Una entrada más continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los prestigiosos Premios Nébula durante la primera década del presente siglo. Voy a hablarles en esta oportunidad de "American Gods", del británico Neil Gaiman. Que aunque se publicó en el año 2001 y es por tanto cronológicamente anterior a mi anterior entrada, se alzó con el Premio Nébula del año 2003, razón por la cual la reseño justo ahora. Estamos ante una de las novelas más premiadas en lo que va de siglo (también se alzó con el Premio Hugo, e incluso con el Bram Stoker de terror) y es que a pesar de su gran extensión se trata de una novela fluida, muy trabajada y más cohesionada de lo que pueda parecer durante sus dos primeros tercios. Pero también debo dejar claro que me pareció una novela delirante, inverosímil, reiterativa y repleta de detalles accesorios y momentos decepcionantes.
Ante todo, debo aclarar que para mí "American Gods" no es realmente una novela de ciencia-ficción. Pero la he incluido en este humilde blog porque tampoco me parece una novela de fantasía convencional, ni siquiera una novela de terror. Más bien la clasificaría como un viaje iniciático, una especia de "road movie" (perdón por el anglicismo) por los E.E.U.U. en la que su protagonista, Sombra, va gradualmente descubriendo su rol tras salir de la cárcel y haber perdido a su esposa, a base de encontrarse y tratar con los personajes más variopintos. Personajes que comparten un rasgo común: su inverosimilitud. Porque ya desde el comienzo la forma como el Señor Wednesday encuentra y sigue a Sombra es inverosímil. Pero eso no es nada comparado con lo que el lector tendrá que aceptar en las quinientas páginas siguientescsi quiere llegar al final del libro: muertos que siguen viviendo, animales que hablan, actrices que son capaces de salir de la televisión en plena emisión, un mundo paralelo "entre bambalinas"... Tremendamente delirante.
Esos personajes nada creíbles se supone que son en realidad las deidades que llevaron consigo los distintos pobladores que emigraron a América a lo largo de los siglos, las cuales una vez allí gradualmente dejaron de ser significativos para su gente, y que siguen malviviendo desempeñando las más diversas profesiones en el Nuevo Mundo, a la espera de recuperar el esplendor perdido. Un elenco que le permite al escritor exhibir sus notables conocimientos sobre el tema, si bien con detalles a menudo un tanto nimios. Y que sin embargo no logra evitar una gran decepción: en su supuesto afán por mostrar todo ese ejército de "dioses americanos" que poco a poco va construyendo, Gaiman no dedica ni una sola línea a los dioses de las religiones mayoritarias en E.E.U.U.: Alá, Yahvé y el Dios cristiano. Lo cual en mi opinión desvirtúa totalmente el conflicto que nos plantea Gaiman a medida que avanza la narración como supuesto eje argumental.
Un conflicto de las antiguas deidades con los dioses modernos (la televisión, las armas, los medios de comunicación y otros que Gaiman menciona de pasada) que podría haber dado lugar a un buen material especulativo, como suele suceder en la mejor ciencia-ficción. Pero el escritor se limita a fijarse solamente en sus dioses arcanos, que poco a poco van aceptando la idea de un combate final. Combate que por cierto tampoco llega a producirse: en medio de ese batiburrillo de deidades inconexas que se reúnen en Rock City, Sombra pronuncia un brevísimo discurso (por cierto después de ser resucitado), y todos para casa como si tal cosa. Completamente decepcionante.
Otros defectos fáciles de apreciar son la excesiva atención que dedica Gaiman a los juegos de magia con monedas (totalmente irrelevantes para la narración), el reiterativo esquema con el que Sombra va conociendo al resto de personajes (los cuales una y otra vez se ofrecen a prestar ayuda a un perfecto desconocido con el que se tropiezan en las circunstancias menos propicias para ello), la presentación de todo lo que tenga que ver con el sexo de manera entre brutal y deshumanizada, la nada anticipada filiación de Sombra que Gaiman desvela a modo de sorpresa final, y la decisión de detenerse en una historia secundaria a la que no había prestado demasiada atención (los niños que desaparecían cada año en Lakeside) como último recurso para crear un desenlace que tendría que haber sido el combate entre dioses.
Mas a pesar de todo lo anterior, la novela se deja leer. Porque aunque tardemos una eternidad en entender la razón por la que pasamos las páginas, el periplo de Sombra por los E.E.U.U. es entretenido, porque algunos lugares (sobre todo los de la América "profunda", dado que Chicago, Las Vegas o San Francisco me parecieron totalmente desaprovechados) muy bien recreados y utilizados para la narración (con mejor especial para Lakeside), porque en general los diálogos son fluidos (aunque a veces sobran barbarismos), porque ese carrusel de personajes inconexos de los primeros tres cuartos de novela acaba volviéndose un puzle en el que casi todo da la impresión de encajar, y por los periódicos interludios en los que Gaiman se fija en la época en la que algunos dioses llegaron a E.E.U.U. o en su peculiar modo de vida actual, unos relatos cortos a menudo mejor resueltos que la historia principal de la novela. Lo que me hizo preguntarme si de verdad no hubo en 2003 ninguna otra novela merecedora del premio (dado que no he leído ninguna de las novelas que simplemente se quedaron en nominadas). Porque si no fue el caso debo concluir que 2003 fue uno de los años más flojos de la pasada década.
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