domingo, 17 de julio de 2022

"Lágrimas de luz" (1982). Rafael Marín

Una entrada más prosigo con mi reseña en orden cronológico de muchas de las principales obras de ciencia-ficción escritas en España. Llegamos a 1982, año en que fue publicada por vez primera "Lágrimas de luz", la opera prima del gaditano Rafael Marín Trechera (no confundir con el poeta Rafael Marín). Una novela que casi desde el principio fue considerada un clásico menor de la literatura de ciencia-ficción en nuestra idioma, entrando a formar parte apenas tres años más tarde de la emblemática "Biblioteca de Ciencia-Ficción" de la Editorial Orbis, y recibiendo desde entonces continuas reediciones hasta nuestros días. Un reconocimiento que comparto solamente en parte. Y es que la presente es una novela variada, densa y bien escrita, sobre la vida de Hamlet Evans en un futuro muy lejano. Pero a la que le sobran coincidencias, le falta evolución social, y le perjudican excesivas dosis de lirismo.

Defectos que, debo reconocer, resultan mayormente disculpables si consideramos que Marín tenía tan sólo veintidós años cuando escribió este libro. A tan corta edad ya mostraba una poderosa personalidad como escritor, así como un gran dominio de nuestro idioma. Dos pilares que le sirvieron de base para elaborar un recorrido de algo más de veinte años por la vida de Hamlet, su protagonista absoluto. Un periplo en el que no faltan encuentros sexuales, ni pasajes de aventura, ni dosis de especulación, ni siquiera varias razas extraterrresteres como los nors o los ascaris. Todo lo cual contribuye a la riqueza argumental y a la amenidad del libro, y fue clave para conferirle ese lugar de privilegio en nuestra literatura al que aludía anteriormente.

Virtudes que no consiguen empañar ciertos defectos que explican que mi impresión final no fuera todo lo que favorable que esperaba cuando la leí. El más obvio es la ausencia de un motor, de una misión que dinamice la lectura: la vida de Hamlet va transcurriendo por distintas etapas sin demasiada hilazón entre ellas, y ello provoca la alternancia de capítulos brillantes y disfrutables (en especial su periodo como poeta oficial a bordo de la Marfil), con otros eminentemente filosóficos, o algunos simplemente especulativos en demasía, o más enfocados a potenciar el lirismo de la novela que a relatar las peripecias del protagonista. Con lo cual el interés del lector va sufriendo altibajos.

A ello debemos añadir que la Tercera Edad Media que Marín imagina para su futuro lejano resulta sorprendentemente inmovilista desde el punto de vista social: la poesía como herramienta imprescindible para ensalzar las victorias de la Corporación en su expansión por la Galaxia parece un arcaísmo ingenuo; más aún presentar un circo muy similar a los actuales (detalles tecnológicos aparte) como uno de los principales entretenimientos de masas en ese futuro tan lejano. La brutalidad de esa Corporación que se expande sin piedad por el Confín también parece más propia de un estado evolutivo anterior de la especie humana. Y como guinda, en tan vasto marco escénico, con miles y miles de millones de seres humanos que en principio deberían haber evolucionado en sus cualidades, Marín se toma ciertas licencias en forma de errores garrafales (como los que comete el Capitán Ares Wayne), o de nada plausibles coincidencias (como los reencuentros de Hamlet con Orfeo), que no ayudan a la sensación de verosimilitud. Otros defectos menores son la imposible sostenibilidad, ni siquiera a corto plazo, de la división social en el planeta Mandara, el posicionamiento nada disimulado y reiterativo de Marín en contra de la colonización perpetua de la Corporación, y la atribución a un ente difícilmente aprehensible como Nueva York del poder absoluto sobre toda la humanidad.

A cambio, la novela ofrece un elemento científico razonablemente bien cuidado (desde "alterados" creados por las más avanzadas técnicas de la Corporación, hasta "tormentas magnéticas"), una buena caracterización de los personajes con los que se va cruzando Hamlet en su periplo vital (desde la camaradería de Salvador, hasta los episodios de amor con Hroswitha o Wimdyl), la humanidad que desprenden sus páginas, o la manera como enlaza el principio y el fin de la historia, ambos focalizados en la vida de Hamlet como director de circo. Argumentos que, sin duda, justifican una lectura por parte de aquellos interesados en conocer la literatura de ciencia-ficción en nuestro país.

domingo, 3 de julio de 2022

"Viaje a un planeta Wu Wei" (1976). Gabriel Bermúdez Castillo

Una entrada más prosigo con los escritores españoles que han alcanzado una mayor relevancia a la hora de escribir literatura de ciencia-ficción. Nuestro recorrido a lo largo de los años nos sitúa ya en 1976, año en que fue publicado por primera vez "Viaje a un planeta Wu Wei", del aragonés Gabriel Bermúdez Castillo. Una obra que inicialmente tuvo una difusión muy limitada, pero que a lo largo de las décadas ha sido reeditada en diversas ocasiones, lo que refleja el impacto que, de manera gradual, ha ido alcanzando en nuestro país. Y es que se trata de una novela muy extensa, densa, que acerca con habilidad la ciencia-ficción a otros géneros literarios, con un saludable gusto por las aventuras, un contexto que resulta mucho más sólido de lo que inicialmente parece, y una cierta irregularidad que juega en su contra y lastra en cierta medida el resultado final.

En mi opinión, las dos mayores virtudes de este libro son la gestión del factor sorpresa, y la versatilidad para dar cabida dentro de su trama a otros géneros. La sorpresa está muy presente nada más arrancar (con el peculiar destierro de la ciudad que sufre Sergio Armstrong, protagonista absoluto de la historia, tan pronto como éste comienza a profundizar en la vida que llevan los seres humanos en la Tierra), y de manera especial en el tramo final (tras la muerte del presidente Jorge III), cuando muchas piezas que hasta entonces habían parecido entre inconexas e inverosímiles encajan con una naturalidad pasmosa. Y la versatilidad la reflejan los múltiples géneros por los que va transitando la novela según avanzan los capítulos: ciencia-ficción que deviene en novela de aventuras cuyo único objetivo es la supervivencia, después western, más tarde fantasía, elementos de terror, nuevamente aventuras, capítulos de fuerte contenido mitológico, y vuelta a la ciencia-ficción para dotar a (casi) todo lo anterior de sentido. Tal ambición justifica sobradamente la extensión del libro.

En el capítulo de las virtudes podemos incluir la habilidad literaria del escritor para sacarle partido a los episodios de aventuras que periódicamente dinamizan la acción. Otro punto fuerte es el elenco de personajes: además del propio Sergio, quien resulta razonablemente solvente pese a que sus motivaciones sólo se comprenden en las páginas finales, el lector le acaba cogiendo cariño a unos personajes en el límite de lo excesivo pero que no dejan indiferentes: el Vikingo, el Manchurri, Marta di Jorse, el Capitán Grotton... La filosofía Wu-Wei que da título al libro, mezcla de anarquía, pasividad y comunión con la naturaleza, también resulta aprehensible, pese a que nunca se llega a explicar del todo. Y la abundancia de conceptos creados por Bermúdez para ambientar su particular universo (autociclos, mandriles, Piedra de la Luna, cellisas) y de otros ajenos pero provocativos y bien engarzados en la trama (poligamia, ausencia de Estado, canibalismo) refleja a las claras la riqueza argumental de la novela.

Para mí los dos defectos que más negativamente afectan al resultado final son la prevalencia en diversos momentos de los elementos fantásticos y de terror, y la extensión de todos los capítulos. Y es que la novela habría sido casi igual de ambiciosa pero mucho más defendible sin elfos, náyades, conjuros y demás parafernalia que ni siquiera las explicaciones finales consiguen justificar. Por no hablar de Herder, BILETO, la estrella Gabkar, los palacios que cambian de forma, y la presencia de elementos malignos, sin duda las páginas más pesadas de toda la novela. Sólo un escalón por debajo se sitúa el hecho de que con ciento y pico mil palabras escritas tan sólo haya trece capítulos. Ello se explica porque Bermúdez enlaza episodios inconexos dentro de un mismo capítulo sin dar tregua al lector, por lo que salvo cuando la aventura está en su punto álgido, la fatiga suele aparecer. Tampoco ayuda una cierta petulancia a la hora de escoger el vocabuliario, ni una edición (a cargo de la editorial Avalón) poco cuidada, que eliminaba puntos y aparte, mezclaba diálogos con descripciones, y aprovechaba sin disimulo hasta el último espacio disponible.

El final, con todas las explicaciones que proporciona el autor sobre los acontecimientos pretéritos que desembocan en la situación presente, y el posicionamiento nítido del autor en contra del tecnológico mundo sobre-controlado y en favor del Wu-Wei, mejora claramente la impresión global, y confirma la existencia de un plan concienzudo de Bermúdez para hacer reflexionar al lector más allá del mero entretenimiento. Lo que posiblemente explique que a día de hoy se considere a esta nivela un clásico menor dentro de la literatura de ciencia-ficción en España, y que desde mi punto de vista merezca una lectura en cualquiera de esas continuas reediciones a las que aludía al comienzo.

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura . ...