sábado, 17 de noviembre de 2012

Los ojos de Heisenberg (1966). Frank Herbert

En mi progresivo acercamiento al apasionante género de la ciencia-ficción, siempre he preferido bucear en los universos particulares de los escritores antes que limitarme a una sucesión de títulos más o menos inconexos. Por eso me llamaba la atención el caso de Frank Herbert: un escritor universalmente conocido (no en vano "Dune" (1965) es la novela de ciencia-ficción más leída de la historia, y uno de mis 15 títulos esenciales), que aparentemente no llegó a escribir nada más digno de mención. Y como me resulta difícil de aceptar la teoría de un escritor que escribe en una única ocasión por encima de sus posibilidades, hace unos años adquirí "Los Ojos de Heisenberg" (1966). Bueno, por eso pero también porque se publicó apenas un año después de Dune, es decir, en el supuesto cenit de su creatividad.

Que esta novela figure en mi lista de títulos decepcionantes no se debe al tema que trata: una interesante especulación sobre la manipulación genética de los seres humanos, que sin presentarse como ciencia-ficción hard, sí consigue que el componente científico se trate con un adecuado rigor. La humanidad (según nos la presenta Herbert) está gobernada por los Optimen (seres genéticamente perfectos, de gran longevidad, pero que no pueden sentir emociones fuertes ni procrear y que mantienen el control de la fertilidad de las clases medias mediante un gas anticonceptivo). Frente a ellos se encuentran los Cyborgs, que paulatinamente han ido sustituyendo sus partes humanas por implantes electrónicos, hasta convertirse en máquinas carentes de sentimientos. Y entre ambos, los humanos convencionales, a los que sólo ocasionalmente se conceden permisos de reproducción. Es el caso del matrimonio Durant.

Dividida en tres partes no explícitamente diferenciadas pero claramente distinguibles, Herbert nos muestra en la primera parte cómo los cirujanos encargados de modificar los embriones (Sveengard y Potter) se encuentran con que el embrión es un Optimen potencial. Y es precisamente aquí donde la novela empieza a flaquear: mientras que en la primera parte Potter lleva la voz cantante y Svengaard es un mero ayudante, en la segunda Sveengard se convierte en protagonista y Potter desaparece, haciendo que el lector se desoriente y no llegue a identificarse con ellos.

Esa sensación de alejamiento aumenta conforme avanzan los capítulos, haciendo que la lectura se haga más pesada y se pierda buena parte del interés. No hay un marco escénico convincente, muchos de los personajes son mero "cartón", no queda claro que exista una lógica narrativa. Además, el componente científico pasa gradualmente a un segundo plano y se sustituye por especulaciones en su mayoría ya conocidas sobre el futuro de una sociedad completamente vigilada y jerarquizada. Si bien es cierto que la tercera parte del libro (aproximadamente el último tercio del libro) resulta un poco más intensa e interesante, más porque el lector tenaz consigue adaptarse al irregular universo ideado por Herbert que porque la novela mejore realmente.

En suma, "Los ojos de Heisenberg" es poco más que una lista de promesas incumplidas, aliñada con algunos interesantes aspectos científicos y buenos detalles filosóficos más adecuados para un ensayo que para una novela. Así que no es de extrañar que su publicación no hiciera sombra alguna a la descollante "Dune".

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