domingo, 22 de agosto de 2021

Las crisálidas (1955). John Wyndham

Con la presente entrada continúo con la reseña de novelas de referencia de los más relevantes escritores británicos de ciencia-ficción. Seguimos avanzando en el tiempo y llegamos al año 1955, en el que vio la luz "Las crisálidas", una de las novelas más conocidas de John Wyndhman. Que aunque es recordado sobre todo por la sensacional "El día de los trífidos" posee, en su extensa bibliografía, varias obras indudablemente recomendables. Entre las cuales se incluye la que hoy es objeto de mi reseña: una notable novela sobre las consecuencias de una catástrofe apocalíptica en las diversas sociedades que perviven, con un excelente equilibrio entre acción y especulación, y que ha soportado muy bien el paso del tiempo.

Wyndham da una lección magistral sobre cómo escribir una novela sin una sola página de relleno. Desde el primer capítulo nos sumerge con su prosa poderosa y fluida en la comunidad de Waknuk, un cúmulo de granjas en el interior de la Península de Labrador, en Canadá. Y sin necesidad de explicar la "Tribulación" que acaeció siglos atrás y que acutó como detonante de las dificultades actuales, es capaz de hacernos aprehender la rigidez integrista derivada de la necesidad de preservar la pureza de las distintas especies frente a la constante amenaza de las mutaciones. En este ambiente integrista, en el cual su padre ejerce un férreo control, David Strom irá narrando en primera persona su gradual comprensión del mundo que lo rodea, así como de la singularidad que condiciona su vida: sus capacidades telepáticas.

Otro gran acierto de la novela es su habilidad para conjugar distopía y aventuras. Casi en cada capítulo Wyndham nos va descubriendo los distintos grupos de humanos que viven marginados, ocultos o exiliados a causa de sus particularidades físicas, con toda la carga especulativa que ello ofrece y, al mismo tiempo, ese gradual proceso de descubrimiento va acompañado de los avatares de David, de su fijación por Sophie, de las clarificadoras conversaciones con su tío Axel, de la determinante irrupción de su hermana Petra, y de la cada vez más acuciante necesidad de ocultar su don hasta que llega el momento de emprender la huida.

A pesar de las décadas transcurridas desde su publicación, sorprende lo actual que continúa resultando el libro. No ya por su temática, algo esperable ya que la xenofobia, la imposición de ideas o la amenaza de lo diferente siguen siendo cuestiones de rabiosa actualidad, sino por la mesura a la hora de caracterizar las sociedades futuras, y la coherencia entre sus situaciones concretas y los actos que devienen de ellas. La ignorancia, la pobreza de medios o la economía de subsistencia son bazas seguras, pero el escritor sabe no emborronarlas con conceptos o artilugios fuera de lugar.

Otros aciertos dignos de mención son la capacidad para construir el clímax con el que rematar la historia (en el último tercio de la novela es casi imposible interrumpir la lectura), la habilidad para ubicar espacialmente al lector (los Márgenes, las Malas Tierras, la Costa Negra o Sealand están estupendamente delineados), o la capacidad para utilizar a sus personajes de manera que ofrezcan la perspectiva más amplia y completa posible (la abnegación de Sophie, la inteligencia de Michael, las supercapacidades de Petra, el contraliderazgo ejercido por el Hombre-Araña...).

En el capítulo del debe, nada especialmente grave. Dejando al margen la viabilidad real de unas capacidades telepáticas tan extraordinarias, lo que más chirría es que en sus sueños David pueda anticipar tan nítidamente las ciudades de Sealand. Además, los "sermones" de la "amiga de Sealand" que rescata a los protagonistas resultan un poco cargantes, y a la vez están impregnados de la misma supremacía condescendiente (aunque menos evidente) que la de Joseph Strom, el padre de David. Y la sustancia pegajosa con la que se detiene la lucha y se mata a tantas personas me parece el único recurso realmente fuera de lugar. En todo caso, estos detalles no enturbian en demasía una obra coherente, bien cohesionada y mejor resuelta, que demuestra que el entretenimiento no está reñido con la capacidad de hacernos reflexionar. Todo un clásico por descubrir.

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