lunes, 18 de agosto de 2014

En el océano de la noche (1976). Gregory Benford

Una entrada más, continúo con mi revisión de las novelas que recomiendo leer de las principales sagas de ciencia-ficción publicadas en español. Le toca el turno en esta oportunidad a la Saga del Centro Galáctico, del estadounidense Gregory Benford. La saga está constituida por las siguientes seis novelas, todas ellas publicadas en nuestro idioma:

En el océano de la noche (1976)
A través del mar de soles (1986)
Gran río del espacio (1987)
Mareas de luz (1989)
Abismo frenético (1994)
Navegante de la luminosa eternidad (1995)

Por primera vez desde que empezara este ejercicio de revisión de sagas, solamente recomiendo leer la primera de dichas novelas, "En el océano de la noche". De hecho, no puedo recomendar ninguna otra novela de la saga pues tras finalizar la lectura de la primera entrega la impresión que me causó fue tal que nunca me he animado a continuar la lectura de la saga. Y eso que supuestamente es una obra de ciencia-ficción hard, una de mis corrientes favoritas dentro del género. Pero no por encuadrarse en esa corriente me enganchó, cosa que creo que le sucederá o habrá sucedido a muchos de los lectores de este blog. Y es que en mi opinión, a pesar de las nominaciones que cosechó a los premios Nébula y Locus, se trata de una novela demasiado irregular, que combina algunos pasajes de gran brillantez e intensidad con muchos otros anodinos y hasta confusos.

Dividida en seis partes (más un largo epílogo), la primera de ellas ambientada en el año 1999 y las cinco restantes entre los años 2014 y 2018, la novela comienza con un planteamiento cautivador: en el año 1999 Nigel Walmsley, un astronauta de la NASA, es enviado a un cometa llamado Ícaro, con el fin de instalarle una bomba termonuclear que lo pueda sacar de su ruta directa de colisión con la India si finalmente resulta ser un asteroide y no un simple cometa. Una propuesta a partir de la cual, con oficio literario y conocimientos científicos, Benford hace presagiar unas apasionantes cuatrocientas páginas. Más aún cuando unos capítulos más tarde Nigel descubre que en el asterioide hay tiras de metal trabajadas obviamente por seres inteligentes.

Sin embargo, a partir de la segunda parte la novela da un salto repentino de quince años para mostrarnos que tras todo ese tiempo poco se ha sacado del descubrimiento (habría que preguntarle a Benford si esta es la mejor manera de explotar ese planteamiento), por lo que el foco de la novela se desvía gradualmente de esa brillante idea y se recrea en el exceso en el hábitat familiar de Nigel, y en especial en la enfermedad supuestamente terminal que afecta a su compañera Alexandria. Tales altibajos y pérdidas de foco se repiten varias veces desde ese momento hasta el final, con lo cual la percepción global de la novela se resiente: demasiadas partes poco relacionadas entre sí, demasiados objetivos planteados, demasiados cambios escénicos... Todo ello causa que muchos personajes (Kevin Lubkin, Evers, la propia Alexandria) queden reducidos a meras excusas narrativas, sin que los lleguemos a apreciar "con vida propia".

Miquel Barceló, gran defensor de la obra de Benford y editor de esta novela en su excelente colección Nova Ciencia-Ficción, resalta a menudo que la calidad literia del norteamericano es muy superior a la de una novela de la Edad de Oro. Lo cual es cierto, pero no lo es menos que el estilo de "En el océano de la noche" tampoco está muy conseguido: demasiado gráfico en ocasiones, y estilísticamente forzado en otras. Además, en mi opinión su prosa refleja con frecuencia un regusto pretencioso, incluso autocomplaciente. Especialmente en el final, que resulta muy espeso y a la vez poco convincente.

No obstante, algunas virtudes innegables me han animado a reseñar al menos esta primera entrega de la Saga del Centro Galáctico en mi blog. Sobre todas ellas destacan los pasajes más dinámicos, de mayor acción (tales como los episodios de Nigel en el Ícaro y con el Snark, o de Nikka con la semiesfera). Tanto la forma como el fondo de esas páginas sí rayan a gran altura, sin desdeñar a los grandes clásicos de la ciencia-ficción y empleando la ciencia como condimento riguroso y determinante. Otra virtud reseñable es la recurrente yuxtaposición entre los intereses científicos y los socio-políticos; las reflexiones en ambos sentidos son profundamente interesantes. Además, toda la trama está aderezada con múltiples guiños y referencias culturales: sobre avances tecnológicos, creaciones musicales, formas sociales... Por último, el lector disfruta contemplando la evolución de los viajes especiales que nos propone un reputado astrofísico, la paulatina colonización del espacio exterior llevada a cabo por la NASA y las consecuencias de los primeros contactos con civilizaciones de otros mundos. Alicientes que me permitieron terminar la lectura de la novela, mas nunca continuarla en las siguientes cinco entregas.

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