa. Pero no es el caso.

Y es que ni siquiera recurriendo a menudo al resumen que de cada uno de esos relatos nos ofrece la Wikipedia fui capaz de interiorizar realmente lo esencial de lo narrado en los relatos previos. A menudo éstos consisten en poco más que un tanto forzadas (y en exceso interrumpidas por el narrador) conversaciones sin un nudo o un desenlace claros que las sostengan. Y cuando en algunos de ellos la trama se percibe un poco mejor, nos topamos con las limitaciones literarias de Stross: poco sentido del ritmo, incapacidad para enganchar, saturación de conceptos complejos, con frecuencia yuxtapuestos sin otro afán que el de epatar... Inconvenientes que dificultan la lectura, incluso para lectores habituados a enfrentarse a la ciencia-ficción dura.

Para empeorar las cosas, la necesaria sensación de verosimilitud se pierde cuando Stross se empeña en defender conceptos tan infantiles como que la gata Aineko sea la que descifre el mensaje extraterrestre, por muchas cualidades aumentadas que le hayan otorgado sus actualizaciones. O cuando lleva al Imán Sadek a supuestamente desempeñar su misión religiosa a bordo de la mini-nave Circo Ambulante. O a veces por el simple hecho de llevar sus especulaciones sobre copias virtuales y resimulaciones hasta sus últimas consecuencias, generando situaciones cuestionables en las que personajes emparentados y que han tenido en común múltiples vivencias se encuentran por primera vez, como si no se conocieran.

Sól si el lector logra abstraerse de estas dificultades y defectos podrá sacarle partido a las virtudes de la novela. Comenzando por la famosa "singularidad tecnológica", bien ilustrada y defendida desde antes de que tenga lugar, gracias a los siglos que abarca la narración. Siguiendo por los bloques informativos que permanentemente proporciona el escritor en cada relato: mis pasajes favoritos del libro, me parecen muy ilustrativos del estado de la vida humana en el universo. Deteniéndose en la permanente sátira económica sobre el capitalismo exacerbado, y en múltiples situaciones que son ante todo una crítica social. Y terminando por la original aplicación de múltiples conceptos de los ámbitos de las telecomunicaciones y la informática a los seres humanos, desde los universos virtuales hasta los exocórtex que forman parte de cada individuo.

Aunque por su condición de fix-up de relatos no lo esperaba, un último punto a su favor es que tanto la historia como el propio desenlace del relato final ("Superviviente") funcionan razonablemente como final del libro, yendo más allá de una mera interrupción. Aun así, me cuesta entender cómo una obra con tantos puntos débiles recibió tanto reconocimiento.

domingo, 17 de marzo de 2024

"El despertar del Leviatán" (2011). James S A Corey

Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrada. Nos adentramos ya en la segunda década del presente siglo, que fue cuando vio la luz "El despertar del Leviatán", escrito por los autores Daniel Abraham y Ty Franck bajo el pseudónico de James S A Corey. Una novela que, tal vez sin pretenderlo, inició una de las sagas de mayor éxito de crítica y público en lo que llevamos de siglo. En la cual, sin pretenderlo explícitamente, el elemento científico resulta clave. Porque en el fondo lo que sus autores plantearon fue ni más ni menos que una space opera de las que tanto triunfaron durante la Edad de Oro de la ciencia-ficción, pero actualizada a los tiempos modernos sin que por ello perdiera su esencia: respetuosa con la ciencia, plausible tecnológicamente, preocupada por el mundo interior de sus protagonistas y, al mismo tiempo, dinámica y muy entretenida, gracias a su elaborada trama.

Seguramente la clave para el éxito de esta obra resida en su afán de verosimilitud. Y es que el panorama que plantean Abraham y Franck, en el cual la humanidad del siglo XXIV se ha extendido más allá del Cinturón de Asteroides, se presenta como una realidad atractiva al tiempo que factible considerando el ritmo al que evoluciona actualmente la tecnología. Esa sensación de que le han abierto una ventana al futuro mantiene enganchado al lector de principio a fin. Un logro en el que desempeña un papel esencial el elemento científico: sin necesidad de largas digresiones, ni abuso de conceptos complejos, su coherencia (excepción hecha del impacto alienígena en Eros) influye perceptiblemente en los aspectos biológicos, físicos y sociales de los personajes y de los marcos escénicos de esta extensa novela (desde el efecto de Coriolis hasta la morfología de los cinturianos).

Pero toda buena novela requiere también de una trama elaborada. Y la de "El despertar del Leviatán" lo es: con el trasfondo de la lucha de poder entre las dos grandes potencias del Sistema Solar (la Tierra y Marte), y la opresión (cuando no directamente discriminación) del Cinturón de Asteroides, los autores crean una compleja historia dispuesta en dos líneas narrativas separadas que irán convergiendo conforme el conflicto interplanetario se complique. Esa alternancia de líneas narrativas ayuda a la correcta estructuración de la obra, pues cada una de ellas se centra en uno de sus dos protagonistas: el Capitán Jim Holden, y su sentido del deber, y el Inspector Joe Miller, el típico perdedor de vida destrozada pero con un innato sentido para las investigaciones. Ambos bien caracterizados, el contraste tanto entre sus actos como entre el estilo de ambas líneas (más ciencia-ficción la de Holden, más novela negra la de Miller) enriquece la historia, en especial cuando ambas líneas narrativas se fusionan.

Si a todo lo anterior le añadimos una prosa ágil, unos capítulos cortos, con muchos diálogos y sin apenas espacio para el relleno, su renuncia expresa al un tanto forzado empoderamiento femenino que tanto abunda en los últimos tiempos (el principal personaje femenino, Naomi Novak, es justo lo contrario de lo que la corriente de pensamiento dominante en el género dictaría), el misterio que rodea tanto la desaparición de Julie Mao como la masacre en Eros, la diversión que ofrecen los diversos combates, asaltos, asesinatos y otros pasajes similares, algunos buenos detalles como el preponderante papel que se otorga a corporaciones como Protogen, e incluso los detalles inspirados en el Quijote (desde la nave llamada Rocinante hasta los paralelismos entre la obsesión vital de Miller por la idealizada Julie y la de Don Quijote por Dulcinea) se entenderá el éxito casi unánime alcanzado por esta novela.

No obstante, el libro adolece de pequeños fallos que impiden considerarla perfecta: la relativa poca claridad con la que se presenta la situación geopolítica en el Sistema Solar, unos villanos no demasiado creíbles, algún que otro anacronismo (sobre todo a la hora de realizar símiles), un día a día de los habitantes del futuro que difiere excesivamente poco respecto a los actuales, un estilo a veces demasiado funcional, y el abuso de barbarismos innecesarios. Ninguno de ellos grave, como puede verse, pero que podrían haberse pulido sin excesivo esfuerzo.

A cambio, Abraham y Franck encuentran momentos para ir ofreciendo relevantes especulaciones sobre la condición humana, y sobre cómo la protomolécula alienígena (y su posesión) podrían alterarla, sin que por ello se altere el ritmo alto y las ganas de retomar la lectura cada vez que la hemos interrumpido, lo que supone otro punto más a favor de esa actualización de la space opera tradicional. El desenlace a dos bandas, original, bien resuelto, cerrado respecto a la trama planteada y sin embargo abierto a futuras continuaciones, reafirma la favorable impresión final. Y explica por qué esta novela se ha terminado convirtiendo en una larguísima saga (¡nada menos que nueve títulos!), sobre cuyas siguientes entregas les escribiré cuando avance este 2024.

sábado, 24 de febrero de 2024

"Visión Ciega" (2006). Peter Watts

Con la entrada que les traigo hoy sigo avanzando en mi recorrido por los autores y las obras más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Estamos ya en el año 2006 (2009 en el caso de su traducción al español), que fue cuando vio la luz "Visión Ciega", la obra más representativa del canadiense Peter Watts. Una novela que tuvo unos comienzos arduos, hasta que el boca a boca le ayudó a abrirse camino, llegando incluso a ser meses más tarde finalista en el Premio Hugo. Aunque ya les debo adelantar que, en mi humilde opinión, es un libro con muchas luces, pero también muchas sombras. Se trata de una novela muy original y bien trabajada sobre el primer contacto de la humanidad con una especie alienígena, pero que podría haber dado mucho más de sí de no ser por varios defectos tan obvios que sorprende que ninguna de las muchas personas por las que pasó antes de su publicación hiciera por corregirlos.

En cualquier caso, lo que no se le puede negar a Watts es la cantidad y la relevancia de los conceptos científicos que logra introducir en apenas trescientas páginas. Por supuesto, sobre todo lo concerniente a la Teseo, la primera nave en trasladar a la humanidad hasta la Nube de Oort. Pero también sobre la enana marrón (en realidad un "emisor de Oasa") en torno al cual orbita el misterioso artefacto alienígena, la Rorschach. Todo ello sin obviar la tecnología empleada por humanos y alienígenas para intentar conocerse mutuamente. Y con mención especial para el sexteto protagonista: cinco humanos caracterizados por diversas manipulaciones tecnológicas (desde personalidades independientes en el mismo cuerpo hasta cerebros que han sido parcialmente mutilados y reemplazados artificialmente).

Por si tal despliegue no fuera suficiente, el autor pone todos esos elementos al servicio de una cantidad ingente de especulaciones sobre las más diversas materias, desde la percepción humana hasta los distintos niveles de comunicación (tanto con los alienígenas como entre los propios seres humanos). Y los inserta en una trama no especialmente compleja pero que, recreando hallazgos de Arthur C. Clarke ("Cita con Rama") y Stanislaw Lem ("Solaris"), va revelando poco a poco qué esconde la sobrecogedora Rorschach en medio de una bien recreada ambientación, más de terror que de misterio. Por todo lo expuesto hasta ahora da mucha rabia que una obra que disponía de todos los ingredientes para haber marcado un hito en el género se quede en un libro sólo apto para amantes de la ciencia-ficción dura. Pero es que sus cuatro defectos principales afean el resultado de principio a fin.

Siendo todos ellos graves, para mí el peor son los continuos flashbacks que interrumpen la narración principal. Para caracterizar a su protagonista, Siri Keeton, no habría hecho falta romper tan a menudo el ritmo narrativo de los acontecimientos en el espacio como lo hace Watts. Ni tampoco ser testigo recurrente de las dificultades de comunicación que jalonaron su vida previa a la expedición; un autor más capaz habría expuesto lo mismo sobre Keeton en tres o cuatro párrafos oportunamente incorporados. Porque en realidad esos flashbacks apenas guardan relación con la trama principal, la cual podría sintetizarse sin mencionarlos en absoluto.

Pero es que los otros tres defectos no le andan a la zaga a los flashbacks. Porque el jefe de la expedición más crucial realizada por la humanidad en toda su historia resulta ser... ¡un vampiro! Supuestamente extinguidos hace decenas de miles de años, y recuperados a partir de ADN fosilizado décadas atrás de la expedición (en principio debido a sus mayores capacidades físicas y mentales), tanto su mera presencia, como sus actos, chirrían en una novela que por lo demás pretende ser rigurosa. Aunque en realidad todo el elenco de personajes es terrible: tan desequilibrados e inverosímiles que resulta de todo punto imposible que la humanidad los enviara como avanzadilla de nada. Y como colofón a estos desaciertos, la propia habilidad literaria de Watts: curiosamente no por tratarse de un autor de prosa ramplona y ritmo narrativo plano, como a menudo ocurre en el subgénero de la ciencia-ficción dura, sino porque se esfuerza en mostrarnos lo bien que escribe, cuando en realidad lo que el lector se encuentra es un escritor de descripciones confusas y diálogos sólo bien desarrollados en su propia mente, por lo que sus frecuentes florituras literarias están completamente de más.

Tanto lastre implica que los interesantes alienígenas, las exploraciones de Rorschach, las emboscadas y los ataques, incluso las elaboradas yuxtaposiciones de inteligencia y consciencia que jalonan las páginas de la novela, no cautiven como deberían. Y el desenlace, de clímax mal preparado y pobremente explicado, deja más bien indiferente. Ni siquiera las notas finales (llenas de aspectos interesantes, pero demasiado largas y claramente a la defensiva) mejoran la impresión global a pesar de todo lo que explican y aclaran. Y es que aún no comprendo cómo ni revisores ni editores ayudaron a pulir el diamente en bruto que escondía "Visión Ciega".

sábado, 10 de febrero de 2024

"Jugar a Dioses" (2005). Damien Broderick

Una entrada más continúo con mis reseñas de los principales autores y novelas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Le ha llegado el turno ahora a Damien Broderick. El autor australiano más premiado del género es relativamente poco conocido más allá de su país, y de hecho la que les traigo es su única novela traducida al español. A lo largo de su trayectoria Broderick ha demostrado ser un autor ecléctico pero que siempre coloca ciencia y tecnología en primer plano de sus obras. Algo especialmente apreciable en "Jugar a Dioses", dado que la trama gira nada menos que en torno a la existencia de múltiples universos. Se trata, como imaginarán, de una novela singular, razonablemente amena a pesar de su evidente complejidad, llamativa desde el punto de vista científico, y válida para diversas especulaciones. Pero también confusa, a ratos delirante, y no apta para cualquier lector.

Los multiversos planteados por Broderick deberían en principio haber originado una novela abstrusa y tediosa en manos de casi cualquier escritor, pero el australiano logra insertar en ellos una trama aprehensible, y adaptar una prosa ligera y un tanto socarrona, consiguiendo así que la lectura resulte razonablemente fluida y hasta amena (sobre todo durante la primera mitad del libro). Y ello a pesar de la gran cantidad de conceptos singulares y complejos que van surgiendo: Schewelles, cognados, deixis, ontología, niveles de Tegmark, partículas Xon, homúnculos vorpal, Árbol Yggdrasil, computronium... casi nada. Pero la existencia de una Competición de los Mundos le permite justicar casi todo, y el lector consigue orientarse razonablemente.

A esa sensación de realismo dentro del caos contribuye que August Seebeck, su protagonista, sienta a lo largo de la novela hambre, sueño, sea consciente de los días que van pasando y muestre una continua preocupación por lo que le pueda haber ocurrido a su tía Tansy. Y también que Broderick introduzca de manera gradual y bien engarzada aspectos especulativos de la ciencia que la sustenta. Especiamente de los estados cuánticos entrelazados, que según el autor permiten que todas las opciones posibles a nivel cuántico ocurran de verdad, generándose así mundos ortogonales en el espacio o en el tiempo que abarcan todas las combinaciones concebibles de dimensiones físicas y constantes que componen el multiverso.

Sin embargo, dos defectos graves lastran el considerable esfuerzo de Broderick por lograr que su novela sea disfrutable. El primero es el desarrollo de la trama: conforme avanzan los capítulos ésta se vuelve más desquiciada, mezcla de visitas repentinas a lugares surrealistas e inesperados combares con máquinas-k carentes de toda cohesión. Un problema agravado por la confusión en torno a los hermanos de August (incluso al terminar la lectura es muy complicado listar cuántos son, sus ocupaciones o sus universos individuales), y que los capítulos cortos que el escritor va introduciendo esporádicamente para presentárnoslos no consigue paliar. Y el segundo es la abundancia de elementos fantásticos (rayos verdes que todo lo restauran, perros y gatos que hablan, radiaciones solares convertidas en una simple arma en la palma de la mano de August), y que asienta una sensación de "todo vale" que colisiona con la pretendida especulación científica. Otros defectos menores son los abundantes e innecesarios barbarismos, la anti-naturalidad con la que August y Lune se enamoran en apenas unos pocos encuentros, unas cuestionables referencias cinematográficas que le restan intemporalidad a la novela, y pasajes innecesarios, como por ejemplo todos los relativos a Solo, el bot creado por August, que irrumpe cuando menos viene a cuento.

A cambio, Broderick no rehúye el empleo y la especulación sobre intrincados y contrastados elementos científicos (Esferas de Dyson, el factor lambda, partículas elementales...), y tras un desenlace discreto y que apenas aclara nada, consigue in extremis mejorar la impresión final gracias a un excelente epílogo en el que explica el origen de las principales especulaciones científicas presentadas: el multiverso como computación discretizada de Konrad Zuse, el modelo de cuatro niveles de un cosmos computacional de Max Tegmark, el Punto Omega al final de los tiempos en un universo cerrado de Frank Tipler, o la capacidad psíquica humana condicionada por unos instantes concretos en el tiempo sidéreo de James Spottiswoode. Un trabajo muy minucioso para una obra más lograda científica que literariamente.

domingo, 28 de enero de 2024

"El ojo del tiempo" (2004). Arthur C. Clarke & Stephen Baxter

Una nueva entrada continúo con las reseñas de los autores y obras más relevantes del fascinante subgénero de la ciencia-ficción dura. La de hoy es una de esas colaboraciones destinadas al éxito desde que se supo de ella: dos autores británicos, uno de ellos el más reconocido en el género (Arthur C. Clarke) y otro el de mayor repercusión internacional en las últimas décadas (Stephen Baxter). Una colaboración, además, que se prolongó a lo largo de tres títulos, hasta conformar una trilogía un tanto inconexa conocida como "Una odisea en el tiempo", de la cual se han publicado en español las dos primeras novelas. La primera de ellas ("El ojo del tiempo"), la que hoy les presento. Tanto Clarke como Baxter son autores que, aunque no se encuadren exclusivamente en la ciencia-ficción dura, sí que son conocidos por escribir novelas generalmente muy cuidadas desde el punto de vista científico. Hasta llegar en ocasiones, como la que hoy nos ocupa, a convertirse en el verdadero sustento de la novela. Por lo que su inclusión en esta revisión está más que justificada.

Aunque se supone escrita a cuatro manos, debo recalcar que cuando esta obra vio la luz, Clarke andaba ya cerca de los noventa años, mientras que Baxter ni siquiera había llegado todavía a los cincuenta. Por lo que razonable es asumir que fue Baxter quien se encargó de su escritura, eso sí, bajo el asesoramiento y la revisión de Clarke. Algo que seguramente se deja ver en la extensión y el estilo de la novela, que pese a su factura "clásica" no desentona de lo que podríamos esperar en cualquier novela estándar del género escrita a principios del siglo XXI. El resultado, aunque queda lejos de la categoría de clásico, es una entretenida especulación sobre qué mundo podría resultar de la yuxtaposición de pequeños trozos de distintas épocas. Aunque a lo largo de la lectura da la impresión de que sus propios autores la consideraron desde su génesis como una novela menor dentro de su producción, casi como un pasatiempo a cuatro manos.

Estructurada en cinco partes, la novela plantea la colisión de distintas líneas temporales sobre el mismo planeta Tierra, a causa de la intervención de los Primeros, unos seres inmensamente antiguos pero desconocidos para la humanidad hasta entonces, y que están detrás de la Discontinuidad que quiebra espacio y tiempo. Esta colisión dará lógicamente lugar a un enfrentamiento cultural entre los representantes de las distintas épocas. Ello genera uno de los grandes alicientes del libro: la aparición y convivencia de varios personajes históricos que en realidad jamás coincidieron sobre la superficie de nuestro planeta pero que, gracias a una notable caracterización, resultan creíbles en su deambular por esta Tierra alternativa. En particular, Rudyard Kipling, Alejandro Magno y Gengis Khan. Unos personajes que, por desgracia, no se ven acompañados en su atractivo por los de creación propia, mucho más planos. Algo, por cierto, relativamente habitual en ambos autores, aunque a mi modo de ver disculpable en una obra eminentemente especulativa y científica.

Otro acierto de la novela es la ambientación de los distintos lugares y épocas. En especial todo lo relativo a los mongoles y a Babilonia cautiva por su realismo y su riqueza visual. Demostrando que una obra especulativa no tiene por qué descuidar los elementos históricos y descriptivos. Además, como corresponde a toda novela de ciencia-ficción dura, los autores hacen un buen trabajo desarrollando las posibles consecuencias de la discontinuidad sobre el clima y la ecología, y se reservan para el tramo final la parte más científica, con las notables especulaciones sobre la física de cuerdas y las cajas de resonancia. Todo ello sin dejar de ofrecer unas especulaciones un tanto pesimistas (con los distintos pueblos de la humanidad siempre enfrascados en lograr la supremacía de cada uno sobre los demás). Y sin descuidar el aspecto narrativo: el combate entre los ejércitos de Alejandro Magno y Gengis Khan, seguramente las páginas más brillantes de la novela, se narra con claridad y con un saludable nivel de tensión.

A pesar de estos aciertos, y de que se tocan retazos de muchos asuntos, a la novela le falta algo de profundidad, lo cual lastra la impresión global. Y a partir de la tercera parte cada vez van siendo más frecuentes los capítulos intrascendentes, meramente descriptivos. Después del combate entre Magno y Khan el interés baja, y se aprecia que la preocupación principal de los autores pasa a ser la descripción y explicación del mundo que han creado, un interés loable pero más bien poco novelístico. Por otra parte, la novela es excesivamente "británica" para mi gusto, con un obvio ensalzamiento de su cultura y sus personajes, y una óptica singular para presentar los avatares en el resto del mundo. Y a pesar de que a lo largo de sus últimos capítulos se aprecia el esfuerzo por explicar el origen de la discontinuidad y por atar cabos, al final no se proporciona justificación para las intenciones y los motivos de los Primeros al crear Mir. Un final abierto (tal vez a propósito, habida cuenta de esas dos entregas posteriores), pero que como la novela no me satisfizo tanto como habría esperado de estos dos grandes autores, no he corroborado, pues nunca me he animado a leer "Tormenta Solar", la siguiente entrega. En todo caso, una novela solvente, amena, e interesante a la hora de utilizar las especulaciones científicas como base para esa Tierra multi-temporal.

sábado, 13 de enero de 2024

"Luz" (2003). M. John Harrison

Arranco 2024 con una nueva entrada en mi recorrido por los mejores escritores y novelas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Abandonamos el siglo XX y nos adentramos en el XXI con una novela que quizá sea de las más cuestionables a la hora de formar parte de esta selección. Se trata de "Luz", del británico M. John Harrison. No tanto por su condición de novela original y hasta rompedora con lo que se estaba publicando en aquellos años (así fue saludada mayoritariamente por crítica y público), sino porque probablemente la intención de su autor no fue crear una obra adscribible a este singular subgénero. Se trata, eso sí, de una novela elaborada, con algunos aciertos como su habilidad para repartir por igual su atención entre las tres líneas narrativas, o el que la ha traído hoy hasta aquí (el tratamiento del elemento científico). Pero también delirante, difícil de leer, con personajes de comportamientos incoherentes, sin un propósito claro, innecesariamente violenta y excesivamente subida de tono.

En realidad, se supone que sus páginas encierran una space opera actualizada al siglo XXI, pero gracias a su originalidad, por momentos parece más un compendio de nada menos que tres viajes iniciáticos diferentes, aderezados con marcos escénicos epatantes y detalles incluso de terror. Harrison encuentra su sitio tomando elementos de Neil Gaiman, John Varley e Ian McDonald como referencias más evidentes, y construye una novela que no deja indiferente. Aunque no por ello resulte recomendable, por desgracia.

Su principal problema es que, casi desde el principio, el lector se extravía entre tanta situación provocativa (masturbaciones, asesinatos y drogadicciones, por citar sólo las más evidentes) y la ausencia total de explicaciones sobre los elementos utilizados, por lo que es muy probable que acabe perdiendo el interés y se limite a dejarse llevar (si es que continúa con la lectura). Algo que da la impresión de que Harrison parece buscar a propósito. Sin ir más lejos, los recurrentes flashbacks (presididos de manera previsible por los habituales traumas infantiles de sus protagonistas) que va introduciendo conforme avanzan los capítulos los podría perfectamente haber insertado antes, y haber ayudado así al lector.

Pero es que parece obvio que a Harrison le importa más exhibirse ante el aficionado que entretenerlo. La prosa está trabajada, y repleta de conceptos singulares, pero los por otra parte escasos acontecimientos relevantes que narra no se realzan apenas, algo que contrasta con los inexplicables comportamientos de unos presonajes (sobre todo Kearney) que vagan sin rumbo, sin restricciones económicas de ningún tipo, y dejando todo el tiempo cabos sueltos (a modo de ejemplo, citar todo lo relativo al viaje cuántico y al interés de la Sony, tantas veces mencionado para quedar en nada). Eso sí, la vida humana no vale nada en esta novela, el sexo a todas horas es lo más normal del mundo, y los delirantes encuentros de los protagonistas de las líneas narrativas cono el Shrander (en sus múltiples formas), casi lo único que otorga cierta cohesión a la trama. Si bien hay que reconocer que la estructuración, con sus tres líneas narrativas presentadas en escrupulosa alternancia y con un similar grado de atención, facilitan que el lector no desconecte del todo.

Por ello para mí la mayor virtud de "Luz" es su tratamiento del elemento científico, hasta el extremo de llegar a considerarla un buen exponente de ciencia-ficción dura. Aquí no hay ansibles, ni hiperespacio, ni otros trucos sin base científica tan habituales en otras obras de ciencia-ficción, pero sí agujeros negros, horizontes de sucesos, agujeros de gusano, seres humanos integrados en el código máquina de naves-K, el llamativo y artificial Canal Kefahuchi, buenas dosis de mecánica cuántica, clones generados a partir del ADN de sus ancestros, espacios multi-dimensionales... En realidad la novela habría representado prácticamente lo mismo sin todo este despliegue, así que se le agradece a Harrison el esfuerzo en ese esentido.

El final, salvo por el buen detalle de hacer converger la segunda y la tercera línea narrativa, y de aderezarlo con ciertas implicaciones metafísicas, tampoco entusiasma. Razón por la cual nunca me he animado a leer las dos novelas que, con los años, Harrison añadió a la saga: Nova Swing (2006) y Empty Space: A Haunting (2012, esta última no traducida al español). En suma, sólo apta para los realmente interesados en conceptos científicos aplicados con coherencia a space-operas.

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero d...