domingo, 26 de noviembre de 2023

"Maestro del tiempo" (1992). Robert L. Forward

Una entrada más prosigo con mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Nos adentramos en la década de los noventa, que fue cuando se publicó la novela que hoy les traigo. Que, indiscutiblemente, no se trata de la más representativa de su autor, el estadounidense Robert L. Forward (tal honor corresponde a "Huevo del dragón" (1980), en mi humilde opinión la mejor novela de ciencia-ficción dura jamás escrita). Pero como ya la reseñé en su momento, como parte de mis quince títulos imprescindibles para adentrarse en el género, para esta revisión del subgénero he tenido que seleccionar otra novela de su autor. Afortunadamente, Forward, físico de profesión y consultor de instituciones tan relevantes como la NASA y la U.S. Air Force, fue un escritor que cultivó casi en exclusiva el subgénero que estamos revisando durante estos meses, y lo hizo con la suficiente solvencia y repercusión como para que varias de sus novelas fueran traducidas al español. Por eso no ha sido complicado decidirse por "Maestro del tiempo", que es la novela que hoy les traigo. Y que pasa por ser (aunque afirmaciones tan categóricas siempre corren el riesgo de pasar por alto obras menos conocidas escritas en cualquier parte del mundo) la que con más rigor ha tratado el viaje a través del tiempo, beneficiándose para ello de los efectos relativistas, y sin incurrir en ninguno de los "trucos" con el que prácticamente todos los autores del género soslayan las restricciones existentes en el universo al respecto. Por mi parte añadiré que, aunque un tanto naif y bienintencionada (como por otra parte suele suceder en la bibliografía de Forward), se trata de la mejor novela de viajes a través del tiempo que he leído. Con diferencia.

Aunque no cabría esperar menos de un autor tan rigurosamente científico como Forward, quien, no obstante, ya previene en el prólogo de la novela a los eventuales críticos sobre su postura favorable a la posibilidad de los viajes temporales. Y es que el autor recurre a una sabia conjugación de buena parte de los conceptos más en boga en la física contemporánea para lograr el ansiado viaje en el tiempo (la dilatación temporal a velocidades relativistas, los agujeros de gusano estables, la antimateria -o materia negativa- que protege a las naves que se desplazan a velocidades lumínicas...). Por si fuera poco, endulza todo este despliegue con una serie de avances ingenieriles (retroascensores, en la línea de Charles Sheffield), biológicos (tratamientos contra el envejecimiento), y hasta militares (trampas temporales), logrando llevar el sentido de la maravilla al que siempre aspira el género a cotas extraordinarias, y evitando al mismo tiempo todas las paradojas temporales conocidas. Todo lo cual reafirma que el elemento científico es el protagonista indiscutible del libro, como corresponde a toda buena novela de ciencia-ficción dura. Aunque en este caso con el aliciente de que lo presenta de manera accesible a cualquier lector con unos conocimientos razonables en ciencias.

Pero Forward no se da por satisfecho con mostrarle al lector todos estos hallazgos científicos y tecnológicos, con los cuales realizará un recorrido exhaustivo por las estrellas más próximas al Sol, sino que los utilizará como parte esencial de la trama, en la cual la trayectoria vital de Randy irá recorriendo diferentes periodos del espacio-tiempo, hasta llegar al fascinante clímax que encierra la novela: tres versiones temporales de sí mismo son necesarias y coincidentes en el mismo instante para destruir a su mayor enemigo, Oscar Barham. La explicación del diagrama cronológico crítico que se incluye con buen criterio en el apéndice permite valorar mejor tan desbordante creación. Además, la visión del futuro de la humanidad que nos plantea Forward es subyugante, y una saludable atmósfera de aventuras preside toda la novela.

A pesar del entusiasmo que desprenden los párrafos anteriores, debo advertirles de que la novela dista de ser perfecta, ni siquiera dentro de la producción del norteamericano. Mi impresión no fue mejor porque, a pesar de las excelencias comentadas en el ámbito científico, ésta al fin y al cabo es una obra literaria y no un tratado científico. Y ahí nos encontramos con un Randy Hunter, millonario arquetípico y excesivamente afortunado, con un Oscar Barham excesivamente malvado en la simplicidad de sus actos, una señora Hunter y unos hijos dócilmente convencionales, y en general un ambiente que, de tan bienintencionado, parece más propio de una novela para adolescentes. Además, algunos personajes son demasiado esquemáticos, las situaciones ordinarias que pertenden conferirles personalidad resultan a veces anodinas y, a pesar de las maravillosas ideas vertidas, ni siquiera en los capítulos finales el lector llega a sentir el necesario vértigo. Incluso habrá quien le reproche al escritor su prosa sencilla y sin artificios, aunque en mi opinión esto ya es más una cuestión de gustos, y yo al menos siempre prefiero el fondo a la forma.

Aun así, una novela recomendable para todo el que quiera profundizar en la obra de Forward, y en general para todos los lectores que aprecien la ciencia-ficción dura.

sábado, 11 de noviembre de 2023

"Entre los latidos de la noche" (1985). Charles Sheffield

Continúo con la entrada de hoy mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más representativas del subgénero de la ciencia-ficción dura. Nos adentramos ya en la década de los ochenta, que fue cuando mayor relevancia alcanzó el escritor británico nacionalizado estadounidenses Charles Sheffield. Un autor que, pese a que nunca terminó de alcanzar la posición de preeminencia dentro del género a la que parecía apuntar en sus mejores obras, ya ha aparecido en varias ocasiones por este humilde blog. Así que para este recorrido he debido descartar las que tal vez sean sus novelas más conocidas para el lector en español, y por eso me he decidido en esta oportunidad por "Entre los latidos de la noche". La cual encierra, como casi todas las de su producción, la suficiente relevancia del elemento científico como para poder encuadrarse sin duda dentro de la ciencia-ficción dura. Pero que resulta menos popular que, por ejemplo, "La telaraña entre los mundos" (1979), tal vez porque esta última presentaba por vez primera el famoso concepto del ascensor espacial. En todo caso, "Entre los latidos de la noche" es, por supuesto, una lectura repleta de ideas científicas, pero también de consecuencias sociales y psicológicas, y lo que tal vez sea menos esperable, de especulaciones filosóficas sobre la vida.

Pese a su extensión relativamente contenida, la novela se estructura en tres partes tremendamente separadas espacial y temporalmente, lo que habla en favor de la habilidad narrativa de su autor. La primera transcurre en el año 2010, en el cual la hecatombe nuclear causada por el enfrentamiento entre las naciones provoca que los únicos seres humanos que sobrevivan sean los que han iniciado una nueva vida en las arcologías (las colonias que orbitan en torno a nuestro planeta). En la segunda Sheffield traslada la acción al planeta extrasolar llamado Pentecostés, y la sitúa nada menos que en el año 27698. Y en la tercera parte, la más atractiva en mi opinión, el escritor salta hasta el 29872, camino a Gulf City. Dos saltos temporales muy ambiciosos, en los cuales es relativemente fácil naufragar a la hora de elaborar una trama coherente y mantener el interés del lector, pero de los que Sheffield sale relativamente airoso. Aunque lógicamente ello requiere que el lector ponga algo de su parte, como en toda obra de ciencia-ficción dura.

No será una sorpresa que, a mi modo de ver, la mayor virtud de la novela sea el tratamiento del elemento científico. Tremendamente presente a lo largo de toda la historia, Sheffield sitúa en primer plano todo lo relativo a la física y la astronomía, explicando con detalle los efectos sobre los seres humanos de sus especulaciones e hipótesis, y llegando al extremo de presentar razonamientos o cálculos relativamente complejos dentro de sus páginas. Pero para lectores con una cierta formación científica no resultará difícil seguirle, e incluso llegar a familiarizarse con conceptos originales como el Espacio-L o los Objetos Kermel. Además, Sheffield aprovecha hábilmente sus conocimientos físicos y astronómicos para crear marcos escénicos singulares y fascinantes, y abordar los viajes espaciales con originalidad, contribuyendo así a aumentar el imprescindible sentido de la maravilla, sin que lo que nos presenta carezca de la necesaria sensación de verosimilitud. Y remata el conjunto con especulaciones profundas que va realizando poco a poco sobre la posible evolución de la vida en la Tierra a lo largo de los milenios.

En aquella década ya era evidente la voluntad de los escritores de ciencia-ficción de otorgarles cierta profundidad a sus personajes, y Sheffield no es una excepción: se nota su esfuerzo por caracterizarlos razonablemente, aunque con la premisa de no destruir el ritmo narrativo por culpa de una excesiva morosidad verbal. Porque Sheffield es un narrador solvente, que incluso en una primera parte cuya visión del futuro difiere evidentemente de lo que resultó ser, es capaz de lograr que las páginas se pasen con dinamismo, y al mismo tiempo fijar los cimientos para lo que luego relatará en las dos partes siguientes. Aunque evidentemente la novela mejora a partir de la segunda parte: la lectura se vuelve tan agradable como fluida, y las especulaciones van subiendo el nivel hasta llegar al moralizante desenlace, con esa poco menos que inevitable conclusión de que al final muchas personas cambiarían una vida duradera por una mucho más breve y desafiante, pero también mejor.

En cuanto a los defectos, quizá el más grave sea cierta falta de consistencia en la historia: a veces se escapa de lo que parece su propio camino, sin saber realamente a dónde quiere ir a parar. Aunque bien argumentada, a mi modo de ver a la novela le vendría bien una trama un poco más sólida. También puede descolocar el que los personajes de la primera parte desaparezcan abruptamente de la segunda. O la obsesión por eliminar los periodos de sueño que preside la primera parte. Incluso se podría decir que es una obra que entretiene más que impacta, o que lo que perdura de ella es la ambientación más que los acontecimientos, pero quizá eso ses algo común a toda la ciencia-ficción dura. A cambio, Sheffield no se olvida de rematar la novela con un excelente epílogo, poético y dramático a partes iguales, y que refrenda mi impresión de que el libro ha envejecido bastante bien, y merecería una reedición. A ver si esta reseña contribuye a ello.

jueves, 9 de noviembre de 2023

"Cronopaisaje" (1980). Gregory Benford

Con la presente entrada prosigo mi recorrido en orden cronológico por los autores y las obras de cabecera de la ciencia-ficción dura. Nos situamos ya a finales de la década de los setenta, que fue cuando vio la luz la que sin duda es la novela más famosa de su autor, el estadounidense Gregory Benford. "Cronopaisaje" obtuvo en su momento el prestigioso Premio Nébula, y desde entonces siempre se ha citado como una de las principales novelas del subgénero que estamos revisando estos últimos meses. Sin embargo, debo confesar que tardé muchos años en leerla (tantos, que cuando realicé mi repaso por las principales novelas galardonadas con el Premio Nébula hace unos años, todavía no la había leído, si recuerdan). Y es que Benford nunca ha sido santo de mi devoción. Pese a lo cual no hace tanto tiempo decidí darle una nueva oportunidad. Si bien debo confesarles que, una vez más, quedé decepcionado con el resultado. Y es que "Cronopaisaje" me pareció una obra sobrevalorada, que quizá supuso en su momento un pequeño hito al intentar conjugar la ciencia-ficción dura con una novela de personajes, pero a la que le sobra extensión, le falta emoción, y que sólo subsiste gracias al elemento científico y lo que orbita en torno a él.

Por comenzar con los puntos fuertes de la novela, que algunos tiene, lo más convincente me pareció todo lo relativo a los taquiones, esas partículas que supuestamente viajan más rápidas que la luz y que, por tanto, posibilitan el envío de mensajes codificados a través del tiempo; en el caso que nos ocupa, desde el apocalíptico 1998 hasta el balbuceante 1962, con el fin de evitar que la humanidad se dirija realmente al fatídico destino que le espera al final del siglo XX. Tanto el laboratorio de Cambridge, desde el que se emiten los mensajes, como el de La Jolla en San Diego, donde se reciben, resultan verosímiles no sólo a nivel de los elementos y la tecnología empleados, sino también de los titubeos y las incertidumbres asociadas al descubrimiento y la aplicación de tan novedosos conceptos. Benford los sabe presentar con cercanía pero también con rigor, consiguiendo que el lector visualice incluso cómo la mecánica cuántica permite evitar las consabidas paradojas temporales.

El escritor también logra captar con habilidad algunos aspectos relativamente secundarios para la narración, pero que hablan bien de su minuciosidad a la hora de preparar el libro: mediante yuxtaposiciones ahonda en las diferencias culturales y sociales entre las líneas narrativas de 1962 y 1988, pero también entre Inglaterra y Estados Unidos, o incluso entre su Costa Oeste y su Costa Este. Ademas, Benford exhibe asimismo un notable conocimiento de todo cuanto rodea a la investigación científica: la dependencia de los fondos que la sustentan, las envidias entre supuestos colegas, el miedo a ser desprestigiado, el implacable pragmatismo de quienes toman las decisiones...Todo ello resulta bastante convincente.

El principal problema de la novela radica en que, por mucho que se cuiden todos estos elementos ambientales y de apoyo, cualquier gran novela requiere siempre de un buen desarrollo. Y Benford fracasa estrepitosamente en ello. Por muchas razones, pero la esencial es lo exagerado de su extensión. "Cronopaisaje" es una novel larguísima para lo que en realidad encierra. Sin exagerar, de sus más de quinientas o seiscientas páginas (dependiendo de la edición), un escritor más solvente podría haberse quedado con entre doscientas y trescientas, sin eliminar detalle alguno y facilitando el dinamismo de la lectura. Pero Benford desespera continuamente al lector interacalando más y más páginas prescindibles entre los episodios en los que realmente se desarrolla la trama (y debo hablar de episodios y no de capítulos, porque apenas hay capítulos interesantes de principio a fin). Con el agravante de que ese relleno exasperante se distribuye uniformemente durante las primeras cinco sextas partes de la novela. Sólo en el tramo final ésta por fin se focaliza un tanto, pero ya es tarde para cambiar la impresión global que deja.

Supuestamente esta morosidad verbal obedece a una concienzuda caracterización de los personajes. Pero por desgracia esa caracterización resulta ser una pobre mezcla entre desvirtuación y parodia. Porque los protagonistas (Renfew, Bernstein, Peterson) son tan sosos como arquetípicamente exagerados en sus rasgos principales y, en vez de disfrutar de una especulación científica de altos vuelos, lo que nos ofrece Bernford mediante ellos son detalles tan nimios como, por ejemplo, los recurrentes flirteos de Peterson o la mentalidad judía ultra-conservadora de la madre de Bernstein. Por si fuera poco, la novela hace aguas a la hora de explotar los elementos puestos en juego: carece por completo de tensión, los avances puntuales en ambas líneas narrativas apenas se resaltan, el sentido de la maravilla brilla por su ausencia, abundan los párrafos extensos sobre aspectos completamente irrelevantes, los acontecimientos principales están muy pobremente presentados (la muerte de Markham en particular, de los peores fallecimientos que he leído), y el desenlace no genera mayor interés, hasta el extremo de parecer más una mera interrupción que otra cosa.

Si a lo anterior le sumamos el más que previsible cliché del atentado contra JF Kennedy como punto Jombar que altera la historia posterior, comprenderemos por qué esta novela, que parecía reclamar la categoría de clásico cuando fue publicada, ha quedado con el tiempo arrinconada como una obra únicamente interesante para los aficionados más apasionados a la ciencia-ficción dura.

"El bosque oscuro" (2017). Cixin Liu

Continúo avanzando con esta nueva entrada en mi recorrido en orden cronológico por los autores y las novelas más relevantes del subgénero d...