sábado, 27 de abril de 2019

Metropol (1995). Walter Jon Williams

Una nueva entrada prosigo reseñando en orden cronológico las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los noventa. Voy a hablarles en esta ocasión de Metropol, del estadounidense Walter Jon Williams. Que fue una de las novelas nominadas a los Nébula el año que ganó "El experimento terminal", del para mí un tanto mediocre Robert J. Sawyer. Y es que sin considerarla una gran novela, la obra de Williams me parece una digna nominada, muy original, potente visualmente, con varias ideas ingeniosas y bien escrita. Lástima que en mi opinión le sobren elementos fantástico y le falten un rumbo y un propósito claros.

Para tratarse de un mundo tan complejo como el ideado por Williams, superpoblado y sin referencias trasladables a nuestro planeta actual, el escritor consigue con habilidad y buenas decisiones que el lector se sitúe en él sin excesivo esfuerzo, y comience a disfrutar de las bondades de la novela. Que en buena medida derivan de su original propuesta: una lejana Tierra, miles de años en el futuro, en la que toda la superficie disponible ya ha sido edificada y reedificada una y otra vez, sin noches, con algo sólo remotamente parecido a nuestras naciones (Jaasper, Barzaki, Cheloki, Caraqui), y con un elemento fantástico (el plasma) que sin embargo el escritor logra presentar como un concepto plausible y hasta natural en ese mundo futuro.

Además, Williams acierta al plantear una única línea narrativa en torno a Aiah, su protagonista femenina absoluta. La forma como Aiah persigue y logra un cambio en su vida, triunfa a pesar de sus contradicciones, asciende hasta convertirse en colaboradora y amante del metropol Constantine, y acaba saliendo indemne de su participación en la toma de Caraqui, está presentada con una solvencia digna de elogio. Los diálogos son siempre acertados, las descripciones las justas para visualizar la inmensa metrópolis, y el equilibrio entre acontecimientos y sentimientos muy preciso.

Los problemas comienzan cuando Williams comienza a abusar de elementos fantásticos. La "geomántica" y la "geomaturgia", conceptos vinculados a la extracción y la manipulación del plasma, aún tienen un pase. Pero las ánimas, los magos, los mutantes, la teletransportación, el Hombre de Hielo, los delfines que hablan... son demasiados elementos difíciles de aceptar, y la verosimilitud de la novela se resiente. A ello hay que sumarle todo lo que Williams deja sin explicar: lo más obvio es que no arroja ninguna luz sobre la barrera que oculta el sol y la luna, mas tampoco acabamos entendiendo la naturaleza real del metropol, lo que realmente se esconde tras La Operación, o incluso por qué el bebé de Tella tiene que estar siempre en las oficinas de la Compañía.

Argumentalmente la novela también flojea en su segunda mitad. Y es que una vez que Aiah se ha vuelto rica y ha conseguido una relación fluida con Constantine, es obvio que Williams no tiene claro por dónde tirar: si por una conspiración a escala planetaria, si por las pequeñas vivencias individuales de su protagonista, si por la investigación de La Operación... Al final opta por presentarnos la toma de Caraqui como la manera de cerrar de la novela dignamente, y se saca de la chistera el único personaje poco convincente del libro, Rohder, con su extraña cuota de poder y sus si cabe más peculiares encargos. Así el escritor construye un desenlace decente y agradable, pero muy lejos de lo que lo que la novela apuntaba al comienzo.

A pesar de ello, su originalidad y su calidad literaria me parecen argumentos innegables como para que optara a los Premios Nébula. Porque no es fácil aunar esas dos virtudes en un género que estaba ya tan trillado en la década de los noventa como la ciencia-ficción.

sábado, 13 de abril de 2019

Marte se mueve (1993). Greg Bear

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los noventa que todavía no hubieran tenido su entrada propia en este humilde blog. Ha llegado la oportunidad de hablarles de "Marte se mueve", del estadounidense Greg Bear, que se alzó con el Premio Nébula a la mejor novela el año de su publicación. A pesar de lo cual no la considero la mejor novela de Bear que he leído, e incluso me parece inferior a "La fragua de Dios", la novela de Bear que sólo se quedó como nominada para los Nébula seis años antes. Y eso que "Marte se mueve" es una novela muy elaborada sobre la vida en Marte en el siglo XXII, que entrecruza con inteligencia diversos planos (el social, el biológico, el tecnológico, el político) sobre la línea conductora que va dibujando la vida de su protagonista absoluta, Casseia Majumdar. Pero en mi opinión al libro le sobre extensión y en su mayor parte le falta calado literario.

No obstante lo anterior, creo que la novela cuenta con varios puntos fuertes. En concreto, hay dos que descollan al mismo nivel: la biología marciana y la tecnología de los Olímpicos. La biología está tan bien concebida, y presentada de un modo tan consistente (grietas, limo, puentes acueductos... todos estos conceptos nos resultarán familiares al terminar la lectura) que cuesta reconocer la inventiva de Bear. Algo parecido sucede con la tecnología: aunque no se entienda muy bien, los descriptores, la región de Pierce, los alabeadores, y las posibilidades que ofrecen (y que el escritor sabe aprovechar) son realmente fascinantes.

A un nivel inferior, pero todavía meritorio, podemos considerar la geología marciana (perfectamente presentada y brillantemente aprovechada por las construcciones humanas), los avances tecnológicos del siglo XXII (las extensiones, los pensantes, los evolvones, incluso los LitVids), y la originalidad del planteamiento de partida (alejado de las típicas primeras expediciones al planeta rojo, pero también de aquellos otros que muestran a Marte en condiciones de igualdad con la Tierra).

El problema es que todas esas virtudes quedan en segundo plano a causa de dos defectos graves. El primero es que la novela tarda una eternidad en enganchar: la primera parte, centrada en la revuelta universitaria, se presenta sin contextualizar, es demasiado extensa y está mal justificada, y la segunda, la fallida visita negociadora de Casseia a la Tierra acompañando a su pariente Bithras, es precisamente eso, fallida, sin propósito claro, estructura, ni consecuencias tangibles. Así que cuando a partir de la tercera parte Bear acelera el ritmo y despliega con toda intensidad su batería de "ingenios", la impresión global del lector sobre la novela ya está formada. Más aún si tenemos en cuenta el segundo defecto grave: la complejidad del panorama político planteado. Solamente al final de la novela el lector cree por fin entender todo lo ideado por Bear (Vínculos Múltiples, estadistas, las alianzas terrestres...), e incluso le parece un trasfondo razonable, pero durante la mayor parte de la misma resulta más un obstáculo para la lectura que otra cosa.

Si a ello le añadimos que el estadounidense es un narrador simplemente correcto, con una prosa un tanto anodina y sin capacidad para dotar de la profundidad necesaria a sus protagonistas, que hasta el último momento va creando sin miramientos nuevos personajes según los va necesitando, que anticipa en exceso la relación que Casseia y Charles retomarán en el tramo final, y que se echa muchísimo de menos un mapa de Marte, se entenderá que mi valoración final no fuera demasiado alta.

No obstante, debo reconocer que si el lector no desfallece durante la lectura, acabará apreciendo todo lo que mejora la novela en su último tercio, y disfrutar con un final intenso y un desenlace tan descabellado como coherente a su manera. Algo es algo.

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura . ...