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viernes, 30 de septiembre de 2016

Roma Eterna (2003). Robert Silverberg

Con la presente entrada termino la reseña de los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. A partir de su sexagésimo cumpleaños en 1995, Silverberg ralentizó notablemente su ritmo de producción literaria, entrando en una especie de pre-jubilación que ha continuado hasta hoy. Por eso "Roma Eterna" es la única obra nueva suya de ciencia-ficción que ha visto la luz en España en los últimos veinte años. Una obra, además, que refleja perfectamente el letargo creativo del autor en esos años, puesto que no se trata de una novela como tal, sino de una colección de diez relatos largos que fueron viendo la luz individualmente a lo largo de los años hasta acabar conformando el libro. Sin embargo, "Roma Eterna" no es una antología al uso, sino una ucronía, es decir, una historia alternativa que postula que el Imperio Romano no sucumbió a manos de los bárbaros en el siglo V, sino que continuó dominando el mundo occidental hasta nuestros días. Una idea fascinante, y que además me va a permitir enlazar esta entrada con las que dedicaré a partir del mes próximo a las ucronías, otro de los subgéneros literarios que tienen cabida dentro del maravilloso mundo de la literatura de ciencia-ficción.

Presentar casi dos mil años de historia de manera comprensible y atractiva es una tarea harto compleja, y para la que un formato como el fix-up de relatos que capturen determinados momentos históricos es probablemente la mejor opción. Desde ese punto de vista el libro es satisfactorio, ya que los relatos están muy cohesionados, las referencias entre ellos son continuas y ninguno choca con lo narrado en los anteriores. Además, sin obligar al lector a resituarse cada vez que inicia la lectura de uno nuevo, como sucede en la inmensa mayoría de las antologías. No obstante cada relato posee su propia personalidad, puesto que se localizan en lugares diferentes, sus protagonistas pertenecen a distintos estratos sociales y tienen responsabilidades diversas, y el estilo narrativo se adapta siempre a lo narrado (compaginando la primera y la tercera personas, acercándose a los libros de viajes, o a los relatos de aventuras, o a las fábulas...). Con buen criterio Silverberg se apoya en varios de los acontecimientos esenciales en la historia de la humanidad (el surgimiento de Mahoma, la conquista de América, el Éxodo judío, la primera vuelta al mundo...), pero encajándolos con habilidad en su historia alternativa.

Por otra parte, al proponer más de un hecho divergente para dar lugar a su historia alternativa (al menos cabe mencionar la ausencia del cristianismo en el Imperio, el benigno dominio en el siglo III del emperador ficticio Tito Galio, la prematura muerte de Mahoma...) elimina con naturalidad buena parte de las objeciones que se le pueden plantear a este tipo de historias. Incluso aprovecha para dotar de sentido a alguno de nuestros mitos históricos más cuestionables (como por ejemplo cuando abiertamente defiende que antes de que el Imperio conquistara América, los "vikingos" ya la habían descubierto e incluso dominado en algunas áreas).

En cuanto a los defectos, los dos más obvios son: la inmutabilidad de instituciones, vestimentas e incluso costumbres a lo largo de veinte siglos (el Senado, las túnicas, las profesiones principales...), presentando unos avances tecnológicos esencialmente equivalentes a los que realmente se produjeron, pero siempre en un discreto segundo plano; y algunos relatos sensiblemente inferiores al resto (lentos, anodinos, escasos de acción e incluso de acontecimientos), que hacen que la impresión global del libro sea favorable pero sin llegar a figuar entre los títulos absolutamente recomendables del estadounidense. Aunque lo mejor será revisar individualmente cada relato.

En "Con César en las catacumbas" Silverberg va convirtiendo gradualmente lo que parece ser uno de sus habituales relatos de atmósfera sórdida y clímax orgiástico en un momento alternativo esencial de su ucronía sobre Roma, cercenando además para siempre la amenaza bárbara sobre Occidente. "Un héroe del Imperio", uno de los relatos más recomendables, es más directo, con un estilo literario muy conseguido (una serie de misivas enviadas en primera persona por su protagonista a un supuesto amante), y eficaz a la hora de presentarnos a Mahmut, ese Mahoma que nunca logró unificar a los sarracenos ni expandir su religión del Dios único. "La segunda invasión", uno de mis dos favoritos, es un excelente relato sobre las primeras expediciones para la conquista de América: coherente (reconociendo el papel esencial de los escandinavos), bien narrado (el pasado se presenta de manera que los acontecimientos presentes se comprendan con sencillez), e ingenioso (Olao el danio al frente de los mayas, la derrota propiciada por las fuerzas de la naturaleza...).

"A la espera del fin" es uno de los relatos más flojos, la conquista de Roma por el Imperio Bizantino narrada sin tensión, a través de un traductor y su amada. "Una avanzada del reino", correcto aunque demasiado corto para una trama compleja, sí reflexiona con originalidad y en un marco escénico atrayente (la Venecia bizantina) sobre la tesis de que los romanos siempre estuvieron destinados a gobernar el mundo, y que por eso reunificaron el Imperio tras el relativamente breve dominio de Bizancio. "Lo que oculta el dragón", otro momento brillante, con un estilo más desenfadado e incluso guiños humorísticos, sólo flaquea por su dispersión: funciona muy bien para consolidar con credibilidad trescientos años de historia alternativa, pero la trama reparte por igual la atención entre el megalómano proyecto de Demetrio y la semblanza de Trajano Draco y su vuelta al mundo, y siendo ambos interesantes y plenos de brillantes reflexiones, el resultado es que el relato avanza sin dirección clara hasta su final. Y "El reino del terror", otro de los momentos álgidos del libro, es un relato un poco disperso en su primera mitad a causa de sus diversas líneas narrativas, pero termina convirtiéndose en un brillante episodio de intrigas imperiales sobre el derrocamiento del Emperador y su sustitución como forma de atajar la Segunda Decadencia. Y además pleno de acontecimientos y certeras reflexiones.

El tercio final lo inicia "Vía Roma", para mí el único relato realmente prescindible: demasiado largo, predominantemente descriptivo y argumentalmente muy simple, lo realmente sustancial (el derrocamiento del Imperio y la proclamación de la Segunda República) se narra de manera telegráfica cerca del final, después de un montón de páginas de atmósfera bien capturada pero de contenido anodino. "Cuentos de los bosques de Vindobona" es mi otro relativo preferido: escrito casi a modo de fábula, un relato conciso y convincente para cerrar la historia de los Césares sobre Occidente. En un marco escénico diferente y cautivador (la Viena alternativa del siglo XIX), con un protagonista original (un niño) y una buena dosis de jugosas reflexiones. Y el libro se cierra con "Hacia la tierra prometida": aunque argumentalmente sencillo, cumple su papel de cierre de la ucronía a la perfección, ya que postula que los hebreos se pusieron a buscar por segunda vez su Tierra prometida nada menos que en las estrellas... Y además con el genial detalle de convertir el accidente espacial nada menos que en la vuelta a los Cielos de un nuevo Mesías. Con lo que Silverberg cierra así el círculo que abrió en el prólogo, cuando planteó que el judaísmo primero y el cristianismo después no lograron abrirse paso en el Imperio Romano. Casi nada.

domingo, 11 de septiembre de 2016

El robot humano (1993). Isaac Asimov y Robert Silverberg

Por penúltima vez dedico una entrada a reseñar los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, el estadounidense Robert Silverberg. Voy a reseñar a continuación "El robot humano", tercera y última de las novelizaciones que Silverberg acometió de tres de los mejores relatos cortos de Isaac Asimov. En esta ocasión el relato elegido fue "El hombre bicentenario", escrito en 1976 y galardonado con los premios Hugo y Nébula. Es decir, un inmejorable punto de partida, que sin embargo dio como resultado la más floja de las tres novelas fruto de esta colaboración. En mi opinión "El robot humano" es un trabajo correcto y agradable de leer, pero carente del calado que cabría esperar en estos dos escritores, y por tanto no forma parte de mi lista de sus obras absolutamente recomendables.

Aunque la novela posea muchas virtudes, al terminar la lectura no pude desprenderme de la sensación de haber leído una novela "hecha por encargo", porque toda ella parece presidida por una cierta falta de entusiasmo en su elaboración, pese a que en realidad no existan defectos de altura. Quizá sea una cierta falta de acción o de intensidad derivada de la trama que la sustenta, pero el caso es que esta percepción lastra la lectura.

Y eso que el planteamiento del libro, un robot tan anormalmente capacitado que termina por humanizarse, es tan interesante como plausible. Aunque su longevidad dificulta una interacción prolongada con los seres humanos que le rodean, estos personajes humanos se comportan con total naturalidad, siempre correctamente caracterizados para los cortos lapsos de tiempo en los que por fuerza aparecen. Además, como cabía esperar en una novela firmada por estos dos escritores, los acontecimientos se desarrollan de un modo razonable, sin episodios inverosímiles. De hecho, no faltan episodios emotivos con cada una de las muertes de las que es testigo Andrew: Sir, Little Miss, George...

Otro acierto notable es la reacción de US Robots and Mechanical Men y de la sociedad en general ante la evolución de los robots: las distintas fases por las que atraviesan (integración, rechazo, aceptación...) serán indudablemente un punto de referencia si estas cuestiones se plantean en siglos venideros. Particularmente trascendentes son las especulaciones sobre los rasgos que caracterizan exclusivamente a la especie humana. Y todo ello sin dejar de echar fugaces vistazos a la evolución de la sociedad humana en los próximos siglos (como por ejemplo el desarrollo de la luna y su talante más liberal).

No obstante, conforme se avanza en la lectura se ponen de manifiesto otras dos pegas considerables: la reiteración en el esquema de los distintos episodios (a saber: Andrew va alcanzando estados evolutivos cada vez mayores, y propios de los humanos, pero se siente insatisfecho con lo logrado y plantea una nueva evolución difícil de aceptar por su entorno); y la ausencia casi total de episodios de acción (esencialmente sólo cuando Andrew es amenazado en su intento por ir a la biblioteca). Un tercer punto discutible son los detalles del comportamiento del Andrew más evolucionado, que en mi opinión no se ajustan del todo a las Tres Reyes de la Robótica (por ejemplo las amenazas u órdenes dadas por Andrew).

De todos modos no quiero terminar sin reseñar otros logros que atesora la novela. En primer lugar, cómo la trama enlaza con lo narrado en la mítica antología de relatos "Yo, robot" (incluso con alusiones directas). En segundo lugar, las explicaciones biológicas que va introduciendo Silverberg durante la gradual evolución de Andrew, como cabe esperar en toda obra de ciencia-ficción. Y en tercer y último lugar, el final, no del todo esperable después de tanta evolución robótica, y a la vez un alegato en favor de la imperfección humana.

lunes, 29 de agosto de 2016

La faz de las aguas (1991). Robert Silverberg

Poco a poco me voy acercando al final de las entradas dedicadas a reseñar los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. En la presente entrada voy a hablarles de "La faz de las aguas", que sin ser uno de sus clásicos absolutamente recomendables, sí que es en mi opinión una meritoria novela, más si se tiene en cuenta que es una de las últimas que escribió. Estructurada en tres partes, y alejada de la concisición que lo caracterizaba en la producción de su quinquenio dorado (quinientas páginas nada menos), es una obra a medio camino entre el viaje iniciático y la novela de aventuras, que intenta tomar lo mejor de ambas. Una lástima que el desenlace no esté a la altura.

Silverberg sitúa la narración en el planeta Hydros, un mundo esencialmente acuático, con apenas unas decenas de islas artificiales donde la humanidad puede subsistir en condiciones rudimentarias, y sin posibilidad de salir del mismo. En la primera parte, prácticamente intachable, relata la vida de una pequeña comunidad humana en la isla de Sorve en convivencia con una comunidad nativa de gillies, que es la especie que la construyó. Centrada como toda la novela en Valben Lawler, el médico de la isla, nos muestra lo precaria y sin embargo apacible que resulta la vida humana en ese pequeño rincón del planeta Hydros en pleno siglo XXIV. Son unas páginas fascinantes tanto por el marco escénico presentado como por el ingenio aplicado por los humanos para desempeñar la mayoría de las profesiones de cualquier sociedad, a pesar de la enorme escasez de materias primas. Lawler, el alter ego de Silverberg, desempeña su profesión de médico con unos notables conocimientos científicos, y a través de sus pacientes vamos conociendo al resto de la comunidad de Sorve (el líder de la isla Nid Delagard, el inseguro padre Quillan, la errante reparadora de barcos Sundria Thane...). Tanto la isla como los personajes están excelentemente caracterizados y cuando, a raíz de la afrenta de Delagard a los buzos, los gillies obligan a los humanos a abandonar completamente la isla, las especulaciones y los sentimientos de los distintos personajes están a la altura de lo presentado hasta ahora.

La segunda parte, que relata la travesía en la que los seis barcos de la población de Sorve se dirige hacia el Mar Vacío, mantiene el nivel de la anterior: más focalizada en la vertiente de aventuras, cautiva por la cantidad y originalidad de especies que imagina Silverberg (drakkens, peces bruja, peces espolón, bocas...), y algunas de las situaciones límite que plantea y resuelve (desde la falta de agua potable hasta la gran Ola y sus terribles consecuencias sobre la flota, pasando por la revelación de que adonde realmente se están dirigiendo es a la Faz de las Aguas). Silverberg aprovecha hábilmente esta parte para revisitar las vivencias de Lawler, reflexionar sobre ellas, y enfatizar su obsesión por la extinta Tierra, origen de sus antepasados.

Es en la tercera parte en la que se concentran casi todos los defectos. No es que la Faz de las Aguas no funcione como elemento alegórico-expiatorio, pero Silverberg se recrea en exceso hasta que llegan a ella (hay treinta o cuarenta páginas reiterativas), se limita a presentarla como un artificio de luces y colores con poderes parapsicologicos, y finalmente representa sólo un manido concepto muy similar a la Gaia de Isaac Asimov, el cerebro que armoniza a todas las criaturas de Hydros y las orienta hacia los "invasores" (los humanos) para preservar el ecosistema del planeta. Ello unido a otros detalles mejorables como la ausencia de un mapa de Hydros que permitiera situar la lectura, de una referencia cronológica más clara, o incluso una trama algo simple, hacen que la novela no pase a formar parte de lo mejor de la producción del estadounidense. Pero las bondades ya citadas, junto a su brillante prosa, certera estructuración y sentido de la maravilla a lo largo de la misma, sí que la convierten en una lectura recomendable.

martes, 9 de agosto de 2016

Anochecer (1990). Isaac Asimov y Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. En esta oportunidad me toca reseñar la primera de las tres novelas que publicó al principio de los noventa junto con el insigne Isaac Asimov. Una pareja de escritores del más alto nivel dentro del género, por lo que las expectativas de su colaboración fueron desde el principio muy altas. Expectativas justificadas además por el proyecto en sí: la novelización a cargo de Robert Silverberg de tres de los cuentos más laureados de Isaac Asimov. En otras palabras, partiendo de tres relatos escogidos por el propio Asimov, Silverberg se encargó de actualizarlos, pulirlos y enriquecerlos hasta convertirlos en novelas bajo la supervisión del Buen Doctor. En el caso de "Anochecer", se trata de un relato corto que Asimov publicó en 1941, y que fue premiado en los Nébula de 1968 como el mejor escrito en el género antes de 1965. Por lo que cuando abordé la lectura de la misma me la esperaba mejor de lo que me pareció, aunque no me llegó a decepcionar. Pero tengo claro que no la incluiría en la lista de las novelas absolutamente recomendables de Silverberg.

Asimov y Silverberg nos muestran la vida de los seres humanos en el planeta Lagash, que al encontrarse en un sistema con seis soles está iluminado de manera continua. Hasta que un equipo de astrónomos y una arqueóloga concluyen que la luz perpetua no es en realidad tal, ya que cada 2049 años se produce un ciclo de oscuridad. Esto da pie a las tres partes en que está dividida la novela: "Atardecer", "Anochecer" y "Amanacer", siendo la segunda la que directamente hereda del relato corto de Asimov, y las otras dos adiciones de Silverberg para convertir el relato en novela. Se trata de una novela relativamente larga para lo habitual en el Silverberg del quinquenio dorado, pero de extensión razonable para la magnitud de los acontecimientos narrados.

Empezando en esta oportunidad por los puntos débiles, hay uno que condiciona especialmente toda la obra: el excesivo parecido de Kalgash a la Tierra. Independientemente de la nota que añadiron los escritores al principio para justificar este parecido y por qué habían renunciado a nombres específicos para designar conceptos conocidos de nuestro planeta, el mimetismo que se percibe refleja en mi opinión una cierta falta de creatividad: los habitantes, la naturaleza, los colores, las instituciones... hasta el modus vivendi de cada personaje es el que presidía la civilización occidental en el siglo XX. Y Kalgash queda así reducido a una "Tierra con seis soles". Por otro lado, y en su afán por abarcar las experiencias de diferentes personajes, la narración se vuelve excesivamente lenta (tanto en las primeras páginas como en muchos tramos de la segunda parte). El último defecto reseñable, a mi modo de ver, es el final: endeble, conformista, y parcial (puesto que sólo tres de los muchos protagonistas de la novela aparecen en sus últimas páginas).

Afortunadamente, a cambio tenemos una buena dosis de lo mejor de estos dos maestros: la fascinante idea del mundo de seis soles, y las consecuencias de la luz perpetua en la civilización, aderezadas con una base científica sólida esperable en Asimov; y el variopinto y entretejido mosaico de personas de "carne y hueso" con sus sentimientos, sus inquietudes, sus interrelaciones... esa introspección que sabe captar como nadie Silverberg. Es curioso, además, que un personaje con una profesión "menospreciada" por ambos autores (Theramon) se convierta, paradójicamente, en el eje de la novela. Y ello sin desdeñar las habituales reflexiones que Silverberg introduce a partir de lo narrado.

Además, como era de esperar, hay pasajes realmente magistrales: cómo terminan encajando todas las piezas que predicen el eclipse, las fatídicas consecuencias de las estrellas para la población civil y, especialmente, la lucha por la supervivencia en el bosque tras la catástrofe, digna de los mejores momentos de un clásico como "El señor de las Moscas", de William Golding. Y todo ello con una prosa de calidad, fluida y a la vez profunda, y unos protagonistas que me atrevo a calificar de "entreñables". Porque a ingenio no se le gana fácilmente a Asimov, y a oficio no se le gana fácilmente a Silverberg.

martes, 26 de julio de 2016

Al final del invierno (1988). Robert Silverberg

Continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Le toca en esta entrada a "Al final del invierno", novela de 1988 y por tanto enmarcada dentro de su segunda y última época como escritor de ciencia-ficción. Una novela que en realidad iba a ser la primera de una ambiciosa trilogía sobre la humanidad en un futuro remoto, pero que al final se quedó en sólo dos entregas, la segunda de las cuales ("The queen of springtime") no está traducida al español y por tanto no reseñaré aquí. "Al final del invierno" fue saludada por Miquel Barceló cuando la publicó en su colección Nova como una meritoria vuelta de Silverberg a su "mejor forma". Personalmente no la considero parte de sus novelas absolutamente recomendables, pero sí que me pareció digna y claramente superior a su predecesora en el tiempo ("La estrella de los gitanos"), a pesar de su gran longitud.

Silverberg nos plantea en "Al final del invierno" el resurgir de la humanidad en la Tierra en un futuro muy lejano, tras un desastre planetario de origen natural. Y durante catorce muy extensos capítulos nos muestra a través de distintos personajes cómo va produciéndose ese resurgimiento. De manera que cuando el lector concluye la lectura la impresión que prevalece, más que la de haber disfrutado con la novela, es la de haber conocido (incluso intimado) con una serie de "personas", en el sentido amplio de la palabra. Y esto puede interpretarse como una virtud del escritor a la hora de conferir vida a sus personajes, pero también como un defecto a la hora de haber dejado los acontecimientos en un discreto segundo plano.

Como decía, Silverberg demuestra su gran habilidad narrativa al ofrecernos las perspectivas y los sentimientos de muchos personajes: Hresh el cronista, Koshmar, Taniane, Torlyri, Harruel, Sachkor... Tenemos ante nuestros ojos un complejo panorama de relaciones humanas. Sin embargo, su esfuerzo ante una tarea tan compleja provoca que descuide un tanto el ritmo de la narración, que a menudo es demasiado lento, carente de grandes acontecimientos y sin que el lector perciba un objetivo claro en muchas de las acciones de los protagonistas (por ejemplo, el porqué de la estancia del Pueblo en Vengiboneeza).

Otros aspectos negativos del libro son a mi modo de ver: el excesivo recurso a artilugios y entes fantásticos y poco científicos (entre ellos, el Barak Dayir, de poderes injustificables, los dioses del Pueblo, las máquinas del Gran Mundo, la segunda vista...); el panorama evolutivo que nos presenta, con seis especies inteligentes y unos animales y plantas excesivamente modificados y hasta poco rigurosos para lo que biológicamente cabría esperar; la excesiva longitud de la novela, que el Silverberg del quinquenio dorado habría resuelto en doscientas páginas menos; y la escasa justificación al abandono de la supremacía por parte de los Seres Humanos, y su papel en el Gran Mundo y en el capullo (el interior de la Tierra).

A cambio, las grandes virtudes son las que siempre cabe esperar en Silverberg: calidez, humanismo, intimismo, emotividad... El lector va descubriendo el entorno a la vez que los personajes, lo que facilita la lectura. En concreto disfruté con la reflexión sobre qué es realmente "la humanidad", y por qué bajo este prisma el Pueblo aún no es humano. También disfruté con el gradual conocimiento de unos personajes fascinantes (sobre todo Koshmar y Hresh). Y, ciñéndmoe a los hechos que se narran en la novela, me agradaron particularmente las primeras expediciones en Vengiboneeza, el día de la Partida de Harruel, y el desenlace de la novela, sus muertes y sus nombramientos... Y todo ello pese a que Silverberg renuncia expresamente a recrearse con el encuentro entre el Pueblo y Harruel, y la batalla contra los hjjks. Salvo que lo relatara en la inédita "The queen of springtime", claro.

sábado, 9 de julio de 2016

La estrella de los gitanos (1986). Robert Silverberg

Con "La estrella de los gitanos" continúo la reseña de los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Esta novela vio la luz justo un año después de "Tom O'Bedlam", la novela con la que retornó al género tras prácticamente una década de inactividad, y representó pues la consolidación de su segunda época como escritor de ciencia-ficción. Lo malo es que también representa perfectamente la parte más negativa de esta segunda época: estamos ante una novela coherente y con algunos pasajes logrados, pero innecesariamente larga, carente de acción, con una trama relativamente escasa y sin apenasa capacidad de fascinación. De hecho, la situaría junto a "Hijo del hombre" como la peor de sus novelas disponibles en español.

Aunque debo reconocer que al menos Silverberg es honesto: el título deja claro que la novela se va a ocupar de la etnia gitana, un tema difícil en general y más aún dentro del ámbito de la ciencia-ficción. Silverberg exhibe amplios conocimientos de los mitos, costumbres y valores de los gitanos, personficados en Yakoub, rey de los gitanos, que relata su vida en primera persona. Y aprovecha para elaborar una teoría que explique su aislamiento histórico y al mismo tiempo sus interacciones con los gaje (lo que ellos llamarían payos): su procedencia de la Estrella Romaní, el mundo nativo del que los gitanos se vieron obligados a emigrar cuando éste alcanzó la fase final de su transformación en gigante roja, su desembarco en la Tierra y su paradisíaco retiro de Atlantis, su errático devenir por el mundo, y finalmente la recuperación de su estatus como pilotos interestelares en el siglo XXXII. Una teoría difícil de aceptar, pero asumible como base para una novela de ciencia-ficción.

Sin embargo, a pesar de esta teoría asumible, la novela naufraga por dos razones principales: la lentitud de la narración y la simplicidad de la trama. La lentitud se pone especialmente de manifiesto en el primer tercio de la novela: por razones no del todo convincentes Yakoub se encuentra retirado en Mulano, donde va recibiendo la visita de distintos personajes que le piden que vuelva a la vida activa. Son capítulos reiterativos, sin acción, que se podrían haber condensado en veinte o treinta páginas. Y que causan que cuando por fin empieza a ocurrir "algo", el planteamiento de Silverberg de combinar episodios pretéritos y los avatares presentes de Yakoub frustre al lector. Y la trama es especialmente simple: Yakoub sale de su retiro, recupera su puesto al frente de todos los gitanos, y sin hacer apenas nada logra convertirse en emperador. Muy poco para una novela tan larga, y muy lejos de la concisión habitual en el quinquenio dorado de Silverberg.

Es cierto que es posible encontrar algunas de las características reflexiones de Silverberg, y que hay algunos pasajes realmente notables (en especial Alta Hannalana y sus condiciones de trabajo), pero pesan más los defectos: un componente científico excesivamente laxo (el concepto de "espectros" como forma de viaje hacia atrás en el tiempo plantea unos inconvenientes no del todo resueltos, algunos mundos del Imperio presentan unas características difícilmente aceptables...), una falta de acción alarmante (Silverberg incluso renuncia a narrar la lucha entre los lores por el poder), y un elenco de personajes secundarios excesivamente hinchado para una trama tan simple. En suma, un gran escritor en horas bajas.

lunes, 20 de junio de 2016

Tom O'Bedlam (1985). Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros disponible en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Voy a reseñar en esta oportunidad "Tom O'Bedlam", la primera novela de ciencia-ficción que publicó tras prácticamente una década de alejamiento del género, en el año 1985. Existe la opinión bastante generalizada de que nada de lo que publicó Silverberg tras su quinquenio dorado ha llegado estar a la misma altura que sus mejores novelas de ese periodo, y ello incluye, pues, todas las novelas posteriores a 1972. No voy a negar que la fecundidad y brillantez de ese periodo no llegó a ser igualada posteriormente, pero sí que estoy en desacuerdo con esa generalización: ya reseñé "Hijo del tiempo" (en realidad una novelización de un relato corto de Isaac Asimov), como una de mis quince novelas personalísimamente favoritas. Pero si nos centramos en las novelas cien por cien propias de Silverberg, sí que hay más de una novela tan recomendable como muchas de las de su periodo dorado. Y entre todas esas novelas escritas tras su quinquenio dorado, tengo claro que mi favorita es "Tom O'Bedlam", para mí una de las mejores de su carrera, plena de su estilo personal sin llegar a repetirse, y que va creciendo gradualmente conforme avanza la lectura para deleite del lector.

Siempre he pensado que "Tom O'Bedlam", cuyo título deriva de una canción tradicional anglosajona del siglo XVII sobre un pobre loco, no obtuvo un mayor reconocimiento en su momento porque bordea permanentemente el género fantástico al sugerir que miles de personas puedan tener sueños comunes, visibles además durante la vigilia gracias a la mediación del "loco" Tom O'Bedlam. O porque propone un desenlace que lleva esos poderes de Tom hasta las últimas consecuencias. O incluso porque el componente científico esté presente sólo de manera indirecta a la hora de estructurar la sociedad y los cultos. O porque el tema central de la novela se aleja de lo que suele ser esperable en el género. Todo lo cual es cierto, pero...

Pero desde el principio, y en dura pugna con esa sensación de novela tendente al desvarío que impregna los primeros capítulos y que es familiar en el "Silverberg post-1972", el estadounidense exhibe todo su talento relatándonos nada menos que tres líneas argumentales separadas, que comparten como marco escénico la depresiva y fragmentada California del siglo XXII, una de tantas regiones venidas a menos por culpa de la Guerra de la Ceniza. Tres líneas narrativas con un elenco de personajes considerable, que sin embargo Silverberg caracteriza con tanta habilidad que no supone ningún esfuerzo extra para el lector ir saltando de una a otra. Y con la dificultad añadida de que dos de esas tres líneas (el centro Nepente y la banda de Charley) son altamente disfrutables desde el principio (la tercera, Barry Jaspin y la peregrinación Tumbondé, es algo más ardua y sólo poco a poco irá enganchando). A ello ayuda la sensacional estructuración de la novela, nada menos que ocho partes, con unos cuantos capítulos cortos cada una, en menos de trescientas páginas; relleno cero.

Aunque en mi opinión lo mejor de la novela es la naturalidad con la que suceden los acontecimientos: gradualmente los sueños/visiones de planetas habitados en otras partes del Universo van abriéndose paso en más y más personajes, provocando reacciones y reflexiones singulares en cada uno de ellos. Sin hitos puntuales que dinamicen la novela, sino simplemente dejando que las páginas fluyan y las piezas vayan encajando. Contribuyendo al mismo tiempo a que la figura de Tom crezca ante nuestros ojos bajo sus aparentes locura y marginalidad, aunque sin descuidar a otros personajes memorables (Elzabeth Lewis, Ed Ferguson, el villano Charley...). Con su habitual calidad en la prosa. Y con una ambientación pesimista pero muy conseguida.

La novela está tan elaborada que el culto Tumbondé evoluciona con naturalidad hasta convertirse casi sin darnos cuenta en religión de masas para el advenimiento de Chungirá-el-que-vendrá. Incluso las civilizaciones de otros planetas están tremendamente trabajadas, de manera que con sólo uno o dos rasgos el lector anticipa el advenimiento de la revelación de un nuevo personaje. Aunque con la suficiente resistencia y sensatez por parte de muchos de ellos como para que resulte creíble.

Todo lo desplegado en las siete partes anteriores confluye en una octava parte formidable, en la que la llegada de la horda Tumbondé al centro Nepente desencadena una (a priori) cuestionable catástrofe, pero sobre la cual Silverberg hace finalmente interaccionar los personajes de las tres líneas narrativas con una habilidad descomunal para darle a su idea central en esta novela un último espaldarazo de verosimilitud con las "cruces", huyendo del desenlace que cabría esperar y reivindicando el mesianismo como vehículo de comunicación interestelar que facilite una unidad entre las distintas especies. Ahí es nada.

lunes, 6 de junio de 2016

Rumbo a Bizancio (1985). Robert Silverberg

Continúo reseñando los principales libros disponibles de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Con "Rumbo a Bizancio" el estadounidense retornó a la ciencia-ficción tras prácticamente una década. No es que durante ese periodo no publicara nada, pero si que se centró en escribir fantasía netamente comercial y dejó de lado el género por el que será recordado. De hecho, su retorno podríamos calificarlo de "tímido", porque lo que entregó fue una novela corta de apenas cien páginas (con un tipo de letra bastante grande). Que no obstante fue saludada con entusiasmo por sus colegas de profesión, ya que se alzó con el Premio Nébula de 1985 en su categoría. A pesar de la cual me parece una obra un tanto menor dentro de su producción: es cierto que "Rumbo a Bizancio" es Silverberg en estado puro, pero dada su reducida extensión, no tiene espacio material para extraer lo máximo del atractivo marco escénico creado. Y al final da la impresión de ser poco más que una novela romántica bien ambientada.

Silverberg nos sitúa en el siglo cincuenta, cuando un puñado de humanos inmortales utilizan su avanzada tecnología para reconstruir las cinco grandes ciudades del pasado de la Tierra en su época de máximo esplendor, poblándolas de seres temporales artificiales construidos por robots, y utilizándolas como centros turísticos para ciudadanos ricos que no tienen nada mejor que hacer que mantenerse al día con sus círculos sociales mientras exploran las calles de cada nueva ciudad. En este ingenioso marco Silverberg sitúa a su protagonista, Charles Philips, un personaje agradable, arrancado sin previo aviso de su Nueva York en 1984 y depositado en tan lejano futuro. Junto con su compañera y guía Gioia, Philips va saltando de una ciudad a otra mientras intenta gradualmente asimilar el choque cultural derivado de tan inmenso cambio y encontrarse a sí mismo en su nueva situación.

Es una pena que Silverberg no logre sacar todo el partido a esta propuesta, porque el recorrido planteado es, además de fascinante y muy meritorio desde un punto de vista de recreación literaria, adecuado para el ya conocido viaje iniciático que propone para su protagonista. Otros aciertos claros son el ambiente de las ciudades, que está muy bien recreado, los personajes principales, bien caracterizados, y la realidad de la vida en el siglo cincuenta, que conforme se va desvelando logra mantener cierto interés del lector. Pero la novela adolece desde el comienzo de un motor argumental que la dinamice, y sostenerla sólo mediante la ambientación y la habilidad narrativa resulta un tanto insuficiente.

Así, conforme va avanzando la lectura (no hay capítulos diferenciados) y se acerca el final, se va viendo que no queda espacio para la aventura, para profundizar en los contactos con los hombres de los siglos dieciséis y veinticinco, para averiguar algo sobre quiénes están al mando de este mundo del futuro, para dedicarle más atención al elemento científico... Con lo cual al final sólo permanecen las (jugosas) reflexiones sobre la vida y la realidad propias de Silverberg, y el mensaje sobre el triunfo del amor... demasiado poco para un escritor tan capaz como el estadounidense. En suma, una sensación parecida a la que en su momento tuve al terminar la lectura de "Alas nocturnas": la ambientación y la caracterización son imprescindibles, pero para escribir una gran novela en mi opinión es necesario algo más.

A modo de curiosidad señalar que, dada la dificultad para vender obras de esta extensión en el mercado español, esta novela se publicó conjuntamente con "Bailando en el aire", de Nancy Kress, la reputada autora de la Trilogía de los Insomnes (que ya reseñé en este mismo blog), y que espero reseñar aquí cuando haya oportunidad para ello.

domingo, 22 de mayo de 2016

Lo mejor de Silverberg (1976). Robert Silverberg

Una entrada más continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Voy a hablarles en esta oportunidad de "Lo mejor de Silverberg", que como es fácil deducir no se trata de una novela del estadounidense sino de una antología de relatos. Con la particularidad de que fueron seleccionados por el propio Silverberg como lo más representativo de su producción durante sus primeros veinte años de carrera. Ello hace que la antología se inicie con una interesante introducción escrita por el propio Silverberg en la que hace un paralelismo entre la evolución del género en esos años y la suya propia como escritor, y que cada relato esté precedido por una no menos interesante presentación en la que suele desvelar en qué circunstancias se le ocurrió la idea o qué pretendía sugerir con la historia. Con lo que como su título indica se trata en mi humilde opinión de su más lograda antología, aunque como ya he expresado en ocasiones anteriores en este mismo blog creo que Silverberg se desenvuelve mejor en las novelas, y por ejemplo recomendaría antes "Sadrac en el horno", la novela que reseñé hace unos días, que la presente antología.

Los diez relatos están presentados cronológicamente, y abre boca "Hacia el anochecer" (1954), un relato sobre el canibalismo que Silverberg escribió con apenas dieciocho años. De resultado cuestionable, puesto que a la buena ambientación y a la sorprendente técnica en un escritor tan joven les afea el hecho de que resulte bastante irreal y previsible. Más flojo es si cabe "Hombre cálido" (1957), del que sólo salvaría la justificación final. "Para ver al hombre invisible" (1962) es un relato correcto, previsible a partir de su título, pero al menos profundo y con mensaje. Así que el primer relato que recomiendo de esta antología es "El sexto palacio" (1964), que trata de manera ingeniosa un argumento por otra parte simple y bastante habitual en la ciencia-ficción. De "Moscas" (1965) ya hablé al reseñar la antología de relatos "Visiones peligrosas", donde se incluyó originalmente: Silverberg en estado puro, pero de una crueldad innecesaria.

"La estación de Hawksbill" (1966) es la auténtica joya de la antología. Más que de un relato podemos hablar de una novela corta, sesenta páginas, que posteriormente el propio Silverberg alargó hasta convertirla en una novela completa. Que nunca he leído, ya que en la introducción el propio Silverberg reconoce que prefiere la novela corta. Una obra que plantea un escenario original, de desenlace también previsible, pero cautivadora, brillante y repleta de las reflexiones habituales en las grandes obras del estadounidense. "Pasajeros" (1967) es otro de los grandes momentos de la antología: premio Nébula, resulta opresivo pero a la vez cercano, y curiosamente constituye la primera ocasión en la que Silverberg utilizó su conocido recurso de escritura en tiempo presente. De "Alas nocturnas" (1968) ya les hablé con detalle hace unos meses; baste decir aquí que se trata de la primera de las tres novelas cortas que finalmente dieron lugar a la novela, y que destaca por su excelente ambientación y caracterización, pero le sobran ciertas licencia fantásticas y alguna debilidad argumental.

"Danza al sol" (1968), penúltimo relato de la antología, es sin duda otro de los momentos recomendables. Según palabras de Silverberg, su cuento favorito de todos los que había escrito (hasta el momento de publicar la antología), principalmente porque lo consideraba un acertado ejercicio de virtuosismo. Además de valorar su brillantez técnica, a mí me pareció por encima de todo una buena historia. Y la antología se cierra con "Buenas noticias del Vaticano" (1971), también premio Nébula e iniciadora del tono satírico habitual en buena parte de la producción posterior de Silverberg: original y socarrón, pero también bastante absurdo.

Como pueden observar, a esta antología le sucede lo mismo que a la mayoría de las que se publican: los altibajos le hacen quedar por debajo de muchas de las novelas de su creador. Pero dentro de ella se encuentran varios relatos recomendables, así que si les gusta el estadounidense les animo a intentar hacerse con ella.

sábado, 7 de mayo de 2016

Sadrac en el horno (1976). Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Tras una entrada dedicada a una recopilación de relatos suyos ("La fiesta de Baco"), retomo la reseña de sus novelas con la última novela de ciencia-ficción que escribió en la década de los setenta, "Sadrac en el horno". Que es una novela agradable, por momentos brillante, pero en conjunto demasiado irregulara para figurar entre lo mejor de la producción de Silverberg. Aunque por ejemplo es claramente superior a "El hombre estocástico", la novela que la precedió cronológicamente.

Silverberg plantea un siglo XXI notablemente diferente del que conocemos: un muy deteriorado planeta Tierra que es gobernado por el tirano mogol Genghis II Mao IV Khan, cuya vida mantiene artificialmente Sadrac Mordecai, el protagonista de la novela, un cirujano que va procediendo al oportuno reemplazo de loss deteriorados órganos del dictador. Se trata de un planteamiento que puede dar juego, pero que durante el comienzo de la novela no parece que vaya a dar mucho de sí: son capítulos demasiado lentos, en los que Silverberg recorre con minuciosidad la Gran Torre, enumerando hasta el último preparativo para la operación del Khan. No obstante, en estas páginas el escritor exhibe su rigurosa documentación en el campo de la medicina, sin desdeñar el componente científico que siempre debe estar presente. Además, es de agradecer su esfuerzo por justificar lo radical de su planteamiento para comienzos del siglo XXI. Concretamente, se apunta un tanto al recurrir al rito del transtemporalismo para mostrar la erupción del Cotopaxi en 1991, la cual presenta como el principal detonante del brusco deterioro del planeta.

Con la muerte de Mangú, el joven mogol designado sucesor del Khan, la novela mejora sustancialmente. El lector comienza a intuir el destino de Sadrac, y asiste interesado al pulso entre las personalidades de Sadrac y Genghis Mao, dos personajes que exceden los arquetipos de "el bueno" y "el malo" de una historia convencional. Además, Silverberg saca un mayor partido a la trama con los vaivenes de Sadrac entre la ardorosa Nikki y la directa Katya, unas relaciones que le permiten enriquecer la novela a nivel humano con aspectos como la pasión, la entrega y los intereses personales, aunque en mi opinión también con una excesiva atención al sexo.

A pesar de lo interesante de la trama, en la novela abundan las características reflexiones de Silverberg, en esta oportunidad centradas en el pensamiento único, el totalitarismo y la fusión entre dictador y dictadura que ocurre cuando ésta se prolonga en el tiempo. También ocupan un amplio espacio las conversaciones, pero por contra falta algo de dinamismo y de momentos sobrecogedores. Y los escasos que hay resultan en general fallidos, como sucede con el episodio de la muerte onírica. Sin ser una novela larga, también hay demasiadas páginas dedicadas a mostrar la indecisión de Sadrac ante la intenciones de Gengis Mao. Y otra idea que tampoco me convence es la utilización de la carpintería como rito institucionalizado para alcanzar la meditación. Defectos que en parte contrarresta la habitual calidad literaria de Silverberg, que en esta oportunidad opta por narrar la novela en presente para trasladar la impresión al lector de que los acontecimientos suceden según los va contando.

En el tramo final de la novela es donde se pone más de relieve una de las habituales virtudes de Silverberg: el cuidado que dedica a los personajes secundarios, los cuales cobran vida propia ante los ojos del lector. También debe reconocerse lo acertado del recorrido elegido por Silverberg para que Sadrac tome una determinación, que abarca desde Nairobi hasta Pekín. Pero el desenlace se ve lastrado, aparte de por una resolución demasiado breve, por el supuesto "diario" de Gengis Mao: aunque la unión entre Sadrac y Gengis Mao es especialísima, me parece una usurpación de personalidad exagerada, y creo que aporta muy poco a la novela. Aunque ustedes lo podrán valorar mejor que yo.

domingo, 24 de abril de 2016

La fiesta de baco (1975). Robert Silverberg

Con la presente entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Le toca en esta oportunidad a "La fiesta de baco", que por primera vez desde que empecé estas reseñas no es una novela, sino una colección de cuatro relatos presidida por el que da título a la recopilación. Y es que en la segunda mitad de la década de los setenta el prestigio que había adquirido Silverberg a partir de lo que yo llamo su quinquenio dorado era tal que, incluso en un país tan marginal para el género como España, no tardaba en publicarse cualquier creación suya, aunque fuera algo tan poco al uso y difícil de vender como cuatro "relatos largos".

Los relatos que conforman este libro son el ya mencionado "La fiesta de baco", que ganó el premio Júpiter en 1974, "Viajes" (1974), "La Casa de las Mentes Dobles" (1974) y "He Aquí el Camino" (1973). Todos ellos se alejan de la longitud habitual de los relatos que habitualmente se publican en España, y el primero y el último son tan largos que casi se pueden considerar novelas cortas. Lo que en principio debería favorecer el interés de los mismos, ya que esa longitud tendría que haberle proporcionado a Silverberg espacio para exhibir sus virtudes creando situaciones, caracterizando personajes e introduciendo reflexiones. Sin embargo, el resultado global es bastante desigual y mediocre en su conjunto. Y es que en mi opinión el punto fuerte del estadounidense no son los relatos.

Al menos la selección de "La fiesta de baco" como título para denominar la recopilación es acertada. Porque sin figurar entre lo mejor de su producción, sí que es un buen relato y en mi opinión superior, por ejemplo, a "El hombre estocástico", que reseñé en mi anterior entrada. Más fantástico que científico, es un relato centrado en el viaje iniciático-expiatorio de su protagonista, algo por otra parte habitual en Silverberg (de hecho recuerda a otro relato suyo, "Danza al sol", que reseñaré en una entrada posterior). La gran habilidad narrativa del escritor le permite entremezclar sin referencia espacial o temporal alguna distintos episodios de la vida de Oxenshuer sin por ello confundir al lector. Además, las reflexiones religiosas son excelentes, y los pasajes en Marte de gran verosimilitud. Pero La Ciudad de la Palabra de Dios es puro artificio "new wave", hay muchas preguntas sin respuesta, y el desenlace no sólo no aclara lo acaecido sino que se acomoda a un término medio entre ficción y realidad, asumible en Philip K. Dick pero difícil de aceptar en Silverberg.

Los otros tres relatos son bastante más flojos. "Viajes" es tan sólo de aprobado raspado, ya que únicamente se salvan sus pinceladas de ucronía y algún pasaje suelto, pero no tiene apenas base racional ni tampoco una conclusión clara. "En la casa de las mentes dobles" es el más corto de los cuatro, y el segundo realmente digno de su escritor: a partir de un argumento ingenioso (la separación de las dos mitades cerebrales y las potencialidades que de tal acto pueden extraerse en La Escuela de las Mentes Dobles), Silverberg escribe un relato didáctico, bien ambientado y mejor caracterizado, pero al que le falta un desenlace; en vez de ello, simplemente se interrumpe. De hecho, da la impresión de que estaba intentando escribir una novela corta, y la abandonó al no conseguir aprovechar completamente la idea.

El libro se cierra con "He Aquí el Camino", el más largo y más flojo de los cuatro relatos. Bien estructurado y con alguna reflexión interesante, peca de una ambientación demasiado fantástica, demasiados recursos inadmisibles (formas humanas de rasgos inaceptablemente animales, fantasmas), demasiados clichés medievales, y una trama simple, con toques oníricos, que nunca llega a enganchar al lector. Porque lo que realmente pone de manifiesto este libro es que el periodo dorado de Silverberg ya había pasado, y la habilidad narrativa que había adquirido y con la que intentaba sostener estos relatos no lo es todo. Así que sólo recomiendo la lectura de este libro a sus fans más incondicionales. La habilidad narrativa no lo es todo.

domingo, 3 de abril de 2016

El hombre estocástico (1975). Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. En esta oportunidad le toca a "El hombre estocástico". Que es una novela con muchas particularidades. La más importante de ellas es que, hasta ahora, todas las novelas que he reseñado durante estos últimos meses pertenecían a lo que yo denomino su quinquenio dorado, un periodo extraordinariamente fecundo en el cual se fraguó su personalidad como escritor y cuyas novelas, aun explorando diversos subgéneros, siempre estaban presididas por dos parámetros: una meritoria concisión y una gran cantidad de reflexiones sobre la vida y el ser humano a partir de lo narrado.

"El hombre estocástico" es la primera novela que no pertenece a ese periodo, y supuso su retorno al género tras prácticamente tres años de inactividad, lo que comparado con su fecundidad previa fue un parón en toda regla. No sólo eso: con esta novela Silverberg abandonó esa concisión tan característica, y moderó la carga reflexiva de muchas de sus obras. Por ello "El hombre estocástico", a pesar de ser una novela con muchos aspectos positivos, adolece de varios de los defectos que caracterizan la mayor parte de la obra de Silverberg posterior a su quinquenio dorado. Y sin llegar a "Hijo del hombre", que para mí es su peor novela, no es desde luego una novela recomendable, salvo que, como yo, se sea uno de sus seguidores incondicionales.

El primer defecto y probablemente más subjetivo es el motor argumental: porque el camino hacia el puesto de Presidente de los E.E.U.U. es un tema muy manido, un tanto cuestionable en una novela de ciencia-ficción, y personalmente muy poco atrayente. Si a ello le sumamos una morosidad verbal inexistente en su producción previa (piénsese por ejemplo en lo poco que aportan a la novela las dos fiestas a las que asisten Lew Nichols y Sundara), una premisa para adentrarse en la novela que resulta difícil de aceptar (el determinismo absoluto y universal, sin espacio para la capacidad de elección), y un título engañoso (en rigor la novela debería titularse el hombre "post-estocástico", ya que Silverberg defiende abandonar la manipulación de las probabilidades para abrazar la certidumbre de la visión futura), entenderán mi valoración final.

Aunque situada en un discreto segundo plano, de lo más acertado de la novela es su visión distópica de la ciudad de Nueva York en el futuro inmediato (hoy ya pasado), con tintes apocalípticos que alcanzan su cénit en la Nochevieja previa al año 2000: una visión perturbadora por su cercanía a la realidad contemporánea de muchas mega-urbes de nuestro planeta. También resulta estimulante la evolución de las costumbres (respecto al sexo, las drogas...) que plantea Silverberg (el episodio de sexo a cuatro bandas es más que elocuente). Así como la peculiar Religión del Tránsito que el autor contrapone a ese determinismo absoluto que Nichols va gradualmente aceptando.

Al carecer de un motor que dinamice la novela, el grueso de la misma va transcurriendo entre capítulos alegóricos muy propios de Silverberg (en especial aquellos que muestran cómo Nichols va adquiriendo gradualmente su capacidad de visualizar el futuro) y otros más sugerentes, como aquellos en los que Nichols interacciona con Carvajal (quizá el auténtico protagonista de la novela), y sobre todo aquellos en los que se ponen de manifiesto las consecuencias de llevar el determinismo hasta sus últimas consecuencias. Así avanza la lectura hasta desembocar en un desenlace esperable, pero que propone la que en mi opinión es la mejor reflexión de la novela, en la que Silverberg vincula el acercamiento a la deidad con la progresiva aceptación de la ausencia completa del libre albedrío. Una manera brillante de cerrar una novela dispersa, irregular y no del todo disfrutable.

domingo, 20 de marzo de 2016

Muero por dentro (1972). Robert Silverberg

Una entrada más prosigo reseñando los principales libros traducidos al español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Le toca en esta oportunidad a "Muero por dentro", una de sus novelas más famosas y con la que concluiré las reseñas de sus novelas publicadas entre 1967 y 1972 (lo que yo llamo su quinquenio dorado). Un lustro de una creatividad y una calidad impresionantes, como lo prueban las nada menos que catorce novelas que he reseñado del mismo (y he dejado unas pocas que no están traducidas al español). "Muero por dentro" es posiblemente el lógico colofón a esa época de tanto fecundidad creativa, ya que consolida muchas de las virtudes que se asentaron en la narrativa de Silverberg durante ese periodo. Y sin ser en mi opinión su mejor novela, sí que se trata de un cautivador recorrido por la singularísima vida de un telépata consciente de su irreparable deterioro.

Quizá la mayor virtud de esta novela en los límites de lo que podría considerarse ciencia-ficción sea la gran habilidad literaria de la que una vez más hace gala Silverberg. Sobre todo porque la obra es un continuo ir y venir por momentos de la vida de David Selig, sin un patrón claramente definido pero sorprendentemente sin que la lectura se resienta. Desde su traumática niñez, pasando por sus experiencias adolescentes en el campo, sin descuidar sus días de máximo esplendor, capturando las fases del declive, y todo ello manteniendo el interés. Y además, realzado por las habituales reflexiones magistrales de Silverberg sobre los seres humanos y la vida en general, potenciadas en este caso gracias a las capacidades telepáticas de Selig.

Como cabía esperar, la profundidad de los personajes que crea Silverberg da lugar a pasajes excelentes. Recuerdo especialmente la difícil relación de Selig con su hermana, condicionada por las capacidades de cada uno (como cuando él descubre que ella acaba de tener su primera experiencia sexual), y que revela comportamientos más frecuentes en los seres humanos de lo que pensamos. También subyuga su intensa relación con Toni, traumáticamente interrumpida con el viaje de ácido. Y cómo no, Kitty, el eje de la vida adulta de Selig: más que su amor, el espejo en el que Selig se descubre a sí mismo como ser capaz de enamorarse. Todo lo relacionado con Kitty está narrado con una técnica exquisita, incluso aunque al final aguarde un desengaño terrible.

Otros aciertos que apuntalan la obra son: las frecuentes y oportunas referencias a pensadores y filósofos contemporáneos (Huxley, Kafka, Kierkegaard, Lévi-Strauss...) y a la reciente historia norteamericana; la coherencia a la hora de imaginar las formas que emplean Selig y otros telépatas para intentar ganarse la vida; la amarga denuncia, patente en todo momento, de que una cultura y una preparación de alto nivel no garantizan el éxito en la vida; y algunos párrafos que literalmente rozan la perfección literaria, especialmente aquellos en los que Silverberg refleja los pensamientos de sus personajes.

Curiosamente es el propio autor quien desde el principio no oculta el mayor defecto de la novela: el deteriorio gradual de Selig se anticipa desde el principio, con lo que no hay ningún elemento de intriga que dinamice la trama. Al contrario, Silverberg abusa de los episodios de autocomplacencia de su protagonista, y ésa es la razón por la que no considero "Muero por dentro" su mejor novela. Tampoco me convence la dosis excesiva de sexo que en mi opinión acarrea la novela: a veces Selig tiene demasiado éxito con las mujeres, y poco menos que da la impresión de que lo "acosan". Asimismo es cuestionable la introducción de extensos ensayos literarios, como el de las novelas de Kafka o el de la entropía, cerca del final. Y hay un pequeño detalle que nunca he terminado de entender: normalmente Selig narra en primera persona, pero en ocasiones toma la palabra un narrador cuya relación con Selig no queda nada clara.

Por último, y para terminar de justificar mi aprecio por esta novela, así como su recomendación incluso para lectores ajenos al género, destacar que aunque el desenlace sea el esperado, las paginas finales son tan duras como sensatas.

domingo, 6 de marzo de 2016

El libro de los cráneos (1972). Robert Silverberg

En esta nueva entrada continúo reseñando los principales libros de ciencia-ficción disponibles en español de Robert Silverberg, mi escritor de ciencia-ficción favorito. Voy a hablarles en esta oportunidad de "El libro de los cráneos", quizá la novela más fantástica que he reseñado hasta ahora en este humilde blog. Porque aunque está claro que no se trata de una novela de "espada y brujería" de las que tanto reniego, nunca he estado convencido de que este libro encaje en el género de la ciencia-ficción, puesto que el componente científico es inexistente, y la componente de ficción limitada. Lo que sí que tengo claro es que, siendo una novela recomendable y fechada en su quinquenio dorado, queda lejos de lo mejor de su producción, puesto que sus a estas alturas conocidas y hábilmente explotadas obsesiones quedan embarradas en una trama no del todo conseguida. Aunque los cuatro personajes protagonistas estén estupendamente caracterizados y casi basten para sostener por sí solos todo el entramado.

Y eso que la idea de partida es brillante: el "libro de los Cráneos", un manuscrito de origen medieval, perfectamente creíble con su estructuración en misterios y su catalán latinizado, sugiere la existencia de una secta oculta en pleno desierto de Arizona que ofrece la inmortalidad de dos miembros de cada grupo de cuatro acólitos, a cambio de la muerte de los otros dos. De esta forma, Silverberg consigue ya su elenco de personajes en los que profundizar en este viaje iniciático, y garantiza el interés del lector hasta el final. Pero ello da lugar a uno de los dos defectos principales de la novela: la desaparación del elemento sorpresa. Porque la secta existe, por supuesto, y como no podía ser de otra forma ofrece realmente la inmortalidad. De hecho, esta ausencia del elemento sorpresa provoca que el tramo de la novela que transcurre hasta que los cuatro universitarios llegan al Monasterio resulte excesivamente largo.

La estructura de la novela refrenda una vez más la calidad literaria de Silverberg: capítulos narrados siempre en primera persona por cada uno de los cuatro protagonistas (Eli, el investigador judío y alter ego del autor; Ned, el bufón homosexual; Timothy, el apuesto vividor; y Oliver, el vigoroso campesino). Personajes que mediante ese complejo recurso literario quedan caracterizados a la perfección, y que se comportan en todo momento en consecuencia con sus rasgos principales. Personajes que permiten a Silverberg introducir sus habituales reflexiones sobre los sentimientos y comportamientos de los seres humanos, centradas en esta ocasión en los éxitos y fracasos amorosos con la religión como trasfondo.

Paradójicamente este tratado sobre cuatro jóvenes en el cénit de su época sexual provoca en mi opinión el otro defecto importante de la novela: la mayor parte de los pasajes de acción son encuentros sexuales presentes o pretéritos, no siempre relevantes para el desarrollo de la misma. Hasta el punto de que en ocasiones pueden resultar redundantes. Si a ello le añadimos las típicas páginas "alucinatorias" de prácticamente toda novela de Silverberg de aquella época (estábamos en plena New Wave), y un estilo en ocasiones inesperadamente subido de tono, desabrido, irreverente, se comprenderá porque no incluyo esta novela entre lo mejor de la producción del estadounidense.

A cambio, no puedo dejar de resaltar el atrayente marco escénico principal: por una parte, los parajes de Arizona, solitarios, impersonales, nada turísticos, ideales para la trama ideada por Silverberg. Y por otra, el propio Monasterio de los Cráneos: sus cráneos de jade, sus enigmáticos y musculosos monjes en vaqueros (Antony, Javier, Miklos...), la solidez de sus rutinas diarias, la disciplina... Una atmósfera que atrapa por igual a los protagonistas y al lector, y que culmina con los episodios de las confesiones de uno a otro. Un marco escénico más meritorio si tenemos en cuenta la extensión del libro, tan conciso como Silverberg nos tenía acostumbrados por aquel entonces.

Para terminar, destacar que el desenlace está a mi modo de ver a la altura de lo esperado: hay quien se marcha, quien asesina, quien se suicida... Y todo de manera sorprendente para el lector, que probablemente esperaba ese tipo de acontecimientos pero en otros personajes: un mensaje nítido e intencionado del escritor sobre la fragilidad, las ambiciones y el sentimiento de culpa, que perdura una vez terminada la lectura.

lunes, 22 de febrero de 2016

El mundo interior (1971). Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español del estadounidense Robert Silverberg, mi escritor de ciencia-ficción favorito. Aún sigo reseñando novelas de su quinquenio dorado (1967 - 1972), un periodo de una extraordinaria fecundidad creativa no reñida en absoluto con la calidad. Como una vez más se encarga de evidenciar la novela que les presento hoy, "El mundo interior". Que sin ser en mi opinión una de sus mejores novelas, sí que entra dentro de la categoría de recomendables. Además de ser su novela más claramente etiquetable dentro del sugestivo subgénero de las distopías. Tanto, que resulta evidente que el autor primó un marco distópico atrayente sobre una trama esencialmente limitada a vivencias puntuales de unos cuantos personajes.

Estamos a finales del siglo XXIV. La falta consciente de control de la natalidad ha elevado la población de la Tierra hasta alcanzar los setenta y cinco mil millones de personas. Pero la humanidad ha encontrado la solución habitacional a esta situación: las Monurb o Mónadas Urbanas, torres de mil plantas que albergan casi un millón de personas y que se agrupan en constelaciones. Cada Monurb está dividida en veinticinco ciudades con nombres tomados de las ciudades contemporáneas, de cuarenta plantas cada una, y estructuradas en orden ascendente de status. De suerte que la vida en ellas es autocontenida: sus habitantes no necesitan salir para llevar una existencia plena, y los individuos que no se adaptan a esta forma de vida son eliminados sin contemplaciones. Un marco escénico absolutamente fascinante, de lo mejor que ha dado el género, y que cautiva por lo inquietantemente cercano que parece a la evolución de la población mundial y a las tendencias en nuestras urbes contemporáneas.

Por si fuera poco, la novela arranca de manera espléndida, con unos excelentes dos primeros capítulos, que sitúan perfectamente al lector y lo predisponen para grandes momentos. Pero a partir del tercer capítulo, tan "alucinógeno" como mayoritaramente prescindible, la novela decae un tanto. A ello contribuye el gran número de personajes que van desfilando por sus páginas en esos primeros capítulos sin interaccionar demasiado entre ellos (Charles, Dillon, Aurea, Jason, Siegmund, Micaela...), lo que dificulta identificar un elenco protagonista claro. Y tampoco ayuda que la novela tiende a enfocarse en exceso en los conflictos sexuales (hay que entender que la novela se escribió en pleno auge de la New Wave), cuando el marco distópico planteado podría funcionar igualmente en otras muchas áreas.

A pesar de lo anterior, esa sucesión de episodios personales y un tanto inconexos en que se convierte resulta casi siempre interesante. Y la maestría con la que Silverberg trata a sus personajes se pone una vez más de manifiesto, en especial en el largo e intenso capítulo sexto. Porque otra cualidad de "El mundo interior" es su concisión: sólo siete largos capítulos, enfocados cada uno de ellos mayoritariamente en un personaje diferente, y con múltiples episodios cada uno. Lo que se traduce en apenas doscientas páginas que, con una prosa brillante y un lenguaje nunca explícito, se bastan y se sobran para mostrarnos este posible mundo futuro y explotarlo con gran cantidad de sus habituales y jugosas reflexiones.

Y es que lo que permanece en la mente del lector años después de disfrutar de la novela no es la trama, ni el desenlace, ni un episodio concreto, sino lo que sugiere esta distopía. No sólo en el ámbito personal (la propuesta del fin de la intimidad como camino para lograr la máxima felicidad y paz interior, los inconvenientes de una vida hacinada, represiva, o la forma como la sociedad creada afecta a los humanos que no se adaptan a ella), sino también en el económico y social (al extinto expansionismo le contrapone una sociedad en un equilibrio precario que se intenta mantener gracias al no siempre efectivo condicionamiento psicológico impuesto). Junto a ello nos ofrece un sugestivo panorama de cómo podría ser la vida en ese siglo, con un elemento científico razonablemente cuidado, así como posibles efectos beneficiosos de esa evolución como la eliminación de las guerras y el crimen. Todo ello compone un fresco perdurable, que nos volverá a la mente una y otra vez al adentrarnos de nuevo en estos temas en la prensa o la literatura. Por ello disculpo los errores de esta novela y la recomiendo a cualquier lector, sabiendo que las distopías suelen tener también buena acogida entre lectores ajenos al mundillo de la ciencia-ficción.

sábado, 6 de febrero de 2016

La torre de cristal (1970). Robert Silverberg

Una nueva entrada continúo reseñando los principales libros de ciencia-ficción de Robert Silverberg disponibles para el lector en español. Le toca en esta oportunidad a "La Torre de Cristal", que quizá sea una de las novelas menos conocidas de su quinquenio dorado. Injustamente, puesto que en mi opinión se trata de otra de sus obras a incluir en la categoría de "absolutamente recomendables". Una novela que no se adscribe claramente a ningún subgénero de la ciencia-ficción; más bien cabe hablar de un tour de force pleno de ingenio, que el talento de Silverberg y la inspiración de sus mejores años lleva a buen puerto.

Silverberg sitúa la novela en el siglo XXIII, periodo en el cual una humanidad tecnológicamente muy evolucionada recibe por vez primera una señal procedente del espacio exterior. Acontecimiento ante el cual el multimillonario y megalómano Simeon Krug pone en marcha su ambicioso proyecto de construcción de una inmensa torre en el Ártico con la que responder a dicha señal. Para ello cuenta con una raza de androides fabricada por él, una mano de obra barata y capaz de trabajar en condiciones extremas. Este planteamiento ya permite ver que la novela, a pesar de la casi inigualable concisión de Silverberg, funciona a muchos niveles: el sociológico, con unos androides que quieren lograr la igualdad con sus creadores, el religioso, ya que los androides veneran a Krug como su Creador, el emocional, con la desmedida ambición mostrada por Krug y la frustración que le generará...

Pero para mí el nivel más sorprendente en el que funciona esta excelente novela es el tecnológico, con un componente científico tan elaborado que en ocasiones parece más una novela de ciencia-ficción hard que cualquier otra cosa. Baste citar a modo de ejemplos la riqueza de la detección de la señal extraterrestre o el cuidadoso proyecto de construcción de la torre. Aunque al final, y gracias a su gran riqueza conceptual, las reflexiones de hondo calado y un tanto pesimistas sobre el ser humano y la preocupación por los personajes (humanos y androides) se imponen en la impronta que la novela deja en el lector tras su lectura.

Y es que aparición de los androides de Krug en la sociedad futura cambia completamente el mundo tal cual lo conocemos hoy. Y su madurez va acompañada de una veneración religiosa a un Krug idealizado que resulta tan sólida y compleja que aún no me explico cómo no se le había ocurrido antes a otros escritores. Junto a ello, un despliegue de medios impresionante: castas sociales claramente diferenciadas, el primer contacto con otros seres inteligentes, teletransportadores, la mayor obra jamás construida por el hombre, las localizaciones más inverosímiles, la perspectiva de los ricos de segunda generación, la sabia utilización de la primera o la tercera persona según el personaje en que se esté focalizando... Y por encima de todo la dupla que forman Simeon Klug y Thor Vigilante, creador y obra, dos personajes exhuberantes, polifacéticos, dignos de la mejor producción de Silverberg.

Por ponerle algún pero a esta novela, puedo mencionar que tal vez falte un poco de acción, y que al acabar la lectura dé la impresión de que Silverberg podía haber sacado más partido a tantos elementos como pone en juego. Es el precio a pagar por esa concisión de la que hacía gala en aquella época, en la que con tantas grandes novelas por año no le daba tiempo a que sobrara ni una coma, y el pensar en una continuación habría sido descabellado.

domingo, 24 de enero de 2016

El hombre en el laberinto (1969). Robert Silverberg

Una nueva entrada que dedico a seguir reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Voy a revisar en la siguiente entrada "El hombre en el laberinto", nada menos que la cuarta novela que reseño de las que publicó en 1969 (tal vez habría que dedicar una entrada específica a analizar cómo se puede alcanzar tal ritmo de creatividad con una calidad tan alta). Se trata de uno de sus grandes clásicos e indiscutiblemente forma parte de su lista de novelas absolutamente recomendables, ya que pone la habitual calidad del mejor Silverberg al servicio de una historia original y que le permite exhibir su dominio de la ciencia-ficción como literatura de reflexiones.

Silverberg nos presenta un futuro lejano en el cual la humanidad ha establecido bases por buena parte del universo, pero no ha encontrado otras especies inteligentes. Excepción hecha de Beta Hydri IV, habitado por una especie de arañas gigantescas no muy conocidas. A este planeta viaja el protagonista de la novela, Dick Muller, en calidad de diplomático representante de la Tierra. Lo que le sucede allí altera completamente sus capacidades mentales y desencadena su posterior exilio en Lemnos, donde como el título de la novela anticipa se encuentra un enorme laberinto poseedor de una sofisticada tecnología creada por una antigua raza inteligente (tal vez les recuerde a "Mundo Anillo", que Larry Niven publicó un año más tarde...).

Un comienzo interesante y atrayente pone al lector rápidamente en situación y empieza a desafiarlo con varias de sus habituales reflexiones. A lo que se añade el marco escénico realmente fascinante en el que sitúa la novela, ese laberinto plagado de trampas y trucos mortales que no rehúye el componente científico. Además, la expedición comandada por Charles Boardman y Edward Rawlings que intenta abrirse paso por el laberinto para traer a Muller de vuelta a la Tierra le permite a Silverberg generar un áura de misterio que facilita que las páginas se pasen muy rápido y que enriquece aún más la novela. Y en ocasiones permitiéndose licencias literarias como crear subcapítulos ultracortos (dentro de los capítulos) de los que altera el orden, sin que ello afecte a la comprensión de lo presentado.

Una novela de este nivel carece de defectos de peso, pero por mencionar algunos detalles menores, puedo señalar que en mi opinión Silverberg exagera cuando otorga al encuentro entre Rawlings y Muller una relevancia tal que el destino de las galaxias dependerá del mismo. Encuentro que por otra parte Silverberg retarda, para aumentar la emoción (aunque ello no suponga abandonar la loable concisión de todas sus novelas de su quinquenio dorado, ni afecte al fantástico nivel de la tensión psicologica que establece entre ellos). De igual modo, da la impresión de que Silverberg retrasa a propósito el desenlace durante los capítulos finales de la novela recurriendo a revisar vivencias de Muller. Y la idea de la "enfermedad" que sostiene el un tanto precipitado desenlace (no quiero ser más preciso para no desvelarlo; si leen la novela me entenderán) es cuestionable en una novela de ciencia-ficción. Razones por las que no considero a "El hombre en el laberinto" su mejor novela.

De manera muy acertada, en esos capítulos finales Silverberg adopta a menudo la posición de abogado del diablo, y por otra interpreta continuamente los actos de todos sus personajes, todo ello siempre buscando potenciar la vertiente especulativa de la novela. Porque eso es lo que verdaderamente perdura de esta excelente novela tras el paso de los años: las reflexiones sobre lo que nos hace a los humanos ser seres sociales y la visión pesimista, casi dramática de Silverberg al respecto, puesto que su protagonista prefiere el aislamiento absoluto antes que exponer sus interioridades.

sábado, 9 de enero de 2016

A través de un millón de años (1969). Robert Silverberg

Una entrada más continúo reseñando los principales libros publicados en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Le toca en esta oportunidad a "A través de un millón de años", otra de las novelas de su quinqenio dorado. Que sin ser una de las más famosas de dicho periodo sí que la considero más que recomendable, porque es una novela que sin ser fácilmente adscribible a ninguna de las tendencias habituales en la ciencia-ficción, sí que recoge con brillantez lo mejor de muchas de ellas. Y lo logra con una notable amenidad, por lo que no comparto la tendencia a catalogarla como "obra menor" de su bibliografía.

Silverberg propone como argumento una exploración arqueológica en el planeta Higby V, que termina por descubrir la posibilidad de que los supuestamente extintos Superiores todavía vivan en algún rincón de la galaxia. Es decir, anticipa el eje argumental de la saga de "Las máquinas de Dios" de Jack McDevitt en un cuarto de siglo. Y para ello crea un elenco de personajes muy acertado: un grupo muy heterogéneo, pero no por ello mal caracterizado, ya que para el lector es fácil identificar las inquietudes y los rasgos de cada uno de ellos, con el aliciente adicional de las especies alienígenas que forman parte del mismo. La impresión que tiene el lector es que cuanto les sucede a todos ellos son situaciones "reales", y que discurren con naturalidad, como sólo los grandes escritores saben captar.

Junto a esta virtud, por otra parte habitual en Silverberg, sorprende favorablemente el rigor científico de la obra (con campos tan arduos como el tratamiento digital de imágenes, las esferas de Dyson, o en general las especulaciones astronómicas de alto nivel). Además, los descubrimientos se van produciendo de manera gradual, con una base arqueológica muy seria. Y la caracterización de los Superiores a través de sus objetos arqueológicos, su tecnología, sus robots y sus ciudades, también está cuidada con mimo. Todo ello proporciona una innegable impresión de verosimilitud de cuanto está narrando, lo cual es de agradecer en una trama tan poco convencional (especialmente para la época).

Sin echarla por tierra, algunos defectos sí que afean la impresión global de la obra. El más fácilmente apreciable es que todas las ideas y todos los acontecimientos relevantes le ocurren a un único personaje, Tom Rice. Otro pero es el reconocible afán de concisión de la novela, que en una aventura con tantos personajes provoca que los saltos narrativos entre los distintos capítulos sean a menudo excesivos. Por otra parte, es probable que Silverberg conceda excesiva relevancia en la novela a un concepto tan discutible como la telepatía, sobre todo en el desenlace. Y el descubrimiento final de que hay Superiores "vivos" es demasiado previsible, y no aporta realmente nada a la narración que lo justifique.

Volviendo a los aciertos de la novela, debo resaltar que las relaciones de Tom con Lorie, Jan y Kelly están hábilmente expuestas, sin tapujos, mostrando todos los miedos y debilidades que forman parte de sus vidas (aunque tal vez se les conceda una importancia excesiva hacia la mitad de la novela). Por otra parte, y como suele ser habitual en Silverberg, varios episodios están particularmente conseguidos: el contacto con Dihn Ruu (la bajada al asteroide, la muerte de 408b...), la interpretacion que hace el robot del ánglico hasta que logra hablarlo, el descubrimiento de la esfera... Y para confirmar definitivamente que se trata de una novela singular, más que el desenlace lo que parece interesar al escritor es la reflexión final sobre la evolución y/o involución de las especies: cuándo acaba una y empieza la otra. Lo que confirma el carácter especulativo y no sólo de mero entretenimiento de esta novela un tanto desconocida pero tan concisa como disfrutable a muchos niveles.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Por el tiempo (1969). Robert Silverberg

En la siguiente entrada continúo reseñando los principales libros disponibles en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. Le ha llegado el turno a "Por el tiempo", otra de las novelas que publicó durante su quinquenio dorado, y de las que aborda como eje principal el viaje en el tiempo, uno de los temas característicos del estadounidense. No la considero una novela tan recomendable como alguna de las que ya he reseñado, puesto que en mi opinión el esfuerzo creativo que encierra y su complejidad argumental no se traducen en una satisfacción plena del lector. Aunque su nivel medio sea claramente superior a la mayoría de las novelas del género.

Indudablemente, la mayor virtud del libro es su tratamiento absolutamente meticuloso del viaje temporal. Silverberg intenta no dejar suelto ni un solo fleco, e incluso explica detenidamente las posibles paradojas a lo largo la narración, casi como si fuera un estudioso diseccionando el tema en una tesis. Con lo cual sólo tiene que tirar del hilo para tejar una estructura turístico-económica de gran verosimilitud en torno al viaje temporal, organizada mediante el Servicio Temporal y protagonizada por Jud Elliot. Y es que a pesar de lo complicado del viaje en el tiempo, todo encaja razonablemente bien. Sin embargo, este tratamiento también provoca el mayor defecto de la novela: la falta del elemento sorpresa a lo largo de sus páginas. En otras palabras, la sensación predominante en el lector es que los distintos viajes de Jud meramente "se suceden". Además, Silverberg ya nos ha anticipado el desengaño amoroso que va a sufrir, quizá por dotar a la lectura de un punto de aventura y del que por lo demás carece.

Pero lo que jamás falta en Silverberg es la sencilla naturalidad con la que los acontecimientos se suceden. Una vez explicado el viaje temporal, nos relata el proceso de formación como guía de Jud: un proceso lógico, coherente, bien estructurado. Y luego comienzan los viajes a Bizancio, en realidad un jugoso recorrido por diversos momentos de la época clásica, como el Medievo, las Cruzadas o la Peste Negra. Su conocimiento de la historia bizantina es incuestionable: gran variedad de pequeños episodios jalonan estos capítulos, proporcionándonos un completo mosaico (nunca mejor dicho) de lo que supusieron esos diez fascinantes siglos de predominio de Bizancio. Incluso se atreve a desmontar el carácter mítico de personajes tan relevantes como Justiniano.

Como es habitual en él, Silverberg se sirve de un elenco de personajes fantásticamente caracterizados. Especialmente da una lección a la hora de tratar a los que desempeñan un papel secundario. Aunque también me han cautivado Capistrano y Metaxos, que reflejan estupendamente cómo su profesión de guía temporal forja inevitablemente su personalidad. Por supuesto, la prosa mantiene la calidad habitual del mejor Silverberg, fluida y con frecuentes y jugosas reflexiones, y su habilidad narrativa le permite desarrollar completamente el argumento en poco más de doscientas páginas. Dos momentos particularmente brllantes son en mi opinión la visita al panorama dejado por la Peste Negra (de un dramatismo correctamente administrado), y el anhelado encuentro en el palacio entre Jud y la noble Pulcheria Ducas (dejando de lado el tono tórridamente descriptivo para recurrir a un crudo sarcasmo).

Volviendo al capítulo de los defectos, además de la carencia de un elemento sorpresa que dinamice la novela, no me gustaron demasiado la proliferación de referencias psicodélicas (en pleno apogeo por aquel entonces), la excesiva relevancia e incluso abuso que Silverberg le concede a menudo a la cuestión del sexo, y la ausencia de una verdadera explicación sobre la tecnología que posibilite tanto los viajes temporales como el artefacto en cuestión, el crono (si bien es cierto que, obviando este hecho, el elemento científico está correctamente tratado a lo largo de la novela).

Para terminar esta reseña, mencionar brevemente del final, que es complejo y brillante, puesto que recurre a todas las paradojas que creó a lo largo de la novela para, con habilidad, enredar la madeja de tal forma que consigue un deselance, para mí al menos, inesperado.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Regreso a Belzagor (1969). Robert Silverberg

Tras el paréntesis de la entrada anterior, que dediqué a la nueva versión de la "Guía de lectura" de Miquel Barceló, retomo las reseñas dedicadas a los principales libros publicados en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. En la presente entrada voy a reseñar "Regreso a Belzagor", una de las novelas menos conocidas de su quinquenio dorado. Injustamente, diría yo, puesto que se trata de otra de sus obras recomendables, y una muestra de todo lo que el estadounidense puede obterner a partir de una trama aparentemente sencilla para lo que es habitual en la ciencia-ficción.

El punto de partida es atrayente: en un futuro lejano Silverberg nos presenta Belzagor, un planeta que los humanos colonizaron como parte de su imperio y durante un tiempo intentaron "civilizar", para posteriormente devolverle su "autonomía" (como parte de su programa de retirada de todos aquellos planetas que contaban con población nativa inteligente), dejando así una presencia humana testimonial. Edmund Gundersen, el protagonista de la novela, es un ex-administrador de Belzagor que tras varios años de alejamiento regresa al planeta con el fin un tanto ambiguo de expiar viejas culpas. Es decir, a la obvia perspectiva del viaje exterior por el planeta se añade desde el principio el viaje interior del protagonista, algo característico en las mejores producciones de Silverberg. Aunque no por habitual no debemos dejar de agradecer la rapidez y la naturalidad con la que Silverberg nos pone en situación.

En seguida se manifiesta uno de los principales logros de la novela: el propio Belzagor, el "Planeta de Holman" según el topónimo imperial, un planeta excelentemente caracterizado biológica, geológica, geográfica y orográficamente (los trópicos, la región de las brumas, el Mar de Polvo, la meseta...). Y por supuesto, las culturas que lo habitan; no sólo las ingentes cantidades de formas de vida animal (malidares, fungoides...) sino sobre todo las dos especies inteligentes nativas, los nildores (similares a los elefantes terrestres) y los sulidores (bípidos carnívoros mayores que los humanos), que conviven en armonía.

Otro punto fuerte de la obra lo constituye la enorme habilidad narrativa de Silverberg: un simple viaje iniciático, que podría transcurrir sin pena ni gloria, va creciendo paso a paso, atrapando poco a poco al lector, enfrentándolo con nuevas sensaciones y reflexiones que, por increíble que parezca tratándose de un planeta tan ajeno a nuestra maltratada Tierra, le resultan cercanas. Recurriendo a episodios como los pecados de Kurtz, los enigmas de Cullen o la agonía de Dykstra, Silverberg nos muestra la filosofía, la moral, los ritos, el concepto del alma y el sentido de la trascendencia que jalonan la existencia de estas especies.

Otros aciertos adicionales de la novela son: los sutiles avances tecnológicos y las abundantes explicaciones científicas que enriquecen, cuando son necesarios, la obra (con mención especial para los "técnicos de hélice", antecesores directos de la ingeniería genética en una década de los sesenta en la que apenas había comenzado la manipulación del ADN); los frecuentes recordatorios, especialmente respecto a personajes que ya han aparecido o sucesos que ya han ocurrido, que recurrentemente introduce el autor y que ayudan al lector a seguir la obra; y la concisión habitual del mejor Silverberg, que se basta con doscientas páginas para presentar con una completitud difícil de igualar todo lo relativo a Belzagor y a la vez caracterizar magistralmente a su protagonista.

Dada mi estima por la novela el capítulo de los defectos no puede ser extenso. Quizá el más grave sea que el argumento, cuando se expone en los primeros capítulos, parece un tanto débil: ni más ni menos que el viaje de Gundersen a la región de las brumas para expiar los años pasados en la colonia. Sin más líneas narrativas ni protagonistas adicionales. Por otro lado, en ocasiones hay una cierta previsibilidad en los acontencimientos (por ejemplo, que Gundersen y Seena retomen sus relaciones sexuales, que Gundersen se someta al "renacimiento", que el veneno de las serpientes sea clave en el mimso...). Y tal vez falte algo más de acción, de aventura, de sorpresa, sobre todo para tratarse de un planeta tan distinto a la Tierra.

Para terminar, no quiero dejar de resalatar la abundancia de párrafos de una gran brillantez literaria, que Silverberg consigue jugando con el ritmo, las reiteraciones, los cuestionamientos, creando un poso de opresividad, de pesadez en la atmósfera de Belzafgor que perdura en la memoria del lector pasados los años. Resplandece especialmente el capítulo en el que Gundersen se somete al renacimiento: sin duda, el cénit de toda la novela. Y con unas enigmáticas referencias al cristianismo de nuestro planeta.

"El Alzamiento de Persépolis" (2017). James S. A. Corey

Con la entrada que hoy les traigo continúo mi segundo recorrido por las sagas más relevantes para el lector de ciencia-ficción en español....

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