sábado, 23 de diciembre de 2017

Testigos de las estrellas (2003). Robert C. Wilson

Con esta entrada finalizo las reseñas que he dedicado durante los últimos meses a la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción, de la mano de dos grandes maestros como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Hoy le ha llegado el turno en orden cronológico a "Testigos de las estrellas", la penúltima obra en esa lista de novelas presididas por la alteración de la realidad de Wilson (dado que a "Spin", publicada al año siguiente, ya le dediqué hace años una entrada como parte mi lista de títulos esenciales para adentrarse en el género). Finalista del Premio Hugo de ese año, "Testigos de las estrellas" es una obra muy brillante sobre las primeras evidencias de vida alienígena, que funciona a múltiples niveles: como novela de suspense, como especulación científica, como ensayo filosófico sobre la humanidad y su rol en el universo, y sobre todo, como novela de personajes.

"Las civilizaciones que dan luz a las estructuras de las estrellas (de mar) nunca siguen siendo las mismas". Esta frase, a cuarenta páginas del final, sirve perfectamente como base para reseñar todo lo bueno que encierra este libro. Que en el fondo es la historia de un contacto aparentemente imposible entre humanos y alienígenas que las estrellas de mar hacen posible, pero alterando drásticamente el devenir de ambos como especies. Para ello Wilson crea con rigor y naturalidad Blind Lake (por cierto el título original de la novela), un apartado centro gubernamental en el que, por medio de los casi mágicos procesadores O/CBE, un grupo de científicos logra observar una especie alienígena localizada a cincuenta años luz. Se trata de un lugar tan bien imaginado que llega a hacerse familiar, con su Paseo del Ojo, su Hubble Plaza, sus hileras de casas impersonales... Donde tanto el personal interno como el de apoyo desempeñan sus funciones con una verosimilitud inapelable.

Wilson sigue acumulando aciertos cuando plantea el bloqueo inexplicado de Blind Lake, que sube la tensión, aumenta el interés por el elemento científico y, sobre todo, lleva a sus personajes a situaciones límite. Porque Wilson nos cautiva una vez más con un elenco de personajes bien escogido, mejor caracterizado y que evoluciona ante nuestros ojos conforme los acontecimientos se van sucediendo. Además, Wilson confirma lo buen narrador que es recurriendo a la dosis justa de descripciones, acentuando la negatividad con las continuas referencias al mal tiempo, estructurando la historia en capítulos de duración contenida y sin apenas relleno, dedicando la atención oportuna al elemento científico y empleando una prosa un pelín impersonal pero efectiva.

Por si fuera poco, abundan los capítulos memorables: desde aquel en el que narra el derribo de la avioneta de Sandoval, pasando por los discursos de Marguerite y Ray en el auditorio, o por supuesto el relato mutuo de sus vidas que se hacen Marguerite y el Sujeto cerca del final. Un Sujeto (el alienígena observado permanentemente) que es además representante de una raza muy bien concebida morfológica y evolutivamente y que se desenvuelve en una sociedad y en un planeta consistentes y cautivadores.

Pocos peros pueden ponérsele a una obra tan redonda. El más obvio son las licencias pseudocientíficas que se permite el escritor con sus condensadores que autoevolucionan, y su poco justificable conexión con la Chica del Espejo. Tampoco me convenció el manido recurso a traumas infantiles para justificar los comportamientos de algunos personajes (Chris, Ray). Ni el uso en mi opinión excesivo de barbarismos. Poca cosa, en todo caso.

Estos defectos quedan prácticamente ocultos cuando, en el último cuarto de la novela, Wilson exprime todos los elementos de los que dispone y el lector no encuentra la forma de interrumpir la lectura. Con los méritos adicionales de incluir abundantes reflexiones y de dotar de un desenlace específico a cada personaje. Lo que evidencia tanto el talento de Wilson como la habilidad literaria que fue desarrollando conforme avanzaba su carrera. Casi casi un clásico del género.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Los cronolitos (2001). Robert C. Wilson

Continúo con la presente entrada reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la ciencia-ficción, de la mano de Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Voy a hablarles en la presente entrada de "Los cronolitos", del estadounidense afincado en Canadá Robert C. Wilson. Que sin ser la mejor de sus novelas traducidas al español, recibió en su momento una nominación (otra más) al Premio Hugo. Y es que su ambientación del futuro cercano, su excelente caracterización de los protagonistas y, sobre todo, la gran "coherencia" de su final la convierten en una lectura recomendable.

Quizá lo que más descoloque de "Los cronolitos" sea que Wilson no revela de manera gradual su alteración de la realidad característica y sobrecogedora, sino que en su mayor parte la desvela ya durante los primeros capítulos. Y aunque al final de la primera parte parece que va a enfocar las dos partes en las investigaciones científicas y las consecuencias militares, finalmente renuncia de manera consciente a ello y ota por mostrar las alteraciones sociales en general, y el impacto de los cronolitos en el círculo de allegados de Scotty Walden en particular. Es decir, justo lo contrario de lo que cabría esperar. Tal vez la novela habría resultado más disfrutable si el escritor hubiera optado por un enfoque más convencional, pero probablemente lo habría hecho a costa de perder parte de su originalidad.

A pesar de todo, el elemento "científico" es esencial en esta novela, y Wilson sale airoso de un concepto tan difícil de defender como los indestructibles monumentos del futuro cercano, que poco a poco van surgiendo en distintos lugares de la Tierra para mayor gloria y retroalimentación del enigmático Kevin. Cada pocos capítulos va revelando detalles sobre su naturaleza, la física que supuestamente los sustenta (hadrones, células de convección, anomalía tau negativa), los mecanismos de predicción que se desarrollan, los instrumentos que se van creando para intentar neutralizarlos... Todo ello converge en la muy poco previsible y muy elaborada resolución final, en la que las piezas encajan con una naturalidad digna de elogio.

Además, el escritor logra crear una novela de extensión suficiente con una única línea narrativa en primera persona (Scott), y con sólo un puñado de personajes (Ashlee, Adam, Kait, Hitch, Sue). Todos excelentemente caracterizados, con sus motivaciones e inquietudes, y con evoluciones en sus personalidades que los dotan de credibilidad a los ojos del lector al tiempo que aumenta el dramatismo de sus en apariencia pequeñas vidas. Porque Wilson renuncia a la obviedad de mostrarnos la reacción de los centros del poder del planeta a la alteración de la realidad que suponen los cronolitos. Y tampoco abusa de acontecimientos con los que apabullar al lector (básicamente se centra en cuatro apariciones de cronolitos: el de Chumphon al comienzo, y los de Jerusalén, Portillo y Wyoming para cerrar cada una de las tres partes de la novela).

Otros aciertos reseñables son el estilo directo de su prosa, su concisión narrativa, la gradual degradación de la sociedad estadounidense en los casi veinte años que abarca la historia (sin desdeñar las pinceladas sobre lo que está sucediendo en otras partes del planeta), y esa sensación de pesimismo al que se enfrenta la voluntad de resistencia de sus personajes, que resulta tan cercana a los lectores del siglo XXI.

No obstante, esa menor dosis de intriga en comparación con otras novelas de Wilson, ese enfoque argumental poco convencional, los lógicos altibajos en la tensión de la narración derivados de la atención tan extrema a unos cuantos personajes, y el recurso casi excesivo a las recurrentes apariciones de Hitch y Sue, penalizan en cierta medida el resultado. Aunque el clímax de su desenlace y la coherencia de su conclusión inclinan definitivamente la balanza hacia el lado positivo.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Mysterium (1994). Robert C. Wilson

Con la presente entrada prosigo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción de la mano de dos de sus escritores de referencia: Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Es el turno de "Mysterium", del estadounidense afincado en Canadá Robert C. Wilson. Que sin ser tampoco la mejor novela de su producción, sí que es superior a "Nómadas", la novela que reseñé hace unos días y que le precede cronológicamente en cuanto a su bibliografía editada en español. "Mysterium" parte de un punto de partida similar al que años más tarde explotaría en la más conocida "Darwinia" (que ya reseñé en este mismo blog): el traslado de una franja de territorio a una realidad diferente, creando así una realidad alternativa. Y lo explota de manera amena, inquietante, bien estructurada y que deja con ganas de más.

Wilson nos presenta el traslado del pequeño pueblo de Two Rivers, en Michigan, a una realidad alternativa. Y si se ha leído "Darwinia" con anterioridad, la primera parte de la novela nos producirá sensaciones de dejà vu (algo así como si Wilson fuera el Robin Cook de la ciencia-ficción) dado que ambas exploran conceptos y situaciones similares. Pero si obviamos esa sensación, ya en esa primera parte podremos apreciar muchas de las virtudes de la novela: su ritmo trepidante (con ciertas influencias de los talleres de escritura de best-sellers); su amplio elenco de personajes, que permite contemplar una amplia panorámica de la vida en el pueblo, a la vez que tratar todos los temas que le interesan al autor; y el desasosiego propio del misterio planteado, que es evidentemente muy atrayente.

En la reseña del Publishers Weekly que figura en la contraportada encontramos una excelente síntesis de los elementos que mezcla acertadamente Wilson: la ciencia, pues en todo momento intenta encontrar una explicación plausible a lo ocurrido (se habla de física cuántica, de agujeros de gusano...) y recurre una y otra vez a la figura del físico y premio Nobel Alan Stern; la religión, contraponiendo nuestra reconocible sociedad de débil y fragmentada presencia religiosa (católicos, bautistas, evangelistas, judíos) al fanatismo de los Estados Unidos alternativos que plantea, sostenido por un cristianismo gnóstico; la filosofía, quizás el elemento más endeble a pesar de la reconocible búsqueda de Dios en el origen de todo; y la historia alternativa, con muchas reminiscencias de la actual pero menos avanzada científicamente y quizá por ello más férrea en lo moral.

Una de las razones por las que la novela es tan disfrutable es que conforme avanzan los capítulos Wilson logra no sólo mantener la atención en sus personajes sino hacer que se comporten de un modo natural, llevándolos a interrelaciones y dependencias razonables. Su caracterización es siempre correcta, con mención especial para Dex Graham (el inquieto profesor de instituto) y Howard Poole (sobrino de Stern y descubridor del "misterio"). Por la misma razón el desenlace no desentona: el escritor se acuerda de mostrarnos a muchos de esos personajes, elimina a los moralmente más reprobables, abre una puerta a la esperanza para otros y da una explicación coherente y abierta a sus protagonistas.

En cuanto a los defectos, aparte de una idea de partida común a otras novelas del autor y por tanto ya explorada, y de que el esfuerzo por abarcar tantos personajes dificulta que el lector se llegue a identificar con alguno de ellos, señalar cierta falta de acción en la primera de la novela, unas instituciones religiosas de los E.E.U.U. no completamente explicadas y excesivamente malévolas, y unas especulaciones filosófico-religiosas (Protennoia, Sofía) un tanto aburridas (aunque afortunadamente breves). Defectos en todo caso relativamente menores dentro de esta meritoria novela.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Nómadas (1989). Robert C. Wilson

Prosigo reseñando las novelas que he escogido como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción. En mi anterior entrada completé las reseñas de Philip K. Dick que seleccioné para visualizar esta corriente, por lo que en esta entrada voy a iniciar las reseñas de su contrapunto especulativo, el estadounidense afincado en Canadá Robert C. Wilson. Como expuse hace unas entradas cuando me propuse contrastar la alteración de la realidad planteada por estos dos escritores de referencia en el género, aclaré que ambos no llegaron jamás a publicar simultáneamente, lo que me permite puntualizar que Wilson no es uno de los imitadores de Dick que tanto han prosperado en los últimos tiempos, sino un escritor con una gran personalidad por sí mismo, y cuyo acercamiento a la realidad alterada difiere claramente del de Dick. Voy a presentarles en esta primera reseña "Nómadas", la novela de Wilson (de las traducidas al español) más cercana cronológicamente a su debut como escritor en 1986. Se trata pues, de una novela de juventud en la que el escritor aún estaba desarrollando su personalidad literaria. Y pese a ello, una obra en la que ya empieza a mostrarnos sus habilidades, tanto a la hora de crear sus habituales realidades "alteradas", como a la hora de caracterizar sus personajes. Eso sí, le falta un punto de madurez.

Quizá porque, a diferencia de otras novelas suyas posteriores en el tiempo, la realidad alterada no es tanto el factor sorpresa como el vehículo para que sus protagonistas encuentran el sentido a su vida, y por tanto crear la trama en torno a ellos. Así, tras presentarnos a Karen White (una mujer recién divorciada y con la esperable sensación de fracaso), y su adolescente hijo Michael, Wilson nos muestra las anomalías en sus vidas, que antes de que termine la primera de las tres partes de esta relativamente corta novela desembocan en la capacidad para trasladarse a otras Norteaméricas paralelas. Con lo cual ya puede ir intercalando varios interludios del original e inquietante Novus Ordo, unos E.E.U.U. alternativos más fríos y con un un componente religioso (otra de las obsesiones de Wilson) más acentuado.

Una vez planteada la problemática y el mundo alternativo sobre el que se desarrolla, Wilson dedica las otras dos partes de la novela a hacer converger ambos elementos. Y para ello recurre al concepto del viaje iniciático: primero de Laura, Karen y Michael al hogar familiar y luego al Novus Ordo. Wilson aprovecha este viaje para caracterizar de manera magistral a sus personajes, que van atando cabos, superando traumas infantiles y encontrándose a sí mismos a partes iguales. Y es que es debe valorarse la habilidad de Wilson para construir una trama rica e interesante con muy pocos personajes, e incluso darle un barniz de thriller gracias a las recurrentes apariciones del Hombre Gris/Walker.

Ahora bien, aparte de una inesperada falta de misterio si tenemos en cuenta el escenario sobre el que se desarrolla, la novela adolece de otras deficiencias que impiden incluirla entre lo mejor de su producción. En primer lugar, un componente científico cuestionable (pues con la realidad convencional conviven puertas, aristas y otros elementos llamados literalmente mágicos...). En segundo, algunas situaciones difíciles de justificar, como la naturalidad con la Michael deja de ir a la escuela por tiempo indefinido. Y en tercero, el cuestionable papel del hermano pequeño Tim, con su no del todo comprensible rol de "gancho" del Novus Ordo para sus hermanas.

Estos defectos hacen que el tramo final del libro sea correcto pero no apasionante, pues tanto el cautiverio de sus protagonistas en el Instituto del Novus Ordo como su liberación posteror son percibidos como episodios relativamente esperables en un escenario en el que "todo cabe". Eso sí, Wilson intenta cerrar el círculo de la situación en la que quedan todos sus personajes de manera encomiable, y nos presenta un final abierto, quizá sin aprovechar todas las posibilidades de su idea original, pero correcto. Y es que al fin y al cabo una de las mayores virtudes de Wilson es su capacidad para hacer que personajes inverosímiles en su realidad alterada aparezcan como creíbles a los ojos del lector. Lo cual en un género tan netamente especulativo como la ciencia-ficción es en mi opinión una gran virtud.

domingo, 29 de octubre de 2017

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974). Philip K. Dick

Prosigo una entrada más con las reseñas de las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción, de la mano de dos reputados expertos en esa corriente como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Le ha llegado el turno en esta oportunidad a Fluyan mis lágrimas, dijo el policía", la última novela que voy a reseñar de Dick dentro de esta revisión de la alteración de la realidad. Se trata de una de las pocas novelas premiadas del estadounidense (se alzó con el premio John W. Campbell), y también de una de las más recomendables (aunque ya he comentado en alguna oportunidad que para mí sus dos mejores novelas son "Los tres estigmas de Palmer Eldritch" y "Ubik"). La presente es una novela atrayente, cautivadora, que conjuga la arrolladora personalidad como escritor de Dick con una historia trepidente y menos delirante de lo que cabría esperar.

Digo cabría esperar porque la producción de Dick durante la década de los setenta arrastra la fama de estar más centradas en sus delirios autobiográficos que en las propias narraciones. Así que debo reconocer que en su momento afronté la lectura un tanto a la defensiva. Precaución que se reveló innecesaria: obviamente están presentes muchos de los rasgos habituales en su producción (un estado de tintes totalitarios, la generalización del consumo de drogas, el cuestionamiento permanente de la realidad, la sensación de deshumanización...), pero también una trama claramente definida en torno a la caída del presentador y cantante Jason Taverner, su desesperado esfuerzo por recuperar el estatus perdido, y su relación con el departamento de policía de Los Ángeles. Es cierto que existen capítulos delirantes y difíciles de aceptar (el primero de la tercera parte por encima de todos), pero también se aprecia un claro esfuerzo por dotar a la novela de continuidad y rigor (casi me atrevería a hablar de coherencia de lo narrado). Como lo prueba la cuarta parte, unas páginas dedicadas en exclusiva a atar los cabos sueltos de todos los personajes.

El dinamismo de la novela es digno de elogio, y a pesar de la continua sucesión de personajes femeninos que van acompañando a Taverner a lo largo de sus páginas, mantiene en todo momento el interés por lo que sucederá a continuación. La primera parte en especial raya a gran altura, ya que Dick dedica el tiempo justo a ponernos en situación sobre su protagonista y la sociedad en la que vive, e inmediatamente después nos sumerge en esa realidad alterada en la que Taverner no existe y lucha desesperadamente por crearse una identidad que le permita eludir los campos de trabajos forzados. La segunda parte resulta más irregular (a pesar de que en ella Dick nos da a conocer al trascendental "policía", Felix Buckman), y las continuas reflexiones sobre el amor y las recurrentes visitas al cuartel de la policía hacen que la novela se resienta un tanto. Pero después de la pirotecnia de su primer capítulo a la que aludía, la tercera parte remonta el vuelo con una sucesión de acontecimientos más sensata y un desenlace un tanto inesperado.

La novela adolece de varios fallos qe me impiden considerarla a la altura de lo mejor de su producción. El más obvio es el inverosímil giro con el que Dick explica los dos días de realidad alterada que experimenta Taverner (y es que el consumo de KR-3 no sólo afecta a Alys Buckman que es quien lo consume, sino al resto de sujetos de su entorno). Pero también es mejorable la manera cómo Taverner inicia su caída (la gelatinosa esponja Callista), los frecuentes errores con las fechas, el ya habitual en Dick de crear una sociedad demasiado avanzada para 1988 (y eso después de una Segunda Guerra Civi y la virtual eugénesis de la raza negra), y una mezcla de artilugios inverosímiles por avanzados con otros completamente anacrónicos (como los tocadiscos que tan destacado papel desempeñan en el retorno a la realidad de Taverner).

A cambio, Dick despliega todo su arsenal de provocaciones (una relación incestuosa entre los Taverner con un hijo en común, relaciones consentidas con menores de catorce años, una red transexual de rejilla telefónica, personajes femeninos obsesionados por el placer y escasos de humanidad, y gadgets por doquier (coches que vuelan e inducen al sueño a sus pasajeros, edificios que flotan por encima del suelo, proyecciones de electroencefalogramas desde helicopteros policiales...)). Un arsenal que unido a su habitual alteración de la realidad y a un argumento bien estructurado y rematado, logra que la novela resulte no sólo disfrutable, sino altamente recomendable.

sábado, 14 de octubre de 2017

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). Philip K. Dick

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la ciencia-ficción, de la mano dos grandes maestros como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Voy a reseñar en esta oportunidad "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", de Dick. Que quizá sea una de las novelas más famosas de su bibliografía, gracias a la adaptación libre que de la misma hizo en 1982 Ridley Scott, cuando la llevó al cine con el título de "Blade runner". Y que sin ser en mi opinión uno de los mejores libros de su producción, sí que posee todas las características habituales de su bibliografía: una novela tan capaz de atraer magistralmente al lector como de decepcionarlo con algunos defectos graves.

Situada en 1992 tras la Guerra Mundial Terminal que dejó la Tierra devastada, su mayor virtud es la habilidad narrativa de Dick en sus mejores años como escritor. Y es que el estadounidense crea una ambientación en la que todo contribuye al cuestionamiento permanente de la realidad, consiguiendo además la total implicación del lector. Pero este cuidado de la ambientación no implica que la trama pase a un segundo plano. Porque la utilización de androides para la imprescindible colonización de Marte, y la emancipación derivada su continua evolución, plantean la problemática de su integración en la sociedad terrestre, además de la dificultad para distiguirlos de los humanos. Una problemática de ominosas implicaciones y peligrosamente veraz en un futuro relativamente cercano. Realzada además por la atmósfera decadente y estéril del San Francisco recreado por Dick. Y enriquecida por la introducción de conceptos originales pero de fácil asimilación: el kippel, el órgano de ánimos Penfield, el test de Voigt-Kamp, el amigo Buster...

Lo que ya no resulta tan fácil de entender es la enorme importancia que la sociedad post-nuclear concede a la posesión de un animal (ya sea real o eléctrico), y que ésta constituya uno de los ejes en torno a los que gira la obra. Aunque esta reflexión me permite ensalzar el fantástico título de la novela: extravagante a primera vista, y obviamente evocador de la práctica de los humanos de contar ovejas, encierra en realidad una pregunta sorprendentemente adecuada para la narración, que el simplón título de "Blade runner" con el que recientemente se ha reeditado aprovechando el tirón de la película echa a perder.

Como decía, la novela adolece de varios defectos que impiden considerarla una novela redonda. Además del ya comentado, el que primero aparece en la lectura es la caja de empatía: ya de por sí su pretendida utilidad de comunión con otros seres humanos que se unen al perpetuo ascenso de Wilbur Marcer es discutible, pero mucho más criticable resulta de que los daños producidos durante su uso se vuelvan reales al acabar. Otro inconveniente que le resta dramatismo a la obra es que el líder de los androides, Roy Baty, no aparezca hasta el tramo final de la obra, y que su eliminación resulte decepcionamente fácil. Llama la atención, asimismo, que a Dick se le deslice alguna que otra incongruencia (por ejemplo, cuando Deckard intenta hacerse pasar por Isidore empleando su nombre, sin percatarse de que éste en ningún momento se lo ha dicho). Tampoco me gustó la identificación de Deckard con el padre del mercerismo en el tramo final de la novela, por imposible, innecesaria y confusa. Y otros defectos menores pero evidentes son la época en la que transcurre la acción (demasiado temprana para lo evolucionada de la sociedad), y que en ningún momento Dick profundice en la colonización de Marte, aludiendo a ella sólo tangencialmente.

Para concluir, citar otros aciertos que se descubren según se avanza en la lectura. En primer lugar, la habilidad para concentrar toda la acción en poco más de un día. En segundo, Rick Deckard, el protagonista apenas esbozado físicamente pero mimado psicológicamente por Dick (su desconfianza inicial, su euforia tras sus primeros éxitos, y su posterior cuestionamiento de la vida de los androides, y de toda la vida en general). Y en tercer lugar, John B. Isidore, el cabeza de chorlito no tan retrasado como Dick nos pretende hacer creer, que constituye la perfectamente aprovechada baza de sentimentalismo con la que compensar tanta negatividad. Aciertos que logran inclinar la balanza en favor de una novela con lagunas pero indudablemente recomendable.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Dr. Bloodmoney (1965). Philip K. Dick

Una entrada más continúo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de esa alteración de la realidad que desde hace décadas se ha venido cultivando en la literatura de ciencia-ficción, y de la que los norteamericanos Philip K. Dick y Robert C. Wilson son dos grandes maestros. Les voy a presentar en esta oportunidad "Dr. Bloodmoney (o cómo nos las apañamos después de la bomba)", de Dick. Que además de ser uno de los títulos menos conocidos de la época en la que con más coherencia y acierto el estadounidense exploró esta alteración de la realidad, es también la novela que definitivamente me hizo ver el paralelismo entre estos dos escritores. Porque el argumento, los personajes, las líneas narrativas que se entrecruzan, la repentina catástrofe y su impacto, podrían ser perfectamente parte de una novela de Wilson. Pero no, su autor fue Dick. Una novela, además, en la que Dick tomó como base el conocido tema del apocalipsis post-nuclear, eso sí, llevándolo con naturalidad a su personal estilo literario: inteligente, dinámica, consistente en lo esencial, pero también descabellada.

Quizá lo que más sorprenda al lector que ya se haya enfrentado con anterioridad a otras obras de Dick sea la sustitución de una línea narrativa claramente predominante, habitual en el estadounidense, por varias líneas separadas que se entrecruzan varias veces a lo largo de la novela sin llegar a fusionarse. Para ello Dick crea un elenco inusualmente amplio de personajes, y nos muestra cómo se van adaptando a la California post-holocausto. La mayoría están bien caracterizados y resultan creíbles. Mención especial para Stuart McConchie (y su astucia innata a pesar de que Dick nos hace creer que desempeñará el rol del personaje corto de miras que tiende a aceptar la realidad sin cuestionarla), y para el focomelo Hoppy Harrington (y cómo su conversión de ser humano marginal a centro de poder le agria fatalmente el carácter). Pero en otros personajes, y en consonancia con su habitual cuestionamiento de la realidad, Dick tensa demasiado la cuerda de la verosimilitud. Tal es el caso de Bruno Bluthgeld (el científico que da título a la novela de manera un tanto desafortunada, y cuya influencia en la catástrofe nuclear se exagera en demasía), y sobre todo de Edie y Bill Keller (la niña de siete años y el hermano siamés que supuestamente habita en su interior, algo absolutamente inadmisible desde el punto de vista científico).

A pesar de estas deficiencias en algunos personajes, la novela nunca descarrila y resulta agradable de principio a fin. Con un ritmo narrativo alto y un mensaje más optimista de lo que cabría esperar en Dick, el lector va apreciando cómo los personajes se van adaptando a las esperables carencias tras la catástrofe en unas ambientaciones californianas sugestivas y creíbles, dedicándose a nuevas ocupaciones acordes con la situación y tan originles como la de Walter Dangerfield, quien hace las veces de "internet" de esta nueva era. Aunque en ocasiones se eche de menos una línea principal más definida, que aumente la carga emocional de la novela.

Aparte de estos personajes y situaciones inadmisibles, y de una cierta sensación de collage de acontecimientos diversos, otros defectos menores de la novela son: las inusitadas capacidades extrasensoriales que desarrolla Hoppy, la escasez de información sobre los motivos de la catástrofe y su impacto en otras partes del mundo, la sociedad excesivamente evolucionada que Dick imaginó para las últimas décadas del siglo XX previas a la catástrofe, y la impresión de que Dick podría haberle sacado más partido a tanto personaje expandiendo la novela sesenta o setenta páginas más.

A cambio de estos inconvenientes, el panorama planteado por Dick apela siempre a la inteligencia del lector, quien una vez que concluye que la lucha entre Bill y Hoppy va a ser la clave de la novela, no puede dejar de pasar las páginas para averiguar cómo resuelve Dick ese inverosímil meollo. Hasta toparse con un desenlace descabellado y sin embargo consecuente con lo planteado, y que no decepciona.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Tiempo de Marte (1964). Philip K. Dick

Una entrada más prosigo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción a cargo de dos grandes escritores norteamericanos: Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Respetando el orden cronológico le ha llegado el turno a "Tiempo de Marte", quizá una de las novelas menos conocidas de la primera etapa de Philip K. Dick. Y que sin llegar al nivel de sus mejores obras, sí que mantiene ese cuestionamiento de la realidad que hace que al mismo tiempo que el lector se pregunta si lo que lee es razonablemente coherente, siente una subyugante atracción por lo narrado.

No obstante, para poder apreciar esta novela hay que ser indulgente con un par de cuestiones que podrían condenarla negativamente si no las pasamos por alto. La primera es el Marte "infantiloide" que nos muestra el autor: por supuesto hay marcianos (los oscuros, semejantes a los humanos y con sus propias tradiciones milenarias), pero también agua en cantidad aceptable, una atmósfera respirable... es fácil comprender que estas inverosímiles características del Planeta Rojo eran asumidas como validas hace más de cincuenta años y que por eso Dick no tuvo reparo en recurrir a ellas. Y la segunda es la escasa relevancia del elemento científico, dado que la novela se apoya a menudo en conceptos alejados de la ciencia: el uso de amuletos (aguatuja), la existencia de lugares con propiedades mágicas (Puño Manchado), y otros ejemplos.

En mi opinión, la mayor virtud de "Tiempo de Marte" es la habilidad literaria de que hace gala Dick en su mejor época. Tangible en los personajes profundos y bien caracterizados que crea, en el consabido cuestionamiento de la realidad, en el ambiente opresivo que preside la novela, en el enfoque de un mismo episodio desde diferentes personajes... Esta conocida habilidad del autor se combina aquí con el tratamiento de la esquizofrenia (quizás la verdadera protagonista del libro). Y es que Dick nos muestra sus conocimientos sobre el asunto no sólo en Jack Bohlen, sino en las tendencias esquizofrénicas que enseñan a los niños en la Escuela Pública.

El resto de las virtudes de la obra (dejando a un lado la excelente traducción a cargo de Marcelo Cohen), derivan de lo expuesto en el párrafo anterior. A saber: el logrado equilibrio de poderes, que se refleja incluso en la geografía marciana (contrabandistas del mercado negro, reparadores, trabajadores del agua, psiquiatras, judíos...); la elaboración de escenarios inquietantes, como esa Escuela Pública en la que sus máquinas docentes recrean personajes famosos, o el campo Ben-Gurión; la interrelación de casi todos los personajes, con líneas argumentales tangenciales; el tratamiento de un aspecto tan poco frecuente en la ciencia-ficción como la infidelidad matrimonial; y varios personajes particularmente conseguidos (es el caso de Arnie Kott, cien por cien "dickiano", hecho a sí mismo, ostentoso, cruel e infantil, de Manfred Steiner, el niño autista del que Dick no nos termina de mostrar sus poderes ni su influencia pero sí lo desasosegante que resulta, o incluso de la manera en la que se comportan y relacionan las ociosas Silvia Bohlen y June Henessy). Además, dos episodios brillan con luz propia: el pavorosamente repetido de la cena y la conversación entre Arnie, Jack y Doreen, y el desenlace, primero con su intento por revertir la realidad y segundo con la ilusión de que la muerte que Dick nos narra no está siendo real.

Para terminar, reseñar otros defectos no citados que añadir a las dos cuestiones con las que debemos ser indulgentes. El más evidente es la enormemente avanzada civilización que Dick sitúa allá por 1994. Tampoco se termina de captar en toda su dimensión el interés de las distintas facciones por los montes FDR. Y desde mi humilde punto de vista, nunca está del todo claro para el lector cuál es el verdadero motor de la novela, lo que hace, en especial durante su primera mitad, que el ritmo narrativo sea lento en demasía. Aunque la contenida extensión de la misma y los sobresaltos de la segunda mitad justifican sobradamente su lectura.

viernes, 25 de agosto de 2017

Tiempo desarticulado (1959). Philip K. Dick

Con la reseña de la presente novela empiezo mi serie de entradas específicamente dedicadas a la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción, de la mano de dos de los escritores de referencia en ese ámbito: Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Siguiendo como de costumbre un orden cronológico, voy a empezar por "Tiempo desarticulado", una de las primeras novelas en la carrera del estadounidense Philip K. Dick, puesto que vio la luz en 1959. Y que pese a tratarse de una de sus primeras obras, me parece una meritoria novela, articulada sobre dos de los pilares básicos de su bibliografía: el cuestionamiento de la realidad y el control gubernamental. Razones por la cual la he seleccionado como la primera novela realmente representativa de su carrera en este ámbito del cuestionamiento de la realidad.

Para lograr el mayor impacto posible y a la vez situar al lector, Dick parte de una pequeña ciudad cualquiera en la Norteamérica de 1959: con sus suburbios, su descampado, su autopista, su supermercado... Y con ritmo ágil nos va introduciendo en las pequeñas vidas de unos cuantos personajes, que sutilmente se van complicando conforme la neurosis esquizofrénica de Ragle Gumm, el protagonista ideado por Dick que se gana la vida acertando diariamente el concurso del periódico local, va cobrando relevancia.

Pero sin duda lo mejor de la novela surge cuando los allegados de Gumm (su hijo Sammy, su esposa Margo, su cuñado Vic) van descubriendo anomalías que confirman un cuestionamiento evidente de la realidad más allá de los problemas mentales y el talento interpretativo para los concursos de su protagonista. Es en esos capítulos en los que Gumm planifica y ejecuta sus dos huídas de la ciudad (la primera en solitario, la segunda en compañía de Vic) cuando Dick raya a gran altura: crea una atmósfera tremendamete opresiva, va yendo de sorpresa en sorpresa, y finalmente nos revela una explicación plausible pero impactante para las anomalías temporales reveladas, que esconde nada menos que una Guerra Civil entre la Tierra y la Luna.

Pese a estos aciertos, la novela adolece de ciertos defectos que impiden considerarla un clásico del género. El más obvio es la imposibilidad de que Gumm acierte a diario el concurso sobre la ubicación del hombrecito verde. Asimismo perdura la impresión de Dick podía haber desarrollado más algunos puntos de la trama, que apenas si son sugeridos. Otros detalles de la explicación proporcionada por Dick también flojean (que sus personajes nunca se cuestionen dónde están viviendo, que en apenas unas décadas la Luna y Venus hayan sido colonizados, que la segunda huída transcurra íntegramente en menos de 12 horas...). Tampoco está muy bien integrado en la trama el rol de la señora Keitelbein, y en general algunos personajes secundarios son demasiado esquemáticos.

A cambio, y con una extensión saludablemente contenida y una prosa sencilla adornada con puntuales guiños humorísticos, Dick cautiva al lector mostrándole hasta qué extremos puede llegar el control gubernamental si las circunstancias lo aconsejan, cómo la locura puede servir de eslabón para enlazar las distintas realidades, o cómo puede llegar a parecer auténtica la más artificial de las ciudades. Creando así una lectura tan sugestiva como inquietante, y además precursora de los clásicos que Dick escribiría en años posteriores a partir de estos mimbres.

sábado, 12 de agosto de 2017

La alteración de la realidad: Philip K. Dick vs. Robert C. Wilson

Una vez concluida mi serie de entradas dedicada a las ucronías, abro con la presente entrada un nuevo tema con el que seguir ampliando la perspectiva de los lectores de este humilde blog sobre el maravilloso género de la literatura de ciencia-ficción. En esta oportunidad voy a tratar de un ámbito que en mi opinión aún no ha alcanzado (a diferencia de las ucronías) la categoría de subgénero, pero que está relacionado con ellas y posiblemente con el tiempo llegue a alcanzarlo, habida cuenta de los frutos que ya ha producido. Me refiero a la exploración de las situaciones a las que conduce la alteración de la realidad, que la ciencia-ficción lleva décadas explorando con fascinantes resultados. Y lo voy a hacer de la mano de los que para mí son los dos mayores exponentes de esta alteración de la realidad dentro el género: los estadounidenses Philip K. Dick y Robert C. Wilson.

Lo interesante de enfrentar a estos dos escritores radica en que su aproximación a la alteración de la realidad es tan diferente como reconocible. Dick es un escritor mundialmente famoso por esas novelas, situadas en un futuro no muy lejano y protagonizadas por personajes que distan mucho de los héroes convencionales, que comienzan presentándonos una realidad reconocible y aceptable para, gradualmente, ir introduciendo inquietantes elementos de otra realidad, a menudo sólo perceptibles por uno o un número reducido de personajes, hasta crear una atmósfera asfixiante en la que el cuestionamiento de todo lo presentado es absoluto. Mientras que Wilson, aunque también suele decantarse por situar sus novelas en un futuro cercano y partir de escenarios relativamente cotidianos, presenta la alteración de la realidad como un fenómeno a gran escala, incuestionable, que sucede de pronto, y obliga a sus personajes a unas experiencias vitales trepidantes, que jamás esperaron vivir.

En mi opinión, lo más fascinante de las novelas de realidad alterada de Dick es la manera como consigue que el lector se zambulla en el caos creciente, y no sólo no se desoriente y desinterese, sino que disfrute con ello. Y es que Dick sabe en sus mejores novelas mantener un mínimo de elementos de referencia ambientales y la suficiente coherencia argumental para que sus obras no desentonen en un ámbito que debe ser tan riguroso como la ciencia ficción. Mientras que lo más fascinante de las novelas de realidad alterada de Wilson es lo impactante de sus alteraciones, y cómo a partir de esas se desarrollan auténticos thrillers, llenos de tensión e intensidad, y a menudo con desenlaces sorprendentes.

Aunque ambos autores no llegaron a publicar sus novelas simultáneamente (Dick falleció en 1982 y Wilson publicó su primera novela en 1986), por lo que no podemos hablar de imitaciones ni influencias directas, comparten varios aspectos. Entre ellos su personalidad acusada y fácilmente reconocible a la hora de escribir. También la innegable concisión de sus novelas, independientemente de que abarquen uno o más hilos argumentales, con capítulos relativamente cortos y un ritmo narrativo alto. Y uno adicional y relativamente curioso: que su bibliografía ha sido reconocida con un número de premios sensiblemente menor que la relevancia que han alcanzado (algo especialmente notorio en el caso de Dick, que cuenta con una auténtica legión de escritores imitadores).

No todas las obras de Philip K. Dick encajan por igual en esta realidad alterada. Y de ellas, no todas brillan al mismo nivel. Por lo que no voy a presentarles un repaso exhaustivo a su bibliografía (que está traducida íntegramente al español), sino una selección de sus novelas más representativas en este ámbito, que cronológicamente abarcan desde 1959 a 1974. En cambio Robert C. Wilson ha sido hasta la fecha un lector con menos suerte en su bibliografía en español (menos de un tercio de sus novelas han sido editadas), por lo que voy a presentarles todas sus obras traducidas, dado que a mi modo de ver todas ellas encajan con naturalidad en esta realidad alterada.

Las novelas que voy a reseñar de Dick en este ámbito son las siguientes:
Tiempo desarticulado (1959)
El hombre en el castillo (1962)
Los tres estimas de Palmer Eldritch (1964)
Tiempo de Marte (1964)
Dr. Bloodmoney (1965)
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968)
Ubik (1969)
Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974)

Y de Robert C. Wilson, las siguientes:
Nómadas (1989)
Mysterium (1994)
Darwinia (1998)
Los cronolitos (2001)
Testigos de las estrellas (2003)
Spin (2005)

Varias de estas novelas ya han sido reseñadas en este mismo blog por una u otra razón, por lo que ya he incluido los enlaces a dichas reseñas. En meses venideros reseñaré solamente aquellas de las que aún no les he hablado.

Un último apunte: la idea de emparentar y a la vez enfrentar los enfoques que siguen estos dos escritores a la hora de alterar la realidad es enteramente mía. Desconozco si alguien más habrá hecho este ejercicio previamente, ni si los eruditos del género considerarán una aberración este enfrentamiento. Pero espero que si siguen esta entrada y las novelas que les presente terminen compartiendo las razones por las que los he enfrentado.

jueves, 20 de julio de 2017

El sindicato de policía yiddish (2007). Michael Chabon

Con la presente entrada concluyo la revisión de las novelas que he seleccionado como representativas para el lector en español del subgénero de las ucronías, uno de los más fascinantes de la literatura de ciencia-ficción. Voy a hablarles de "El sindicato de policía yiddish", que como ya anticipé en mi anterior entrada ("El círculo de Farthing"), fue el segundo acercamiento en apenas un año a un hecho divergente relativamente similar: el devenir de los judíos tras una Segunda Guerra Mundial ligeramente diferente a la que realmente tuvo lugar. Con la diferencia de que la novela de Chabon se alzó con los premios Hugo y Nébula, los más importantes del género y que la convierten quizá en la historia alternativa más premiada de todos los tiempos. Aunque como ya anticipé en mi anterior entrada, creo que la novela de Walton es indiscutiblemente superior. Y es que "El sindicato de policia yiddish" me pareció una ucronía mediocre, muy bien documentada y ambientada en lo relativo al mundo judío, pero barroca, un tanto espesa, y decepcionante como novela de detectives que intentan resolver un asesinato.

Sin duda lo mejor del libro es el hecho divergente del que parte el autor, y cómo lo desarrolla: tras la Segunda Guerra Mundial la creación del estado de Israel resulta fallida, y varios millones de judíos de todo el mundo (fundamentalmente centroeuropeos y soviéticos) se van asentando gradualmente en una nueva "tierra prometida": el núcleo urbano de Sitka, en la hinóspita Alaska. Allí, durante prácticamente setenta años, van conformando una nueva sociedad que mientras gana terreno a los nativos tiglit adquiere entidad propia pero conservando la mayoría de los rasgos históricos del pueblo judío. Así hasta llegar al año 2007, en el que mediante la denominada Revocación los E.E.U.U. están a punto de recuperar la soberanía sobre este territorio, forzando a los judíos a una nueva y perturbadora diáspora.

En este original ambiente Chabon recrea, con un gran conocimiento y a la vez un gran espíritu crítico sobre la señas de identidad del pueblo judío, lo mejor y lo peor del mismo: desde sus costumbres menos conocidas para el lector cristiano, pasando por profesiones inverosímiles (baste recordar al Experto en Demarcaciones), hasta sus aficiones favoritas (con lugar preeminente para el ajedrez). Todo ello enriquecido mediante decenas de términos yiddish (algunos de ellos inventados ex profeso para esta sociedad alternativa), muchos de los cuales se explican en el útil y sin embargo fallido glosario (que recoge muchos términos, pero deja otros tantos sin clarificar por alguna razón que desconozco).

Y casi podríamos decir que aquí acaba lo bueno de la novela, porque si bien es cierto que, especialmente en su tramo central, hay unos cuantos capítulos interesantes y con cierto "gancho", no es menos cierto que el primer cuarto de sus más de cuatrocientas páginas es prescindible casi en su integridad, con el detective protagonista Meyer Landsman dando tumpos por Sitka sin que el lector vea las razones tras esos movimientos. Un progagonista, además, de lo más manido: el típico detective sórdido, alcoholizado, atormentado, sin plan de trabajo claro y al borde del suicidio. Se ve que la originalidad de Chabon a la hora de caracterizar personajes no es su punto fuerte.

No sólo eso: Chabon parece empeñado en poner a prueba al lector con una prosa recargada, pretenciosa, que abusa de los barbarismos y recurre de manera extenuante a símiles poco naturales para explicar sonidos, olores, sensaciones... Además lo hace partiendo de una estructura narrativa que repite una y otra vez a lo largo de los cuarenta y seis capítulos: las dos primeras páginas de la gran mayorá de ellos son meras disertaciones tangenciales a la narración, expuestas en largos párrafos que frenan el ritmo narrativo y le quitan foco a los actos y avatares de Landsman durante el resto del capítulo.

Para rematar el capítulo de los defectos, debo señalar que la trama es muy endeble: a pesar del fuerte componente detectivesco que sostiene la novela, apenas hay episodios de acción. Chabon tampoco logra aumentar la intriga a medida que van llegando las averiguaciones, se deja sin utilizar en el flojo desenlace la mayoría de los frentes que ha abierto durante la narración (por ejemplo, no aclara el paradero de Litvak, ni el destino del rabino verbover), y remata la novela con el más típico y esperable de los recursos narrativos: el regreso de Landsman con Bina, su jefa y ex-mujer.

Si a este cóctel le añadimos la defensa a ultranza de las cualidades paranormales del asesinado Mendel Shpilman (lo que le resta credibilidad a la novela ante los ojos del público adulto), un fallido capítulo cuarenta y cuatro en el que Chabon intenta sin éxito llevar a su novela al clímax enlazando distintas situaciones temporales, y una explicación pobre sobre los sucesos que al parecer se desencadenan en Palestina, comprenderán por qué me resulta difícil aceptar que esta novela se alzara con los mayores premios del género en los años 2007 y 2008 (por ejemplo, la finalista del Hugo de 2008 "La colonia perdida" de John Scalzi, me parece, sin ser una maravilla, una novela bastante mejor).

sábado, 8 de julio de 2017

El círculo de Farthing (2006). Jo Walton

Por penúltima vez continúo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas del subgénero de las ucronías, uno de los más fascinantes de la literatura de ciencia-ficción, para el lector en español. Le ha llegado el turno a "El círculo de Farthing", de la británica Jo Walton. Que curiosamente comparte premisa (casi me atrevería a decir hecho divergente) con la última ucronía que reseñaré en unos pocos días, "El sindicato de policía yiddish", de Michael Chabon: una Segunda Guerra Mundial que altera el devenir del pueblo judío de manera diferente a como sucedió en realidad, pero manteniendo las coordenadas de diáspora y represión en ambos casos. Ambas desde perspectivas diferentes, aunque con una trama detectivesca de trasfondo en los dos casos. Y ambas con resultados interesantes, aunque ya adelanto que la novela de Walton me parece superior a la de Chabon. Y es que "El círculo de Farthing" es una ucronía bien estructurada y escrita, con la intriga como motor y el holocausto judío como trasfondo. Le falta más dramatismo y le sobra la reiteración de algún truco narrativo para haber sido un gran libro.

El hecho divergente propuesto por Walton es muy sugestivo: en 1941 Churchill perdió el poder y los conservadores del círculo de Farthing, con una participación especialmente destacada por parte de James Thirkie, negociaron un acuerdo de paz con Hitler que convirtió a la democracia inglesa en un lugar seguro para el pueblo judío (que tan dramáticamente estaban sufriendo las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial). Ocho años después la guerra continúa, y la situación política se convulsiona cuando, durante un encuentro del círculo de Farthing, Thirkie es asesinado. Una muerte que permite a Walton estructurar desde el principio su novela en dos líneas narativas: una primera en la que Lucy Khan, hija de la dueña del palacio donde transcurría el encuentro del Círculo, relata en primera persona lo que va sucediendo allí tras el crimen; y una segunda en la que Walton narra la investigación que sobre el asesinato realiza el detective de Scottland Yard Peter Carmichel. Al alternar rigurosamente un capítulo de cada línea, la escritora permite que el lector se acomode a esa dinámica, al tiempo que enriquece la lectura con puntos de vista y emociones complementarias.

Otro punto fuerte de la novela es el componente de intriga, al estilo de las novelas de robots de Asimov: el suspense que preside las investigaciones, y los homicidios adicionales con los que Walton completa la trama, son un valor seguro para mantener el lector si como es el caso las averiguaciones se van presentando de manera coherente. Además, la opresión que incluso en Inglaterra sufren los judíos, la vacuidad que encierra el círculo ultra-conservador, y las arcaicas costumbres y protocolos de la nobleza británica, aumentan la carga emocional de la novela y le dan mayor verosimilitud. Aunque probablemente Walton fía en exceso el resultado a esta doble baza (suspense y ambientación) y durante sus tres primeros cuartos la novela adolece de acción, conviertiéndose a menudo en una especulación recurrente sobre los posibles autores del asesinato de Thirkie y sus motivos.

El otro defecto principal de la novela es la reiteración a la hora de utilizar un truco narrativo que podría haber sido efectivo con más mesura: la revelación de la homosexualidad de la gran mayoría de los protagonistas (James, Mark, Huge, David, Tibs... hasta Charmichael al final, como forma de justificar su decisión final). Es admisible que en la alta sociedad la homosexualidad pueda estar más extendida que en otros ámbitos, pero que sea común a la mitad de los personajes, y que además se revele justo cuando más conviene a la narración, resulta a todas luces excesivo, y le resta credibilidad a los acontecimientos. Tampoco me termina de convencer la función de algunos personajes secundarios, desdibujados y bastante confusos (los Francis, los Manningham, Tibs, Dudley...).

A cambio, la novela se reserva un último cuarto muy bueno. La narración por fin adquiere el dinamismo ideal (más acción y un ritmo narrativo más alto), con acontecimientos que se precipitan, piezas que van encajando, dos teorías antagónicas para explicar el asesinato, el vuelco en la presidencia del país... Así hasta llegar a un desenlace impactante por inesperado, con una fuerte carga especulativa, y con el acierto adicional de explicar lo suficiente sobre el destino de los principales protagonistas y al mismo tiempo dejar abierto el suficiente número de frentes para una posible continuación, que Walton acabaría escribiendo unos años más tarde. De hecho, en su idioma original "El círculo de Farthing" acabó siendo la primera novela de una trilogía ("Small Change"), cuya segunda entrega ("La conspiración de Coltham") sí ha llegado a publicarse en español, y que dado el buen sabor de boca que me dejó "El círculo de Farthing", espero leer pronto.

domingo, 25 de junio de 2017

Emperador (2006). Stephen Baxter

Me sigo acercando al final de la revisión de las novelas que he seleccionado como representativas del subgénero de las ucronías para el lector en español. Le ha llegado el turno al único autor que repite en esta selección: el británico Stephen Baxter, del que ya reseñé hace unos meses "Antihielo". La razón para incluir dos novelas de este autor es la disparidad en la manera en que ambas enfocan el subgénero de las ucronías: mientras que "Antihielo" se basa en un desarrollo científico anticipado para construir una novela mitad steampunk - mitad homenaje a Jules Verne, "Emperador" propone una historia alternativa sólo ligeramente diferente de la que en realidad conocimos, pero en la que el devenir histórico viene asegurado a través de una profecía de varios siglos de alcance.

De hecho habrá quien tras leer la novela cuestione que la profecía de Nectovelin y su nieta Agrippina (y el esfuerzo de sus descendientes a lo largo de los siglos porque siga vigente), sea una base suficientemente fuerte como para considerar esta novela una ucronía. Lo que sí es innegable es que "Emperador" es una entretenida novela histórica, con la habitual habilidad argumental y narrativa de Baxter, un buen conocimiento de la Britania romana, y múltiples detalles que juegan a su favor. El más obvio es su estructura: un prólogo y un epílogo que abren y cierran la novela para poner de manifiesto la profecía y concluir lo expuesto, y tres partes claramente diferenciadas (el Invasor, en referencia a Claudio, en el siglo I; el Constructor, en referencia a Adriano, en el siglo II; y el Emperador, en referencia a Constantino y la implantación del cristianismo, en el siglo IV). Y todo ello en menos de cuatrocientas páginas, sin apenas espacio para el relleno, con capítulos cortos y un ritmo narrativo alto. Otros detalles dignos de mención son el mapa de Britania para situar en todo momento la acción, la lista de topónimos, la cronología que presenta al comienzo... Un trabajo muy serio.

Otros puntos fuertes de la novela son: la manera cómo Baxter capta el ambiente tanto de la época como de las distintas situaciones; las frecuentes explicaciones sobre cómo los romanos se fueron expandiendo, fundando determinadas poblaciones, determinando la composición del muro...; la habilidad a la hora de enlazar las tres partes, recurriendo siempre a un "as en la manga" que le permite mantener el interés a pesar de los siempre peligrosos saltos temporales; el respeto por la historia, por ejemplo al comienzo de la tercera parte, cuando resume con concisión y naturalidad doscientos años de la historia romana en Britania; la forma en la que resalta el choque en las civilizaciones nativa e invasora; y algunos episodios muy entretenidos en cada una de las tres partes.

En cuanto a los defectos, quizá el más relevante sea que los personajes de Baxter se suelen ceñir a los estereotipos ya conocidos, sin que ninguno de ellos realmente perviva en nuestra mente tras finalizar la novela. También puede decepcionar que a pesar de las maniobras políticas y el choque de culturas que nos relata, no abunden las reflexiones sobre la visión del mundo o los valores que se enfrentan. Otra circunstancia mejorables es la cierta bajada del nivel que se aprecia en la segunda parte, más filosófica y con menos fuerza. Y también el recurso a situaciones un tanto irreales, como en el tramo final de la primera parte, donde cuesta aceptar la falta de seguridad en torno a Claudio de la que Baxter se sirve, o en la tercera parte, cuando Constantino se aviene a escuchar una profecía sólo a partir de las iniciales grabadas en la espalda de un esclavo.

Al final de la novela, y sin que haya que ponerle reparos al final que nos relata, queda claro que el mundo alternativo ideado por Baxter ha seguido en lo esencial la historia tal cual la conocimos, pero también hay indicaciones de que la profecía seguirá configurando un mundo que cada vez divergirá más respecto al nuestro. De hecho, tras "Emperador" Baxter escribió otras tres novelas explorando su ucronía a lo largo de los siglos posteriores, hasta conformar una tetralogía de historia alternativa que llega hasta nuestros días: el Tapiz del Tiempo. Desafortunadamente, y aunque el balance final de "Emperador" sea favorable, su escasa repercusión comercial provocó que Minotauro desestimara la publicación de estas tres novelas, que permanecen inéditas para el lector en España hasta nuestros días. Así que si quieren seguir buceando en el Tapiz del Tiempo, ya saben lo que les toca...

sábado, 3 de junio de 2017

Las edades de la luz (2003). Ian R. MacLeod

Poco a poco me voy acercando al final de mi lista de novelas representativas del subgénero de las ucronías, uno de los más sugestivos dentro de la literatura de ciencia-ficción. Hoy le ha llegado el turno a "Las edades de la luz", del británico Ian R. MacLeod. Que quizá sea una de las ucronías menos conocidas de esta selección. Publicada por La factoría de Ideas en 2005, se trata de una ucronía singular, con el descubrimiento del históricamente mitificado éter como hecho divergente, la Inglaterra gremial de un siglo XIX paralelo al verdadero como principal aliciente, y una lentitud exasperante y un innecesario abuso de elementos fantásticos como lastre.

Como saben quienes siguen este blog, nunca he apreciado el género de la fantasía (entendida en sentido amplio, no sólo las novelas de espada y brujería). Esencialmente por la falta de rigor y las licencias literarias fáciles que proporcionan la Edad Media, la pócima mágica o el conjuro milenario de turno. Pero cuando esas licencias se toman en novelas que, como la presente, probablemente no las necesitarían, me entristece pensar en la obra que pudo haber sido y no fue. Porque "Las edades de la luz" es una novela siendo generosos muy discreta, pero que podía haber sido más que notable. En ella MacLeod nos plantea un escenario en el que la historia como la conocemos se altera en el siglo XVI tras el descubrimiento de un elemento fantástico, sí, el éter, cuyas propiedades mejoran no se sabe muy bien cómo los instrumentos y las técnicas de la época. Pero las sucesivas tres Edades de la Industria (cada una de un siglo de duración), la organización productiva de la sociedad en gremios que integran los distintos niveles de trabajadores cualificados, su estratificación y los grupos sociales que quedan al margen (los eternamente pobres mercas y los cambiantes, estos últimos una suerte de mutantes resultado de las manipulaciones acarreadas por las reacciones químicas incontroladas del éter) componen un panorama sólido y verosímil, que no debería haber quedado vanalizado por un buen número de elementos fantásticos tan tangenciales al desarrollo de la novela como inadmisibles. Y es que, en especial a partir de la tercera parte, desfilarán ante los ojos del lector dragones, unicornios, peces de los deseos, perlas numéricas, joyas susurro, magioscuridad, hechizos...

Pero por si esta edulcoración de lo que por lo demás podría ser una ucronía consistente no fuera bastante, MacLeod dificulta aún más la tarea al lector con una lentitud narrativa exasperante. Porque tras una primera parte que es en realidad un prólogo y una segunda (centrada en la infancia y adolescencia del protagonista Robert Borrows en la localidad minera de Bracebridge) muy minuciosa pero aún aceptablemente dinámica, el grueso de la novela (las partes tercera y cuarta, ubicadas mayormente en Londres) fatiga al lector con una ausencia de ritmo total y una escasísima lista de acontecimientos. Una y otra vez MacLeod nos describe los aromas, el tiempo atmosférico, los detalles visuales más nimios, y se olvida de que el principal propósito de una novela es contar una historia. Con mención especial para la fiesta de verano en Walcote House, que agota hasta parecer que no va a acabar nunca.

Estos dos graves defectos y otros detalles menores como las casualidades por las que una y otra vez los personajes principales se reencuentran en las circunstancias más inverosímiles, el arrinconamiento que sufren los diálogos ante las eternas descripciones, y el minúsculo tipo de letra, no deberían ocultar algunos aciertos de la novela. El más obvio es la ambientación, sobre todo de Bracebridge y las pequeñas vidas de sus habitantes (para mí casi todo lo bueno de la novela sucede en esa localidad). Pero también de un Londres inspirado en Dickens pero con personalidad propia en sus muchos lugares alternativos (con Hallam Tower a la cabeza). Incluso Walcote House es un marco escénico convincente.

Además, Borrows está bien caracterizado, y algunos de los personajes que se cruzan en su camino (el gran maestro Harrat, Saúl, incluso la maestra Summerton) también rayan a buen nivel (aunque otros como la en realidad poco enigmática Annalise o la insustancial Sadie Paddington dejan que desear). No sólo eso: MacLeod imagina un trasfondo lógico para el misterio que, en un injusto segundo plano, encierran las páginas de la novela (el agotamiento del éter, el experimento con la calcedonia y sus consecuencias en los distintos personajes). Y lo enriquece con una revolución social un tanto atropellada pero sensata, que remata con el surgimiento de una nueva Edad sustentada en el hielo de motor. Todo lo cual evidencia que la ucronía está muy bien trabajada en el fondo, pero que desgraciadamente queda sepultada entre conjuros y trolls. Una pena.

miércoles, 17 de mayo de 2017

El último día de la guerra (2003). Christopher Priest

Una nueva entrada continúo reseñando cronológicamente las novelas que he seleccionado como representativas del subgénero de la ucronía o historia alternativa, uno de los más sugestivos de la literatura de ciencia-ficción. Le ha llegado el turno a "El último día de la guerra", del británico Christopher Priest. Una de las ucronías más premiadas de mi lista, ya que se alzó con los premios más importantes de la ciencia-ficción en el Reino Unido en el año 2003: el British Science Fiction y el Arthur C. Clarke. Y que además es, en mi humilde opinión, no sólo una de las mejores ucronías de la selección, sino también la más meritoria ucronía relativa a la Segunda Guerra Mundial que he tenido la oportunidad de leer. "The separation", que así es como se llama el inglés (la traducción libre del título no es demasiado afortunada), es una ucronía atípica, con las relaciones entre dos hermanos gemelos monocigóticos como eje, la Segunda Guerra Mundial como trasfondo, y la habilidad narrativa y las ganas de Priest de jugar con el lector como acicate.

Se trata de una ucronía atípica porque, en vez de explorar la realidad que sobrevino a un acontecimiento histórico diferente a como lo conocemos (el hecho divergente), parta de dicho hecho (en este caso el armisticio entre Alemania e Inglaterra en mayo de 1941), nos muestra sus consecuencias (desde la guerra chino-norteamericana de mediados de los cuarenta hasta la decadencia económico-social de E.E.U.U. a finales de siglo), y en seguida se lanza a narrar las peripecias de los hermanos Sawyer entre 1936 y 1945. Fijándose primero en Jack, quien compitió y ganó junto con su hermano Joe una medalla de bronce en remo en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, y se convirtió en piloto de la RAF durante la guerra posterior. Ésta es la linea narrativa que respeta la historia tal cual la conocemos, con el fallido intento de paz de Rudolf Hess en Inglaterra, su posterior cautiverio, la victoria aliada y los juicios de Nuremberg. Aunque añade algunas pinceladas de ucronía, como los dobles de Hess y Churchill que aparecen en algunos tramos.

Tras un breve interludio a cargo de Sam Levy (miembro de la tripulación de Jack, que Priest usa para acentuar la sensación de cuestionamiento de la realidad ya que Jack en esta línea narrativa), en la quinta y última parte Priest se fija en su hermano Joe. Pacifista convencido y conductor de ambulancia durante la guerra, Joe empieza a sufrir alucinaciones tras quedar malherido en uno de los bombardeos sobre Londres. Alucinaciones que se mezclan con sus vivencias reales, y en las que el devenir histórico es el que corresponde a la historia alternativa. Hasta el extremo de que Joe termina siendo partícipe de la redacción en Estocolmo del armisticio entre Hess y Churchill con el que remata priest la historia alternativa.

Este original enfoque de la ucronía, sustentada únicamente en lo relatado por uno de los dos gemelos pero con acontecimientos comunes a los dos relatos (el embarazo de Birgit, el nacimiento del niño/niña, los episodios en los que ambos son malheridos/muertos), le permite al escritor jugar con el lector a un juego más coherente de lo que parece. Porque al final Priest cerrará la novela con una fecha clave a todas las líneas narrativas, e incluso sugerirá que el escritor Stuart Gratton y la historia alternativa presentadaa sólo existieron realmente en las alucinaciones previas a la muerte de Joe, siendo la historia tal cual la conocemos la auténtica.

Aparte de lo ya comentado respecto a la trama y al enfoque que le da Priest, la novela se sustenta en su prosa de gran calidad, en la facilidad con que expone emociones y perspectivas, en su habilidad a la hora de captar el ambiente de la guerra, en lo documentadas que están todas sus descripciones y en la forma en la que va recurriendo a sus dos personajes históricos principales, Churchill y Hess.

En cuanto a los defectos, el más notable viene determinado por la propia naturaleza de la novela, porque revisitar el "mismo" acontecimiento desde la perspectiva de varios personajes siempre acarrea el riesgo de la pérdida de interés. Además, el escritor se detiene demasiado entrecruzando las dos líneas temporales de la parte narrada por Jack, y adolece de cierta morosidad verbal en algunas fases de la novela (que ganaría con cincuenta o sesenta páginas menos de las más de cuatrocientas que ocupa). Ninguno de ellos defectos tan graves como para no recomendarla a lectores dentro y fuera del género de la ciencia-ficción.

lunes, 1 de mayo de 2017

Pashadaze (2001). Jon Courtenay Grimwood

Una nueva entrada prosigo con mi reseña en orden cronológico de las ucronías que he seleccionado como representativas en nuestro idioma de este subgénero, uno de los más sugerentes de la literatura de ciencia-ficción. Voy a revisar en esta oportunidad una de las novelas menos conocidas de mi lista. Se trata de "Pashadaze", del escritor maltés Jon Courtenay Grimwood, publicada en el año 2001 por Minotauro. Y que adelanto ya que, en mi humilde opinión, es la peor novela de esta selección de veinte novelas de historia alternativa que les he propueso: una ucronía desaprovechada, confusa, farragosa, sin ritmo, y con la ambientación de la Il-Iskandria alternativa como único aliciente.

Grimwood nos plantea una historia alternativa en la que Alemania ganó la Primera Guerra Mundial, y en consecuencia el Imperio Otomano ha perdurado hasta el siglo XXI en el que sitúa la acción, incluyendo a Il-Iskandria (actual Alejandría) entre sus fronteras. Pero apenas hace uso de esta historia alternativa (tan sólo unas referencias a una leve presencia germana en Il-Iskandria, y algunos artilugios tecnológicos anormalmente evolucionados que surgen de vez en cuando). De hecho, en su práctica totalidad la historia podría transcurrir en nuestro siglo XXI.

El autor no sólo desaprovecha la ucronia al no especular sobre lo que pudo haber sucedido, sino también por lo que nos relata: la difícilmente desentrañable identidad de ZeeZee/Ashraf Bey, su benefactora tía Nafisa (cuyo asesinato intenta sin éxito ejercer de motor de la novela), la confusa jerarquía de autoridades policiales, la mezcla que a lo largo de los capítulos hace Grimwood de los traumas infantiles de Bey y su extraño modo de vida adolescente en Seattle... El escritor abre muchas puertas que no logra cerrar, recurre a la inventiva más difícilmente aceptable sin tapujos, marea al lector con irregulares retornos al pasado (Escocia, Singapur, Suiza, E.E.U.U.) y provoca con ello el desinterés casi total (debo reconocer que ha sido una de las novelas que mas me ha costado terminar jamás).

Por si fuera poco, Grimwood termina de dar la puntilla a su historia con una prosa entre farragosa y pedante. Con párrafos que deben leerse una y otra vez para intentar desentrañar su significado, frases que pretenden resultar impactantes pero sin ningún contexto que las sustente, una exasperante tendencia a indicar la marca comercial de cada objeto (que por cierto es siempre la misma que conocemos, a pesar de que la ucronía de la que parte debería haber alterado al menos algunos mercados), y un buen número de situaciones inconcebibles y tremendamente mal justificadas (a modo de ejemplo: ¿cómo un ZeeZee adolescente había conseguido un pasaje para volar de Escocia a París?, o ¿por qué van Zara y Hani precisamente al almacén de especias para el desenlace?).

Otros defectos menores que mencionar son los inaceptables avances científicos que en ocasiones surgen para desbloquear la trama (piénsese por ejemplo en las increíbles habilidades del perro mecánico Alí-Din, tan necesarias para el desenlace), las injustificables capacidades de algunos personajes (baste recordar a Hani desbloqueando con tan sólo nueve años las claves para acceder a datos bancarios), los menos chirriantes detalles con los que Grimwood afea su creación (el Zorro, supuesto desdoblamiento de personalidad de ZeeZee convertido más tarde en un experimental implante cerebral), o la atención a supuestos detalles que al final nada aportan (los tratamientos en la clínica de Madame Sortris, por ejemplo). Hasta llegar al extremo de que no haya probablemente dos lectores que puedan elaborar el mismo resumen de lo sucedido realmente en la novela.

Por salvar algo, Grimwood logra recrear distintos ambientes en una ciudad tan vasta como Alejandría, trasladando una impresión adecuada de las contradicciones de la ciudad. Y al estructurar la novela en muchos capítulos cortos evita que el lector abandone definitivamente la lectura. Aunque aún no me explico cómo en una editorial como Minotauro (que se supone vela por la calidad de las obras que publican) se animaron a darle una oportunidad a este libro; quizá alguno de ustedes le encuentren alguna otra virtud que a mí se me escapó. En todo caso, menos mal que no decidieron publicar las dos novelas posteriores, con la que Grimwood convirtió "Pashadaze" en una trilogía ("Arabesk").

lunes, 17 de abril de 2017

La luna y el sol (1998). Vonda N. McIntyre

Con "La luna y el sol" prosigo mi revisión en orden cronológico de las novelas que he seleccionado como representativas del subgénero de las ucronías o historias alternativas, uno de los más sugestivos de la literatura de ciencia-ficción. La de hoy es una de las ucronías más premiadas de la historia del género: esta novela de la estadounidense Vonda N. McIntyre se alzó en 1998 con el Premio Nébula (para mí el de más calidad del género) a la mejor novela del año. Derrotando por cierto a la hoy archiconocida "Juego de tronos", de George R.R. Martin. A pesar de lo cual no es en mi opinión una de las mejores ucronías de esta selección. Eso sí, la considero ligeramente superior a la obra de cabecera de McIntyre, esa "Serpiente del sueño" que ya reseñé en su momento como parte de mi lista de novelas decepcionantes. Y es que nunca he terminado de encontrar las supuestas bondades de esta autora.

"La luna y el sol" es una historia alternativa con un marco histórico atrayente (los últimos años del reinado de Luis XIV, el Rey Sol) y un punto de partida ilusionante (la captura de un desconocido monstruo marino, que constituye además el hecho divergente que da pie a la ucronía). Pero se trata de una novela excesivamente larga, con varias licencias difícilmente asumibles en el género de la ciencia-ficción, una vocación feminista un tanto exagerada, y sólo un par de momentos realmente brillantes, ya cerca del final.

No obstante lo anterior, lo cierto es que el comienzo es alentador, con ese oportuno listado de personajes históricos e inventados que permitirá al lector ubicar la narración en todo momento, y la captura del monstruo marino en el prólogo. Pero en seguida la lectura se vuelve pesada: excesiva atención a los personajes secundarios, inacabables descripciones sobre las vestimentas de los cortesanos, capítulos que reflejan la frívola vida en la Corte sin que en ellos suceda prácticamente nada... La visita del Papa a Versalles y el gradual estrechamiento de la relación entre el monstruo marino y Marie-Josèphe de la Croix son dos motores argumentales demasiado débiles para mantener la atención durante casi trescientas páginas.

Porque ese es el volumen de novela que hay que superar para que realmente empiecen a suceder los acontecimientos: la relación amorosa entre Marie-Josèphe y el conde Lucien, los enfrentamientos con el Rey Sol, el ultimátum al monstruo marino, el intento de huida, la travesía por el mar... Y las páginas en las que se encuentran los dos únicos capítulos dignos a mi modo de ver del Nébula: el veintiséis, con el trepidante intento de huida y la posterior captura; y el veintinueve, con el desenlace en el Océano primero y en la Corte después. Un tercio final que sorprende por su notable cambio de ritmo narrativo frente a los dos primeros tercios de la novela (demasiado acelerada al final; demasiado pausada hasta entonces).

Otros defectos adicionales lastran el resultado final: el hecho de que el monstruo marino "hable" con sus cánticos pero sólo Marie-Josèphe sea capaz de entenderlos; las ensoñaciones que a menudo sufre Marie-Josèphe, sin explicación ni continuidad; el recurso a todo tipo de filiaciones entre los personajes para justificar determinadas situaciones e intentar aumentar la carga dramática; la referencia a mitos tan obvios y manidos como el de la Atlántida; la ausencia de cualquier referencia temporal (por ejemplo, es imposible estimar el tiempo que el Papa Inocencio pasa en Versalles); la morfología del monstruo marino, muy poco científica; y el retorcimiento de determinadas situaciones para hacer más patente la posición en segundo plano que ocupaban las mujeres en el siglo XVII.

A cambio McIntyre logra cerrar el círculo planteado en esta ucronía al relatar la petición expresa que el Papa realiza al padre Yves para que borre toda referencia a los monstruos marinos, lo que explicaría por qué esta historia alternativa nunca llegó hasta nuestros días. Este acierto, junto con una adecuada recreación histórica de la vida en Versalles (a pesar de episodios tan poco trascendentes como la partida de caza y el carrusel), con cierta inquietud científica de algunos personajes, y con la abundancia de diálogos frente a las descripciones, permiten que la lectura no sea completamente en vano. Aunque me consta que en 1998 se publicaron novelas mucho más recomendables que ésta (sin ir más lejos la que reseñé en mi anterior entrada: "Darwinia").

sábado, 8 de abril de 2017

Darwinia (1998). Robert C. Wilson

Una entrada más continúo reseñando en orden cronológico las novelas que he seleccionado como representativas del subgénero de las ucronías. Voy a reseñar en esta oportunidad "Darwinia", del estadounidense Robert Charles Wilson. Una novela que a mi modo de ver encaja en este subgénero, aunque por su temática y su ambición es cierto que podría haber encajado en otros cuantos. Y es que partiendo de un sugerente cambio en la antigua Europa a comienzos del siglo XX, Wilson construye una disfrutable novela, en su mayor parte de aventuras e investigación, sin por ello descuidar a sus personajes, ni olvidarse de construir una teoría especulativa "plausible" que justifique todos los cambios narrados.

El hecho divergente que nos propone Wilson en su ucronía se aleja de lo habitual en el subgénero, ya que no se trata de uno o más acontecimientos históricos que sucedieron de manera diferente, sino del denominado Milagro, que en 1912 reemplazó la mayor parte de Europa por Darwinia, un continente salvaje, habitado por las más extrañas criaturas y sin vestigios de la civilización que la poblaba. Una propuesta ambiciosa que permite una doble visión: la mayoría cree que es un castigo de Dios en respuesta a las teorías de Charles Darwin, mientras que una minoría se limita a interpretarlo como una oportunidad para construir un nuevo Imperio. En todo caso este hecho divergente le permite al escritor jugar con subgéneros presumiblemente dispares, conjugando la ucronía, la novela de aventura y la tecnológica, al tiempo que especula con una Historia en la que no existió Primera Guerra Mundial.

Para ello Wilson estructura la novela en cuatro partes con un interluido al final de cada una de ellas, las dos primeras situadas entre 1919 y 1921, la tercera en 1945, y la cuarta de vuelta a 1920. Con un total de 39 capítulos a lo larg de los que Wilson propone varias líneas narrativas, pero siempre de longitud contenida, hasta el punto de que la concisión es una de las grandes virtudes de la novela. La línea principal de la novela (los avatares de Guilford Law) siempre raya a un alto nivel. Pero está permanentemente complementada por una o dos líneas secundarias (Colin Watson, Carolyne, Lyly...) que no siempre son tan interesantes, o que incluso a veces se alejan de lo admisible en la ciencia-ficción para adentrarse en el cuestionable terreno de lo fantástico (caso de las peripicias de Elias Wale), lo que le resta puntos a la impresión final. No obstante, es indudable la habilidad de Wilson para captar los puntos de vista de muchos personajes, sabiendo captar el ambiente y reforzar la intensidad de los acontecimientos cuando es necesario.

También juega a favor de "Darwinia" lo elaborado de su literatura, una narrativa fluida en tercera persona que es sabiamente enriquecida en ocasiones con trozos del diario de Guilford, o de cartas a su familia. Con una incuestionable capacidad para ponernos rápidamente en situación, con capítulos excelentes (como el 14, en el que la expedición llega al lago Constanza y es atacada por los partisanos), con el recurso a la emotividad al recorrer lugares alterados radicalmente (como la desembocadura del Rhin o Londres), y con un perceptible esfuerzo por darle toda la verosimilitud posible a su mezcla de ciencia y religión (recurriendo a conceptos como Sentiencia, psivida, el Campo de Higgs, La Guerra en el Cielo...).

En cuanto al capítulo de los defectos, además del exceso de fantasía injustificada ya mencionado debo reseñar que, tras una primera parte en la que el autor recrea con habilidad el aroma de la literatura de viajes de principios del siglo XX, aclara "de más" en el primer interludio, y hace que el interés en el resto de la novela sea menor. También falla la manera en la que los personajes logran el conocimiento, que mayormente es revelado por potencias superiores, dando al traste con la supuesta investigación. No es menos cierto que la novela es tan grandilocuente que por momentos parece capaz de satisfacer lo mejor de diversos géneros, pero al final se queda a medio camino entre varios de ellos. Y por último debo citar el recurso siempre cuestionable a la utilización de un nuevo personaje (Matthew Crane) en los capítulos que conforman el desenlace (un personaje cuya aportación no está demasiado clara).

Pero si a cambio contraponemos el exquisito gusto del autor por lo antiguo, la perceptible influencia del steampunk tan de moda en 1998, y un estupendo epílogo (que propone un bonito final a la vez que deja la puerta abierta a una posible continuación que no ha llegado hasta la fecha), coincidiremos en situar a "Darwinia" en la parte alta de la lista de novelas de historia alternativa que les he propuesto.

lunes, 20 de marzo de 2017

Antihielo (1993). Stephen Baxter

Una entrada más prosigo reseñando en orden cronológico las novelas que he seleccionado como representativas del subgénero de las ucronías, uno de los más conocidos de la literatura de ciencia-ficción. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Antihielo", del británico Stephen Baxter. Que además de ser uno de mis escritores favoritos en activo, es el único que aparece por partida doble en la lista de ucronías que les propuse hace unas cuantas entradas. La razón es la disparidad estilística y argumental de las dos ucronías seleccionadas. En concreto, "Antihielo" se encuadra con naturalidad en uno de los "sub-subgéneros" (si me permiten el abuso del término) de las ucronías: el steampunk.

El steampunk se caracteriza por proponer unas historias alternativas del siglo XIX en las que las maquinarias a vapor de la época evolucionaron hasta dotar a la sociedad de unos avances tecnológicos de los que en realidad careció. A esta categoría pertenece "La máquina diferencial" (1990), de William Gibson y Bruce Sterling, que en mi lista de ucronías sugeridas situé justo antes de la novela que hoy les presento, y que probablemente fue la que dio a conocer el steampunk al gran público. Aunque como ya comenté en su momento a mí me resultó relativamente decepcionante. Y lógicamente "Antihielo", publicada tres años más tarde y para mí mucho más satisfactoria: un excelente ejercicio de historia alternativa que adopta la forma de un "viaje extraordinario" de Jules Verne pero lo enriquece con brillantes reflexiones políticas y sociales.

La longitud contenida de la novela y su certera estructuración anticipan su calidad: el prólogo de Hedley Vicars a su padre y el epílogo de Ned Vicars a su hijo encuadran, con su contenido bélico en dos periodos separados por cincuenta y seis años, una trama esencialmente de aventuras, con el antihielo como elemento facilitador, que funciona también como revisión de la situación política en la segunda mitad del siglo XIX. Una trama en la que Baxter recrea con esmero los principales protagonistas políticos y científicos de la historia real, pero con papeles ligeramente alterados para estimular la mente del lector. Además, la sociedad derivada del uso del antihielo es la consecuencia de una Revolución Industrial acelerada pero razonablemente plausible, con gadgets y servicios muy atractivos (y como es lógico algunos evidentemente cuestionables, por ejemplo el tren sobre el Canal de la Mancha).

En honor a la verdad debo reconocer que la novela tarda en "arrancar", ya que las conversaciones entre el protagonista absoluto (Ned Vicars) y el periodista Holden primero, y el recorrido posterior por el crucero terrestre Príncipe Alberto están faltos de acción. Pero con el sabotaje de la Faetón comienza paradójicamente su periplo por el espacio exterior, momento a partir del cual la novela cobra una nueva dimensión, tremendamente disfrutable. Con un elenco de personajes reducido (Ned, Holden, el ingeniero Traveller (una estupenda recreación del Cyrus Smith de Verne) y su sirviente Pocket), en un espacio también reducido y pleno de avances construidos con la tecnología del siglo XIX, en el que la supervivencia primero, la captura del saboteador Bourne después, y el desembarco y la posterior exploración de la luna al final, atrapan al lector irremisiblemente.

De manera un tanto discutible, Baxter renuncia a una mayor exploración de la Luna y a narrar el retorno a la Tierra, y a cambio se reserva el último cuarto de la novela para otras funciones menos obvias pero más importantes para cohesionar la novela: revisa el impacto del antihielo en el principal conflicto bélico de la época, concluye el elemento de romance de la novela (menos relevanta de lo que sugieren las reseñas que he leído), y sobre todo traslada un mensaje negativo sobre la supremacía que Gran Bretaña logra en Europa mediante el antihielo.

Como pueden adivinar por mi valoración global, se trata de una novela con pocos defectos. Resaltaría los siguientes: una visión excesivamente centrada en lo británico (algunos detalles son difíciles de captar para el lector en español), unos franceses de personalidades excesivamente simples (orgullosos y testarudos), unas formas de vida selenitas claramente fantásticas, y una excesiva predilección por el componente político en determinadas situaciones. Defectos que no ensombrecen una novela de una calidad sorprendente para un autor que en 1993 acababa de empezar en el género. Y que afortunadamente sigue siendo una de sus principales referencias.

"El despertar del Leviatán" (2011). James S A Corey

Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrad...