domingo, 12 de septiembre de 2021

"La naranja mecánica" (1962). Anthony Burguess

Con la presente entrada continúo con las reseñas de algunas de las novelas más señaladas de los escritores británicos de ciencia-ficción más relevantes. Seguimos avanzando en el tiempo y nos situamos en 1962, año en que vio la luz "La naranja mecánica", sin lugar a dudas la novela más famosa y reconocida de Anthony Burguess. Quien comparte con Aldous Huxley y George Orwell, ya reseñados con anterioridad, dos características además de su nacionalidad: que fueron escritores eclécticos, no ceñidos en exclusiva al ámbito de la ciencia-ficción, y que sin embargo son recordados especialmente por sus novelas distópicas, ya convertidas en clásicos. Y es que, sin llegar a los niveles de reconocimiento de "Un mundo feliz" o "1984", la novela que hoy nos ocupa es otro de esos libros de cabecera de la literatura británica que han trascendido fronteras y géneros. Aunque en mi humilde opinión se trata de una obra bastante previsible hasta la última parte, y excesivamente violenta en ocasiones. Aunque su excelente estructuración, su original léxico nadsat, y el gran aprovechamiento de todos los personajes secundarios justifica su lectura.

Su protagonista, Álex, un adolescente líder de una pandilla de drugos en una ciudad cualquiera de una Gran Bretaña distópica, nos va narrando en primera persona aquello a lo que dedica su tiempo: robos, drogas, ultraviolencia... Todo ello distorsionado por Burguess para epatar al lector pero sin renunciar a una cierta verosimilitud que permita mantener el interés. Álex posee además un rasgo que lo reconcilia con el lecto medio: su amor por la música clásica. Y su prosa, una característica que dificulta la lectura y nos obliga a armarnos de paciencia si queremos llegar hata el final: la supuesta jerga nadsat, inventada por Burgess a partir del slang del Este de Londres y el ruso, y que nos obligará a consultar frecuentemente el glosario situado al final del libro. Si bien he de decir que conforme avanzan los capítulos es factible acostumbrarse a dicha jerga, e incluso al final del mismo deberemos convenir que le otorga un plus extra de originalidad.

Otro acierto es la estructuración en tres partes de siete capítulos cada una, lo que le permite a Burguess mantener la novela bajo control en todo momento. Además, juega con el lector repitiendo una y otra vez la frase "¿Y ahora qué pasa, eh?" a modo de elemento cohesionador y provocador a partes iguales. Y la duración contenida de cada una de ellas, sin páginas de relleno, contribuye al dinamismo de la lectura. A ello debemos sumar unos personajes secundarios que complementan perfectamente lo narrado por Álex; algunos son tan intensos que pasado el tiempo se recuerdan tanto o más que el protagonista (es el caso de el Lerdo, o del doctor Brodsky). Y entre tanto episodio pensado para impactar, Burguess ejerce una crítica despiadada sobre las más diversas cuestiones sociales (la mezquindad de las clases bajas, la manipulación gubernamental, la prepotencia de los intelectuales, las consecuencias extremas del libre albedrío...). Eso sí, siempre bien enlazadas con lo narrado por Álex, y sin llegar a saturar al lector.

Aun así, debo reconocer que la novela no se encuentra entre mis favoritas. En especial por la violencia epatante y reiterativa, en mi opinión un recurso demasiado fácil para hacerse notar. Pero es que al mismo tiempo que se recrea en los episodios violentos, Burguess renuncia al suspense, añadiendo con frecuencia frases que anticipan lo que sucederá en los siguientes capítulos. Todo ello resulta especilamente apreciable en la primera parte, para mí la más floja de las tres, con escenas en el capítulo siete que incluso recuerdan a las del "Archipiélago Gulag" de Aleksandr Solzhenitsyn. Sin resultar tampoco una maravilla, la segunda parte me parece mas entonada, sobre todo a partir del tercer capítulo, repleto de una ironía desconocida hasta entonces, aunque sigue resultando bastante previsible. La verdadera creación de la novela se encuentra en la tercera y última parte, en la cual Álex recoge lo que ha sembrado en las dos anteriores, llegando incluso a mostrarnos un intento de suicidio.

Y luego está la controversia del capítulo 21, que no formó parte de la primera edición estadounidense de la novela. Y que desde mi punto de vista constituyó un error que afortunadamente el propio Burguess consiguió subsanar años más tarde. Y es que si el capítulo 20 hubiera sido el final de la novela, todo lo narrado podría interpretarse como un simple viaje en círculo sin demasiado sentido desde el punto de vista del individuo. Pero el 21 proporciona otra perspectiva y aumenta la carga especulativa de la novela. Sin destriparlo, recuperaré aquí una frase que me parece muy representativa "En cierto modo ser joven es como ser un animal". Que quizá sea también un buen resumen de un libro más provocativo que brillante, y que sin embargo ha soportado bien el paso del tiempo.

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