sábado, 28 de agosto de 2021

La ciudad y las estrellas (1956). Arthur C. Clarke

Una entrada más prosigo con las reseñas de novelas emblemáticas de los más relevantes escritores británicos de ciencia-ficción. Hoy toca detenerse en el más reconocido de los escritores de aquellas tierras: Arthur Charles Clarke. Quien durante décadas fue probablemente el autor más famoso del género a nivel mundial, y cuya trascendencia para el mismo ha sido tal que desde hace muchos años proporciona su nombre al premio a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en el Reino Unido. A lo largo de los años he ido reseñando en distintas oportunidades muchas de sus novelas más laureadas, pero me había dejado en el tintero otro de sus clásicos incuestionables: "La ciudad y las estrellas". Que sin gozar de la fama de "El fin de la infancia" o "Cita con rama", se encuentra entre lo más reseñable de su bibliografía. Eso sí, aunque se trata de una novela con un alto sentido de trascendencia y una considerable carga filosófica, algo no demasiado habitual en la producción del Gran Maestro, cuando la leí supuso para mí una pequeña decepción. Intento explicarlo.

Los primeros capítulos posiblemente sean los más interesantes del libro, porque el punto de partida es tan original como rico en posibilidades. Diaspar, una ciudad inmutable durante mil millones de años, sin noche, sin cambios de temperatura, un universo en sí misma, rodeada por el más desolado de los desiertos, ejerce sobre el lector una poderosa atracción. En tan sugestivo lugar surge la figura de uno de los pocos Únicos de la historia: Alvin, un individuo carente de los temores del resto de sus conciudadanos, y rebosante de inquietudes por "no se sabe muy bien qué". Además, lo que Clarke empieza a tejer con estos mimbres está muy conseguido: su particular relación con Jeseras (su tutor), y con sus simulados padres, o cómo va entendiendo la estructura de la vida en Diaspar (determinada por los Bancos de Memoria). Incluso el propio paisaje de Diaspar es atrayente, con su gran parque central, las murallas y la Torre de Lorrane, la tumba de Yorlan Zey, la sala del Consejo...

Khedrom, el bufón, es probablemente el primer elemento discutible de la novela. Tal vez sea útil para introducir pequeñas perturbaciones que alejen el estancamiento de Diaspar, pero en mi opinión tanto sus funciones concretas como su caracterización dejan que desear. Si bien es a partir del inesperado viaje de Alvin a Lys cuando el lector tal vez tenga la sensación de que la novela se le va de las manos a Clarke, que en pocos capítulos nos lleva nada menos que a la ambiciosa búsqueda de otras formas de vida por toda la Galaxia. Un propósito demasiado grandioso para lo que inicialmente apuntaba.

Lo cual me permite repasar todos los defectos de la obra. A consecuencia de lo que he comentado antes, pienso que las inquietudes de Alvin no terminan de seguir una evolución comprensible: sabemos que quiere salir de Diaspar, y poco más. De hecho, una vez Alvin se halla en Lys, el lector no sabe hacia dónde se dirige la novela. Y es que no hay un motor, un eje claro sobre el que estructurarla, por lo que terminará pasando las páginas por pura inercia, con lo que los descubrimientos que va realizando Alvin pierden mucha de su fuerza. Incluso abundan los pasajes faltos de acción, en los que sólo se describen lugares o acontecimientos pretéritos. Y algunos episodios dan la impresión de ser poco relevantes para la novela; entre ellos, el juicio de Alvin a su retorno de Lys por el Consejo, su segunda visita a Shalmirane, o incluso la exploración del Sistema de los Siete Soles, cuyo único fin parece el encuentro con Varamende.

Otros detalles que no me terminaron de convencer son: el que en Diaspar todos los objetos se materialicen con un simple deseo mental; el que algunas especies animales muestren un grado evolutivo excesivo para ser creíble; el pólipo que habita en Shalmirane y sus historias sobre El Maestro y los Grandes, todo ello un tanto al margen de la trama; y el que los cambios que desencadena Alvin con sus acciones se produzcan demasiado bruscamente, sin mesura.

Afortunadamente, en este tramo de la novela se hacen particularmente presentes otros acierto que justifican su lectura, como las reflexiones sobre el sentido de la vida, la belleza y la muerte, de cuya escasez tanto se le acusa a Clarke, la gran relevancia de los computadores en la obra teniendo en cuenta cuándo fue escrita, la relación cada vez más fraternal entre Alvin e Hilvar, metáfora del reencuentro entre Diaspar y Lys, y la propia ciudad de Lys como paradigma de vida cercana a la Naturaleza, y plena de amor.

El tramo final, con las revelaciones de Varamende, derriba falsos mitos de ambas culturas y aclara un tanto la historia humana en tan vasto periodo, lo que cierra correctamente el círculo de lo narrado, aunque a mí por lo menos no me llegó a emocionar. Aun así, una novela recomendable para los seguidores del británico.

domingo, 22 de agosto de 2021

Las crisálidas (1955). John Wyndham

Con la presente entrada continúo con la reseña de novelas de referencia de los más relevantes escritores británicos de ciencia-ficción. Seguimos avanzando en el tiempo y llegamos al año 1955, en el que vio la luz "Las crisálidas", una de las novelas más conocidas de John Wyndhman. Que aunque es recordado sobre todo por la sensacional "El día de los trífidos" posee, en su extensa bibliografía, varias obras indudablemente recomendables. Entre las cuales se incluye la que hoy es objeto de mi reseña: una notable novela sobre las consecuencias de una catástrofe apocalíptica en las diversas sociedades que perviven, con un excelente equilibrio entre acción y especulación, y que ha soportado muy bien el paso del tiempo.

Wyndham da una lección magistral sobre cómo escribir una novela sin una sola página de relleno. Desde el primer capítulo nos sumerge con su prosa poderosa y fluida en la comunidad de Waknuk, un cúmulo de granjas en el interior de la Península de Labrador, en Canadá. Y sin necesidad de explicar la "Tribulación" que acaeció siglos atrás y que acutó como detonante de las dificultades actuales, es capaz de hacernos aprehender la rigidez integrista derivada de la necesidad de preservar la pureza de las distintas especies frente a la constante amenaza de las mutaciones. En este ambiente integrista, en el cual su padre ejerce un férreo control, David Strom irá narrando en primera persona su gradual comprensión del mundo que lo rodea, así como de la singularidad que condiciona su vida: sus capacidades telepáticas.

Otro gran acierto de la novela es su habilidad para conjugar distopía y aventuras. Casi en cada capítulo Wyndham nos va descubriendo los distintos grupos de humanos que viven marginados, ocultos o exiliados a causa de sus particularidades físicas, con toda la carga especulativa que ello ofrece y, al mismo tiempo, ese gradual proceso de descubrimiento va acompañado de los avatares de David, de su fijación por Sophie, de las clarificadoras conversaciones con su tío Axel, de la determinante irrupción de su hermana Petra, y de la cada vez más acuciante necesidad de ocultar su don hasta que llega el momento de emprender la huida.

A pesar de las décadas transcurridas desde su publicación, sorprende lo actual que continúa resultando el libro. No ya por su temática, algo esperable ya que la xenofobia, la imposición de ideas o la amenaza de lo diferente siguen siendo cuestiones de rabiosa actualidad, sino por la mesura a la hora de caracterizar las sociedades futuras, y la coherencia entre sus situaciones concretas y los actos que devienen de ellas. La ignorancia, la pobreza de medios o la economía de subsistencia son bazas seguras, pero el escritor sabe no emborronarlas con conceptos o artilugios fuera de lugar.

Otros aciertos dignos de mención son la capacidad para construir el clímax con el que rematar la historia (en el último tercio de la novela es casi imposible interrumpir la lectura), la habilidad para ubicar espacialmente al lector (los Márgenes, las Malas Tierras, la Costa Negra o Sealand están estupendamente delineados), o la capacidad para utilizar a sus personajes de manera que ofrezcan la perspectiva más amplia y completa posible (la abnegación de Sophie, la inteligencia de Michael, las supercapacidades de Petra, el contraliderazgo ejercido por el Hombre-Araña...).

En el capítulo del debe, nada especialmente grave. Dejando al margen la viabilidad real de unas capacidades telepáticas tan extraordinarias, lo que más chirría es que en sus sueños David pueda anticipar tan nítidamente las ciudades de Sealand. Además, los "sermones" de la "amiga de Sealand" que rescata a los protagonistas resultan un poco cargantes, y a la vez están impregnados de la misma supremacía condescendiente (aunque menos evidente) que la de Joseph Strom, el padre de David. Y la sustancia pegajosa con la que se detiene la lucha y se mata a tantas personas me parece el único recurso realmente fuera de lugar. En todo caso, estos detalles no enturbian en demasía una obra coherente, bien cohesionada y mejor resuelta, que demuestra que el entretenimiento no está reñido con la capacidad de hacernos reflexionar. Todo un clásico por descubrir.

jueves, 5 de agosto de 2021

1984 (1949). George Orwell

Una nueva entrada prosigo con mi recorrido en orden cronológico por los escritores británicos más representativos del género, a través de una de sus novelas más reconocidas. Avanzamos otros cinco años en el tiempo y llegamos a 1949, año en el que se publicó "1984", la obra más conocida de Eric Arthur Blair o, lo que es lo mismo, George Orwell. Que no fue en rigor un escritor de ciencia-ficción, pero que con esta distopía se adscribió indiscutiblemente en la temática del género. Más apreciada fuera del género que dentro, "1984" nos plantea un distópico universo totalitario que ha dejado conceptos tan indelebles en la cultura popular como el Gran Hermano (por cierto, una mala traducción de Big Brother, el hermano mayor omnipresente y vigilante que personifica la opresión del estado). En realidad lo mejor de la novela, y lo que más ha resistido el paso del tiempo, son sus componentes filosófica y conceptual, que siguen de plena actualidad. Literariamente no se puede en mi opinión sostener lo mismo, aunque el lector contemporáneo la podrá leer sin dificultad.

Estructurada en tres partes y fundada en otras tantas superpotencias (Oceanía, Eurasia y Asia Oriental), el libro se centra en Winston Smith, funcionario que trabaja en el "Ministerio de la Verdad" (cuyo cometido es reescribir la historia). A lo largo de los años Smith se va volviendo consciente de que los retoques de la historia en los que consiste su trabajo son sólo una parte de la gran farsa en la que se basa el "socialismo inglés" (o Ingsoc) que defiende su gobierno, y acaba descubriendo la falsedad intencionada de las informaciones procedentes del Partido Único. Como vemos, conceptos como la revisión de la historia, o el partido socialista único siguen en nuestros días de plena actualidad, y en eso radica el gran mérito de la novela: en anticipar el control del Estado sobre el individuo que seguramente los habitantes de la mayoría las naciones del planeta hemos sentido en uno u otro momento.

Para ello Orwell crea una gran cantidad de conceptos que refrendan ese control y que contribuyen a la riqueza especulativa de la novela: la neolengua (adaptación del idioma inglés que se habla en Oceanía y en la que se transforma el léxico para aumentar su capacidad de represión), la Policía del Pensamiento (inspirada en la NKVD y posteriormente KGB de la URSS), la habitación 101 (donde se ejercen las torturas más terroríficas), los proles (aquellos que no pertenecen al partido socialista y que son mantenidos en la miseria, pero a los que se les entretiene de diversas formas para preservarlos contentos y que sean incapaces de rebelarse), o el Ministerio de la Paz (que se esfuerza por que la contienda entre las tres superpotencias sea permanente...). Como vemos, un material especulativo de altísimo nivel y que por sí solo justifica la lectura de la novela.

Literariamente, en cambio, la obra no ha envejecido demasiado bien. En especial la segunda parte es claramente más floja que las demás, aparte de larga en exceso (es la de mayor número de capítulos). Por el contrario, la primera parte, en donde se describe la sociedad y la mayor parte de los elementos que la conforman, es la más notable y de mayor calado en el lector. La tercera abusa del horror y la represión (Orwell podría haber contado lo mismo de manera mucho más elegante, pero estaba ya gravemente enfermo de tuberculosis y se suele argumentar que esa negatividad está detrás del sensacionalismo innecesario de los capítulos finales). Si bien es cierto que en los mismos las ideas expuestas son coherentes, bien estructuradas y en su mayor parte inquietantemente realizables.

A pesar del gran número de ideas provocativas (como la semana del odio, la existencia de un comité destinado a organizar manifestaciones espontáneas, o la imposibilidad de que un miembro del Partido tenga tiempo libre), y de las excelentemente explicadas luchas geopolíticas, el año 1984 quedó atrás hace mucho tiempo y sabemos que no fue (afortunadamente) tan crudo como Orwell lo planteó. Y a la novela le sucede lo mismo: en su momento fue indudablemente un clásico, pero hace tiempo que desde mi punto de vista quedó superada. De hecho, precisamente en los años ochenta se publicaron varias distopías muy superiores especulativas y literariamente a la novela de Orwell, como "El pájaro burlón" de Walter Tevis o "Las torres del olvido", de George Turner. En todo caso, sigue siendo una lectura recomendable.

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura . ...