Con la presente entrada continúo reseñando novelas de referencia escritas por las principales escritoras de ciencia-ficción del género. Voy a hablarles hoy de "Donde solían cantar los dulces pájaros", la novela más conocida de la estadounidense Kate Wilhelm. Fue una de las primeras novelas escritas por mujeres que se alzó con el Premio Hugo en 1977, y sin embargo es probablemente uno de los Premios Hugo menos conocidos para el lector en español, al igual que le sucede a su autora. De hecho, durante muchos años la novela estuvo descatalogada, hasta que en el año 2009 la editorial Bibliópolis la reeditó con el título alternativo de "La estación del crepúsculo". Sin embargo para reseñarla hoy he preferido respetar el título de la edición original, que además es una traducción más respetuosa con su denominación original en inglés. Y que se trata sin duda de una obra muy variada. Especulativa, aventurera, catastrófica, sentimental, son adjetivos que se le pueden aplicar sin ningún problema. Eso sí, con cierta premura en su narración y con una densidad argumental que a veces juega a su favor pero otras en su contra.
Para el lector contemporáneo que descubra esta novela probablemente resultará una sorpresa encontrar tantas aventuras, avatares y matices en poco más de doscientas páginas, nada que ver con la morosidad de la literatura contemporánea. Y es que la novela arranca con un tono apocalíptico que evoluciona en seguida a distópico, pero a la vez da cabida a veces a un romanticismo nada epatante y está impregnada a lo largo de toda su extensión de una atmósfera entre bucólica y pastoral que puede recordar a Clifford D. Simak. El ritmo narrativo es tan alto que sólo en algunos capítulos de la tercera parte Wilhelm da algo de tregua al lector.
La estructuración en tres partes separadas en el tiempo y con diferente protagonista es, además de una apuesta original, un arma de doble filo: el médico humano David, la clon de primera generación Molly, y su hijo concebido tradicionalmente Mark (que vertebran cada una de ellas) pueden despertar más o menos simpatías, y todos comparten como vínculo la yuxtaposición a la comunidad que los acoge. Pero con esos saltos narrativos entre cada parte se corre el riesgo de que el lector pueda echarlos de menos, o que simplemente pierda interés por los acontecimientos que le suceden al nuevo protagonista. Sin llegar a ese extremo, por ejemplo, la segunda parte me pareció un poco superior a las otras dos, probablemente por una simple cuestión de gustos personales.
En su tiempo la novela se presentó como un referente en la técnica de la clonación humana, y es obvio que el tratamiento de la misma es uno de sus pilares, pero merece destacar que no es el único: al mismo nivel se sitúan en mi opinión las cambiantes necesidades de una sociedad autocontenida como la que imagina la autora en la Virginia rural para perdurar en el tiempo, así como la explícita reivindicación del ser humano "diferente" (creativo, inconformista, capaz de amar) frente a la uniformización social de su entorno. Una de las mejores reflexiones de la novela pero sobre la que Wilhelm quizá se posiciona de manera excesivamente rotunda.
Aunque los mayores defectos de la obra no son esos saltos narrativos y ese posicionamiento a los que ya he aludido, sino la falta de justificación primero y elaboración después para la catástrofe ecológica y económica que acaba dando lugar a la infertilidad, la velocidad a veces excesiva con la que Wilhelm relata ciertos sucesos, y la ausencia total de una mirada a lo que haya podido suceder más allá de la costa Este de los Estados Unidos (sólo ciertas menciones a que la sociedad de los clones parece ser la única que pervive en el mundo conocido). A un nivel inferior debo mencionar que las frecuentes y por lo general brillantes descripciones de los escenarios naturales pueden pecar de reiterativas y excesivamente poéticas.
A cambio, los frecuentes y muy amenos pasajes de exploración y aventura, la singular relación sentimental entre los clones Ben y Molly, el gradual crecimiento en capacidades, inquietudes y actos de Mark, así como todo lo que conforma la vida en la pequeña comunidad (el laboratorio, el hospital, la vieja granja, las ceremonias, incluso el auditorio) contribuyen al disfrute de una novela que se deja leer con agrado casi medio siglo después de su publicación.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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