Una entrada más continúo con las reseñas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la década de los ochenta que aún no hubieran tenido su entrada independiente en este humilde blog. Hoy le toca a "La fragua de Dios", del estadounidense Greg Bear. Nominada a los Premios Nébula de 1988 (un año en el que ganó "La mujer que caía", de Pat Murphy, que por ser una novela de fantasía queda fuera de la temática de este blog), fue la tercera novela de uno de los escritores más reconocidos en el género durante la segunda mitad de los ochenta y los noventa, amén de su segunda nominación a los Nebula. Y que sin llegar a ser del todo redonda, sí que se trata de una novela ambiciosa, muy trabajada, amena y rica en personajes sobre los primeros contactos de especies extraterrestres con nuestro planeta. A la que también es cierto que le falta algo de fuerza y un mejor foco argumental para haberse convertido en un clásico.
Bear afronta ese primer contacto de manera original, recurriendo no a uno sino a dos artefactos de origen extraterrestre que aparecen casi simultáneamente en dos sitios muy alejados: el Valle de la Muerte en Estados Unidos y el desierto de Australia. Lugares de los que surgen seres mecánicos, o al menos no claramente orgánicos, que trasladan mensajes contradictorios tanto sobre su misión como sobre el futuro de la humanidad. Esos dos frentes abiertos, junto a la desaparición del satélite Europa acaecida unos meses antes, y la ubicación de la historia en un futuro cercano (el año 1996), hacen que la novela recuerde poderosamente en su primera mitad a las que el también norteamericano Robert C. Wilson convertiría en sus señas de identidad tan sólo unos años más tarde: en ese sentido, Bear marcó tendencia.
Además, en un claro intento por modernizar la ciencia-ficción clásica como otras muchas de las novelas de los ochenta, Bear recurre a múltiples líneas argumentales, creando poco menos que una novela coral por el número de personajes que utiliza. Con tres claramente destacables: Arthur Gordon, el astrónomo que quizá ejerce el rol de protagonista principal; Trevor Hicks, periodista y sobre todo escritor de ciencia-ficción (en lo que constituye al tiempo una defensa del género y un reconocimiento al mismo); y el presidente Crockerman, cautivador y racional al comienzo, desequilibrado y derrotado conforme avanzan los acontecimientos.
No satisfecho con semejante despliegue, Bear va incorporando nuevas sorpresas conforme avanza la lectura, desde la muerte del Huésped, pasando por las arañas eléctricas autorreproductoras, hasta esa original arma destructora que se introduce en el núcleo terrestre y orbita en torno a él. Respetando el elemento científico, Bear consigue así satisfacer el sentido de la maravilla que espera el lector habitual de ciencia-ficcion, hasta el extremo de evolucionar gradualmente ese primer contacto convertiéndolo en una novela apocalíptica de desenlace trágico.
No obstante lo anterior, a la novela le lastra en cierta medida esa evidente ambición creativa. El número de personajes y líneas narrativas acaba resultando excesivo, con páginas que no aportan mucho, y excesiva atención a determinados personajes en momentos no siempre oportunos (por ejemplo a Edward Shaw durante su estancia final en el Yosemite). Por otra parte, muchas de las sorpresas extraterrestres, incluso las dos facciones que teóricamente se enfrentan por destruir y salvar respectivamente la Tierra, resultan inconexas y quedan al final relativamente inexplicadas. Además, Bear apenas echa un mínimo vistazo al impacto en el mundo no anglosajón de la llegada extraterrestre, recurre al tópico de un enfermo terminal de leucemia para intentar conferirle a la novela un dramatismo que su prosa un tanto plana no termina de transmitir (a pesar de lo trágico de los acontecimientos), y en su afán por repartir la atención entre las distintas narrativas, provoca que el lector pierda un tanto el foco de lo realmente relevante, escapándose así parte de la fuerza del libro.
Eso sí, el esfuerzo encomiable del autor por tratar con detalle y nuevos enfoques temas ya clásicos en la ciencia-ficción justifica sobradamente su lectura, así como su meritoria nominación a los Premios Nébula. Por cierto, que me imagino que a raíz de ese éxito, Bear publicó años más tarde una continuación ("Anvil of stars"), de menor éxito comercial y de crítica, y que nunca ha sido traducida al español. Por lo que no he tenido oportunidad de leerla, ni de reseñarla en este blog.
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