Poco a poco me voy acercando al final de las entradas dedicadas a reseñar los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. En la presente entrada voy a hablarles de "La faz de las aguas", que sin ser uno de sus clásicos absolutamente recomendables, sí que es en mi opinión una meritoria novela, más si se tiene en cuenta que es una de las últimas que escribió. Estructurada en tres partes, y alejada de la concisición que lo caracterizaba en la producción de su quinquenio dorado (quinientas páginas nada menos), es una obra a medio camino entre el viaje iniciático y la novela de aventuras, que intenta tomar lo mejor de ambas. Una lástima que el desenlace no esté a la altura.
Silverberg sitúa la narración en el planeta Hydros, un mundo esencialmente acuático, con apenas unas decenas de islas artificiales donde la humanidad puede subsistir en condiciones rudimentarias, y sin posibilidad de salir del mismo. En la primera parte, prácticamente intachable, relata la vida de una pequeña comunidad humana en la isla de Sorve en convivencia con una comunidad nativa de gillies, que es la especie que la construyó. Centrada como toda la novela en Valben Lawler, el médico de la isla, nos muestra lo precaria y sin embargo apacible que resulta la vida humana en ese pequeño rincón del planeta Hydros en pleno siglo XXIV. Son unas páginas fascinantes tanto por el marco escénico presentado como por el ingenio aplicado por los humanos para desempeñar la mayoría de las profesiones de cualquier sociedad, a pesar de la enorme escasez de materias primas. Lawler, el alter ego de Silverberg, desempeña su profesión de médico con unos notables conocimientos científicos, y a través de sus pacientes vamos conociendo al resto de la comunidad de Sorve (el líder de la isla Nid Delagard, el inseguro padre Quillan, la errante reparadora de barcos Sundria Thane...). Tanto la isla como los personajes están excelentemente caracterizados y cuando, a raíz de la afrenta de Delagard a los buzos, los gillies obligan a los humanos a abandonar completamente la isla, las especulaciones y los sentimientos de los distintos personajes están a la altura de lo presentado hasta ahora.
La segunda parte, que relata la travesía en la que los seis barcos de la población de Sorve se dirige hacia el Mar Vacío, mantiene el nivel de la anterior: más focalizada en la vertiente de aventuras, cautiva por la cantidad y originalidad de especies que imagina Silverberg (drakkens, peces bruja, peces espolón, bocas...), y algunas de las situaciones límite que plantea y resuelve (desde la falta de agua potable hasta la gran Ola y sus terribles consecuencias sobre la flota, pasando por la revelación de que adonde realmente se están dirigiendo es a la Faz de las Aguas). Silverberg aprovecha hábilmente esta parte para revisitar las vivencias de Lawler, reflexionar sobre ellas, y enfatizar su obsesión por la extinta Tierra, origen de sus antepasados.
Es en la tercera parte en la que se concentran casi todos los defectos. No es que la Faz de las Aguas no funcione como elemento alegórico-expiatorio, pero Silverberg se recrea en exceso hasta que llegan a ella (hay treinta o cuarenta páginas reiterativas), se limita a presentarla como un artificio de luces y colores con poderes parapsicologicos, y finalmente representa sólo un manido concepto muy similar a la Gaia de Isaac Asimov, el cerebro que armoniza a todas las criaturas de Hydros y las orienta hacia los "invasores" (los humanos) para preservar el ecosistema del planeta. Ello unido a otros detalles mejorables como la ausencia de un mapa de Hydros que permitiera situar la lectura, de una referencia cronológica más clara, o incluso una trama algo simple, hacen que la novela no pase a formar parte de lo mejor de la producción del estadounidense. Pero las bondades ya citadas, junto a su brillante prosa, certera estructuración y sentido de la maravilla a lo largo de la misma, sí que la convierten en una lectura recomendable.
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