sábado, 10 de abril de 2021

Camino Desolación (1988). Ian McDonald

Una entrada más continúo reseñanado las novelas que tienen como trasfondo o marco escénico a Marte. Avanzamos en el tiempo y llegamos ya a 1988. Como ya he comentado en otras ocasiones, los ochenta fueron en mi opinión una década relativamente floja para la literatura de ciencia-ficción. Y esta novela es un buen ejemplo. "Camino desolación" fue la obra con la que debutó el británico Ian McDonald, y su reconocimiento fue instantáneo. Tanto que consiguió el Premio Locus, que no es el más prestigioso del género pero sí refleja bien a las claras la popularidad que alcanzó. Un reconocimiento en mi humilde opinión completamente inmerecido. Porque seguramente se trata de la novela más original que se ha escrito sobre Marte, pero ese derroche imaginativo resulta fútil por su inverosimilitud extrema y por el carrusel de personajes y situaciones que apabullan al lector hasta hacerle perder el interés.

Lo peor que puede decirse de esta novela es que transcurre en Marte como podría transcurrir en cualquier otro sitio. Aunque McDonald explica cómo la compañía ROTECH la terraformó en un futuro relativamente lejano (aproximadamente ochocientos años marcianos, casi mil seiscientos terrestres), y aun agradeciendo las explicaciones que nos ofrece para detalles tales como el mantenimiento de la atmósfera o la generación del clima, todo lo que sucede en el libro podría haber tenido lugar en cualquier otro planeta. Y eso que la caracterización de los lugares es muy minuciosa y a menudo atrayente dentro de su falta de realismo (el propio Camino Desolación, pero también Belladona, Kershaw, Chryse...), pero al terminar la lectura resulta obvio que el autor no ha aprovechado ninguna de las singularidades del Planeta Rojo.

A tal fracaso contribuyen de manera decisiva todas las licencias que se permite el escritor: lo de los viajes en el tiempo (aunque muy llevado al extremo) puede tener un pase, pero el uso indiscriminado de las distorsiones temporales, la forma en la que muchos de los personajes se ganan la vida o incluso mueren, las atracciones que los entretienen (baste citar la Feria Ambulante y Fantasía Educativa de Adam Black), la reencarnación del diablo para jugar una partida de billar, el culto a la "santa" Tasmeen Mandela, el Omniverso Pamplasmático... Todo ello es más propio de la fantasía más licenciosa que de una novela medianamente seria sobre la vida en Marte.

La obra también hace aguas desde el punto de vista literario: sin una estructura sólida, en su mayor parte está conformada por una serie de episodios fragmentados de una cantidad tan amplia de personajes que a menudo resultan difíciles de seguir. Y cuando al fin parece que la trama comienza a cuajar en el último tercio, con el levantamiento obrero frente al feudalismo industrial en que se basa la explotación de Villa Acero como línea narrativa, McDonald la arruina conviertiéndola en una fatigosa contienda entre las más diversas facciones, que se alarga durante varios capítulos, con una delirante exhibición de armamento, hasta que el lector termina por desconectar definitivamente.

De lo poco salvable de la novela es el elenco de personajes. Mayoritariamente tan extremos que resultan por completo increíbles, su singularidad les hace reconocibles, y en la mente de McDonald al menos están claras sus vivencias e interdependencias, hasta el extremo de que prácticamente todos ellos reciben un final específico. Además, la atención está razonablemente bien repartida entre todos ellos, muchos de ellos poseen nombres o apellidos intencionales (los Stalin, los Mandela), y en algunos casos sus motivaciones y sus actos están bien acompasados (como el Doctor Alimantando, o Limaal Mandela). El otro punto a favor de la novela es la tremenda imaginación que hay tras ella (profesiones, denominaciones, inquietudes, empleo de la tecnología), muy desordenada y poco aprehensible, pero perceptible.

Incluso el desenlace de la novela resulta decepcionante por previsible: "Camino Desolación" resulta ser el típico lugar en medio de la nada (como si fuera una novela sobre el Medio Oeste), que durante un tiempo experimenta un auge inusitado pero que poco después termina mortecino y finalmente abandonado. Lo mismo que el lector tras leer esta novela. Sin duda habría formado parte de mi lista de quince novelas decepcionantes, si la hubiera leído para cuando la confeccioné.

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