Continúo con la entrada de hoy mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Nos adentramos ya en la década de los ochenta, que fue cuando mayor relevancia alcanzó el escritor británico nacionalizado estadounidenses Charles Sheffield. Un autor que, pese a que nunca terminó de alcanzar la posición de preeminencia dentro del género a la que parecía apuntar en sus mejores obras, ya ha aparecido en varias ocasiones por este humilde blog. Así que para este recorrido he debido descartar las que tal vez sean sus novelas más conocidas para el lector en español, y por eso me he decidido en esta oportunidad por "Entre los latidos de la noche". La cual encierra, como casi todas las de su producción, la suficiente relevancia del elemento científico como para poder encuadrarse sin duda dentro de la ciencia-ficción dura. Pero que resulta menos popular que, por ejemplo, "La telaraña entre los mundos" (1979), tal vez porque esta última presentaba por vez primera el famoso concepto del ascensor espacial. En todo caso, "Entre los latidos de la noche" es, por supuesto, una lectura repleta de ideas científicas, pero también de consecuencias sociales y psicológicas, y lo que tal vez sea menos esperable, de especulaciones filosóficas sobre la vida.
Pese a su extensión relativamente contenida, la novela se estructura en tres partes tremendamente separadas espacial y temporalmente, lo que habla en favor de la habilidad narrativa de su autor. La primera transcurre en el año 2010, en el cual la hecatombe nuclear causada por el enfrentamiento entre las naciones provoca que los únicos seres humanos que sobrevivan sean los que han iniciado una nueva vida en las arcologías (las colonias que orbitan en torno a nuestro planeta). En la segunda Sheffield traslada la acción al planeta extrasolar llamado Pentecostés, y la sitúa nada menos que en el año 27698. Y en la tercera parte, la más atractiva en mi opinión, el escritor salta hasta el 29872, camino a Gulf City. Dos saltos temporales muy ambiciosos, en los cuales es relativemente fácil naufragar a la hora de elaborar una trama coherente y mantener el interés del lector, pero de los que Sheffield sale relativamente airoso. Aunque lógicamente ello requiere que el lector ponga algo de su parte, como en toda obra de ciencia-ficción dura.
No será una sorpresa que, a mi modo de ver, la mayor virtud de la novela sea el tratamiento del elemento científico. Tremendamente presente a lo largo de toda la historia, Sheffield sitúa en primer plano todo lo relativo a la física y la astronomía, explicando con detalle los efectos sobre los seres humanos de sus especulaciones e hipótesis, y llegando al extremo de presentar razonamientos o cálculos relativamente complejos dentro de sus páginas. Pero para lectores con una cierta formación científica no resultará difícil seguirle, e incluso llegar a familiarizarse con conceptos originales como el Espacio-L o los Objetos Kermel. Además, Sheffield aprovecha hábilmente sus conocimientos físicos y astronómicos para crear marcos escénicos singulares y fascinantes, y abordar los viajes espaciales con originalidad, contribuyendo así a aumentar el imprescindible sentido de la maravilla, sin que lo que nos presenta carezca de la necesaria sensación de verosimilitud. Y remata el conjunto con especulaciones profundas que va realizando poco a poco sobre la posible evolución de la vida en la Tierra a lo largo de los milenios.
En aquella década ya era evidente la voluntad de los escritores de ciencia-ficción de otorgarles cierta profundidad a sus personajes, y Sheffield no es una excepción: se nota su esfuerzo por caracterizarlos razonablemente, aunque con la premisa de no destruir el ritmo narrativo por culpa de una excesiva morosidad verbal. Porque Sheffield es un narrador solvente, que incluso en una primera parte cuya visión del futuro difiere evidentemente de lo que resultó ser, es capaz de lograr que las páginas se pasen con dinamismo, y al mismo tiempo fijar los cimientos para lo que luego relatará en las dos partes siguientes. Aunque evidentemente la novela mejora a partir de la segunda parte: la lectura se vuelve tan agradable como fluida, y las especulaciones van subiendo el nivel hasta llegar al moralizante desenlace, con esa poco menos que inevitable conclusión de que al final muchas personas cambiarían una vida duradera por una mucho más breve y desafiante, pero también mejor.
En cuanto a los defectos, quizá el más grave sea cierta falta de consistencia en la historia: a veces se escapa de lo que parece su propio camino, sin saber realamente a dónde quiere ir a parar. Aunque bien argumentada, a mi modo de ver a la novela le vendría bien una trama un poco más sólida. También puede descolocar el que los personajes de la primera parte desaparezcan abruptamente de la segunda. O la obsesión por eliminar los periodos de sueño que preside la primera parte. Incluso se podría decir que es una obra que entretiene más que impacta, o que lo que perdura de ella es la ambientación más que los acontecimientos, pero quizá eso ses algo común a toda la ciencia-ficción dura. A cambio, Sheffield no se olvida de rematar la novela con un excelente epílogo, poético y dramático a partes iguales, y que refrenda mi impresión de que el libro ha envejecido bastante bien, y merecería una reedición. A ver si esta reseña contribuye a ello.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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Las especulaciones tecnológicas de Sheffield no se olvidan, a diferencia de la mayoría de sus personajes (aunque esta novela, valgan verdades, despliega escenarios cada vez más vastos –y dramáticos, como bien se dice al final del artículo– y eso también causa una impresión duradera).
ResponderEliminarEl Espacio-L me voló la cabeza, no sólo como concepto derivado de la Relatividad einsteniana, sino porque el autor sabe explicar la idea con soltura y consistencia. Lo mismo me pasó con la nave no-inercial que aparece en «Las crónicas de McAndrew»: es una magnífica especulación que no ha perdido un ápice de actualidad.
Justo por esta clase de detalles es que Sheffield no puede ser acusado, como sí otros autores (al margen del interés de sus historias, ojo), de escribir Espada y Brujería disfrazada de ciencia ficción dura, poniendo como excusa la famosa observación de Clarke sobre una tecnología muy avanzada...
Aunque conservo mi añoso ejemplar de Nova, también espero que aparezca alguna reedición, pues es una novela que merecería más lectores. ¡Saludos!
Gracias por tu detallado comentario.
EliminarEs cierto que de esta novela no sólo perduran las especulaciones tecnológicas, sino también conceptos y escenarios, como bien apuntas. Ésa fue una de las razones que me animaron hace unas semanas a rescatar esta novela suya dentro del recorrido por la ciencia-ficción dura, a pesar de que solamente la editó Nova en su momento.
El otro tema que mencionas es incluso más interesante: es cierto que en los futuros muy-muy lejanos la ciencia-ficción dura y la fantasía de espada y brujería podrían llegar a encontrarse. Pero como fiel defensor de la ciencia-ficción dura (y fiel detractor de la espada y brujería), sí que estoy convencido de que en su visión de la ciencia del futuro Sheffield no se limitaba a repetir unos cuantos conceptos científicos de última moda para ocultar sus trucos de magia, sino que intentaba crear futuros respetuosos con lo que a día de hoy nos permiten nuestros conocimientos científicos.