sábado, 22 de octubre de 2016

Que no desciendan las tinieblas (1941). Lyon Sprague de Camp

Con la presente entrada inauguro las reseñas que voy a dedicar a muchas de las principales novelas del subgénero de las ucronías disponibles en español. Y lo hago con "Que no desciendan las tinieblas". Pocas veces hay tanto consenso respecto a la novela que inauguró formalmente un subgénero tan atrayente. Y es que la literatura de ciencia-ficción apenas estaba iniciando su evolución desde los relatos cortos en revistas pulp a las novelas de longitud convencional y edición en tapa dura, cuando el estadounidense Lyon Sprague de Camp ya estableció las bases de la ucronía como subgénero. Y lo hizo con esta meritoria novela, que setenta y cinco años después aún sigue siendo considerada fuente de inspiración para muchos de los escritores que se adentran en este subgénero. "Que no desciendan las tinieblas" es una ocurrente historia alternativa, muy bien documentada, amena, llena de acontecimientos y alteraciones sobre la historia real. Si bien, como cabría esperar por el tiempo en el que fue escrita, le falta algo de profundidad y una justificación algo más elaborada del nuevo rumbo histórico.

De manera muy endeble (un simple trueno) pero en un lugar muy adecuado (la plaza del Panteón en Roma, que ya existía como tal hace veinte siglos), De Camp inicia la novela haciendo retroceder al arqueólogo Martin Padway (su protagonista absoluto) a la Italia dominada por los godos del año quinientos treinta y cinco de nuestra era. Planteando así la novela inicialmente como un viaje hacia atrás en el tiempo. Y con suma coherencia, sacándole partido a sus habilidades de ciudadano del siglo XX y sus conocimientos históricos, permite que Padway se adapte a su nueva situación y progrese rápidamente en la decadente sociedad italiana.

Así, la primera mitad de la novela nos muestra cómo Padway va prosperando rápidamente gracias a sus conocimientos en contabilidad, en producción de licores, o en técnicas de impresión, hasta llegar a conocer al mismísimo emperador Thiudahad (más conocido como Teodato en España). Durante los dos primeros capítulos, con gran amenidad y dinamismo; luego, de forma algo más irregular, aunque con episodios en ocasiones humorísticos que facilitan la lectura. Hasta que Padway llega a la conclusión de que, para seguir progresando en la sociedad, debe alterar el devenir histórico que él conoce e "impedir que desciendan las tinieblas" sobre Occidente. Comenzando así la ucronía.

El hecho divergente que plantea de Camp es, pues, que por la intercesión de Padway, Optaris no logra asesinar a Thiudahad y la historia da un vuelco completo, con Padway a los mandos del nuevo rumbo histórico. De Camp respeta esencialmente los personajes clave de la época (Wittigis, Belisario, Justiniano) y los lugares (Padua, Roma), pero tejiendo una sucesión de conspiraciones y batallas que evitan la caída definitiva del Imperio en manos de los bárbaros. Y que remata con un guiño certero al futuro en la misiva que Padway escribe a Justiniano en el último capítulo, avisándole del cercano nacimiento de Mahoma y la ola de barbarie que, si no toma medidas, provocará en Oriente.

Como puede inferirse de todo lo anterior, constreñir tantos avatares en doscientas páginas es muy complicado incluso para alguien tan conocedor del siglo VI como De Camp. Y ése es el mayor defecto de la novela: es tal el volumen de personajes y acontecimientos que a menudo cuesta seguir todas las implicaciones de lo que nos presenta, y disfrutar de todas las alteraciones. A menor escala, a veces incomoda un poco el sentimiento de superioridad absoluta del ciudadano del siglo XX sobre los habitantes del siglo VI. Tampoco ayuda una traducción alejada del español ortodoxo en la edición de la colección Aelita. Ni el desinterés absoluto de De Camp por justificar cómo continuó la historia tras la intervención de Padway (si incurrió en alguna paradoja, si todo fue un sueño, cómo la historia recuperó su devenir hasta 1941...). Ni tampoco ciertos detalles que los historiadores a buen seguro detectarán: un anormalmente envejecido Thiudahad, o un Juan el Sanguinario que cobra relevancia con varias décadas de adelanto.

A cambio, el estadounidense abrió sn problablemente saberlo las puertas de la ciencia-ficción al incipiente subgénero de las ucronías, con una novela que ha envejecido bastante bien y puede mirar de frente a las historias alternativas más laureadas de los últimos tiempos.

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