lunes, 22 de febrero de 2016

El mundo interior (1971). Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español del estadounidense Robert Silverberg, mi escritor de ciencia-ficción favorito. Aún sigo reseñando novelas de su quinquenio dorado (1967 - 1972), un periodo de una extraordinaria fecundidad creativa no reñida en absoluto con la calidad. Como una vez más se encarga de evidenciar la novela que les presento hoy, "El mundo interior". Que sin ser en mi opinión una de sus mejores novelas, sí que entra dentro de la categoría de recomendables. Además de ser su novela más claramente etiquetable dentro del sugestivo subgénero de las distopías. Tanto, que resulta evidente que el autor primó un marco distópico atrayente sobre una trama esencialmente limitada a vivencias puntuales de unos cuantos personajes.

Estamos a finales del siglo XXIV. La falta consciente de control de la natalidad ha elevado la población de la Tierra hasta alcanzar los setenta y cinco mil millones de personas. Pero la humanidad ha encontrado la solución habitacional a esta situación: las Monurb o Mónadas Urbanas, torres de mil plantas que albergan casi un millón de personas y que se agrupan en constelaciones. Cada Monurb está dividida en veinticinco ciudades con nombres tomados de las ciudades contemporáneas, de cuarenta plantas cada una, y estructuradas en orden ascendente de status. De suerte que la vida en ellas es autocontenida: sus habitantes no necesitan salir para llevar una existencia plena, y los individuos que no se adaptan a esta forma de vida son eliminados sin contemplaciones. Un marco escénico absolutamente fascinante, de lo mejor que ha dado el género, y que cautiva por lo inquietantemente cercano que parece a la evolución de la población mundial y a las tendencias en nuestras urbes contemporáneas.

Por si fuera poco, la novela arranca de manera espléndida, con unos excelentes dos primeros capítulos, que sitúan perfectamente al lector y lo predisponen para grandes momentos. Pero a partir del tercer capítulo, tan "alucinógeno" como mayoritaramente prescindible, la novela decae un tanto. A ello contribuye el gran número de personajes que van desfilando por sus páginas en esos primeros capítulos sin interaccionar demasiado entre ellos (Charles, Dillon, Aurea, Jason, Siegmund, Micaela...), lo que dificulta identificar un elenco protagonista claro. Y tampoco ayuda que la novela tiende a enfocarse en exceso en los conflictos sexuales (hay que entender que la novela se escribió en pleno auge de la New Wave), cuando el marco distópico planteado podría funcionar igualmente en otras muchas áreas.

A pesar de lo anterior, esa sucesión de episodios personales y un tanto inconexos en que se convierte resulta casi siempre interesante. Y la maestría con la que Silverberg trata a sus personajes se pone una vez más de manifiesto, en especial en el largo e intenso capítulo sexto. Porque otra cualidad de "El mundo interior" es su concisión: sólo siete largos capítulos, enfocados cada uno de ellos mayoritariamente en un personaje diferente, y con múltiples episodios cada uno. Lo que se traduce en apenas doscientas páginas que, con una prosa brillante y un lenguaje nunca explícito, se bastan y se sobran para mostrarnos este posible mundo futuro y explotarlo con gran cantidad de sus habituales y jugosas reflexiones.

Y es que lo que permanece en la mente del lector años después de disfrutar de la novela no es la trama, ni el desenlace, ni un episodio concreto, sino lo que sugiere esta distopía. No sólo en el ámbito personal (la propuesta del fin de la intimidad como camino para lograr la máxima felicidad y paz interior, los inconvenientes de una vida hacinada, represiva, o la forma como la sociedad creada afecta a los humanos que no se adaptan a ella), sino también en el económico y social (al extinto expansionismo le contrapone una sociedad en un equilibrio precario que se intenta mantener gracias al no siempre efectivo condicionamiento psicológico impuesto). Junto a ello nos ofrece un sugestivo panorama de cómo podría ser la vida en ese siglo, con un elemento científico razonablemente cuidado, así como posibles efectos beneficiosos de esa evolución como la eliminación de las guerras y el crimen. Todo ello compone un fresco perdurable, que nos volverá a la mente una y otra vez al adentrarnos de nuevo en estos temas en la prensa o la literatura. Por ello disculpo los errores de esta novela y la recomiendo a cualquier lector, sabiendo que las distopías suelen tener también buena acogida entre lectores ajenos al mundillo de la ciencia-ficción.

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