Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrada. Nos adentramos ya en la segunda década del presente siglo, que fue cuando vio la luz "El despertar del Leviatán", escrito por los autores Daniel Abraham y Ty Franck bajo el pseudónico de James S A Corey. Una novela que, tal vez sin pretenderlo, inició una de las sagas de mayor éxito de crítica y público en lo que llevamos de siglo. En la cual, sin pretenderlo explícitamente, el elemento científico resulta clave. Porque en el fondo lo que sus autores plantearon fue ni más ni menos que una space opera de las que tanto triunfaron durante la Edad de Oro de la ciencia-ficción, pero actualizada a los tiempos modernos sin que por ello perdiera su esencia: respetuosa con la ciencia, plausible tecnológicamente, preocupada por el mundo interior de sus protagonistas y, al mismo tiempo, dinámica y muy entretenida, gracias a su elaborada trama.
Seguramente la clave para el éxito de esta obra resida en su afán de verosimilitud. Y es que el panorama que plantean Abraham y Franck, en el cual la humanidad del siglo XXIV se ha extendido más allá del Cinturón de Asteroides, se presenta como una realidad atractiva al tiempo que factible considerando el ritmo al que evoluciona actualmente la tecnología. Esa sensación de que le han abierto una ventana al futuro mantiene enganchado al lector de principio a fin. Un logro en el que desempeña un papel esencial el elemento científico: sin necesidad de largas digresiones, ni abuso de conceptos complejos, su coherencia (excepción hecha del impacto alienígena en Eros) influye perceptiblemente en los aspectos biológicos, físicos y sociales de los personajes y de los marcos escénicos de esta extensa novela (desde el efecto de Coriolis hasta la morfología de los cinturianos).
Pero toda buena novela requiere también de una trama elaborada. Y la de "El despertar del Leviatán" lo es: con el trasfondo de la lucha de poder entre las dos grandes potencias del Sistema Solar (la Tierra y Marte), y la opresión (cuando no directamente discriminación) del Cinturón de Asteroides, los autores crean una compleja historia dispuesta en dos líneas narrativas separadas que irán convergiendo conforme el conflicto interplanetario se complique. Esa alternancia de líneas narrativas ayuda a la correcta estructuración de la obra, pues cada una de ellas se centra en uno de sus dos protagonistas: el Capitán Jim Holden, y su sentido del deber, y el Inspector Joe Miller, el típico perdedor de vida destrozada pero con un innato sentido para las investigaciones. Ambos bien caracterizados, el contraste tanto entre sus actos como entre el estilo de ambas líneas (más ciencia-ficción la de Holden, más novela negra la de Miller) enriquece la historia, en especial cuando ambas líneas narrativas se fusionan.
Si a todo lo anterior le añadimos una prosa ágil, unos capítulos cortos, con muchos diálogos y sin apenas espacio para el relleno, su renuncia expresa al un tanto forzado empoderamiento femenino que tanto abunda en los últimos tiempos (el principal personaje femenino, Naomi Novak, es justo lo contrario de lo que la corriente de pensamiento dominante en el género dictaría), el misterio que rodea tanto la desaparición de Julie Mao como la masacre en Eros, la diversión que ofrecen los diversos combates, asaltos, asesinatos y otros pasajes similares, algunos buenos detalles como el preponderante papel que se otorga a corporaciones como Protogen, e incluso los detalles inspirados en el Quijote (desde la nave llamada Rocinante hasta los paralelismos entre la obsesión vital de Miller por la idealizada Julie y la de Don Quijote por Dulcinea) se entenderá el éxito casi unánime alcanzado por esta novela.
No obstante, el libro adolece de pequeños fallos que impiden considerarla perfecta: la relativa poca claridad con la que se presenta la situación geopolítica en el Sistema Solar, unos villanos no demasiado creíbles, algún que otro anacronismo (sobre todo a la hora de realizar símiles), un día a día de los habitantes del futuro que difiere excesivamente poco respecto a los actuales, un estilo a veces demasiado funcional, y el abuso de barbarismos innecesarios. Ninguno de ellos grave, como puede verse, pero que podrían haberse pulido sin excesivo esfuerzo.
A cambio, Abraham y Franck encuentran momentos para ir ofreciendo relevantes especulaciones sobre la condición humana, y sobre cómo la protomolécula alienígena (y su posesión) podrían alterarla, sin que por ello se altere el ritmo alto y las ganas de retomar la lectura cada vez que la hemos interrumpido, lo que supone otro punto más a favor de esa actualización de la space opera tradicional. El desenlace a dos bandas, original, bien resuelto, cerrado respecto a la trama planteada y sin embargo abierto a futuras continuaciones, reafirma la favorable impresión final. Y explica por qué esta novela se ha terminado convirtiendo en una larguísima saga (¡nada menos que nueve títulos!), sobre cuyas siguientes entregas les escribiré cuando avance este 2024.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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