domingo, 13 de marzo de 2022

"Herederos del tiempo" (2015). Adrian Tchaikovsky

Con la presente entrada nos acercamos al final del recorrido por algunas de las novelas de referencia de los principales escritores británicos de ciencia-ficción. Avanzamos ya hasta el año 2015, que fue cuando vio la luz "Herederos del tiempo", de Adrian Tchaikovsky. Un escritor que habitualmente cultiva el género fantástico con buenos resultados comerciales, pero que enfocó esta obra desde el punto de vista de la ciencia y logró elaborar un libro sorprendentemente consistente desde el punto de vista científico (si tenemos en cuenta el grueso de su bibliografía). Porque "Herederos del tiempo" es una novela ambiciosa, original y bien escrita sobre el futuro de una humanidad que apenas había comenzado su expansión por la galaxia cuando se vio obligada a luchar por su supervivencia. Aunque excesivamente larga y con altibajos.

En realidad Tchaikovsky combina elementos ya conocidos del género, pero a partir de ellos consigue crear una obra original. Para ello recurre a la siempre arriesgada alternancia de dos líneas narrativas, un enfoque del que logra salir airoso. Una de ellas, la más interesante para mi gusto, arranca con la humanidad a punto de poner en marcha un ambiciosos proyecto de terraformación de un planeta (no especificado). El cual, al resultar fallido, da lugar a la segunda línea narrativa: el inesperado despertar desde la más elemental protointeligencia de una de las especies que habita ese planeta: unas arañas cazadoras que, gracias al nanovirus que reciben por mor del fallido proyecto, experimentarán una evolución acelerada hasta acabar erigiéndose en las dominadoras del planeta.

Salvo en momentos puntuales, el escritor alterna escrupulosamente un capítulo de cada línea narrativa y, para cubrir los miles de años a lo largo de los cuales necesita expandir la trama, estructura la novela nada menos que en ocho partes, casi siempre separadas por un considerable salto temporal. En general, Tchaikovsky logra que el interés no decaiga, aunque los paralelismos entre la evolución de las arañas y los de la humanidad resultan con frecuencia demasiado predecibles (las disputas contra otras especies, las luchas internas entre asentamientos de arañas, el fenómeno religioso, el triunfo de la ciencia, el camino hacia la igualdad de géneros...). Y, por lo tanto, las reflexiones que las acompañan no aportan demasiado, siendo proporcionalmente más interesantes la evolución de su técnica y su tecnología, fundada en los hilos que tejen en vez de al uso de metales en el que se basó nuestra evolución.

Más cautivadora resula la desesperada situación de la humanidad a bordo de la nave arca Gilgamesh. Gracias a recursos obvios como el sueño criogénico, los últimos humanos, que huyeron de una tierra moribunda, buscan un nuevo planeta en el que asentarse. Y para ello desempeña un papel fundamental Mason, el principal protagonista de esta línea narrativa, y mi favorito de la novela: un clasicista (algo así como una mezcla de historiador y traductor de lenguas antiguas) que recurrentemente tendrá que sugerir o directamente tomar las últimas decisiones de este reducto humano. El surgimiento de facciones a bordo por las dificultades a la hora de encontrar un lugar en el que establecerse, el mesianismo en el que acaba el capitán Guyen, el gradual deterioro de la nave arca, y el despertar masivo de humanos en el desenlace, son todas ellas situaciones razonables, pero menos previsibles que las de las arañas. Y si bien no siempre están bien justificadas o dimensionadas, en general resultan entretenidas, y de mayor contenido especulativo, pues una y otra vez interpelan a los comportamientos que han conducido a la humanidad a esa desesperada situación.

De todo lo anterior deviene que algunas partes de la novela resulten claramente más flojas que otras (en especial la cuarta y la quinta), que a menudo los ingeniosos artilugios y técnicas arácnidas que posibilitan su impresionante evolución nos resulten inverosímiles (especialmente cuando logran alcanzar la órbita geoestacionaria de su planeta), y que la novela pase de amagar con sugestivas exploraciones de otros planetas a terminar en un resignado retorno al planeta del inicial proyecto fallido cuando apenas quedan cien páginas.

A cambio, Tchaikovsky acierta de pleno al proponer casi exclusivamente a tres personales arácnidos que se "reencarnan" una y otra vez a lo largo de los siglos (Portia, Bianca y Fabian), pues de esta manera logra que el lector no se pierda en las cada vez más complejas sociedades arácnidas. Como lo hace al presentar, gradualmente y sin edulcorantes, la transición de una relación profesional entre Mason y Lain a una historia de amor interrumpida recurrentemente por las hibernaciones de ambos. Si a ello le añadimos que el desenlace, aunque tardío, está bien resuelto, sorprende, resulta congruente con lo narrado y a la vez abre una puerta para futuras entregas, se comprenderá que mi impresión final fuera positiva. Por cierto, que esa siguiente entrega ya existe en lengua inglesa, y está próxima a ver la luz en español, puesto que para este 2022 Alamut ha anunciado la publicación de "Herederos del caos".

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