domingo, 15 de diciembre de 2019

Cauldron (2007). Jack McDevitt

Una entrada más continúo con la reseña de las novelas ganadoras o nominadas a los Premios Nébula durante la primera década del presente siglo que aún no hubieran tenido su entrada propia en este humilde blog. Le ha llegado el turno a "Cauldron", finalista de los Premios Nébula del 2009, un año en el que la ganadora fue Ursula K. LeGuin con su novela de fantasía "Poderes". "Cauldron" es además la sexta novela de la saga de "Las máquinas de Dios", y la cuarta en ser nominada a los Premios Nébula, lo que habla a las claras del nivel medio de la serie. Aunque tras la lectura de "Odisea", la entrega inmediatamente anterior de la saga, que ya reseñé hace algunas semanas, mi impresión era que la saga se encontraba en una fase claramente descendente en cuanto a calidad e interés. Por eso debo admitir que "Cauldron", planteada como conclusión de todas las novelas anteriores, resultó mejor de lo que esperaba: coherente, plena de sentido de la maravilla, relativamente verosímil y con pasajes brillantes. Si bien su elaborado argumento podría haber dado más de sí.

Porque durante casi toda su primera mitad, "Cauldron" parece emular a "Odisea", y ser más una excusa para continuar alargando la saga a partir de cuestiones políticas y económicas internas de la Tierra que una novela de exploración galáctica, que es lo caracteriza a la saga y lo que en realidad se narrará en su segunda mitad. Se trata de un tramo excesivamente largo, falto de tensión en su mayor parte, y recurrente a causa de los dos ensayos del motor transdimensional que relata McDevitt, relativamente similares. Si bien he de reconocer que el recurso al nuevo motor Locarno, mucho más veloz que los Hazeltines en los que hasta ese momento se había basado toda la exploración interestelar, es una buena forma de darle una vuelta de tuerca a la saga sin llegar a repetirse, y las penurias por las que atraviesa la exploración espacial tras el cierre de la Academia un trasfondo creíble.

Probablemente lo mejor de todos los preparativos que preceden a la travesía hasta el centro de la galaxia sea la naturalidad con la que McDevitt va recuperando a muchos de sus personajes de las cinco novelas anteriores, hasta llegar al delicioso cameo de varios de ellos en uno de los eventos para recaudar fondos organizado por la fundación Prometeo. Aunque el personajes de Antonio, el "Doctor Ciencia", que precisamente no es uno de ellos, se cuela en la tripulación de la travesía de manera poco convincente y desentona un tanto del resto de miembros. Y la edad de Priscilla Hutchins, la emblemática protagonista de la saga, se estira más de lo creíble para mostrarla aún lozana, en plenas facultates físicas e incluso con hijos universitarios a sus casi noventa años.

En todo caso, una vez el Locarno confirma su viabilidad y comienza el viaje al núcleo de la galaxia, la novela cobra otra dimensión y se sitúa a la altura de los mejores pasajes de la saga: McDevitt cautiva al lector con la verosimilitud de todo lo que rodea a los viajes transdimensionales, sus notables conocimientos astronómicos, su capacidad para reflejar la vida a bordo de las naves, o la naturalidad con la que utiliza sus Inteligencias Artificiales. Además, el escritor aprovecha el recorrido para intentar cerrar algunas cuestiones que habían quedado abiertas en novelas anteriores (desde la civilización que construyó el Chindi hasta el ente que fabrica las nubes Omega), y lo hace con aventuras y episodios de tensión, a menudo dramáticos hasta el extremo de acabar con la vida de alguno de los integrantes de la expedición.

El principal pero que ponerle a esta segunda mitad de la saga es que el escritor pasa demasiado deprisa por Makai 447, Sigma 2711 o incluso la zona Mordecai. Y es que muchos de estos lugares habrían dado en otro punto de la saga para mucho más que treinta o cuarenta páginas. Una impresión que se acentúa si se comparan los acontecimientos en tan sugestivos lugares con la morosidad de la primera parte. Parece claro que pesó más en McDevitt su intención de rematar de la manera más completa posible la saga que su conocida tendencia a recrear y explorar lugares fascinantes de la galaxia. A cambio, las sensaciones y las reflexiones de sus protagonistas durante la travesía están muy bien captadas, las implicaciones del nuevo motor bien presentadas, y el desenlace, con Frank como fascinante antagonista de los expedicionarios, está muy bien resuelto y mejora a última hora la impresión general del libro (sin olvidar el epílogo, que detalla con acierto la vida de los supervivientes a su vuelta). Todo ello refrenda el dominio del autor sobre toda su obra, así como la consistencia de su argumento. Razones suficientes para completar la lectura de la saga hasta el final.

Por cierto que el año pasado el veterano escritor finalmente añadió, tras un parón de una década, una séptima novela a la saga, cuando todo daba a entender que ésta había terminado con "Cauldron". Pero "The long sunset" permanace inédita para el lector en español, y tampoco ha sido nominada a ningún premio relevante del género, por lo que de momento no la voy a leer.

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