sábado, 20 de junio de 2020

La reina de la nieve (1980). Joan D. Vinge

Una entrada más prosigo reseñando en orden cronológico algunas de las novelas más representativas de muchas de las mejores escritoras de ciencia-ficción. Voy a hablarles hoy de Joan D. Vinge a través de su obra más conocida, "La reina de la nieve". Una novela que se alzó con el Premio Hugo hace cuatro décadas, y que ha sido frecuentemente reeditada en español desde entonces, lo que refleja que todavía mantiene su vigencia. En los límites de lo que podemos considerar ciencia-ficción, se trata de una novela voluminosa, fastuosa, muy elaborada en su ambientación y en sus personajes. Pero lastrada por una prosa florida y recargada en exceso, así como por una apreciable escasez de momentos de tensión.

Sin duda lo mejor de la novela es la fluidez con la que se entrecruza su amplio elenco de personajes con el planeta Tiamat como trasfondo principal. En lugar de mantener sendas líneas narrativas para sus dos protagonistas femeninas (Arienrhod, la "Reina de la nieve", y Luna Caminante en el Alba, su clon estival), Vinge enriquece la novela con personajes de la más diversa índole (miembros del cuerpo de seguridad espacial, contrabandistas, extraterrestres, representantes de otros planetas, trabajadoras de la noche, creadores de máscaras, robots...), y va prestándoles toda su atención según lo va necesitando a lo largo de los más de cincuenta capítulos que conforman el libro. Sorprende incluso el foco que presta a la comandante Jerusha o al inspector Gundhalinu, otorgándoles incluso el honor de cerrar la novela pese a no formar parte de las dos líneas narrativas principales. Además, esa atención cambiante no significa que abunden los capítulos de relleno; al contrario, en prácticamente todos encontramos acontecimientos dignos de ser relatados.

Y sin embargo, el ritmo narrativo de "La reina de la nieve" es lento en exceso y sin apenas momentos de tensión, y estos dos problemas dificultan notablemente la lectura y afectan a su valoración global. Porque aunque los acontecimientos se sucedan, la prosa cargada de adjetivos enfatizantes (tanto que muchos de ellos suenan forzados al ser traducidos al español), metáforas poéticas, predominio absoluto de la narración frente a los diálogos, y ausencia de referencias temporales son demasiados obstáculos para poder disfrutar bien de los mismos. Además, el plan de los personajes discurre sin apenas sobresaltos, lo que provoca que el interés por lo narrado vaya disminuyendo gradualmente.

Es por todo ello que hay que realizar un esfuerzo consciente si queremos apreciar el interesante planteamiento astronómico (en torno a un agujero negro que permite ser atravesado sólo en periodos determinados) que explica los ciclos de prosperidad tecnológica (bajo el dominio de los invernales y el auspicio de los espaciales) y de retroceso social (bajo dominio de los estivales) que caracterizan la vida humana en Tiamat. O la riqueza y la complejidad de la sociedad planetaria, con sus múltiples ocupaciones, roles e intereses encontrados. O la propia Hegemonía, esa asociación de mundos que puja por recuperar la grandeza que alcanzó en su momento el Antiguo Imperio. Grandes ideas, bien trabajadas y presentadas, pero que pueden quedar ocultas bajo la pesadez con la que se desarrolla la novela.

Otros defectos dignos de mención son: el excesivo uso de elementos fantásticos, los cuales restan verosimilitud a la novela (con mención especial para las sibilas, esas casi mitológicas profetisas reconocidas con pleitesía en toda la Hegemonía y que son capaces de responder a cualquier pregunta que se les formule cuando están en trance, una capacidad claramente inadmisible a pesar de que Vinge las intente justificar como un producto del Antiguo Imperio para salvaguardar ciencia y conocimiento); la previsibilidad del desenlace (citemos la caída de Arienrhod al final de su reinado, o el reencuentro y la reconciliación de Luna y Destellos); la abundancia de elementos alegóricos que no admiten un análisis riguroso, como el Puente de los Vientos; la nula anticipación de ritos y ceremonias que capítulos más tarde se relatarán con todo detalle; y la simplicidad de algunos personajes clave, desde el Astrobuco Herne hasta la propia Reina.

El agua de vida que proporcionan los mamíferos acuáticos mers, la original configuración laberíntica y ascendente de Carbunclo, la preponderancia que concede la autora a los personajes femeninos, el contraste entre Tiamat y Kharemough... son muchos los puntos positivos de la novela. Pero la mayoría de ellos se aprecian mejor una vez superado el reto de terminar la lectura, cuando nos podemos detener a reflexionar sobre ellos. Y eso es un mal síntoma, pues refleja la gran novela que "La reina de la nieve" pudo haber sido y no fue. De hecho, una década más tarde Vinge publicó una secuela de esta novela aún más larga que la original ("The summer queen", 1991) que a pesar de que llegó a ser finalista del Premio Hugo no se ha llegado a traducir que yo sepa al español, y que en todo caso no tengo intención de leer.

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