Una entrada más prosigo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del siglo XXI que aún no han tenido una entrada independiente en mi humilde blog. Es el turno de "La velocidad de la oscuridad", la novela más emblemática de la escritora estadounidense Elizabeth Moon, la cual se alzó con el Premio Nébula del año 2004. Y que, como sucedía con mi anterior reseña ("American gods", de Neil Gaiman, ganadora el año anterior), es de cuestionable encaje en este tipo de galardones, puesto que no todos sus lectores la considerarán una novela de ciencia-ficción. En todo caso para mí sí lo es, porque explora la evolución del autismo desde un punto de vista científico en un futuro cercano, y por eso la reseño aquí. "La velocidad de la oscuridad" se adentra con acierto en la mente de un adulto autista, y especula con inteligencia sobre sus diferencias con las personas "normales", su tratamiento y sus terapias. Pero carece de una verdadera historia que la respalde, por lo que resulta plana, un tanto ingenua, excesivamente larga y sin apenas tensión.
Indudablemente lo mejor de la novela es Lou Arrandale, el protagonista autista que narra su historia en primera persona durante su mayor parte. Moon, basándose en su experiencia (madre de un hijo autista) y en sus conocimientos sobre el tema, lo caracteriza con mimo, mostrándonos desde su obsesiva búsqueda de pautas hasta sus dificultades para entender fórmulas y convenciones en sus conversaciones con las "personas normales". Además, la escritora consigue que gradualmente dejemos de verlo como un rígido extraño y terminemos empatizando con sus inquietudes y sus logros conforme va superando barreras. Aunque quizá su alto coeficiente intelectual se una baza excesivamente determinante a la hora de que logremos identificarnos con él.
El problema es que la inmensa mayoría del libro se centra en la vida cotidiana de Lou. Y aunque ello implique que nos aprendamos de memoria todas sus rutinas, y conozcamos tanto a sus compañeros autistas en el trabajo como a sus amigos de esgrima, la evolución de la historia durante ese periplo diario es escasa. Casi lo único relevante en él son los ataques cada vez más agresivos que Lou empieza a sufrir, pero cuando Moon confirma que el autor de los mismos es (obviamente) Don, aún falta un tercio de la novela, y ésta se queda huérfana de sorpresas. Lo que es peor: las reflexiones sobre lo que se supone es "ser normal", sobre la luz y la oscuridad, sobre la imposibilidad de que los amigos puedan causar algún mal a otros amigos... se repiten hasta llegar a fatigar. Y paradójicamente, las razones que llevan a Lou a tomar su decisión (ya muy cerca del final) no están demasiado bien presentadas.
Otros defectos menos relevantes son la negativa consciente de Moon a situar al lector (se le oculta la ciudad donde vive Moon, el nombre o detalles de los productos que crea la empresa para la que trabaja, el año en que transcurre el relato...), la poca credibilidad de sus "malos" (Crenshaw y el ya citado Don), la forma tan sencilla como los planes de Crenshaw para con el grupo autista son desbaratados, y lo poco que se esfuerza la escritora en mostrarnos la vida post-operación de Lou, con una mención especial para su decepcionante desenlace.
Y es que a menudo un tema original dentro de un género literario (el autismo en la ciencia-ficción en este caso), un buen protagonista, y unas documentadas y sugestivas reflexiones, no bastan para crear una gran novela. Y "La velocidad de la oscuridad" es uno de esos casos: muy lejos de las "Flores para Algernon" (1966) de Daniel Keyes con la que por argumento se la compara, e incluso notablemente inferior a su otra novela traducida al español, "Restos de población" (1996), que espero poder reseñar algún día.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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