domingo, 31 de enero de 2021

Una retrospectiva sobre las escritoras de ciencia-ficción

Habitualmente cuando termino de revisar una temática en este humilde blog, paso directamente a la siguiente, sin una entrada a modo de reflexión o cierre. Sin embargo, en el caso de las escritoras de ciencia-ficción voy a rematar mi revisión con una pequeña retrospectiva. La razón es que cuando a principios de la pasada primavera me lancé a recorrer muchas de las mejores novelas de las principales escritoras del género, aún no había leído varias de las novelas que me proponía reseñar, sobre todo las más recientemente publicadas. Entre ellas, las de Becky Chambers y Mary Robinette Kowal, las multi-premiadas escritoras que ilustran esta entrada. Ahora, después de haberlas leído y reseñado, creo interesante compartir algunas reflexiones muy personales.

La primera, es que he quedado más convencido que antes de que la aportación de las mujeres al género ha sido muy beneficiosa. No es que la literatura de ciencia-ficción estuviera agotada (en mi opinión, los continuos avances científicos y tecnológicos lo impiden), pero en manos de las escritoras, muchos de sus temas clásicos reciben nuevas perspectivas. Es difícil de explicar, pero en general nos ofrecen un enfoque más humano, más centrado en las emociones, y los sentimientos, y eso contrarresta estupendamente uno de los principales defectos históricos del género, sobre todo en los primeros tiempos del mismo.

La segunda, que esa forma diferente de enfocar las historias, está últimamente recibiendo más atención por parte de la crítica de la que en mi opinión merece. Vivimos unos años en los que determinadas formas de pensar y actuar se ensalzan en toda ocasión, y si una escritora es astuta y se “apunta al carro”, es probable que obtenga un plus extra de reconocimiento que quizá su novela per sé no merecería. Pongo un ejemplo, para que se me entienda: el respeto a las minorías. Algo en lo que casi todos estaremos de acuerdo en el año 2021, pero que podría no ser el caso en el año 2221. Y eso es uno de los pilares del género: la capacidad de especular sobre realidades incómodas, o ajenas a las bases de nuestra cultura. Pensemos qué habría sido de tantas excelentes novelas (desde “Matadero cinco” de Kurt Vonnegut Jr. hasta “El sueño de hierro” de Norman Spinrad) si se hubieran alineado con los principios vigentes en la actualidad. Pienso que la ciencia-ficción permite todo tipo de especulaciones siempre que se intenten justificar, por descabelladas o incluso atroces que nos puedan parecer, y el resultado deberíamos valorarlo por lo que nos hagan reflexionar, no porque nos machaquen con determinadas doctrinas de las que estamos oyendo a diario.

Y la tercera, que a pesar de todas las escritoras que he tenido oportunidad de leer en estos últimos meses, ninguna de ellas ha pasado a formar parte de mi lista sagrada de escritores favoritos. Espero que no me consideren un misógino por ello; simplemente no he experimentado con ninguna de ellas un grado de fascinación similar al que me despiertan los grandes títulos de Robert Silverberg, Isaac Asimov o Fred Hoyle. No sé si porque para mí el elemento científico es muy importante (es parte de la denominación del género, de hecho) y algunas veces determinadas escritoras lo dejan en segundo plano, o porque simplemente la profundidad de Silverberg, la fascinación por las civilizaciones futuras de Asimov, o las irreprochables novelas de científicos de Fred Hoyle me llaman más la atención.

De hecho, las dos novelas de escritoras que aún no había leído y que más me han gustado en estos meses, han sido de dos autoras no muy conocidas, de las menos prestigiosas y de las que una carrera literaria más discontinua están llevando: “El despertar del milenio”, de Jane Jensen, y “El último hombre mortal” de Syne Mitchell. Ambas intensas de principio a fin, llevando sus postulados de partida hasta las últimas consecuencias y centrándose más en el fondo que en la forma. O, si me admiten la hipérbole a modo de cierre humorístico, las más “masculinas”.

sábado, 23 de enero de 2021

Hacia las estrellas (2018). Mary Robinette Kowal

Con la presente entrada finalizo mi recorrido por muchas de las mejoras novelas creadas por las escritoras más representativas del género. A lo largo de casi un año he tratado de mostrar cómo las mujeres escritoras han ido ganando poco a poco terreno en la ciencia-ficción, desde su posición minoritaria inicial hace medio siglo hasta la arrolladora mayoría que constituyen ahora. El recorrido lo cierra "Hacia las estrellas", de Mary Robinette Kowal. Traducida al español hace tan sólo unos meses, sobre el papel es el perfecto broche de oro para tal fin, dado que recientemente ha sido galardonada con los Premios Hugo y Nébula, los más importantes en la ciencia-ficción. Además, se trata de una ucronía, sin duda uno de los subgéneros más estimulantes. Y con un atrayente punto de partida, bien documentada y resuelta desde un punto de vista científico, su primera parte es formidable. No obstante, a partir de entonces se desinfla gradualmente entre reiteraciones y detalles irrelevantes, hasta resultar en mi opinión francamente decepcionante. Algo sorprendente teniendo en cuenta el reconocimiento cosechado.

En esta historia alternativa el republicano Thomas E. Dewey derrotó a Harry S. Truman en las elecciones presidenciales de finales de los cuarenta y, bajo su mandato, un enorme meteorito se estrelló cerca de la Costa Este de E.E.U.U., haciendo desaparecer entre otras urbes su capital, Washington, y provocando el mayor cataclismo en la historia de la humanidad. Todo esto lo narra Kowal en primera persona en una primera parte magistral: concisa (apenas ochenta páginas), de capítulos cortos, desoladores y a la vez repletos de un saludable sentido común, de una admirable lucha por la superviviencia y de un ponderado ensalzamiento de la solidaridad.

Sin embargo, en la segunda parte (que abarca el resto de la novela), todos estos hallazgos se van diluyendo. Los capítulos siguen siendo cortos y dinámicos, y los titulares que los encabezan siguen enriqueciendo adecuadamente la historia alternativa, pero la novela pierde muchísima fuerza. Si bien es cierto que la repentina bajada de las temperaturas primero y el gradual efecto invernadero que la sucede a causa del impacto están bien presentados, y los esfuerzos de la protagonista Elma York y su marido Nathaniel por convencer a las autoridades de la necesidad de abandonar la Tierra antes de que sea demasiado tarde, realistas. Pero una vez el plan se pone en marcha, el resto de la novela (más de doscientas páginas) en realidad sólo narra la lucha de YOrk por ser astronauta. Prácticamente nada más.

Así, Kowal nos ofrece capítulos y más capítulos de lectura agradable pero en los que en realidad apenas sucede nada destacable (si acaso, el accidente de uno de los vuelos de prueba, lo único que se sale del guión y proporciona algo de acción). Por el contrario, una y otra vez nos presenta con todo detalle la angustia que atenaza a Elma cada vez que se siente el centro de atención, y en unas cuantas ocasiones repite para cerrar un episodio el inicio del acto sexual entre Elma y Nathaniel. Quizás consciente de que le faltan mimbres para llenar tantas páginas, la escritora decide que la condición de judíos de Elma y Nathaniel debe ser explotada al máximo, y entre detalles y tramas que se derivan de ello, y ceremonias que lógicamente no aportan nada a los viajes espaciales como el Bar Mitzvah de su sobrino, no sólo alarga la narración, sino que posiciona la novela en una defensa explícita de las minorías. Un filón más obvio si cabe cuando explícitamente excluye a todas las mujeres negras del proceso de selección de astronautas, y que en el fondo impregna toda la novela, pues resalta hasta el hastío la conocida posición secundaria de las mujeres a mediados del siglo pasado. Todas estas denuncias sin duda ayudarían a que la crítica aumentara sus elogios a la novela, pero si reflexionamos sobre ello, para la expedición a la luna son prácticamente irrelevantes.

Por si todo esto fuera poco, me ha sorprendido lo mal que están caracterizados muchos personajes. Y es que Dowal se recrea demasiado en Elma, y se olvida de perfilar mejor a las mujeres con las que se relaciona: salvo Myrtle, Betty y quizá Nicole, es fácil para el lector no ser capaz de diferenciar al resto, apenas definidas en sus rasgos e inquietudes. Incluso Stetson Parker, enemigo declarado de Elma, y cuya relación con ella es lo que más interés aporta en esta mediocre segunda parte, está caricaturizado en exceso, tanto que resulta poco verosímil.

Afortunadamente, como reflejan los interesantes "Agradecimientos" situados al final de la novela, donde Kowal da las gracias a todos los que la ayudaron al respecto, el componente científico está muy bien elaborado, por lo que todo lo relativo a vuelos, órbitas, aviones, cálculos matemáticos, e incluso los problemas de la incipiente informática, aportan credibilidad a lo narrado. Y por eso las últimas treinta páginas, que son las que realmente se enfocan en aprovechar esta virtud, recuperan el interés y ofrecen un desenlace previsible pero disfrutable dentro de lo que cabe. Aunque al menos en mi caso ya era demasiado tarde para cambiar mi impresión global de la novela.

"Accelerando" (2011). Charles Stross

Una nueva entrada prosigo con la reseña en orden cronológico de los autores y las novelas más representativas de la ciencia-ficción dura . ...