sábado, 26 de enero de 2019

La fragua de Dios (1987). Greg Bear

Una entrada más continúo con las reseñas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que aún no hubieran tenido su entrada independiente en este humilde blog. Hoy le toca a "La fragua de Dios", del estadounidense Greg Bear. Nominada a los Premios Nébula de 1988 (un año en el que ganó "La mujer que caía", de Pat Murphy, que por ser una novela de fantasía queda fuera de la temática de este blog), fue la tercera novela de uno de los escritores más reconocidos en el género durante la segunda mitad de los ochenta y los noventa, amén de su segunda nominación a los Nebula. Y que sin llegar a ser del todo redonda, sí que se trata de una novela ambiciosa, muy trabajada, amena y rica en personajes sobre los primeros contactos de especies extraterrestres con nuestro planeta. A la que también es cierto que le falta algo de fuerza y un mejor foco argumental para haberse convertido en un clásico.

Bear afronta ese primer contacto de manera original, recurriendo no a uno sino a dos artefactos de origen extraterrestre que aparecen casi simultáneamente en dos sitios muy alejados: el Valle de la Muerte en Estados Unidos y el desierto de Australia. Lugares de los que surgen seres mecánicos, o al menos no claramente orgánicos, que trasladan mensajes contradictorios tanto sobre su misión como sobre el futuro de la humanidad. Esos dos frentes abiertos, junto a la desaparición del satélite Europa acaecida unos meses antes, y la ubicación de la historia en un futuro cercano (el año 1996), hacen que la novela recuerde poderosamente en su primera mitad a las que el también norteamericano Robert C. Wilson convertiría en sus señas de identidad tan sólo unos años más tarde: en ese sentido, Bear marcó tendencia.

Además, en un claro intento por modernizar la ciencia-ficción clásica como otras muchas de las novelas de los ochenta, Bear recurre a múltiples líneas argumentales, creando poco menos que una novela coral por el número de personajes que utiliza. Con tres claramente destacables: Arthur Gordon, el astrónomo que quizá ejerce el rol de protagonista principal; Trevor Hicks, periodista y sobre todo escritor de ciencia-ficción (en lo que constituye al tiempo una defensa del género y un reconocimiento al mismo); y el presidente Crockerman, cautivador y racional al comienzo, desequilibrado y derrotado conforme avanzan los acontecimientos.

No satisfecho con semejante despliegue, Bear va incorporando nuevas sorpresas conforme avanza la lectura, desde la muerte del Huésped, pasando por las arañas eléctricas autorreproductoras, hasta esa original arma destructora que se introduce en el núcleo terrestre y orbita en torno a él. Respetando el elemento científico, Bear consigue así satisfacer el sentido de la maravilla que espera el lector habitual de ciencia-ficcion, hasta el extremo de evolucionar gradualmente ese primer contacto convertiéndolo en una novela apocalíptica de desenlace trágico.

No obstante lo anterior, a la novela le lastra en cierta medida esa evidente ambición creativa. El número de personajes y líneas narrativas acaba resultando excesivo, con páginas que no aportan mucho, y excesiva atención a determinados personajes en momentos no siempre oportunos (por ejemplo a Edward Shaw durante su estancia final en el Yosemite). Por otra parte, muchas de las sorpresas extraterrestres, incluso las dos facciones que teóricamente se enfrentan por destruir y salvar respectivamente la Tierra, resultan inconexas y quedan al final relativamente inexplicadas. Además, Bear apenas echa un mínimo vistazo al impacto en el mundo no anglosajón de la llegada extraterrestre, recurre al tópico de un enfermo terminal de leucemia para intentar conferirle a la novela un dramatismo que su prosa un tanto plana no termina de transmitir (a pesar de lo trágico de los acontecimientos), y en su afán por repartir la atención entre las distintas narrativas, provoca que el lector pierda un tanto el foco de lo realmente relevante, escapándose así parte de la fuerza del libro.

Eso sí, el esfuerzo encomiable del autor por tratar con detalle y nuevos enfoques temas ya clásicos en la ciencia-ficción justifica sobradamente su lectura, así como su meritoria nominación a los Premios Nébula. Por cierto, que me imagino que a raíz de ese éxito, Bear publicó años más tarde una continuación ("Anvil of stars"), de menor éxito comercial y de crítica, y que nunca ha sido traducida al español. Por lo que no he tenido oportunidad de leerla, ni de reseñarla en este blog.

sábado, 12 de enero de 2019

El cuento de la criada (1985). Margaret Atwood

Comienzo el año con la reseña de una nueva novela ganadora o nominada a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que aún no hubiera tenido una entrada independiente en este humilde blog. Le ha llegado la oportunidad a "El cuento de la criada", de la escritora canadiense Margaret Atwood. Que fue una de las novelas nominadas al Premio Nébula de 1987, galardón que correspondió a "La voz de los muertos", del estadounidense Orson Scott Card (a la que ya aludí de pasada cuando reseñé hace unas semanas "El juego de Ender"). De todas las novelas nominadas a los Nébula de ese año, la de Atwood me parece la más interesante, y creo que el tiempo me ha dado la razón, porque sin duda es la que más vigente continúa tres décadas más tarde, como lo demuestran sus numerosas reediciones. Ya comenté en la reseña que dediqué a los Premios Nébula en la década de los ochenta que lo más interesante para mí de ese un tanto flojo periodo fue el auge que vivieron las distopías, subgénero al que pertenece la novela que les presento hoy. Y aunque en mi opinión "El cuento de la criada" queda lejos de las dos grandes distopías de los ochenta ("El pájaro burlón", de Walter Tevis, y "Las torres del olvido", de George Turner), sí que merece una lectura. Porque se trata de una distopía netamente feminista, bien escrita, profunda y a la vez fácil de leer. Aunque también es cierto que me pareció bastante inverosímil, poco clarificadora y un tanto escasa de acción.

Quizá lo mejor de la novela sea el hecho de que Atwood logre mantener el interés del lector durante cuatrocientas páginas sin que el volumen de acontecimientos sea particularmente relevante. De manera supuestamente autobiográfica y un tanto desordenada, mezclando pasado y presente, su protagonista Defred va desvelando poco a poco su historia personal, cómo pasó de mujer universitaria, con pareja e hija, a criada en casa de la anciana Serena Joy, privada casi completamente de libertad, y con el único objetivo de concebir un hijo del esposo de Joy. Y todo ello en una sociedad que ha reducido a las mujeres en edad de procrear a esa función.

Un planteamiento impactante, y que Atwood se esfuerza por hacer creíble proporcionando múltiples detalles sobre los nuevos roles, los cambios en la ciudad sin nombre donde transcurre todo el libro, o las renovadas costumbres sociales. Pero que desafortunadamente resulta inverosímil a ojos del lector por varias razones: sobre todo, porque la involución de la sociedad americana sucede en un lapso demasiado corto (piénsese que Defred tiene ya veintitantos años cuando asesinan al presidente de los Estados Unidos, y aún está en edad de concebir cuando la República de Gilead ya ha consolidado todos sus cambios), pero también porque la justificación de tan radical transformación es demasiado endeble (porque la ley marcial no puede en buena lógica venir acompañada desde su mismo comienzo por la anulación de las mujeres como personas), e incluso porque algunas cuestiones que plantea Atwood no soportan un análisis razonable (como por ejemplo la vinculación que establece entre la relegación de las mujeres y una supuesta guerra que se libra en buena parte del territorio de los Estados Unidos con un enemigo no determinado).

Otros defectos que alejan a "El cuento de la criada" del nivel de las grandes distopías del género son la escasez de detalles de lo que sucede en otras partes del mundo, o en las instituciones que gobiernan la recién instaurada República, la lentitud a la hora de situar al lector (Atwood prácticamente consume la mitad de la novela para ello), y la gran cantidad de asuntos que Defred deja sin clarificar cuando la narración se interrumpe "a lo Anna Frank" (quizá sea esa la razón por la que la escritora añadió esas Notas Históricas a modo de apéndice al final, revisando desde el futuro la vida de Defred, y especulando al mismo tiempo sobre su sociedad).

A cambio, Atwood logra sumergirnos en un panorama opresivo, dentro del cual sin embargo la humanidad logra abrirse camino a través de alianzas, susurros, lugares secretos o incluso eventos donde explícitamente se transgreden las normas (a este nivel el rol del Comandante, el esposo de Serena Joy, es determinante). Con una sabia mezcla de dureza, resignación y esperanza, y consiguiendo que el lector se identifique con su protagonista y rechace todas esas vejaciones y el menosprecio al que son sometidas las criadas, pero sin epatar por un feminismo exacerbado, o por un rechazo a ultranza de la política o la religión, postulados que se le podrían haber vuelto en contra. En suma, una distopía que merece una lectura, siempre que no situemos nuestras expectativas demasiado altas.

Una nota final: hace unos días he sabido que Atwood está escribiendo una continuación para esta novela. Creo que ni el universo que creó ni la calidad de "El cuento de la criada" dan para tanto, pero lógicamente la demanda de los lectores manda en estos casos. Así que es posible que en una o dos temporadas pueda reseñar en este blog esa continuación.

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero d...