Con la presente entrega prosigo con mi nuevo recorrido por algunas de las mejores sagas disponibles para el lector en español, y que aún no habían aparecido (o no en su totalidad) por este humilde blog. Les recuerdo que estoy reseñando últimamente la saga de Akasa-Puspa, la obra más conocida de los valencianos Juan Miguel Aguilera y Javier Redal. De la cual se supone que éste que hoy les traigo es el tercer título (más adelante aclararé esta "suposición"): "El Refugio". Publicada pocos años después de sus dos precedesoras, fue reescrita en el presente siglo por Aguilera bajo el título de "Némesis" (2006). Pero, como ya aclaré en mi anterior entrada, no soy partidario de estas escrituras realizadas mucho tiempo después, así que la que hoy reseño es la obra original, con sus aciertos y sus errores. Se trata de una novela ambiciosa, repleta de ideas fascinantes y tremendamente elaborada desde el punto de vista científico, que encierra una historia plausible para el origen y la posterior expansión de la vida inteligente por el Sistema Solar, y que adopta la apariencia de una novela de acción en aras de una mayor amenidad.
Empiezo aclarando la suposición. EL libro comparte con la saga de Akasa-Puspa algunos elementos (ascensores espaciales, una todopoderosa inteligencia alienígena, delfines como pilotos de naves, la pretensión final de encerrar el Sistema Solar en una Esfera de Dyson) y el estilo narrativo (la vertiente de aventuras, la continua interpelación al sentido de la maravilla del lector, las complejas y bien presentadas explicaciones científicas). Pero considero un error encuadrarlo en la saga: aunque aparezca así en la Wikipedia y otras páginas webs, la etiqueta de "precuela" que se le otorga me parece excesiva. Y no sólo por la enorme distancia temporal con el resto de títulos, sino porque aquí no hay space opera (ni Imperio, ni Utsarpini, ni Hermandad), la vida alienígena es completamente diferente a la de la saga (no nos toparemos con colmeneros, ni con angriffs), y el cúmulo globular que da nombre a la saga no se menciona ni una sola vez. Todo ello no es óbice para que la novela resulte disfrutable por sí misma, pero es mejor no llamarse a equívoco, por mucho que yo lo esté reseñanado ahora aquí.
Como es habitual en Aguilera y Redal, la virtud más destacable de la novela me parece el equilibrio entre aventuras sugestivas y ciencia-ficción dura. Con un profuso despliegue de medios en ambos frentes. Tanto, que cuesta creer todo lo que los autores son capaces de concentrar en apenas cuatrocientas páginas: el descubrimiento de la antigua civilización marciana, el bombardeo de antimateria que sufre la Tierra, el excelente aprovechamiento de la milenaria tecnología marciana, la exhaustiva exploración de un cometa, el ataque a cargo de la latente vida alienígena, los secretos que esconde el gaseoso Júpiter... Y todo al mismo nivel al que brillan las explicaciones astronómicas sobre los singulares fenómenos físicos y biológicos descritos, la utilización de tecnologías punteras para los vuelos espaciales (desde velas solares a másares remotos), el empleo del ADN para preservar el legado marciano durante millones de años, la presencia de drones controlados cibernéticamente... Como pueden ver, la lista es abrumadora, y en manos de autores de menor creatividad habría dado para una decena de novelas.
Por si todo lo anterior fuera poco, la lectura resulta siempre dinámica y amena: en todos los capítulos sucede algo, los marcos escénicos cautivan de principio a fin, se nos ofrecen hallazgos poco habituales en el género como la preeminencia de las órdenes religiosas en cuanto sucede tanto en la Tierra como en el resto del Sistema Solar, se nos proporcionan sugestivas pinceladas sociopolíticas (como la organización que adoptan los colonos en Marte o la preponderancia de las familias japonesas más poderosas en la exploración espacial), y todo ello jalonado con frecuentes momentos de tensión y angustia.
Por desgracia, la novela adolece de ciertos defectos que perjudican el resultado final. Quizá el más obvio sea la saturación que provocan en el lector tantas revelaciones: hay tantas y tan seguidas, que apenas podrá asimilarlas. El seguimiento de los personajes también resulta complicado; quitando unos cuantos (Susana, Benazir, Lenov, Kramer, tal vez Sandra), el resto apabullan no tanto por su necesaria diversidad en una novela repartida entre tantos frentes, sino porque cuesta ubicarlos (habría venido muy bien un listado de personajes como el de las dos novelas anteriores de la saga), no digamos ya caracterizarlos o comprender sus inquietudes. Y sorprende la frialdad con la que tanto los propios supervivientes en la Tierra como los terrestres fuera del planeta madre, actúan en relación con la reciente catástrofe.
Otros defectos menores son el cuestionable postulado de que los delfines estén más capacitados para pilotar naves espaciales que los ordenadores más avanzados, la velocidad excesiva a la que los científicos humanos interpretan la ancestral biotecnología marciana, la celeridad con la que la vida humana en la Tierra se recupera del devastador ataque, los habituales defectos en el uso del español de ambos autores (palabras repetidas en frases consecutivas, conjugación del verbo haber, empleo de tiempos verbales incorrectos...), o las dificultades a la hora de balancear la narración entre los avatares de la exploración en la atmósfera de Júpites y la destrucción del ascensor orbital.
El desenlace, en cambio, mejora la impresión final, pues aparte de vertiginoso en las dos líneas narrativas en las que los autores lo desdoblan (Júpiter y la Tierra), propone en sus páginas finales una reinterpretación en una segunda dimensión, de carácter cósmico y al mismo tiempo certero a la hora de atar cabos sueltos. Confirmando que nos hallamos ante una obra de mucho nivel para tratarse de una producción patria.
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
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