Tras el paréntesis de la entrada anterior, que dediqué a la nueva versión de la "Guía de lectura" de Miquel Barceló, retomo las reseñas dedicadas a los principales libros publicados en español de mi escritor de ciencia-ficción favorito, Robert Silverberg. En la presente entrada voy a reseñar "Regreso a Belzagor", una de las novelas menos conocidas de su quinquenio dorado. Injustamente, diría yo, puesto que se trata de otra de sus obras recomendables, y una muestra de todo lo que el estadounidense puede obterner a partir de una trama aparentemente sencilla para lo que es habitual en la ciencia-ficción.
El punto de partida es atrayente: en un futuro lejano Silverberg nos presenta Belzagor, un planeta que los humanos colonizaron como parte de su imperio y durante un tiempo intentaron "civilizar", para posteriormente devolverle su "autonomía" (como parte de su programa de retirada de todos aquellos planetas que contaban con población nativa inteligente), dejando así una presencia humana testimonial. Edmund Gundersen, el protagonista de la novela, es un ex-administrador de Belzagor que tras varios años de alejamiento regresa al planeta con el fin un tanto ambiguo de expiar viejas culpas. Es decir, a la obvia perspectiva del viaje exterior por el planeta se añade desde el principio el viaje interior del protagonista, algo característico en las mejores producciones de Silverberg. Aunque no por habitual no debemos dejar de agradecer la rapidez y la naturalidad con la que Silverberg nos pone en situación.
En seguida se manifiesta uno de los principales logros de la novela: el propio Belzagor, el "Planeta de Holman" según el topónimo imperial, un planeta excelentemente caracterizado biológica, geológica, geográfica y orográficamente (los trópicos, la región de las brumas, el Mar de Polvo, la meseta...). Y por supuesto, las culturas que lo habitan; no sólo las ingentes cantidades de formas de vida animal (malidares, fungoides...) sino sobre todo las dos especies inteligentes nativas, los nildores (similares a los elefantes terrestres) y los sulidores (bípidos carnívoros mayores que los humanos), que conviven en armonía.
Otro punto fuerte de la obra lo constituye la enorme habilidad narrativa de Silverberg: un simple viaje iniciático, que podría transcurrir sin pena ni gloria, va creciendo paso a paso, atrapando poco a poco al lector, enfrentándolo con nuevas sensaciones y reflexiones que, por increíble que parezca tratándose de un planeta tan ajeno a nuestra maltratada Tierra, le resultan cercanas. Recurriendo a episodios como los pecados de Kurtz, los enigmas de Cullen o la agonía de Dykstra, Silverberg nos muestra la filosofía, la moral, los ritos, el concepto del alma y el sentido de la trascendencia que jalonan la existencia de estas especies.
Otros aciertos adicionales de la novela son: los sutiles avances tecnológicos y las abundantes explicaciones científicas que enriquecen, cuando son necesarios, la obra (con mención especial para los "técnicos de hélice", antecesores directos de la ingeniería genética en una década de los sesenta en la que apenas había comenzado la manipulación del ADN); los frecuentes recordatorios, especialmente respecto a personajes que ya han aparecido o sucesos que ya han ocurrido, que recurrentemente introduce el autor y que ayudan al lector a seguir la obra; y la concisión habitual del mejor Silverberg, que se basta con doscientas páginas para presentar con una completitud difícil de igualar todo lo relativo a Belzagor y a la vez caracterizar magistralmente a su protagonista.
Dada mi estima por la novela el capítulo de los defectos no puede ser extenso. Quizá el más grave sea que el argumento, cuando se expone en los primeros capítulos, parece un tanto débil: ni más ni menos que el viaje de Gundersen a la región de las brumas para expiar los años pasados en la colonia. Sin más líneas narrativas ni protagonistas adicionales. Por otro lado, en ocasiones hay una cierta previsibilidad en los acontencimientos (por ejemplo, que Gundersen y Seena retomen sus relaciones sexuales, que Gundersen se someta al "renacimiento", que el veneno de las serpientes sea clave en el mimso...). Y tal vez falte algo más de acción, de aventura, de sorpresa, sobre todo para tratarse de un planeta tan distinto a la Tierra.
Para terminar, no quiero dejar de resalatar la abundancia de párrafos de una gran brillantez literaria, que Silverberg consigue jugando con el ritmo, las reiteraciones, los cuestionamientos, creando un poso de opresividad, de pesadez en la atmósfera de Belzafgor que perdura en la memoria del lector pasados los años. Resplandece especialmente el capítulo en el que Gundersen se somete al renacimiento: sin duda, el cénit de toda la novela. Y con unas enigmáticas referencias al cristianismo de nuestro planeta.
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