domingo, 14 de julio de 2024

"Viaje Alucinante II. Destino Cerebro" (1987). Isaac Asimov

La entrada de hoy me permite saldar una vieja deuda que había contraído con este humilde blog. Porque cuando hace más de una década comencé mi primera revisión de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción, tuve que dejar fuera la Saga de Viaje Alucinante, del afamado escritor estadounidense Isaac Asimov, dado que aunque había leído años atrás ambas novelas, no conservaba anotación alguna sobre la segunda de ellas: "Viaje Alucinante II. Destino Cerebro". Así que fui sincero con todos ustedes al otro lado de la red y, en vez de elaborar una reseña únicamente con lo que retenía en mi mente sobre la misma, la excluí a propósito de dicha revisión. Sin embargo, años más tarde, aprovechando un descanso vacacional, releí la novela que hoy les traigo y, entonces sí, tomé notas abundantes que me permiten hoy reseñar esta más que interesante novela como parte de mi nueva revisión de las sagas en la ciencia-ficción. Y debo adelantarles que a mi modo de ver se trata de una obra injustamente infravalorada del Buen Doctor. Quizá porque con carácter general se da por hecho el menor nivel de sus últimos años de producción, o quizá porque carece de la originalidad que veinte años antes ofrecía la que fue la primera novela de la saga: "Viaje Alucinante" (1966). Pero he de decirles que esta segunda entrega es una obra amena, científica, enriquecida con reflexiones relevantes y ciertas dosis de intriga. Y por tanto, perfectamente asimilable al resto de su producción literaria.

Para mí lo mejor de la novela es, sin duda, lo elaborado y desarrollado de su elemento científico. Aunque hasta donde sabemos la miniaturización sigue siendo imposible, en su nota inicial Asimov confiesa la incomodidad que le producía la forma en que había tratado ciertas cuestiones científicas en la primera novela de la saga (al fin y al cabo, una adaptación literaria por encargo de una película estrenada con anterioridad). Por lo que no es de extrañar el mimo que el escritor pone en esta segunda novela a la hora de conferir rigor a todas estas cuestiones: desde la pretendida relación teórica entre la disminución de la constante de Planck y el aumento de la velocidad de la luz que hace posible la técnica, hasta la recapitulación en las páginas finales sobre las propiedades de los campos de miniaturización, y cómo por ejemplo sí afectan a la interacción gravitacional pero no a la interacción electromagnética. Incluso las habilidades y los roles de los cinco tripulantes de la nave miniaturizada son no sólo razonables sino complementarios desde un punto de vista tecnológico.

Además, Asimov sabe cómo hace una lectura amena una lectura sobre conceptos tan complejos: capítulos cortos, predominio de los diálogos sobre las descripciones y los pensamientos, acontecimientos que no dejan de sucederse, nada de petulancia al escribir, incluso consigue incorporar su tan característico elemento de intriga. Que aquí surge de manera casi natural al ser su protagonista (el fracasado científico estadounidense Albert Morrison) raptado por agentes soviéticos para completar la lista de habilidades necesarias a la hora de introducirse en el cerebro del gran científico Shapirov, ahora en coma. Aunque esta contraposición Estados Unidos - Unión Soviética que sustenta la novela tal vez dé lugar también a su mayor defecto.

Y es que ese antagonismo tan propio de la Guerra Fría es extrapolado por Asimov a nuestro siglo XXI... Y claro, ello provoca irremisiblemente que la pretendida sensación de verosimilitud haga aguas. Lo cual es una pena, porque el escritor exhibe a lo largo de la misma su amplio dominio de ambas culturas, y nos ofrece varias reflexiones respecto a sus diferencias. Pero con otra potencia más pujante que la Unión Soviética en el siglo XXI (viene a la mente China) la novela indudablemente habría ganado. Siguiendo con los defectos, el otro destacable es la ausencia de un plan realista una vez la nave penetre en el cerebro de Shapirov: la presunta ambición de poder captar, no ya sus pensamientos en general, sino sus últimas averiguaciones sobre la miniaturización, resulta por completo descabellada, así que el fracaso de la expedición en este aspecto es en realidad esperable. Otros defectos menores son el surgimiento de una serie de complicaciones que fácilmente podían haberse previsto de antemano (piénsese por ejemplo en la necesidad sobrevenida de tener que renunciar a las comunicaciones con el exterior simplemente para poder dirigir la nave), o también la forma tan repentina en que Sofia Kalinin y Yuri Konve se reconcilian, o incluso la ingenuidad con la que Asimov trata aspectos informáticos (programas que no son secuencias de instrucciones sino objetos físicos, ejecutables únicamente en máquinas concretas).

A cambio, la novela está llena de buenos momentos (desde la propia introducción de la nave en el cuerpo, hasta sus peripecias con organelos primero y con moléculas más adelante). Destacar asimismo las brillantes ideas con las que los distintos miembros de la tripulación consiguen resolver los problemas que van surgiendo, así como las reflexiones geopolíticas, o sobre la ética en la comunidad científica, o incluso sobre el futuro que le puede esperar a la humanidad, y la habilidad con la que Asimov consigue que la expedición sí termine siendo un éxito a otros niveles (desde la verificación de la miniaturización como una técnica válida a nivel intracraneal, hasta la utilización del programa y las averiguraciones de Morrison con el concepto de la telepatía). Todo ello como parte de un final trepidante, con varias sorpresas, y a la vez satisfactorio a la hora de no dejar cabos sueltos. En suma, una lectura recomendable en general y prácticamente imprescindible para todos los que valoren la obra del Gran Maestro.

domingo, 30 de junio de 2024

"Heliconia. Primavera" (1982). Brian W. Aldiss

Con la presente entrada prosigo con la revisión en orden cronológico de algunas de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción sobre las que no había profundizado hasta ahora. Voy a hablarles en esta oportunidad de la "Saga de Heliconia", del británico Brian W. Aldiss. Y lo voy a hacer a partir de la primera novela (en orden de publicación y también de lectura) de la misma: "Heliconia. Primavera". Un título bastante ilustrativo, pues la primera palabra alude al planeta en el que transcurre toda la saga ("Heliconia"), mientras que el segundo se refiere a la estación que comenzará al final de la misma (la primavera). Por lo que a nadie sorprenderá que los otros dos títulos de la misma ("Heliconia. Verano" (1983) y "Heliconia. Invierno" (1985)) sigan este mismo patrón. Un hecho que, además, refleja la monumentalidad de esta extensa saga, que tiene como protagonista absoluto al planeta y a su singular ciclo estacional. Entrando en materia, debo reconocer que hasta que cayó en mis manos, sólo había leído una novela del británico ("Un mundo devastado", 1965), así que afronté la lectura de esta saga con bastante objetividad. Pero después de leer las más de quinientas páginas de "Heliconia. Primavera", me quedé sin ganas de leer más de él. Porque si admitimos que La Saga de Heliconia es de lo más notable de su producción, perdí cualquier interés por conocer otras obras suyas menores. Como ocurre en este caso, con esta decisión tal vez me esté perdiendo un puñado de buenas ideas y un marco fascinante, que quedan desaprovechados por una cantidad tremenda de páginas de relleno, una gestión muy pobre del ritmo narrativo, e inesperados recursos a la fantasía más burda.

En mi opinión lo mejor de la novela es, sin duda, el planeta Heliconia. La originalidad de rotar en torno a un sistema estelar binario, con años de cuatrocientos ochenta días respecto a la estrella menor pero de dos mil quinientos años terrestres respecto a la mayor, genera un singular escenario que ofrece múltiples posibilidades. Y en el cual se aprecia el mimo de Aldiss a la hora de imaginarlo y describirlo, proporcionando múltiples detalles sobre sus regiones y continentes (aunque se echa mucho de menos un mapa). Además, es loable su esfuerzo por justificar y caracterizar la biología y la sociología que de él se derivan, como cabría esperar de una novela de ciencia-ficción respetuosa con el elemento científico. Pero, de manera chocante, ese respeto por su marco escénico lo echa por tierra Aldiss con cuestiones tan superfluas como las visitas que realizarán algunos personajes al angustioso mundo de los muertos, con una serie de especies de rasgos completamente inverosímiles, e incluso con elementos tomados de la peor fantasía para adolescentes (de las manidas sociedades medievales de espada y brujería, a una mezcla elementos mágicos, míticos y religiosos mil veces vista), que afean por completo su creación.

Con todo, para mí lo peor del libro son sus fallos desde el punto de vista literario. Tal vez la prosa que emplea Aldiss sea lírica y complaciente en exceso (personalmente me recuerda a la de Robert Silverberg en sus momentos más bajos), pero si conseguimos acostumbrarnos a ella sirve para seguir razonablemente la lectura. El problema es la cantidad de espacio que Aldiss gasta sin necesidad alguna (piénsese por ejemplo en las más de cien que dedica a un preludio del que en realidad luego sólo tomará un par de acontecimientos y un único personaje; un escritor más capaz y más interesado en entretener al lector lo habría despachado como mucho en la décima parte de espacio). Por si fuera poco, a menudo su atención se detiene profusamente en acontecimientos menores de personajes teóricamente secundarios, echando así por tierra cualquier control sobre el ritmo narrativo. Y cuando lleva ya cuatrocientas páginas sin realmente entrar a fondo en nada, de repente se da cuenta de todo lo que se ha extendido de más hasta entonces, y acelera descaradamente el ritmo, lo que provoca que el tramo final desentone por completo con los cuatro quintos anteriores.

Relacionado con lo anterior, otro defecto doloroso es el desaprovechamiento absoluto de la línea narrativa que le ofrece el Avernus, la estación orbital desde la que una misión terrestre observa Heliconia. Ahí estaba el filón de la novela: en la interpretación en tiempo real de lo observado, en los contrastes con los humanos terrestres, incluso el propósio real de esa expedición. Pero, tristamente, Aldiss la minusvalora tanto que al final parece que el objetivo de la misión fuera simplemente transmitir un serial de telerrealidad por entregas a la aburrida población humana del futuro.

Otros defectos menores pero perceptibles son el uso arbitrario que realiza el escritor de especies inteligentes que van interaccionando con los humanos según la escritura avanza y cree necesitarlas (algunas surgen tan tarde y se describen tan de refilón que la inmensa mayoría de los lectores de la novela sería incapaz de listar todas ellas), una sociedad humana en Oldorando (la villa en la que vive el grueso de los personajes) demasiado parecida a la europea de la Baja Edad Media (podemos mencionar desde el expolio de las ruinas "romanas" hasta la aparición de gremios o la devastación de la peste), unos personajes mayoritariamente arquetípicos y poco originales (la sacerdotisa incomprendida, el gobernante bárbaro, el comerciante sin escrúpulos...) y el discreto aprovechamiento de los episodios dramáticos.

El desenlace, lastrado por ese acelerón que le impide dimensionar convenientemente todos los actores que entran en juego el día del eclipse, apenas sirve para atar cabos de algunos personajes y cerrar determinadas situaciones (hasta el inusitado extremo de dedicar una única frase al destino final de Oldorando). Ni siquiera logra fomentar el interés por la lectura de una segunda parte que evidentemente Aldiss ya tenía en mente, y que, como comprenderán si han llegado hasta aquí, nunca me animé a leer.

lunes, 10 de junio de 2024

"Estrella brillante" (1971). Hal Clement

Con la entrada que hoy les traigo damos comienzo al recorrido que les proponía retomar en mi anterior entrada sobre muchas de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción. Siguiendo como es habitual un estricto orden cronológico, voy a hablarles hoy de "Estrella Brillante", la obra con la que en 1971 el estadounidense Hal Clement convirtió su novela más famosa ("Misión de Gravedad", uno de los mayores clásicos de la ciencia-ficción dura) en una saga, la Saga de Mesklin. Llamada así en honor a los mesklinitas, unos alienígenas que, junto con los seres humanos, comparten el protagonismo de las dos novelas de la saga. Curiosamente, en España la saga se publicó en orden inverso: durante muchos años "Estrella Brillante" fue la única novela disponible para el lector en español, hasta que en los años noventa Miquel Barceló corrigió ese desatino publicando la primera novela, que en Estados Unidos había visto la luz nada menos que diecisiete años antes de su secuela. Lo del orden inverso todavía tendría un pase si la relevancia de "Estrella Brillante" hubiera alcanzado al menos la de su predecesora, pero desgraciadamente no era éste el caso: aunque fue nominada para los Premios Hugo de aquel año, quedaba bastante lejos de los logros de áquella. Y es que se trata de una continuación coherente desde el punto de vista argumental, y sugerente desde el punto de vista especulativo, pero que devalúa los hallazgos de su predecsora y al mismo tiempo potencia sus defectos.

El encaje de la novela respeta el final de "Misión de Gravedad": como acordaron al final de la misma, los humanos fueron transfiriendo a los mesklinitas durante las siguientes décadas parte de sus conocimientos científicos y sus avances tecnológicos, y a cambio ambas especies colaboran en el presente de la novela en la exploración de Dhrawn, un planeta gigante (o una enana marrón, eso es parte de lo que la misión debe determinar) cuyas condiciones de vida en superficie son demasiado extremas para los seres humanos, pero no para los alienígenas. Aspectos como su lenta rotación, su extrema gravedad o la mezcla de amoníaco y agua que compone su atmósfera constituyen un marco escénico cien por cien Clement, tan infrecuente como sugestivo.

Además de este respeto por la primera entrega de la saga, el autor recupera a dos de sus personajes mesklinitas clave: el capitán Barlennan y su primer oficial Dondragmer, y nos cautiva con el Kwembly, un singular vehículo de exploración en el que cohabitan motores de fusión con las más elementales cuerdas y poleas, y a bordo del cual un destacamento mesklinita va recorriendo la superficie de Drawn. Dada su lenta rotación, la órbita geosíncrona sobre la que se localiza la base humana produce una demora de un minuto en las comunicaciones entre el planeta y la estación orbital, y ello propicia lo que en apariencia podría constituir un acierto adicional de esta novela: las especulaciones sobre la comunicación entre dos especies que ya no se encuentran tan distantes desde un punto de vista evolutivo.

He empleado el condicional en mi anterior frease porque en realidad este potencial hallazgo se convierte, en manos de un Clement en horas bajas, en uno de los lastres de la novela: los diálogos entre distintos humanos y mesklinitas pasan a acaparar la mayor parte de la narración, y los acontecimientos se desplazan a un inesperado segundo plano. En realidad, apenas sucede nada en toda la novela: el Kwembly encalla y recupera la movilidad un par de veces, se desvelan parte de los planes de Barlennan de establecer una colonia mesklinita al margen de los humanos, y prácticamente eso es todo. Pero por si esta carencia de sustancia fuera poco, los personajes a bordo de la estación espacial no son simplemente esquemáticos (como cabría prever), sino escasos respecto a las funciones necesarias a bordo, y mayormente inverosímiles. Porque no cabe calificar de otra forma a Benj Hoffman, el chaval de diecisiete años que inusitadamente se comunica con los meskilinitas más que ningún otro humano, y que parece tener todas las buenas ideas a bordo. Ni que sean los tres Hoffman (el matrimonio compuesto por Ib e Easy, más Benj) quienes acaparen todas las discusiones y reflexiones en la nave. Como tampoco la pobreza de medios y la nula capacidad de acierto del meteorólogo McDevitt y sus ayudantes.

Otros defectos perceptibles de este libro son su ritmo narrativo (penalizado además por unos capítulos excesivamente largos para su escaso contenido), el continuo recurso a la ocultación de información entre ambas especies como forma de provocar un no del todo conseguido ambiente de intriga, la dificultad para localizar y reconocer a las diversas expediciones mesklinitas en las distintas partes de Dhrawn, y un desenlace muy pobre: unas cuantas páginas en las que de pronto la narración se acelera tanto que cuesta seguirla, y una mera interrupción apenas aclaratoria en sus últimos párrafos.

Como pueden ver, esta segunda novela deja bastante que desear respecto a su hermana mayor, así que sólo la considero apta para interesados en conocer cómo Clement convirtió su obra más famosa en una saga.

domingo, 26 de mayo de 2024

Nueva revisión: Las sagas en la ciencia-ficción

Una vez concluido mi revisión de los autores y las novelas de referencia del subgénero de la ciencia-ficción dura, voy a retomar un tema sobre el que ya he ido tratando largo y tendido a lo largo de los años: las sagas en la ciencia-ficción. Hace ya más de diez años que les propuse un minucioso recorrido por las que aquel entonces consideraba las sagas más representativas del género. Un recorrido que recibió una excelente acogida, pues aparte de los mensajes de muchos seguidores en varias de sus entradas, y los mensajes privados recibidos al respecto, tal vez influyó en que, un par de años después, mi admirado y desgraciadamente ya fallecido Miquel Barceló dedicara por vez primera una extensa sección a las sagas en su "Ciencia Ficción. Nueva guía de lectura" (2015). O tal vez simplemente me adelanté a la hora de profundizar en un aspecto de este maravilloso género en el que los principales eruditos en España aún no se habían detenido lo suficiente.

Pero en estos once años el género ha seguido aportando nuevas y sugestivas sagas, y por supuesto yo he seguido disfrutando con nuevas lecturas. Por lo cual considero que ha llegado el momento de ampliar la revisión que realicé entonces con otras nuevas sagas, en su mayoría publicadas o expandidas desde entonces. Tal es el caso de la Trilogía Southern Reach, de Jeff VanderMeer, o de la Trilogía de los Tres Cuerpos, de Cixin Liu, que ilustran esta entrada. Es por eso que durante los próximos meses les propongo una revisión de quince sagas, ordenadas cronológicamente, que espero resulte de su interés. Antes de ofrecerles la lista, debo aclarar nuevamente que por "saga" me refiero a una serie de al menos dos novelas (y no de tres, un criterio que aplican algunos estudiosos del género pero que nunca he comprendido, pues deja en el limbo a aquellas series de dos novelas), las cuales comparten no sólo una ambientación y un marco histórico común, sino también un marcado carácter de continuidad argumental entre las mismas. A diferencia de mi primera revisión, que se centraba sólo en autores extranjeros (como luego aclaré en mi entrada de cierre: "Otras sagas de ciencia-ficción en español"), esta vez voy a mezclar indistintamente autores españoles e internacionales, como reflejo de ese gradual equiparamiento entre las creaciones dentro y fuera de nuestras fronteras. Y por último, les recuerdo que mi acercamiento al género es el de un mero aficionado, por lo que no voy a proceder a una revisión exhaustiva de todos y cada uno de los títulos que las conformen; simplemente me detendré en aquellas novelas que despertaron en mí el interés suficiente para ser leídas. Como tal vez me hayan escuchado decir, ya saben que el tiempo de todo lector es limitado, y por tanto, mejor dedicarlo a lo que más nos pueda interesar.

A continuación les ofrezco la lista de esas quince sagas que voy a reseñar en mis próximas entradas, ordenadas cronológicamente. Como hice en su momento, dedicaré una entrada para cada una de las novelas que la conforman. Como en algunos casos ya las habré reseñado, simplemente añadiré un hiper-enlace a la entrada original por completitud:

Hal Clement - Saga de Mesklin (1954 - 1971):
* "Misión de Gravedad" (1954)
* "Estrella Brillante" (1971)

Isaac Asimov - Saga de Viaje Alucinante (1966 - 1987) * "Viaje Alucinante" (1966)
* "Viaje Alucinante II. Destino Cerebro" (1987)

Brian W. Aldiss - Saga de Heliconia (1982 - 1985)
* "Heliconia. Primavera" (1982)
* "Heliconia. Verano" (1983)
* "Heliconia. Invierno" (1985)


Lois McMaster Bujold - Saga de Vorkosigan (1986 - 2018)

Juan Miguel Aguilera y Javier Redal - Saga de Akasa-Puspa (1988 - 2005)

Vernor Vinge - Saga Queng Ho (1992 - 2011)

Robert J. Sawyer - El Paralaje Neanderthal (2002 - 2003)

Dmitry Glukhovsky - Saga Metro (2002 - 2015)

Félix J. Palma - Trilogía Victoriana (2008 - 2014)

James S. A. Corey - Saga The Expanse (2012 - 2021)

John Scalzi - Saga de la Vieja Guardia (2005 - 2015)

Jeff VanderMeer - Trilogía Southern Reach (2014 - 2015)

Cixin Liu - Trilogía de los Tres Cuerpos (2016 - 2018)

Octavia E. Butler - Saga de las Parábolas (2019 - 2021)

Brandon Q. Morris - Saga de la Luna Helada (2019 - 2021)

Y para que esta entrada pueda servir también de índice, adjunto aquí la que será la lista final, integrada por las revisiones que realicé entre 2013 y 2015, y de 2024 en adelante, de todas las sagas que he ido reseñando a lo largo de los años. Nada menos que treinta y cuatro sagas que abarcan ochenta años de género:

Isaac Asimov - Saga de La Fundación (1942 - 1993)

Alfred E. Van Vogt - Saga de Los No-A (1945 - 1984)

Isaac Asimov - Saga de El imperio (1950 - 1952)

Frederik Pohl - Saga de los Mercaderes (1952 - 1984)

Hal Clement - Saga de Mesklin (1954 - 1971)

Isaac Asimov - Saga de Los robots (1954 - 1985)

Walter M. Miller Jr. - San Leibowitz (1960 - 1997)

Frank Herbert - Las crónicas de Dune (1966 - 1985)

Isaac Asimov - Saga de Viaje Alucinante (1966 - 1987)

Larry Niven - Saga de Mundo Anillo (1970 - 2004)

Philip José Farmer - El Mundo del Río (1971 - 1983)

Larry Niven y Jerry Pournelle - Saga de los Pajeños (1974 - 1993)

Gregory Benford - Saga del Centro Galáctico (1976 - 1995)

Frederik Pohl - Saga de los heechee (1977 - 1990)

Robert L. Forward - Saga de los Cheela (1980 - 1985)

Joe Haldeman - Trilogía de los Mundos (1981 - 1992)

Brian W. Aldiss - Saga de Heliconia (1982 - 1985)

Vernor Vinge - Saga de las burbujas (1984 - 1986)

Lois McMaster Bujold - Saga de Vorkosigan (1986 - 2018)

Juan Miguel Aguilera y Javier Redal - Saga de Akasa-Puspa (1988 - 2005)

Dan Simmons - Los cantos de Hyperion (1989 - 1997)

Nancy Kress - Saga de los Insomnes (1991 - 1996)

Kim Stanley Robinson - Trilogía Marciana (1992 - 1996)

Vernor Vinge - Saga Queng Ho (1992 - 2011)

Jack McDevitt - Saga de Las Máquinas de Dios (1994 - 2013)

Gregory Benford, Greg Bear, David Brin - Segunda trilogía de la Fundación (1997 - 1999)

Robert J. Sawyer - El Paralaje Neanderthal (2002 - 2003)

Félix J. Palma - Trilogía Victoriana (2008 - 2014)

James S. A. Corey - Saga The Expanse (2012 - 2021)

John Scalzi - Saga de la Vieja Guardia (2005 - 2015)

Jeff VanderMeer - Trilogía Southern Reach (2014 - 2015)

Cixin Liu - Trilogía de los Tres Cuerpos (2016 - 2018)

Octavia E. Butler - Saga de las Parábolas (2019 - 2021)

Brandon Q. Morris - Saga de la Luna Helada (2019 - 2021)

Espero que estas revisiones, y esta lista final ordenada cronológicamente, les ayude a adentrarse en el singular, complejo, y a menudo fascinante universo de las sagas en la ciencia-ficción. Así que les emplazo a mi próxima entrada.

miércoles, 15 de mayo de 2024

"Proyecto Hail Mary" (2021). Andy Weir

Con la entrada que hoy les ofrezco finaliza mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas de referencia de la ciencia-ficción dura. Nos hemos adentrado ya en la presente década, que fue cuando se publicó la que es la última novela hasta la fecha del estadounidense Andy Weir. Quien pasa por ser el más relevante autor de ciencia-ficción dura de la actualidad, una apreciación que comparto plenamente. Y es que, a pesar de que sus obras se hacen varios años de rogar, la espera suele merecer la pena, pues el resultado es tan ameno como brillante. Algo que desde luego le aplica a "Proyecto Hail Mary", uno de los mejores exponentes de lo que éste subgénero puede ofrecer actualmente. Y una de las novelas que personalmente más me han gustado de estos últimos años. Se trata de una cautivadora obra sobre una situación dramática para la Tierra, que deviene nada menos que en el primer viaje interestelar de la humanidad y el primer contacto con una especie alienígena. Todo ello con un estilo desenfadado y el máximo rigor científico, los dos pilares que sustentan la bibliografía de Weir.

Weir insiste en algunas de las características que tan bien le funcionaron en su primera novela, "El marciano" (2011): un protagonista que se encuentra solo a millones de kilómetros de la Tierra, una situación desesperada, un estilo literario ameno y desenfadado, y una capacidad fascinante para afrontar con optimismo los más diversos problemas hasta lograr su resolución. Porque lo que a primera vista podría parecer una reiteración poco ambiciosa, en realidad no es tal, pues el escritor introduce en la presente novela dos elementos singulares y relevantes: los astrófagos, que absorben la energía del Sol y amenazan la vida en la Tierra, y el no planificado primer encuentro con una especie alienígena (los eridianos) afectada por la misma amenaza.

Recurriendo a frecuentes flashbacks intercalados con criterio en la línea narrativa presente, Weir va explicando gradualmente cómo la expedición de la que su protagonista Ryland Grace terminó siendo su único superviviente fue concebida, puesta en marcha y ejecutada, pormenorizando todos los detalles que luego permitirán a Grace proseguir con su misión. La cantidad de personajes que fueron aportando ideas para perfeccionar la nave Hail Mary es tal que a veces cuesta situarlos, pero sus contribuciones resultan tan originales como valiosas.

Y es que, como no podía ser de otra manera, el elemento científico raya a gran altura. Presidido por un doble afán de verosimilitud y claridad, el autor va tocando según lo necesita las distintas ciencias involucradas en los acontecimientos. Y les yuxtpone, además, la vertiente ingenieril (encarnada particularmente en Rocky, el único superviviente de la nave eridiana), para transformar leyes y conceptos en artilugios que les permitirán compartir nave, descubrir las taumebas con las que neutralizar los astrófagos, y salir indemnes de la experiencia.

Pocos defectos se le pueden encontrar a una novela tan conseguida. Aparte de esa similitud con "El Marciano" en algunos planteamientos iniciales que mencionaba antes, algunos personajes involucrados en los preparativos resultan demasiado arquetípicos, el buen humor desenfadado de Grace parece excesivo en algunas ocasiones, y en el tramo final habría venido bien algo más de acción. Poco más. A cambio, la novela va de sorpresa en sorpresa, rizando el rizo para ir incrementando el interés del lector sin que en ningún momento parezca inverosímil, hasta llegar a un desenlace emotivo, en el que la decisión que toma Grace tal vez no resulte inesperada, pero en el cual Weir juega con todos los elementos a su alcance para entregar un desenlace que resulta satisfactorio para eridianos y humanos como razas, pero también para sus dos protagonistas individuales.

domingo, 5 de mayo de 2024

"La misión Encélado" (2019). Brandon Q. Morris

Con la entrada que les traigo hoy estoy ya a punto de completar mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas de referencia del subgénero de la ciencia-ficción dura. Estamos ante un título que se escribió hace menos de una década, y cuya traducción llegó a nuestro país hace apenas un lustro. Es decir, nos hallamos ya frente a uno de los exponentes actuales del subgénero. Se trata de Brandon Q. Morris, que con "La misión Encélado" dio lugar a la que en los últimos años se ha terminado convirtiendo en su saga de la "Luna Helada". Aunque por razones obvias hoy voy a reseñar la entrega que comenzó la misma. Se trata de una novela muy entretenida sobre un tema habitual en el género de la ciencia-ficción (el primer contacto con vida extraterrestre inteligente), pero que en manos de Morris aporta la originalidad de un marco escénico tan poco explotado como Encélado (el sexto satélite más grande de Saturno), y también el rigor científico contemporáneo en su desarrollo.

En un panorama literario anglosajón a menudo tan poco estimulante, en mi humilde opinión, como el de los últimos años (baste recordar a Ann Leckie, Becky Chambers o N.K. Jemisin), se agardece que en otras partes del mundo con menor tradición en el género (en este caso Alemania, pues Brandon Q. Morris es el pseudónimo literario del físico alemán Matthias Matting) surjan escritores cuya misión no es hibridar la ciencia-ficción con otros géneros y con las corrientes de pensamiento mayoritarias, sino evolucionarla a la luz de los últimos hallazgos astronómicos y avances tecnológicos. Algo que el propio nombre de la página a través de la cual Morris se dio a conocer (Hard Science Fiction, que también figura en la cabecera de la edición en español) ya deja meridianamente claro.

Porque como corresponde a toda novela de este subgénero, el elemento científico es el verdadero protagonista de la novela. Los últimos descubrimientos sobre Encélado, con su singular capa de hielo y su océano sumergido bajo ella, lo convierte en un poderoso marco escénico que justifica de sobra una expedición de seis humanos a tan lejano lugar. No se quedan atrás los vastos conocimientos físicos y astronómicos del autor, siempre aplicados con coherencia a la hora de explicar efectos o generar hipótesis. Y al mismo nivel rayan todos los avances tecnológicos de última generación utilizados por el escritor (algunos incluso con mención explícita de las empresas tras ellos), desde los Reactores de Fusión Directa que impulsan la nave nodriza hasta el Valkyrie, el robot explorador y tunelador espacial. Pero semejante despliegue se realiza casi siempre con mesura, sin abrumar al lector y primando en todo momento la narración. De suerte que la exposición en detalle sobre todos estos aspectos científicos se reserva para aquellos lectores que deseen adentrarse en los meritorios y didácticos apéndices finales.

Y es que desde el punto de vista literario la novela no desentona: sabiamente estructurada en dos partes ("El camino" y "El objetivo", de elocuentes títulos), se centra desde el comienzo en Martin Neumaier, mitad alemán y mitad estadounidense, desde que siendo muy joven contempla el lanzamiento de la sonda ELF a Saturno, hasta que es quien establece contacto con la inteligencia alienígena de Encélado. Con una prosa fluida y directa, sin apenas pasajes de relleno (más allá de algún innecesario episodio de formación de Martin en condiciones extremas), va jalonando la historia de suficientes acontecimientos para mantener el interés, y nos ofrece varios momentos especialmente cautivadores, como las salidas extravehiculares o el descenso del Valkyrie.

No es ésta una obra con grandes defectos, aunque sí se aprecian algunos detalles mejorables. El más obvio es que los seis personajes que conforman la tripulación (cada uno de uno de los países más avanzados tecnológicamente hablando de la Tierra) resultan estereotipados en sus rasgos principales y comportamientos. Tampoco resulta del todo fluida la gradual adaptación de Martin a ese papel cada vez más protagonista en la expedición que deberá desempeñar, y fruto de ello es que a veces sus pensamientos nos parezcan poco naturales. El bebé a bordo es un detalle original, pero que en realidad aporta muy poco a la narración, como tampoco lo hace la coincidencia de los acontecimientos finales con las Navidades en la Tierra. Por último, en momentos clave la novela adolece de cierta falta de dramatismo, algo que seguramente otro escritor con más tablas habría conseguido subsanar.

Pese a lo anterior, la lectura resultaría recomendable incluso sin su excelente desenlace: repleto de tensión, se reserva la sorpresa final de no "terminar del todo bien" para sus personajes. Pero es que, además, logra atar todos los cabos y, al mismo tiempo, deja una puerta abierta a una eventual comunicación futura con el ser alienígena. Razones por las cuales les adelanto que no será ésta la última reseña de esta saga que aparecerá por el blog, así que les emplazo a futuras reseñas sobre la misma.

sábado, 20 de abril de 2024

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura. Transitamos ya por la segunda mitad de la pasada década, que fue para cuando para el lector occidental en general (y español en particular) fue accesible "El bosque oscuro", del chino Cixin Liu. Que en realidad es la segunda entrega de la Trilogía de los Tres Cuerpos, publicada unos años antes en su país de origen, la cual constituye una de las sagas más exitosas de los últimos tiempos en todo el planeta a nivel de crítica y público. En realidad, la novela que debería haber figurado como parte de esta lista debería haber sido "El problema de los tres cuerpos", que fue la que inició la trilogía. Pero dado que ya la reseñé en su momento, y que el peso del componente científico en esta segunda entrega es al menos tan alto como el de su predecesora, me pareció natural su inclusión en mi lista de novelas de ciencia-ficción dura. Y es que a pesar de cierta dispersión narrativa, y de sus apreciables páginas de relleno, se trata de una novela repleta de grandes ideas y brillantes especulaciones, muy elaborada desde el punto de vista científico, y de resultado exitoso a pesar de su innegable ambición. Hasta el punto de la que considero superior a la primera entrega.

Debo comenzar aclarando que para poder disfrutar de las virtudes de esta novela es conveniente tener muy presentes los acontecimientos de su predecesora, porque Liu no se esfuerza en sintetizarlos. Y también estar dispuesto a resistir una primera parte muy larga (casi 200 páginas) sin ninguna estructuración en capítulos que facilite la lectura, y de contenido irregular. Centrada en la original figura que constituyen Los Vallados (cuatro personas que resultan constituir la única solución que encuentra la humanidad para elaborar un plan de defensa frente a la invasión trisolariana que no pueda ser interceptado por sus todopoderosos fotones), sus bruscos saltos narrativos, el llamativo volumen de pasajes de relleno (basta recordar todo lo relativo a los tres vecinos de Pekín, o las ensoñaciones de Luo Ji con su mujer idealizada), así como las excesivas líneas argumentales, echan por tierra instituciones verosímiles (el Consejo de Defensa Planetaria, la Fuerza Espacial), buenas ideas (los diferentes planes elaborados por los Vallados), y dos buenos personajes (el detective, recuperado de la primera entrega, Da Shi, y el principal protagonista, el astrónomo Luo Ji).

La segunda parte, algo más breve y ya con algunos capítulos que le confieren cierta estructura, resulta más amena, y es clave tanto para que los desvalladores neutralicen los planes de los Vallados como para que Luo Ji elabore su plan (la posteriormente famosa maldición). Liu alterna en ella algunos personajes conseguidos (incluso los secundarios), con otros francamente desacertados (como el inaprehensible Zhang Beihai, o el irritante Rey Díaz). Y la trama todavía no termina de fluir con la naturalides deseable, aunque se aprecian la dimensión cósmica y los retos tecnológicos del atrayente escenario planteado.

La tercera parte, además de la más extensa, es la que da título al libro, e indudablemente la más lograda. Dando una salto en el futuro hasta poco antes de que la primera sonda trisolariana (la "gota") llegue al Sistema Solar, comienza con la deshibernación de Luo Ji. Ello le permite a Liu fascinar al lector con una sociedad del siglo XXIII de exhultante optimismo, de ciudades subterráneas arbóreas y comodidades inimaginables bien cimentadas desde el punto de vista tecnológico. Un panorama sobre el cual el escritor sabe sacar partido al contraste de ideas y modos de vida entre los oriundos de esa época y los hibernados. Y con los múltiples intentos de asesinato a Luo Ji consigue generar una tensión que hasta entonces se había echado en falta, pero que ya no desaparecerá durante el resto de la novela.

No obstante, a pesar de la sofisticada tecnología propuesta por Liu para contrarrestar a los invadores, y de las brillantes especulaciones sobre los rasgos comunes a cualquier civilización inteligente de la galaxia, esta parte tampoco termina de resultar redonda. La razón principal es que Liu finge mal que la misión real de la "gota" es arrasar la flota humana, y se recrea excesivamente en su destrucción. Asimismo, la rapidez y facilidad con que Luo Ji se convierte de pronto en uno de los principales líderes de la sociedad, para luego ser defenestrado con la misma rapidez, resulta muy poco convincente. Como tampoco lo es el comportamiento de Zhang Beihai a bordo de la Selección Natural. Pero el Proyecto Nevado con el que, sin llamar la atención, Luo Ji logra redimirse, así como las explicaciones finales sobre la interceptación del sol y la maldición sobre el planeta 187J3X1, inclinan el desenlace hacia el lado favorable de la balanza.

Más interesante que entretenida, más científica que literaria, más especulativa que disfrutable, excesivamente lírica en ocasiones para el lector occidental, "El bosque oscuro" es una novela que requiere un esfuerzo consciente. Pero si se le pone cierto empeño, todo lo que encierra a nivel astronómico, bélico, tecnológico y especulativo causa una poderosa impresión en el lector. Y eso es algo difícil de conseguir en un género tan trillado después de un siglo de historia como la ciencia-ficción.

viernes, 12 de abril de 2024

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura. Nos hallamos ya en la pasada década, que fue cuando vio la luz en español "Accelerando", la obra más reconocida del británico Charles Stross, la cual había sido publicada inicialmente en inglés en el año 2005. Desde entonces se la ha venido citando como uno de los máximos exponentes de este subgénero literario, en el que indudablemente se encuadra. Aparte de tratarse de un libro de éxito comercial, como lo refleja el Premio Locus que recibió y su condición de finalista de los Premios Hugo, Nébula y John W. Campbell. No en vano se trata de una novela original y ambiciosa, que ilustra como ninguna otra el famoso concepto de la "singularidad tecnológica". Pero que a mi modo de ver resulta farragosa y difícil de leer.

Aunque dentro de la ciencia-ficción dura se suele asumir que trama y personajes cederán protagonismo a las ciencias y a sus especulaciones asociadas, en mi opinión Stross llevó al extremo esta asunción: la cantidad de conceptos científicos y tecnológicos, las especulaciones sobre los mismos, pero también sobre las ciencias sociales y humanas, es tan abrumadora que el resto de elementos de la novela apenas reciben la atención imprescindible. Y aun cuando en su mayor parte esos conceptos y especulaciones (del computronio al Cerebro Matrioska, de la fusión de mente y máquina a la Economía 2.0) se introducen con naturalidad y se explican suficientemente, a menudo lo sugestivo de las mismas se difumina por lo poco que se desarrollan, y también porque apenas se ayuda al lector a aprehenderlos.

Y eso es un problema grave en una novela netamente de ideas como ésta. Quizá Stross estimó que su rigurosa estructuración (el libro en realidad es un fix-up de nueve relatos de extensión similar cuyo protagonismo comparten distintas generaciones de su familia protagonista, los Macx), que el equilibrio en su atención a la misma (los tres primeros relatos se centran en el altruista Manfred, los tres siguientes en su hija Amber, y los tres últimos en su nieto Sirhan), y que el cuidado con el que iba entrelazando cada relato (referenciando con frecuencia e incluso abundando en las explicaciones sobre lo sucedido en relatos anteriores) bastarían para que la novela se sostuviera al margen de su ambición especulativa. Pero no es el caso.

Y es que ni siquiera recurriendo a menudo al resumen que de cada uno de esos relatos nos ofrece la Wikipedia fui capaz de interiorizar realmente lo esencial de lo narrado en los relatos previos. A menudo éstos consisten en poco más que un tanto forzadas (y en exceso interrumpidas por el narrador) conversaciones sin un nudo o un desenlace claros que las sostengan. Y cuando en algunos de ellos la trama se percibe un poco mejor, nos topamos con las limitaciones literarias de Stross: poco sentido del ritmo, incapacidad para enganchar, saturación de conceptos complejos, con frecuencia yuxtapuestos sin otro afán que el de epatar... Inconvenientes que dificultan la lectura, incluso para lectores habituados a enfrentarse a la ciencia-ficción dura.

Para empeorar las cosas, la necesaria sensación de verosimilitud se pierde cuando Stross se empeña en defender conceptos tan infantiles como que la gata Aineko sea la que descifre el mensaje extraterrestre, por muchas cualidades aumentadas que le hayan otorgado sus actualizaciones. O cuando lleva al Imán Sadek a supuestamente desempeñar su misión religiosa a bordo de la mini-nave Circo Ambulante. O a veces por el simple hecho de llevar sus especulaciones sobre copias virtuales y resimulaciones hasta sus últimas consecuencias, generando situaciones cuestionables en las que personajes emparentados y que han tenido en común múltiples vivencias se encuentran por primera vez, como si no se conocieran.

Sól si el lector logra abstraerse de estas dificultades y defectos podrá sacarle partido a las virtudes de la novela. Comenzando por la famosa "singularidad tecnológica", bien ilustrada y defendida desde antes de que tenga lugar, gracias a los siglos que abarca la narración. Siguiendo por los bloques informativos que permanentemente proporciona el escritor en cada relato: mis pasajes favoritos del libro, me parecen muy ilustrativos del estado de la vida humana en el universo. Deteniéndose en la permanente sátira económica sobre el capitalismo exacerbado, y en múltiples situaciones que son ante todo una crítica social. Y terminando por la original aplicación de múltiples conceptos de los ámbitos de las telecomunicaciones y la informática a los seres humanos, desde los universos virtuales hasta los exocórtex que forman parte de cada individuo.

Aunque por su condición de fix-up de relatos no lo esperaba, un último punto a su favor es que tanto la historia como el propio desenlace del relato final ("Superviviente") funcionan razonablemente como final del libro, yendo más allá de una mera interrupción. Aun así, me cuesta entender cómo una obra con tantos puntos débiles recibió tanto reconocimiento.

domingo, 17 de marzo de 2024

"El despertar del Leviatán" (2011). James S A Corey

Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrada. Nos adentramos ya en la segunda década del presente siglo, que fue cuando vio la luz "El despertar del Leviatán", escrito por los autores Daniel Abraham y Ty Franck bajo el pseudónico de James S A Corey. Una novela que, tal vez sin pretenderlo, inició una de las sagas de mayor éxito de crítica y público en lo que llevamos de siglo. En la cual, sin pretenderlo explícitamente, el elemento científico resulta clave. Porque en el fondo lo que sus autores plantearon fue ni más ni menos que una space opera de las que tanto triunfaron durante la Edad de Oro de la ciencia-ficción, pero actualizada a los tiempos modernos sin que por ello perdiera su esencia: respetuosa con la ciencia, plausible tecnológicamente, preocupada por el mundo interior de sus protagonistas y, al mismo tiempo, dinámica y muy entretenida, gracias a su elaborada trama.

Seguramente la clave para el éxito de esta obra resida en su afán de verosimilitud. Y es que el panorama que plantean Abraham y Franck, en el cual la humanidad del siglo XXIV se ha extendido más allá del Cinturón de Asteroides, se presenta como una realidad atractiva al tiempo que factible considerando el ritmo al que evoluciona actualmente la tecnología. Esa sensación de que le han abierto una ventana al futuro mantiene enganchado al lector de principio a fin. Un logro en el que desempeña un papel esencial el elemento científico: sin necesidad de largas digresiones, ni abuso de conceptos complejos, su coherencia (excepción hecha del impacto alienígena en Eros) influye perceptiblemente en los aspectos biológicos, físicos y sociales de los personajes y de los marcos escénicos de esta extensa novela (desde el efecto de Coriolis hasta la morfología de los cinturianos).

Pero toda buena novela requiere también de una trama elaborada. Y la de "El despertar del Leviatán" lo es: con el trasfondo de la lucha de poder entre las dos grandes potencias del Sistema Solar (la Tierra y Marte), y la opresión (cuando no directamente discriminación) del Cinturón de Asteroides, los autores crean una compleja historia dispuesta en dos líneas narrativas separadas que irán convergiendo conforme el conflicto interplanetario se complique. Esa alternancia de líneas narrativas ayuda a la correcta estructuración de la obra, pues cada una de ellas se centra en uno de sus dos protagonistas: el Capitán Jim Holden, y su sentido del deber, y el Inspector Joe Miller, el típico perdedor de vida destrozada pero con un innato sentido para las investigaciones. Ambos bien caracterizados, el contraste tanto entre sus actos como entre el estilo de ambas líneas (más ciencia-ficción la de Holden, más novela negra la de Miller) enriquece la historia, en especial cuando ambas líneas narrativas se fusionan.

Si a todo lo anterior le añadimos una prosa ágil, unos capítulos cortos, con muchos diálogos y sin apenas espacio para el relleno, su renuncia expresa al un tanto forzado empoderamiento femenino que tanto abunda en los últimos tiempos (el principal personaje femenino, Naomi Novak, es justo lo contrario de lo que la corriente de pensamiento dominante en el género dictaría), el misterio que rodea tanto la desaparición de Julie Mao como la masacre en Eros, la diversión que ofrecen los diversos combates, asaltos, asesinatos y otros pasajes similares, algunos buenos detalles como el preponderante papel que se otorga a corporaciones como Protogen, e incluso los detalles inspirados en el Quijote (desde la nave llamada Rocinante hasta los paralelismos entre la obsesión vital de Miller por la idealizada Julie y la de Don Quijote por Dulcinea) se entenderá el éxito casi unánime alcanzado por esta novela.

No obstante, el libro adolece de pequeños fallos que impiden considerarla perfecta: la relativa poca claridad con la que se presenta la situación geopolítica en el Sistema Solar, unos villanos no demasiado creíbles, algún que otro anacronismo (sobre todo a la hora de realizar símiles), un día a día de los habitantes del futuro que difiere excesivamente poco respecto a los actuales, un estilo a veces demasiado funcional, y el abuso de barbarismos innecesarios. Ninguno de ellos grave, como puede verse, pero que podrían haberse pulido sin excesivo esfuerzo.

A cambio, Abraham y Franck encuentran momentos para ir ofreciendo relevantes especulaciones sobre la condición humana, y sobre cómo la protomolécula alienígena (y su posesión) podrían alterarla, sin que por ello se altere el ritmo alto y las ganas de retomar la lectura cada vez que la hemos interrumpido, lo que supone otro punto más a favor de esa actualización de la space opera tradicional. El desenlace a dos bandas, original, bien resuelto, cerrado respecto a la trama planteada y sin embargo abierto a futuras continuaciones, reafirma la favorable impresión final. Y explica por qué esta novela se ha terminado convirtiendo en una larguísima saga (¡nada menos que nueve títulos!), sobre cuyas siguientes entregas les escribiré cuando avance este 2024.

sábado, 24 de febrero de 2024

"Visión Ciega" (2006). Peter Watts

Con la entrada que les traigo hoy sigo avanzando en mi recorrido por los autores y las obras más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Estamos ya en el año 2006 (2009 en el caso de su traducción al español), que fue cuando vio la luz "Visión Ciega", la obra más representativa del canadiense Peter Watts. Una novela que tuvo unos comienzos arduos, hasta que el boca a boca le ayudó a abrirse camino, llegando incluso a ser meses más tarde finalista en el Premio Hugo. Aunque ya les debo adelantar que, en mi humilde opinión, es un libro con muchas luces, pero también muchas sombras. Se trata de una novela muy original y bien trabajada sobre el primer contacto de la humanidad con una especie alienígena, pero que podría haber dado mucho más de sí de no ser por varios defectos tan obvios que sorprende que ninguna de las muchas personas por las que pasó antes de su publicación hiciera por corregirlos.

En cualquier caso, lo que no se le puede negar a Watts es la cantidad y la relevancia de los conceptos científicos que logra introducir en apenas trescientas páginas. Por supuesto, sobre todo lo concerniente a la Teseo, la primera nave en trasladar a la humanidad hasta la Nube de Oort. Pero también sobre la enana marrón (en realidad un "emisor de Oasa") en torno al cual orbita el misterioso artefacto alienígena, la Rorschach. Todo ello sin obviar la tecnología empleada por humanos y alienígenas para intentar conocerse mutuamente. Y con mención especial para el sexteto protagonista: cinco humanos caracterizados por diversas manipulaciones tecnológicas (desde personalidades independientes en el mismo cuerpo hasta cerebros que han sido parcialmente mutilados y reemplazados artificialmente).

Por si tal despliegue no fuera suficiente, el autor pone todos esos elementos al servicio de una cantidad ingente de especulaciones sobre las más diversas materias, desde la percepción humana hasta los distintos niveles de comunicación (tanto con los alienígenas como entre los propios seres humanos). Y los inserta en una trama no especialmente compleja pero que, recreando hallazgos de Arthur C. Clarke ("Cita con Rama") y Stanislaw Lem ("Solaris"), va revelando poco a poco qué esconde la sobrecogedora Rorschach en medio de una bien recreada ambientación, más de terror que de misterio. Por todo lo expuesto hasta ahora da mucha rabia que una obra que disponía de todos los ingredientes para haber marcado un hito en el género se quede en un libro sólo apto para amantes de la ciencia-ficción dura. Pero es que sus cuatro defectos principales afean el resultado de principio a fin.

Siendo todos ellos graves, para mí el peor son los continuos flashbacks que interrumpen la narración principal. Para caracterizar a su protagonista, Siri Keeton, no habría hecho falta romper tan a menudo el ritmo narrativo de los acontecimientos en el espacio como lo hace Watts. Ni tampoco ser testigo recurrente de las dificultades de comunicación que jalonaron su vida previa a la expedición; un autor más capaz habría expuesto lo mismo sobre Keeton en tres o cuatro párrafos oportunamente incorporados. Porque en realidad esos flashbacks apenas guardan relación con la trama principal, la cual podría sintetizarse sin mencionarlos en absoluto.

Pero es que los otros tres defectos no le andan a la zaga a los flashbacks. Porque el jefe de la expedición más crucial realizada por la humanidad en toda su historia resulta ser... ¡un vampiro! Supuestamente extinguidos hace decenas de miles de años, y recuperados a partir de ADN fosilizado décadas atrás de la expedición (en principio debido a sus mayores capacidades físicas y mentales), tanto su mera presencia, como sus actos, chirrían en una novela que por lo demás pretende ser rigurosa. Aunque en realidad todo el elenco de personajes es terrible: tan desequilibrados e inverosímiles que resulta de todo punto imposible que la humanidad los enviara como avanzadilla de nada. Y como colofón a estos desaciertos, la propia habilidad literaria de Watts: curiosamente no por tratarse de un autor de prosa ramplona y ritmo narrativo plano, como a menudo ocurre en el subgénero de la ciencia-ficción dura, sino porque se esfuerza en mostrarnos lo bien que escribe, cuando en realidad lo que el lector se encuentra es un escritor de descripciones confusas y diálogos sólo bien desarrollados en su propia mente, por lo que sus frecuentes florituras literarias están completamente de más.

Tanto lastre implica que los interesantes alienígenas, las exploraciones de Rorschach, las emboscadas y los ataques, incluso las elaboradas yuxtaposiciones de inteligencia y consciencia que jalonan las páginas de la novela, no cautiven como deberían. Y el desenlace, de clímax mal preparado y pobremente explicado, deja más bien indiferente. Ni siquiera las notas finales (llenas de aspectos interesantes, pero demasiado largas y claramente a la defensiva) mejoran la impresión global a pesar de todo lo que explican y aclaran. Y es que aún no comprendo cómo ni revisores ni editores ayudaron a pulir el diamente en bruto que escondía "Visión Ciega".

sábado, 10 de febrero de 2024

"Jugar a Dioses" (2005). Damien Broderick

Una entrada más continúo con mis reseñas de los principales autores y novelas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Le ha llegado el turno ahora a Damien Broderick. El autor australiano más premiado del género es relativamente poco conocido más allá de su país, y de hecho la que les traigo es su única novela traducida al español. A lo largo de su trayectoria Broderick ha demostrado ser un autor ecléctico pero que siempre coloca ciencia y tecnología en primer plano de sus obras. Algo especialmente apreciable en "Jugar a Dioses", dado que la trama gira nada menos que en torno a la existencia de múltiples universos. Se trata, como imaginarán, de una novela singular, razonablemente amena a pesar de su evidente complejidad, llamativa desde el punto de vista científico, y válida para diversas especulaciones. Pero también confusa, a ratos delirante, y no apta para cualquier lector.

Los multiversos planteados por Broderick deberían en principio haber originado una novela abstrusa y tediosa en manos de casi cualquier escritor, pero el australiano logra insertar en ellos una trama aprehensible, y adaptar una prosa ligera y un tanto socarrona, consiguiendo así que la lectura resulte razonablemente fluida y hasta amena (sobre todo durante la primera mitad del libro). Y ello a pesar de la gran cantidad de conceptos singulares y complejos que van surgiendo: Schewelles, cognados, deixis, ontología, niveles de Tegmark, partículas Xon, homúnculos vorpal, Árbol Yggdrasil, computronium... casi nada. Pero la existencia de una Competición de los Mundos le permite justicar casi todo, y el lector consigue orientarse razonablemente.

A esa sensación de realismo dentro del caos contribuye que August Seebeck, su protagonista, sienta a lo largo de la novela hambre, sueño, sea consciente de los días que van pasando y muestre una continua preocupación por lo que le pueda haber ocurrido a su tía Tansy. Y también que Broderick introduzca de manera gradual y bien engarzada aspectos especulativos de la ciencia que la sustenta. Especiamente de los estados cuánticos entrelazados, que según el autor permiten que todas las opciones posibles a nivel cuántico ocurran de verdad, generándose así mundos ortogonales en el espacio o en el tiempo que abarcan todas las combinaciones concebibles de dimensiones físicas y constantes que componen el multiverso.

Sin embargo, dos defectos graves lastran el considerable esfuerzo de Broderick por lograr que su novela sea disfrutable. El primero es el desarrollo de la trama: conforme avanzan los capítulos ésta se vuelve más desquiciada, mezcla de visitas repentinas a lugares surrealistas e inesperados combares con máquinas-k carentes de toda cohesión. Un problema agravado por la confusión en torno a los hermanos de August (incluso al terminar la lectura es muy complicado listar cuántos son, sus ocupaciones o sus universos individuales), y que los capítulos cortos que el escritor va introduciendo esporádicamente para presentárnoslos no consigue paliar. Y el segundo es la abundancia de elementos fantásticos (rayos verdes que todo lo restauran, perros y gatos que hablan, radiaciones solares convertidas en una simple arma en la palma de la mano de August), y que asienta una sensación de "todo vale" que colisiona con la pretendida especulación científica. Otros defectos menores son los abundantes e innecesarios barbarismos, la anti-naturalidad con la que August y Lune se enamoran en apenas unos pocos encuentros, unas cuestionables referencias cinematográficas que le restan intemporalidad a la novela, y pasajes innecesarios, como por ejemplo todos los relativos a Solo, el bot creado por August, que irrumpe cuando menos viene a cuento.

A cambio, Broderick no rehúye el empleo y la especulación sobre intrincados y contrastados elementos científicos (Esferas de Dyson, el factor lambda, partículas elementales...), y tras un desenlace discreto y que apenas aclara nada, consigue in extremis mejorar la impresión final gracias a un excelente epílogo en el que explica el origen de las principales especulaciones científicas presentadas: el multiverso como computación discretizada de Konrad Zuse, el modelo de cuatro niveles de un cosmos computacional de Max Tegmark, el Punto Omega al final de los tiempos en un universo cerrado de Frank Tipler, o la capacidad psíquica humana condicionada por unos instantes concretos en el tiempo sidéreo de James Spottiswoode. Un trabajo muy minucioso para una obra más lograda científica que literariamente.

"Viaje Alucinante II. Destino Cerebro" (1987). Isaac Asimov

La entrada de hoy me permite saldar una vieja deuda que había contraído con este humilde blog. Porque cuando hace más de una década comencé...