sábado, 27 de febrero de 2021

Las arenas de Marte (1951). Arthur C. Clarke

Con la presente entrada inicio el recorrido por las novelas que tienen a Marte como eje argumental pero que aún no habían recibido su reseña independiente en este humilde blog. Una revisión que comienza por una obra clásica de uno de los pilares del género, el británico Arthur C. Clarke. Históricamente conocido como uno de los "Tres Grandes" (junto a Isaac Asimov y Robert A. Heinlein), Clarke aportó al género un especial cuidado por la componente científica (tanto que algunos estudiosos lo consideran un exponente de la ciencia-ficción hard, algo con lo que personalmente no estoy de acuerdo por ser una visión muy reduccionista). Y eso explica por qué, a pesar de las obsolescencias que la ciencia atribuía al Planeta Rojo en 1950 y que Clarke refleja, la novela pueda seguir leyéndose y disfrutándose setenta años después. Porque "Las arenas de Marte" es una obra amena, inteligente, que no necesita recurrir a la violencia para mantener la atención, que funciona bien a varios niveles, y que se aleja de esos estereotipos sobre el escritor británico a los que acabo de aludir.

Y digo esto porque cuando la leí yo esperaba una novela eminentemente tecnológica, centrada en los primeros pasos de la colonización del Planeta Rojo, y en la que los personajes quedaran un tanto en segundo plano. Más aún sabiendo que fue de las primeras novelas del británico, cuando su estilo aún no se había desarrollado del todo. Pero en lugar de ello me encontré una novela que dedica nada menos que un tercio al viaje de un afamado escritor de ciencia-ficción (Martin Gibson) de la Tierra a Marte, quien se encuentra un planeta ya razonablemente colonizado y con una sociedad pujante, y que reparte su atención a partes iguales entre cuatro frentes: la esperable aplicación de avances tecnológicos (con el Proyecto Aurora a la cabeza), pero también la conversión interna que genera en Gibson la vida en Marte (pasando del descrédito inicial a su defensa a ultranza), la problemática derivada de la gradual emancipación de la sociedad marciana de sus vínculos terrestres, y la vertiente humana de unos personajes muy cuidados (aunque se base en convencionalismos como el descubrimiento de quién es el padre de Jonny Spencer, o su historia de amor con Irene Hadfiel, la hija del Jefe Ejecutivo). Todo ello sazonado con elementos de misterio (la planta en la que se cultivan las Oxíferas), de aventura (la tormenta de arena), detalles humorísticos, y una agradable ausencia no ya de muertes, sino de violencia de ninguna clase.

Puestos a sacarle defectos a la novela, el más obvio es el trasnochado científicamente marco escénico que representa el planeta Marte de Clarke (plantas, atmósfera, luz solar suficiente, incluso "marcianos"), aunque sus efectos físicos, biológicos e incluso su impacto en las comunicaciones sí están muy cuidados. También afea un tanto el resultado la presencia de anacronismos impropios de una sociedad tan avanzada como la descrita (máquinas de escribir, imprentas basadas en tipos, faxes...), así como unos capítulos sin una finalidad clara a bordo de la Ares, y una tripulación no del todo bien caracterizada (mencionar aquí a Hilton, Bradley y Markoy).

A cambio, el libro ofrece una estructuración adecuada para que el lector no se pierda en ningún momento, una ambientación muy conseguida (Puerto Lowelll, Fobos y Deimos), suficientes reflexiones sobre la moralidad subyacente a la conquista del espacio y la transformación del medio, una evidente voluntad por tratar con rigor todo lo relativo a Marte en una época en la que la ciencia-ficción aún se permitía demasiadas licencias no científicas, una buena perspectiva sobre las angustias y las restricciones de un escritor profesional, y una contención verbal que deriva en una extensión contenida, en contraste con el relleno habitual en las novelas contemporáneas. En suma, recomendable a pesar del tiempo transcurrido.

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