Una entrada más continúo con las reseñas de las principales novelas de las sagas más relevantes para el lector de ciencia-ficción en español que todavía no habían aparecido por este humilde blog. La de hoy es una entrada especial, pues con ella concluyo las revisiones realizadas a la saga "The Expanse", de los estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck (conocidos comercialmente como James S. A. Corey). La novela que remata la saga es "La Caída del Leviatán", cuyo titulo cierra explícitamente al círculo que los escritores abrieron cuando publicaron "El Despertar del Leviatán", la novela que dio comienzo a la serie una década antes. A pesar de publicarse originalmente en 2021, "La Caída del Leviatán" no se publicó en español hasta el año pasado, un hecho que tal vez explica por qué no se ha escrito ninguna reseña sobre la misma (que me conste al menos). Una carencia que resulta particularmente notoria si consideramos que se trata de la saga más relevante a nivel comercial que ha alumbrado el género en los últimos quince años. Así que espero que estos párrafos que hoy le dedico sean de utilidad para los miles de seguidores que la saga ha conseguido reclutar también en nuestro idioma. Especialmente teniendo en cuenta que ofrece un cierre coherente para una serie tan extensa como rica en contenido, que cambia el enemigo a batir al enfrentar a toda la humanidad con los creadores del espacio anular, y que encierra algunas sorpresas con las que aderezar un desenlace satisfactorio.
A estas alturas de la saga me parece normal que los autores no se plantearan cambios radicales en su concepción, pero debo destacar que sí que abundaron en algunos de los hallazgos menos explotados de entregas anteriores. Tal es el caso del número de protagonistas elegidos, mayor que en la mayoría de sus predecesoras en lo que constituye una clara profundización en el enfoque de novela coral (aunque afortunadamente el número de líneas narrativas es menor que el de personajes que protagonizan capítulos, por lo que es difícil que un lector medio se pierda entre ellas); o el de unos interludios de los que apenas habían hecho uso hasta ahora pero que aquí, bien intercalados, introducen al lector en lo que va sucediendo en torno a la creación de la protomolécula, su relación con el Sistema Adro, y la interacción con las personas redivivas, que se vuelve cada vez más comprensible; pero sobre todo, a la hora de reemplazar gradualmente el enemigo, que conforme avanza la lectura pasa de ser la todopoderosa Laconia a unos nunca del todo revelados alienígenas, sin que ello dañe el interés de la novela.
Y es que el plan ideado por la versión transformada de Duarte para la humanidad (esa "mente colmena" supuestamente análoga a la de los alienígenas) es consecuente con los actos previos del Cónsul General de Laconia y está bien presentado. Y además, obliga a giros argumentales que Abraham y Franck saben presentar de forma que el lector desconfíe hasta el final de ellos, como ocurre con el armisticio acordado por Naomi y Trejo, que fuerza a ambos bandos a luchar por una misma causa. El cual provoca consecuencias irreversibles en otros protagonistas, como Jillian o la Coronel Tanaka, e incluso en los marcos escénicos, con mención especial para la inquietante transformación que experimentan los Anillos y la Zona Lenta.
Otros aciertos reseñables son las frecuentes menciones a personajes ya desaparecidos y a episodios clave que fueron sucediendo a lo largo de la saga, con la intención evidente de ofrecer un cierre cohesionado para la misma, la introducción de algunos episodios de gran tensión previos al desenlace (como el brillante enfrentamiento entre los tripulantes de la Rocinante y Tanaka en Nuevo Egipto), sorpresas como la recuperación del Inspector Miller para los capítulos finales y, en general, la habilidad exhibida por los escritores para que, a pesar de la grandiosidad de los asuntos planteados en esta última entrega, ésta no se vuelva tan fantasiosa como para desentonar frente a sus predecesoras.
No obstante lo anterior, son varias las razones por las que, a mi modo de ver, esta novela no figura entre las mejores de la serie. La más evidente es que hay líneas narrativas que por su propia naturaleza resultan menos interesantes (como la de Elvi Okoye, pese a que es la que más cuida el elemento científico), e incluso alguna cuyo único propósito parece ser el de incrementar la carga sentimental del libro (como la de Kit, el hijo de Alex), si bien no lo termina de conseguir. También me decepcionó la pérdida de protagonismo de Teresa Duarte frente a la novela anterior ("La Cólera de Tiamat"), curiosamente cuando el papel que en principio debía interpretar era aún más relevante. Tampoco me gustaron detalles como la nunca del todo explicada aunque siempre salvadora naturaleza del "Amos Redivivo", o las razones por las que James Holden decide autoinfectarse con la protomolécula, o el excesivo protagonismo de Miller en el desenlace (hasta el extremo de perjudicar en cierta medida el ritmo narrativo). Y, como de costumbre, la prosa de los autores vuelve a quedar afeada por el abuso de barbarismos innecesarios.
A pesar de estos defectos, el desenlace que ofrecen Abraham y Franck para esta novela y para toda su saga se muestra sólido y convincente: la inmolación final de Holden, el retiro de Alex, el regreso de Amos y Naomi al Sistema Solar... y a una escala mucho mayor, la desaparición de los anillos y el consiguiente abandono a su suerte de cada uno de los cientos de incipientes colonias establecidas por una humanidad en expansión. Y la sorpresa final nos la ofrece un epílogo en el que la nave Musafir aparece en la Tierra un milenio después de estos acontecimientos, con lo que ello implica tanto tecnológicamente (los humanos han encontrado finalmente su propia forma de viajar más rápido que la luz) como socialmente (pues es el Amos redivivo, en apariencia inmortal gracias a la regeneración alienígena, quien los recibe). Un encuentro que pone fin a la saga más extensa que he leído jamás, pues pese a no ser la más larga publicada en nuestro idioma, sí que es la primera que me convenció para que completara la lectura de nueve novelas. Algo que, a pesar de que a The Expanse le falte algo de magia para alcanzar la categoría de clásico, habla claramente a su favor.
Pasión por la ciencia-ficción
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
domingo, 19 de octubre de 2025
domingo, 21 de septiembre de 2025
"La Cólera de Tiamat" (2019). James S. A. Corey
Una nueva entrada continúo avanzando por mi nuevo recorrido en orden cronológico por algunas de las mejores sagas disponibles para el lector de ciencia-ficción en español, que aún no habían aparecido (o no en toda su extensión) por este humilde blog. Toca hablarles de nuevo de la exitosa saga The Expanse, de los estadounidenses James S. A. Corey, es decir, Daniel Abraham y Ty Franck. La cual, les confesaré, es la saga más larga que he leído jamás, hasta el punto de que ésta que hoy les traigo es la reseña de su octava entrega, "La Cólera de Tiamat". Una novela muy reciente para el lector en nuestro idioma, puesto que fue traducida en 2023, cuatro años después de su publicación en inglés. Y que reafirma que estamos ante una de las sagas más relevantes de la historia del género, seguramente sin una novela de postín que tire de su prestigio hacia arriba, pero con una calidad media indudable, y sobre todo con una innegable habilidad para extender su argumento de una manera creíble a lo largo de nada menos que nueve novelas, sin por ello repetirse en demasía. En concreto, esta octava entrega enlaza directamente con los acontecimientos narrados en "El Alzamiento de Persépolis" (2017), y para ello profundiza en el sistema Laconia como centro de poder de la Galaxia, al tiempo que dedica una atención mayor que muchas de sus predecesoras al elemento científico, y con el aliciente de que consigue resultar igual de cautivadora que sus hermanas a pesar de prescindir, por vez primera en la saga, de James Holden como protagonista.
A estas alturas de la serie Abraham y Franck tienen perfectamente pulido el patrón que configura sus novelas, y "La Cólera de Tiamat" lo respeta de cabo a rabo: una narrativa coral sin excesos que abrumen al lector (las cinco líneas narrativas principales son las de los ya conocidos Alex, Naomi y Bobbie, a las que se añaden las de la recuperada para la ocasión Elvi Okoye y la de Teresa Duarte, la hija única del Cónsul General de Laconia), unos capítulos de extensión muy similar, una prosa directa y sin florituras, descripciones comedidas, diálogos fluidos, una equilibrada combinación de intriga y acción sazonada con la cantidad justa de reflexiones... la novela entronca perfectamente con lo que ofrece el resto de la saga. La mayor novedad que aporta es el papel que interpreta James Holden, quien, como prisionero de Duarte, forzosamente debe limitarse a mover los hilos de los acontecimientos desde la sombra, por lo que acapara menos protagonismo que en cualquier otra entrega.
El otro elemento diferenciador de este octavo libro es la relevancia que adquiere el elemento científico. El esfuerzo porque el mismo sea lo más verosímil posible estuvo presente desde el principio en la saga (de hecho, es una de sus principales virtudes, hasta el punto de que yo considero que algunas de sus entregas se adscriben perfectamente al subgénero de la ciencia-ficción dura), pero aquí logra un realce si cabe aún mayor. Por dos cuestiones fundamentales: la manipulación genética que consigue el doctor Cortázar gracias a la protomolécula, y que le permite revivir a seres humanos fallecidos (el capítulo veintinueve es una maravilla al respecto); y el experimento con antimateria que realizan las fuerzas armadas laconias en la estrella de neutrones de Tecoma, cuyas devastadoras consecuencias dinamizan todo lo que sucede en la novela a partir de ese punto. Abraham y Franck consiguen tratar estos asuntos con una naturalidad que permite que lectores poco interesados en los mismos no se vean abrumados por ellos, pero el calado de estas cuestiones científicas es innegable.
A lo largo de las casi seiscientas páginas de la novela nos iremos encontrando con otras virtudes. Algunas de ellas propias de esta entrega, como la vida en el Edificio Gubernamental de Laconia, con su rígida ambientación y sus intrigas sin fin, o el empeño con el que la terna al frente (el Almirante Trejo, el Doctor Cortázar y el Coronel Illich) intenta ocultar el estado catatónico en el que se sume Duarte en un momento dado. Y otros ya esperables a estas alturas de la saga: la recreación de escenarios dentro y fuera de las naves espaciales, las motivaciones mayormente creíbles de los personajes, la capacidad para seguir sorprendiendo al lector al acabar con la vida de alguno de ellos, o los disfrutables episodios de batallas espaciales, siempre condicionados por los efectos gravitatorios y las inmensas distancias.
Al igual que le ocurre a todas sus predecesoras, algunos defectos impiden considerar redonda a esta nueva entrega. El más evidente es que el interés no va aumentando linealmente conforme avanzamos en la lectura, sino que va subiendo y bajando con el desarrollo de los acontecimientos. En ello influye decisivamente la línea narrativa de Naomi Nagata, condicionada por esa existencia casi nómada en contenedores de transporte, y sin duda la más floja de todas hasta casi el final. Otros son más específicos de la trama, como por ejemplo lo mal que está narrado el asesinato de Cortázar por Duarte, las poco convincentes razones por las que Elvi decide quedarse en Laconia en vez de escapar junto a Teresa y Holden, o la forzada resurreción de Amos, que encima llega justo a tiempo para asegurar la victoria de los "bajos fondos". Sin olvidarnos de los fastidiosos e innecesarios barbarismos que tantas veces he lamentado a lo largo de todas estas reseñas.
El desenlace vuelve a resultar tan vertiginoso y vibrante como cabría esperar, mejorando la impresión final. Y resulta satisfactorio como colofón a todo lo narrado, a pesar de lo que plantean los autores para Elvi y Amos. Además, deja bien deja claro que Laconia aún no ha dicho su última palabra, y remata la incertidumbre con la alusión que realiza Amos en la última página a "unas cosas que van a acabar con todos nosotros". Por lo que les emplazo a la reseña que publicaré dentro de unas semanas, "La Caída del Leviatán", que aclara esa sentencia y a la vez pone punto final a esta excitante saga.
A estas alturas de la serie Abraham y Franck tienen perfectamente pulido el patrón que configura sus novelas, y "La Cólera de Tiamat" lo respeta de cabo a rabo: una narrativa coral sin excesos que abrumen al lector (las cinco líneas narrativas principales son las de los ya conocidos Alex, Naomi y Bobbie, a las que se añaden las de la recuperada para la ocasión Elvi Okoye y la de Teresa Duarte, la hija única del Cónsul General de Laconia), unos capítulos de extensión muy similar, una prosa directa y sin florituras, descripciones comedidas, diálogos fluidos, una equilibrada combinación de intriga y acción sazonada con la cantidad justa de reflexiones... la novela entronca perfectamente con lo que ofrece el resto de la saga. La mayor novedad que aporta es el papel que interpreta James Holden, quien, como prisionero de Duarte, forzosamente debe limitarse a mover los hilos de los acontecimientos desde la sombra, por lo que acapara menos protagonismo que en cualquier otra entrega.
El otro elemento diferenciador de este octavo libro es la relevancia que adquiere el elemento científico. El esfuerzo porque el mismo sea lo más verosímil posible estuvo presente desde el principio en la saga (de hecho, es una de sus principales virtudes, hasta el punto de que yo considero que algunas de sus entregas se adscriben perfectamente al subgénero de la ciencia-ficción dura), pero aquí logra un realce si cabe aún mayor. Por dos cuestiones fundamentales: la manipulación genética que consigue el doctor Cortázar gracias a la protomolécula, y que le permite revivir a seres humanos fallecidos (el capítulo veintinueve es una maravilla al respecto); y el experimento con antimateria que realizan las fuerzas armadas laconias en la estrella de neutrones de Tecoma, cuyas devastadoras consecuencias dinamizan todo lo que sucede en la novela a partir de ese punto. Abraham y Franck consiguen tratar estos asuntos con una naturalidad que permite que lectores poco interesados en los mismos no se vean abrumados por ellos, pero el calado de estas cuestiones científicas es innegable.
A lo largo de las casi seiscientas páginas de la novela nos iremos encontrando con otras virtudes. Algunas de ellas propias de esta entrega, como la vida en el Edificio Gubernamental de Laconia, con su rígida ambientación y sus intrigas sin fin, o el empeño con el que la terna al frente (el Almirante Trejo, el Doctor Cortázar y el Coronel Illich) intenta ocultar el estado catatónico en el que se sume Duarte en un momento dado. Y otros ya esperables a estas alturas de la saga: la recreación de escenarios dentro y fuera de las naves espaciales, las motivaciones mayormente creíbles de los personajes, la capacidad para seguir sorprendiendo al lector al acabar con la vida de alguno de ellos, o los disfrutables episodios de batallas espaciales, siempre condicionados por los efectos gravitatorios y las inmensas distancias.
Al igual que le ocurre a todas sus predecesoras, algunos defectos impiden considerar redonda a esta nueva entrega. El más evidente es que el interés no va aumentando linealmente conforme avanzamos en la lectura, sino que va subiendo y bajando con el desarrollo de los acontecimientos. En ello influye decisivamente la línea narrativa de Naomi Nagata, condicionada por esa existencia casi nómada en contenedores de transporte, y sin duda la más floja de todas hasta casi el final. Otros son más específicos de la trama, como por ejemplo lo mal que está narrado el asesinato de Cortázar por Duarte, las poco convincentes razones por las que Elvi decide quedarse en Laconia en vez de escapar junto a Teresa y Holden, o la forzada resurreción de Amos, que encima llega justo a tiempo para asegurar la victoria de los "bajos fondos". Sin olvidarnos de los fastidiosos e innecesarios barbarismos que tantas veces he lamentado a lo largo de todas estas reseñas.
El desenlace vuelve a resultar tan vertiginoso y vibrante como cabría esperar, mejorando la impresión final. Y resulta satisfactorio como colofón a todo lo narrado, a pesar de lo que plantean los autores para Elvi y Amos. Además, deja bien deja claro que Laconia aún no ha dicho su última palabra, y remata la incertidumbre con la alusión que realiza Amos en la última página a "unas cosas que van a acabar con todos nosotros". Por lo que les emplazo a la reseña que publicaré dentro de unas semanas, "La Caída del Leviatán", que aclara esa sentencia y a la vez pone punto final a esta excitante saga.
domingo, 24 de agosto de 2025
"El Alzamiento de Persépolis" (2017). James S. A. Corey
Con la entrada que hoy les traigo continúo mi segundo recorrido por las sagas más relevantes para el lector de ciencia-ficción en español. A la vez que doy continuidad a mis revisiones de la saga The Expanse, de los escritores estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck (quienes firman bajo el pseudónimo James S. A. Corey). Nos vamos ya nada menos que por la séptima entrega de la saga, un hito no muy habitual en el género, y menos aún con la calidad suficiente como para seguir mereciendo una entrada individual en este humilde blog. Pero es que "El Alzamiento de Persépolis" supuso en mi humilde opinión una incuestionable mejora frente a las dos entregas precedentes ("Los Juegos de Némesis" y "Las Cenizas de Babilonia"), y la razón por la cual decidí continuar la lectura de la saga hasta el final. Se trata de una novela que recupera con acierto la space opera de altos vuelos como eje central de la trama gracias a Laconia, el sistema estelar poblado por desertores marcianos del que Abraham y Franck ya nos habían hablado brevemente en entregas precedentes, y que impone una nueva cosmovisión para la humanidad con una fuerza arrolladora.
Para ello, los autores toman la arriesgada decisión de situar la acción casi tres décadas en el futuro respecto a "Las Cenizas de Babilonia": justo cuando la Tierra y Marte se han recuperado de loas daños infligidos por la Armada Libre, y cuando la Unión de Transportes se ha consolidado como el organismo que controla las transacciones a través del Anillo, irrumpe en escena la topoderosa Laconia de Winston Duarte. La cual ha estado desarrollando durante décadas las ruinas de la civilización que creó la protomolécula, usando ésta como catalizadora, hasta alcanzar una supremacía tecnológica-orgánica que le posibilita lanzarse a implantar su cosmovisión por todo el espacio conocido, empezando por el Sistema Solar. Con la originalidad de que los laconios plantean su conquista en términos de los beneficios que supondrán para los conquistados, utilizando la violencia como último recurso e intentando minimizar el número de bajas.
Abraham y Franck salen airosos de este planteamiento disruptivo. La condescendencia de los laconios con los pueblos que van conquistando (como la Estación Medina) y su trato respetuoso, intentando asimilarlos como nuevos ciudadanos a su incipiente imperio, alejan a este libro de los clásicos villanos de otras entregas (por ejemplo, los de la Armada Libre de Marco Inaros), y posibilitan así especulaciones diferentes a las de los seis títulos anteriores, con una óptica distinta sobre la supremacía, las implicaciones del centralismo, y las ventajas de no oponerse a los netamente superiores. Pero también aciertan a la hora de reflejar el paso de los años por la tripulación de la Rocinante: el declive físico de Clarissa, el ascenso de Bobbie al rol de capitana, el ensimismamiento de Amos... De manera que sus reacciones y actos no son un mero calco de los de entregas anteriores, sino una versión evolucionada de ellos mismos, con su bueno y su malo.
Por si lo anterior fuera poco, después de unas entregas argumentalmente más dispersas, aquí la lectura tiene un motor claro de principio a fin: la expansión de Laconia. Ello evita que la novela se vaya por las ramas, pues impregna con sus implicaciones todo cuanto va sucediendo. Y aunque el ritmo narrativo lógicamente va subiendo y bajando según se van narrando batallas espaciales, preparativos de huida o maniobras y especulaciones políticas, y no siempre está igual de logrado, el interés se mantiene todo el tiempo, beneficiando así el balance final de la novela.
Otros aciertos dignos de mención son la reducción en el número de líneas narrativas frente a su predecesora (esencialmente tres: las de Camina Drummer, la cinturiana al frente de la Unión de Transportes; la de Santiago Singh, el laconio que ejerce de Gobernador de Medina; y la de la marciana Bobbie Draper, con atención puntual a algunos otros personajes), la recapitulación para su posterior aprovechamiento en la historia de lo sucedido en las entregas anteriores, el cuidado a la hora de tratar el elemento científico (que aquí se pone especialmente de manifiesto en las maniobras de los rebeldes en la Estación Medina, con sus protocolos de comunicaciones, todo lo relativo a la encriptación, y sus estrategias para desactivar e inhabilitar elementos clave), y la presencia de unos cuantos capítulos que no desmerecen a los mejores de la saga en su tercio final, plenos de tensión y acción.
En cuanto a los defectos, el más llamativo es que esta vez los autores no se muestran tan acertados como otras veces a la hora de visualizar situaciones y maniobras, con frecuencia confusas o incluso con algún gazapo. En el tramo de central de la novela emplean capítulos completos para averiguaciones que se podían haber presentado con menos texto, aligerando un poco las casi seiscientas páginas del libro. El rol de la ya muy anciana Avasarala es meramente testimonial, una triste sombra de lo que la hindú había aportado a entregas anterioes. En ocasiones algunos laconios (con Singh al frente) percan de de candidez (algo tal vez comprensible por su supremacía tecnológica). Como es habitual a lo largo de toda la saga, falta algo más de profundidad, de calidez; todo es excesivamente correcto, más racional que sentimental. Y el exceso de barbarismos innecesarios sigue presente una vez más.
A cambio, los autores son tan hábiles que consiguen presentar como una gran victoria la accidentada y parcial huida de los tripulantes de la Rocinante a Pleno Dominio, cuando en realidad todas las fuerzas que se oponen a Laconia claudican con docilidad, ofrecen un desenlace ejemplarizante y coherente para Singh, y dejan conscientemente más cabos abiertos que en ninguna otra entrega de la saga, sabedores de los elementos de los que disponen para seguir escribiendo. Así que desde ya les emplazo a mi reseña de la octava entrega, "La Cólera de Tiamat".
Para ello, los autores toman la arriesgada decisión de situar la acción casi tres décadas en el futuro respecto a "Las Cenizas de Babilonia": justo cuando la Tierra y Marte se han recuperado de loas daños infligidos por la Armada Libre, y cuando la Unión de Transportes se ha consolidado como el organismo que controla las transacciones a través del Anillo, irrumpe en escena la topoderosa Laconia de Winston Duarte. La cual ha estado desarrollando durante décadas las ruinas de la civilización que creó la protomolécula, usando ésta como catalizadora, hasta alcanzar una supremacía tecnológica-orgánica que le posibilita lanzarse a implantar su cosmovisión por todo el espacio conocido, empezando por el Sistema Solar. Con la originalidad de que los laconios plantean su conquista en términos de los beneficios que supondrán para los conquistados, utilizando la violencia como último recurso e intentando minimizar el número de bajas.
Abraham y Franck salen airosos de este planteamiento disruptivo. La condescendencia de los laconios con los pueblos que van conquistando (como la Estación Medina) y su trato respetuoso, intentando asimilarlos como nuevos ciudadanos a su incipiente imperio, alejan a este libro de los clásicos villanos de otras entregas (por ejemplo, los de la Armada Libre de Marco Inaros), y posibilitan así especulaciones diferentes a las de los seis títulos anteriores, con una óptica distinta sobre la supremacía, las implicaciones del centralismo, y las ventajas de no oponerse a los netamente superiores. Pero también aciertan a la hora de reflejar el paso de los años por la tripulación de la Rocinante: el declive físico de Clarissa, el ascenso de Bobbie al rol de capitana, el ensimismamiento de Amos... De manera que sus reacciones y actos no son un mero calco de los de entregas anteriores, sino una versión evolucionada de ellos mismos, con su bueno y su malo.
Por si lo anterior fuera poco, después de unas entregas argumentalmente más dispersas, aquí la lectura tiene un motor claro de principio a fin: la expansión de Laconia. Ello evita que la novela se vaya por las ramas, pues impregna con sus implicaciones todo cuanto va sucediendo. Y aunque el ritmo narrativo lógicamente va subiendo y bajando según se van narrando batallas espaciales, preparativos de huida o maniobras y especulaciones políticas, y no siempre está igual de logrado, el interés se mantiene todo el tiempo, beneficiando así el balance final de la novela.
Otros aciertos dignos de mención son la reducción en el número de líneas narrativas frente a su predecesora (esencialmente tres: las de Camina Drummer, la cinturiana al frente de la Unión de Transportes; la de Santiago Singh, el laconio que ejerce de Gobernador de Medina; y la de la marciana Bobbie Draper, con atención puntual a algunos otros personajes), la recapitulación para su posterior aprovechamiento en la historia de lo sucedido en las entregas anteriores, el cuidado a la hora de tratar el elemento científico (que aquí se pone especialmente de manifiesto en las maniobras de los rebeldes en la Estación Medina, con sus protocolos de comunicaciones, todo lo relativo a la encriptación, y sus estrategias para desactivar e inhabilitar elementos clave), y la presencia de unos cuantos capítulos que no desmerecen a los mejores de la saga en su tercio final, plenos de tensión y acción.
En cuanto a los defectos, el más llamativo es que esta vez los autores no se muestran tan acertados como otras veces a la hora de visualizar situaciones y maniobras, con frecuencia confusas o incluso con algún gazapo. En el tramo de central de la novela emplean capítulos completos para averiguaciones que se podían haber presentado con menos texto, aligerando un poco las casi seiscientas páginas del libro. El rol de la ya muy anciana Avasarala es meramente testimonial, una triste sombra de lo que la hindú había aportado a entregas anterioes. En ocasiones algunos laconios (con Singh al frente) percan de de candidez (algo tal vez comprensible por su supremacía tecnológica). Como es habitual a lo largo de toda la saga, falta algo más de profundidad, de calidez; todo es excesivamente correcto, más racional que sentimental. Y el exceso de barbarismos innecesarios sigue presente una vez más.
A cambio, los autores son tan hábiles que consiguen presentar como una gran victoria la accidentada y parcial huida de los tripulantes de la Rocinante a Pleno Dominio, cuando en realidad todas las fuerzas que se oponen a Laconia claudican con docilidad, ofrecen un desenlace ejemplarizante y coherente para Singh, y dejan conscientemente más cabos abiertos que en ninguna otra entrega de la saga, sabedores de los elementos de los que disponen para seguir escribiendo. Así que desde ya les emplazo a mi reseña de la octava entrega, "La Cólera de Tiamat".
viernes, 25 de julio de 2025
"Las Cenizas de Babilonia" (2016). James S. A. Corey
Con esta nueva entrada sigo completando mi segundo recorrido en orden cronológico por algunas de las sagas más destacadas de las que puede disfrutar el lector de ciencia-ficción en español. Y como muchos ya saben, toca seguir desgranando la monumental saga "The Expanse", de los escritores estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck, que publican bajo el pseudónimo James S. A. Corey. Una saga que con "Las Cenizas de Babilonia" alcanzó su sexta entrega hace ahora casi una década. Y es que los autores eran capaces de mantener su impresionante ritmo de un novela extensa por año. Pero tras un lustro el éxito a nivel de ventas y crítica era tal que seguro les merecía el esfuerzo. En lo que atañe a la novela que les presento, decirles que se trata de una entrega que evita el evidente riesgo de reiteración a estas alturas de la saga mediante una mayor amplitud de miras y una mayor extensión que todas sus hermanas. Pero que, por el contrario, se vuelve más dispersa y difícil de seguir que ellas.
Con buen criterio, en esta obra los autores redoblan su apuesta y llevan esa propuesta de "novela coral" que había caracterizado a las entregas segunda a quinta a una nueva dimensión: en lugar de cuatro líneas narrativas a cargo de otros tantos protagonistas, expanden el foco hasta casi veinte líneas, centradas en otros tantos personajes. Obviamente no todas reciben la misma atención, pero todas son válidas para enriquecer la perspectiva del lector sobre el complejísimo panorama que quedó establecido dentro y fuera del Sistema Solar a la conclusión de "Los Juegos de Némesis". Para ello repescan a personajes secundarios de novelas anteriores (de Michio Pa a Anderson Dawes), y aumentan casi en la misma proporción el número de escenarios y puntos de vista. La riqueza de la saga tras cinco extensos títulos se lo posibilita a Abraham y a Franck.
En línea con lo anterior, los autores también expanden la tripulación permanente de la nave Rocinante con dos nuevas y razonables incorporaciones. Y seguramente para no convertir tan ambiciosa propuesta en algo inmanejable, se dedican durante toda la novela a completar las tramas que afectan a los humanos en el Sistema Solar, dejando apartadas las que tienen que ver con lo alienígena. De suerte que al final del libro muchas quedarán satisfactoriamente resueltas, en parte gracias a la habilidad que muestran a la hora de entrecruzarlas durante las casi seiscientas páginas anteriores. Y todo ello sin renunciar a las habituales intrigas políticas y a los disfrutables combates espaciales, que se siguen disfrutando de maneras coherente y verosímil a partes iguales.
Sin embargo, esa riqueza de personajes y perspectivas también provoca que esta entrega no rinda a la misma altura que las grandes entregas ya reseñadas. Porque es muy complicado, incluso para el lector constante y con buena memoria en lo concerniente a lo acontecido en la saga, recordar y situar a tanto personaje que aparece y desaparece sin previo aviso. Así, no sólo se genera una cierta desconexión con muchos de ellos, sino que falta tensión en su desarrollo. De hecho, a pesar de tratarse del volumen más largo, es el que menos hechos destacables relata, y ni siquiera es capaz de enganchar en ningún momento una tanda de capítulos que mantenga en todo lo alto el interés. Al contrario, el ritmo narrativo nunca es alto, y en el tramo central de la novela incluso peca de lento. Y a pesar de ello, se echa de menos aunque sea un par de personajes que ayuden a visualizar la dramática situación que está atravesando el planeta Tierra.
Otros defectos comparativamente menores son la evolución de Marco Inaros (el villano de ésta y la anterior entrega), que poco a poco va perdiendo su piel de líder carismático y salvador del Cinturón para mostrársenos como un ser visceral tan obsesionado con su pasado que pierde inusitadamente todo su carisma. También las continuas menciones a un tal Duarte y a su mundo, Laconia, que parecen ser claves a nivel geopolítico, pero de los que no sabemos prácticamente nada. O una menor brillantez, quizá motivada por cierta premura, a la hora de narrar algunos de los episodios de acción más relevantes. Y como de costumbre, un injustificado abuso de los barbarismos.
Por el contrario, algunos aciertos con los que no contaba al iniciar la lectura mejoraron mi impresión global de la misma. Tal es el caso de la ausencia absoluta del "fantasma de Miller", que tanta credibilidad restaba a entregas precedentes, y que aquí no es mencionado ni una sola vez. O la evolución del personaje de Filip (el hijo de Marco y Naomi), que madura de forma consistente. O también de cómo Naomi va digiriendo la ausencia definitiva de su hijo, erradicando el melodramatismo que tan negativamente había afectado en "Los Juegos de Némesis" a esta intrahistoria. Si a ellos les sumamos la habitual prosa fluida y los diálogos frescos y naturales, un elemento científico que sigue a buen nivel, un desenlace corto pero intenso y plausible a partes iguales, e incluso un puñado de jugosas reflexiones en su epílogo, entenderán por qué me animé a seguir con la séptima entrega de esta extensa saga. De la cual les hablaré en mi siguiente entrada.
Con buen criterio, en esta obra los autores redoblan su apuesta y llevan esa propuesta de "novela coral" que había caracterizado a las entregas segunda a quinta a una nueva dimensión: en lugar de cuatro líneas narrativas a cargo de otros tantos protagonistas, expanden el foco hasta casi veinte líneas, centradas en otros tantos personajes. Obviamente no todas reciben la misma atención, pero todas son válidas para enriquecer la perspectiva del lector sobre el complejísimo panorama que quedó establecido dentro y fuera del Sistema Solar a la conclusión de "Los Juegos de Némesis". Para ello repescan a personajes secundarios de novelas anteriores (de Michio Pa a Anderson Dawes), y aumentan casi en la misma proporción el número de escenarios y puntos de vista. La riqueza de la saga tras cinco extensos títulos se lo posibilita a Abraham y a Franck.
En línea con lo anterior, los autores también expanden la tripulación permanente de la nave Rocinante con dos nuevas y razonables incorporaciones. Y seguramente para no convertir tan ambiciosa propuesta en algo inmanejable, se dedican durante toda la novela a completar las tramas que afectan a los humanos en el Sistema Solar, dejando apartadas las que tienen que ver con lo alienígena. De suerte que al final del libro muchas quedarán satisfactoriamente resueltas, en parte gracias a la habilidad que muestran a la hora de entrecruzarlas durante las casi seiscientas páginas anteriores. Y todo ello sin renunciar a las habituales intrigas políticas y a los disfrutables combates espaciales, que se siguen disfrutando de maneras coherente y verosímil a partes iguales.
Sin embargo, esa riqueza de personajes y perspectivas también provoca que esta entrega no rinda a la misma altura que las grandes entregas ya reseñadas. Porque es muy complicado, incluso para el lector constante y con buena memoria en lo concerniente a lo acontecido en la saga, recordar y situar a tanto personaje que aparece y desaparece sin previo aviso. Así, no sólo se genera una cierta desconexión con muchos de ellos, sino que falta tensión en su desarrollo. De hecho, a pesar de tratarse del volumen más largo, es el que menos hechos destacables relata, y ni siquiera es capaz de enganchar en ningún momento una tanda de capítulos que mantenga en todo lo alto el interés. Al contrario, el ritmo narrativo nunca es alto, y en el tramo central de la novela incluso peca de lento. Y a pesar de ello, se echa de menos aunque sea un par de personajes que ayuden a visualizar la dramática situación que está atravesando el planeta Tierra.
Otros defectos comparativamente menores son la evolución de Marco Inaros (el villano de ésta y la anterior entrega), que poco a poco va perdiendo su piel de líder carismático y salvador del Cinturón para mostrársenos como un ser visceral tan obsesionado con su pasado que pierde inusitadamente todo su carisma. También las continuas menciones a un tal Duarte y a su mundo, Laconia, que parecen ser claves a nivel geopolítico, pero de los que no sabemos prácticamente nada. O una menor brillantez, quizá motivada por cierta premura, a la hora de narrar algunos de los episodios de acción más relevantes. Y como de costumbre, un injustificado abuso de los barbarismos.
Por el contrario, algunos aciertos con los que no contaba al iniciar la lectura mejoraron mi impresión global de la misma. Tal es el caso de la ausencia absoluta del "fantasma de Miller", que tanta credibilidad restaba a entregas precedentes, y que aquí no es mencionado ni una sola vez. O la evolución del personaje de Filip (el hijo de Marco y Naomi), que madura de forma consistente. O también de cómo Naomi va digiriendo la ausencia definitiva de su hijo, erradicando el melodramatismo que tan negativamente había afectado en "Los Juegos de Némesis" a esta intrahistoria. Si a ellos les sumamos la habitual prosa fluida y los diálogos frescos y naturales, un elemento científico que sigue a buen nivel, un desenlace corto pero intenso y plausible a partes iguales, e incluso un puñado de jugosas reflexiones en su epílogo, entenderán por qué me animé a seguir con la séptima entrega de esta extensa saga. De la cual les hablaré en mi siguiente entrada.
jueves, 26 de junio de 2025
"Los Juegos de Némesis" (2015). James S. A. Corey
Hoy les traigo una nueva reseña de la saga "The Expanse" como parte de mi recorrido en orden cronológico por algunas de las sagas más relevantes para el lector en español, el cual llevo realizando desde hace ya un año. En concreto, se trata de "Los Juegos de Némesis", la quinta novela de esta exitosa saga de los escritores estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck (es decir, de James S. A. Corey). La cual alcanzó finalmente un total de nueve títulos, todos ellos traducidos a nuestro idioma. La que hoy les presento es la entrega más singular que he reseñado hasta la fecha, puesto que, a diferencia de sus predecesoras, se dedica a indagar en las historias personales de su cuarteto protagonista (es decir, la tripulación de la Rocinante). Este planteamiento permite al lector conocerlos mejor, pero a costa de unas dosis de acción y de entretenimiento significativamente menores que las que ofrecían sus hermanas.
Esa mirada hacia dentro que desde su mismo comienzo plantean en esta novela Abraham y Franck, aprovechando las reparaciones a las que se está viendo sometida la Rocinante en la estación Tycho, se presenta como una siguiente etapa razonable en las historias personales de sus protagonistas, pero en seguida se vuelve forzada. Y es que los motivos por los que Álex, y sobre todo Naomi, terminan viajando por el Sistema Solar para revisitar su pasado resultan endebles e inverosímiles a partes iguales, pues resulta de todo punto inadmisible que no nos hubieran contado nada acerca de ellos en las cuatro novelas anteriores. Pero es que ni siquiera consiguen presentar esta diáspora de manera amena, dado que durante el primer tercio de la novela no sucede prácticamente nada. Un hecho particularmente chocante porque sucede justo cuando la trama de la saga había quedado interrumpida en el punto en el que se iniciaba el éxodo masivo de la humanidad a otros mundos gracias a "El Anillo". En otras palabras, un error de bulto en su planteamiento.
A esos enredos personales descafeinados, a esos interrogatorios que el cuarteto va realizando a personajes que en realidad apenas revelan nada, pero que nos van alejando gradualmente de la "space opera" de gran calado que cabría esperar, hay que añadirles, en el caso de la línea narrativa de Naomi, el recurso a un topicazo inesperado en una novela que había huido hasta ahora de ellos: el repentino surgimiento en la misma de su hijo, Filip, del que nada sabíamos. Y que resulta ser, además, nada menos que el fruto de su relación de adolescente con el líder de la revuelta que está asolando el Sistema Solar: Marco Inaros. Tanto la casualidad extrema que sustenta una situación así en un sistema solar tan vasto, como la previsible, reiterativa y hasta sensiblera sucesión de choques entre la típica madre arrepentida y el típico hijo dolido que, ante la falta de su madre, se ha esculpido a imagen y semejanza de su padre, lastran especialmente estos capítulos. Aunque tampoco la de Álex despierta mucho más interés, pues en cuanto avanza se revela poco más que una excusa para recuperar para la saga a la por otra parte interesante Bobbie Draper.
Todo lo anterior es una pena, porque la idea de reutilizar ese exitoso enfoque de novela coral que iniciaron por primera vez en la segunda entrega, recurriendo esta vez al cuarteto de la Rocinante, era original y hasta sensato. Y el detalle adicional de rescatar para la misma a muchos de los grandes personajes secundarios de otras novelas (Clarissa Mao, Monica Stuart, Chrisjen Avasarala, Fred Johnson...), una manera de seguir cohesionando las saga y al mismo tiempo abundar en virtudes pretéritas. Pero aquí las cuatro líneas tardan casi tanto en converger como en arrancar, lo que exige durante centenares de páginas un esfuerzo extra de retentiva por parte del lector, y deja el disfrute casi en exclusiva a lo que cada una de ellas le pueda ofrecer de manera aislada. Por lo cual los vaivenes en cuanto a intensidad y relevancia que aquejan a varias de ellas provocan que el resultado se resienta.
Cuando la novela alcanza su tercio final las cuatro líneas por fin van convergiendo, y el lector descubre que sí que había una trama de alcance galáctico de la que disfrutar similar a la de otras entregas. De suerte que durante algunos capítulos de ese tramo la novela recuerda en su forma y en su capacidad de entretenimiento a sus predecesoras. Especialmente en la línea narrativa de Amos y Clarissa, con una apocalíptica Tierra que encerraba todo un filón de recursos argumentales muy poco aprovechado por los autores. Desgraciadamente, tras casi cuatrocientas páginas ya tarde para que el libro remonte el vuelo. Algo que tampoco sucede en sus páginas finales: el desenlace que crean Abraham y Franck es el más corto y de menor tensión de toda la saga, el final es poco más que un reencuentro de los protagonistas sin que se cierre ningún frente, e incluso ese epílogo que pretende volver a engancharnos con las aventuras estelares de las próximas entregas se nos presenta de manera confusa y poco inspirada.
Pese a todos estos defectos, los seguidores de la saga pueden seguir disfrutando en "Los Juegos de Némesis" de muchas de sus virtudes. Desde las relativas al componente literario (los capítulos cortos, las descripciones sintéticas y precisas, la abundancia de diálogos, la riqueza de puntos de vista...), pasando por las concernientes al elemento científico (los efectos de la gravedad, de la ausencia de oxígeno, la pericia en el trazado de órbitas, la exposición a la radiación, las vulnerabilidades en el software...) hasta llegar a las derivadas de su excelente ambientación en los distintos planetas, satélites, estaciones artificiales y naves espaciales. Sin olvidar los singulares aspectos especulativos de esta quinta entrega (los cambios en las sociedades del Sistema Solar provocados por "El Anillo", el reajuste del equilibrio de las distintas fuerzas planetarias, la familia sanguínea frente a la familia elegida...). El elemento de misterio también sigue aquí presente hasta el final (esas naves que desaparecen sin explicación racional), así como los giros humorísticos y las situaciones límite. Por lo que, cuando terminé la lectura, tuve la esperanza de que esta entrega no pasase de ser un punto de inflexión introspectivo para coger fuerzas de cara a los eventos "externos" de las novelas restantes de la saga. Así que en mi siguiente entrada les revelaré si ése fue el caso y, por lo tanto, buena parte de los defectos de esta novela fueron comprensibles y hasta disculpables.
Esa mirada hacia dentro que desde su mismo comienzo plantean en esta novela Abraham y Franck, aprovechando las reparaciones a las que se está viendo sometida la Rocinante en la estación Tycho, se presenta como una siguiente etapa razonable en las historias personales de sus protagonistas, pero en seguida se vuelve forzada. Y es que los motivos por los que Álex, y sobre todo Naomi, terminan viajando por el Sistema Solar para revisitar su pasado resultan endebles e inverosímiles a partes iguales, pues resulta de todo punto inadmisible que no nos hubieran contado nada acerca de ellos en las cuatro novelas anteriores. Pero es que ni siquiera consiguen presentar esta diáspora de manera amena, dado que durante el primer tercio de la novela no sucede prácticamente nada. Un hecho particularmente chocante porque sucede justo cuando la trama de la saga había quedado interrumpida en el punto en el que se iniciaba el éxodo masivo de la humanidad a otros mundos gracias a "El Anillo". En otras palabras, un error de bulto en su planteamiento.
A esos enredos personales descafeinados, a esos interrogatorios que el cuarteto va realizando a personajes que en realidad apenas revelan nada, pero que nos van alejando gradualmente de la "space opera" de gran calado que cabría esperar, hay que añadirles, en el caso de la línea narrativa de Naomi, el recurso a un topicazo inesperado en una novela que había huido hasta ahora de ellos: el repentino surgimiento en la misma de su hijo, Filip, del que nada sabíamos. Y que resulta ser, además, nada menos que el fruto de su relación de adolescente con el líder de la revuelta que está asolando el Sistema Solar: Marco Inaros. Tanto la casualidad extrema que sustenta una situación así en un sistema solar tan vasto, como la previsible, reiterativa y hasta sensiblera sucesión de choques entre la típica madre arrepentida y el típico hijo dolido que, ante la falta de su madre, se ha esculpido a imagen y semejanza de su padre, lastran especialmente estos capítulos. Aunque tampoco la de Álex despierta mucho más interés, pues en cuanto avanza se revela poco más que una excusa para recuperar para la saga a la por otra parte interesante Bobbie Draper.
Todo lo anterior es una pena, porque la idea de reutilizar ese exitoso enfoque de novela coral que iniciaron por primera vez en la segunda entrega, recurriendo esta vez al cuarteto de la Rocinante, era original y hasta sensato. Y el detalle adicional de rescatar para la misma a muchos de los grandes personajes secundarios de otras novelas (Clarissa Mao, Monica Stuart, Chrisjen Avasarala, Fred Johnson...), una manera de seguir cohesionando las saga y al mismo tiempo abundar en virtudes pretéritas. Pero aquí las cuatro líneas tardan casi tanto en converger como en arrancar, lo que exige durante centenares de páginas un esfuerzo extra de retentiva por parte del lector, y deja el disfrute casi en exclusiva a lo que cada una de ellas le pueda ofrecer de manera aislada. Por lo cual los vaivenes en cuanto a intensidad y relevancia que aquejan a varias de ellas provocan que el resultado se resienta.
Cuando la novela alcanza su tercio final las cuatro líneas por fin van convergiendo, y el lector descubre que sí que había una trama de alcance galáctico de la que disfrutar similar a la de otras entregas. De suerte que durante algunos capítulos de ese tramo la novela recuerda en su forma y en su capacidad de entretenimiento a sus predecesoras. Especialmente en la línea narrativa de Amos y Clarissa, con una apocalíptica Tierra que encerraba todo un filón de recursos argumentales muy poco aprovechado por los autores. Desgraciadamente, tras casi cuatrocientas páginas ya tarde para que el libro remonte el vuelo. Algo que tampoco sucede en sus páginas finales: el desenlace que crean Abraham y Franck es el más corto y de menor tensión de toda la saga, el final es poco más que un reencuentro de los protagonistas sin que se cierre ningún frente, e incluso ese epílogo que pretende volver a engancharnos con las aventuras estelares de las próximas entregas se nos presenta de manera confusa y poco inspirada.
Pese a todos estos defectos, los seguidores de la saga pueden seguir disfrutando en "Los Juegos de Némesis" de muchas de sus virtudes. Desde las relativas al componente literario (los capítulos cortos, las descripciones sintéticas y precisas, la abundancia de diálogos, la riqueza de puntos de vista...), pasando por las concernientes al elemento científico (los efectos de la gravedad, de la ausencia de oxígeno, la pericia en el trazado de órbitas, la exposición a la radiación, las vulnerabilidades en el software...) hasta llegar a las derivadas de su excelente ambientación en los distintos planetas, satélites, estaciones artificiales y naves espaciales. Sin olvidar los singulares aspectos especulativos de esta quinta entrega (los cambios en las sociedades del Sistema Solar provocados por "El Anillo", el reajuste del equilibrio de las distintas fuerzas planetarias, la familia sanguínea frente a la familia elegida...). El elemento de misterio también sigue aquí presente hasta el final (esas naves que desaparecen sin explicación racional), así como los giros humorísticos y las situaciones límite. Por lo que, cuando terminé la lectura, tuve la esperanza de que esta entrega no pasase de ser un punto de inflexión introspectivo para coger fuerzas de cara a los eventos "externos" de las novelas restantes de la saga. Así que en mi siguiente entrada les revelaré si ése fue el caso y, por lo tanto, buena parte de los defectos de esta novela fueron comprensibles y hasta disculpables.
sábado, 31 de mayo de 2025
"La Quema de Cíbola" (2014). James S. A. Corey
Una entrada más prosigo con mi recorrido por algunas de las mejores sagas de la ciencia-ficción que no tuvieron oportunidad en su momento de aparecer por este humilde blog. Quienes lo siguen con asiduidad saben que me hallo ya en la década pasada, y que estoy deteniéndome en las novelas que conforman la saga "The Expanse". Escrita por James S. A. Corey (o lo que es lo mismo, los estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck), se trata sin ninguna duda de una de las más relevantes a nivel mundial en estos últimos años. Y también, añado, de las más satisfactorias para los amantes del género. Algo que corrobora la novela de la que me dispongo a hablarles hoy: "La Quema de Cíbola". Cuarta entrega ya de una saga que terminó alcanzando las nueve novelas, se trata de una de las más meritorias de la misma. Y desde luego un libro de mayor nivel y repercusión que su predecesora ("La Puerta de Abadón", 2013), la cual reseñé en mi anterior entrada. Cambiando completamente el marco escénico de sus tres hermanas anteriores, y añadiendo la colonización de un nuevo planeta y la lucha por la supervivencia a la space opera respetuosa con el elemento científico que caracteriza la saga, se trata de una novela con mucha personalidad, bien resuelta, y que posibilita el tránsito de la saga a una nueva dimension más ambiciosa.
A pesar de estas dos grandes novedades, con buen criterio los autores repiten varios de los aciertos principales de entregas anteriores: por supuesto, mantienen y otorgan relevancia en los acontecimientos a los cuatro tripulantes de la Rocinante. También siguen estructurando el libro en capítulos cortos, con descripciones precisas que no rompen el ritmo y abundantes diálogos. Y por tercera vez ya, recurren a cuatro líneas narrativas diferentes para lograr una panorámica más completa y complementaria respecto a lo que sucede sobre y en torno al planeta Ílo. El cual se convierte conscientemente en el marco escénico exclusivo de estas quinientas páginas, una particularidad de "La Quema de Cíbola" que le hace mucho bien.
Además de la línea narrativa habitual de James Holden, los autores nos proponen esta vez la de Elvi Okoye, xenobióloga de la empresa terrestre Energías Carta Real, quien pese a ciertas reacciones de adolescente que pueden descolocar al lector, sirve para potenciar la componente científica de la novela, por cuestiones como sus observaciones sobre el ecosistema de Ílo o el empleo de técnicas de análisis de datos para comprender su impacto sobre los seres humanos. También la de Basia Merton, personaje secundario de "La Guerra de Calibán", y que aquí forma parte de los colonos cinturianos asentados en Ílo, por lo que su trauma vital en primer lugar, y su evolución personal después, contribuyen a reforzar el aspecto humano de la obra. Y por último la de Dimitri Havelock, secundario en esta ocasión de "El Despertar del Leviatán", y en esta novela responsable de seguridad a bordo de la nave terrestre Edward Israel, cuyo cambio de bando durante la obra constituye otro indudable acierto.
Tras la lentitud y los capítulos de poca entidad que lastraban el primer tramo de la anterior obra de la saga, parece que los autores tomaron buena nota, pues aquí rectifican y nos ofrecen desde el mismo comienzo grandes dosis de acción. Además, saben aprovechar todo cuanto les ofrece el planeta (sus especies autóctonas, sus elementos biológicos, su pasado alienígena...) para lleva la trama mucho más allá del inicial conflicto de intereses entre los colonos y Energías Carta Real que plantean inicialmente, convirtiéndola en una sucesión de adversidades, en una acumulación de catástrofes responsable de que la segunda mitad de la novela se centre en la denodada lucha por la supervivencia de las distintas facciones humanas en un entorno muy hostil. Otros aciertos dignos de mención son la existencia de un elemento de misterio casi hasta el final, los pequeños detalles humorísticos cuando la situación lo permite, la exploración de conflictos éticos, las reflexiones sobre los comportamientos humanos, y las buenas dosis de astronomía, tecnología espacial y mecánica orbital.
No obstante, como a otras entregas de la saga, a la novela le fallan algunos detalles para considerarla casi perfecta. Quizá el más evidente aquí es la novedosa inserción de unos cuantos interludios, dedicados a mostrar cómo los restos de la creación alienígena influyen en el investigador Miller, y que apenas se aprehenden, aparte de que interrumpen el por lo demás impecable discurrir de la narración. Siguiendo por el propio Miller "revivido", un recurso del que tiran de nuevo en esta entrega, y que sigue desentonando en una novela que persigue el afán de verosimilitud. Por ota parte, también es fácil reconocer cómo los autores se han inspirado en las novelas del Oeste tan populares en la primera mitad del siglo pasado, con aspectos tan evidentes su "vida en la frontera" y su "sheriff". En otro orden de cosas, pese a que en ambos bandos hay muchas personas sensatas pero también algunos fanáticos, el jefe de Havelock, el implacable Murtry, resulta poco creíble en su defensa a ultranza de la misión de ECR independientemente de las consecuencias de sus actos. También resulta obvio que, en realidad, apenas se avanza en el misterio de la desaparación de los creadores de la protomolécula. Y por último, Abraham y Franck siguen introduciendo una gran cantidad de barbarismos innecesarios.
El desenlace, largo, complejo, y resuelto en paralelo en dos frentes independientes, resulta creíble, válido como culminación de toda la tensión acumulada desde el comienzo, y eficaz a la hora de atar prácticamente todos los cabos sueltos. Y sin embargo, también abre de manera creíble nuevas posibilidades a las futuras entregas de la saga. Por lo que les emplazo a mi próxima reseña de la misma, dentro de unos días.
A pesar de estas dos grandes novedades, con buen criterio los autores repiten varios de los aciertos principales de entregas anteriores: por supuesto, mantienen y otorgan relevancia en los acontecimientos a los cuatro tripulantes de la Rocinante. También siguen estructurando el libro en capítulos cortos, con descripciones precisas que no rompen el ritmo y abundantes diálogos. Y por tercera vez ya, recurren a cuatro líneas narrativas diferentes para lograr una panorámica más completa y complementaria respecto a lo que sucede sobre y en torno al planeta Ílo. El cual se convierte conscientemente en el marco escénico exclusivo de estas quinientas páginas, una particularidad de "La Quema de Cíbola" que le hace mucho bien.
Además de la línea narrativa habitual de James Holden, los autores nos proponen esta vez la de Elvi Okoye, xenobióloga de la empresa terrestre Energías Carta Real, quien pese a ciertas reacciones de adolescente que pueden descolocar al lector, sirve para potenciar la componente científica de la novela, por cuestiones como sus observaciones sobre el ecosistema de Ílo o el empleo de técnicas de análisis de datos para comprender su impacto sobre los seres humanos. También la de Basia Merton, personaje secundario de "La Guerra de Calibán", y que aquí forma parte de los colonos cinturianos asentados en Ílo, por lo que su trauma vital en primer lugar, y su evolución personal después, contribuyen a reforzar el aspecto humano de la obra. Y por último la de Dimitri Havelock, secundario en esta ocasión de "El Despertar del Leviatán", y en esta novela responsable de seguridad a bordo de la nave terrestre Edward Israel, cuyo cambio de bando durante la obra constituye otro indudable acierto.
Tras la lentitud y los capítulos de poca entidad que lastraban el primer tramo de la anterior obra de la saga, parece que los autores tomaron buena nota, pues aquí rectifican y nos ofrecen desde el mismo comienzo grandes dosis de acción. Además, saben aprovechar todo cuanto les ofrece el planeta (sus especies autóctonas, sus elementos biológicos, su pasado alienígena...) para lleva la trama mucho más allá del inicial conflicto de intereses entre los colonos y Energías Carta Real que plantean inicialmente, convirtiéndola en una sucesión de adversidades, en una acumulación de catástrofes responsable de que la segunda mitad de la novela se centre en la denodada lucha por la supervivencia de las distintas facciones humanas en un entorno muy hostil. Otros aciertos dignos de mención son la existencia de un elemento de misterio casi hasta el final, los pequeños detalles humorísticos cuando la situación lo permite, la exploración de conflictos éticos, las reflexiones sobre los comportamientos humanos, y las buenas dosis de astronomía, tecnología espacial y mecánica orbital.
No obstante, como a otras entregas de la saga, a la novela le fallan algunos detalles para considerarla casi perfecta. Quizá el más evidente aquí es la novedosa inserción de unos cuantos interludios, dedicados a mostrar cómo los restos de la creación alienígena influyen en el investigador Miller, y que apenas se aprehenden, aparte de que interrumpen el por lo demás impecable discurrir de la narración. Siguiendo por el propio Miller "revivido", un recurso del que tiran de nuevo en esta entrega, y que sigue desentonando en una novela que persigue el afán de verosimilitud. Por ota parte, también es fácil reconocer cómo los autores se han inspirado en las novelas del Oeste tan populares en la primera mitad del siglo pasado, con aspectos tan evidentes su "vida en la frontera" y su "sheriff". En otro orden de cosas, pese a que en ambos bandos hay muchas personas sensatas pero también algunos fanáticos, el jefe de Havelock, el implacable Murtry, resulta poco creíble en su defensa a ultranza de la misión de ECR independientemente de las consecuencias de sus actos. También resulta obvio que, en realidad, apenas se avanza en el misterio de la desaparación de los creadores de la protomolécula. Y por último, Abraham y Franck siguen introduciendo una gran cantidad de barbarismos innecesarios.
El desenlace, largo, complejo, y resuelto en paralelo en dos frentes independientes, resulta creíble, válido como culminación de toda la tensión acumulada desde el comienzo, y eficaz a la hora de atar prácticamente todos los cabos sueltos. Y sin embargo, también abre de manera creíble nuevas posibilidades a las futuras entregas de la saga. Por lo que les emplazo a mi próxima reseña de la misma, dentro de unos días.
domingo, 11 de mayo de 2025
"La Puerta de Abadón" (2013). James S A Corey
La entrada que hoy les traigo da continuidad a la revisión en orden cronológico de algunas de las mejores sagas disponibles para el lector en español, pero que aún no habían aparecido por este blog. Sigo reseñando novelas de la saga The Expanse, de los escritores estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck, que la firman bajo el seudónimo de James S A Corey. Le toca hoy a la tercera novela de las nueve que componen esta monumental space opera de sólida base científica, "La Puerta de Abadón". Publicada tan sólo un año después de "La Guerra de Calibán", mantiene de manera natural las mismas características de sus dos predecesoras en cuanto a extensión, estilo y ambientación. Lo que a mi modo de ver es una virtud, pues permite a los lectores que disfrutaron con sus predecesoras afrontarla casi como la reanudación de una lectura interrumpida. Aunque debo aclarar que esta tercera novela posee sus rasgos diferenciadores. Porque aunque mantiene la búsqueda del entretenimiento por encima de otras consideraciones, aporta unos marcos escénicos diferentes y un mayor componente especulativo. A costa, eso sí, de recurrir a ciertos elementos fantásticos y a menores dosis de acción, circunstancias que perjudican el resultado final frente a las dos entregas anteriores.
Sabedores de que uno de los principales hallazgos de su predecesora había sido la mayor multiplicidad de líneas narrativas, los autores repiten enfoque con tres nuevos protagonistas que completan la ya consabida línea de James Holden. Se trata de la de la pastora metodista Anna Volovodov, la del capitán terrícola a servicio de la Asociación de Planetas Exteriores Carlos de Baca (conocido como "Toro"), y la de una de las hijas del magnate Jules-Mao, Clarissa (autodenominada Melba durante buena parte del libro). Los tres aportan a su manera una nueva riqueza a la saga, y en especial las motivaciones y la evolución personal de Clarissa la vertebran de principio a fin. Pero ninguna alcanza el nivel de excelencia de la de Bobby Draper o Avasarala en "La Guerra de Calibán". A ello tal vez contribuye una trama que, si bien es más original que la de aquélla, llega extrañamente a su culmen cuando aún queda casi la mitad de novela por leer, y se centra en cuestiones de menor calado desde ahí hasta el final.
Dos de los grandes y exclusivos aciertos de este libro son: el Anillo alienígena que se autoconstruye en poco tiempo a partir de la actividad en Venus relatada en la anterior entrega, gracias a su sugestiva ambientación, a las restricciones que impone a los objetos que lo penetran o a su sentido de la maravilla; y el foco en el elemento religioso, al que hasta ese momento los autores habían dedicado muy poca atención, pero que aquí les permite especular sobre la evolución de los distintos cultos a raíz de la expansión humana por el Sistema Solar, el papel que debe desempeñar el ser humano en el universo frente a la abrumadora supremacía alienígena, o incluso su fuerza como elemento aglutinador en la búsqueda del bien común para la humanidad. Ambos logros potencian acertadamente la carga especulativa de una saga que hasta este punto había priorizado la aventura y los enfrentamientos.
El problema de lo anterior es que la novela no rinde tan bien como sus hermanas en cuanto a su disfrute. Es cierto que ello se debe en parte a su comienzo, claramente más lento y disperso que el de sus dos antecesoras, hasta que por fin los autores dejan de presentarnos personajes secundarios y de ponernos en contexto, y comienza la acción. Pero en parte también porque, pese a que tienen a mano el inmenso potencial narrativo del Anillo, en seguida renunciarán al mismo y se centrarán en las facciones que surgen a raíz de esas reflexiones y especulaciones, y de la consiguiente necesidad por imponer su visión, lo cual deja a su "Puerta de Abadón" en un inesperado segundo plano. Algo que en su momento descoloca al lector, puesto que los capítulos más fantásticos y extravagantes, en los que Holden y sus perseguidores recorren la Estación Anular, están situados hacia la mitad del texto en vez de cerca del final. Y que luego obliga a éste a resignarse con la simplemente entretenida lectura de las luchas entre la facción del Capitán Ashford y la de Toro a bordo de la Bégimo (la inmensa nave de la Asociación de Planetas Exteriores), en lugar de disfrutar de unos capítulos mucho más ambiciosos con el Anillo en el punto de mira.
Aparte de esa infrautilización del Anillo y de esa atención casi exclusiva a los enfrentamientos en la Bégimo, la novela también flaquea en lo que hasta entonces había sido una de las fortalezas de la saga: el afán de verosimilitud. Las constantes apariciones del ya fallecido pero recreado para la ocasión Joe Miller son el mejor ejemplo, pero también buena parte de lo que conforma la Estación Anular, e incluso lo que Holden contempla a través de ella. No es que Abraham y Franck se hayan dejado de preocupar por el elemento científico, que sigue tratado de manera siempre respetuosa con nuestros conocimientos físicos y químicos actuales, pero esas licencias tan poco fundadas son difíciles de digerir. Otros defectos menores son el escaso partido que sacan esta vez de la tripulación de la Rocinante (sobre todo de Amos y Alex), algunas dificultades a la hora de delinear el interior de las naves, o el fatigoso empleo de barbarismos innecesarios, que mantienen de las entregas anteriores.
Pese a situarse, pues, un escalón por debajo de sus predecesoras, el balance final sigue siendo positivo. A ello contribuye que los escritores por fin comienzan a aclarar elementos clave sobre el origen de la protomolécula o sus creadores, que no tienen reparos en permitir que algunos "de los buenos" mueran para resultar menos previsibles, o un desenlace repleto de tensión, que al mismo tiempo no deja apenas cabos sueltos pero abre todo un abanico de posibilidades para el futuro de la saga. Un hecho que evidencia las intenciones de Abraham y Franck cuando escribieron esta tercera entrega, y que consigue dejar con ganas de más. Por lo cual les emplazo a mi siguiente reseña de la saga, dentro de unos días.
Sabedores de que uno de los principales hallazgos de su predecesora había sido la mayor multiplicidad de líneas narrativas, los autores repiten enfoque con tres nuevos protagonistas que completan la ya consabida línea de James Holden. Se trata de la de la pastora metodista Anna Volovodov, la del capitán terrícola a servicio de la Asociación de Planetas Exteriores Carlos de Baca (conocido como "Toro"), y la de una de las hijas del magnate Jules-Mao, Clarissa (autodenominada Melba durante buena parte del libro). Los tres aportan a su manera una nueva riqueza a la saga, y en especial las motivaciones y la evolución personal de Clarissa la vertebran de principio a fin. Pero ninguna alcanza el nivel de excelencia de la de Bobby Draper o Avasarala en "La Guerra de Calibán". A ello tal vez contribuye una trama que, si bien es más original que la de aquélla, llega extrañamente a su culmen cuando aún queda casi la mitad de novela por leer, y se centra en cuestiones de menor calado desde ahí hasta el final.
Dos de los grandes y exclusivos aciertos de este libro son: el Anillo alienígena que se autoconstruye en poco tiempo a partir de la actividad en Venus relatada en la anterior entrega, gracias a su sugestiva ambientación, a las restricciones que impone a los objetos que lo penetran o a su sentido de la maravilla; y el foco en el elemento religioso, al que hasta ese momento los autores habían dedicado muy poca atención, pero que aquí les permite especular sobre la evolución de los distintos cultos a raíz de la expansión humana por el Sistema Solar, el papel que debe desempeñar el ser humano en el universo frente a la abrumadora supremacía alienígena, o incluso su fuerza como elemento aglutinador en la búsqueda del bien común para la humanidad. Ambos logros potencian acertadamente la carga especulativa de una saga que hasta este punto había priorizado la aventura y los enfrentamientos.
El problema de lo anterior es que la novela no rinde tan bien como sus hermanas en cuanto a su disfrute. Es cierto que ello se debe en parte a su comienzo, claramente más lento y disperso que el de sus dos antecesoras, hasta que por fin los autores dejan de presentarnos personajes secundarios y de ponernos en contexto, y comienza la acción. Pero en parte también porque, pese a que tienen a mano el inmenso potencial narrativo del Anillo, en seguida renunciarán al mismo y se centrarán en las facciones que surgen a raíz de esas reflexiones y especulaciones, y de la consiguiente necesidad por imponer su visión, lo cual deja a su "Puerta de Abadón" en un inesperado segundo plano. Algo que en su momento descoloca al lector, puesto que los capítulos más fantásticos y extravagantes, en los que Holden y sus perseguidores recorren la Estación Anular, están situados hacia la mitad del texto en vez de cerca del final. Y que luego obliga a éste a resignarse con la simplemente entretenida lectura de las luchas entre la facción del Capitán Ashford y la de Toro a bordo de la Bégimo (la inmensa nave de la Asociación de Planetas Exteriores), en lugar de disfrutar de unos capítulos mucho más ambiciosos con el Anillo en el punto de mira.
Aparte de esa infrautilización del Anillo y de esa atención casi exclusiva a los enfrentamientos en la Bégimo, la novela también flaquea en lo que hasta entonces había sido una de las fortalezas de la saga: el afán de verosimilitud. Las constantes apariciones del ya fallecido pero recreado para la ocasión Joe Miller son el mejor ejemplo, pero también buena parte de lo que conforma la Estación Anular, e incluso lo que Holden contempla a través de ella. No es que Abraham y Franck se hayan dejado de preocupar por el elemento científico, que sigue tratado de manera siempre respetuosa con nuestros conocimientos físicos y químicos actuales, pero esas licencias tan poco fundadas son difíciles de digerir. Otros defectos menores son el escaso partido que sacan esta vez de la tripulación de la Rocinante (sobre todo de Amos y Alex), algunas dificultades a la hora de delinear el interior de las naves, o el fatigoso empleo de barbarismos innecesarios, que mantienen de las entregas anteriores.
Pese a situarse, pues, un escalón por debajo de sus predecesoras, el balance final sigue siendo positivo. A ello contribuye que los escritores por fin comienzan a aclarar elementos clave sobre el origen de la protomolécula o sus creadores, que no tienen reparos en permitir que algunos "de los buenos" mueran para resultar menos previsibles, o un desenlace repleto de tensión, que al mismo tiempo no deja apenas cabos sueltos pero abre todo un abanico de posibilidades para el futuro de la saga. Un hecho que evidencia las intenciones de Abraham y Franck cuando escribieron esta tercera entrega, y que consigue dejar con ganas de más. Por lo cual les emplazo a mi siguiente reseña de la saga, dentro de unos días.
lunes, 21 de abril de 2025
"La Guerra de Calibán" (2012). James S. A. Corey
Tras el paréntesis para celebrar el hito por las más de trescientas mil visitas al blog (ya van casi trescientas tres mil), retomo mi segundo recorrido en orden cronológico por algunas de las sagas más relevantes disponibles para el lector de ciencia-ficción en español. Seguimos avanzando en la pasada década y nos topamos ya con la saga The Expanse, así conocida incluso en nuestro idioma. La cual constituye la obra de cabecera de los escritores Daniel Abraham y Ty Franck. Quienes, bajo el pseudónimo de James S. A. Corey, fueron añadiendo un título cada año a su exitosa novela "El Despertar del Leviatán" (que ya reseñé en su momento en este mismo blog a causa de su notable componente científica) hasta completar una serie de nada menos que nueve novelas (más otras piezas menores). Lo que demuestra el éxito de una saga que se alejaba un tanto de las tendencias en auge en el género en aquellos años para ofrecernos una space opera de factura clásica pero convenientemente adaptada al estado actual de la ciencia y la literatura. Y si mi balance de la primera entrega fue claramente favorable, el de "La Guerra de Calibán" es incluso mejor, puesto que no sólo entronca perfectamente con ella, sino que la mejora globalmente, al potenciar algunas de sus virtudes y minimizar varios errores de su predecesora.
La mejora más evidente proviene del aumento de personajes (y por tanto, de líneas narrativas asociadas) que nos proponen los autores. Ni que decir tiene que Abraham y Franck mantienen como pilar fundamental la tripulación de la Rocinante, con su capitán James Holden al mando, pero añaden la línea de la subsecretaria de la ONU Avasarala (seguramente el personaje de más calado de esta obra), la de la marine marciana Bobby Drapper, y la del botánico afincado en Ganímedes Praxidixe Meng. Esta multiplicidad de frentes otorga a la saga una intensa vertiente política, un saludable contrapunto marciano a la hora de desarrollar los pasajes de acción, y una mayor preocupación por el aspecto humano de la saga, pues el secuestro de la hija de Prax, Mei, narrado en el prólogo, ejerce de catalizador de toda la historia. Además, los autores consiguen salir airosos del siempre complejo proceso de hacer converger las distintas líneas narrativas. Pero incluso cuando alcanzan ese punto, prosiguen con el enfoque de mantener cada capítulo centrado en uno de esos cuatro personajes, lo que añade amplitud de miras a los hechos narrados, y les proporciona una subjetividad que les permite alcanzar una profundidad mayor que en la primera entrega.
La segunda mejora clara de esta segundan es el mayor desarrollo del elemento científico. Por supuesto, en todo cuanto atañe a la botánica y sus técnicas asociadas, dado que las reflexiones y los símiles que elabora Meng evidencian la preparación realizada por los autores en este ámbito. Pero también respecto a las características y las posibilidades de aprovechamiento de los cuerpos celestes que conforman el Sistema Solar (de Ganímedes a Ío, de la Luna a la artificial estación Tycho), a los efectos de los viajes espaciales sobre las personas, a las consecuencias de la vida en microgravedad... Incluso respecto a lo que los alienígenas parecen estar haciendo con el planeta Venus. Todo ello aumenta la sensación de verosimilitud, siempre necesaria en una obra que transcurre varios siglos en el futuro.
Además de estas virtudes potenciadas, los autores mantienen los aciertos principales con los que había debutado la saga un año antes: entretenimiento por encima de cualquier otra consideración, buenas dosis de acción, capítulos cortos y sin apenas relleno, predominio de los diálogos sobre las descripciones, solvencia a la hora de situar espacial y visualmente al lector, prosa directa y sin florituras, ritmo alto... En cuanto superamos los primeros capítulos la lectura se vuelve adictiva; cuesta detenerla, y la evolución de la trama se antoja en todo momento razonable. A pesar incluso de los tejemanejes políticos en los que se ve inmersa la singular Avasarala, y el juego de segunda intenciones y lecturas alternativas en el que tan bien se desenvuelve, pero que tan complicados son de trasladar de manera que el lector los comprenda y no le resulten aburridos.
Pese a ese comprensible empeño por corregir errores, algunos defectos continúan presentes en esta segunda entrega. El más obvio es el relativo a la trama, que si nos detenemos a analizarla resulta ser casi un calco del de la primera entrega (una joven desaparecida, las consecuentes intrigas y el enfrentamiento entre la Tierra y Marte, el papel como salvador de Holden...). Otro inconveniente bastante molesto en mi opinión es la reiteración innecesaria en el empleo de barbarismos (y no sólo por parte de Avasarala, sino prácticamente de todos los personajes). Por otra parte, lo relativo a la protomolécula alienígena apenas experimenta avance alguno casi hasta el final. Y a pesar de que introducen algunas reflexiones interesantes a lo largo del libro, le sigue faltando un poco de profundidad. Aparte de algún detalle que permita relacionar el texto con el título, pues el tal Calibán no aparece por ninguna parte.
El desenlace coral, con cada uno de los cuatro personajes enfrascado en la resolución de su parte del rompecabezas, es original y está razonablemente bien resuelto (aunque, como cabría suponer, no todas las líneas narrativas alcanzan el mismo clímax de tensión). Y ello contribuye a mejorar la impresión final de una novela que termina con un par de píldoras anticipatorias de esa tercera entrega que los autores ya tenían en mente. Y que reseñaré en mi próxima entrada.
La mejora más evidente proviene del aumento de personajes (y por tanto, de líneas narrativas asociadas) que nos proponen los autores. Ni que decir tiene que Abraham y Franck mantienen como pilar fundamental la tripulación de la Rocinante, con su capitán James Holden al mando, pero añaden la línea de la subsecretaria de la ONU Avasarala (seguramente el personaje de más calado de esta obra), la de la marine marciana Bobby Drapper, y la del botánico afincado en Ganímedes Praxidixe Meng. Esta multiplicidad de frentes otorga a la saga una intensa vertiente política, un saludable contrapunto marciano a la hora de desarrollar los pasajes de acción, y una mayor preocupación por el aspecto humano de la saga, pues el secuestro de la hija de Prax, Mei, narrado en el prólogo, ejerce de catalizador de toda la historia. Además, los autores consiguen salir airosos del siempre complejo proceso de hacer converger las distintas líneas narrativas. Pero incluso cuando alcanzan ese punto, prosiguen con el enfoque de mantener cada capítulo centrado en uno de esos cuatro personajes, lo que añade amplitud de miras a los hechos narrados, y les proporciona una subjetividad que les permite alcanzar una profundidad mayor que en la primera entrega.
La segunda mejora clara de esta segundan es el mayor desarrollo del elemento científico. Por supuesto, en todo cuanto atañe a la botánica y sus técnicas asociadas, dado que las reflexiones y los símiles que elabora Meng evidencian la preparación realizada por los autores en este ámbito. Pero también respecto a las características y las posibilidades de aprovechamiento de los cuerpos celestes que conforman el Sistema Solar (de Ganímedes a Ío, de la Luna a la artificial estación Tycho), a los efectos de los viajes espaciales sobre las personas, a las consecuencias de la vida en microgravedad... Incluso respecto a lo que los alienígenas parecen estar haciendo con el planeta Venus. Todo ello aumenta la sensación de verosimilitud, siempre necesaria en una obra que transcurre varios siglos en el futuro.
Además de estas virtudes potenciadas, los autores mantienen los aciertos principales con los que había debutado la saga un año antes: entretenimiento por encima de cualquier otra consideración, buenas dosis de acción, capítulos cortos y sin apenas relleno, predominio de los diálogos sobre las descripciones, solvencia a la hora de situar espacial y visualmente al lector, prosa directa y sin florituras, ritmo alto... En cuanto superamos los primeros capítulos la lectura se vuelve adictiva; cuesta detenerla, y la evolución de la trama se antoja en todo momento razonable. A pesar incluso de los tejemanejes políticos en los que se ve inmersa la singular Avasarala, y el juego de segunda intenciones y lecturas alternativas en el que tan bien se desenvuelve, pero que tan complicados son de trasladar de manera que el lector los comprenda y no le resulten aburridos.
Pese a ese comprensible empeño por corregir errores, algunos defectos continúan presentes en esta segunda entrega. El más obvio es el relativo a la trama, que si nos detenemos a analizarla resulta ser casi un calco del de la primera entrega (una joven desaparecida, las consecuentes intrigas y el enfrentamiento entre la Tierra y Marte, el papel como salvador de Holden...). Otro inconveniente bastante molesto en mi opinión es la reiteración innecesaria en el empleo de barbarismos (y no sólo por parte de Avasarala, sino prácticamente de todos los personajes). Por otra parte, lo relativo a la protomolécula alienígena apenas experimenta avance alguno casi hasta el final. Y a pesar de que introducen algunas reflexiones interesantes a lo largo del libro, le sigue faltando un poco de profundidad. Aparte de algún detalle que permita relacionar el texto con el título, pues el tal Calibán no aparece por ninguna parte.
El desenlace coral, con cada uno de los cuatro personajes enfrascado en la resolución de su parte del rompecabezas, es original y está razonablemente bien resuelto (aunque, como cabría suponer, no todas las líneas narrativas alcanzan el mismo clímax de tensión). Y ello contribuye a mejorar la impresión final de una novela que termina con un par de píldoras anticipatorias de esa tercera entrega que los autores ya tenían en mente. Y que reseñaré en mi próxima entrada.
jueves, 3 de abril de 2025
Más de 300.000 páginas vistas
Con la entrada de hoy interrumpo temporalmente mi segundo recorrido por algunas de las sagas de ciencia-ficción más relevantes para el lector en español, porque voy a detenerme en un hito muy importante para mí, y sobre el que quiero reflexionar con ustedes. Y es que este blog ha superado la nada despreciable cifra de trescientas mil visitas.
Cuando hace catorce años comencé la aventura de canalizar una de mis pasiones en el por entonces tan en boga formato "blog", jamás me planteé que algún día podría alcanzar una cifra tan alta. Antes bien, lo comencé sin marcarme meta alguna en cuanto a visitas o seguidores. Simplemente quería seguir hablando de una de mis mayores pasiones, y como por circunstancias personales se había complicado hacerlo cara a cara con algunos de mis mejores amigos, también aficionados, se me ocurrió imaginar a un lector virtual de ciencia-ficción al otro lado de la pantalla. Y el reto consistía en hablarle de temas que pudieran interesarle. Por eso comencé mi singladura con lo que a la larga se ha consolidado como la principal singularidad de este blog: las listas relativas a temáticas concretas dentro del género. Obviamente la primera de ellas surgió de manera natural: una lista de novelas imprescindibles para todo aquel que se quisiera adentrar en el género, según mi humilde criterio. Este enfoque tuvo buena acogida, así que en vez de traerles novelas de manera más o menos deslavazada, en seguida comencé a presentarlas con un hilo conductor. Surgieron así las revisiones de las principales sagas, de las novelas ganadoras de los premios Nébula, o de las principales novelas de mi escritor favorito, Robert Silverberg. Y con el paso de los años, y como resultado de un esfuerzo consciente por traer otras temáticas, listas más complejas de elaborar y de presentar, por el trabajo minucioso de investigación que requieren, pero que se han convertido en algunas de las entradas más populares del blog. Como las de los subgéneros de las ucronías, de las distopías en el siglo XX, o de la ciencia-ficción dura. Y que, me permiteré confesarles, constituyen las entradas de las que más orgulloso me siento, pues creo que si ahora estuviera dando mis primeros y titubeantes pasos dentro de este apasionante género, agradecería especialmente esas listas para poder ahondar en una temática concreta, de manera estructurada y presentada cronológicamente.
Ni que decir tiene que este blog siempre ha carecido de cualquier tipo de promoción. Su apuesta se basaba en la esperanza en que el todopoderoso buscador de Google terminara ofreciendo alguna de mis entradas como resultado de la búsqueda de un autor, una novela, o simplemente una temática relacionada con el género. Lo llamativo fue que, a pesar de esta carencia, poco a poco muchos de ustedes fueron aterrizando en una u otra de sus entradas, y así la magia de entrar en contacto con el aficionado virtual que me había imaginado fue teniendo lugar. Hasta alcanzar esa, para mí al menos, espectacular cifra. Pese al gradual reconocimiento alcanzado, nunca me planteé monetizar el blog, pues afortunadamente la ciencia-ficción no deja de ser una de mis pasiones, no una manera de ganarme la vida. Sí que conforme fueron pasando los años y el mundo virtual fue evolucionando hacia otros formatos, desde las redes sociales hasta las plataformas de streaming, me planteé transcionarlo a alguno de ellos. Pero por serles franco, terminé concluyendo que una reseña en formato texto en el blog iba a resultar mucho más argumentada y más entendible que su eventual equivalente en un formato vídeo, que no domino y que me obligaría a grabar y regrabar ciertas partes para en el fondo estar basándome en el mismo guion escrito. También descarté servirme de la ubica Instagram, porque tampoco terminaba de ver cómo la literatura de ciencia-ficción se podría adaptar a un formato que prima las imágenes. Y otras alternativas como X se quedaban demasiado escuetas para mis revisiones y reflexiones. Aunque seguramente algunos de ustedes sí sepan que, de un tiempo a esta parte, cuando publico una nueva entrada, me hago eco de ella en mi perfil de X.
Así que aquí sigo, escribiendo en blogger como el primer día. Pero eso no significa que ni el blog, ni yo mismo, hayan evolucionado en todo este tiempo. El blog cada vez ha sido referenciado desde más páginas, y ello ha constituido una de las razones principales por las que las entradas escritas en estos últimos años han tendido a ser más subjetivas, menos descriptivas de la obra en cuestión. Y yo por mi lado he dado finalmente el salto de bloguero a escritor a tiempo parcial, animado en parte por los comentarios de algunos de ustedes, fieles seguidores del blog. Por ello a día de hoy son ya tres mis novelas publicadas. Aunque debo reconocerles que casi tan importante para mí como su publicación comercial fue su inclusión en la imprescindible Tercera Fundación, esa base de datos que tanto ha hecho por la literatura de ciencia-ficción para el lector en español a lo largo del último cuarto de siglo.
Reflexionando hace unos días sobre este hito, me planteé lo que muchos se estarán imaginando: ¿seguirá activo el blog para alcanzar otras trescientas mil visitas dentro de muchos años? Pues me gustaría asegurárselo, pero no lo sé. Otros quince años de bloguero significarían nada menos que treinta apareciendo puntualmente por aquí. Y ello no sólo implicaría que para entonces uno ya tendría una edad considerable (tal vez incluso excesiva para conservar cierta lucidez mental), sino también que aún seguiría trayéndoles nuevas temáticas, subgéneros y obras. Un doble reto, pues aunque rico en su variedad, son ya muchas las vertientes del mismo que he ido tratando en todos estos años, no se crean que quedan tantas. Y además, ese ritmo casi perfecto de dos entradas al mes que llevo manteniendo casi desde el principio (las otras dos semanas, por cierto, suelo escribir sendas entradas en mi otro blog, "Pop, rock y más", dedicado a la música contemporánea), está resultando cada vez más complicado de mantener, pues son ya más de trescientas las obras que he reseñado, y ya no dispongo de demasiadas lecturas acumuladas de las que poder tirar para mantener esa cadencia. Sí que espero, por lo menos, mantener la ilusión por contribuir a la difusión y al disfrute de este maravilloso género.
A modo de cierre, voy a refrescar por aquí algunas de esas entradas relativas a temáticas y subgéneros que tanta difusión han logrado:
* El subgénero de las ucronías.
* Las escritoras de ciencia-ficción.
* El subgénero de las distopías en el siglo XX.
* Escritores españoles de ciencia-ficción.
* El subgénero de la ciencia-ficción dura.
* Marte en las novelas de ciencia-ficción.
* Las sagas en la ciencia-ficción.
* Quince títulos personalísimamente favoritos.
Y también mis modestas contribuciones al género como escritor:
* "Nueve años" (2020).
* "Usted podría ser el siguiente" (2021).
* "Peripecias inconcebibles" (2024).
Espero no haberles aburrido con este breve vistazo atrás. Gracias a todos mis seguidores, y a todos mis lectores anónimos, por haber contribuido a alcanzar esta cifra. Seguimos.
Cuando hace catorce años comencé la aventura de canalizar una de mis pasiones en el por entonces tan en boga formato "blog", jamás me planteé que algún día podría alcanzar una cifra tan alta. Antes bien, lo comencé sin marcarme meta alguna en cuanto a visitas o seguidores. Simplemente quería seguir hablando de una de mis mayores pasiones, y como por circunstancias personales se había complicado hacerlo cara a cara con algunos de mis mejores amigos, también aficionados, se me ocurrió imaginar a un lector virtual de ciencia-ficción al otro lado de la pantalla. Y el reto consistía en hablarle de temas que pudieran interesarle. Por eso comencé mi singladura con lo que a la larga se ha consolidado como la principal singularidad de este blog: las listas relativas a temáticas concretas dentro del género. Obviamente la primera de ellas surgió de manera natural: una lista de novelas imprescindibles para todo aquel que se quisiera adentrar en el género, según mi humilde criterio. Este enfoque tuvo buena acogida, así que en vez de traerles novelas de manera más o menos deslavazada, en seguida comencé a presentarlas con un hilo conductor. Surgieron así las revisiones de las principales sagas, de las novelas ganadoras de los premios Nébula, o de las principales novelas de mi escritor favorito, Robert Silverberg. Y con el paso de los años, y como resultado de un esfuerzo consciente por traer otras temáticas, listas más complejas de elaborar y de presentar, por el trabajo minucioso de investigación que requieren, pero que se han convertido en algunas de las entradas más populares del blog. Como las de los subgéneros de las ucronías, de las distopías en el siglo XX, o de la ciencia-ficción dura. Y que, me permiteré confesarles, constituyen las entradas de las que más orgulloso me siento, pues creo que si ahora estuviera dando mis primeros y titubeantes pasos dentro de este apasionante género, agradecería especialmente esas listas para poder ahondar en una temática concreta, de manera estructurada y presentada cronológicamente.
Ni que decir tiene que este blog siempre ha carecido de cualquier tipo de promoción. Su apuesta se basaba en la esperanza en que el todopoderoso buscador de Google terminara ofreciendo alguna de mis entradas como resultado de la búsqueda de un autor, una novela, o simplemente una temática relacionada con el género. Lo llamativo fue que, a pesar de esta carencia, poco a poco muchos de ustedes fueron aterrizando en una u otra de sus entradas, y así la magia de entrar en contacto con el aficionado virtual que me había imaginado fue teniendo lugar. Hasta alcanzar esa, para mí al menos, espectacular cifra. Pese al gradual reconocimiento alcanzado, nunca me planteé monetizar el blog, pues afortunadamente la ciencia-ficción no deja de ser una de mis pasiones, no una manera de ganarme la vida. Sí que conforme fueron pasando los años y el mundo virtual fue evolucionando hacia otros formatos, desde las redes sociales hasta las plataformas de streaming, me planteé transcionarlo a alguno de ellos. Pero por serles franco, terminé concluyendo que una reseña en formato texto en el blog iba a resultar mucho más argumentada y más entendible que su eventual equivalente en un formato vídeo, que no domino y que me obligaría a grabar y regrabar ciertas partes para en el fondo estar basándome en el mismo guion escrito. También descarté servirme de la ubica Instagram, porque tampoco terminaba de ver cómo la literatura de ciencia-ficción se podría adaptar a un formato que prima las imágenes. Y otras alternativas como X se quedaban demasiado escuetas para mis revisiones y reflexiones. Aunque seguramente algunos de ustedes sí sepan que, de un tiempo a esta parte, cuando publico una nueva entrada, me hago eco de ella en mi perfil de X.
Así que aquí sigo, escribiendo en blogger como el primer día. Pero eso no significa que ni el blog, ni yo mismo, hayan evolucionado en todo este tiempo. El blog cada vez ha sido referenciado desde más páginas, y ello ha constituido una de las razones principales por las que las entradas escritas en estos últimos años han tendido a ser más subjetivas, menos descriptivas de la obra en cuestión. Y yo por mi lado he dado finalmente el salto de bloguero a escritor a tiempo parcial, animado en parte por los comentarios de algunos de ustedes, fieles seguidores del blog. Por ello a día de hoy son ya tres mis novelas publicadas. Aunque debo reconocerles que casi tan importante para mí como su publicación comercial fue su inclusión en la imprescindible Tercera Fundación, esa base de datos que tanto ha hecho por la literatura de ciencia-ficción para el lector en español a lo largo del último cuarto de siglo.
Reflexionando hace unos días sobre este hito, me planteé lo que muchos se estarán imaginando: ¿seguirá activo el blog para alcanzar otras trescientas mil visitas dentro de muchos años? Pues me gustaría asegurárselo, pero no lo sé. Otros quince años de bloguero significarían nada menos que treinta apareciendo puntualmente por aquí. Y ello no sólo implicaría que para entonces uno ya tendría una edad considerable (tal vez incluso excesiva para conservar cierta lucidez mental), sino también que aún seguiría trayéndoles nuevas temáticas, subgéneros y obras. Un doble reto, pues aunque rico en su variedad, son ya muchas las vertientes del mismo que he ido tratando en todos estos años, no se crean que quedan tantas. Y además, ese ritmo casi perfecto de dos entradas al mes que llevo manteniendo casi desde el principio (las otras dos semanas, por cierto, suelo escribir sendas entradas en mi otro blog, "Pop, rock y más", dedicado a la música contemporánea), está resultando cada vez más complicado de mantener, pues son ya más de trescientas las obras que he reseñado, y ya no dispongo de demasiadas lecturas acumuladas de las que poder tirar para mantener esa cadencia. Sí que espero, por lo menos, mantener la ilusión por contribuir a la difusión y al disfrute de este maravilloso género.
A modo de cierre, voy a refrescar por aquí algunas de esas entradas relativas a temáticas y subgéneros que tanta difusión han logrado:
* El subgénero de las ucronías.
* Las escritoras de ciencia-ficción.
* El subgénero de las distopías en el siglo XX.
* Escritores españoles de ciencia-ficción.
* El subgénero de la ciencia-ficción dura.
* Marte en las novelas de ciencia-ficción.
* Las sagas en la ciencia-ficción.
* Quince títulos personalísimamente favoritos.
Y también mis modestas contribuciones al género como escritor:
* "Nueve años" (2020).
* "Usted podría ser el siguiente" (2021).
* "Peripecias inconcebibles" (2024).
Espero no haberles aburrido con este breve vistazo atrás. Gracias a todos mis seguidores, y a todos mis lectores anónimos, por haber contribuido a alcanzar esta cifra. Seguimos.
viernes, 28 de marzo de 2025
"El Mapa del Cielo" (2012). Félix J. Palma
Con la entrada de hoy prosigo mi recorrido en orden cronológico por alguna de las sagas que aún no habían aparecido en este humilde blog. O no en toda su extensión, como es el caso de la novela que les traigo hoy. Que, además, posee otra particularidad: es una saga escrita por un escritor español. En concreto, se trata de la Trilogía Victoriana del gaditano Félix J. Palma. Una saga de la que ya les había hablado a través de su primera entrega, "El Mapa del Tiempo", cuando realicé mi recorrido por los escritores más representativos de la literatura de ciencia-ficción en España. Pero en la que nunca había seguido profundizando. Y es que, como ya expuse en su momento, su lectura no me acabó de cautivar y, tratándose de una serie de novelas muy extensas, no tenía muy claro si algún día me animaría a proseguir con su lectura. Pero, años más tarde, finalmente le di una oportunidad a su segunda entrega, "El Mapa del Cielo", y por eso se la traigo hoy por aquí. Y es que, aunque comparte varios defectos con su predecesora, se trata de una entrega, en mi opinión, ligeramente superior a ella, que dentro de una trama de ciencia-ficción inserta una historia de amor, y adereza el conjunto incorporando a varios personajes históricos.
Como les anticipaba, uno de los fallos principales del libro es su extensión excesiva. Y eso es algo muy evidente desde el propio comienzo: por mucho que el autor necesite refrescarnos algunos pasajes de "El Mapa del Tiempo" para poder disfrutar de esta segunda entrega, y por mucho que juegue a ser el narrador omnisciente con poder absoluto sobre lo que va a experimentar el lector, la lentitud que lastra el comienzo será aplicable a prácticamente toda la obra. Y lo mismo cabe decir respecto a su morosidad verbal. A lo largo de más de setecientas páginas Palma nos llegará incluso a relatar varias veces los mismos sucesos desde el punto de vista de diferentes personajes. Y lo hará mediante una cantidad ingente de párrafos larguísimos, y por el contrario, mediante muy pocos diálogos. Aunque si el lector pone un poco de su parte y no se deja abrumar por estas dificultades, la lectura termina siendo entretenida. Y mantiene la intriga hasta el final.
Porque la historia de amor que supuestamente dinamiza la novela es en realidad un aspecto complementario de una narración de aventuras en la que Palma recurre a varias de las temáticas más conocidas en la literatura de ciencia-ficción (el primer contacto, la invasión extraterrestre, los universos paralelos, el viaje en el tiempo y sus paradojas...). Un despliegue que para el aficionado al género puede resultar poco llamativo y hasta pesado, pero del que el autor sale airoso de cara al público general gracias a condimentos como cierta ambientación steampunk o el homenaje a tótems de la literatura anglosajona, como Edgar Allan Poe o Herbert George Wells.
La profundización en algunas de las vivencias de ambos escritores (en el caso de Wells, prácticamente recorre su vida de cabo a rabo), y la alteración que realiza de las mismas para adaptarlas a una trama que, poco a poco, irá encajando una sucesión de piezas aparentemente inconexas contribuye, sin duda, a que el público anglosajón se haya interesado por esta novela (su traducción al inglés constituyó un notable éxito de ventas). Pero también hay que reconocer que servirse de personajes y episodios conocidos le facilita el trabajo al escritor, pues una vez documentado al respecto, ya tiene a sus personajes principales creados, y sólo es cuestión de rodearlos de otros ya predefinidos por el argumento para completar su elenco. Aun así, el protagonista real del libro, Wells, se me antojó un tanto estereotipado, rígido en su caracterización. Y la supuesta pareja protagonista, el ricachón Gillian Murray y la bella joven Emma Harlow, encargados de ofrecernos la historia de amor, desempeñan un rol a menudo secundario, y desaparecen cuando aún queda casi una quinta parte de la novela, sin haber influido de manera determinante en la misma.
Siguiendo con los defectos de esta segunda entrega, el "mapa del cielo" que le da título no termina de ser el elemento que vertebre sus tres partes, y el mensaje que Palma intenta ofrecer con él, no termina de entenderse. La prosa del escritor, aunque original, fluida y bien surtida de recursos estilísticos, a veces peca de un afán de lucimiento excesivo, y otras de errores obvios a la hora de emplear nuestro idioma (por ejemplo, hatajo sin "h", "olor" en vez de "loor", "conciencia" en lugar de "consciencia", o la conjugación incorrecta en plural de sujetos que enuncia en singular como "la mayoría" o "nadie"). En otro orden de cosas, el escritor a veces se excede en su juego con el lector, y lo engaña abiertamente en busca de un elemento sorpresa tan exacerbado que en ocasiones se vuelve contra él. Y conforme avanza la lectura, se va imponiendo la sensación de que todo es posible, y que por lo tanto, el autor puede tomarse la licencia de fantasear mucho más allá de lo verosímil.
A cambio, debo reseñar que el elemento científico está razonablemente bien tratado en sus múltiples vertientes, especialmente si lo miramos a través del prisma de los conocimientos tecnológicos y científicos de finales del siglo XIX. Y también que incluso subtramas aparentemente sin hilazón van convergiendo de manera convincente conforme avanza la lectura. El escritor logra a menudo su cometido de generar intensas emociones en el lector (de la ternura al terror, de la intriga a la desesperanza). Y gana puntos cuando nos presenta esa especie de sociedad maquinal, casi distópica, que instauran los marcianos en la Tierra tras su victoria. Hasta culminar su lista de aciertos con esa oda al amor que nos ofrece como conclusión a tanto derroche creativo, a tanto extraterrestre malvado y tanta recreación de la obra de Wells. Aunque el resultado de semejante esfuerzo no me convenció tanto como para decidirme a iniciar la lectura de la tercera y última entrega de la saga, "El Mapa del Caos". ¿Me animaré algún día?
Como les anticipaba, uno de los fallos principales del libro es su extensión excesiva. Y eso es algo muy evidente desde el propio comienzo: por mucho que el autor necesite refrescarnos algunos pasajes de "El Mapa del Tiempo" para poder disfrutar de esta segunda entrega, y por mucho que juegue a ser el narrador omnisciente con poder absoluto sobre lo que va a experimentar el lector, la lentitud que lastra el comienzo será aplicable a prácticamente toda la obra. Y lo mismo cabe decir respecto a su morosidad verbal. A lo largo de más de setecientas páginas Palma nos llegará incluso a relatar varias veces los mismos sucesos desde el punto de vista de diferentes personajes. Y lo hará mediante una cantidad ingente de párrafos larguísimos, y por el contrario, mediante muy pocos diálogos. Aunque si el lector pone un poco de su parte y no se deja abrumar por estas dificultades, la lectura termina siendo entretenida. Y mantiene la intriga hasta el final.
Porque la historia de amor que supuestamente dinamiza la novela es en realidad un aspecto complementario de una narración de aventuras en la que Palma recurre a varias de las temáticas más conocidas en la literatura de ciencia-ficción (el primer contacto, la invasión extraterrestre, los universos paralelos, el viaje en el tiempo y sus paradojas...). Un despliegue que para el aficionado al género puede resultar poco llamativo y hasta pesado, pero del que el autor sale airoso de cara al público general gracias a condimentos como cierta ambientación steampunk o el homenaje a tótems de la literatura anglosajona, como Edgar Allan Poe o Herbert George Wells.
La profundización en algunas de las vivencias de ambos escritores (en el caso de Wells, prácticamente recorre su vida de cabo a rabo), y la alteración que realiza de las mismas para adaptarlas a una trama que, poco a poco, irá encajando una sucesión de piezas aparentemente inconexas contribuye, sin duda, a que el público anglosajón se haya interesado por esta novela (su traducción al inglés constituyó un notable éxito de ventas). Pero también hay que reconocer que servirse de personajes y episodios conocidos le facilita el trabajo al escritor, pues una vez documentado al respecto, ya tiene a sus personajes principales creados, y sólo es cuestión de rodearlos de otros ya predefinidos por el argumento para completar su elenco. Aun así, el protagonista real del libro, Wells, se me antojó un tanto estereotipado, rígido en su caracterización. Y la supuesta pareja protagonista, el ricachón Gillian Murray y la bella joven Emma Harlow, encargados de ofrecernos la historia de amor, desempeñan un rol a menudo secundario, y desaparecen cuando aún queda casi una quinta parte de la novela, sin haber influido de manera determinante en la misma.
Siguiendo con los defectos de esta segunda entrega, el "mapa del cielo" que le da título no termina de ser el elemento que vertebre sus tres partes, y el mensaje que Palma intenta ofrecer con él, no termina de entenderse. La prosa del escritor, aunque original, fluida y bien surtida de recursos estilísticos, a veces peca de un afán de lucimiento excesivo, y otras de errores obvios a la hora de emplear nuestro idioma (por ejemplo, hatajo sin "h", "olor" en vez de "loor", "conciencia" en lugar de "consciencia", o la conjugación incorrecta en plural de sujetos que enuncia en singular como "la mayoría" o "nadie"). En otro orden de cosas, el escritor a veces se excede en su juego con el lector, y lo engaña abiertamente en busca de un elemento sorpresa tan exacerbado que en ocasiones se vuelve contra él. Y conforme avanza la lectura, se va imponiendo la sensación de que todo es posible, y que por lo tanto, el autor puede tomarse la licencia de fantasear mucho más allá de lo verosímil.
A cambio, debo reseñar que el elemento científico está razonablemente bien tratado en sus múltiples vertientes, especialmente si lo miramos a través del prisma de los conocimientos tecnológicos y científicos de finales del siglo XIX. Y también que incluso subtramas aparentemente sin hilazón van convergiendo de manera convincente conforme avanza la lectura. El escritor logra a menudo su cometido de generar intensas emociones en el lector (de la ternura al terror, de la intriga a la desesperanza). Y gana puntos cuando nos presenta esa especie de sociedad maquinal, casi distópica, que instauran los marcianos en la Tierra tras su victoria. Hasta culminar su lista de aciertos con esa oda al amor que nos ofrece como conclusión a tanto derroche creativo, a tanto extraterrestre malvado y tanta recreación de la obra de Wells. Aunque el resultado de semejante esfuerzo no me convenció tanto como para decidirme a iniciar la lectura de la tercera y última entrega de la saga, "El Mapa del Caos". ¿Me animaré algún día?
lunes, 24 de febrero de 2025
"Metro 2033" (2005). Dmitry Glukhovsky
La entrada que hoy les traigo es una nueva del recorrido que estoy realizando, en orden cronológico, por algunas de las sagas más relevantes disponibles para el lector en español y que aún no habían aparecido, o no en su totalidad, en este humilde blog. Avanzamos al año 2005, que fue cuando vio la luz en formato libro en su país de origen "Metro 2033", del escritor ruso Dmitry Glukhovsky. No son muy habituales las traducciones de ciencia-ficción rusa a nuestro idioma, así que el mero hecho de que nos terminara llegando demuestra la relevancia de esta novela. Que a lo largo de los años fue extendida con dos secuelas ("Metro 2034", publicada en 2010, y "Metro 2035", publicada en 2015), hasta conformar la "saga Metro", una de las más populares en nuestras librerías en los últimos años. Y es que a su original argumento (la vida en los túneles del metro de Moscú unas décadas después de una devastadora guerra nuclear) se añade la originalidad de una ambientación y un estilo literario poco habituales para el lector occidental. Lo cual da lugar a una obra original, opresiva y sombría, pero también difícil de leer y fantasiosa en exceso.
Sin duda la mayor virtud del libro es su marco escénico: el panorama post-apocalíptico que crea Glukhovsky, aprovechando las particularidades de cada línea y hasta cada estación del metro, es sobrecogedoramente verosímil. A pesar de las dificultades inherentes a los nombres en ruso, y de las inevitables particularidades culturales de aquel país, el lector logrará sin excesivo esfuerzo orientarse en tan tétrico escenario, e incluso comprender la cohabitación de las facciones surgidas tras décadas bajo tierra en condiciones extremas (la Hansa, el Cuarto Reich, la Polis, los Rojos). Un lugar donde reina la ley del más fuerte, y donde sus habitantes han desarrollado una habilidad para la supervivencia, y han encontrado un sentido a tan precaria forma de vida, que se prestan a las más diversas reflexiones.
En este marco el escritor inserta a su protagonista absoluto, el joven Artyom, y lo hace recorrer durante casi tres semanas una estación tras otra en pos de una meta... un tanto endeble. Porque durante los dos primeros tercios de la obra la trama es tan simple como reiterativa: Artyom se irá encontrando suvesivamente con una serie de lobos solitarios y gentes hechas a sí mismas (Hunter, Bourbon, Kan, Melnik...) a los que en su mayor parte dejará atrás tras un breve interacción, sin que de tales encuentros apenas perduren más que unas pocas reflexiones y consejos puntuales. De suerte que, a pesar de su notable extensión, la novela no tiene en la caracterización de sus personajes uno de sus puntos fuertes. En el último tercio la trama sí se vuelve un poco más elaborada, y la misión y sus consecuencias se van volviendo más claras, pero siempre en segundo plano frente a la ambientación.
Por terminar con los puntos fuertes del libro, resaltar que a lo largo de sus páginas abundan las reflexiones. Bien es cierto que muchas se antojan más una crítica a la sociedad rusa de principios de siglo que una especulación sobre los excesos de la humanidad, pero son muchos los personajes que, en ocasiones a costa de interrumpir el ritmo narrativo, disertan sobre las más variadas cuestiones. Por otra parte, la manera en que las estaciones han logrado aprovechar los escasos recursos disponibles (subsistiendo a base de cerdos, ratas, gallinas y setas), la sensación de pesimismo casi continua, los episodios de angustia, los pasajes de misterio o los momentos de terror evidencian que la novela aprovecha con éxito muchos de los elementos post-apocalípticos a su alcance.
Y sin embargo, mi balance final tras concluir la lectura no fue tan positivo como para animarme a continuar con el resto de la saga. Fundamentalmente por dos defectos: uno evidente desde el principio, y otro que se vuelve más acusado conforme avanza la narración. El primero salta a la vista desde las primeras páginas: el estilo literario, que es cuanto menos arcaico, por no decir mejorable: capítulos muy largos, cuyos título y desarrollo no se corresponden con su extensión, y que deberían haberse fraccionado de un modo mucho más ágil; párrafos inacabables, que piden a gritos una reestructuración para una mayor amenidad y una mejor comprensión; descripciones imprecisas, que sólo el imprescindible mapa situado al comienzo del libro ayuda a soslayar; escasez de diálogos, siempre menos abundantes que las descripciones, y a menudo consistententes en discuros antinaturales... Todo muy lejano a los cánones de calidad de cualquier novela occidental de nivel medio. Pero es el segundo defecto el que termina de echar por tierra los logros de la trama: poco a poco el lector va percibiendo que la biocenosis ideada por Glukhovsky parece excesivamente alterada para haber transcurrido tan sólo un par de décadas desde la hecatombe, pero es cuando Artyom sale por fin a la superficie y se enfrenta con... ¡pterodáctilos y simios bibliotecarios! que las concesiones fantasiosas chocan definitivamente contra la pretendida verosimilitud. Aunque para desgracia del lector, antes de concluir la lectura aún se topará con creaciones más descabelladas: los caníbales del mítico Gran Gusano, la "masa barboteante" del Kremlin, o incluso el "hormiguero de los Negros". Creaciones excesivamente fantasiosas para cualquiera que aspirara a considerar a "Metro 2033" una novela rigurosa.
Otros defectos menores afean también el resultado global. Los continuos pasajes de sueño de Artyom, que Glukhovsky intenta sin éxito confundir con situaciones reales, son un recurso literario tan manido como superfluo y hasta tedioso. En otro orden de cosas, chirría la abundancia en las estaciones de determinados recursos, sin duda necesarios para permitir la vida pero improbables en un escenario post-apocalíptico. La escasa habilidad del autor para inferir el necesario dramatismo a los episodios de enfrentamiento y a las huidas es palmaria. Así como las dificultades a la hora de dibujar cada estación para que cobre vida ante los ojos del lector. Por último deob mencionar las notas aclaratorias que se ofrecen al final, de escasa utilidad dado que no se enlazan con el punto de la novela al que se refieren, un detalle que habría tenido fácil solución.
Lógicamente, el desenlace es lo suficientemente abierto para permitir una continuación, por lo que no debemos esperar que sea un cierre redondo a lo narrado. Aun así, tampoco mejora la impresión final: se presenta como momento culmen un episodio del que lector no tenía constancia hasta apenas unas decenas de páginas antes, pero su resolución simple, y sobre todo, su sorpresa en forma de una revelación (las supuestas intenciones humanitarias de los Negros) que no casa en absoluto con la maldad de que habían hecho gala hasta entonces, resultan decepcionantes. En resumidas cuentas, podría haber sido una gran novela, de no haber estado lastrada por todos estos inconvenientes.
Sin duda la mayor virtud del libro es su marco escénico: el panorama post-apocalíptico que crea Glukhovsky, aprovechando las particularidades de cada línea y hasta cada estación del metro, es sobrecogedoramente verosímil. A pesar de las dificultades inherentes a los nombres en ruso, y de las inevitables particularidades culturales de aquel país, el lector logrará sin excesivo esfuerzo orientarse en tan tétrico escenario, e incluso comprender la cohabitación de las facciones surgidas tras décadas bajo tierra en condiciones extremas (la Hansa, el Cuarto Reich, la Polis, los Rojos). Un lugar donde reina la ley del más fuerte, y donde sus habitantes han desarrollado una habilidad para la supervivencia, y han encontrado un sentido a tan precaria forma de vida, que se prestan a las más diversas reflexiones.
En este marco el escritor inserta a su protagonista absoluto, el joven Artyom, y lo hace recorrer durante casi tres semanas una estación tras otra en pos de una meta... un tanto endeble. Porque durante los dos primeros tercios de la obra la trama es tan simple como reiterativa: Artyom se irá encontrando suvesivamente con una serie de lobos solitarios y gentes hechas a sí mismas (Hunter, Bourbon, Kan, Melnik...) a los que en su mayor parte dejará atrás tras un breve interacción, sin que de tales encuentros apenas perduren más que unas pocas reflexiones y consejos puntuales. De suerte que, a pesar de su notable extensión, la novela no tiene en la caracterización de sus personajes uno de sus puntos fuertes. En el último tercio la trama sí se vuelve un poco más elaborada, y la misión y sus consecuencias se van volviendo más claras, pero siempre en segundo plano frente a la ambientación.
Por terminar con los puntos fuertes del libro, resaltar que a lo largo de sus páginas abundan las reflexiones. Bien es cierto que muchas se antojan más una crítica a la sociedad rusa de principios de siglo que una especulación sobre los excesos de la humanidad, pero son muchos los personajes que, en ocasiones a costa de interrumpir el ritmo narrativo, disertan sobre las más variadas cuestiones. Por otra parte, la manera en que las estaciones han logrado aprovechar los escasos recursos disponibles (subsistiendo a base de cerdos, ratas, gallinas y setas), la sensación de pesimismo casi continua, los episodios de angustia, los pasajes de misterio o los momentos de terror evidencian que la novela aprovecha con éxito muchos de los elementos post-apocalípticos a su alcance.
Y sin embargo, mi balance final tras concluir la lectura no fue tan positivo como para animarme a continuar con el resto de la saga. Fundamentalmente por dos defectos: uno evidente desde el principio, y otro que se vuelve más acusado conforme avanza la narración. El primero salta a la vista desde las primeras páginas: el estilo literario, que es cuanto menos arcaico, por no decir mejorable: capítulos muy largos, cuyos título y desarrollo no se corresponden con su extensión, y que deberían haberse fraccionado de un modo mucho más ágil; párrafos inacabables, que piden a gritos una reestructuración para una mayor amenidad y una mejor comprensión; descripciones imprecisas, que sólo el imprescindible mapa situado al comienzo del libro ayuda a soslayar; escasez de diálogos, siempre menos abundantes que las descripciones, y a menudo consistententes en discuros antinaturales... Todo muy lejano a los cánones de calidad de cualquier novela occidental de nivel medio. Pero es el segundo defecto el que termina de echar por tierra los logros de la trama: poco a poco el lector va percibiendo que la biocenosis ideada por Glukhovsky parece excesivamente alterada para haber transcurrido tan sólo un par de décadas desde la hecatombe, pero es cuando Artyom sale por fin a la superficie y se enfrenta con... ¡pterodáctilos y simios bibliotecarios! que las concesiones fantasiosas chocan definitivamente contra la pretendida verosimilitud. Aunque para desgracia del lector, antes de concluir la lectura aún se topará con creaciones más descabelladas: los caníbales del mítico Gran Gusano, la "masa barboteante" del Kremlin, o incluso el "hormiguero de los Negros". Creaciones excesivamente fantasiosas para cualquiera que aspirara a considerar a "Metro 2033" una novela rigurosa.
Otros defectos menores afean también el resultado global. Los continuos pasajes de sueño de Artyom, que Glukhovsky intenta sin éxito confundir con situaciones reales, son un recurso literario tan manido como superfluo y hasta tedioso. En otro orden de cosas, chirría la abundancia en las estaciones de determinados recursos, sin duda necesarios para permitir la vida pero improbables en un escenario post-apocalíptico. La escasa habilidad del autor para inferir el necesario dramatismo a los episodios de enfrentamiento y a las huidas es palmaria. Así como las dificultades a la hora de dibujar cada estación para que cobre vida ante los ojos del lector. Por último deob mencionar las notas aclaratorias que se ofrecen al final, de escasa utilidad dado que no se enlazan con el punto de la novela al que se refieren, un detalle que habría tenido fácil solución.
Lógicamente, el desenlace es lo suficientemente abierto para permitir una continuación, por lo que no debemos esperar que sea un cierre redondo a lo narrado. Aun así, tampoco mejora la impresión final: se presenta como momento culmen un episodio del que lector no tenía constancia hasta apenas unas decenas de páginas antes, pero su resolución simple, y sobre todo, su sorpresa en forma de una revelación (las supuestas intenciones humanitarias de los Negros) que no casa en absoluto con la maldad de que habían hecho gala hasta entonces, resultan decepcionantes. En resumidas cuentas, podría haber sido una gran novela, de no haber estado lastrada por todos estos inconvenientes.
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