domingo, 24 de septiembre de 2017

Dr. Bloodmoney (1965). Philip K. Dick

Una entrada más continúo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de esa alteración de la realidad que desde hace décadas se ha venido cultivando en la literatura de ciencia-ficción, y de la que los norteamericanos Philip K. Dick y Robert C. Wilson son dos grandes maestros. Les voy a presentar en esta oportunidad "Dr. Bloodmoney (o cómo nos las apañamos después de la bomba)", de Dick. Que además de ser uno de los títulos menos conocidos de la época en la que con más coherencia y acierto el estadounidense exploró esta alteración de la realidad, es también la novela que definitivamente me hizo ver el paralelismo entre estos dos escritores. Porque el argumento, los personajes, las líneas narrativas que se entrecruzan, la repentina catástrofe y su impacto, podrían ser perfectamente parte de una novela de Wilson. Pero no, su autor fue Dick. Una novela, además, en la que Dick tomó como base el conocido tema del apocalipsis post-nuclear, eso sí, llevándolo con naturalidad a su personal estilo literario: inteligente, dinámica, consistente en lo esencial, pero también descabellada.

Quizá lo que más sorprenda al lector que ya se haya enfrentado con anterioridad a otras obras de Dick sea la sustitución de una línea narrativa claramente predominante, habitual en el estadounidense, por varias líneas separadas que se entrecruzan varias veces a lo largo de la novela sin llegar a fusionarse. Para ello Dick crea un elenco inusualmente amplio de personajes, y nos muestra cómo se van adaptando a la California post-holocausto. La mayoría están bien caracterizados y resultan creíbles. Mención especial para Stuart McConchie (y su astucia innata a pesar de que Dick nos hace creer que desempeñará el rol del personaje corto de miras que tiende a aceptar la realidad sin cuestionarla), y para el focomelo Hoppy Harrington (y cómo su conversión de ser humano marginal a centro de poder le agria fatalmente el carácter). Pero en otros personajes, y en consonancia con su habitual cuestionamiento de la realidad, Dick tensa demasiado la cuerda de la verosimilitud. Tal es el caso de Bruno Bluthgeld (el científico que da título a la novela de manera un tanto desafortunada, y cuya influencia en la catástrofe nuclear se exagera en demasía), y sobre todo de Edie y Bill Keller (la niña de siete años y el hermano siamés que supuestamente habita en su interior, algo absolutamente inadmisible desde el punto de vista científico).

A pesar de estas deficiencias en algunos personajes, la novela nunca descarrila y resulta agradable de principio a fin. Con un ritmo narrativo alto y un mensaje más optimista de lo que cabría esperar en Dick, el lector va apreciando cómo los personajes se van adaptando a las esperables carencias tras la catástrofe en unas ambientaciones californianas sugestivas y creíbles, dedicándose a nuevas ocupaciones acordes con la situación y tan originles como la de Walter Dangerfield, quien hace las veces de "internet" de esta nueva era. Aunque en ocasiones se eche de menos una línea principal más definida, que aumente la carga emocional de la novela.

Aparte de estos personajes y situaciones inadmisibles, y de una cierta sensación de collage de acontecimientos diversos, otros defectos menores de la novela son: las inusitadas capacidades extrasensoriales que desarrolla Hoppy, la escasez de información sobre los motivos de la catástrofe y su impacto en otras partes del mundo, la sociedad excesivamente evolucionada que Dick imaginó para las últimas décadas del siglo XX previas a la catástrofe, y la impresión de que Dick podría haberle sacado más partido a tanto personaje expandiendo la novela sesenta o setenta páginas más.

A cambio de estos inconvenientes, el panorama planteado por Dick apela siempre a la inteligencia del lector, quien una vez que concluye que la lucha entre Bill y Hoppy va a ser la clave de la novela, no puede dejar de pasar las páginas para averiguar cómo resuelve Dick ese inverosímil meollo. Hasta toparse con un desenlace descabellado y sin embargo consecuente con lo planteado, y que no decepciona.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Tiempo de Marte (1964). Philip K. Dick

Una entrada más prosigo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción a cargo de dos grandes escritores norteamericanos: Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Respetando el orden cronológico le ha llegado el turno a "Tiempo de Marte", quizá una de las novelas menos conocidas de la primera etapa de Philip K. Dick. Y que sin llegar al nivel de sus mejores obras, sí que mantiene ese cuestionamiento de la realidad que hace que al mismo tiempo que el lector se pregunta si lo que lee es razonablemente coherente, siente una subyugante atracción por lo narrado.

No obstante, para poder apreciar esta novela hay que ser indulgente con un par de cuestiones que podrían condenarla negativamente si no las pasamos por alto. La primera es el Marte "infantiloide" que nos muestra el autor: por supuesto hay marcianos (los oscuros, semejantes a los humanos y con sus propias tradiciones milenarias), pero también agua en cantidad aceptable, una atmósfera respirable... es fácil comprender que estas inverosímiles características del Planeta Rojo eran asumidas como validas hace más de cincuenta años y que por eso Dick no tuvo reparo en recurrir a ellas. Y la segunda es la escasa relevancia del elemento científico, dado que la novela se apoya a menudo en conceptos alejados de la ciencia: el uso de amuletos (aguatuja), la existencia de lugares con propiedades mágicas (Puño Manchado), y otros ejemplos.

En mi opinión, la mayor virtud de "Tiempo de Marte" es la habilidad literaria de que hace gala Dick en su mejor época. Tangible en los personajes profundos y bien caracterizados que crea, en el consabido cuestionamiento de la realidad, en el ambiente opresivo que preside la novela, en el enfoque de un mismo episodio desde diferentes personajes... Esta conocida habilidad del autor se combina aquí con el tratamiento de la esquizofrenia (quizás la verdadera protagonista del libro). Y es que Dick nos muestra sus conocimientos sobre el asunto no sólo en Jack Bohlen, sino en las tendencias esquizofrénicas que enseñan a los niños en la Escuela Pública.

El resto de las virtudes de la obra (dejando a un lado la excelente traducción a cargo de Marcelo Cohen), derivan de lo expuesto en el párrafo anterior. A saber: el logrado equilibrio de poderes, que se refleja incluso en la geografía marciana (contrabandistas del mercado negro, reparadores, trabajadores del agua, psiquiatras, judíos...); la elaboración de escenarios inquietantes, como esa Escuela Pública en la que sus máquinas docentes recrean personajes famosos, o el campo Ben-Gurión; la interrelación de casi todos los personajes, con líneas argumentales tangenciales; el tratamiento de un aspecto tan poco frecuente en la ciencia-ficción como la infidelidad matrimonial; y varios personajes particularmente conseguidos (es el caso de Arnie Kott, cien por cien "dickiano", hecho a sí mismo, ostentoso, cruel e infantil, de Manfred Steiner, el niño autista del que Dick no nos termina de mostrar sus poderes ni su influencia pero sí lo desasosegante que resulta, o incluso de la manera en la que se comportan y relacionan las ociosas Silvia Bohlen y June Henessy). Además, dos episodios brillan con luz propia: el pavorosamente repetido de la cena y la conversación entre Arnie, Jack y Doreen, y el desenlace, primero con su intento por revertir la realidad y segundo con la ilusión de que la muerte que Dick nos narra no está siendo real.

Para terminar, reseñar otros defectos no citados que añadir a las dos cuestiones con las que debemos ser indulgentes. El más evidente es la enormemente avanzada civilización que Dick sitúa allá por 1994. Tampoco se termina de captar en toda su dimensión el interés de las distintas facciones por los montes FDR. Y desde mi humilde punto de vista, nunca está del todo claro para el lector cuál es el verdadero motor de la novela, lo que hace, en especial durante su primera mitad, que el ritmo narrativo sea lento en demasía. Aunque la contenida extensión de la misma y los sobresaltos de la segunda mitad justifican sobradamente su lectura.

"El despertar del Leviatán" (2011). James S A Corey

Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrad...