A pesar de estar encerrado en casa como casi todos los españoles por la pandemia del coronavirus, la vida continúa, y yo también voy a proseguir con las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la presente década que he tenido la oportunidad de leer, y que aún no habían recibido su propia entrada en mi humilde blog. Voy a resenar hoy "El problema de los tres cuerpos", una de las novelas de ciencia-ficción más famosas de los últimos años. Sin duda a causa de ser la primera novela no escrita originalmente en inglés que se alzó con el Premio Hugo en 2015, y que además fue nominada al Premio Nébula el año en que el galardón recayó en "Aniquilación", mi anterior entrada. Méritos justificados para una novela diferente a las que siguen los cánones habituales en Occidente, y sin embargo disfrutable por el "lector tipo" de ciencia-ficción occidental: muy rica desde el punto de vista científico (aunque a veces demasiado inverosímil), muy cuidada desde el punto de vista literario, y con varios tramos francamente disfrutables. Aunque también con sus defectos.
Es complicado sintetizar todo lo que encierra esta novela a nivel narrativo y a nivel especulativo. Desde la dramática y poco conocida en Occidente Revolución Cultural China de los años sesenta, pasando por el primer contacto con una civilización extraterrestre, deteniéndose en un originalísimo videojuego, y rematando el conjunto con organizaciones secretas y operaciones militares, todo ello en menos de cuatrocientas páginas. Las cuales le permiten al escritor además reflexionar sobre las posibles reacciones a tal contacto, sobre la supeditación de las vidas humanas al mismo, o sobre el papel que habría podido desempeñar China en todos estos avatares. Sin rehuir por cierto varias críticas nada veladas a lo peor del régimen comunista durante los últimos cincuenta años.
Otro punto fuerte del libro es el tratamiento del elemento científico: desde la teoría de transmisión de señales hasta la arquitectura de ordenadores, desde la astrofísica hasta los aceleradores de partículas, prácticamente todo cabe en su interior. Eso sí, se trata de una lectura exigente y no apta para personas legas en ciencia y tecnología. Además, Cixin no renuncia a una especulación científica de altos vuelos sobre las capacidades de la civilización trisolariana, y aunque el desdoblamiento multidimensional de las partículas fundamentales que nos propone me ha resultado inverosímil, también me ha parecido muy sugestivo respecto a sus posibilidades.
A menor escala, el elemento literario me ha sorprendido gratamente. Tratándose de una novela de ideas, no es reprochable que los personajes secundarios resulten superficiales o incluso difíciles de retener a causa de sus poco familiares nombres chinos (¡qué acierto listar el elenco de personajes al comienzo del libro!). Pero los tres principales (la astrofísica Ye Wenjie, el investigador en nanomateriales Wang Miao y el comisario de policía Da Shi) están bien caracterizados, y sus vivencias y motivaciones resultan naturales a ojos del lector. Por otra parte, la novela es toda una exhibición de técnicas narrativas: desde capítulos que son meros interrogatorios hasta otros conformados simplemente por extractos de documentos, desde las habituales narraciones en tercera persona hasta la historia de Wei Cheng narrada por él mismo. Es de agradecer el esfuerzo del escritor en este aspecto.
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior la novela no me ha parecido del todo redonda, y quizá sea esa la explicación de por qué no llegó a alzarse con el Premio Nébula de 2015. Aparte de mi lógica falta de adaptación a la literatura asiática (con sus frecuentes e impredecibles saltos entre pasado y presente y entre escenarios diversos no siempre fáciles de asimilar, con sus diálogos a menudo bruscos, su prosa más prolija en imágenes y una inesperada frialdad a la hora de presentar episodios de violencia), prácticamente todos los capítulos dedicados al videojuego Tres Cuerpos me resultaron pesados y carentes del ritmo del resto del libro. Asimismo el hilo conductor de la novela se pierde a veces entre tanta vastedad de temas, y ello afecta en cierta medida a su capacidad de cautivar. Por otra parte la novela adolece de un clímax y de un desenlace como tal, quizá porque en su tramo final su autor estaba más pendiente de preparar el terreno para posteriores entregas de la saga (a día de hoy convertida en trilogía). Y por último Cixin deja sin explicar algunos detalles con los que ha ido capturando la atención del lector (por ejemplo la desasosegante cuenta atrás que atormenta a Wang Miao). Aun así, el balance es positivo y la novela es recomendable. Aunque no me gustó tanto como para animarme a leer rápidamente los otros dos títulos de la saga ("El bosque oscuro" y "El fin de la muerte"), que todavía tengo pendientes.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
domingo, 15 de marzo de 2020
martes, 25 de febrero de 2020
Aniquilación (2014). Jeff VanderMeer
Una entrada más continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la presente década. Llegó la oportunidad de hablarles de "Aniquilación", del escritor estadounidense Jeff VanderMeer. Se trata sin duda de una de las novelas más conocidas y populares de los últimos años, y que se alzó merecidamente con el Premio Nébula del año 2015. Y que es además la primera entrega de la denominada trilogía "Southern Reach", que fue concebida ya como tal desde el mismo momento de la publicación de "Aniquilación" (las otras dos entregas, "Autoridad" y "Aceptación", también vieron la luz en el año 2014). Situada en los límites de lo que podríamos considerar ciencia-ficción, se trata de una novela de argumento sencillo y extensión reducida pero cautivadora gracias a su acertado equilibrio entre aventura, misterio, especulación y las vivencias de su protagonista.
Antes de nada debo aclarar que mi valoración claramente favorable de la novela estuvo condicionada por haberse concebido ya desde el principio como primera entrega de la trilogía. Este hecho me hizo adoptar en todo momento una postura mucho menos exigente respecto a las aclaraciones y justificaciones proporcionadas por VanderMeer en esta primera entrega. Que son pocas e inconexas (nada se dice por ejemplo de cuestiones tan relevantes como la ubicación del Área X o de la naturaleza del Reptador). Pero que pasan relativamente desapercibidas frente a la coherencia ambiental y argumental que preside el libro.
Y es que son esos dos pilares los que aseguran el éxito de la novela: su ambientación y su argumento. La primera recrea una zona biológicamente equilibrada, bien estructurada gracias a sus zonas claramente diferenciadas (la frontera, el campamento base, la Torre, el poblado y el Faro), y con el suficiente número de especies reconocibles para que los elementos misteriosos de la misma no resulten completamente inverosímiles. Y el segundo, partiendo de la intrigante naturaleza del Área X, plantea una sencilla expedición compuesta por cuatro mujeres de las que sólo conocemos su profesión, a las que la asfixiante presión de lo desconocido conduce a desenlaces tan cautivadores como trágicos.
El tercer gran acierto de la novela es la habilidad narrativa del escritor. La elección de la bióloga como relatora en primera persona de una única línea narrativa es tan poco original como efectiva para que el lector se identifique con ella y empiece a experimentar sus aventuras. A ello hay que añadirle su capacidad para crear una atmósfera intrigante y opresiva, que linda con los géneros de la fantasía y el terror pero consigue mantener el rigor suficiente para no epatar al aficionado a la ciencia-ficción. Sin llegar a revelar más de lo estrictamente necesario en ningún momento, el autor entrega recurrentemente pequeñas píldoras que mantienen el interés del lector. Su prosa está literariamente elaborada, con matices líricos que la enriquecen sin llegar a resultar cargantes. Y su concisión (cinco capítulos y poco más de doscientas páginas) resulta refrescante en una época como la actual, caracterizada por páginas y más páginas de relleno.
Aparte de sus misterios no resueltos y de sus concesiones fantasiosas, la novela adolece de otros defectos menores como la innecesaria concesión a las modas de que todos los personajes sean femeninos (una circunstancia que no tiene relevancia alguna en los acontecimientos), ciertos comportamientos poco sensatos de la bióloga (como cuando casi al final renuncia a seguir explorando los niveles inferiores de la Torre y emprende el camino de regreso), y algún flashback a sus vivencias previas excesivamente extenso, que le resta ritmo narrativo al tiempo presente. A cambio, la excelente exploración psicológica que VanderMeer realiza de la bióloga, y el intenso final que remata su aventura (el cual recrea con acierto episodios previos de su vida) terminan de refrendar que estamos ante una novela notable. Y de paso reafirmaron mi decisión de continuar con la lectura de la trilogía, aunque por circunstancias varias aún no la he puesto en práctica.
Antes de nada debo aclarar que mi valoración claramente favorable de la novela estuvo condicionada por haberse concebido ya desde el principio como primera entrega de la trilogía. Este hecho me hizo adoptar en todo momento una postura mucho menos exigente respecto a las aclaraciones y justificaciones proporcionadas por VanderMeer en esta primera entrega. Que son pocas e inconexas (nada se dice por ejemplo de cuestiones tan relevantes como la ubicación del Área X o de la naturaleza del Reptador). Pero que pasan relativamente desapercibidas frente a la coherencia ambiental y argumental que preside el libro.
Y es que son esos dos pilares los que aseguran el éxito de la novela: su ambientación y su argumento. La primera recrea una zona biológicamente equilibrada, bien estructurada gracias a sus zonas claramente diferenciadas (la frontera, el campamento base, la Torre, el poblado y el Faro), y con el suficiente número de especies reconocibles para que los elementos misteriosos de la misma no resulten completamente inverosímiles. Y el segundo, partiendo de la intrigante naturaleza del Área X, plantea una sencilla expedición compuesta por cuatro mujeres de las que sólo conocemos su profesión, a las que la asfixiante presión de lo desconocido conduce a desenlaces tan cautivadores como trágicos.
El tercer gran acierto de la novela es la habilidad narrativa del escritor. La elección de la bióloga como relatora en primera persona de una única línea narrativa es tan poco original como efectiva para que el lector se identifique con ella y empiece a experimentar sus aventuras. A ello hay que añadirle su capacidad para crear una atmósfera intrigante y opresiva, que linda con los géneros de la fantasía y el terror pero consigue mantener el rigor suficiente para no epatar al aficionado a la ciencia-ficción. Sin llegar a revelar más de lo estrictamente necesario en ningún momento, el autor entrega recurrentemente pequeñas píldoras que mantienen el interés del lector. Su prosa está literariamente elaborada, con matices líricos que la enriquecen sin llegar a resultar cargantes. Y su concisión (cinco capítulos y poco más de doscientas páginas) resulta refrescante en una época como la actual, caracterizada por páginas y más páginas de relleno.
Aparte de sus misterios no resueltos y de sus concesiones fantasiosas, la novela adolece de otros defectos menores como la innecesaria concesión a las modas de que todos los personajes sean femeninos (una circunstancia que no tiene relevancia alguna en los acontecimientos), ciertos comportamientos poco sensatos de la bióloga (como cuando casi al final renuncia a seguir explorando los niveles inferiores de la Torre y emprende el camino de regreso), y algún flashback a sus vivencias previas excesivamente extenso, que le resta ritmo narrativo al tiempo presente. A cambio, la excelente exploración psicológica que VanderMeer realiza de la bióloga, y el intenso final que remata su aventura (el cual recrea con acierto episodios previos de su vida) terminan de refrendar que estamos ante una novela notable. Y de paso reafirmaron mi decisión de continuar con la lectura de la trilogía, aunque por circunstancias varias aún no la he puesto en práctica.
domingo, 2 de febrero de 2020
Justicia auxiliar (2013). Ann Leckie
Una entrada más continúo con la reseña de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la presente década, que aún no hubieran tenido su propio espacio en este humilde blog. Le ha llegado al turno a "Justicia auxiliar", de la escritora estadounidense Ann Leckie, sin duda una de las novelas más famosas y premiadas de los últimos años, ya que se alzó no sólo con el Premio Nébula en su año de publicación, sino también con el Hugo, el Locus, o el Arthur C. Clarke. Reflejo de un entusiasmo por parte de crítica y público que desgraciadamente no comparto. Y es que aunque me parece una novela con varias ideas originales y algunos buenos momentos, me resultó un tanto fría, a menudo inmadura, y probablemente sobrevalorada.
Lo mejor en mi opinión del libro son las ideas con las que Leckie renueva el clásico subgénero de la space opera. Sobre todo al dotar a sus naves militares de una inteligencia artificial que les permite actuar como personas. Pero también al equipar a esas naves con "auxiliares", antiguos seres humanos de planetas colonizados por el Radch, hibernados y posteriormente reconvertidos y revividos para servir como tropas de la nave, formando así con ella un todo indivisible, omniscente y multi-presencial que da lugar a una experiencia multi-sensorial realmente cautivadora. No se queda atrás el recurso a la clonación de la lord del Radch, Anaander Mianaai, como forma de controlar y dirigir en la misma dirección un imperio tan vasto. Incluso la idea, muy en línea con las modas actuales, de eliminar el género del idioma radchaai de manera que todos los personajes sean aparentemente femeninos, es original, aunque también confusa y probablemente innecesaria para la trama.
Además de lo anterior, la escritora es respetuosa con varios de los elementos básicos de la space opera: hay un imperio, y por tanto tropas imperiales, muertes que dinamizan la narración, entornos cautivadores, yuxtaposición entre conservadurismo (los "malos") y renovación (los "buenos"), incluso una dosis de misterio en la línea de Isaac Asimov... Hasta ahí muy bien.
Los problemas empiezan con la elección de la protagonista y buena parte de sus actos y de los acontecimientos en los que se ve envuelta. Breq, la única auxiliar superviviente del crucero militar Justicia de Toren, es una narradora fría, innecesariamente minuciosa con los lapsos de tiempo, y cuyo interés en la capitana Seivarden no se llega a entender bien. Además, las dos líneas narrativas que se van alternando hasta llegar al tiempo presente de la novela (la pretérita en Shis'urna y la actual en Nilt) no ofrecen el mismo interés (la pretérita es claramente más floja), y durante el primer tercio de la novela ambas son principalmente descriptivas, de ritmo pausado, y no logran encender la mecha que estimule al lector para que pase las páginas rápidamente.
Si a ello le añadimos que el clientelismo que supuestamente da sentido a las relaciones sociales entre casas/familias no se termina de aprehender, que Leckie oculta conscientemente información básica al lector en un fallido intento de que la novela funcione a varios niveles, que la excusa que da lugar a determinadas situaciones es muy floja, que la escritora revela demasiado a menudo detalles del Radch sobre la marcha, que el elemento científico no está especialmente cuidado (aunque a cambio los mitos religiosos están sobredimensionados), y que su prosa resulta un tanto simple e impersonal, se entenderá por qué aun hoy me cuesta comprender que estemos ante una de las novelas más premiadas de la historia del género.
A cambio, es cierto que podemos encontrar algunos buenos momentos (fundamentalmente el del puente de cristal y los capítulos finales), un desenlace coherente en general y bastante aclaratorio respecto a los personajes principales, y la suficiente riqueza temática en el universo creado por la autora como para poder expandir la novela a trilogía. Que fue lo que hizo su autora en años posteriores con "Espada auxiliar" (2014) y "Misericordia auxiliar" (2015), ambas disponibles para el lector en español gracias al éxito de la primera entrega, y que aunque no llegaron a repetir premio fueron las dos finalistas del Premio Nébula en los dos años posteriores. Aunque con la relativa decepción que me supuso esta "Justicia auxiliar" no puedo opinar sobre ellas, puesto que por ahora no me he animado a leerlas.
Lo mejor en mi opinión del libro son las ideas con las que Leckie renueva el clásico subgénero de la space opera. Sobre todo al dotar a sus naves militares de una inteligencia artificial que les permite actuar como personas. Pero también al equipar a esas naves con "auxiliares", antiguos seres humanos de planetas colonizados por el Radch, hibernados y posteriormente reconvertidos y revividos para servir como tropas de la nave, formando así con ella un todo indivisible, omniscente y multi-presencial que da lugar a una experiencia multi-sensorial realmente cautivadora. No se queda atrás el recurso a la clonación de la lord del Radch, Anaander Mianaai, como forma de controlar y dirigir en la misma dirección un imperio tan vasto. Incluso la idea, muy en línea con las modas actuales, de eliminar el género del idioma radchaai de manera que todos los personajes sean aparentemente femeninos, es original, aunque también confusa y probablemente innecesaria para la trama.
Además de lo anterior, la escritora es respetuosa con varios de los elementos básicos de la space opera: hay un imperio, y por tanto tropas imperiales, muertes que dinamizan la narración, entornos cautivadores, yuxtaposición entre conservadurismo (los "malos") y renovación (los "buenos"), incluso una dosis de misterio en la línea de Isaac Asimov... Hasta ahí muy bien.
Los problemas empiezan con la elección de la protagonista y buena parte de sus actos y de los acontecimientos en los que se ve envuelta. Breq, la única auxiliar superviviente del crucero militar Justicia de Toren, es una narradora fría, innecesariamente minuciosa con los lapsos de tiempo, y cuyo interés en la capitana Seivarden no se llega a entender bien. Además, las dos líneas narrativas que se van alternando hasta llegar al tiempo presente de la novela (la pretérita en Shis'urna y la actual en Nilt) no ofrecen el mismo interés (la pretérita es claramente más floja), y durante el primer tercio de la novela ambas son principalmente descriptivas, de ritmo pausado, y no logran encender la mecha que estimule al lector para que pase las páginas rápidamente.
Si a ello le añadimos que el clientelismo que supuestamente da sentido a las relaciones sociales entre casas/familias no se termina de aprehender, que Leckie oculta conscientemente información básica al lector en un fallido intento de que la novela funcione a varios niveles, que la excusa que da lugar a determinadas situaciones es muy floja, que la escritora revela demasiado a menudo detalles del Radch sobre la marcha, que el elemento científico no está especialmente cuidado (aunque a cambio los mitos religiosos están sobredimensionados), y que su prosa resulta un tanto simple e impersonal, se entenderá por qué aun hoy me cuesta comprender que estemos ante una de las novelas más premiadas de la historia del género.
A cambio, es cierto que podemos encontrar algunos buenos momentos (fundamentalmente el del puente de cristal y los capítulos finales), un desenlace coherente en general y bastante aclaratorio respecto a los personajes principales, y la suficiente riqueza temática en el universo creado por la autora como para poder expandir la novela a trilogía. Que fue lo que hizo su autora en años posteriores con "Espada auxiliar" (2014) y "Misericordia auxiliar" (2015), ambas disponibles para el lector en español gracias al éxito de la primera entrega, y que aunque no llegaron a repetir premio fueron las dos finalistas del Premio Nébula en los dos años posteriores. Aunque con la relativa decepción que me supuso esta "Justicia auxiliar" no puedo opinar sobre ellas, puesto que por ahora no me he animado a leerlas.
domingo, 26 de enero de 2020
Embassytown. La Ciudad Embajada (2011). China Mieville
Con esta entrada doy comienzo a las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la presente década, que he tenido ocasión de leer y que aún no habían tenido una entrada independiente en este humilde blog. Voy a reseñar en esta oportunidad "Embassytown. La Ciudad Embajada", del británico China Mieville. Que fue finalista de los Premios Nébula el año en que la ganadora fue la novela de fantasía "Entre extraños", de la también británica Jo Walton. Mieville es esencialmente un escritor de fantasía, que cuenta además con ciertos prejuicios dentro del género por sus posiciones políticas de "ultra-izquierda". Pero debo comenzar aclarando que la presente es sin duda una novela de ciencia-ficción que no va a molestar a los que detestan magos y pócimas, y que la radicalidad política del autor no se manifiesta en ella, por lo que puede leerla cualquier aficionado al género. Otra cosa es el disfrute de la misma: se trata sin duda de una novela muy original, meritoria desde el punto de vista conceptual y muy bien desarrollada en todo lo relativo al lenguaje. Pero es también lenta, escasa de acontecimientos, con personajes muy esquemáticos y una capacidad prácticamente nula de enganchar al lector.
Quizá mi impresión final mayormente desfavorable se viera condicionada por el primer tercio de la novela (sus tres primeras partes). Y es que aunque la prosa de Mieville resulta agradable al inicio, y la ambientación de la Ciudad Embajada dentro de la urbe de los Ariekeies cautivadora, durante todas esas páginas la paciencia del lector se pone prueba. No tanto por la cantidad de nuevos (y en su mayoría ingeniosos y bien razonados) conceptos, que eso para el aficionado a la ciencia-ficción no es un obstáculo, sino por la ausencia casi total de acontecimientos (apenas un par de recepciones/fiestas que el escritor estira mucho más de lo deseable), por una continua alternancia entre pasado y presente para no revelar apenas nada que resulta frustrante, y por un ritmo lentísimo, con páginas y más páginas de puro relleno. Así que cuando empieza la cuarta parte (Adictos) y la novela por fin empieza a permitir que nos sumerjamos en ella, el daño a nuestra capacidad de disfrute es ya casi irreparable.
Pero a mi modo de ver tampoco entonces la novela consigue engancharnos. Fundamentalmente por culpa de un elenco de personajes amplio y bien compensado entre Terre y Anfitriones, pero muy esquemático, más propio de los primeros pasos del género hace casi cien años: como mucho podremos profundizar en la evolución de su protagonista, Avice, pero el resto de los humanos apenas llegan a cobrar vida ante nosotros, por muchas páginas que ocupen. De hecho, es curioso que alguno de los Ariekei terminen resultándonos proporcionalmente más reconocibles (tal es el caso de Colmena o de Bailaora Española). Entiendo que "Embassytown" es más una novela de ideas y reflexiones que de aconteceres, pero en mi opinión el cuidado que presta el escritor a los encargados de motivar esas reflexiones queda por debajo del mínimo exigible.
Si a lo anterior le añadimos la complejidad de la principal idea que sustenta la novela (el control de una raza alienígena gracias a la evolución de su lenguaje), lo confusas que resultan las descripciones de los episodios en espacios abiertos, un grado de violencia superior al necesario en una novela tan especulativa, y la inconsistencia de algunas ideas (como por ejemplo el hecho de que sólo haya un enclave humano por la imposibilidad de respirar el aire del planeta, para más adelane descubrir que abundan los enclaves de colonos y granjeros humanos), se entenderá la decepción que me supuso su lectura.
Y es una pena, porque todo lo que plantea Mieville respecto al Idioma Ariekei (su fonética corte-giro, el que sólo los Embajadores puedan hablarlo, la imposibilidade de mentir por su propia naturaleza, la manera como finalmente Bailora Española consigue hacerlo evolucionar) apela a la inteligencia del lector y refleja el incuestionable dominio del escritor sobre este tema. Así como lo relativo al ínmer, la condición de puerto-frontera de la Ciudad Embajada y sus intercambios mercantiles, toda la pléyade de biodispositivos, los esfuerzos colonizadores de Bremen, el insospechado efecto que produce en los Ariekei el Embajador EzRa, las facciones en que se fraccionan los Ariekei conforme los acontecimientos por fin empiezan a desarrollarse, e incluso la morfología de los propios alienígenas, hubieran merecido una mejor impresión por mi parte. Pero ni siquiera la meritoria forma en la que el escritor va haciendo entrar en juego a sus distintos personajes en el desenlace consiguió eliminar del todo mi sensación de fatiga, y mis ganas por llegar cuanto antes al final para comenzar otra novela. Lo dicho, una pena.
Quizá mi impresión final mayormente desfavorable se viera condicionada por el primer tercio de la novela (sus tres primeras partes). Y es que aunque la prosa de Mieville resulta agradable al inicio, y la ambientación de la Ciudad Embajada dentro de la urbe de los Ariekeies cautivadora, durante todas esas páginas la paciencia del lector se pone prueba. No tanto por la cantidad de nuevos (y en su mayoría ingeniosos y bien razonados) conceptos, que eso para el aficionado a la ciencia-ficción no es un obstáculo, sino por la ausencia casi total de acontecimientos (apenas un par de recepciones/fiestas que el escritor estira mucho más de lo deseable), por una continua alternancia entre pasado y presente para no revelar apenas nada que resulta frustrante, y por un ritmo lentísimo, con páginas y más páginas de puro relleno. Así que cuando empieza la cuarta parte (Adictos) y la novela por fin empieza a permitir que nos sumerjamos en ella, el daño a nuestra capacidad de disfrute es ya casi irreparable.
Pero a mi modo de ver tampoco entonces la novela consigue engancharnos. Fundamentalmente por culpa de un elenco de personajes amplio y bien compensado entre Terre y Anfitriones, pero muy esquemático, más propio de los primeros pasos del género hace casi cien años: como mucho podremos profundizar en la evolución de su protagonista, Avice, pero el resto de los humanos apenas llegan a cobrar vida ante nosotros, por muchas páginas que ocupen. De hecho, es curioso que alguno de los Ariekei terminen resultándonos proporcionalmente más reconocibles (tal es el caso de Colmena o de Bailaora Española). Entiendo que "Embassytown" es más una novela de ideas y reflexiones que de aconteceres, pero en mi opinión el cuidado que presta el escritor a los encargados de motivar esas reflexiones queda por debajo del mínimo exigible.
Si a lo anterior le añadimos la complejidad de la principal idea que sustenta la novela (el control de una raza alienígena gracias a la evolución de su lenguaje), lo confusas que resultan las descripciones de los episodios en espacios abiertos, un grado de violencia superior al necesario en una novela tan especulativa, y la inconsistencia de algunas ideas (como por ejemplo el hecho de que sólo haya un enclave humano por la imposibilidad de respirar el aire del planeta, para más adelane descubrir que abundan los enclaves de colonos y granjeros humanos), se entenderá la decepción que me supuso su lectura.
Y es una pena, porque todo lo que plantea Mieville respecto al Idioma Ariekei (su fonética corte-giro, el que sólo los Embajadores puedan hablarlo, la imposibilidade de mentir por su propia naturaleza, la manera como finalmente Bailora Española consigue hacerlo evolucionar) apela a la inteligencia del lector y refleja el incuestionable dominio del escritor sobre este tema. Así como lo relativo al ínmer, la condición de puerto-frontera de la Ciudad Embajada y sus intercambios mercantiles, toda la pléyade de biodispositivos, los esfuerzos colonizadores de Bremen, el insospechado efecto que produce en los Ariekei el Embajador EzRa, las facciones en que se fraccionan los Ariekei conforme los acontecimientos por fin empiezan a desarrollarse, e incluso la morfología de los propios alienígenas, hubieran merecido una mejor impresión por mi parte. Pero ni siquiera la meritoria forma en la que el escritor va haciendo entrar en juego a sus distintos personajes en el desenlace consiguió eliminar del todo mi sensación de fatiga, y mis ganas por llegar cuanto antes al final para comenzar otra novela. Lo dicho, una pena.
sábado, 11 de enero de 2020
Los Premios Nébula: la década actual
Con la presente entrada y las reseñas asociadas de los próximos meses voy a finalizar la revisión de los Premios Nébula, los más prestigiosos de la literatura de ciencia ficción, y que he ido revisando década a década desde hace justo dos años. Vamos a cruzar la frontera del año 2010 y adentrarnos en la década presente (aprovecho para aclarar una vez más que la década no ha terminado con el comienzo del año 2020, sino que lo hará el 1 de enero del año 2021). Y es que nuestra década no ha recibido por ahora otra denominación más precisa, del tipo "los años diez" o similar. Aunque a nivel literario sí que se ha definido claramente respecto a otras décadas ya reseñadas. Con dos parámetros claros: el auge de la ciencia-ficción (y sobre todo la fantasía) escrita por mujeres, y el reconocimiento a nivel de crítica y ventas de lo que se ha dado en denominar science fantasy.
Que la sociedad occidental está asistiendo en esta última década al auge de las mujeres en todos los ámbitos es incuestionable. Un auge que, aunque con sus lógicas sombras, considero necesario para de una vez por todas permitir a más de la mitad de nuestra población realizarse al mismo nivel que sus compañeros masculinos. Y lógicamente la literatura de ciencia-ficción no ha escapado a este auge; de hecho, mientras que en la década de los sesenta sólo tres mujeres estuvieron nominadas a estos prestigiosos premios, en la década actual ya han sido nominadas casi treinta escritoras, y algunos años han sido mayoría aplastante entre los nominados. La relevancia de las mujeres en el género es tal que, adelantando unos meses los acontecimientos, puedo anticipar que el siguiente tema que tratará este humilde blog cuando termine la reseña de los Premios Nébula será un recorrido por las escritoras más relevantes del género y por algunas de sus novelas de ciencia-ficción de cabecera.
Y dentro de esta literatura escrita por mujeres, sin duda la escritora de referencia en la presente década ha sido N.K. Jemisin, quien ilustra la presente entrada. Una escritora que se ha alzó con el Premio Nébula a la mejor novela del año 2018 con "El cielo de piedra", y que ha sido nominada nada menos que en otras cinco ocasiones (es decir, un reconocimiento casi tan alto como el que alcanzó el veterano Jack McDevitt en la década anterior). Y que se caracteriza por haberse especializado en un nuevo subgénero (¡otro más!) que está arrasando a nivel mundial estos últimos años: la science fantasy. Que viene ser una especie de mezcla entre ciencia-ficción clásica y fantasía, que mantiene su componente de ficción especulativa y la combina con elementos de ambos mundos.
Ahora bien, como ya saben bien quienes siguen este blog, para mí la fantasía es el subgénero menos interesante que ha surgido dentro de la ciencia-ficción. Por lo que con la science fantasy no he hecho una excepción: no he leído ninguna novela que reciba esta etiqueta, y por ahora mi lista de libros pendientes (dentro y fuera de la ciencia-ficción) es lo suficientemente amplia como para seguir unos cuantos años más sin darle una oportunidad. Este hecho, unido al que al ser novelas de publicación reciente muchas de ellas aún no han sido traducidas al español, o lo han sido tan recientemente que aún no he tenido oportunidad de leerlas, provoca que la lista de novelas de la presente década que voy a reseñar sea la más breve de todas, e incluso haya años que no tengan una sola novela de referencia entre ganadoras y nominadas. Aquí la tienen:
2011:
Ganadora: "El apagón / Cese de alerta" - Connie Willis
2012:
Ganadora: "Entre extraños" - Jo Walton
Nominada:
"Embassytown. La ciudad embajada" - China Mieville
2013:
Ganadora: "2312" - Kim Stanley Robinson
2014:
Ganadora:
"Justicia auxiliar" - Ann Leckie
2015:
Ganadora:
"Aniquilación" - Jeff VanderMeer
Nominada:
"El problema de los tres cuerpos" - Cixin Liu
2016:
Ganadora:
"Un cuento oscuro" - Naomi Novik
2017:
Ganadora:
"Todos los pájaros del cielo" - Charlie Jane Anders
2018:
Ganadora:
"El cielo de piedra" - N. K. Jemisin
Nominada:
"Autonomous" - Annalee Newitz
2019:
Ganadora:
"The calculating stars" (no traducida) - Mary Robinette Kowal
Como pueden ver, además de la mayoritaria presencia femenina, aún se ha "colado" algún que otro escritor "clásico" (Jack McDevitt o Kim Stanley Robinson) y algunos escritores que ya empezaron a despuntar en la pasada década pero que se han consolidado en la presente (Neil Gaiman, China Mieville, Jeff VanderMeer). También llama la atención cómo la literatura no occidental se ha abierto finalmente camino en estos premios gracias a Cixin Liu, el escritor chino que gracias a la traducción del estadounidense de origen chino Ken Liu ha consolidado la que quizá sea la novela más popular de estos últimos años, "El problema de los tres cuerpos". Y lo que es más importante para mí: a pesar de tanta fantasía y tanta science fantasy, aún ha habido hueco para novelas de ciencia-ficción contemporáneas pero de base clásica, que para mí siguen siendo las que mejor reflejan este maravilloso género. Así que les animo a que me acompañen a recorrer estos últimos años de los Premios Nébula en las siguientes entradas.
Que la sociedad occidental está asistiendo en esta última década al auge de las mujeres en todos los ámbitos es incuestionable. Un auge que, aunque con sus lógicas sombras, considero necesario para de una vez por todas permitir a más de la mitad de nuestra población realizarse al mismo nivel que sus compañeros masculinos. Y lógicamente la literatura de ciencia-ficción no ha escapado a este auge; de hecho, mientras que en la década de los sesenta sólo tres mujeres estuvieron nominadas a estos prestigiosos premios, en la década actual ya han sido nominadas casi treinta escritoras, y algunos años han sido mayoría aplastante entre los nominados. La relevancia de las mujeres en el género es tal que, adelantando unos meses los acontecimientos, puedo anticipar que el siguiente tema que tratará este humilde blog cuando termine la reseña de los Premios Nébula será un recorrido por las escritoras más relevantes del género y por algunas de sus novelas de ciencia-ficción de cabecera.
Y dentro de esta literatura escrita por mujeres, sin duda la escritora de referencia en la presente década ha sido N.K. Jemisin, quien ilustra la presente entrada. Una escritora que se ha alzó con el Premio Nébula a la mejor novela del año 2018 con "El cielo de piedra", y que ha sido nominada nada menos que en otras cinco ocasiones (es decir, un reconocimiento casi tan alto como el que alcanzó el veterano Jack McDevitt en la década anterior). Y que se caracteriza por haberse especializado en un nuevo subgénero (¡otro más!) que está arrasando a nivel mundial estos últimos años: la science fantasy. Que viene ser una especie de mezcla entre ciencia-ficción clásica y fantasía, que mantiene su componente de ficción especulativa y la combina con elementos de ambos mundos.
Ahora bien, como ya saben bien quienes siguen este blog, para mí la fantasía es el subgénero menos interesante que ha surgido dentro de la ciencia-ficción. Por lo que con la science fantasy no he hecho una excepción: no he leído ninguna novela que reciba esta etiqueta, y por ahora mi lista de libros pendientes (dentro y fuera de la ciencia-ficción) es lo suficientemente amplia como para seguir unos cuantos años más sin darle una oportunidad. Este hecho, unido al que al ser novelas de publicación reciente muchas de ellas aún no han sido traducidas al español, o lo han sido tan recientemente que aún no he tenido oportunidad de leerlas, provoca que la lista de novelas de la presente década que voy a reseñar sea la más breve de todas, e incluso haya años que no tengan una sola novela de referencia entre ganadoras y nominadas. Aquí la tienen:
2011:
Ganadora: "El apagón / Cese de alerta" - Connie Willis
2012:
Ganadora: "Entre extraños" - Jo Walton
Nominada:
"Embassytown. La ciudad embajada" - China Mieville
2013:
Ganadora: "2312" - Kim Stanley Robinson
2014:
Ganadora:
"Justicia auxiliar" - Ann Leckie
2015:
Ganadora:
"Aniquilación" - Jeff VanderMeer
Nominada:
"El problema de los tres cuerpos" - Cixin Liu
2016:
Ganadora:
"Un cuento oscuro" - Naomi Novik
2017:
Ganadora:
"Todos los pájaros del cielo" - Charlie Jane Anders
2018:
Ganadora:
"El cielo de piedra" - N. K. Jemisin
Nominada:
"Autonomous" - Annalee Newitz
2019:
Ganadora:
"The calculating stars" (no traducida) - Mary Robinette Kowal
Como pueden ver, además de la mayoritaria presencia femenina, aún se ha "colado" algún que otro escritor "clásico" (Jack McDevitt o Kim Stanley Robinson) y algunos escritores que ya empezaron a despuntar en la pasada década pero que se han consolidado en la presente (Neil Gaiman, China Mieville, Jeff VanderMeer). También llama la atención cómo la literatura no occidental se ha abierto finalmente camino en estos premios gracias a Cixin Liu, el escritor chino que gracias a la traducción del estadounidense de origen chino Ken Liu ha consolidado la que quizá sea la novela más popular de estos últimos años, "El problema de los tres cuerpos". Y lo que es más importante para mí: a pesar de tanta fantasía y tanta science fantasy, aún ha habido hueco para novelas de ciencia-ficción contemporáneas pero de base clásica, que para mí siguen siendo las que mejor reflejan este maravilloso género. Así que les animo a que me acompañen a recorrer estos últimos años de los Premios Nébula en las siguientes entradas.
lunes, 30 de diciembre de 2019
La chica mecánica (2009). Paolo Bacigalupi
Con esta entrada termino las reseñadas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década de nuestro siglo que aún no hubieran tenido su propia entrada en este humilde blog. Voy a hablarles en esta oportunidad de "La chica mecánica", la primera novela (y la más conocida) del escritor estadounidense (aunque por su nombre pueda parecer italiano) Paolo Bacigalupi. Ganadora del Premio Nébula del año 2010, se trata sin duda de una de las novelas más populares del género en estos últimos años para los lectores en español. Por eso antes de empezar su lectura tenía altas expectativas respecto a lo que me podría encontrar. Expectativas que se cumplieron sólo en parte: sí en cuanto a ambientación e intensidad, pero no tanto en cuanto a su argumento y su capacidad de cautivar.
Probablemente el mayor lastre de esta notable novela sea su dificultad para atraer al lector medio. Ya el primer capítulo es todo un tratado de todo lo que no hay que hacer si queremos ganarnos al lector: irresponsablemente largo, lleno de términos desconocidos y no explicados, fallido a la hora de ponernos en situación, ineficaz como detonante que nos anime a pasar las páginas... Dificultades que resultan extensibles a buena parte de la novela: sólo un lector tenaz, con buena memoria y capacidad de deducción, será capaz de orientarse entre los distintos conflictos, de deducir el significado de tantos y tantos términos, o de ir encontrando los vínculos entre las distintas líneas narrativas. Se echan de menos más referencias temporales, más explicaciones, más contextualizaciones...
A esa inesperada desorientación contribuye un título realmente desafortunado: la chica mecánica no es el personaje en torno al cual gira la novela, pero durante varios cientos de páginas el lector esperará en buena lógica que así sea, lo que indirectamente contribuirá a restar atención al resto de personajes que irán desfilando ante él. Incluso un título tan genérico como por ejemplo "Caos en Bangkok" hubiera reflejado mucho mejor el argumento del libro. Que, por otra parte, es sorprendentemente simple para una novela de su extensión: un conflicto de poderes entre dos ministerios, del cual las corporaciones transnacionales quieren sacar partido, y cuyos enfrentamientos se recrudecerán tras un par de asesinatos clave sucedidos con tan sólo unos días de diferencia.
En el otro extremo de la balanza se sitúa sin duda la excelente ambientación del Bangkok del siglo XXII. Con un contexto ominosamente verosímil (una época de Expansión que concluyó en el siglo XXI cuando se agotaron los combustibles tradicionales, la posterior Contracción, cuya devastación fue mayor aún a causa de todas las plagas genéticas, y una tímida recuperación en países puntuales como una Tailandia que se ve acechada por los fabricantes de calorías a causa de su histórico aislamiento, que le ha permitido superar mutaciones y enfermedades alimenticias), Bacigalupi crea una enorme cantidad de conceptos en campos como la genética (megodontes, chesires, neoseres), las enfermedades (cibiscosis, roya, cerambicido), o la alimentación (U-Tex, AgriGen, PurCal), los mezcla con elementos culturales y sociales del siglo XX tailandés (como los puestos de comida ambulante, los esquifes o los rickshaws), los adereza una y otra vez con multitud de vocablos thai (farang, wai, khun), y crea un microcosmos muy potente, al que le sobran callejones y episodios de calor pero no le falta nada.
El otro punto fuerte de la novela es su intensidad: aunque a veces peque de excesivamente violento o incluso de sádico, el escritor consigue que poco a poco las distintas líneas narrativas se alejen de su aparente normalidad inicial y se conviertan todas ellas en focos de tensión. Es cierto que no todos los personajes que las vertebran están igual de conseguidos (por ejemplo las reiteradas conversaciones del espíritu de Jaidee con Kanya llegan a fatigar), y que los actos de algunos de ellos no siempre parecen coherentes con su comportamiento anterior (sin ir más lejos es el caso de Robert Carlyle), pero en general el lector tenaz llegará a verlos cobrar vida ante sus ojos, y desde bastante antes del final la intensidad será tal que tendrá la impresión de estar leyendo ya el desenlace.
Un desenlace por cierto tan cruento como cabría esperar, y no del todo preciso a la hora de atar cabos para todos los personajes que sobreviven, pero suficientemente convincente gracias al esperable triunfo de un bando y la posterior sorpresa final de la derrota global, y sobre todo con esa puerta abierta a una continuación que deja el epílogo. Aunque no sé si Bacigalupi se atreverá alguna vez a escribirla, porque mi impresión tras completar la lectura es que ya aprovechó bastante todos los elementos puestos en juego en esta novela, cuyo impactante futuro empieza a resultarnos ya inquietantemente reconocible.
Probablemente el mayor lastre de esta notable novela sea su dificultad para atraer al lector medio. Ya el primer capítulo es todo un tratado de todo lo que no hay que hacer si queremos ganarnos al lector: irresponsablemente largo, lleno de términos desconocidos y no explicados, fallido a la hora de ponernos en situación, ineficaz como detonante que nos anime a pasar las páginas... Dificultades que resultan extensibles a buena parte de la novela: sólo un lector tenaz, con buena memoria y capacidad de deducción, será capaz de orientarse entre los distintos conflictos, de deducir el significado de tantos y tantos términos, o de ir encontrando los vínculos entre las distintas líneas narrativas. Se echan de menos más referencias temporales, más explicaciones, más contextualizaciones...
A esa inesperada desorientación contribuye un título realmente desafortunado: la chica mecánica no es el personaje en torno al cual gira la novela, pero durante varios cientos de páginas el lector esperará en buena lógica que así sea, lo que indirectamente contribuirá a restar atención al resto de personajes que irán desfilando ante él. Incluso un título tan genérico como por ejemplo "Caos en Bangkok" hubiera reflejado mucho mejor el argumento del libro. Que, por otra parte, es sorprendentemente simple para una novela de su extensión: un conflicto de poderes entre dos ministerios, del cual las corporaciones transnacionales quieren sacar partido, y cuyos enfrentamientos se recrudecerán tras un par de asesinatos clave sucedidos con tan sólo unos días de diferencia.
En el otro extremo de la balanza se sitúa sin duda la excelente ambientación del Bangkok del siglo XXII. Con un contexto ominosamente verosímil (una época de Expansión que concluyó en el siglo XXI cuando se agotaron los combustibles tradicionales, la posterior Contracción, cuya devastación fue mayor aún a causa de todas las plagas genéticas, y una tímida recuperación en países puntuales como una Tailandia que se ve acechada por los fabricantes de calorías a causa de su histórico aislamiento, que le ha permitido superar mutaciones y enfermedades alimenticias), Bacigalupi crea una enorme cantidad de conceptos en campos como la genética (megodontes, chesires, neoseres), las enfermedades (cibiscosis, roya, cerambicido), o la alimentación (U-Tex, AgriGen, PurCal), los mezcla con elementos culturales y sociales del siglo XX tailandés (como los puestos de comida ambulante, los esquifes o los rickshaws), los adereza una y otra vez con multitud de vocablos thai (farang, wai, khun), y crea un microcosmos muy potente, al que le sobran callejones y episodios de calor pero no le falta nada.
El otro punto fuerte de la novela es su intensidad: aunque a veces peque de excesivamente violento o incluso de sádico, el escritor consigue que poco a poco las distintas líneas narrativas se alejen de su aparente normalidad inicial y se conviertan todas ellas en focos de tensión. Es cierto que no todos los personajes que las vertebran están igual de conseguidos (por ejemplo las reiteradas conversaciones del espíritu de Jaidee con Kanya llegan a fatigar), y que los actos de algunos de ellos no siempre parecen coherentes con su comportamiento anterior (sin ir más lejos es el caso de Robert Carlyle), pero en general el lector tenaz llegará a verlos cobrar vida ante sus ojos, y desde bastante antes del final la intensidad será tal que tendrá la impresión de estar leyendo ya el desenlace.
Un desenlace por cierto tan cruento como cabría esperar, y no del todo preciso a la hora de atar cabos para todos los personajes que sobreviven, pero suficientemente convincente gracias al esperable triunfo de un bando y la posterior sorpresa final de la derrota global, y sobre todo con esa puerta abierta a una continuación que deja el epílogo. Aunque no sé si Bacigalupi se atreverá alguna vez a escribirla, porque mi impresión tras completar la lectura es que ya aprovechó bastante todos los elementos puestos en juego en esta novela, cuyo impactante futuro empieza a resultarnos ya inquietantemente reconocible.
domingo, 15 de diciembre de 2019
Cauldron (2007). Jack McDevitt
Una entrada más continúo con la reseña de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del presente siglo que aún no hubieran tenido su entrada propia en este humilde blog. Le ha llegado el turno a "Cauldron", finalista de los Premios Nébula del 2009, un año en el que la ganadora fue Ursula K. LeGuin con su novela de fantasía "Poderes". "Cauldron" es además la sexta novela de la saga de "Las máquinas de Dios", y la cuarta en ser nominada a los Premios Nébula, lo que habla a las claras del nivel medio de la serie. Aunque tras la lectura de "Odisea", la entrega inmediatamente anterior de la saga, que ya reseñé hace algunas semanas, mi impresión era que la saga se encontraba en una fase claramente descendente en cuanto a calidad e interés. Por eso debo admitir que "Cauldron", planteada como conclusión de todas las novelas anteriores, resultó mejor de lo que esperaba: coherente, plena de sentido de la maravilla, relativamente verosímil y con pasajes brillantes. Si bien su elaborado argumento podría haber dado más de sí.
Porque durante casi toda su primera mitad, "Cauldron" parece emular a "Odisea", y ser más una excusa para continuar alargando la saga a partir de cuestiones políticas y económicas internas de la Tierra que una novela de exploración galáctica, que es lo caracteriza a la saga y lo que en realidad se narrará en su segunda mitad. Se trata de un tramo excesivamente largo, falto de tensión en su mayor parte, y recurrente a causa de los dos ensayos del motor transdimensional que relata McDevitt, relativamente similares. Si bien he de reconocer que el recurso al nuevo motor Locarno, mucho más veloz que los Hazeltines en los que hasta ese momento se había basado toda la exploración interestelar, es una buena forma de darle una vuelta de tuerca a la saga sin llegar a repetirse, y las penurias por las que atraviesa la exploración espacial tras el cierre de la Academia un trasfondo creíble.
Probablemente lo mejor de todos los preparativos que preceden a la travesía hasta el centro de la galaxia sea la naturalidad con la que McDevitt va recuperando a muchos de sus personajes de las cinco novelas anteriores, hasta llegar al delicioso cameo de varios de ellos en uno de los eventos para recaudar fondos organizado por la fundación Prometeo. Aunque el personajes de Antonio, el "Doctor Ciencia", que precisamente no es uno de ellos, se cuela en la tripulación de la travesía de manera poco convincente y desentona un tanto del resto de miembros. Y la edad de Priscilla Hutchins, la emblemática protagonista de la saga, se estira más de lo creíble para mostrarla aún lozana, en plenas facultates físicas e incluso con hijos universitarios a sus casi noventa años.
En todo caso, una vez el Locarno confirma su viabilidad y comienza el viaje al núcleo de la galaxia, la novela cobra otra dimensión y se sitúa a la altura de los mejores pasajes de la saga: McDevitt cautiva al lector con la verosimilitud de todo lo que rodea a los viajes transdimensionales, sus notables conocimientos astronómicos, su capacidad para reflejar la vida a bordo de las naves, o la naturalidad con la que utiliza sus Inteligencias Artificiales. Además, el escritor aprovecha el recorrido para intentar cerrar algunas cuestiones que habían quedado abiertas en novelas anteriores (desde la civilización que construyó el Chindi hasta el ente que fabrica las nubes Omega), y lo hace con aventuras y episodios de tensión, a menudo dramáticos hasta el extremo de acabar con la vida de alguno de los integrantes de la expedición.
El principal pero que ponerle a esta segunda mitad de la saga es que el escritor pasa demasiado deprisa por Makai 447, Sigma 2711 o incluso la zona Mordecai. Y es que muchos de estos lugares habrían dado en otro punto de la saga para mucho más que treinta o cuarenta páginas. Una impresión que se acentúa si se comparan los acontecimientos en tan sugestivos lugares con la morosidad de la primera parte. Parece claro que pesó más en McDevitt su intención de rematar de la manera más completa posible la saga que su conocida tendencia a recrear y explorar lugares fascinantes de la galaxia. A cambio, las sensaciones y las reflexiones de sus protagonistas durante la travesía están muy bien captadas, las implicaciones del nuevo motor bien presentadas, y el desenlace, con Frank como fascinante antagonista de los expedicionarios, está muy bien resuelto y mejora a última hora la impresión general del libro (sin olvidar el epílogo, que detalla con acierto la vida de los supervivientes a su vuelta). Todo ello refrenda el dominio del autor sobre toda su obra, así como la consistencia de su argumento. Razones suficientes para completar la lectura de la saga hasta el final.
Por cierto que el año pasado el veterano escritor finalmente añadió, tras un parón de una década, una séptima novela a la saga, cuando todo daba a entender que ésta había terminado con "Cauldron". Pero "The long sunset" permanace inédita para el lector en español, y tampoco ha sido nominada a ningún premio relevante del género, por lo que de momento no la voy a leer.
Porque durante casi toda su primera mitad, "Cauldron" parece emular a "Odisea", y ser más una excusa para continuar alargando la saga a partir de cuestiones políticas y económicas internas de la Tierra que una novela de exploración galáctica, que es lo caracteriza a la saga y lo que en realidad se narrará en su segunda mitad. Se trata de un tramo excesivamente largo, falto de tensión en su mayor parte, y recurrente a causa de los dos ensayos del motor transdimensional que relata McDevitt, relativamente similares. Si bien he de reconocer que el recurso al nuevo motor Locarno, mucho más veloz que los Hazeltines en los que hasta ese momento se había basado toda la exploración interestelar, es una buena forma de darle una vuelta de tuerca a la saga sin llegar a repetirse, y las penurias por las que atraviesa la exploración espacial tras el cierre de la Academia un trasfondo creíble.
Probablemente lo mejor de todos los preparativos que preceden a la travesía hasta el centro de la galaxia sea la naturalidad con la que McDevitt va recuperando a muchos de sus personajes de las cinco novelas anteriores, hasta llegar al delicioso cameo de varios de ellos en uno de los eventos para recaudar fondos organizado por la fundación Prometeo. Aunque el personajes de Antonio, el "Doctor Ciencia", que precisamente no es uno de ellos, se cuela en la tripulación de la travesía de manera poco convincente y desentona un tanto del resto de miembros. Y la edad de Priscilla Hutchins, la emblemática protagonista de la saga, se estira más de lo creíble para mostrarla aún lozana, en plenas facultates físicas e incluso con hijos universitarios a sus casi noventa años.
En todo caso, una vez el Locarno confirma su viabilidad y comienza el viaje al núcleo de la galaxia, la novela cobra otra dimensión y se sitúa a la altura de los mejores pasajes de la saga: McDevitt cautiva al lector con la verosimilitud de todo lo que rodea a los viajes transdimensionales, sus notables conocimientos astronómicos, su capacidad para reflejar la vida a bordo de las naves, o la naturalidad con la que utiliza sus Inteligencias Artificiales. Además, el escritor aprovecha el recorrido para intentar cerrar algunas cuestiones que habían quedado abiertas en novelas anteriores (desde la civilización que construyó el Chindi hasta el ente que fabrica las nubes Omega), y lo hace con aventuras y episodios de tensión, a menudo dramáticos hasta el extremo de acabar con la vida de alguno de los integrantes de la expedición.
El principal pero que ponerle a esta segunda mitad de la saga es que el escritor pasa demasiado deprisa por Makai 447, Sigma 2711 o incluso la zona Mordecai. Y es que muchos de estos lugares habrían dado en otro punto de la saga para mucho más que treinta o cuarenta páginas. Una impresión que se acentúa si se comparan los acontecimientos en tan sugestivos lugares con la morosidad de la primera parte. Parece claro que pesó más en McDevitt su intención de rematar de la manera más completa posible la saga que su conocida tendencia a recrear y explorar lugares fascinantes de la galaxia. A cambio, las sensaciones y las reflexiones de sus protagonistas durante la travesía están muy bien captadas, las implicaciones del nuevo motor bien presentadas, y el desenlace, con Frank como fascinante antagonista de los expedicionarios, está muy bien resuelto y mejora a última hora la impresión general del libro (sin olvidar el epílogo, que detalla con acierto la vida de los supervivientes a su vuelta). Todo ello refrenda el dominio del autor sobre toda su obra, así como la consistencia de su argumento. Razones suficientes para completar la lectura de la saga hasta el final.
Por cierto que el año pasado el veterano escritor finalmente añadió, tras un parón de una década, una séptima novela a la saga, cuando todo daba a entender que ésta había terminado con "Cauldron". Pero "The long sunset" permanace inédita para el lector en español, y tampoco ha sido nominada a ningún premio relevante del género, por lo que de momento no la voy a leer.
viernes, 22 de noviembre de 2019
Odisea (2006). Jack McDevitt
Una entrada más prosigo con la reseña de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década de nuestro siglo que aún no hubieran tenido una entrada independiente en este blog. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Odisea", la quinta entrega de la saga de "Las Máquinas de Dios", sin duda la obra más conocida del estadounidense Jack McDevitt. Una saga que ya ha aparecido en otras cuatro ocasiones antes en este mismo blog, y cuya lectura retomé no hace mucho tiempo tras haber leído hace unos años los primeros tres títulos. Nominada (como tantas otras de la saga) a los Premios Nébula de 2008, el año que ganó "El sindicato de policía yiddish" de Michael Chabon, "Odisea" es indudablemente la novela que más se diferencia de las del resto de la saga: abandona definitivamente las exploraciones arqueológicas de las primeras entregas, renuncia al contacto con especies alienígenas, y propone una interesante trama de intereses políticos y económicos. Lástima que cometa varios fallos que le restan puntos al resultado, y que me hacen cuestionarme si la nominación estuvo realmente justificada.
El fallo más obvio es que el argumento carece de la magnitud suficiente para ocupar casi cuatrocientas páginas, por lo que McDevitt tira de oficio paa llegar a esa extensión. Y es que salvo para los presumiblemente escasos lectores que se adentraron por primera vez en la saga gracias a "Odisea", el primer tercio de la novela no aportará prácticamente nada a los que ya la conozcan, pues se trata de poco más que una nueva toma de contacto con personajes, instituciones y situaciones ya conocidas. Con lo que lo único realmente salvable de esa primera parte es el personaje que le da título: Gregory MacAllister, excelentemente caracterizado gracias a su original mezcla de ingenio, elegancia y cinismo, y que con sus actos a lo largo de toda la novela y con sus reflexiones al comienzo de cada capítulo siempre consigue aportar algo al lector.
Otro fallo evidente es el juicio a Harry Beemer. Que empieza como una simple referencia en los interesantes titulares con los que el autor periódicamente complementa el panorama de la sociedad terrestre del año 2236, y al que poco a poco va prestando más atención hasta llegar a compartir un inesperado protagonismo con el episodio final del rescate de los científicos del hipercolisionador. Un juicio que sin embargo nunca llega a complementar la trama principal, ni aporta prácticamente nada a nivel especulativo, por lo que en definitiva se acaba revelando como una mera excusa para rellenar más páginas.
Un tercer fallo es que, salvo en su último cuarto, apenas hay rastro de la tensión que suele caracterizar a las novelas de McDevitt: sin restricciones temporales que acoten las posibles acciones, la expedición de Valya, Eric, Amy y MacAllister que ocupa el grueso de la novela es poco más que un paseo turístico por el espacio, con unos poco creíbles jinetes lunares como excusa, y varias breves excursiones a lugares cuya grado de fascinación queda lejos de lo ya presentado en otras novelas de la saga. Y cuando al fin aparece la intriga, lo hace de manera tan poco verosímil como es la especie de sueño telepático en la que una supuesta alienígena advierte a Amy de la inminente destrucción del hipercolisionador. Sin más justificación durante el resto de la novela.
Si a ello le sumamos otros defectos ya conocidos de otras novelas de la saga como un siglo XXIII excesivamente parecido al actual, o unas especulaciones científicas más escuetas de lo deseable, se entenderá por qué me pareció la novela más floja de la saga hasta entonces. No obstante, el ya conocido despliegue de naves recorriendo nuestra galaxia, lo coherente de la Academia, lo bien presentado que está el elemento astronómico, e incluso el reencuentro con personajes ya clásicos en el género como Priscilla Hutchins, hacen de la lectura de "Odisea" una experiencia agradable, además de sencilla gracias a sus capítulos cortos y al predominio de los diálogos.
No sólo eso: la apuesta del escritor por presentar primero y desentralazar después esa trama de intereses políticos y económicos en los ámbitos público y privado se demuestra válida para oxigenar la saga, y está lo suficientemente desarrollada para entenderla y a la vez reflexionar sobre los conflictos de intereses y las reacciones sociales que sin duda suscitará en un futuro la exploración espacial. Todo ello con un desenlace intenso y bien presentado. Y con la sorpresa final que supone una situación de cierre particularmente disruptiva tanto para la Academia como para sus personajes principales. Lo que deja a McDevitt en buena posición para seguir ampliando la saga sin repetirse. Cuestión sobre la que volveré cuando reseñe "Cauldron" dentro de unas semanas.
El fallo más obvio es que el argumento carece de la magnitud suficiente para ocupar casi cuatrocientas páginas, por lo que McDevitt tira de oficio paa llegar a esa extensión. Y es que salvo para los presumiblemente escasos lectores que se adentraron por primera vez en la saga gracias a "Odisea", el primer tercio de la novela no aportará prácticamente nada a los que ya la conozcan, pues se trata de poco más que una nueva toma de contacto con personajes, instituciones y situaciones ya conocidas. Con lo que lo único realmente salvable de esa primera parte es el personaje que le da título: Gregory MacAllister, excelentemente caracterizado gracias a su original mezcla de ingenio, elegancia y cinismo, y que con sus actos a lo largo de toda la novela y con sus reflexiones al comienzo de cada capítulo siempre consigue aportar algo al lector.
Otro fallo evidente es el juicio a Harry Beemer. Que empieza como una simple referencia en los interesantes titulares con los que el autor periódicamente complementa el panorama de la sociedad terrestre del año 2236, y al que poco a poco va prestando más atención hasta llegar a compartir un inesperado protagonismo con el episodio final del rescate de los científicos del hipercolisionador. Un juicio que sin embargo nunca llega a complementar la trama principal, ni aporta prácticamente nada a nivel especulativo, por lo que en definitiva se acaba revelando como una mera excusa para rellenar más páginas.
Un tercer fallo es que, salvo en su último cuarto, apenas hay rastro de la tensión que suele caracterizar a las novelas de McDevitt: sin restricciones temporales que acoten las posibles acciones, la expedición de Valya, Eric, Amy y MacAllister que ocupa el grueso de la novela es poco más que un paseo turístico por el espacio, con unos poco creíbles jinetes lunares como excusa, y varias breves excursiones a lugares cuya grado de fascinación queda lejos de lo ya presentado en otras novelas de la saga. Y cuando al fin aparece la intriga, lo hace de manera tan poco verosímil como es la especie de sueño telepático en la que una supuesta alienígena advierte a Amy de la inminente destrucción del hipercolisionador. Sin más justificación durante el resto de la novela.
Si a ello le sumamos otros defectos ya conocidos de otras novelas de la saga como un siglo XXIII excesivamente parecido al actual, o unas especulaciones científicas más escuetas de lo deseable, se entenderá por qué me pareció la novela más floja de la saga hasta entonces. No obstante, el ya conocido despliegue de naves recorriendo nuestra galaxia, lo coherente de la Academia, lo bien presentado que está el elemento astronómico, e incluso el reencuentro con personajes ya clásicos en el género como Priscilla Hutchins, hacen de la lectura de "Odisea" una experiencia agradable, además de sencilla gracias a sus capítulos cortos y al predominio de los diálogos.
No sólo eso: la apuesta del escritor por presentar primero y desentralazar después esa trama de intereses políticos y económicos en los ámbitos público y privado se demuestra válida para oxigenar la saga, y está lo suficientemente desarrollada para entenderla y a la vez reflexionar sobre los conflictos de intereses y las reacciones sociales que sin duda suscitará en un futuro la exploración espacial. Todo ello con un desenlace intenso y bien presentado. Y con la sorpresa final que supone una situación de cierre particularmente disruptiva tanto para la Academia como para sus personajes principales. Lo que deja a McDevitt en buena posición para seguir ampliando la saga sin repetirse. Cuestión sobre la que volveré cuando reseñe "Cauldron" dentro de unas semanas.
domingo, 27 de octubre de 2019
Aire (2005). Geoff Ryman
Una entrada más continúo reseñando las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del siglo XXI. Voy a reseñar en esta oportunidad "Aire", la novela más reconocida del escritor canadiense (aunque afincado desde hace muchos años en el Reino Unido) Geoff Ryman. Poco conocido para el lector en español, se trata de un escritor no demasiado prolífico que alterna en su bibliografía novelas más claramente adscritas a la fantasía con otras más cercanas a la ciencia-ficción, como la presente. "Aire" es una novela de ambientación original, con varios conceptos novedosos para despertar el interés del lector, y una complejidad social excelentemente captada, virtudes que propiciaron su nominación para los Premios Nébula. Pero también es una obra fantasiosa en exceso, y con algunas licencias argumentales difíciles de defender.
Sin duda lo mejor de la novela es Kizuldah, la pequeña y aislada villa en el imaginario país de Karzistán (una nación a medio camino entre China, Rusia y Kazajstán, con una larga historia de ocupaciones, guerras e invasiones que conformaron una sociedad multiétnica y multirreligiosa muy interesante). Kizuldah, excelentemente recreada con la ayuda del útil plano situado al comienzo del libro, es un lugar en el que la vida transcurre pobre, apacible y anónima para unas pocas decenas de familias cuyo entramado social Ryman recrea con una profundidad y esmero dignos de elogio. Y que va evolucionando, con sus envidias, sus rechazos, sus rencillas, su defensa de lo tradicional conforme Ryman va poniendo en juego sus "televisores" y su "aire".
Ambos conceptos, "televisiones" y "aire", representan evoluciones novedosas y relativamente plausibles de nuestros televisores "Smart TV" y de nuestra internet inalámbrica y móvil. Las primeras, además de sus funciones actuales, pueden funcionar como servidores, enviar correos electrónicos, imprimir contenidos y buscar información de todo tipo. Y el segundo supone el acceso definitivo a todo el mundo virtual que jamás haya existido, pero sin barreras, gratuito, y con la posibilidad de acceder no sólo a otras personas sino a todas las vivencias pasadas (y futuras) de cada personaje (sí, lo han leído bien).
Y es que precisamente ahí empiezan los problemas, en este tipo de licencias que se toma el escritor y que dañan la verosimilitud de la novela. Porque no es de recibo que "aire" permita ver el futuro, ni que mezcle la identidad psíquica de dos personas (en este caso la de la protagonista Mae Chung y la de su antigua profesora, la vieja Señora Tung). Como tampoco lo es que por ejemplo aparezca un perro que puede hablar, o que algo tan disruptivo como "aire" se pruebe de manera subrepticia y fallida y afecte precisamente a un lugar tan recóndito como Kizuldah.
Pero por si la verosimilitud de la obra no se hubiera visto suficientemente dañada por esas licencias, Ryman termina de arruinarla con situaciones inadmisibles: el embarazo "estomacal" de Mae y su posterior parto "por la boca" de un niño minúsculo y con todo tipo de malformaciones pero vivo; que su protagonista Mae acabe formando una familia aparentemente normal nada menos que con su ex-cuñado, su vecino y amante, y las hijas de éste; que la analfabeta Mae se convierta rápidamente y sin ayuda externa en toda una experta en el manejo de "aire"; o que un país tan atrasado como Karzistán albergue un laboratorio tan tecnológicamente avanzado como Yeshiboz Sistemlar. Otros defectos menores pero perceptibles son el contraste del larguísimo capítulo 14, más propio de una novela de Robin Cook, con el estilo del resto del libro, el alegórico penúltimo capítulo, menos aclaratorio de lo que esperaba y hasta un poco pesado, o que todo un New York Times ejerza de altavoz mediático para la humildísima vida de Mae.
A cambio de todos estos excesos e inconvenientes, Ryman nos entrega una memorable semblanza de las pequeñas vidas de un montón de personajes (tantos que hay que realizar un esfuerzo consciente para no perderse entre tanto nombre), y de cómo reaccionan de distintas maneras frente a los cambios tecnológicos. Porque al final eso es lo que perdura de la novela: el impacto que generan esas disrupciones tecnológicas en la gente humilde. Más incluso que el (esperable) episodio de la inundación de la aldea, que tal vez hubiera sido un mejor desenlace que el que finalmente nos propuso Ryman. Y es que a veces no es posible abarcar tantos frentes como los que había abierto en esta ambiciosa obra y mantenerlos al mismo nivel hasta el final.
Sin duda lo mejor de la novela es Kizuldah, la pequeña y aislada villa en el imaginario país de Karzistán (una nación a medio camino entre China, Rusia y Kazajstán, con una larga historia de ocupaciones, guerras e invasiones que conformaron una sociedad multiétnica y multirreligiosa muy interesante). Kizuldah, excelentemente recreada con la ayuda del útil plano situado al comienzo del libro, es un lugar en el que la vida transcurre pobre, apacible y anónima para unas pocas decenas de familias cuyo entramado social Ryman recrea con una profundidad y esmero dignos de elogio. Y que va evolucionando, con sus envidias, sus rechazos, sus rencillas, su defensa de lo tradicional conforme Ryman va poniendo en juego sus "televisores" y su "aire".
Ambos conceptos, "televisiones" y "aire", representan evoluciones novedosas y relativamente plausibles de nuestros televisores "Smart TV" y de nuestra internet inalámbrica y móvil. Las primeras, además de sus funciones actuales, pueden funcionar como servidores, enviar correos electrónicos, imprimir contenidos y buscar información de todo tipo. Y el segundo supone el acceso definitivo a todo el mundo virtual que jamás haya existido, pero sin barreras, gratuito, y con la posibilidad de acceder no sólo a otras personas sino a todas las vivencias pasadas (y futuras) de cada personaje (sí, lo han leído bien).
Y es que precisamente ahí empiezan los problemas, en este tipo de licencias que se toma el escritor y que dañan la verosimilitud de la novela. Porque no es de recibo que "aire" permita ver el futuro, ni que mezcle la identidad psíquica de dos personas (en este caso la de la protagonista Mae Chung y la de su antigua profesora, la vieja Señora Tung). Como tampoco lo es que por ejemplo aparezca un perro que puede hablar, o que algo tan disruptivo como "aire" se pruebe de manera subrepticia y fallida y afecte precisamente a un lugar tan recóndito como Kizuldah.
Pero por si la verosimilitud de la obra no se hubiera visto suficientemente dañada por esas licencias, Ryman termina de arruinarla con situaciones inadmisibles: el embarazo "estomacal" de Mae y su posterior parto "por la boca" de un niño minúsculo y con todo tipo de malformaciones pero vivo; que su protagonista Mae acabe formando una familia aparentemente normal nada menos que con su ex-cuñado, su vecino y amante, y las hijas de éste; que la analfabeta Mae se convierta rápidamente y sin ayuda externa en toda una experta en el manejo de "aire"; o que un país tan atrasado como Karzistán albergue un laboratorio tan tecnológicamente avanzado como Yeshiboz Sistemlar. Otros defectos menores pero perceptibles son el contraste del larguísimo capítulo 14, más propio de una novela de Robin Cook, con el estilo del resto del libro, el alegórico penúltimo capítulo, menos aclaratorio de lo que esperaba y hasta un poco pesado, o que todo un New York Times ejerza de altavoz mediático para la humildísima vida de Mae.
A cambio de todos estos excesos e inconvenientes, Ryman nos entrega una memorable semblanza de las pequeñas vidas de un montón de personajes (tantos que hay que realizar un esfuerzo consciente para no perderse entre tanto nombre), y de cómo reaccionan de distintas maneras frente a los cambios tecnológicos. Porque al final eso es lo que perdura de la novela: el impacto que generan esas disrupciones tecnológicas en la gente humilde. Más incluso que el (esperable) episodio de la inundación de la aldea, que tal vez hubiera sido un mejor desenlace que el que finalmente nos propuso Ryman. Y es que a veces no es posible abarcar tantos frentes como los que había abierto en esta ambiciosa obra y mantenerlos al mismo nivel hasta el final.
lunes, 7 de octubre de 2019
Tocando fondo (2003). Cory Doctorow
En esta nueva entrada prosigo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del siglo XXI. Voy a escribir hoy sobre "Tocando fondo", nominada al igual que "Omega" de Jack McDevitt (que reseñé en mi anterior entrada) a los Premios Nébula del año 2005. Con el más revelador título original de "Abajo y afuera en el Reino Mágico" (de Disney), se trata de la primera la novela (y seguramente la más conocida) del canadiense Cory Doctorow. Una novela con mucha personalidad y repleta de ideas originales, pero descabellada, superficial, escasamente cohesionada, no demasiado bien escrita y peor traducida y presentada.
Como su ampulosa y un tanto pedante introducción explica, la Sociedad Bitchun que crea Doctorow para su hipotético siglo XXIII cautiva desde el principio al lector con un montón de ideas originales. A destacar el Whuffie, la valoración que las demás personas otorgan a cada individuo, y que determina su éxito o fracaso social y consecuentemente económico, en lo que constituyó una clara y certera anticipación de los conceptos de "followers" y "likes" que tanto peso tienen en nuestras redes sociales actuales. También los back-ups que se realizan periódicamente todas las personas, y que permiten restaurarlas a partir de su última copia de seguridad pero con un cuerpo rejuvenecido o renovado, por ejemplo en caso de muerte accidental o simples ganas de volver a ser físicamente más joven. O la adhocracia, esa nueva forma de gobernanza basada en grupos auto-organizados que no trabajan por la necesidad de producir sino por el placer de dedicarse a lo que desean. Es cierto que Doctorow no se esfuerza en justificar estos y otros avances radicales, pero en todo caso se trata de un material especulativo de primer nivel.
El problema es que sacar partido a todas esas ideas sin que la novela parezca un galimatías o revele sus incoherencias es muy complicado, y a pesar de que la trama es lineal, Doctorow carece del talento para ello. Se nota que fue su primera novela, y que le faltaba el oficio para dimensionar tantos avances, para poner su historia en contexto, para estructurar temporalmente los acontecimientos, o para darle la profundidad adecuada a sus personajes. Además la traducción es deficiente, con los "porque" separados, los signos de puntuación usados a menudo de manera incorrecta, traducciones literales del inglés... y la edición es también bastante pobre, muy poco cuidada.
Tampoco ayuda que la historia transcurra casi íntegramente en el Disney World de Florida, un marco sumamemente original y quizá admisible para el lector norteamericano medio, pero que se antoja poco serio a los ojos europeos para explorar con rigor todas esas ideas brillantes. Ni que la trama gire en torno a las mejoras que los dos bandos que gradualmente surgen intentan aplicar a la "Sala de los Presidentes" y a la "Mansión Encantada". Dos de las atracciones más representativas del parque, es cierto, pero a todas luces insuficientes para dotar de verosimilitud a las apasionadas reacciones que emprenden los distintos personajes, y que incluso les llevan a menudo a cambiar de bando según las circunstancias.
Teniendo en cuenta todo lo anterior lo esperable es que el lector opte por dejarse llevar, sin apenas reflexionar sobre lo planteado o cuestionarse la viabilidad de determinadas ideas. Es innegable que Doctorow sí ha trabajado esas ideas, porque por ejemplo las implicaciones o el uso torticero de los back-ups, así como el retorno a la vida de los padres de Lil, o incluso el reemplazo del suicidio por el cabeceo hasta el "final de la Era Estrellífera" por el que opta Dan al final, son recursos originales a la vez que bien engarzados con lo planteado, y favorecen que el desenlace resulte razonablemente coherente. Pero para haber llevado "Tocando fondo" a otro nivel habría hecho falta una mayor extensión, una mayor atención a las vivencias y al mundo interior de Julius, el protagonista, y una prosa más madura y sugestiva. Una lástima: a menudo las ideas brillantes no dan lugar a novelas brillantes.
Como su ampulosa y un tanto pedante introducción explica, la Sociedad Bitchun que crea Doctorow para su hipotético siglo XXIII cautiva desde el principio al lector con un montón de ideas originales. A destacar el Whuffie, la valoración que las demás personas otorgan a cada individuo, y que determina su éxito o fracaso social y consecuentemente económico, en lo que constituyó una clara y certera anticipación de los conceptos de "followers" y "likes" que tanto peso tienen en nuestras redes sociales actuales. También los back-ups que se realizan periódicamente todas las personas, y que permiten restaurarlas a partir de su última copia de seguridad pero con un cuerpo rejuvenecido o renovado, por ejemplo en caso de muerte accidental o simples ganas de volver a ser físicamente más joven. O la adhocracia, esa nueva forma de gobernanza basada en grupos auto-organizados que no trabajan por la necesidad de producir sino por el placer de dedicarse a lo que desean. Es cierto que Doctorow no se esfuerza en justificar estos y otros avances radicales, pero en todo caso se trata de un material especulativo de primer nivel.
El problema es que sacar partido a todas esas ideas sin que la novela parezca un galimatías o revele sus incoherencias es muy complicado, y a pesar de que la trama es lineal, Doctorow carece del talento para ello. Se nota que fue su primera novela, y que le faltaba el oficio para dimensionar tantos avances, para poner su historia en contexto, para estructurar temporalmente los acontecimientos, o para darle la profundidad adecuada a sus personajes. Además la traducción es deficiente, con los "porque" separados, los signos de puntuación usados a menudo de manera incorrecta, traducciones literales del inglés... y la edición es también bastante pobre, muy poco cuidada.
Tampoco ayuda que la historia transcurra casi íntegramente en el Disney World de Florida, un marco sumamemente original y quizá admisible para el lector norteamericano medio, pero que se antoja poco serio a los ojos europeos para explorar con rigor todas esas ideas brillantes. Ni que la trama gire en torno a las mejoras que los dos bandos que gradualmente surgen intentan aplicar a la "Sala de los Presidentes" y a la "Mansión Encantada". Dos de las atracciones más representativas del parque, es cierto, pero a todas luces insuficientes para dotar de verosimilitud a las apasionadas reacciones que emprenden los distintos personajes, y que incluso les llevan a menudo a cambiar de bando según las circunstancias.
Teniendo en cuenta todo lo anterior lo esperable es que el lector opte por dejarse llevar, sin apenas reflexionar sobre lo planteado o cuestionarse la viabilidad de determinadas ideas. Es innegable que Doctorow sí ha trabajado esas ideas, porque por ejemplo las implicaciones o el uso torticero de los back-ups, así como el retorno a la vida de los padres de Lil, o incluso el reemplazo del suicidio por el cabeceo hasta el "final de la Era Estrellífera" por el que opta Dan al final, son recursos originales a la vez que bien engarzados con lo planteado, y favorecen que el desenlace resulte razonablemente coherente. Pero para haber llevado "Tocando fondo" a otro nivel habría hecho falta una mayor extensión, una mayor atención a las vivencias y al mundo interior de Julius, el protagonista, y una prosa más madura y sugestiva. Una lástima: a menudo las ideas brillantes no dan lugar a novelas brillantes.
sábado, 21 de septiembre de 2019
Omega (2003). Jack McDevitt
Una entrada más continúo con las reseñas de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del presente siglo. Voy a hablarles hoy de "Omega", del estadounidense Jack McDevitt, nominada al Nébula de 2005, el cual ganó la novela de fantasía "Paladín de almas", de Lois McMaster Bujold, que como bien saben, queda fuera del ámbito de este blog. Con la reseña de "Omega" sucede algo curioso: siendo la cuarta novela de la saga de "Las máquinas de Dios", en rigor debería haberla reseñado hace unos años, cuando estuve revisando las principales sagas disponibles para el lector en español. Pero entonces justo me detuve en la reseña de la anterior entrega de la saga, "Chindi". La razón fue que en aquel momento no había leído la saga más allá de la esa entrega; "Chindi" me pareció la más floja de las tres, y hasta cierto punto todas las novelas de la misma son relativamente parecidas, por lo que necesitaba un descanso. Pero la de la "Las máquinas de Dios" es una saga muy bien escrita, de esas que deja poso en el lector, por lo que unos años más tarde me apeteció retomar la lectura de las restantes novelas que la conforman (en español). Y como, no por casualidad, las cuarta, quinta y sexta entregas fueron también nominadas a los Premios Nébula, ahora voy a poder afrontar sus reseñas. En el caso de "Omega" debo empezar diciendo que cuando la leí me pareció posiblemente la mejor entrega de la saga hasta entonces, por riqueza especulativa e ingenio creativo. Aunque el desenlace no estuvo a la altura del resto del libro.
Ahora bien, debo advertir de que para subir el listón de la saga, McDevitt renuncia en ella a algunas de las señas de identidad de la misma. La más obvia es que, seguramente consciente de que las descripciones de restos arqueológicos y las especulaciones sobre la civilización que los construyó ya son un planteamiento gastado, nos propone en esta oportunidad una expedición a un planeta (Lookout) habitado por una civilización inteligente (los korbs o goompah). Lo que inmediatamente traslada la novela a otra dimensión. Además, también renuncia a que la expedición la lidere la protagonista absoluta de la saga hasta ahora (Priscilla Hutchins, reducida a un rol relativamente secundario como Directora de Operaciones de la Academia). Incluso abre un poco la mano con los gadgets del siglo XXIII, recurriendo a unos imprescindibles disruptores lumínicos que otorgan la invisibilidad a quienes los portan.
Todo ello no supone que McDevitt altere la ya conocida estructura de las novelas de la saga: un prólogo que nos da la medida del problema, los preparativos para una expedición a los confines de la galaxia, la propia expedición, las peripecias en el destino bajo la presión de la restricción temporal, el epílogo para atar cabos, una extensión similar... Sólo que en este caso se beneficia de la presencia de esos alienígenas inteligentes que tanto juego dan con los inevitables primeros contactos, las graduales averiguaciones sobre su biología, sus creencias y sus sociedades, y la imperiosa necesidad de salvarlos.
Unos alienígenas, por cierto, no excesivamente originales morfológicamente hablando, pero sí cautivadores por todo aquello en lo que difieren de los humanos: sin guerras, ni pretensiones expansionistas, ni restricciones sexuales, ni avances tecnológicos reseñables... Pero sí con inquietudes religiosas, capacidad de análisis y creaciones artísticas. Todo ello, además, justificado en el epílogo con una idea ingeniosa. Lo que permite a McDevitt contraponerlos a los humanos en ámbitos tan variopintos como la amplitud de miras o la necesidad del trabajo. Enriqueciendo además su puesta en escena con personajes tan sugestivos como la "monologuista" Macao, y con expediciones tan evocadoras como la que pretende circunvalar el planeta para regresar al Intigo.
La pena es que, a la hora de culminar su novela con el esperable clímax de aventura y tensión, McDevitt esta vez no da la talla: sorpresivamente renuncia a narrarnos la llegada de la nube Omega al Intigo, y se contenta con un par de capítulos cortos para salvar a los goompah que tratan de rodear el continente oriental. Tampoco la amenaza que sustenta la novela (las nubes Omega) es realmente original, pues ya había recurrido a ella para rematar "Las máquinas de Dios". Ni se complica a la hora de proponer una hipótesis para su existencia (la averiguación final de Hutchins es francamente decepcionante). Otros defectos menores son la falta de justificación para los "demonios" humanoides de la mitología goompah, la falta de una explicación sobre por qué la duración del hipervuelo hasta goompah es precisamente de nueve meses, o los realmente infantiloides pasajes dedicados a la vida de Hutchins en familia.
Eso sí, a cambio la novela ofrece muchas satisfacciones a todos aquellos que valoran la ciencia-ficción "clásica": el respeto por el componente científico (en especial en lo relativo a astronomía e ingeniería aeroespacial), un sentido de la maravilla muy cuidado, algunas sorpresas como la muerte del teórico protagonista antes de lo esperado, una adecuada representación de los poderes que orbitarían en torno a un acontecimiento tan relevante, muchos capítulos disfrutables (la mayoría de los que transcurren en el Intigo), una prosa dinámica y con frecuentes diálogos que facilitan que la novela se lea con facilidad a pesar de su extensión, un encaje coherente con el resto de la saga... razones todas ellas que justificaron su merecida nominación a los Premios Nébula justo cuando la ciencia-ficción "clásica" menos se estaba cultivando.
Ahora bien, debo advertir de que para subir el listón de la saga, McDevitt renuncia en ella a algunas de las señas de identidad de la misma. La más obvia es que, seguramente consciente de que las descripciones de restos arqueológicos y las especulaciones sobre la civilización que los construyó ya son un planteamiento gastado, nos propone en esta oportunidad una expedición a un planeta (Lookout) habitado por una civilización inteligente (los korbs o goompah). Lo que inmediatamente traslada la novela a otra dimensión. Además, también renuncia a que la expedición la lidere la protagonista absoluta de la saga hasta ahora (Priscilla Hutchins, reducida a un rol relativamente secundario como Directora de Operaciones de la Academia). Incluso abre un poco la mano con los gadgets del siglo XXIII, recurriendo a unos imprescindibles disruptores lumínicos que otorgan la invisibilidad a quienes los portan.
Todo ello no supone que McDevitt altere la ya conocida estructura de las novelas de la saga: un prólogo que nos da la medida del problema, los preparativos para una expedición a los confines de la galaxia, la propia expedición, las peripecias en el destino bajo la presión de la restricción temporal, el epílogo para atar cabos, una extensión similar... Sólo que en este caso se beneficia de la presencia de esos alienígenas inteligentes que tanto juego dan con los inevitables primeros contactos, las graduales averiguaciones sobre su biología, sus creencias y sus sociedades, y la imperiosa necesidad de salvarlos.
Unos alienígenas, por cierto, no excesivamente originales morfológicamente hablando, pero sí cautivadores por todo aquello en lo que difieren de los humanos: sin guerras, ni pretensiones expansionistas, ni restricciones sexuales, ni avances tecnológicos reseñables... Pero sí con inquietudes religiosas, capacidad de análisis y creaciones artísticas. Todo ello, además, justificado en el epílogo con una idea ingeniosa. Lo que permite a McDevitt contraponerlos a los humanos en ámbitos tan variopintos como la amplitud de miras o la necesidad del trabajo. Enriqueciendo además su puesta en escena con personajes tan sugestivos como la "monologuista" Macao, y con expediciones tan evocadoras como la que pretende circunvalar el planeta para regresar al Intigo.
La pena es que, a la hora de culminar su novela con el esperable clímax de aventura y tensión, McDevitt esta vez no da la talla: sorpresivamente renuncia a narrarnos la llegada de la nube Omega al Intigo, y se contenta con un par de capítulos cortos para salvar a los goompah que tratan de rodear el continente oriental. Tampoco la amenaza que sustenta la novela (las nubes Omega) es realmente original, pues ya había recurrido a ella para rematar "Las máquinas de Dios". Ni se complica a la hora de proponer una hipótesis para su existencia (la averiguación final de Hutchins es francamente decepcionante). Otros defectos menores son la falta de justificación para los "demonios" humanoides de la mitología goompah, la falta de una explicación sobre por qué la duración del hipervuelo hasta goompah es precisamente de nueve meses, o los realmente infantiloides pasajes dedicados a la vida de Hutchins en familia.
Eso sí, a cambio la novela ofrece muchas satisfacciones a todos aquellos que valoran la ciencia-ficción "clásica": el respeto por el componente científico (en especial en lo relativo a astronomía e ingeniería aeroespacial), un sentido de la maravilla muy cuidado, algunas sorpresas como la muerte del teórico protagonista antes de lo esperado, una adecuada representación de los poderes que orbitarían en torno a un acontecimiento tan relevante, muchos capítulos disfrutables (la mayoría de los que transcurren en el Intigo), una prosa dinámica y con frecuentes diálogos que facilitan que la novela se lea con facilidad a pesar de su extensión, un encaje coherente con el resto de la saga... razones todas ellas que justificaron su merecida nominación a los Premios Nébula justo cuando la ciencia-ficción "clásica" menos se estaba cultivando.
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"El Alzamiento de Persépolis" (2017). James S. A. Corey
Con la entrada que hoy les traigo continúo mi segundo recorrido por las sagas más relevantes para el lector de ciencia-ficción en español....
