sábado, 10 de febrero de 2024

"Jugar a Dioses" (2005). Damien Broderick

Una entrada más continúo con mis reseñas de los principales autores y novelas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Le ha llegado el turno ahora a Damien Broderick. El autor australiano más premiado del género es relativamente poco conocido más allá de su país, y de hecho la que les traigo es su única novela traducida al español. A lo largo de su trayectoria Broderick ha demostrado ser un autor ecléctico pero que siempre coloca ciencia y tecnología en primer plano de sus obras. Algo especialmente apreciable en "Jugar a Dioses", dado que la trama gira nada menos que en torno a la existencia de múltiples universos. Se trata, como imaginarán, de una novela singular, razonablemente amena a pesar de su evidente complejidad, llamativa desde el punto de vista científico, y válida para diversas especulaciones. Pero también confusa, a ratos delirante, y no apta para cualquier lector.

Los multiversos planteados por Broderick deberían en principio haber originado una novela abstrusa y tediosa en manos de casi cualquier escritor, pero el australiano logra insertar en ellos una trama aprehensible, y adaptar una prosa ligera y un tanto socarrona, consiguiendo así que la lectura resulte razonablemente fluida y hasta amena (sobre todo durante la primera mitad del libro). Y ello a pesar de la gran cantidad de conceptos singulares y complejos que van surgiendo: Schewelles, cognados, deixis, ontología, niveles de Tegmark, partículas Xon, homúnculos vorpal, Árbol Yggdrasil, computronium... casi nada. Pero la existencia de una Competición de los Mundos le permite justicar casi todo, y el lector consigue orientarse razonablemente.

A esa sensación de realismo dentro del caos contribuye que August Seebeck, su protagonista, sienta a lo largo de la novela hambre, sueño, sea consciente de los días que van pasando y muestre una continua preocupación por lo que le pueda haber ocurrido a su tía Tansy. Y también que Broderick introduzca de manera gradual y bien engarzada aspectos especulativos de la ciencia que la sustenta. Especiamente de los estados cuánticos entrelazados, que según el autor permiten que todas las opciones posibles a nivel cuántico ocurran de verdad, generándose así mundos ortogonales en el espacio o en el tiempo que abarcan todas las combinaciones concebibles de dimensiones físicas y constantes que componen el multiverso.

Sin embargo, dos defectos graves lastran el considerable esfuerzo de Broderick por lograr que su novela sea disfrutable. El primero es el desarrollo de la trama: conforme avanzan los capítulos ésta se vuelve más desquiciada, mezcla de visitas repentinas a lugares surrealistas e inesperados combares con máquinas-k carentes de toda cohesión. Un problema agravado por la confusión en torno a los hermanos de August (incluso al terminar la lectura es muy complicado listar cuántos son, sus ocupaciones o sus universos individuales), y que los capítulos cortos que el escritor va introduciendo esporádicamente para presentárnoslos no consigue paliar. Y el segundo es la abundancia de elementos fantásticos (rayos verdes que todo lo restauran, perros y gatos que hablan, radiaciones solares convertidas en una simple arma en la palma de la mano de August), y que asienta una sensación de "todo vale" que colisiona con la pretendida especulación científica. Otros defectos menores son los abundantes e innecesarios barbarismos, la anti-naturalidad con la que August y Lune se enamoran en apenas unos pocos encuentros, unas cuestionables referencias cinematográficas que le restan intemporalidad a la novela, y pasajes innecesarios, como por ejemplo todos los relativos a Solo, el bot creado por August, que irrumpe cuando menos viene a cuento.

A cambio, Broderick no rehúye el empleo y la especulación sobre intrincados y contrastados elementos científicos (Esferas de Dyson, el factor lambda, partículas elementales...), y tras un desenlace discreto y que apenas aclara nada, consigue in extremis mejorar la impresión final gracias a un excelente epílogo en el que explica el origen de las principales especulaciones científicas presentadas: el multiverso como computación discretizada de Konrad Zuse, el modelo de cuatro niveles de un cosmos computacional de Max Tegmark, el Punto Omega al final de los tiempos en un universo cerrado de Frank Tipler, o la capacidad psíquica humana condicionada por unos instantes concretos en el tiempo sidéreo de James Spottiswoode. Un trabajo muy minucioso para una obra más lograda científica que literariamente.

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