Una entrada más continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del siglo XXI. Voy a reseñar en esta oportunidad "Aire", la novela más reconocida del escritor canadiense (aunque afincado desde hace muchos años en el Reino Unido) Geoff Ryman. Poco conocido para el lector en español, se trata de un escritor no demasiado prolífico que alterna en su bibliografía novelas más claramente adscritas a la fantasía con otras más cercanas a la ciencia-ficción, como la presente. "Aire" es una novela de ambientación original, con varios conceptos novedosos para despertar el interés del lector, y una complejidad social excelentemente captada, virtudes que propiciaron su nominación para los Premios Nébula. Pero también es una obra fantasiosa en exceso, y con algunas licencias argumentales difíciles de defender.
Sin duda lo mejor de la novela es Kizuldah, la pequeña y aislada villa en el imaginario país de Karzistán (una nación a medio camino entre China, Rusia y Kazajstán, con una larga historia de ocupaciones, guerras e invasiones que conformaron una sociedad multiétnica y multirreligiosa muy interesante). Kizuldah, excelentemente recreada con la ayuda del útil plano situado al comienzo del libro, es un lugar en el que la vida transcurre pobre, apacible y anónima para unas pocas decenas de familias cuyo entramado social Ryman recrea con una profundidad y esmero dignos de elogio. Y que va evolucionando, con sus envidias, sus rechazos, sus rencillas, su defensa de lo tradicional conforme Ryman va poniendo en juego sus "televisores" y su "aire".
Ambos conceptos, "televisiones" y "aire", representan evoluciones novedosas y relativamente plausibles de nuestros televisores "Smart TV" y de nuestra internet inalámbrica y móvil. Las primeras, además de sus funciones actuales, pueden funcionar como servidores, enviar correos electrónicos, imprimir contenidos y buscar información de todo tipo. Y el segundo supone el acceso definitivo a todo el mundo virtual que jamás haya existido, pero sin barreras, gratuito, y con la posibilidad de acceder no sólo a otras personas sino a todas las vivencias pasadas (y futuras) de cada personaje (sí, lo han leído bien).
Y es que precisamente ahí empiezan los problemas, en este tipo de licencias que se toma el escritor y que dañan la verosimilitud de la novela. Porque no es de recibo que "aire" permita ver el futuro, ni que mezcle la identidad psíquica de dos personas (en este caso la de la protagonista Mae Chung y la de su antigua profesora, la vieja Señora Tung). Como tampoco lo es que por ejemplo aparezca un perro que puede hablar, o que algo tan disruptivo como "aire" se pruebe de manera subrepticia y fallida y afecte precisamente a un lugar tan recóndito como Kizuldah.
Pero por si la verosimilitud de la obra no se hubiera visto suficientemente dañada por esas licencias, Ryman termina de arruinarla con situaciones inadmisibles: el embarazo "estomacal" de Mae y su posterior parto "por la boca" de un niño minúsculo y con todo tipo de malformaciones pero vivo; que su protagonista Mae acabe formando una familia aparentemente normal nada menos que con su ex-cuñado, su vecino y amante, y las hijas de éste; que la analfabeta Mae se convierta rápidamente y sin ayuda externa en toda una experta en el manejo de "aire"; o que un país tan atrasado como Karzistán albergue un laboratorio tan tecnológicamente avanzado como Yeshiboz Sistemlar. Otros defectos menores pero perceptibles son el contraste del larguísimo capítulo 14, más propio de una novela de Robin Cook, con el estilo del resto del libro, el alegórico penúltimo capítulo, menos aclaratorio de lo que esperaba y hasta un poco pesado, o que todo un New York Times ejerza de altavoz mediático para la humildísima vida de Mae.
A cambio de todos estos excesos e inconvenientes, Ryman nos entrega una memorable semblanza de las pequeñas vidas de un montón de personajes (tantos que hay que realizar un esfuerzo consciente para no perderse entre tanto nombre), y de cómo reaccionan de distintas maneras frente a los cambios tecnológicos. Porque al final eso es lo que perdura de la novela: el impacto que generan esas disrupciones tecnológicas en la gente humilde. Más incluso que el (esperable) episodio de la inundación de la aldea, que tal vez hubiera sido un mejor desenlace que el que finalmente nos propuso Ryman. Y es que a veces no es posible abarcar tantos frentes como los que había abierto en esta ambiciosa obra y mantenerlos al mismo nivel hasta el final.
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