La entrada que hoy les traigo es una nueva del recorrido que estoy realizando, en orden cronológico, por algunas de las sagas más relevantes disponibles para el lector en español y que aún no habían aparecido, o no en su totalidad, en este humilde blog. Avanzamos al año 2005, que fue cuando vio la luz en formato libro en su país de origen "Metro 2033", del escritor ruso Dmitry Glukhovsky. No son muy habituales las traducciones de ciencia-ficción rusa a nuestro idioma, así que el mero hecho de que nos terminara llegando demuestra la relevancia de esta novela. Que a lo largo de los años fue extendida con dos secuelas ("Metro 2034", publicada en 2010, y "Metro 2035", publicada en 2015), hasta conformar la "saga Metro", una de las más populares en nuestras librerías en los últimos años. Y es que a su original argumento (la vida en los túneles del metro de Moscú unas décadas después de una devastadora guerra nuclear) se añade la originalidad de una ambientación y un estilo literario poco habituales para el lector occidental. Lo cual da lugar a una obra original, opresiva y sombría, pero también difícil de leer y fantasiosa en exceso.
Sin duda la mayor virtud del libro es su marco escénico: el panorama post-apocalíptico que crea Glukhovsky, aprovechando las particularidades de cada línea y hasta cada estación del metro, es sobrecogedoramente verosímil. A pesar de las dificultades inherentes a los nombres en ruso, y de las inevitables particularidades culturales de aquel país, el lector logrará sin excesivo esfuerzo orientarse en tan tétrico escenario, e incluso comprender la cohabitación de las facciones surgidas tras décadas bajo tierra en condiciones extremas (la Hansa, el Cuarto Reich, la Polis, los Rojos). Un lugar donde reina la ley del más fuerte, y donde sus habitantes han desarrollado una habilidad para la supervivencia, y han encontrado un sentido a tan precaria forma de vida, que se prestan a las más diversas reflexiones.
En este marco el escritor inserta a su protagonista absoluto, el joven Artyom, y lo hace recorrer durante casi tres semanas una estación tras otra en pos de una meta... un tanto endeble. Porque durante los dos primeros tercios de la obra la trama es tan simple como reiterativa: Artyom se irá encontrando suvesivamente con una serie de lobos solitarios y gentes hechas a sí mismas (Hunter, Bourbon, Kan, Melnik...) a los que en su mayor parte dejará atrás tras un breve interacción, sin que de tales encuentros apenas perduren más que unas pocas reflexiones y consejos puntuales. De suerte que, a pesar de su notable extensión, la novela no tiene en la caracterización de sus personajes uno de sus puntos fuertes. En el último tercio la trama sí se vuelve un poco más elaborada, y la misión y sus consecuencias se van volviendo más claras, pero siempre en segundo plano frente a la ambientación.
Por terminar con los puntos fuertes del libro, resaltar que a lo largo de sus páginas abundan las reflexiones. Bien es cierto que muchas se antojan más una crítica a la sociedad rusa de principios de siglo que una especulación sobre los excesos de la humanidad, pero son muchos los personajes que, en ocasiones a costa de interrumpir el ritmo narrativo, disertan sobre las más variadas cuestiones. Por otra parte, la manera en que las estaciones han logrado aprovechar los escasos recursos disponibles (subsistiendo a base de cerdos, ratas, gallinas y setas), la sensación de pesimismo casi continua, los episodios de angustia, los pasajes de misterio o los momentos de terror evidencian que la novela aprovecha con éxito muchos de los elementos post-apocalípticos a su alcance.
Y sin embargo, mi balance final tras concluir la lectura no fue tan positivo como para animarme a continuar con el resto de la saga. Fundamentalmente por dos defectos: uno evidente desde el principio, y otro que se vuelve más acusado conforme avanza la narración. El primero salta a la vista desde las primeras páginas: el estilo literario, que es cuanto menos arcaico, por no decir mejorable: capítulos muy largos, cuyos título y desarrollo no se corresponden con su extensión, y que deberían haberse fraccionado de un modo mucho más ágil; párrafos inacabables, que piden a gritos una reestructuración para una mayor amenidad y una mejor comprensión; descripciones imprecisas, que sólo el imprescindible mapa situado al comienzo del libro ayuda a soslayar; escasez de diálogos, siempre menos abundantes que las descripciones, y a menudo consistententes en discuros antinaturales... Todo muy lejano a los cánones de calidad de cualquier novela occidental de nivel medio. Pero es el segundo defecto el que termina de echar por tierra los logros de la trama: poco a poco el lector va percibiendo que la biocenosis ideada por Glukhovsky parece excesivamente alterada para haber transcurrido tan sólo un par de décadas desde la hecatombe, pero es cuando Artyom sale por fin a la superficie y se enfrenta con... ¡pterodáctilos y simios bibliotecarios! que las concesiones fantasiosas chocan definitivamente contra la pretendida verosimilitud. Aunque para desgracia del lector, antes de concluir la lectura aún se topará con creaciones más descabelladas: los caníbales del mítico Gran Gusano, la "masa barboteante" del Kremlin, o incluso el "hormiguero de los Negros". Creaciones excesivamente fantasiosas para cualquiera que aspirara a considerar a "Metro 2033" una novela rigurosa.
Otros defectos menores afean también el resultado global. Los continuos pasajes de sueño de Artyom, que Glukhovsky intenta sin éxito confundir con situaciones reales, son un recurso literario tan manido como superfluo y hasta tedioso. En otro orden de cosas, chirría la abundancia en las estaciones de determinados recursos, sin duda necesarios para permitir la vida pero improbables en un escenario post-apocalíptico. La escasa habilidad del autor para inferir el necesario dramatismo a los episodios de enfrentamiento y a las huidas es palmaria. Así como las dificultades a la hora de dibujar cada estación para que cobre vida ante los ojos del lector. Por último deob mencionar las notas aclaratorias que se ofrecen al final, de escasa utilidad dado que no se enlazan con el punto de la novela al que se refieren, un detalle que habría tenido fácil solución.
Lógicamente, el desenlace es lo suficientemente abierto para permitir una continuación, por lo que no debemos esperar que sea un cierre redondo a lo narrado. Aun así, tampoco mejora la impresión final: se presenta como momento culmen un episodio del que lector no tenía constancia hasta apenas unas decenas de páginas antes, pero su resolución simple, y sobre todo, su sorpresa en forma de una revelación (las supuestas intenciones humanitarias de los Negros) que no casa en absoluto con la maldad de que habían hecho gala hasta entonces, resultan decepcionantes. En resumidas cuentas, podría haber sido una gran novela, de no haber estado lastrada por todos estos inconvenientes.
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