domingo, 27 de junio de 2021

Los escritores británicos en la ciencia-ficción

Una vez terminadas las reseñas sobre las novelas ambientadas en el Planeta Rojo, con la presente entrada inicio un nuevo tema dentro del siempre apasionante mundo de la literatura de ciencia-ficción. Un tema que inicio con pasión contenida, pues llevaba ya tiempo con ganas de dedicar unos meses a un asunto en el que siempre he pensado que no se ha insistido lo suficiente: la importancia de los escritores británicos en la literatura de ciencia-ficción. Me explico.

Casi instintivamente todos tendemos a identificar la ciencia-ficción en general, y la literatura de ciencia-ficción en particular, como una manifestación cultural de los E.E.U.U. A ello sin duda ha contribuido decisivamente la influencia de las producciones de Hollywood a la hora de confirmar culturalmente el género. Pero también es cierto que allí es donde se creó la primera asociación de escritores, donde se entregan desde hace décadas los Premios Hugo y Nébula, donde se produce la mayor cantidad de obras del género... Incluso fue allí donde surgieron las primeras revistas dedicadas al mismo hace prácticamente un siglo. Y la gran mayoría de grandes nombres que nos ha dejado el género proviene de allí.

Y sin embargo, si nos detenemos a pensar en ello, repararemos en que, por ejemplo, el primer escritor que realmente publicó novelas no ya de anticipación científica, sino de auténtica ciencia-ficción, fue el británico Herbert George Wells a finales del siglo XIX. O que por ejemplo durante la primera mitad del siglo XX los grandes escritores del género (desde Aldous Huxley hasta Olaf Stapledon) eran británicos que escriban genuinas novelas y no relatos cortos más o menos amateurs. O que durante décadas el escritor más conocido del género por el gran público fue el británico Arthur C. Clarke. O que algunas de las grandes tendencias del género se iniciaron en el Reino Unido y tuvieron a grandes nombres del género como Michael Moorcock o Christopher Priest como iniciadores o exponentes. Evidentemente los británicos cuentan con la ventaja de compartir idioma con los estadounidenses, y eso les ha ayudado a su repercusión internacional, pero como vemos su influencia en el género ha sido claramente superior a la que podríamos concluir en una reflexión apresurada.

Por ello la composición con las fotos de H.G Wells, Aldous Huxley, Arthur C. Clarke y Christopher Priest que ilustra esta entrada no es sino un breve anticipo de lo que nos vamos a poder encontrar en los próximos meses. Una lista de escritores en su mayoría muy conocidos para el lector en español, que con frecuencia no sólo habrán ganado los dos galardones más relevantes del género en el Reino Unido (los Premios BSFA, de la Asociación Británica de Ciencia-Ficción, y el Premio Arthur C. Clarke, a la mejor novela de ciencia ficción publicada por primera vez en el Reino Unido), sino también los prestigiosos Hugo y Nébula, y que en muchas ocasiones supusieron un auténtico hito para el género, desde Anthony Burguess hasta Neil Gaiman. Como es habitual, realizaré el recorrido en orden cronológico, sirviéndome para ello de una de sus novelas más reputadas disponibles en nuestro idioma.

He aquí la lista, nada menos que treinta escritores diferentes a lo largo de casi ciento veinte años de literatura:

H. G. Wells - "La guerra de los mundos" (1898)
Aldous Huxley - "Un mundo feliz" (1932)
Olaf Stapledon - "Sirio" (1944)
George Orwell - "1984" (1949)
John Wyndham - "Las crisálidas" (1955)
Arthur C. Clarke - "La ciudad y las estrellas" (1956)
Anthony Burguess - "La naranja mecánica" (1962)
J.G. Ballard - "El mundo sumergido" (1962)
Brian W. Aldiss - "Un mundo devastado" (1965)
Keith Roberts - "Pavana" (1968)
Christopher Priest - "Fuga para una isla" (1972)
John Brunner - "El rebaño ciego" (1972)
Bob Shaw - "Periplo nocturno" (1972)
Fred y Geoffrey Hole - "Infierno" (1973)
Ian Watson - "Empotrados" (1973)
Michael Moorcock - "Gloriana o la reina insatisfecha" (1978)
Charles Sheffield - "La telaraña entre los mundos" (1979)
Nicola Griffith - "Río lento" (1995)
Alastair Reynolds - "Espacio revelación" (2000)
Ken MacLeod - "El torreón del cosmonauta" (2000)
Jon Courtenay Grimwood - "Pashadaze" (2001)
Neil Gaiman - "American Gods" (2001)
Paul J. McAuley - "Hijo del río" (2002)
Ian R. MacLeod - "Las edades de la luz" (2003)
Geoff Ryman - "Aire" (2004)
Jo Walton - "El círculo de Farthing" (2006)
Stephen Baxter - "Inundación" (2008)
China Miéville - "Embassytown. La ciudad embajada" (2011)
Adrian Tchaikovsky - "Herederos del tiempo" (2015)
Tade Thompson - "Rosalera" (2018)

Muchas de estas novelas ya han recibido su reseña individual a causa de alguna otra temática tratada por este humilde blog a lo largo de su década de historia; en tales casos, simplemente he añadido el enlace a la entrada correspondiente. En otras ocasiones el escritor en cuestión sí habrá recibido al menos una reseña de una de sus novelas, pero optaré por presentar otra novela suya digna de atención y que aún no hubiera recibido su entrada individual. Y finalmente, algunos escritores será la primera vez que desfilen por el blog, una primera oportunidad de reflexionar sobre su obra.

Espero que el tema les resulte tan apasionante como a mí; si es el caso, les emplazo a mi próxima entrada, dentro de unos días.

domingo, 13 de junio de 2021

Amanecer rojo (2014). Pierce Brown

Con la presente entrada finalizo mi recorrido por muchas de las más relevantes novelas sobre el Planeta Rojo disponibles para el lector en español. Seguimos avanzando en el tiempo, y nos situamos ya en el año 2014, que fue cuando vio la luz el debut literario en formato novela del estadounidense Pierce Brown. "Amanecer rojo" supuso un notable fenómeno editorial a nivel internacional, hasta el punto de que poco después ya se había convertido en la primera entrega de una trilogía disponible íntegramente en nuestro idioma. Ciñéndonos a la primera entrega, debo decir que había leído muchas críticas positivas sobre ella, por lo que la comencé con altas expectativas, que desgraciadamente se vieron defraudadas. Porque se trata de una novela con un atrayente marco escénico, un sugestivo punto de partida, una estimulante estratificación social y material para profundas reflexiones. Pero que se echa a perder por su sobredosis de violencia y su exagerada extensión.

Brown plantea una Marte terraformada y habitada desde hace setecientos años como parte de la expansión de la raza humana por nuestro sistema solar, aunque los rojos, que conforman el estrato social más bajo, lo desconocen y siguen perforando las profundidas del planeta para extraer el preciado Helio-3 que supuestamente permitirá en un futuro esa terraformación. A este estrato pertenece Darrow, protagonista absoluto del libro, quien malvive bajo tierra junto a su familia hasta que el ajusticiamiento de su esposa Eo, y la reacción que tal hecho provoca en él, termina desencadenando una serie de acontecimientos que lo sacarán del inframundo y lo transformarán en un dorado, miembro de la clase dominante y candidato a alcanzar las mayores cotas de poder. Se trata por tanto de un enfoque original para una historia ambientada en el Planeta Rojo, mezcla de distopía y viaje iniciático, que el escritor, lastrado por una bisoñez evidente, malogra al no saber aprovechar estos mimbres.

Porque lo mejor de la novela es sin duda esa primera parte sórdida, desesperanzada y sin embargo impregnada de una humanidad que se impone a pesar de todas las dificultages. Pero con la segunda parte, ya fuera de los túneles de Lico, centrada en la transformación de Darrow en una nueva persona gracias a los Hermanos de Ares, la novela empieza a perder verosimilitud a causa por una parte de la magnitud de los cambios que el tallista efectúa sobre el protagonista (incluso contando con la tecnología del futuro), y especialmente por el papel no del todo justificado que desempeña realmente la organización de Ares.

Pero con casi dos tercios de la novela por delante, son las dos partes restantes las que se desinflan paulatinamente. En lugar de aprovechar los distintos colores sociales (grises, rosas, azules...) sobre los que en teoría debería cimentarse una variopinta y jugosa sociedad marciana, y en lugar de lo que prometía ser un fascinante recorrido por Planeta Rojo una vez Darrow dejó atrás su vida subterránea, Brown gasta el resto de páginas en un mero juego de selección del dorado más capacitado para entrar en el prestigioso Instituto. Que, por supuesto, terminará siendo Darrow. Nada más.

Por resaltar aspectos positivos de estas dos últimas partes, mencionaré que el lector se encontrará con algunos personajes bien recreados (Casio, Sevro, Mustang, Roque), aunque otros me parecen francamente esquemáticos o inverosímiles (calificativo aplicable a todos los prétores del Olimpo). Resaltaré también que algunos lugares de Agea, la zona del Valles Marineris donde transcurren ambas, resultan fascinantes a la vez que fáciles de seguir gracias al mapa adjunto. Pero esos aciertos puntuales pierden su fuerza ante las nada menos que doce Casas en que se estructuran los participantes en el juego y que deberán enfrentarse entre ellas. Es obvio que con tres o cuatro Casas habría bastado, pero ese número tan amplio permite al autor llenar capítulos y más capítulos de enfrentamientos y peleas reiterativas y con un denominador común: la violencia sensacionalista. Un aspecto omnipresente que, complementado por alguno de los valores más despreciables de los seres humanos, apenas deja espacio para las reflexiones distópicas que la novela prometía al comienzo.

Otro defecto evidente es el hecho de que las dos "sorpresas" argumentales de la novela repiten el mismo truco: la filiación (Julian y Casio, Mustang y El Chacal), un recurso manido aunque Brown sólo lo hubiera empleado una vez. También hay detalles que afean el elemento científico (baste recordar las entrañas de los caballos ocupadas por los Aulladores). Por otra parte, hay tantas casas y facciones que es fácil perderse a la hora de entender quién está luchando contra quién. Y el desenlace, aunque se esfuerza por atar cabos, no se sale ni un ápice de lo esperado, incluso en lo relativo a Nerón.

Con ciento cincuenta páginas menos y un mejor equilibrio entre la violencia y otros valores más estimulantes que en buena lógica también deben existir en toda sociedad y, por supuesto, en una buena obra literaria, me habría animado a leer las otras dos partes de esta trilogía. Pero a la vista de lo que ofrece "Amanecer Rojo", esa opción quedó descartada.

lunes, 3 de mayo de 2021

El marciano (2011). Andy Weir

Una nueva entrada prosigo mi recorrido en orden cronológico por muchas de las novelas que tienen como trasfondo al Planeta Marte. Llegamos ya a la pasada década, que fue cuando vio la luz "El marciano", la ópera prima del estadounidense Andy Weir. Una novela cuyos inicios fueron complejos (fue autopublicada por su autor ante la falta de una editorial que lo respaldara), pero que gracias al boca a boca en unos pocos años no sólo se había convertido en un fenómeno editorial traducido a varios idiomas, sino que había servido para una exitosa película, una de cuyas instantáneas ilustra la edición en tapa blanda de la presente reseña. Y es que no sólo se trata en mi humilde opinión de la mejor novela que se ha publicado jamás sobre Marte, sino una de las mejores novelas de ciencia-ficción que he leído nunca. Y que no formó parte de mi lista de quince títulos personalísimamente favoritos porque aún no se había publicado en nuestro idioma cuando la confeccioné. Estamos ante una obra intensa, dinámica, amena, llena de ingenio y aventuras, y con un fabuloso uso del elemento científico en toda su extensión.

Y eso que el argumento no es complejo: Mark Watney, astronauta de la tercera expedición tripulada al Planeta Rojo y protagonista absoluto de la novela, queda varado en Marte cuando sus compañeros abandonan el planeta en medio de una tormenta de polvo. El resto de la novela narra todas sus tribulaciones en solitario. LO relevante aquí es la maestría con la que Weir retrata a su Robinson del siglo XXI.

Watney es un personaje bien trazado sin necesidad de recurrir a tópicos como un pasado traumático o una historia de superación personal, que va recurriendo a sus conocimientos como biólogo e ingeniero en las materias más diversas para superar los continuos obstáculos con los que Marte lo va poniendo a prueba. Son fascinantes sus esfuerzos para obtener agua y comida primero, poder comunicarse con la Tierra después, desplazarse finalmente hasta el punto de recogida... Sus conocimientos aplicados son apabullantes (aunque comete los suficientes errores para resultar creíbles), y los cálculos, las deducciones y las soluciones que va ideando un auténtico goce para el lector de ciencia-ficción. Aunque debo admitir que la fórmula "nuevo problema - nueva solución - problema superado" está cerca de llegar a resultar reiterativa.

Justo para evitar ese potencial defecto Weir introduce en momentos siempre acertados otros personajes y puntos de vista que complementan la narración en primera persona de Watney. Con dos focos claramente distinguibles: las autoridades de la NASA y sus compañeros de expedición a bordo de la Hermes. Ambos se antojan al principio excesivamente esquemáticos, pero a lo largo de los capítulos se volverán suficientemente reconocibles a ojos del lector. Los primeros, por sus reacciones, sus consideraciones políticas y sus denodados esfuerzos por salvar a Watney con sucesivos planes, y los segundos, por su compromiso personal con la misión y sus cualidades para sobreponerse a las adversidades en las trepidantes páginas finales.

Muy poco que reprochar a esta excelente novela. Quizá una tormenta de polvo en la tenue atmósfera marciana no llegue a ser nunca tan intensa como para forzar la partida de la expedición. Seguramente la narración en forma de diario le resta intensidad a alguno de los pasajes más emocionantes (de ahí el discreto pero eficaz recurso puntual a las "transcripciones de audio"). Sin duda ese narrador omniscente que en dos o tres puntos de la novela anticipa un nuevo revés se podría haber resuelto de una manera más elegante. Y sobran la gran mayoría de los barbarismos con los que Weir intenta innecesariamente dotar de mayor verosimilitud a su protagonista.

Poca cosa en todo caso comparada con el dinamismo, siempre constructivo y con un a menudo refrescante sentido del humor con el que Watney se gana la atención y el cariño de todo nuestro planeta, que sigue en vilo sus aventuras, y con el que Weir proporciona unas valiosas reflexiones finales. En suma, un gran libro, muy difícil de superar.

sábado, 24 de abril de 2021

Rumbo a Marte (2008). Joe Haldeman

Con esta entrada prosigo las reseñas de las novelas que tienen como marco escénico el Planeta Rojo. Estamos ya a finales de la primera década de nuestro siglo, que fue cuando vio la luz "Rumbo a Marte", del estadounidense Joe Haldeman. Un escritor reputado, con varios premios en su haber y una parte considerable de su producción traducida al español. Que se lanzó a escribir sobre Marte desde una perspectiva poco frecuente hasta entonces. Y es que "Rumbo a Marte" es una novela que, inspirándose hasta cierto punto en las obras clásicas del género, plantea un enfoque singular sobre el establecimiento de la primera colonia humana en Marte, respetuosa con los elementos científico y tecnológico, y provocativa hasta lo inverosímil en las consecuencias de tal establecimiento.

Es difícil juzgar la novela como un todo, a causa de las dos mitades claramente diferenciadas que la conforman (aunque ambas tienen a la joven Carmen Dula como protagonista). La primera nos muestra con un estilo desenfadado y minucioso cómo podrían ser en el siglo XXII los preparativos, los viajes y la vida de los primeros colonos marcianos. Haldeman cuida todos los detalles (el Elevador Espacial, el Hotel Hilton para turistas adinerados, el interior de la nave John Carter), en un perceptible esfuerzo de verosimilitud (desde la selección de pasajeros de poco peso, pasando por los singulares aseos y comidas, hasta la estrictamente organizada vida a bordo de la nave o en la colonia), y teniendo presente en todo momento las restricciones que sabemos la ciencia impone a la vida en el espacio o en el Planeta Rojo. Mientras que la segunda mitad nos propone un ambicioso salto en la trama, de dimensiones cósmicas, menos fundado en la ciencia y más apresurado en sus desarrollo y desenlace.

En mi opinión a la obra de Haldeman le suele faltar un punto de profundidad, y esta novela es otro buen ejemplo. Aunque los diecinueve años de su protagonista pueden contribuir a la relativa superficialidad que trasluce, a menudo las interrelaciones de los personajes son arquetípicas (la relación entre Carmen y el piloto Paul Collins, sus padres comprensivos, su hermano menor más inquieto...), la atención prestada al sexo en la que no olvidemos es una de las primeras expediciones a Marte un tanto excesiva, y personajes como la mala-malísima Dargo Solingen resultan simples y planos. El resultado, no obstante, es agradable de leer, dinámico gracias a sus capítulos cortos, y con detalles simpáticos, pero a veces da la impresión de que sus protagonistas son más unos domingueros que se divierten pasando unos días de camping que unos colonos con la trascendental misión de asentar al ser humano en Marte.

El encuentro accidental de Carmen con Rojo y el resto de marcianos que da comienzo a la segunda mitad de la obra no está desde mi punto de vista bien justificado (no se comprende a qué sale Carmen aquella noche), pero sirve para cambiar radicalmente las pretensiones de la novela, lo que conlleva que Haldeman readapte el estilo. La evolución de las reacciones de los colonos ante la interacción con los marcianos está bien reflejada, y la gradual colaboración de extraterrestres y humanos en una causa común traslada unos valores que ojalá se defiendan realmente en el futuro si se da el caso. Pero a pesar de buenos detalles técnicos como las modulaciones en amplitud o frecuencia de las señales enviadas por los Otros, paulatinamente Haldeman comienza a exigir al lector que acepte sin más avances y amenazas que cada vez se antojan más inverosímiles. Y la novela se resiente.

Porque al llevar tales amenazas hasta sus últimas consecuencias, Haldeman se ve obligado nada menos que a desintegrar Tritón y a dañar notablemente nuestra Luna. Y todo ello a causa de la apertura de una caja de Pandora de dimensiones galácticas que había estado latente nada menos que desde los comienzos de la humanidad. El caso es que, si reflexionamos sobre ello, lo que nos sugiere Haldeman podría sentido considerando cuál ha sido el devenir de nuestra historia, pero lo presenta de forma apresurada, sin conferirle la dimensión adecuada, y con personajes de última hora que son de cartón piedra.

De ello deviene esa sensación de que la novela podría haber dado más de sí si el escritor le hubiera conferido más pausa, más profundidad, más interés en atar cabos sueltos, y un punto menos de ambición galáctica. En cambio, se queda en una lectura fácil y entretenida, por momentos sugestiva y cautivadora en lo relativo a Marte, y con un mensaje final un tanto sombrío a modo de contrapunto, pero lejos de la excelencia.

Mencionar, por último, que "Rumbo a Marte" ha resultado ser la primera novela de una trilogía que hasta donde yo sé no se ha traducido en su integridad a nuestro idioma, y que no he tenido el gusto de seguir leyendo.

sábado, 10 de abril de 2021

Camino Desolación (1988). Ian McDonald

Una entrada más continúo reseñanado las novelas que tienen como trasfondo o marco escénico a Marte. Avanzamos en el tiempo y llegamos ya a 1988. Como ya he comentado en otras ocasiones, los ochenta fueron en mi opinión una década relativamente floja para la literatura de ciencia-ficción. Y esta novela es un buen ejemplo. "Camino desolación" fue la obra con la que debutó el británico Ian McDonald, y su reconocimiento fue instantáneo. Tanto que consiguió el Premio Locus, que no es el más prestigioso del género pero sí refleja bien a las claras la popularidad que alcanzó. Un reconocimiento en mi humilde opinión completamente inmerecido. Porque seguramente se trata de la novela más original que se ha escrito sobre Marte, pero ese derroche imaginativo resulta fútil por su inverosimilitud extrema y por el carrusel de personajes y situaciones que apabullan al lector hasta hacerle perder el interés.

Lo peor que puede decirse de esta novela es que transcurre en Marte como podría transcurrir en cualquier otro sitio. Aunque McDonald explica cómo la compañía ROTECH la terraformó en un futuro relativamente lejano (aproximadamente ochocientos años marcianos, casi mil seiscientos terrestres), y aun agradeciendo las explicaciones que nos ofrece para detalles tales como el mantenimiento de la atmósfera o la generación del clima, todo lo que sucede en el libro podría haber tenido lugar en cualquier otro planeta. Y eso que la caracterización de los lugares es muy minuciosa y a menudo atrayente dentro de su falta de realismo (el propio Camino Desolación, pero también Belladona, Kershaw, Chryse...), pero al terminar la lectura resulta obvio que el autor no ha aprovechado ninguna de las singularidades del Planeta Rojo.

A tal fracaso contribuyen de manera decisiva todas las licencias que se permite el escritor: lo de los viajes en el tiempo (aunque muy llevado al extremo) puede tener un pase, pero el uso indiscriminado de las distorsiones temporales, la forma en la que muchos de los personajes se ganan la vida o incluso mueren, las atracciones que los entretienen (baste citar la Feria Ambulante y Fantasía Educativa de Adam Black), la reencarnación del diablo para jugar una partida de billar, el culto a la "santa" Tasmeen Mandela, el Omniverso Pamplasmático... Todo ello es más propio de la fantasía más licenciosa que de una novela medianamente seria sobre la vida en Marte.

La obra también hace aguas desde el punto de vista literario: sin una estructura sólida, en su mayor parte está conformada por una serie de episodios fragmentados de una cantidad tan amplia de personajes que a menudo resultan difíciles de seguir. Y cuando al fin parece que la trama comienza a cuajar en el último tercio, con el levantamiento obrero frente al feudalismo industrial en que se basa la explotación de Villa Acero como línea narrativa, McDonald la arruina conviertiéndola en una fatigosa contienda entre las más diversas facciones, que se alarga durante varios capítulos, con una delirante exhibición de armamento, hasta que el lector termina por desconectar definitivamente.

De lo poco salvable de la novela es el elenco de personajes. Mayoritariamente tan extremos que resultan por completo increíbles, su singularidad les hace reconocibles, y en la mente de McDonald al menos están claras sus vivencias e interdependencias, hasta el extremo de que prácticamente todos ellos reciben un final específico. Además, la atención está razonablemente bien repartida entre todos ellos, muchos de ellos poseen nombres o apellidos intencionales (los Stalin, los Mandela), y en algunos casos sus motivaciones y sus actos están bien acompasados (como el Doctor Alimantando, o Limaal Mandela). El otro punto a favor de la novela es la tremenda imaginación que hay tras ella (profesiones, denominaciones, inquietudes, empleo de la tecnología), muy desordenada y poco aprehensible, pero perceptible.

Incluso el desenlace de la novela resulta decepcionante por previsible: "Camino Desolación" resulta ser el típico lugar en medio de la nada (como si fuera una novela sobre el Medio Oeste), que durante un tiempo experimenta un auge inusitado pero que poco después termina mortecino y finalmente abandonado. Lo mismo que el lector tras leer esta novela. Sin duda habría formado parte de mi lista de quince novelas decepcionantes, si la hubiera leído para cuando la confeccioné.

sábado, 27 de marzo de 2021

La llamada lejana (1978). Gordon R. Dickson

Con la presente entrada continúo la reseña de algunas de las novelas más representativas de la ciencia-ficción cuyo trasfondo sea el planeta Marte. Continuamos avanzando en el tiempo y llegamos ya a 1978, año en el que vio la luz en formato libro (antes había aparecido serializada en la mítica revista "Analog") "La llamada lejana", del estadounidense Gordon R. Dickson. Escritor relativamente poco conocido para el lector en español pese a que buena parte de su bibliografía se ha traducido a nuestro idioma. Y novela también poco recordada en estos tiempos, ni siquiera cuando se enumeran obras relativas al Planeta Rojo en publicaciones especializadas. Y sin embargo, su enfoque es uno de los más singulares del género, pues se trata de una original forma de relatar la primera expedición a Marte, más centrada en los acontecimientos y las intrigas terrestres en torno a la misma que en las peripecias a bordo de las naves. Originalidad que desgraciadamente acaba lastrando en buena medida el resultado final.

Y es que el grueso de las páginas de la novela no se dedica a las aventuras de las naves que emprenden tan fascinante viaje, sino a todos los intereses cruzados en torno a dicha expedición. Dickson sugiere que ese primer vuelo tripulado a Marte es el fruto de una endeble coalición entre las seis naciones más poderosas de la Tierra en una fecha indeterminada pero probablemente anterior al año 2021, y esos conflictos subyacentes a tan noble empresa son los que utiliza para vertebrar su trama. Inicialmente el escritor parece centrarse en las peripecias de Jens Wiley, el subsecretario de E.E.U.U. para el Desarrollo del Espacio (un puesto tan rimbombante como carente de contenido). Pero en realidad plantea una novela coral, con cerca de una veintena de personajes de la más diversa índole (periodistas, técnicos, espías, representantes gubernamentales, personal de la NASA...) entre los que reparte la atención, enriquecida además gracias a esa sugestiva propuesta multicultural y plurinacional que tanto se aleja de la típica "expedición yanqui".

Este foco en lo que sucede en la Tierra durante esos meses es, sin embargo, el mayor defecto de la novela. Porque el lanzamiento, el acoplamiento de las dos naves gemelas, la sobrecarga de actividades planificadas a bordo y el resto de las peripecias de los seis martenautas durante la travesía, pasan a un relativo segundo plano. Pese a lo cual resulta una línea narrativa mucho más interesante, bien planteada, presentada y documentada, con personajes complementarios y mucha más emoción. Por el contrario, la vastedad de nombres y situaciones paralelamente enlazadas en la Tierra dificulta que el lector las pueda seguir con facilidad, disminuyendo aún más el interés en esas líneas narrativas.

Y es una pena, porque Dickson propone para la Tierra sugestivas ideas: desde nuevos sistemas económicos (con el de la dirección compartida que ha permitido a los E.E.U.U. ampliar su supremacía a la cabeza), pasando por los entresijos de la política y su preeminencia sobre otras consideraciones técnicas u astronómicas en tan fascinante misión, hasta un esfuerzo evidente por capturar las emociones y los sentimientos de muchos de sus personajes (con mención especial para la compleja relación entre Jens y Lin). Pero todo ello pierde fuerza frente a unos marcos escénicos reiterativos y poco disfrutables (la mansión de la Duquesa, aparente lugar de intrigas que no acaban de despuntar, el arquetípico bar del Hilton...), la mal explicada y poco influyente vinculación entre los diversos representantes y espías que trabajan al servicio de otros, personajes poco interesantes que sin embargo reciben más atención que los propios martenautas (Verigin, Sir Geoffrey), y situaciones que no han envejecido bien (matones a sueldo, comportamientos machistas). Tampoco ayuda la prosa de Dickson, correcta pero sin chispa y un tanto arcaica.

A cambio, el elemento científico que sustenta el lanzamiento y sobre todo la vida a bordo está muy conseguido para la época en la que se escribió, la estructura de las naves, con sus cubiertas y sus elementos de soporte, está muy bien presentada y ayuda a seguir los acontecimientos en ellas, y las circunstancias que conducen al inesperado fracaso de la expedición son razonables y desencadenan relaciones netamente humanas. Además, el doble final, con mención especial para el sensato y equilibrado desenlace a bordo de las naves (con la dualidad y la complementariedad de sus dos máximos responsables, el estadounidense Tad y el ruso Fedya), mejora la impresión final de la novela. Que se queda en una lectura interesante para complementar lo que la ciencia-ficción ha ofrecido sobre el planeta Marte, pero que podría haber dado más de sí, sin necesidad de desdeñar los acontecimientos en la Tierra, si cien de las páginas dedicadas a ello las hubiera empleado Dickson para ampliar lo acaecido a bordo de las naves.

sábado, 20 de marzo de 2021

La máquina espacial (1976). Christopher Priest

Con la presente entrada continúo la reseña en orden cronológico de las novelas que he seleccionado para reflejar la relevancia del planeta Marte en la literatura de ciencia-ficción. Voy a hablarles en esta oportunidad de "La máquina especial", del escritor británico Christopher Priest. Que sin ser una de sus novelas más famosas, sí es lo suficientemente reconocida como para haber sido reeditada en español no hace muchos años (reedición a la que corresponde la portada adjunta). Y que se trata de un ingenioso y disfrutable homenaje a las dos novelas más emblemáticas del también británio H.G. Wells ("La máquina del tiempo", 1895, y "La guerra de los mundos", 1898), quizá el padre de la ciencia-ficcion. Con Marte como trasfondo y escenario principal, la solvencia habitual del siempre confiable Priest, y un ritmo narrativo trepidante. Aunque también con una imaginación desbordante que se permite más excesos de los necesarios.

Seguramente lo más destacable del libro sea su validez como lectura independiente para aquellos que no hayan leído los clásicos de Wells. Con un estilo y una ambientación que podríamos definir como "steampunk victoriano antes de que se acuñara el término steampunk", Priest propone una inagotable sucesión de aventuras que llevarán a la pareja protagonista (Edward Turnbull y Amelia Fitzgibbon) desde la Inglaterra de finales del siglo XIX a un planeta Marte heredero del imaginado por Wells, y de vuelta a una Inglaterra posterior cronológicamente, en plena invasión marciana. Con una prosa ágil y eficaz, y sin que sobre una sola página, el entretenimiento está asegurado.

Casi al mismo nivel raya la habilidad del autor para cohesionar las dos novelas de Wells, que nunca fueron concebidas para funcionar como un todo. Respetando el estilo de ambas, Priest es capaz de rellenar los huecos entre ellas para construir una base sólida sobre la que asentar y justificar "La máquina espacial". Además, el escritor hace un uso sutil de los avances tecnológicos acaecidos entre 1898 y 1976, de manera que complementen lo que en su momento había presentado Wells como base científica para sus obras (por ejemplo en los recomendables episodios bélicos), pero respetando lo más reconocible de la ciencia de sus antecesoras. El detalle final de que sea el propio Sr. Wells quien con su decisiva contribución favorezca un desenlace favorable pone el broche de oro al homenaje de Priest.

No obstante, la novela dista de ser redonda, esencialmente por dos razones. La primera son las licencias tecnológicas que se toma Priest, innecesarias a mi modo de ver. Está claro que maridar trenes a vapor con cohetes espaciales puede chirriar, pero Priest va aún más allá y le resta verosimilitud a su creación con un Marte de atmósfera respirable, realidades atenuadas y otros excesos. Y la segunda, que se difumina la potente compotente especulativa de las novelas de Wells: apenas encontraremos alguna reflexión puntual, pero sin duda muy lejos de aprovechar los elementos que el escritor tiene a mano.

A menor escala, otros defectos menores son la previsible evolución de la historia de amor entre Edward y Amelia, el hecho de que todo lo que nos cuenta Priest sobre las repercusiones de la invasión marciana se limite al valle del Támesis, o un desenlace que aunque conforme avanzan las páginas aparenta ser explicativo, al final se queda entre lo implícito y lo alegórico. Aun así, la impresión global de la novela es favorable: las posibles paradojas temporales están aceptablemente bien resueltas, la compleja y deprimente sociedad marciana resulta cautivadora, y cómo se llegó hasta su situación actual razonable, las reacciones de los humanos ante la tecnología marciana sensatas y divertidas, los giros argumentales de la trama son comprensibles y bien enlazados, y es fácil encontrar capítulos y episodios disfrutables y de calidad al mismo tiempo. En definitiva, no estamos ante un clásico, pero sí ante una recomendable novela sobre Marte, que ha envejecido bien.

sábado, 27 de febrero de 2021

Las arenas de Marte (1951). Arthur C. Clarke

Con la presente entrada inicio el recorrido por las novelas que tienen a Marte como eje argumental pero que aún no habían recibido su reseña independiente en este humilde blog. Una revisión que comienza por una obra clásica de uno de los pilares del género, el británico Arthur C. Clarke. Históricamente conocido como uno de los "Tres Grandes" (junto a Isaac Asimov y Robert A. Heinlein), Clarke aportó al género un especial cuidado por la componente científica (tanto que algunos estudiosos lo consideran un exponente de la ciencia-ficción hard, algo con lo que personalmente no estoy de acuerdo por ser una visión muy reduccionista). Y eso explica por qué, a pesar de las obsolescencias que la ciencia atribuía al Planeta Rojo en 1950 y que Clarke refleja, la novela pueda seguir leyéndose y disfrutándose setenta años después. Porque "Las arenas de Marte" es una obra amena, inteligente, que no necesita recurrir a la violencia para mantener la atención, que funciona bien a varios niveles, y que se aleja de esos estereotipos sobre el escritor británico a los que acabo de aludir.

Y digo esto porque cuando la leí yo esperaba una novela eminentemente tecnológica, centrada en los primeros pasos de la colonización del Planeta Rojo, y en la que los personajes quedaran un tanto en segundo plano. Más aún sabiendo que fue de las primeras novelas del británico, cuando su estilo aún no se había desarrollado del todo. Pero en lugar de ello me encontré una novela que dedica nada menos que un tercio al viaje de un afamado escritor de ciencia-ficción (Martin Gibson) de la Tierra a Marte, quien se encuentra un planeta ya razonablemente colonizado y con una sociedad pujante, y que reparte su atención a partes iguales entre cuatro frentes: la esperable aplicación de avances tecnológicos (con el Proyecto Aurora a la cabeza), pero también la conversión interna que genera en Gibson la vida en Marte (pasando del descrédito inicial a su defensa a ultranza), la problemática derivada de la gradual emancipación de la sociedad marciana de sus vínculos terrestres, y la vertiente humana de unos personajes muy cuidados (aunque se base en convencionalismos como el descubrimiento de quién es el padre de Jonny Spencer, o su historia de amor con Irene Hadfiel, la hija del Jefe Ejecutivo). Todo ello sazonado con elementos de misterio (la planta en la que se cultivan las Oxíferas), de aventura (la tormenta de arena), detalles humorísticos, y una agradable ausencia no ya de muertes, sino de violencia de ninguna clase.

Puestos a sacarle defectos a la novela, el más obvio es el trasnochado científicamente marco escénico que representa el planeta Marte de Clarke (plantas, atmósfera, luz solar suficiente, incluso "marcianos"), aunque sus efectos físicos, biológicos e incluso su impacto en las comunicaciones sí están muy cuidados. También afea un tanto el resultado la presencia de anacronismos impropios de una sociedad tan avanzada como la descrita (máquinas de escribir, imprentas basadas en tipos, faxes...), así como unos capítulos sin una finalidad clara a bordo de la Ares, y una tripulación no del todo bien caracterizada (mencionar aquí a Hilton, Bradley y Markoy).

A cambio, el libro ofrece una estructuración adecuada para que el lector no se pierda en ningún momento, una ambientación muy conseguida (Puerto Lowelll, Fobos y Deimos), suficientes reflexiones sobre la moralidad subyacente a la conquista del espacio y la transformación del medio, una evidente voluntad por tratar con rigor todo lo relativo a Marte en una época en la que la ciencia-ficción aún se permitía demasiadas licencias no científicas, una buena perspectiva sobre las angustias y las restricciones de un escritor profesional, y una contención verbal que deriva en una extensión contenida, en contraste con el relleno habitual en las novelas contemporáneas. En suma, recomendable a pesar del tiempo transcurrido.

viernes, 19 de febrero de 2021

Marte en las novelas de ciencia-ficción

Aprovechando la atención que está recibiendo en las últimas fechas el Planeta Rojo gracias al amartizaje de la "Perseverance", inicio con la presente entrada un recorrido por muchas de las principales novelas que tienen a Marte como eje argumental.

No cabe duda de que el planeta más cercano a la Tierra ha despertado desde hace milenios la más absoluta fascinación en las diversas civilizaciones que ha ido albergando nuestro planeta. Y lógicamente la literatura de ciencia-ficción no sólo no ha escapado a esa atracción, sino que probablemente ha sido la manifestación cultural que más nos ha permitido acercarnos a Marte. Porque a su componente especulativa se ha añadido el rigor científico, que ha ido permitiendo a millones de lectores, conforme avanzaba nuestro conocimiento del planeta vecino, anticipar tramas que podrían suceder en un futuro más o menos lejano en torno a él. Hasta el extremo de representar una de las temáticas (no me atrevería a hablar de subgénero) más reconocibles de la ciencia-ficción.

Por ello, en esta y las siguientes entradas me propongo detenerme en algunos de los más sugestivos acercamientos a ese planeta cuya superficie más pronto o más tarde hollará el ser humano. Aunque como de costumbre he intentado fijar algunas normas que permitan disfrutar de las especulaciones más valiosas. La primera y más habitual es que he descartado los miles de relatos escritos sobre Marte, prefiriendo centrarme en las novelas. No sólo por la inabarcable cantidad de ellos (para mí al menos), sino también porque una novela permite en mi opinión una mayor profundidad y cohesión a la hora de anticipar lo que podría suponer el Planeta Rojo para la humanidad. La segunda es que he descartado aquellas obras que claramente quedan al margen de lo que entendemos por ciencia-ficción. De no hacerlo así habría tenido que reseñar obras con siglos de antigüedad, tal vez interesantes desde un punto de vista literario pero que no podríamos leer ahora sin un esfuerzo consciente para soslayar su ingenuidad o su inverosimilitud. La tercera es que he dejado al margen las novelas "exclusivamente de marcianos": aun reconociendo todo lo que desde los albores del género los seres inteligentes del planeta Marte le han aportado, hace muchas décadas que sabemos que tales seres no existen, al menos como resultado de un proceso evolutivo en el Planeta Rojo, mientras que la existencia de Marte y su eventual aprovechamiento por parte de la humanidad siguen siendo realidades incuestionables. Aunque sí he hecho una excepción con aquellas novelas que, sin convertirlos en el eje de la trama, sí nos presentaban unos marcianos más o menos singulares. Y la última, como de costumbre, me he centrado sólo en novelas disponibles para el lector en español.

Lo que voy a ofrecerles a continuación es una lista de doce novelas que se ajustan a los criterios mencionados. Criterios que, por otra parte, será fácil entender que han dejado fuera obras tan conocidas como "La guerra de los mundos" (1898) de H.G. Wells, con sus malvados marcianos, "Una princesa de Marte" (1917) de Edgar Rice Burroughs, con sus espadas y sus perros marcianos, o las "Crónicas Marcianas" (1950) de Ray Bradbury, relatos que carecen de una línea argumental fija. No quiero desde aquí menospreciar su valor literario, sólo indicar que para mí no encajan en lo que yo considero "novelas de ciencia-ficción sobre Marte". Hecha esta salvedad, aquí va la lista:

1. "Las arenas de Marte" - Arthur C. Clarke (1951)
2. "Tiempo de Marte" - Philip K. Dick (1964)
3. "Homo Plus" - Fredrik Pohl (1976)
4. "La máquina espacial" - Christopher Priest (1976)
5. "La llamada lejana" - Gordon R. Dickson (1978)
6. "Camino desolación" - Ian McDonald (1988)
7. "Marte rojo" - Kim Stanley Robinson (1993)
8. "Marte se mueve" - Greg Bear (1993)
9. "A través de Marte" - Geoffrey A. Landis (2002)
10. "Rumbo a Marte" - Joe Haldeman (2008)
11. "El marciano" - Andy Weir (2011)
12. "Amanecer rojo" - Pierce Brown (2014)

Durante los próximos meses iré dedicando reseñas individuales a todas aquellas novelas de esta lista que aún no la hayan tenido en este humilde blog. En aquellos otros casos en que ya las he reseñado al hilo de algún otro monográfico pretérito, me he limitado a añadir el enlace correspondiente a la misma en el listado. Sin pretender desvelar las propuestas que encierran estos doce títulos, sí que debo decir que la mayoría encajan dentro de dos grupos principales: aquellas ligadas de una u otra forma a la primera expedición tripulada al Planeta Rojo, y aquellas otras que se centran en narrar acontecimientos que suceden, en parte al menos, en una Marte ya habitada por seres humanos.

Una última consideración antes de iniciar este fascinante recorrido: la lista de novelas propuesta abarca prácticamente los últimos setenta años. Siete décadas durante las cuales el conocimiento que hemos adquirido sobre Marte ha crecido exponencialmente. Por tanto, no sería justo juzgar las novelas más antiguas de la lista, como las de Clarke o Dick, bajo el prisma de lo que hemos averiguado sobre Marte en el año 2021. Por el contrario, debemos pensar que, en su momento, y a diferencia por ejemplo de las novelas de Edgar Rice Burroghs, estos dos escritores y los de las décadas posteriores no se permitieron licencias fantásticas inasumibles para lo que la ciencia había revelado hasta entonces sobre nuestro vecino. Es decir, en su momento encajaron en la categoría de novelas de ciencia-ficción, y por tanto para mí siguen haciéndolo.

Espero con la presente entrada haber despertado su interés en el fascinante Planeta Rojo, y les emplazo a mi siguiente entrada al respecto.

domingo, 31 de enero de 2021

Una retrospectiva sobre las escritoras de ciencia-ficción

Habitualmente cuando termino de revisar una temática en este humilde blog, paso directamente a la siguiente, sin una entrada a modo de reflexión o cierre. Sin embargo, en el caso de las escritoras de ciencia-ficción voy a rematar mi revisión con una pequeña retrospectiva. La razón es que cuando a principios de la pasada primavera me lancé a recorrer muchas de las mejores novelas de las principales escritoras del género, aún no había leído varias de las novelas que me proponía reseñar, sobre todo las más recientemente publicadas. Entre ellas, las de Becky Chambers y Mary Robinette Kowal, las multi-premiadas escritoras que ilustran esta entrada. Ahora, después de haberlas leído y reseñado, creo interesante compartir algunas reflexiones muy personales.

La primera, es que he quedado más convencido que antes de que la aportación de las mujeres al género ha sido muy beneficiosa. No es que la literatura de ciencia-ficción estuviera agotada (en mi opinión, los continuos avances científicos y tecnológicos lo impiden), pero en manos de las escritoras, muchos de sus temas clásicos reciben nuevas perspectivas. Es difícil de explicar, pero en general nos ofrecen un enfoque más humano, más centrado en las emociones, y los sentimientos, y eso contrarresta estupendamente uno de los principales defectos históricos del género, sobre todo en los primeros tiempos del mismo.

La segunda, que esa forma diferente de enfocar las historias, está últimamente recibiendo más atención por parte de la crítica de la que en mi opinión merece. Vivimos unos años en los que determinadas formas de pensar y actuar se ensalzan en toda ocasión, y si una escritora es astuta y se “apunta al carro”, es probable que obtenga un plus extra de reconocimiento que quizá su novela per sé no merecería. Pongo un ejemplo, para que se me entienda: el respeto a las minorías. Algo en lo que casi todos estaremos de acuerdo en el año 2021, pero que podría no ser el caso en el año 2221. Y eso es uno de los pilares del género: la capacidad de especular sobre realidades incómodas, o ajenas a las bases de nuestra cultura. Pensemos qué habría sido de tantas excelentes novelas (desde “Matadero cinco” de Kurt Vonnegut Jr. hasta “El sueño de hierro” de Norman Spinrad) si se hubieran alineado con los principios vigentes en la actualidad. Pienso que la ciencia-ficción permite todo tipo de especulaciones siempre que se intenten justificar, por descabelladas o incluso atroces que nos puedan parecer, y el resultado deberíamos valorarlo por lo que nos hagan reflexionar, no porque nos machaquen con determinadas doctrinas de las que estamos oyendo a diario.

Y la tercera, que a pesar de todas las escritoras que he tenido oportunidad de leer en estos últimos meses, ninguna de ellas ha pasado a formar parte de mi lista sagrada de escritores favoritos. Espero que no me consideren un misógino por ello; simplemente no he experimentado con ninguna de ellas un grado de fascinación similar al que me despiertan los grandes títulos de Robert Silverberg, Isaac Asimov o Fred Hoyle. No sé si porque para mí el elemento científico es muy importante (es parte de la denominación del género, de hecho) y algunas veces determinadas escritoras lo dejan en segundo plano, o porque simplemente la profundidad de Silverberg, la fascinación por las civilizaciones futuras de Asimov, o las irreprochables novelas de científicos de Fred Hoyle me llaman más la atención.

De hecho, las dos novelas de escritoras que aún no había leído y que más me han gustado en estos meses, han sido de dos autoras no muy conocidas, de las menos prestigiosas y de las que una carrera literaria más discontinua están llevando: “El despertar del milenio”, de Jane Jensen, y “El último hombre mortal” de Syne Mitchell. Ambas intensas de principio a fin, llevando sus postulados de partida hasta las últimas consecuencias y centrándose más en el fondo que en la forma. O, si me admiten la hipérbole a modo de cierre humorístico, las más “masculinas”.

sábado, 23 de enero de 2021

Hacia las estrellas (2018). Mary Robinette Kowal

Con la presente entrada finalizo mi recorrido por muchas de las mejoras novelas creadas por las escritoras más representativas del género. A lo largo de casi un año he tratado de mostrar cómo las mujeres escritoras han ido ganando poco a poco terreno en la ciencia-ficción, desde su posición minoritaria inicial hace medio siglo hasta la arrolladora mayoría que constituyen ahora. El recorrido lo cierra "Hacia las estrellas", de Mary Robinette Kowal. Traducida al español hace tan sólo unos meses, sobre el papel es el perfecto broche de oro para tal fin, dado que recientemente ha sido galardonada con los Premios Hugo y Nébula, los más importantes en la ciencia-ficción. Además, se trata de una ucronía, sin duda uno de los subgéneros más estimulantes. Y con un atrayente punto de partida, bien documentada y resuelta desde un punto de vista científico, su primera parte es formidable. No obstante, a partir de entonces se desinfla gradualmente entre reiteraciones y detalles irrelevantes, hasta resultar en mi opinión francamente decepcionante. Algo sorprendente teniendo en cuenta el reconocimiento cosechado.

En esta historia alternativa el republicano Thomas E. Dewey derrotó a Harry S. Truman en las elecciones presidenciales de finales de los cuarenta y, bajo su mandato, un enorme meteorito se estrelló cerca de la Costa Este de E.E.U.U., haciendo desaparecer entre otras urbes su capital, Washington, y provocando el mayor cataclismo en la historia de la humanidad. Todo esto lo narra Kowal en primera persona en una primera parte magistral: concisa (apenas ochenta páginas), de capítulos cortos, desoladores y a la vez repletos de un saludable sentido común, de una admirable lucha por la superviviencia y de un ponderado ensalzamiento de la solidaridad.

Sin embargo, en la segunda parte (que abarca el resto de la novela), todos estos hallazgos se van diluyendo. Los capítulos siguen siendo cortos y dinámicos, y los titulares que los encabezan siguen enriqueciendo adecuadamente la historia alternativa, pero la novela pierde muchísima fuerza. Si bien es cierto que la repentina bajada de las temperaturas primero y el gradual efecto invernadero que la sucede a causa del impacto están bien presentados, y los esfuerzos de la protagonista Elma York y su marido Nathaniel por convencer a las autoridades de la necesidad de abandonar la Tierra antes de que sea demasiado tarde, realistas. Pero una vez el plan se pone en marcha, el resto de la novela (más de doscientas páginas) en realidad sólo narra la lucha de YOrk por ser astronauta. Prácticamente nada más.

Así, Kowal nos ofrece capítulos y más capítulos de lectura agradable pero en los que en realidad apenas sucede nada destacable (si acaso, el accidente de uno de los vuelos de prueba, lo único que se sale del guión y proporciona algo de acción). Por el contrario, una y otra vez nos presenta con todo detalle la angustia que atenaza a Elma cada vez que se siente el centro de atención, y en unas cuantas ocasiones repite para cerrar un episodio el inicio del acto sexual entre Elma y Nathaniel. Quizás consciente de que le faltan mimbres para llenar tantas páginas, la escritora decide que la condición de judíos de Elma y Nathaniel debe ser explotada al máximo, y entre detalles y tramas que se derivan de ello, y ceremonias que lógicamente no aportan nada a los viajes espaciales como el Bar Mitzvah de su sobrino, no sólo alarga la narración, sino que posiciona la novela en una defensa explícita de las minorías. Un filón más obvio si cabe cuando explícitamente excluye a todas las mujeres negras del proceso de selección de astronautas, y que en el fondo impregna toda la novela, pues resalta hasta el hastío la conocida posición secundaria de las mujeres a mediados del siglo pasado. Todas estas denuncias sin duda ayudarían a que la crítica aumentara sus elogios a la novela, pero si reflexionamos sobre ello, para la expedición a la luna son prácticamente irrelevantes.

Por si todo esto fuera poco, me ha sorprendido lo mal que están caracterizados muchos personajes. Y es que Dowal se recrea demasiado en Elma, y se olvida de perfilar mejor a las mujeres con las que se relaciona: salvo Myrtle, Betty y quizá Nicole, es fácil para el lector no ser capaz de diferenciar al resto, apenas definidas en sus rasgos e inquietudes. Incluso Stetson Parker, enemigo declarado de Elma, y cuya relación con ella es lo que más interés aporta en esta mediocre segunda parte, está caricaturizado en exceso, tanto que resulta poco verosímil.

Afortunadamente, como reflejan los interesantes "Agradecimientos" situados al final de la novela, donde Kowal da las gracias a todos los que la ayudaron al respecto, el componente científico está muy bien elaborado, por lo que todo lo relativo a vuelos, órbitas, aviones, cálculos matemáticos, e incluso los problemas de la incipiente informática, aportan credibilidad a lo narrado. Y por eso las últimas treinta páginas, que son las que realmente se enfocan en aprovechar esta virtud, recuperan el interés y ofrecen un desenlace previsible pero disfrutable dentro de lo que cabe. Aunque al menos en mi caso ya era demasiado tarde para cambiar mi impresión global de la novela.

"El Alzamiento de Persépolis" (2017). James S. A. Corey

Con la entrada que hoy les traigo continúo mi segundo recorrido por las sagas más relevantes para el lector de ciencia-ficción en español....

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