Con la presente entrada continúo la reseña en orden cronológico de las novelas que he seleccionado para reflejar la relevancia del planeta Marte en la literatura de ciencia-ficción. Voy a hablarles en esta oportunidad de "La máquina especial", del escritor británico Christopher Priest. Que sin ser una de sus novelas más famosas, sí es lo suficientemente reconocida como para haber sido reeditada en español no hace muchos años (reedición a la que corresponde la portada adjunta). Y que se trata de un ingenioso y disfrutable homenaje a las dos novelas más emblemáticas del también británio H.G. Wells ("La máquina del tiempo", 1895, y "La guerra de los mundos", 1898), quizá el padre de la ciencia-ficcion. Con Marte como trasfondo y escenario principal, la solvencia habitual del siempre confiable Priest, y un ritmo narrativo trepidante. Aunque también con una imaginación desbordante que se permite más excesos de los necesarios.
Seguramente lo más destacable del libro sea su validez como lectura independiente para aquellos que no hayan leído los clásicos de Wells. Con un estilo y una ambientación que podríamos definir como "steampunk victoriano antes de que se acuñara el término steampunk", Priest propone una inagotable sucesión de aventuras que llevarán a la pareja protagonista (Edward Turnbull y Amelia Fitzgibbon) desde la Inglaterra de finales del siglo XIX a un planeta Marte heredero del imaginado por Wells, y de vuelta a una Inglaterra posterior cronológicamente, en plena invasión marciana. Con una prosa ágil y eficaz, y sin que sobre una sola página, el entretenimiento está asegurado.
Casi al mismo nivel raya la habilidad del autor para cohesionar las dos novelas de Wells, que nunca fueron concebidas para funcionar como un todo. Respetando el estilo de ambas, Priest es capaz de rellenar los huecos entre ellas para construir una base sólida sobre la que asentar y justificar "La máquina espacial". Además, el escritor hace un uso sutil de los avances tecnológicos acaecidos entre 1898 y 1976, de manera que complementen lo que en su momento había presentado Wells como base científica para sus obras (por ejemplo en los recomendables episodios bélicos), pero respetando lo más reconocible de la ciencia de sus antecesoras. El detalle final de que sea el propio Sr. Wells quien con su decisiva contribución favorezca un desenlace favorable pone el broche de oro al homenaje de Priest.
No obstante, la novela dista de ser redonda, esencialmente por dos razones. La primera son las licencias tecnológicas que se toma Priest, innecesarias a mi modo de ver. Está claro que maridar trenes a vapor con cohetes espaciales puede chirriar, pero Priest va aún más allá y le resta verosimilitud a su creación con un Marte de atmósfera respirable, realidades atenuadas y otros excesos. Y la segunda, que se difumina la potente compotente especulativa de las novelas de Wells: apenas encontraremos alguna reflexión puntual, pero sin duda muy lejos de aprovechar los elementos que el escritor tiene a mano.
A menor escala, otros defectos menores son la previsible evolución de la historia de amor entre Edward y Amelia, el hecho de que todo lo que nos cuenta Priest sobre las repercusiones de la invasión marciana se limite al valle del Támesis, o un desenlace que aunque conforme avanzan las páginas aparenta ser explicativo, al final se queda entre lo implícito y lo alegórico. Aun así, la impresión global de la novela es favorable: las posibles paradojas temporales están aceptablemente bien resueltas, la compleja y deprimente sociedad marciana resulta cautivadora, y cómo se llegó hasta su situación actual razonable, las reacciones de los humanos ante la tecnología marciana sensatas y divertidas, los giros argumentales de la trama son comprensibles y bien enlazados, y es fácil encontrar capítulos y episodios disfrutables y de calidad al mismo tiempo. En definitiva, no estamos ante un clásico, pero sí ante una recomendable novela sobre Marte, que ha envejecido bien.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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