lunes, 21 de abril de 2025

"La Guerra de Calibán" (2012). James S. A. Corey

Tras el paréntesis para celebrar el hito por las más de trescientas mil visitas al blog (ya van casi trescientas tres mil), retomo mi segundo recorrido en orden cronológico por algunas de las sagas más relevantes disponibles para el lector de ciencia-ficción en español. Seguimos avanzando en la pasada década y nos topamos ya con la saga The Expanse, así conocida incluso en nuestro idioma. La cual constituye la obra de cabecera de los escritores Daniel Abraham y Ty Franck. Quienes, bajo el pseudónimo de James S. A. Corey, fueron añadiendo un título cada año a su exitosa novela "El Despertar del Leviatán" (que ya reseñé en su momento en este mismo blog a causa de su notable componente científica) hasta completar una serie de nada menos que nueve novelas (más otras piezas menores). Lo que demuestra el éxito de una saga que se alejaba un tanto de las tendencias en auge en el género en aquellos años para ofrecernos una space opera de factura clásica pero convenientemente adaptada al estado actual de la ciencia y la literatura. Y si mi balance de la primera entrega fue claramente favorable, el de "La Guerra de Calibán" es incluso mejor, puesto que no sólo entronca perfectamente con ella, sino que la mejora globalmente, al potenciar algunas de sus virtudes y minimizar varios errores de su predecesora.

La mejora más evidente proviene del aumento de personajes (y por tanto, de líneas narrativas asociadas) que nos proponen los autores. Ni que decir tiene que Abraham y Franck mantienen como pilar fundamental la tripulación de la Rocinante, con su capitán James Holden al mando, pero añaden la línea de la subsecretaria de la ONU Avasarala (seguramente el personaje de más calado de esta obra), la de la marine marciana Bobby Drapper, y la del botánico afincado en Ganímedes Praxidixe Meng. Esta multiplicidad de frentes otorga a la saga una intensa vertiente política, un saludable contrapunto marciano a la hora de desarrollar los pasajes de acción, y una mayor preocupación por el aspecto humano de la saga, pues el secuestro de la hija de Prax, Mei, narrado en el prólogo, ejerce de catalizador de toda la historia. Además, los autores consiguen salir airosos del siempre complejo proceso de hacer converger las distintas líneas narrativas. Pero incluso cuando alcanzan ese punto, prosiguen con el enfoque de mantener cada capítulo centrado en uno de esos cuatro personajes, lo que añade amplitud de miras a los hechos narrados, y les proporciona una subjetividad que les permite alcanzar una profundidad mayor que en la primera entrega.

La segunda mejora clara de esta segundan es el mayor desarrollo del elemento científico. Por supuesto, en todo cuanto atañe a la botánica y sus técnicas asociadas, dado que las reflexiones y los símiles que elabora Meng evidencian la preparación realizada por los autores en este ámbito. Pero también respecto a las características y las posibilidades de aprovechamiento de los cuerpos celestes que conforman el Sistema Solar (de Ganímedes a Ío, de la Luna a la artificial estación Tycho), a los efectos de los viajes espaciales sobre las personas, a las consecuencias de la vida en microgravedad... Incluso respecto a lo que los alienígenas parecen estar haciendo con el planeta Venus. Todo ello aumenta la sensación de verosimilitud, siempre necesaria en una obra que transcurre varios siglos en el futuro.

Además de estas virtudes potenciadas, los autores mantienen los aciertos principales con los que había debutado la saga un año antes: entretenimiento por encima de cualquier otra consideración, buenas dosis de acción, capítulos cortos y sin apenas relleno, predominio de los diálogos sobre las descripciones, solvencia a la hora de situar espacial y visualmente al lector, prosa directa y sin florituras, ritmo alto... En cuanto superamos los primeros capítulos la lectura se vuelve adictiva; cuesta detenerla, y la evolución de la trama se antoja en todo momento razonable. A pesar incluso de los tejemanejes políticos en los que se ve inmersa la singular Avasarala, y el juego de segunda intenciones y lecturas alternativas en el que tan bien se desenvuelve, pero que tan complicados son de trasladar de manera que el lector los comprenda y no le resulten aburridos.

Pese a ese comprensible empeño por corregir errores, algunos defectos continúan presentes en esta segunda entrega. El más obvio es el relativo a la trama, que si nos detenemos a analizarla resulta ser casi un calco del de la primera entrega (una joven desaparecida, las consecuentes intrigas y el enfrentamiento entre la Tierra y Marte, el papel como salvador de Holden...). Otro inconveniente bastante molesto en mi opinión es la reiteración innecesaria en el empleo de barbarismos (y no sólo por parte de Avasarala, sino prácticamente de todos los personajes). Por otra parte, lo relativo a la protomolécula alienígena apenas experimenta avance alguno casi hasta el final. Y a pesar de que introducen algunas reflexiones interesantes a lo largo del libro, le sigue faltando un poco de profundidad. Aparte de algún detalle que permita relacionar el texto con el título, pues el tal Calibán no aparece por ninguna parte.

El desenlace coral, con cada uno de los cuatro personajes enfrascado en la resolución de su parte del rompecabezas, es original y está razonablemente bien resuelto (aunque, como cabría suponer, no todas las líneas narrativas alcanzan el mismo clímax de tensión). Y ello contribuye a mejorar la impresión final de una novela que termina con un par de píldoras anticipatorias de esa tercera entrega que los autores ya tenían en mente. Y que reseñaré en mi próxima entrada.

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