Continúo una entrada más con mi personal reseña de las sagas de ciencia-ficción más importantes a disposición del lector en español. Le toca en esta oportunidad a la saga de los Heechee, del insigne escritor estadounidense Frederik Pohl. Una saga que está compuesta por las siguientes cuatro novelas:
Pórtico (1977)
Tras el incierto horizonte (1980)
El encuentro (1984)
Los anales de los heechee (1987)
A ellas que hay que añadirles una colección de relatos situada en el universo de Pórtico ("Los exploradores de Pórtico", 1990) y una novela corta ("El muchacho que viviría para siempre", 2004) contenida en la recomendable antologia de relatos de Robert Silverberg "Horizontes lejanos".
De todas las novelas que conforman la saga recomiendo leer las dos primeras solamente. Aunque no es una recomendación tajante como las que en alguna ocasión anterior he hecho en este mismo blog. De hecho, no descarto leer en alguna oportunidad "El encuentro", pues "Tras el incierto horizonte" no me dejó un mal sabor de boca: cuando la reseñe dentro de unos días, intentaré explicar las razones por las que aún no me he animado a leerla.
Centrándonos en "Pórtico", la obra que dio comienzo a la saga, debo señalar que se trata de una de las novelas más galardonadas de la historia de la ciencia-ficción (incluyendo por supuesto los premios Hugo y Nébula). Lo cual a mi modo de ver juega en su contra: no se trata ni mucho menos de una mala novela, pero considerando el prestigio que le otorgaron tantos galardones, cuando la terminé de leer tuve que admitir que me esperaba algo más.
Desde mi punto de vista, la novela adolece de un defecto inesperado que la lastra en parte: la falta de acción, de aventura, incluso de dinamismo. Es comprensible que no todas las novelas de ciencia-ficción deban basarse en una sucesión de peripecias de sus protagonistas, pero Pohl nos hace entrever, durante los primeros capítulos, una trama de este tipo. Con lo cual paulatinamente el lector va perdiendo la esperanza de sobrecogerse, de admirarse, de sorprenderse con lo que relate el escritor. Y el desánimo aparece, llegándose a perder parte del interés. Una verdadera lástima, porque la novela parte de una idea brillante y atrayente: la humanidad ha encontrado una base espacial alienígena abandonada en un asteroide llamado Pórtico, y ello le da acceso a una parte de su tecnología, incluyendo unas pequeñas naves espaciales preprogramadas para transportar a grupos reducidos de prospectores a destinos desconocidos en otros lugares del universo. Una idea de la que Pohl no termina de sacar partido, pues básicamente se contenta con proporcionar pequeños detalles y aspectos psicológicos de su protagonista absoluto, Robinette Broadhead.
Tampoco quisiera parecer excesivamente defraudado, porque la novela ofrece numerosos atractivos. Aunque no es el objetivo principal de la novela, Pohl sitúa su idea central en un marco distópico, presentándonos una Tierra arrasada por su excesiva explotación y con buena parte de la humanidad en condiciones precarias, por lo que los cazafortunas de Pórtico y la fortuna que logran aquellos que retornan con algún descubrimiento relevante de una misión, está más que justificada. Ello le permte además exhibir, como ya hiciera en la saga de Los Mercaderes (reseñada en este mismo blog), su talento como especulador socio-económico, relatando todo lo que surge en torno a Pórtico: la Corporación, los prospectores como Robin, el sistema de recompensas, los servicios sociales o la convivencia de las diferentes culturas. Todo ello tratado con seriedad, rigor, y sin desdeñar las explicaciones científicas sobre galaxias, nebulosas, agujeros negros o lo que sea pertinente... A esta incuestionable virtud contribuyen los recuadros que acompañan a cada uno de los capítulos, en su mayoría enriquecedores de lo que se cuenta en la narración convencional. No obstante, a veces incomoda leer tantos anuncios como incluye, y en mi opinión las poesías carecen de todo interés.
Otra de las particularidades de Pórtico es la minuciosidad con la que refleja el tratamiento psicológico de Robin, con el añadido de que el psicólogo (Sigfrid) es en realidad una computadora. Pero todos aquellos lectores que hayan tenido un mínimo contacto con la psicología, será fácil que como yo piensen que muchas de sus reacciones están excesivamente exageradas, volcadas en demasía en las connotaciones sexuales y en las reacciones irracionales. Más de una vez leí esos interludios a la ligera, casi sin prestar atención, a la espera de llegar a la línea narrativa que da título a la novela. Con la desagradable sorpresa, además, de que en ocasiones anticipaban lo que sucedería en las páginas siguientes. En definitiva, creo que es un error poner al mismo nivel narrativo el tratamiento psicológico de Robin que las prospecciones de Pórtico, que es lo que hace Pohl.
Afortundamente es una novela no excesivamente larga y está bien estructurada, lo que facilita su lectura. Y el final, aunque un tanto premioso y entrecortado, logra mejorar la impresión global del libro, porque se comprende mejor la personalidad de Rob, se hace un inteligente alegato en favor de la vida, y se dejan los suficientes puntos abiertos como para justificar al menos una secuela.
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