Con la presente entrega prosigo con mi nuevo recorrido por algunas de las mejores sagas disponibles para el lector en español, y que aún no habían aparecido (o no en su totalidad) por este humilde blog. Les recuerdo que estoy reseñando últimamente la saga de Akasa-Puspa, la obra más conocida de los valencianos Juan Miguel Aguilera y Javier Redal. De la cual se supone que éste que hoy les traigo es el tercer título (más adelante aclararé esta "suposición"): "El Refugio". Publicada pocos años después de sus dos precedesoras, fue reescrita en el presente siglo por Aguilera bajo el título de "Némesis" (2006). Pero, como ya aclaré en mi anterior entrada, no soy partidario de estas escrituras realizadas mucho tiempo después, así que la que hoy reseño es la obra original, con sus aciertos y sus errores. Se trata de una novela ambiciosa, repleta de ideas fascinantes y tremendamente elaborada desde el punto de vista científico, que encierra una historia plausible para el origen y la posterior expansión de la vida inteligente por el Sistema Solar, y que adopta la apariencia de una novela de acción en aras de una mayor amenidad.
Empiezo aclarando la suposición. EL libro comparte con la saga de Akasa-Puspa algunos elementos (ascensores espaciales, una todopoderosa inteligencia alienígena, delfines como pilotos de naves, la pretensión final de encerrar el Sistema Solar en una Esfera de Dyson) y el estilo narrativo (la vertiente de aventuras, la continua interpelación al sentido de la maravilla del lector, las complejas y bien presentadas explicaciones científicas). Pero considero un error encuadrarlo en la saga: aunque aparezca así en la Wikipedia y otras páginas webs, la etiqueta de "precuela" que se le otorga me parece excesiva. Y no sólo por la enorme distancia temporal con el resto de títulos, sino porque aquí no hay space opera (ni Imperio, ni Utsarpini, ni Hermandad), la vida alienígena es completamente diferente a la de la saga (no nos toparemos con colmeneros, ni con angriffs), y el cúmulo globular que da nombre a la saga no se menciona ni una sola vez. Todo ello no es óbice para que la novela resulte disfrutable por sí misma, pero es mejor no llamarse a equívoco, por mucho que yo lo esté reseñanado ahora aquí.
Como es habitual en Aguilera y Redal, la virtud más destacable de la novela me parece el equilibrio entre aventuras sugestivas y ciencia-ficción dura. Con un profuso despliegue de medios en ambos frentes. Tanto, que cuesta creer todo lo que los autores son capaces de concentrar en apenas cuatrocientas páginas: el descubrimiento de la antigua civilización marciana, el bombardeo de antimateria que sufre la Tierra, el excelente aprovechamiento de la milenaria tecnología marciana, la exhaustiva exploración de un cometa, el ataque a cargo de la latente vida alienígena, los secretos que esconde el gaseoso Júpiter... Y todo al mismo nivel al que brillan las explicaciones astronómicas sobre los singulares fenómenos físicos y biológicos descritos, la utilización de tecnologías punteras para los vuelos espaciales (desde velas solares a másares remotos), el empleo del ADN para preservar el legado marciano durante millones de años, la presencia de drones controlados cibernéticamente... Como pueden ver, la lista es abrumadora, y en manos de autores de menor creatividad habría dado para una decena de novelas.
Por si todo lo anterior fuera poco, la lectura resulta siempre dinámica y amena: en todos los capítulos sucede algo, los marcos escénicos cautivan de principio a fin, se nos ofrecen hallazgos poco habituales en el género como la preeminencia de las órdenes religiosas en cuanto sucede tanto en la Tierra como en el resto del Sistema Solar, se nos proporcionan sugestivas pinceladas sociopolíticas (como la organización que adoptan los colonos en Marte o la preponderancia de las familias japonesas más poderosas en la exploración espacial), y todo ello jalonado con frecuentes momentos de tensión y angustia.
Por desgracia, la novela adolece de ciertos defectos que perjudican el resultado final. Quizá el más obvio sea la saturación que provocan en el lector tantas revelaciones: hay tantas y tan seguidas, que apenas podrá asimilarlas. El seguimiento de los personajes también resulta complicado; quitando unos cuantos (Susana, Benazir, Lenov, Kramer, tal vez Sandra), el resto apabullan no tanto por su necesaria diversidad en una novela repartida entre tantos frentes, sino porque cuesta ubicarlos (habría venido muy bien un listado de personajes como el de las dos novelas anteriores de la saga), no digamos ya caracterizarlos o comprender sus inquietudes. Y sorprende la frialdad con la que tanto los propios supervivientes en la Tierra como los terrestres fuera del planeta madre, actúan en relación con la reciente catástrofe.
Otros defectos menores son el cuestionable postulado de que los delfines estén más capacitados para pilotar naves espaciales que los ordenadores más avanzados, la velocidad excesiva a la que los científicos humanos interpretan la ancestral biotecnología marciana, la celeridad con la que la vida humana en la Tierra se recupera del devastador ataque, los habituales defectos en el uso del español de ambos autores (palabras repetidas en frases consecutivas, conjugación del verbo haber, empleo de tiempos verbales incorrectos...), o las dificultades a la hora de balancear la narración entre los avatares de la exploración en la atmósfera de Júpites y la destrucción del ascensor orbital.
El desenlace, en cambio, mejora la impresión final, pues aparte de vertiginoso en las dos líneas narrativas en las que los autores lo desdoblan (Júpiter y la Tierra), propone en sus páginas finales una reinterpretación en una segunda dimensión, de carácter cósmico y al mismo tiempo certero a la hora de atar cabos sueltos. Confirmando que nos hallamos ante una obra de mucho nivel para tratarse de una producción patria.
Pasión por la ciencia-ficción
Un apasionado de la literatura de ciencia-ficción y escritor a tiempo parcial que dedica parte de sus escasos ratos libres a compartir su pasión con el resto de aficionados.
domingo, 17 de noviembre de 2024
lunes, 28 de octubre de 2024
"Hijos de la Eternidad" (1990). Juan Manuel Aguilera y Javier Redal
Una vez terminada mi revisión de las novelas que he leído de la Saga de Miles Vorkosigan, avanzo cronológicamente a la siguiente saga en mi nuevo recorrido por las más relevantes publicadas en español. Le llega así el turno a la Saga de Akasa-Puspa, la primera que reseño en este blog escrita por dos autores españoles. Iniciada en 1988 con la notable aunque irregular "Mundos en el Abismo", que ya reseñé en su momento, supuso una auténtica revolución dentro del minoritario mundillo de la ciencia-ficción escrita en nuestro idioma. Porque con ella sus autores conseguían, tras casi un siglo de existencia del género, escribir por fin una obra en español a la altura de las grandes producciones anglosajonas, tanto desde el punto de vista de su contenido científico como de su grandilocuente trama galáctica. Por ello pareció casi natural que, un par de años más tarde, se publicara la continuación que hoy les traigo, "Hijos de la Eternidad". Que más tarde supimos había formado parte del manuscrito original de los valencianos Juan Manuel Aguilera y Javier Redal, pero que por cuestiones editoriales había tenido que ser partida en dos. De hecho, a comienzos del presente siglo los autores fusionaron ambas novelas en una edición revisada, "Mundos en la Eternidad", más fácil de adquirir en nuestros días. Pero como algunos saben, yo prefiero las obras originales a revisiones ulteriores que tal vez pulan algunos defectos, pero que pierden por el camino la impronta de su concepción original. Así que yo voy a respetar para las novelas de la Saga de Akasa-Puspa que voy a reseñar a partir de ahora el orden cronológico de su publicación. Ciñéndome ya a "Hijos de la Eternidad", les adelanto que me parece una novela superior a su predecesora. Y es que se trata de un libro de gran riqueza científica, escénica y argumental, que sabe convertir su innegable ambición en una lectura trepidante.
Aunque comparte con "Mundos en el Abismo" ambientación, acontecimientos pretéritos y muchos de sus personajes, la lectura de esta segunda entrega de la saga me resultó más satisfactoria. En parte por mi conocimiento previo de lo que me iba a encontrar (pese a los años transcurridos entre la lectura de ambas). Y en parte también porque su comienzo resulta en comparación menos árido: aun cuando los términos en sánscrito y los conceptos del futuro lejano ideados por Aguilera y Redal obligan durante las primeras páginas a consultar el glosario más de lo deseable, la trama no tarda demasiado en focalizarse, por lo que un lector con ciertas tablas en el género probablemente consiga situarse y comenzará a disfrutar con lo narrado. Que es mucho y bueno.
Porque lo que plantean los autores es una fascinante mezcla de ciencia-ficción dura y space opera en un futuro lejano en el cúmulo globular de Akasa-Puspa. Con una gran cantidad de actores y fuerzas contrapuestas, que sin embargo, consiguen comprenderse gracias al imprescindible listado de personajes del comienzo y a las explicaciones y revelaciones que oportunamente Aguilera y Redal irán insertando en la narración. De suerte que el argumento compagina con éxito el intento por capturar al mercenario desertor Chait Rai con la investigación y averiguaciones sobre el origen de los angriffs (seguramente el elemento diferenciador que perimite a esta segunda novela un salto de calidad respecto a su predecesora), y la búsqueda sobre el origen y las intenciones de los Colmeneros/los Etéreos que habitan en los asteroides de la Esfera de Dyson en torno a nuestro sol.
Sin restarle protagonismo a la trama, el elemento científico está omnipresente en toda la lectura y raya a un altísimo nivel, más si tenemos en cuenta el año de escritura del libro: ascensores espaciales, ciudades rodantes que se auto-replican, naves con velas solares, placas sintetizadoras de nutrientes, el efecto túnel a nivel macroscópico, las máquinas de Von Neuman, la variedad y verosimilitud de las naves de guerra del Imperio... Las explicaciones proporcionadas por loas autores al respecto no son sólo plausibles, sino también didácticas y oportunas. Y ello contribuye a exacerbar el altamente logrado sentido de la maravilla que caracteriza a la novela.
Si bien el disfrute de la misma se sustenta en otros cuantos aciertos. Tal vez el más llamativo sea la cantidad de ideas cautivadoras que se presentan, que otros autores habrían administrado para confeccionar una extensa bibliografía. También contribuye el innegable impacto visual de muchos de los marcos escénicos (se nota que Aguilera es diseñador gráfico). La biología de los angriffs o las motivaciones para su creación y su "obsolescencia programada" están presentadas con maestría. Al igual que la sucesión de acontecimientos, desde combates cuerpo a cuerpo hasta batallas espaciales, pasando por páginas de intriga u otras de especulaciones profundas o de revisión de los principales hitos en la inmensa historia de la humanidad. Y siempre narrados desde una palpable riqueza de puntos de vista. Todo ello gracias a un estilo directo y sin pretensiones de lucimiento, sustentado en múltiples diálogos y en un acertado equilibrio entre las narraciones en tercera y en primera persona (la de Jonás Chandragupta, probablemente el protagonista absoluto de ambas entregas).
En cuanto a los defectos, pese a su menor impacto el más obvio sigue siendo el escabroso comienzo. Seguido de cerca por el abuso de términos en sánscrito, en su mayoría innecesarios. Asimismo se puede hablar de un elenco de personajes que, seguramente a causa de su vastedad, resulta un tanto plano en su mayor parte. En otro orden de cosas, al resultado final le afean en cierta medida errores en el empleo de nuestro idioma (a modo de ejemplos: la conjugación del verbo haber, ciertos tiempos verbales mal escogidos, o la repetición de la misma palabra en frases o párrafos consecutivos). Y a veces es posible intuir quién de los dos escritores está al frente en un momento dado; la homogeneización de ambas plumas no es perfecta.
La pulcritud de los autores a la hora de atar cabos en un desenlace satisfactorio, pese a contar con un protagonista inesperado, es el último acierto de una obra de gran calidad. Como lo refleja lo bien que ha envejecido tras más de treinta años desde su publicación. Indudablemente un hito en la literatura de ciencia-ficción de nuestra nación que sigue mereciendo una lectura por parte de todo aficionado al género.
Aunque comparte con "Mundos en el Abismo" ambientación, acontecimientos pretéritos y muchos de sus personajes, la lectura de esta segunda entrega de la saga me resultó más satisfactoria. En parte por mi conocimiento previo de lo que me iba a encontrar (pese a los años transcurridos entre la lectura de ambas). Y en parte también porque su comienzo resulta en comparación menos árido: aun cuando los términos en sánscrito y los conceptos del futuro lejano ideados por Aguilera y Redal obligan durante las primeras páginas a consultar el glosario más de lo deseable, la trama no tarda demasiado en focalizarse, por lo que un lector con ciertas tablas en el género probablemente consiga situarse y comenzará a disfrutar con lo narrado. Que es mucho y bueno.
Porque lo que plantean los autores es una fascinante mezcla de ciencia-ficción dura y space opera en un futuro lejano en el cúmulo globular de Akasa-Puspa. Con una gran cantidad de actores y fuerzas contrapuestas, que sin embargo, consiguen comprenderse gracias al imprescindible listado de personajes del comienzo y a las explicaciones y revelaciones que oportunamente Aguilera y Redal irán insertando en la narración. De suerte que el argumento compagina con éxito el intento por capturar al mercenario desertor Chait Rai con la investigación y averiguaciones sobre el origen de los angriffs (seguramente el elemento diferenciador que perimite a esta segunda novela un salto de calidad respecto a su predecesora), y la búsqueda sobre el origen y las intenciones de los Colmeneros/los Etéreos que habitan en los asteroides de la Esfera de Dyson en torno a nuestro sol.
Sin restarle protagonismo a la trama, el elemento científico está omnipresente en toda la lectura y raya a un altísimo nivel, más si tenemos en cuenta el año de escritura del libro: ascensores espaciales, ciudades rodantes que se auto-replican, naves con velas solares, placas sintetizadoras de nutrientes, el efecto túnel a nivel macroscópico, las máquinas de Von Neuman, la variedad y verosimilitud de las naves de guerra del Imperio... Las explicaciones proporcionadas por loas autores al respecto no son sólo plausibles, sino también didácticas y oportunas. Y ello contribuye a exacerbar el altamente logrado sentido de la maravilla que caracteriza a la novela.
Si bien el disfrute de la misma se sustenta en otros cuantos aciertos. Tal vez el más llamativo sea la cantidad de ideas cautivadoras que se presentan, que otros autores habrían administrado para confeccionar una extensa bibliografía. También contribuye el innegable impacto visual de muchos de los marcos escénicos (se nota que Aguilera es diseñador gráfico). La biología de los angriffs o las motivaciones para su creación y su "obsolescencia programada" están presentadas con maestría. Al igual que la sucesión de acontecimientos, desde combates cuerpo a cuerpo hasta batallas espaciales, pasando por páginas de intriga u otras de especulaciones profundas o de revisión de los principales hitos en la inmensa historia de la humanidad. Y siempre narrados desde una palpable riqueza de puntos de vista. Todo ello gracias a un estilo directo y sin pretensiones de lucimiento, sustentado en múltiples diálogos y en un acertado equilibrio entre las narraciones en tercera y en primera persona (la de Jonás Chandragupta, probablemente el protagonista absoluto de ambas entregas).
En cuanto a los defectos, pese a su menor impacto el más obvio sigue siendo el escabroso comienzo. Seguido de cerca por el abuso de términos en sánscrito, en su mayoría innecesarios. Asimismo se puede hablar de un elenco de personajes que, seguramente a causa de su vastedad, resulta un tanto plano en su mayor parte. En otro orden de cosas, al resultado final le afean en cierta medida errores en el empleo de nuestro idioma (a modo de ejemplos: la conjugación del verbo haber, ciertos tiempos verbales mal escogidos, o la repetición de la misma palabra en frases o párrafos consecutivos). Y a veces es posible intuir quién de los dos escritores está al frente en un momento dado; la homogeneización de ambas plumas no es perfecta.
La pulcritud de los autores a la hora de atar cabos en un desenlace satisfactorio, pese a contar con un protagonista inesperado, es el último acierto de una obra de gran calidad. Como lo refleja lo bien que ha envejecido tras más de treinta años desde su publicación. Indudablemente un hito en la literatura de ciencia-ficción de nuestra nación que sigue mereciendo una lectura por parte de todo aficionado al género.
domingo, 13 de octubre de 2024
"El Juego de los Vor" (1990). Lois McMaster Bujold
Una entrada más prosigo con mi segundo recorrido por alguna de las sagas más relevantes de la ciencia-ficción publicadas en español. Voy a hablarles en en esta ocasión de la siguiente novela en orden de lectura de la saga Vorkosigan, la monumental obra de la estadounidense Lois McMaster Bujold de la que he venido reseñando varias de sus novelas en las entradas más recientes. La de hoy es la segunda que tiene como protagonista a Miles Vorkosigan, el personaje que da título a toda la saga. Hecho que influyó en mi decisión de detener la lectura de esta serie. Porque tras la decepción que, como expliqué en su momento, supuso la lectura de "El Aprendiz de Guerrero", la de hoy era la segunda oportunidad que le concedía a las peripecias de Miles. Y aunque mi impresión final fue más favorable que la de su predecesora en orden de lectura, tampoco me pareció lo suficientemente relevante como para proseguir con la sagaa. Y es que se trata de una novela con una primera parte claramente diferenciada, amena y bien presentada, y una segunda más larga y dispersa, con algunos buenos momentos pero netamente inferior.
Sin duda lo mejor del libro es esa primera parte (que abarca un cuarto de su extensión) en la que Miles desempeña su primer trabajo como álferez, el de oficial de meteorología en la remota y gélida base Lazkowski. Un tramo álgido que en realidad tampoco supone mayor sorpresa, ya que se publicó inicialmente como un relato independiente. Pero que hace concebir esperanzas respecto a la mayor calidad de esta entrega: un marco escénico cautivador, un par de personajes con fuerza (el teniente Ahn y el general Metzov, este último reaprovechado en la segunda parte), un episodio tan angustioso que se recuerda semanas después de haberlo leído, y la conocida tendencia de Miles para no acatar órdenes y meterse en problemas configuran varios de los mejores capítulos de toda la saga hasta ese momento.
Por desgracia, con el regreso de Miles al Cuartel de Seguridad Imperial la trama regresa a terrenos más conocidos (y menos atrayentes). Porque lo que nos presenta Bujold desde ahí hasta el final es similar a lo narrado en su anterior entrega: Miles huyendo de constantes peligros hasta verse de nuevo en la necesidad de adoptar su identidad de Almirante Naismith al frente de los Mercenarios Dendarii, y como era de esperar, con la paz de la galaxia en equilibrio inestable. Aunque mi impresión final de "El Juego de los Vor" fue más favorable que la de "El Aprendiz de Guerrero", pues aquí la historia es menos repetitiva y hay más misterios de fondo, los cuales permiten que la novela funcione no sólo como space opera, sino también como una historia de intrigas.
Siguiendo con los aciertos de esta obra, el siempre discreto pero correctamente tratado elemento científico y técnico adquiere un inusitado protagonismo, por ejemplo, en las páginas en las que la autora describe las últimas tendencias en armas para combates a escala galáctica (caso de la lanza de implosión gravítica), o incluso cuando explica con detalle los cuatro métodos para atacar agujeros de gusano. El meritorio tratamiento de varios de sus personajes, ya conocido a la hora de extraer el máximo de su singular protagonista, logra en esta entrega grandes cotas con el Emperador Gregor Vorbarra, desde su intento de suicidio al conocer las visicitudes de su origen, hasta su temeraria huída de Barrayar, pasando por sus dudas a la hora de relacionarse con la "mala malísima" Cavilo (un personaje bastante flojo, dicho sea de paso). Además, en esta novela por fin se nos ofrece un mapa para ubicar los saltos y el equilibrio de fuerzas en torno a los agujeros de gusano, y Bujold sigue haciéndonos la lectura disfrutable con su prosa directa, su estilo en el límite de lo superficial, y un ritmo literario por lo general alto.
El principal problema de la novela es la confusión asociada a las luchas de poder que se le presentan al lector. Da la impresión de que estas luchas están claras en la cabeza de Bujold, y de hecho Miles no sólo las visualiza sino que es capaz de anticipar los siguientes movimientos de distintas facciones. Pero en mi caso al menos no logré comprender en ningún momento las alianzas y los enfrentamientos entre los distintos planetas, ni tampoco qué iba sucediendo con la mayoría de los personajes que se enfrentaban a Miles (Oser, Ungari, Cavilo, Metzov...), ni siquiera con dónde se había quedado la narración respecto a un personaje tan determinante como el Emperador Gregor. Habría sido necesario recordar el destino y la situación presentes de muchos de estos personajes, así como su contribución a los cambios en el equilibrio de fuerzas y posterior desenlace. Pero la autora se olvida de ello. Y como en novelas anteriores, sigue flojeando a la hora de ubicar espacialmente al lector y describir los entornos. Con lo que el embrollo aumenta y el interés baja.
A ello hay que sumarle de nuevo el recurso a coincidencias milagrosas (afortunadamente, menos frecuentes que en anteriores entregas), la ligereza de ideas que desprende la obra a pesar de esa trama embrollada, la tensión amorosa entre Elena Bothari y Miles Vorkosigan (que sigue sin estar bien resuelta), y un desenlace que, aunque esta vez sí existe, anda escaso de tensión, aunque resulte entretenido. De suerte que, al finalizar la lectura de esta novela, me encontré saturado de los mercenarios Dendarii, de las tramas galácticas similares entre distintas novelas, de no conseguir aprehender todo lo narrado, y de no toparme apenas con nada que me hiciera reflexionar. Así que, aunque no se trata de su entrega más floja, con "El Juego de los Vor" di por terminada la lectura de la saga Vorkosigan. Y ello a pesar de que aún me quedaban nueve novelas por leer (y eso de las traducidas en español, pues hasta donde yo sé, existe al menos una décimo sexta, "Captain Vorpatril's Alliance" pendiente de ser traducida a nuestro idioma). Con las seis que había leído, había tenido suficiente.
Sin duda lo mejor del libro es esa primera parte (que abarca un cuarto de su extensión) en la que Miles desempeña su primer trabajo como álferez, el de oficial de meteorología en la remota y gélida base Lazkowski. Un tramo álgido que en realidad tampoco supone mayor sorpresa, ya que se publicó inicialmente como un relato independiente. Pero que hace concebir esperanzas respecto a la mayor calidad de esta entrega: un marco escénico cautivador, un par de personajes con fuerza (el teniente Ahn y el general Metzov, este último reaprovechado en la segunda parte), un episodio tan angustioso que se recuerda semanas después de haberlo leído, y la conocida tendencia de Miles para no acatar órdenes y meterse en problemas configuran varios de los mejores capítulos de toda la saga hasta ese momento.
Por desgracia, con el regreso de Miles al Cuartel de Seguridad Imperial la trama regresa a terrenos más conocidos (y menos atrayentes). Porque lo que nos presenta Bujold desde ahí hasta el final es similar a lo narrado en su anterior entrega: Miles huyendo de constantes peligros hasta verse de nuevo en la necesidad de adoptar su identidad de Almirante Naismith al frente de los Mercenarios Dendarii, y como era de esperar, con la paz de la galaxia en equilibrio inestable. Aunque mi impresión final de "El Juego de los Vor" fue más favorable que la de "El Aprendiz de Guerrero", pues aquí la historia es menos repetitiva y hay más misterios de fondo, los cuales permiten que la novela funcione no sólo como space opera, sino también como una historia de intrigas.
Siguiendo con los aciertos de esta obra, el siempre discreto pero correctamente tratado elemento científico y técnico adquiere un inusitado protagonismo, por ejemplo, en las páginas en las que la autora describe las últimas tendencias en armas para combates a escala galáctica (caso de la lanza de implosión gravítica), o incluso cuando explica con detalle los cuatro métodos para atacar agujeros de gusano. El meritorio tratamiento de varios de sus personajes, ya conocido a la hora de extraer el máximo de su singular protagonista, logra en esta entrega grandes cotas con el Emperador Gregor Vorbarra, desde su intento de suicidio al conocer las visicitudes de su origen, hasta su temeraria huída de Barrayar, pasando por sus dudas a la hora de relacionarse con la "mala malísima" Cavilo (un personaje bastante flojo, dicho sea de paso). Además, en esta novela por fin se nos ofrece un mapa para ubicar los saltos y el equilibrio de fuerzas en torno a los agujeros de gusano, y Bujold sigue haciéndonos la lectura disfrutable con su prosa directa, su estilo en el límite de lo superficial, y un ritmo literario por lo general alto.
El principal problema de la novela es la confusión asociada a las luchas de poder que se le presentan al lector. Da la impresión de que estas luchas están claras en la cabeza de Bujold, y de hecho Miles no sólo las visualiza sino que es capaz de anticipar los siguientes movimientos de distintas facciones. Pero en mi caso al menos no logré comprender en ningún momento las alianzas y los enfrentamientos entre los distintos planetas, ni tampoco qué iba sucediendo con la mayoría de los personajes que se enfrentaban a Miles (Oser, Ungari, Cavilo, Metzov...), ni siquiera con dónde se había quedado la narración respecto a un personaje tan determinante como el Emperador Gregor. Habría sido necesario recordar el destino y la situación presentes de muchos de estos personajes, así como su contribución a los cambios en el equilibrio de fuerzas y posterior desenlace. Pero la autora se olvida de ello. Y como en novelas anteriores, sigue flojeando a la hora de ubicar espacialmente al lector y describir los entornos. Con lo que el embrollo aumenta y el interés baja.
A ello hay que sumarle de nuevo el recurso a coincidencias milagrosas (afortunadamente, menos frecuentes que en anteriores entregas), la ligereza de ideas que desprende la obra a pesar de esa trama embrollada, la tensión amorosa entre Elena Bothari y Miles Vorkosigan (que sigue sin estar bien resuelta), y un desenlace que, aunque esta vez sí existe, anda escaso de tensión, aunque resulte entretenido. De suerte que, al finalizar la lectura de esta novela, me encontré saturado de los mercenarios Dendarii, de las tramas galácticas similares entre distintas novelas, de no conseguir aprehender todo lo narrado, y de no toparme apenas con nada que me hiciera reflexionar. Así que, aunque no se trata de su entrega más floja, con "El Juego de los Vor" di por terminada la lectura de la saga Vorkosigan. Y ello a pesar de que aún me quedaban nueve novelas por leer (y eso de las traducidas en español, pues hasta donde yo sé, existe al menos una décimo sexta, "Captain Vorpatril's Alliance" pendiente de ser traducida a nuestro idioma). Con las seis que había leído, había tenido suficiente.
sábado, 28 de septiembre de 2024
"El Aprendiz de Guerrero" (1986). Lois McMaster Bujold
Con la presente entrada retomo mi segundo recorrido por alguna de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción. Continúo revisando en orden de lectura diversas novelas de la Saga Workosigan, de la estadounidense Lois McMaster Bujold. Le ha llegado el turno a "El Aprendiz de Guerrero", curiosamente la primera que realmente tiene al personaje que popularmente da nombre a la saga (Miles Vorkosigan) como protagonista, y también la primera novela que publicó su autora. Hechos ambos que condicionan la lectura, pues a estas alturas el lector ya se ha formado una idea de lo que esperar de la saga y, si ha llegado hasta aquí, es porque espera lo mejor de la irrupción de Miles. Aunque también es consciente de que a menudo las primeras novelas son obras sin pulir de escritores aún en fase de formación. Con todo, debo admitir que tras concluir su lectura mi sensación principal fue de decepción: Bujold rehúye de la peculiarmente atractiva atmósfera de Barrayar y traslada la acción al espacio de Tau Verde, donde repite una y otra vez la misma argucia para que la flota de Miles venza y crezca sin apenas dificultades a todo cuanto se le opone. Sólo al final la novela mejora un poco, con el retorno a Barrayar.
A mi modo de ver la endeblez argumental lastra el resultado final del conjunto. Y eso que el nudo de la trama es válido: la búsqueda de la madre de la mejor amiga de Miles y su amor platónico, Elena Bothari. Pero cuando, casi al inicio de esa búsqueda, ambos abandonan Colonia Beta, la novela se vuelve reiterativa: como si de una estafa piramidal se tratara, Miles se ve envuelto a causa de las deudas contraídas en un conflicto bélico, y su respuesta consiste en repetir una y otra vez el mismo patrón. Es decir, logra vencer a su enemigo y lo incorpora a su flota, que va creciendo; de esta acción surge otro enemigo, lo derrota y lo vuelve a incorporar a su flota, y así una y otra vez hasta terminar por incorporar al Almirante Oser, el líder de la flota de los oserianos. Es cierto que Bujold adereza este simplísimo esquema con algunos aspectos que le confieren cierto interés (el descubrimiento de secretos familiares pasados, o determinados aspectos de estrategia militar), pero hasta que la novela no plantea el complot que debe de estar sufriendo el padre de Miles en Barrayar a causa de los actos de su hijo, la trama no se complica un poco.
Otros defectos perceptibles contribuyeron a esa decepción, hasta el extremo de plantearme abandonar la lectura de la saga: las coincidencias inverosímiles (como el encuentro con Elena Visconti, la madre de Elena Bothari); un estilo desenfadado pero más juvenil que en novelas posteriores de la saga; un conflicto bélico descrito de manera muy confusa (casi imposible comprender qué sucede en realidad entre felicianos, pelianos y oserianos); unos marcos escénicos no excesivamente precisos ni bien localizados (a menudo Bujold se olvida de situar dónde está sucediendo algo, y en general habría venido de perlas un mapa); y el empleo innecesario de barbarismos.
Quizá la principal virtud del libro sea el desarrollo del personaje de Miles: el ingenio con el que supera sus limitaciones físicas, la mezquindad con la que obra en cuestiones amorosas, el honor que sin embargo preside su comportamiento en otras situaciones, la humanidad que destila, cómo va conociendo sus propias limitaciones aunque a veces no se atenga a ellas, o incluso sus dotes de persuasión por medio de la palabra. De suerte que, al finalizar la lectura, el lector tiende de manera natural a conferirle otra oportunidad para observar cómo se desenvolvería en una trama menos monótona y un marco escénico mejor presentado.
También hay que agradecerle a Bujold lo cohesionada que, al menos hasta este punto, está toda su saga: personajes conocidos de libros anteriores que aquí se amoldan con naturalidad a su rol de secundarios, un universo rico y complejo que sigue explorando de manera coherente, la forma como explota o aclara acontecimientos de novelas previas, un elemento científico en segundo plano pero adecuado a las pretensiones de la novela (desde los efectos de la ingravidez hasta el uso de agujeros de gusano para recorrer distancias interestelares) y, sobre todo, esa atmósfera entre militarista y feudal de Barrayar, que Bujold recupera a última hora y que ofrece las mejores páginas de la novela (las relativas al desenmascaramiento del plan urdido por Vordrozda y el Almirante Hessman para poder acursar al padre de Miles de traición). Un acierto inesperado que mejora la impresión global de una novela en la que la bisoñez de su escritora seguramente resulta demasiado perceptible.
A mi modo de ver la endeblez argumental lastra el resultado final del conjunto. Y eso que el nudo de la trama es válido: la búsqueda de la madre de la mejor amiga de Miles y su amor platónico, Elena Bothari. Pero cuando, casi al inicio de esa búsqueda, ambos abandonan Colonia Beta, la novela se vuelve reiterativa: como si de una estafa piramidal se tratara, Miles se ve envuelto a causa de las deudas contraídas en un conflicto bélico, y su respuesta consiste en repetir una y otra vez el mismo patrón. Es decir, logra vencer a su enemigo y lo incorpora a su flota, que va creciendo; de esta acción surge otro enemigo, lo derrota y lo vuelve a incorporar a su flota, y así una y otra vez hasta terminar por incorporar al Almirante Oser, el líder de la flota de los oserianos. Es cierto que Bujold adereza este simplísimo esquema con algunos aspectos que le confieren cierto interés (el descubrimiento de secretos familiares pasados, o determinados aspectos de estrategia militar), pero hasta que la novela no plantea el complot que debe de estar sufriendo el padre de Miles en Barrayar a causa de los actos de su hijo, la trama no se complica un poco.
Otros defectos perceptibles contribuyeron a esa decepción, hasta el extremo de plantearme abandonar la lectura de la saga: las coincidencias inverosímiles (como el encuentro con Elena Visconti, la madre de Elena Bothari); un estilo desenfadado pero más juvenil que en novelas posteriores de la saga; un conflicto bélico descrito de manera muy confusa (casi imposible comprender qué sucede en realidad entre felicianos, pelianos y oserianos); unos marcos escénicos no excesivamente precisos ni bien localizados (a menudo Bujold se olvida de situar dónde está sucediendo algo, y en general habría venido de perlas un mapa); y el empleo innecesario de barbarismos.
Quizá la principal virtud del libro sea el desarrollo del personaje de Miles: el ingenio con el que supera sus limitaciones físicas, la mezquindad con la que obra en cuestiones amorosas, el honor que sin embargo preside su comportamiento en otras situaciones, la humanidad que destila, cómo va conociendo sus propias limitaciones aunque a veces no se atenga a ellas, o incluso sus dotes de persuasión por medio de la palabra. De suerte que, al finalizar la lectura, el lector tiende de manera natural a conferirle otra oportunidad para observar cómo se desenvolvería en una trama menos monótona y un marco escénico mejor presentado.
También hay que agradecerle a Bujold lo cohesionada que, al menos hasta este punto, está toda su saga: personajes conocidos de libros anteriores que aquí se amoldan con naturalidad a su rol de secundarios, un universo rico y complejo que sigue explorando de manera coherente, la forma como explota o aclara acontecimientos de novelas previas, un elemento científico en segundo plano pero adecuado a las pretensiones de la novela (desde los efectos de la ingravidez hasta el uso de agujeros de gusano para recorrer distancias interestelares) y, sobre todo, esa atmósfera entre militarista y feudal de Barrayar, que Bujold recupera a última hora y que ofrece las mejores páginas de la novela (las relativas al desenmascaramiento del plan urdido por Vordrozda y el Almirante Hessman para poder acursar al padre de Miles de traición). Un acierto inesperado que mejora la impresión global de una novela en la que la bisoñez de su escritora seguramente resulta demasiado perceptible.
lunes, 9 de septiembre de 2024
Mi nueva novela: "Peripecias Inconcebibles" (2024)
Interrumpo con la presente entrada mi nueva revisión de algunas de las sagas más relevantes en la literatura de ciencia-ficción por una razón muy especial. Y es que les voy a presentar "Peripecias Inconcebibles", mi nueva novela de ciencia-ficción; la tercera ya, que se ha publicado hace unos días.
Por lo menos a mí me resulta mucho más sencillo hablar sobre las obras de otros que dedicarle unos párrafos a una creación propia. Sí que les puedo confesar que haber alcanzado el hito de tres novelas publicadas es algo que hace unos años jamás habría imaginado. Y es que cuando hace ya casi tres lustros di comienzo a este blog, no pasaba de ser un simple intento de un aficionado al género que, por circunstancias personales, no encontró en ese momento otra forma que la virtual para dar continuidad a una de sus pasiones. Con los años el número de visitas y de seguidores fue creciendo, y entre algunos comentarios recibidos y el apoyo de unos pocos familiares y amigos muy especiales, en 2018 me lié la manta a la cabeza y me puse a intentar sacar a flote mi una novela. Dos años más tarde, y tras el silencio de varias editoriales que no respondieron a mi manuscrito, recurrí a la auto-publicación para que "Nueve Años" viera la luz. En ese momento ya había decidido volver a probar suerte, y un año después apareció "Usted Podría Ser El Siguiente", esta vez bajo el paraguas de una editorial. Una vez conocidos ambos mundos, el de la autopublcación y el de la edición por cuenta ajena, y tras una pausa (en la que fueron varias las personas que me contactaron para trasladarme cuánto les habían gustado las dos primeras y animarme a que escribiera una tercera), el año pasado escribí "Peripecias Inconcebibles". Para la cual decidí que, salvo que alguna de las escasas editoriales a las que les envié el manuscrito me contestarta, publicaría de nuevo por mi cuenta. Algo que ha sucedido hace tan sólo unos días.
Haber escrito tres novelas no significa que me considere escritor. Para mí escritor es solamente aquel que vive esencialmente del oficio de la escritura. Algo que no es, y que nunca llegará a ser, mi caso. Afortunadamente mi trabajo en el sector de las telecomunicaciones me permite llevar una vida desahogada, así que me sigo considerando un aficionado al género que en sus ratos libres se dedica, entre otros asuntos, a escribir novelas. Algo que considero tiene sus ventajas: escribir como pasión, sin que prevalezcan las necesidades crematísticas, permite una libertad temática, estilística y hasta especulativa que me temo no poseen quienes necesitan que las ventas sean lo más altas posibles para mantener un determinado tren de vida. Aparte de que permite dedicarse a ello sin presión alguna, solamente cuando apetece y se cree haber dado con una historia que podría interesar a otras personas. Por lo cual, no sé ni si, ni cuándo, habrá una cuarta novela; lo importante es que ya he llegado a la tercera, y lo he disfrutado mucho.
A la hora de enfrentarme al temido documento en blanco sólo tengo dos premisas: intentar no repetirme, y al mismo tiempo, mantener una personalidad reconocible como novelista. En atención a la primera, aunque han sido varias las personas que, tras leerlas, me han hecho ver que tanto la ambientación como los personajes de "Nueve Años" y de "Usted Podría Ser El Siguiente" podrían dar lugar a sendas continuaciones, hasta la fecha he descartado esa sugerencia. Por una parte me preocupa repetirme, y por otra, me resulta más interesante explorar otros subgéneros dentro de este maravilloso género. Lo que por supuesto trae consigo otros marcos escénicos, otras épocas, otros avances tecnológicos, otro tipo de personajes... Por ello el contrapeso a tantas diferencias entre mis novelas ha de venir de mi personalidad a la hora de escribir. Y eso es algo que sí me he esforzado en mantener en estas tres novelas: como muchos de mis seguidores saben, me gustan los libros bien estructurados, con capítulos en los que siempre sucede algo, con una prosa que prime la comprensión y el disfrute sobre los recursos estilísticos... Y sobre todo, con personajes que se vean arrastrados a situaciones límite, que tengan que recurrir a lo mejor de sí mismos para salir adelante. Si alguno de ustedes, tras haber leído las tres novelas, ha apreciado estos rasgos que espero que me definan, habré logrado mi propósito.
En concreto, para "Peripecias Inconcebibles" me propuse escribir una novela sobre un subgénero tan conocido y trillado como el primer contacto (o uno de los primeros contactos) con seres alienígenas, que es algo que hasta ahora no había tratado. Pero para intentar proporcionarle un enfoque original, me propuse conjugar lo que pueda tener de verosímil el fenómeno OVNI con los recientes descubrimientos de exoplanetas potencialmente habitables por los seres humanos a una distancia menos de cien años luz (que bajo los efectos relativistas podrian hacer plausible, con la tecnología adecuada y sin romper los pilares básicos de la astrofísica contemporánea, un viaje durante el tiempo de vida de una persona común). Me parecía que históricamente se ha despreciado el fenómeno OVNI por ser tecnológicamente inviable, y al mismo tiempo se ha dado por hecho que el destino de la humanidad es permanecer en el Sistema Solar porque "no hay ningún lugar cercano" en el que poder establecerse. Este libro lucha contra ambos supuestos, y los intenta conjugar de manera plausible, al tiempo que presenta una continua secuencia de peripecias, cada cual más inconcebible que la anterior. Y que espero que la hagan una lectura disfrutable. Aunque les reconoceré que el reto era tremendo, porque como comprobarán si se adentran en ella, en cuanto avancen unos cuantos capítulos verán que establecer cualquier tipo de dialógo que dinamizara la lectura era de todo punto imposible.
No es mi intención ni revelarles más detalles ni aburrirles con cuestiones menores sobre la gestación de este libro. Por supuesto agradecer a familiares, amigos y personas anónimas su apoyo para convertirlo en una realidad. Y expresar especialmente mi gratitud a mi amigo David Fernández por su dedicación a la hora de revisar, corregir y dar sugerencias de mejora a mis manuscritos, muchas de las cuales han formado parte de la versión final del mismo. Dicho lo cual, si alguno de ustedes se anima, aquí les dejo el enlace en el que podrán adquirirla:
"Peripecias Inconcebibles"
Y también los enlaces en los que podrán adquirir mis dos novelas anteriores:
"Nueve Años":
"Usted Podría Ser El Siguiente":
En la próxima entrada volveré a la normalidad, y les reseñaré "El Aprendiz de Guerrero", la siguiente entrega de la saga de Miles Vorkosigan, de Lois McMaster Bujold.
Por lo menos a mí me resulta mucho más sencillo hablar sobre las obras de otros que dedicarle unos párrafos a una creación propia. Sí que les puedo confesar que haber alcanzado el hito de tres novelas publicadas es algo que hace unos años jamás habría imaginado. Y es que cuando hace ya casi tres lustros di comienzo a este blog, no pasaba de ser un simple intento de un aficionado al género que, por circunstancias personales, no encontró en ese momento otra forma que la virtual para dar continuidad a una de sus pasiones. Con los años el número de visitas y de seguidores fue creciendo, y entre algunos comentarios recibidos y el apoyo de unos pocos familiares y amigos muy especiales, en 2018 me lié la manta a la cabeza y me puse a intentar sacar a flote mi una novela. Dos años más tarde, y tras el silencio de varias editoriales que no respondieron a mi manuscrito, recurrí a la auto-publicación para que "Nueve Años" viera la luz. En ese momento ya había decidido volver a probar suerte, y un año después apareció "Usted Podría Ser El Siguiente", esta vez bajo el paraguas de una editorial. Una vez conocidos ambos mundos, el de la autopublcación y el de la edición por cuenta ajena, y tras una pausa (en la que fueron varias las personas que me contactaron para trasladarme cuánto les habían gustado las dos primeras y animarme a que escribiera una tercera), el año pasado escribí "Peripecias Inconcebibles". Para la cual decidí que, salvo que alguna de las escasas editoriales a las que les envié el manuscrito me contestarta, publicaría de nuevo por mi cuenta. Algo que ha sucedido hace tan sólo unos días.
Haber escrito tres novelas no significa que me considere escritor. Para mí escritor es solamente aquel que vive esencialmente del oficio de la escritura. Algo que no es, y que nunca llegará a ser, mi caso. Afortunadamente mi trabajo en el sector de las telecomunicaciones me permite llevar una vida desahogada, así que me sigo considerando un aficionado al género que en sus ratos libres se dedica, entre otros asuntos, a escribir novelas. Algo que considero tiene sus ventajas: escribir como pasión, sin que prevalezcan las necesidades crematísticas, permite una libertad temática, estilística y hasta especulativa que me temo no poseen quienes necesitan que las ventas sean lo más altas posibles para mantener un determinado tren de vida. Aparte de que permite dedicarse a ello sin presión alguna, solamente cuando apetece y se cree haber dado con una historia que podría interesar a otras personas. Por lo cual, no sé ni si, ni cuándo, habrá una cuarta novela; lo importante es que ya he llegado a la tercera, y lo he disfrutado mucho.
A la hora de enfrentarme al temido documento en blanco sólo tengo dos premisas: intentar no repetirme, y al mismo tiempo, mantener una personalidad reconocible como novelista. En atención a la primera, aunque han sido varias las personas que, tras leerlas, me han hecho ver que tanto la ambientación como los personajes de "Nueve Años" y de "Usted Podría Ser El Siguiente" podrían dar lugar a sendas continuaciones, hasta la fecha he descartado esa sugerencia. Por una parte me preocupa repetirme, y por otra, me resulta más interesante explorar otros subgéneros dentro de este maravilloso género. Lo que por supuesto trae consigo otros marcos escénicos, otras épocas, otros avances tecnológicos, otro tipo de personajes... Por ello el contrapeso a tantas diferencias entre mis novelas ha de venir de mi personalidad a la hora de escribir. Y eso es algo que sí me he esforzado en mantener en estas tres novelas: como muchos de mis seguidores saben, me gustan los libros bien estructurados, con capítulos en los que siempre sucede algo, con una prosa que prime la comprensión y el disfrute sobre los recursos estilísticos... Y sobre todo, con personajes que se vean arrastrados a situaciones límite, que tengan que recurrir a lo mejor de sí mismos para salir adelante. Si alguno de ustedes, tras haber leído las tres novelas, ha apreciado estos rasgos que espero que me definan, habré logrado mi propósito.
En concreto, para "Peripecias Inconcebibles" me propuse escribir una novela sobre un subgénero tan conocido y trillado como el primer contacto (o uno de los primeros contactos) con seres alienígenas, que es algo que hasta ahora no había tratado. Pero para intentar proporcionarle un enfoque original, me propuse conjugar lo que pueda tener de verosímil el fenómeno OVNI con los recientes descubrimientos de exoplanetas potencialmente habitables por los seres humanos a una distancia menos de cien años luz (que bajo los efectos relativistas podrian hacer plausible, con la tecnología adecuada y sin romper los pilares básicos de la astrofísica contemporánea, un viaje durante el tiempo de vida de una persona común). Me parecía que históricamente se ha despreciado el fenómeno OVNI por ser tecnológicamente inviable, y al mismo tiempo se ha dado por hecho que el destino de la humanidad es permanecer en el Sistema Solar porque "no hay ningún lugar cercano" en el que poder establecerse. Este libro lucha contra ambos supuestos, y los intenta conjugar de manera plausible, al tiempo que presenta una continua secuencia de peripecias, cada cual más inconcebible que la anterior. Y que espero que la hagan una lectura disfrutable. Aunque les reconoceré que el reto era tremendo, porque como comprobarán si se adentran en ella, en cuanto avancen unos cuantos capítulos verán que establecer cualquier tipo de dialógo que dinamizara la lectura era de todo punto imposible.
No es mi intención ni revelarles más detalles ni aburrirles con cuestiones menores sobre la gestación de este libro. Por supuesto agradecer a familiares, amigos y personas anónimas su apoyo para convertirlo en una realidad. Y expresar especialmente mi gratitud a mi amigo David Fernández por su dedicación a la hora de revisar, corregir y dar sugerencias de mejora a mis manuscritos, muchas de las cuales han formado parte de la versión final del mismo. Dicho lo cual, si alguno de ustedes se anima, aquí les dejo el enlace en el que podrán adquirirla:
"Peripecias Inconcebibles"
Y también los enlaces en los que podrán adquirir mis dos novelas anteriores:
"Nueve Años":
"Usted Podría Ser El Siguiente":
En la próxima entrada volveré a la normalidad, y les reseñaré "El Aprendiz de Guerrero", la siguiente entrega de la saga de Miles Vorkosigan, de Lois McMaster Bujold.
sábado, 31 de agosto de 2024
"Barrayar" (1991). Lois McMaster Bujold
Con la entrada de hoy continúo mi nueva revisión por algunas de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción que aún no habían aparecido (en todo o en parte) por este humilde blog. Sigo hablándoles de la Saga Vorkosigan, y sigo reseñando las novelas que la conforman según el orden cronológico interno de las mismas. Que, como expliqué hace un par de entradas, no es exactamente el recomendado por la autora, pero que a mí me pareció más adecuado. Es el momento, pues, de hablarles de "Barrayar". Un libro que en su momento se alzó con los Premios Hugo y Nébula. Pese a lo cual no la considero una novela redonda, aunque sí superior, por ejemplo, a la anterior entrega de la saga, "Fragmentos de honor" (1986). Y es que se trata de una obra de trama sencilla, que retoma la historia justo en el punto en el que la dejó "Fragmentos...", lenta y derivativa en su primera mitad, más enfocada y disfrutable en su segunda.
En esta entrega Bujold se aleja del concepto canónico de space opera y se acerca más a un relato de intrigas políticas y militares en el planeta Barrayar. Algo que, en mi opinión, afecta negativamente al disfrute de la novela. Y es que el lector se ve obligado a atravesar capítulos en los que apenas sucede realmente nada. Ni a su pareja protagonista (los conocidos Cordelia Naismith y Aral Vorkosigan), ni a los personajes supuestamente secundarios. Este defecto aplica especialmente a la primera mitad de la novela, enredada en revisitar y redimensionar los acontecimientos de "Fragmentos...", a la vez que intenta, sin demasiado éxito, explicar las facciones que se disputan el poder en Barrayar. Tan derivativa y falta de ritmo, que por momentos me hizo cuestionarme si había hecho lo correcto al proseguir con la lectura de la saga.
Afortunadamente, el golpe de Estado en la capital imperial y la consiguiente huída de Cordelia de la Casa Vorkosigan dan comienzo a una segunda parte en la que la impronta de su autora resulta mucho más reconocible: dinámica, repleta de acción, con varias situaciones límite, personajes obligados a recurrir a su ingenio, y hasta marcos escénicos más variados y atrayentes. De suerte que al final mi valoración global de la novela fue favorable. En esta entrega la escritora sigue impregnando de una humanidad imperfecta a la mayoría de sus personajes, y se mantiene fiel a su prosa directa, con predominio de unos acerados diálogos (a veces en el límite de lo verosímil) sobre pretenciosas descripciones. Además, aunque la trama sea bastante simple, Bujold la sabe enriquecer con tres o cuatro giros inesperados que precipitan los acontecimientos durante esa segunda mitad. Y, a diferencia de su antecesora, sí remata el libro con un verdadero desenlace, quizás demasiado fácil para lo temerario del plan de Cordelia, pero emocionante, emotivo y eficaz a la hora de atar cabos.
Regresando a los defectos de esta obra un tanto irregular, aparte de las páginas de relleno en su primera mitad y de su sencillez argumental, lo que más chirría es que, pese a estar concebida para que asistamos a lo que acontece a través de la mirada de Cornelia, a menudo son otros personajes los que reciben toda la atención de la narradora. Y ello puede ser admisible en personajes tan poliédricos como el Sargento Bothari, pero provoca incomodidad y hasta cierto sonrojo en el caso de la historia de amor entre Koudelka y Droushnakovi, tan entrecortada como forzada, y que casi siempre recibe la atención en el momento menos oportuno. Otro defecto menor es que en ocasiones cuesta situar dónde está ocurriendo la acción (habría venido de perlas uno o varios mapas). Y a veces los pensamientos de Cordelia que nos ofrece Bujold se antojan poco naturales.
No obstante, el entretenimiento sin grandes pretensiones característico de Bujold termina prevaleciendo, con pasajes realmente disfrutables como la huída de Cordelia y sus acompañantes por los parajes más inhóspitos del distrito Vorkosigan, o todo lo relativo a su embarazo. Que por cierto, es donde más evidente resulta la preocupación de Bujold por el siempre necesario elemento científico: desde el proceso de transferencia placentaria, pasando por toda la tecnología asociada a la réplica extrauterina, hasta llegar al singular nacimiento. Adicionalmente, Barrayar sirve al propósito de contextualizar las circunstancias en las que vino al mundo Miles Vorkosigan y familiarizarse con el pasado de personajes que también aparecerán en futuras entregas. Y por eso, a pesar de sus fallos, globalmente se trata de una lectura lo suficientemente amena como para seguir dando continuidad a la saga.
En esta entrega Bujold se aleja del concepto canónico de space opera y se acerca más a un relato de intrigas políticas y militares en el planeta Barrayar. Algo que, en mi opinión, afecta negativamente al disfrute de la novela. Y es que el lector se ve obligado a atravesar capítulos en los que apenas sucede realmente nada. Ni a su pareja protagonista (los conocidos Cordelia Naismith y Aral Vorkosigan), ni a los personajes supuestamente secundarios. Este defecto aplica especialmente a la primera mitad de la novela, enredada en revisitar y redimensionar los acontecimientos de "Fragmentos...", a la vez que intenta, sin demasiado éxito, explicar las facciones que se disputan el poder en Barrayar. Tan derivativa y falta de ritmo, que por momentos me hizo cuestionarme si había hecho lo correcto al proseguir con la lectura de la saga.
Afortunadamente, el golpe de Estado en la capital imperial y la consiguiente huída de Cordelia de la Casa Vorkosigan dan comienzo a una segunda parte en la que la impronta de su autora resulta mucho más reconocible: dinámica, repleta de acción, con varias situaciones límite, personajes obligados a recurrir a su ingenio, y hasta marcos escénicos más variados y atrayentes. De suerte que al final mi valoración global de la novela fue favorable. En esta entrega la escritora sigue impregnando de una humanidad imperfecta a la mayoría de sus personajes, y se mantiene fiel a su prosa directa, con predominio de unos acerados diálogos (a veces en el límite de lo verosímil) sobre pretenciosas descripciones. Además, aunque la trama sea bastante simple, Bujold la sabe enriquecer con tres o cuatro giros inesperados que precipitan los acontecimientos durante esa segunda mitad. Y, a diferencia de su antecesora, sí remata el libro con un verdadero desenlace, quizás demasiado fácil para lo temerario del plan de Cordelia, pero emocionante, emotivo y eficaz a la hora de atar cabos.
Regresando a los defectos de esta obra un tanto irregular, aparte de las páginas de relleno en su primera mitad y de su sencillez argumental, lo que más chirría es que, pese a estar concebida para que asistamos a lo que acontece a través de la mirada de Cornelia, a menudo son otros personajes los que reciben toda la atención de la narradora. Y ello puede ser admisible en personajes tan poliédricos como el Sargento Bothari, pero provoca incomodidad y hasta cierto sonrojo en el caso de la historia de amor entre Koudelka y Droushnakovi, tan entrecortada como forzada, y que casi siempre recibe la atención en el momento menos oportuno. Otro defecto menor es que en ocasiones cuesta situar dónde está ocurriendo la acción (habría venido de perlas uno o varios mapas). Y a veces los pensamientos de Cordelia que nos ofrece Bujold se antojan poco naturales.
No obstante, el entretenimiento sin grandes pretensiones característico de Bujold termina prevaleciendo, con pasajes realmente disfrutables como la huída de Cordelia y sus acompañantes por los parajes más inhóspitos del distrito Vorkosigan, o todo lo relativo a su embarazo. Que por cierto, es donde más evidente resulta la preocupación de Bujold por el siempre necesario elemento científico: desde el proceso de transferencia placentaria, pasando por toda la tecnología asociada a la réplica extrauterina, hasta llegar al singular nacimiento. Adicionalmente, Barrayar sirve al propósito de contextualizar las circunstancias en las que vino al mundo Miles Vorkosigan y familiarizarse con el pasado de personajes que también aparecerán en futuras entregas. Y por eso, a pesar de sus fallos, globalmente se trata de una lectura lo suficientemente amena como para seguir dando continuidad a la saga.
sábado, 10 de agosto de 2024
"Fragmentos de Honor" (1986). Lois McMaster Bujold
Con la entrada de hoy continúo con mi nuevo recorrido en orden cronológico por algunas de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción. Una continuidad que se traslada a la saga de Miles Vorkosigan, de la estadounidense Lois McMaster Bujold. Saga de la que ya reseñé hace unos días su laureada novela "En Caída Libre" (1988), y de la que hoy voy a seguir hablándoles a través de "Fragmentos de Honor" (1986), una novela que como pueden ver fue escrita con anterioridad a la ya reseñada, pero que en la cronología de la saga se sitúa justo a continuación, razón por la que las he decidido presentar en este orden. Aparte de que, ciñéndonos a su contenido, me parece una novela inferior a la anterior (de hecho, no recibió ninguno de los galardones de su predecesora). Y es que se trata de una obra que arranca muy bien con las escaramuzas entre las expediciones de la Colonia Beta y Barrayar en un planeta ignoto, pero que se va desinflando poco a poco, volviéndose confusa y previsible a partes iguales. Aunque como suele ser habitual en su autora, se deja leer hasta el final.
Sin duda lo mejor de la novela es su primera cuarta parte, en la superficie del planeta Sergyar. Unas páginas en las que abundan las aventuras, las desconfianzas mutuas entre expedicionarios, y la lucha por la supervivencia. Con descripciones precisas y muy visuales, y una tecnología y un entorno aparentemente plausibles, ofrecen entretenimiento en estado puro. Y la evolución que comenzamos a observar en la relación entre la betana Cordelia Naismith y el barrayarés Aral Vorkosigan, su pareja protagonista, aún no cae en obviedades, y está presidida por el honor al que alude el título.
Una vez finalizada esta parte, con la llegada a la lanzadera barrayaresa primero y a la nave General Vorkraft después, la novela muta a otro nivel, más reposado y centrado en cuestiones políticas y militares a la vez que sigue intentando (sin lograrlo del todo) fortalecer de manera natural la atracción mutua entre Cordelia y Aral. Aún hay buenas páginas (desde las intrigas de las diversas facciones para hacerse con el control de la nave hasta las diversas cirugías empleadas en varios personajes), pero ya cuesta seguir las maniobras de los distintos frentes de poder en Barrayar y cuál de ellos defiende cada personaje.
La guerra contra el planeta Escobar que se narra a continuación ya sí adolece de parte de la esperable dosis de acción en una space opera de la estadounidense, y resulta más destacable por el sadismo de Vorrutyer y sobre todo, por las maniobras internas de Vorkosigan para hacerse con el control de la situación y a la vez ejecutar el plan secreto urdido por el emperador. Pero aquí la novela ya se desvía mucho de la que aparentemente había sido su intención original y se centra en demasía en detalles tangenciales, como el Sargento Bothari y sus bastardos, o las complejas explicaciones sobre los distintos bandos barrayareses en liza. Aunque al menos todavía se puede afirmar que siguen sucediendo acontecimientos. Porque en la última pate apenas ocurre nada destacable. Algo inusual en Bujold.
Esa falta de contenido en el último tramo provoca que el interés por continuar la lectura disminuya notablemente. Más aún si tenemos en cuenta que no existe desenlace como tal, sino un simple esfuerzo por atar cabos que, en el caso del dúo protagonista, se vuelve absolutamente predecible (ni su encuentro final ni la posterior regencia causan sorpresa alguna). Pero es que, además, el empeño por realizar una buena caracterización psicológica de su protagonista femenina se viene abajo cuando asistimos al histronismo infantiloide con el que reacciona a la acogida que sus paisanos le dispensan a su regreso a la Colonia Beta, o sus burdas dotes de persuasión cuando, obviamente sin dificultad alguna, logra escapar de Beta y regresar a Barrayar. Si a ello le sumamos la reiteración en los elementos humorísticos (baste con detenerse en cuántos personajes recalcan no haber votado a Freddy el firme), y un último capítulo ("Después de la Batalla") totalmente desligado con el resto de lo narrado y sensiblero en exceso, se comprenderá por qué prefiero "En Caída Libre".
Y es una pena, porque durante su primer tramo la novela prometía, el marco escénico evidentemente podía dar más de sí (como lo pondrán de manifiesto siguientes novelas de la saga), y pese a la amenidad habitual de Bujold, no faltan reflexiones de calado (en especial las relativas a las imágenes públicas preconcebidas, y a cómo la versión idealizada de muchos acontecimientos tiende a imponerse a la real de manera natural). Seguramente la bisoñez de su escritora (que acababa de iniciar su carrera) jugó en su contra, al no acertar a maximizar las virtudes de su creación y sí hacer evidentes sus defectos.
Sin duda lo mejor de la novela es su primera cuarta parte, en la superficie del planeta Sergyar. Unas páginas en las que abundan las aventuras, las desconfianzas mutuas entre expedicionarios, y la lucha por la supervivencia. Con descripciones precisas y muy visuales, y una tecnología y un entorno aparentemente plausibles, ofrecen entretenimiento en estado puro. Y la evolución que comenzamos a observar en la relación entre la betana Cordelia Naismith y el barrayarés Aral Vorkosigan, su pareja protagonista, aún no cae en obviedades, y está presidida por el honor al que alude el título.
Una vez finalizada esta parte, con la llegada a la lanzadera barrayaresa primero y a la nave General Vorkraft después, la novela muta a otro nivel, más reposado y centrado en cuestiones políticas y militares a la vez que sigue intentando (sin lograrlo del todo) fortalecer de manera natural la atracción mutua entre Cordelia y Aral. Aún hay buenas páginas (desde las intrigas de las diversas facciones para hacerse con el control de la nave hasta las diversas cirugías empleadas en varios personajes), pero ya cuesta seguir las maniobras de los distintos frentes de poder en Barrayar y cuál de ellos defiende cada personaje.
La guerra contra el planeta Escobar que se narra a continuación ya sí adolece de parte de la esperable dosis de acción en una space opera de la estadounidense, y resulta más destacable por el sadismo de Vorrutyer y sobre todo, por las maniobras internas de Vorkosigan para hacerse con el control de la situación y a la vez ejecutar el plan secreto urdido por el emperador. Pero aquí la novela ya se desvía mucho de la que aparentemente había sido su intención original y se centra en demasía en detalles tangenciales, como el Sargento Bothari y sus bastardos, o las complejas explicaciones sobre los distintos bandos barrayareses en liza. Aunque al menos todavía se puede afirmar que siguen sucediendo acontecimientos. Porque en la última pate apenas ocurre nada destacable. Algo inusual en Bujold.
Esa falta de contenido en el último tramo provoca que el interés por continuar la lectura disminuya notablemente. Más aún si tenemos en cuenta que no existe desenlace como tal, sino un simple esfuerzo por atar cabos que, en el caso del dúo protagonista, se vuelve absolutamente predecible (ni su encuentro final ni la posterior regencia causan sorpresa alguna). Pero es que, además, el empeño por realizar una buena caracterización psicológica de su protagonista femenina se viene abajo cuando asistimos al histronismo infantiloide con el que reacciona a la acogida que sus paisanos le dispensan a su regreso a la Colonia Beta, o sus burdas dotes de persuasión cuando, obviamente sin dificultad alguna, logra escapar de Beta y regresar a Barrayar. Si a ello le sumamos la reiteración en los elementos humorísticos (baste con detenerse en cuántos personajes recalcan no haber votado a Freddy el firme), y un último capítulo ("Después de la Batalla") totalmente desligado con el resto de lo narrado y sensiblero en exceso, se comprenderá por qué prefiero "En Caída Libre".
Y es una pena, porque durante su primer tramo la novela prometía, el marco escénico evidentemente podía dar más de sí (como lo pondrán de manifiesto siguientes novelas de la saga), y pese a la amenidad habitual de Bujold, no faltan reflexiones de calado (en especial las relativas a las imágenes públicas preconcebidas, y a cómo la versión idealizada de muchos acontecimientos tiende a imponerse a la real de manera natural). Seguramente la bisoñez de su escritora (que acababa de iniciar su carrera) jugó en su contra, al no acertar a maximizar las virtudes de su creación y sí hacer evidentes sus defectos.
miércoles, 31 de julio de 2024
"En caída libre" (1988). Lois McMaster Bujold
Con la entrada de hoy avanzo en mi recorrido por otras sagas relevantes en la literatura de ciencia-ficción que hasta ahora no habían aparecido (o no en toda su extensión) por este humilde blog. Voy a adentrarme hoy en la conocida como Saga Vorkosigan, o lo que es lo mismo, el personal universo de la estadounidense Lois McMaster Bujold. Saga que recibe el nombre de su protagonista absoluto, Miles Vorkosigan. Si bien debo empezar aclarando que Miles no aparece en todos los títulos de la misma. Y es que estamos ante uno de esos casos en los que la autora fue creando historias a lo largo de los años en un universo coherente de un futuro lejano, con cierta idea de constituir una saga pero sin lanzarse realmente a ello, hasta que llegó a un punto en el que la necesidad de transformar su producció en una saga surgió de manera natural. En estas situaciones llega entonces el momento de cohesionar la saga, o al menos de estructurarla cronológicamente. Que es a lo más que se ha atrevido la autora hasta la fecha. Aunque curiosamente el orden propuesto de lectura de las dieciséis novelas que la conforman no es estrictamente el cronológico, ni tampoco el de escritura. Por eso cuando me decidí a adentrarme en esta serie no respeté su orden propuesto de lectura, y comencé por un título suelto que me había llamado la atención ("Ethan de Athos", 1986). Y cuando llegó la hora de profundizar en ella, me pareció que el orden cronológico era el que más me iba a ayudar a situarme. Por eso la novela que le traigo en esta ocasión es "En caída libre", la más antigua cronológicamente (aunque la decimotercera según el orden de lectura sugerido por la escritora). Novela que, por cierto, se alzó con el Premio Nébula cuando fue publicada, lo que ya denota que nos hallamos ante uno título de cabecera en la saga. Y es que se tratar de una novela que, a partir de una interesante y plausible manipulación genética sobre seres humanos, nos ofrece una lectura amena, mezcla de aventuras y especulaciones, y con una poderosa base científica. Aunque en mi opinión peca de liviana.
Pese a la juventud de Bujold en el momento de escribirla, la obra ya refleja los principales rasgos literarios de su autora: lectura fácil, diálogos directos, continuas aventuras y predominio del entretenimiento sobre la profundidad. Con el añadido en esta oportunidad de un elemento científico muy cuidado y muy presente: desde los agujeros de gusano, pasando por las complejas técnicas de soldadura y ensamblaje a bordo de naves y hábitats espaciales, hasta todos los detalles sobre la construcción imprevista de un espejo vórtice para la nave de Salto. Ciencia-ficción en el mejor sentido del término.
Pero además de la tecnología, la ciencia también está presente desde la misma base de la trama. Me refiero a los cuadrúmanos, seres humanos manipulados genéticamente para tener cuatro brazos en vez de dos brazos y dos piernas, y adaptarse así mejor a las condiciones de gravedad cero. En las cuales se encuentra el hábitat de GalacTech, la superempresa tecnológica que está explotando el planeta Rodeo en torno al cual orbita. El trato que reciben los primeros mil cuadrúmanos a bordo varía según los humanos con los que comparten el hábitat, por lo que cuando el avance del mecanismo de gravedad artificial les convierte en un mero recursos prescindible, el conflicto moral está servido. Y también el motor que dinamice la lectura hasta el final.
Y sin duda Bujold consigue que la novela se lea casi como un best-seller mientras seguimos las decisiones y las peripecias de su protagonista Leo Graf para salvar a sus amigos cuadrúmanos del desolador destino que ha decidido para ellos su antagonista, Bruce Van Atta. El problema de esa amenidad es que, a pesar del premio antes mencionado, se alcanza a costa de no profundizar en muchos de los elementos en juego. Tanto es así que a menudo la novela parece una obra para "young adults". Porque muchas de las reflexiones que jalonan sus páginas se comprenden, pero se habrían beneficiado de un mayor desarrollo. A menudo la acción es demasiado vertiginosa, y la escritora renuncia a relatarnos todo lo que no sea absolutamente imprescindible para seguir la trama. A modo de ejemplo, el rescate del cuadrúmano Tony del planeta Rodeo, que podría haber dado lugar a uno de los momentos de mayor controversia y dinamismo del libro, se narra a posteriori. Y a cambio Bujold dedica ese intervalo temporal de la novela a que la cuadrúmana Silver y la Señora Marchenko hablen sobre violines. Otros defectos menores son algunos pesonajes un tanto arquetípicos (en especial el malo-malísimo Van Atta), una ineptitud más allá de lo razonable en las Fuerzas de Seguridad de Rodeo, una previsibilidad latente desde que Leo toma la decisión de trasladar a los cuadrúmanos, un desenlace por fases en el que el bando de Van Atta tarda una eternidad en dar el todo por el todo, y el empleo innecesario de barbarismos.
En todo caso, el balance final de la novela es francamente positivo, gracias a un marco escénico cautivador y rigurosamente recreado, a la no por conocida menos perturbadora amoralidad de las grandes corporaciones, a los pequeños detalles que reflejan la graudal humanización de los cuadrúmanos (desde la defensa incondicional de sus descendientes hasta el recurso al sexo con los humanos para obtener beneficios materiales o inmateriales), y a pasajes de pleno disfrute, como los pilotajes de Ti a bordo de la lanzadera o la nave de Salto. Por no hablar de un desenlace frenético y en el que los distintos personajes se ven obligados a posicionarse sin excepción frente al dilema cuadrúmano.
Pese a la juventud de Bujold en el momento de escribirla, la obra ya refleja los principales rasgos literarios de su autora: lectura fácil, diálogos directos, continuas aventuras y predominio del entretenimiento sobre la profundidad. Con el añadido en esta oportunidad de un elemento científico muy cuidado y muy presente: desde los agujeros de gusano, pasando por las complejas técnicas de soldadura y ensamblaje a bordo de naves y hábitats espaciales, hasta todos los detalles sobre la construcción imprevista de un espejo vórtice para la nave de Salto. Ciencia-ficción en el mejor sentido del término.
Pero además de la tecnología, la ciencia también está presente desde la misma base de la trama. Me refiero a los cuadrúmanos, seres humanos manipulados genéticamente para tener cuatro brazos en vez de dos brazos y dos piernas, y adaptarse así mejor a las condiciones de gravedad cero. En las cuales se encuentra el hábitat de GalacTech, la superempresa tecnológica que está explotando el planeta Rodeo en torno al cual orbita. El trato que reciben los primeros mil cuadrúmanos a bordo varía según los humanos con los que comparten el hábitat, por lo que cuando el avance del mecanismo de gravedad artificial les convierte en un mero recursos prescindible, el conflicto moral está servido. Y también el motor que dinamice la lectura hasta el final.
Y sin duda Bujold consigue que la novela se lea casi como un best-seller mientras seguimos las decisiones y las peripecias de su protagonista Leo Graf para salvar a sus amigos cuadrúmanos del desolador destino que ha decidido para ellos su antagonista, Bruce Van Atta. El problema de esa amenidad es que, a pesar del premio antes mencionado, se alcanza a costa de no profundizar en muchos de los elementos en juego. Tanto es así que a menudo la novela parece una obra para "young adults". Porque muchas de las reflexiones que jalonan sus páginas se comprenden, pero se habrían beneficiado de un mayor desarrollo. A menudo la acción es demasiado vertiginosa, y la escritora renuncia a relatarnos todo lo que no sea absolutamente imprescindible para seguir la trama. A modo de ejemplo, el rescate del cuadrúmano Tony del planeta Rodeo, que podría haber dado lugar a uno de los momentos de mayor controversia y dinamismo del libro, se narra a posteriori. Y a cambio Bujold dedica ese intervalo temporal de la novela a que la cuadrúmana Silver y la Señora Marchenko hablen sobre violines. Otros defectos menores son algunos pesonajes un tanto arquetípicos (en especial el malo-malísimo Van Atta), una ineptitud más allá de lo razonable en las Fuerzas de Seguridad de Rodeo, una previsibilidad latente desde que Leo toma la decisión de trasladar a los cuadrúmanos, un desenlace por fases en el que el bando de Van Atta tarda una eternidad en dar el todo por el todo, y el empleo innecesario de barbarismos.
En todo caso, el balance final de la novela es francamente positivo, gracias a un marco escénico cautivador y rigurosamente recreado, a la no por conocida menos perturbadora amoralidad de las grandes corporaciones, a los pequeños detalles que reflejan la graudal humanización de los cuadrúmanos (desde la defensa incondicional de sus descendientes hasta el recurso al sexo con los humanos para obtener beneficios materiales o inmateriales), y a pasajes de pleno disfrute, como los pilotajes de Ti a bordo de la lanzadera o la nave de Salto. Por no hablar de un desenlace frenético y en el que los distintos personajes se ven obligados a posicionarse sin excepción frente al dilema cuadrúmano.
domingo, 14 de julio de 2024
"Viaje Alucinante II. Destino Cerebro" (1987). Isaac Asimov
La entrada de hoy me permite saldar una vieja deuda que había contraído con este humilde blog. Porque cuando hace más de una década comencé mi primera revisión de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción, tuve que dejar fuera la Saga de Viaje Alucinante, del afamado escritor estadounidense Isaac Asimov, dado que aunque había leído años atrás ambas novelas, no conservaba anotación alguna sobre la segunda de ellas: "Viaje Alucinante II. Destino Cerebro". Así que fui sincero con todos ustedes al otro lado de la red y, en vez de elaborar una reseña únicamente con lo que retenía en mi mente sobre la misma, la excluí a propósito de dicha revisión. Sin embargo, años más tarde, aprovechando un descanso vacacional, releí la novela que hoy les traigo y, entonces sí, tomé notas abundantes que me permiten hoy reseñar esta más que interesante novela como parte de mi nueva revisión de las sagas en la ciencia-ficción. Y debo adelantarles que a mi modo de ver se trata de una obra injustamente infravalorada del Buen Doctor. Quizá porque con carácter general se da por hecho el menor nivel de sus últimos años de producción, o quizá porque carece de la originalidad que veinte años antes ofrecía la que fue la primera novela de la saga: "Viaje Alucinante" (1966). Pero he de decirles que esta segunda entrega es una obra amena, científica, enriquecida con reflexiones relevantes y ciertas dosis de intriga. Y por tanto, perfectamente asimilable al resto de su producción literaria.
Para mí lo mejor de la novela es, sin duda, lo elaborado y desarrollado de su elemento científico. Aunque hasta donde sabemos la miniaturización sigue siendo imposible, en su nota inicial Asimov confiesa la incomodidad que le producía la forma en que había tratado ciertas cuestiones científicas en la primera novela de la saga (al fin y al cabo, una adaptación literaria por encargo de una película estrenada con anterioridad). Por lo que no es de extrañar el mimo que el escritor pone en esta segunda novela a la hora de conferir rigor a todas estas cuestiones: desde la pretendida relación teórica entre la disminución de la constante de Planck y el aumento de la velocidad de la luz que hace posible la técnica, hasta la recapitulación en las páginas finales sobre las propiedades de los campos de miniaturización, y cómo por ejemplo sí afectan a la interacción gravitacional pero no a la interacción electromagnética. Incluso las habilidades y los roles de los cinco tripulantes de la nave miniaturizada son no sólo razonables sino complementarios desde un punto de vista tecnológico.
Además, Asimov sabe cómo hace una lectura amena una lectura sobre conceptos tan complejos: capítulos cortos, predominio de los diálogos sobre las descripciones y los pensamientos, acontecimientos que no dejan de sucederse, nada de petulancia al escribir, incluso consigue incorporar su tan característico elemento de intriga. Que aquí surge de manera casi natural al ser su protagonista (el fracasado científico estadounidense Albert Morrison) raptado por agentes soviéticos para completar la lista de habilidades necesarias a la hora de introducirse en el cerebro del gran científico Shapirov, ahora en coma. Aunque esta contraposición Estados Unidos - Unión Soviética que sustenta la novela tal vez dé lugar también a su mayor defecto.
Y es que ese antagonismo tan propio de la Guerra Fría es extrapolado por Asimov a nuestro siglo XXI... Y claro, ello provoca irremisiblemente que la pretendida sensación de verosimilitud haga aguas. Lo cual es una pena, porque el escritor exhibe a lo largo de la misma su amplio dominio de ambas culturas, y nos ofrece varias reflexiones respecto a sus diferencias. Pero con otra potencia más pujante que la Unión Soviética en el siglo XXI (viene a la mente China) la novela indudablemente habría ganado. Siguiendo con los defectos, el otro destacable es la ausencia de un plan realista una vez la nave penetre en el cerebro de Shapirov: la presunta ambición de poder captar, no ya sus pensamientos en general, sino sus últimas averiguaciones sobre la miniaturización, resulta por completo descabellada, así que el fracaso de la expedición en este aspecto es en realidad esperable. Otros defectos menores son el surgimiento de una serie de complicaciones que fácilmente podían haberse previsto de antemano (piénsese por ejemplo en la necesidad sobrevenida de tener que renunciar a las comunicaciones con el exterior simplemente para poder dirigir la nave), o también la forma tan repentina en que Sofia Kalinin y Yuri Konve se reconcilian, o incluso la ingenuidad con la que Asimov trata aspectos informáticos (programas que no son secuencias de instrucciones sino objetos físicos, ejecutables únicamente en máquinas concretas).
A cambio, la novela está llena de buenos momentos (desde la propia introducción de la nave en el cuerpo, hasta sus peripecias con organelos primero y con moléculas más adelante). Destacar asimismo las brillantes ideas con las que los distintos miembros de la tripulación consiguen resolver los problemas que van surgiendo, así como las reflexiones geopolíticas, o sobre la ética en la comunidad científica, o incluso sobre el futuro que le puede esperar a la humanidad, y la habilidad con la que Asimov consigue que la expedición sí termine siendo un éxito a otros niveles (desde la verificación de la miniaturización como una técnica válida a nivel intracraneal, hasta la utilización del programa y las averiguraciones de Morrison con el concepto de la telepatía). Todo ello como parte de un final trepidante, con varias sorpresas, y a la vez satisfactorio a la hora de no dejar cabos sueltos. En suma, una lectura recomendable en general y prácticamente imprescindible para todos los que valoren la obra del Gran Maestro.
Para mí lo mejor de la novela es, sin duda, lo elaborado y desarrollado de su elemento científico. Aunque hasta donde sabemos la miniaturización sigue siendo imposible, en su nota inicial Asimov confiesa la incomodidad que le producía la forma en que había tratado ciertas cuestiones científicas en la primera novela de la saga (al fin y al cabo, una adaptación literaria por encargo de una película estrenada con anterioridad). Por lo que no es de extrañar el mimo que el escritor pone en esta segunda novela a la hora de conferir rigor a todas estas cuestiones: desde la pretendida relación teórica entre la disminución de la constante de Planck y el aumento de la velocidad de la luz que hace posible la técnica, hasta la recapitulación en las páginas finales sobre las propiedades de los campos de miniaturización, y cómo por ejemplo sí afectan a la interacción gravitacional pero no a la interacción electromagnética. Incluso las habilidades y los roles de los cinco tripulantes de la nave miniaturizada son no sólo razonables sino complementarios desde un punto de vista tecnológico.
Además, Asimov sabe cómo hace una lectura amena una lectura sobre conceptos tan complejos: capítulos cortos, predominio de los diálogos sobre las descripciones y los pensamientos, acontecimientos que no dejan de sucederse, nada de petulancia al escribir, incluso consigue incorporar su tan característico elemento de intriga. Que aquí surge de manera casi natural al ser su protagonista (el fracasado científico estadounidense Albert Morrison) raptado por agentes soviéticos para completar la lista de habilidades necesarias a la hora de introducirse en el cerebro del gran científico Shapirov, ahora en coma. Aunque esta contraposición Estados Unidos - Unión Soviética que sustenta la novela tal vez dé lugar también a su mayor defecto.
Y es que ese antagonismo tan propio de la Guerra Fría es extrapolado por Asimov a nuestro siglo XXI... Y claro, ello provoca irremisiblemente que la pretendida sensación de verosimilitud haga aguas. Lo cual es una pena, porque el escritor exhibe a lo largo de la misma su amplio dominio de ambas culturas, y nos ofrece varias reflexiones respecto a sus diferencias. Pero con otra potencia más pujante que la Unión Soviética en el siglo XXI (viene a la mente China) la novela indudablemente habría ganado. Siguiendo con los defectos, el otro destacable es la ausencia de un plan realista una vez la nave penetre en el cerebro de Shapirov: la presunta ambición de poder captar, no ya sus pensamientos en general, sino sus últimas averiguaciones sobre la miniaturización, resulta por completo descabellada, así que el fracaso de la expedición en este aspecto es en realidad esperable. Otros defectos menores son el surgimiento de una serie de complicaciones que fácilmente podían haberse previsto de antemano (piénsese por ejemplo en la necesidad sobrevenida de tener que renunciar a las comunicaciones con el exterior simplemente para poder dirigir la nave), o también la forma tan repentina en que Sofia Kalinin y Yuri Konve se reconcilian, o incluso la ingenuidad con la que Asimov trata aspectos informáticos (programas que no son secuencias de instrucciones sino objetos físicos, ejecutables únicamente en máquinas concretas).
A cambio, la novela está llena de buenos momentos (desde la propia introducción de la nave en el cuerpo, hasta sus peripecias con organelos primero y con moléculas más adelante). Destacar asimismo las brillantes ideas con las que los distintos miembros de la tripulación consiguen resolver los problemas que van surgiendo, así como las reflexiones geopolíticas, o sobre la ética en la comunidad científica, o incluso sobre el futuro que le puede esperar a la humanidad, y la habilidad con la que Asimov consigue que la expedición sí termine siendo un éxito a otros niveles (desde la verificación de la miniaturización como una técnica válida a nivel intracraneal, hasta la utilización del programa y las averiguraciones de Morrison con el concepto de la telepatía). Todo ello como parte de un final trepidante, con varias sorpresas, y a la vez satisfactorio a la hora de no dejar cabos sueltos. En suma, una lectura recomendable en general y prácticamente imprescindible para todos los que valoren la obra del Gran Maestro.
domingo, 30 de junio de 2024
"Heliconia. Primavera" (1982). Brian W. Aldiss
Con la presente entrada prosigo con la revisión en orden cronológico de algunas de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción sobre las que no había profundizado hasta ahora. Voy a hablarles en esta oportunidad de la "Saga de Heliconia", del británico Brian W. Aldiss. Y lo voy a hacer a partir de la primera novela (en orden de publicación y también de lectura) de la misma: "Heliconia. Primavera". Un título bastante ilustrativo, pues la primera palabra alude al planeta en el que transcurre toda la saga ("Heliconia"), mientras que el segundo se refiere a la estación que comenzará al final de la misma (la primavera). Por lo que a nadie sorprenderá que los otros dos títulos de la misma ("Heliconia. Verano" (1983) y "Heliconia. Invierno" (1985)) sigan este mismo patrón. Un hecho que, además, refleja la monumentalidad de esta extensa saga, que tiene como protagonista absoluto al planeta y a su singular ciclo estacional. Entrando en materia, debo reconocer que hasta que cayó en mis manos, sólo había leído una novela del británico ("Un mundo devastado", 1965), así que afronté la lectura de esta saga con bastante objetividad. Pero después de leer las más de quinientas páginas de "Heliconia. Primavera", me quedé sin ganas de leer más de él. Porque si admitimos que La Saga de Heliconia es de lo más notable de su producción, perdí cualquier interés por conocer otras obras suyas menores. Como ocurre en este caso, con esta decisión tal vez me esté perdiendo un puñado de buenas ideas y un marco fascinante, que quedan desaprovechados por una cantidad tremenda de páginas de relleno, una gestión muy pobre del ritmo narrativo, e inesperados recursos a la fantasía más burda.
En mi opinión lo mejor de la novela es, sin duda, el planeta Heliconia. La originalidad de rotar en torno a un sistema estelar binario, con años de cuatrocientos ochenta días respecto a la estrella menor pero de dos mil quinientos años terrestres respecto a la mayor, genera un singular escenario que ofrece múltiples posibilidades. Y en el cual se aprecia el mimo de Aldiss a la hora de imaginarlo y describirlo, proporcionando múltiples detalles sobre sus regiones y continentes (aunque se echa mucho de menos un mapa). Además, es loable su esfuerzo por justificar y caracterizar la biología y la sociología que de él se derivan, como cabría esperar de una novela de ciencia-ficción respetuosa con el elemento científico. Pero, de manera chocante, ese respeto por su marco escénico lo echa por tierra Aldiss con cuestiones tan superfluas como las visitas que realizarán algunos personajes al angustioso mundo de los muertos, con una serie de especies de rasgos completamente inverosímiles, e incluso con elementos tomados de la peor fantasía para adolescentes (de las manidas sociedades medievales de espada y brujería, a una mezcla elementos mágicos, míticos y religiosos mil veces vista), que afean por completo su creación.
Con todo, para mí lo peor del libro son sus fallos desde el punto de vista literario. Tal vez la prosa que emplea Aldiss sea lírica y complaciente en exceso (personalmente me recuerda a la de Robert Silverberg en sus momentos más bajos), pero si conseguimos acostumbrarnos a ella sirve para seguir razonablemente la lectura. El problema es la cantidad de espacio que Aldiss gasta sin necesidad alguna (piénsese por ejemplo en las más de cien que dedica a un preludio del que en realidad luego sólo tomará un par de acontecimientos y un único personaje; un escritor más capaz y más interesado en entretener al lector lo habría despachado como mucho en la décima parte de espacio). Por si fuera poco, a menudo su atención se detiene profusamente en acontecimientos menores de personajes teóricamente secundarios, echando así por tierra cualquier control sobre el ritmo narrativo. Y cuando lleva ya cuatrocientas páginas sin realmente entrar a fondo en nada, de repente se da cuenta de todo lo que se ha extendido de más hasta entonces, y acelera descaradamente el ritmo, lo que provoca que el tramo final desentone por completo con los cuatro quintos anteriores.
Relacionado con lo anterior, otro defecto doloroso es el desaprovechamiento absoluto de la línea narrativa que le ofrece el Avernus, la estación orbital desde la que una misión terrestre observa Heliconia. Ahí estaba el filón de la novela: en la interpretación en tiempo real de lo observado, en los contrastes con los humanos terrestres, incluso el propósio real de esa expedición. Pero, tristamente, Aldiss la minusvalora tanto que al final parece que el objetivo de la misión fuera simplemente transmitir un serial de telerrealidad por entregas a la aburrida población humana del futuro.
Otros defectos menores pero perceptibles son el uso arbitrario que realiza el escritor de especies inteligentes que van interaccionando con los humanos según la escritura avanza y cree necesitarlas (algunas surgen tan tarde y se describen tan de refilón que la inmensa mayoría de los lectores de la novela sería incapaz de listar todas ellas), una sociedad humana en Oldorando (la villa en la que vive el grueso de los personajes) demasiado parecida a la europea de la Baja Edad Media (podemos mencionar desde el expolio de las ruinas "romanas" hasta la aparición de gremios o la devastación de la peste), unos personajes mayoritariamente arquetípicos y poco originales (la sacerdotisa incomprendida, el gobernante bárbaro, el comerciante sin escrúpulos...) y el discreto aprovechamiento de los episodios dramáticos.
El desenlace, lastrado por ese acelerón que le impide dimensionar convenientemente todos los actores que entran en juego el día del eclipse, apenas sirve para atar cabos de algunos personajes y cerrar determinadas situaciones (hasta el inusitado extremo de dedicar una única frase al destino final de Oldorando). Ni siquiera logra fomentar el interés por la lectura de una segunda parte que evidentemente Aldiss ya tenía en mente, y que, como comprenderán si han llegado hasta aquí, nunca me animé a leer.
En mi opinión lo mejor de la novela es, sin duda, el planeta Heliconia. La originalidad de rotar en torno a un sistema estelar binario, con años de cuatrocientos ochenta días respecto a la estrella menor pero de dos mil quinientos años terrestres respecto a la mayor, genera un singular escenario que ofrece múltiples posibilidades. Y en el cual se aprecia el mimo de Aldiss a la hora de imaginarlo y describirlo, proporcionando múltiples detalles sobre sus regiones y continentes (aunque se echa mucho de menos un mapa). Además, es loable su esfuerzo por justificar y caracterizar la biología y la sociología que de él se derivan, como cabría esperar de una novela de ciencia-ficción respetuosa con el elemento científico. Pero, de manera chocante, ese respeto por su marco escénico lo echa por tierra Aldiss con cuestiones tan superfluas como las visitas que realizarán algunos personajes al angustioso mundo de los muertos, con una serie de especies de rasgos completamente inverosímiles, e incluso con elementos tomados de la peor fantasía para adolescentes (de las manidas sociedades medievales de espada y brujería, a una mezcla elementos mágicos, míticos y religiosos mil veces vista), que afean por completo su creación.
Con todo, para mí lo peor del libro son sus fallos desde el punto de vista literario. Tal vez la prosa que emplea Aldiss sea lírica y complaciente en exceso (personalmente me recuerda a la de Robert Silverberg en sus momentos más bajos), pero si conseguimos acostumbrarnos a ella sirve para seguir razonablemente la lectura. El problema es la cantidad de espacio que Aldiss gasta sin necesidad alguna (piénsese por ejemplo en las más de cien que dedica a un preludio del que en realidad luego sólo tomará un par de acontecimientos y un único personaje; un escritor más capaz y más interesado en entretener al lector lo habría despachado como mucho en la décima parte de espacio). Por si fuera poco, a menudo su atención se detiene profusamente en acontecimientos menores de personajes teóricamente secundarios, echando así por tierra cualquier control sobre el ritmo narrativo. Y cuando lleva ya cuatrocientas páginas sin realmente entrar a fondo en nada, de repente se da cuenta de todo lo que se ha extendido de más hasta entonces, y acelera descaradamente el ritmo, lo que provoca que el tramo final desentone por completo con los cuatro quintos anteriores.
Relacionado con lo anterior, otro defecto doloroso es el desaprovechamiento absoluto de la línea narrativa que le ofrece el Avernus, la estación orbital desde la que una misión terrestre observa Heliconia. Ahí estaba el filón de la novela: en la interpretación en tiempo real de lo observado, en los contrastes con los humanos terrestres, incluso el propósio real de esa expedición. Pero, tristamente, Aldiss la minusvalora tanto que al final parece que el objetivo de la misión fuera simplemente transmitir un serial de telerrealidad por entregas a la aburrida población humana del futuro.
Otros defectos menores pero perceptibles son el uso arbitrario que realiza el escritor de especies inteligentes que van interaccionando con los humanos según la escritura avanza y cree necesitarlas (algunas surgen tan tarde y se describen tan de refilón que la inmensa mayoría de los lectores de la novela sería incapaz de listar todas ellas), una sociedad humana en Oldorando (la villa en la que vive el grueso de los personajes) demasiado parecida a la europea de la Baja Edad Media (podemos mencionar desde el expolio de las ruinas "romanas" hasta la aparición de gremios o la devastación de la peste), unos personajes mayoritariamente arquetípicos y poco originales (la sacerdotisa incomprendida, el gobernante bárbaro, el comerciante sin escrúpulos...) y el discreto aprovechamiento de los episodios dramáticos.
El desenlace, lastrado por ese acelerón que le impide dimensionar convenientemente todos los actores que entran en juego el día del eclipse, apenas sirve para atar cabos de algunos personajes y cerrar determinadas situaciones (hasta el inusitado extremo de dedicar una única frase al destino final de Oldorando). Ni siquiera logra fomentar el interés por la lectura de una segunda parte que evidentemente Aldiss ya tenía en mente, y que, como comprenderán si han llegado hasta aquí, nunca me animé a leer.
lunes, 10 de junio de 2024
"Estrella brillante" (1971). Hal Clement
Con la entrada que hoy les traigo damos comienzo al recorrido que les proponía retomar en mi anterior entrada sobre muchas de las sagas más relevantes de la literatura de ciencia-ficción. Siguiendo como es habitual un estricto orden cronológico, voy a hablarles hoy de "Estrella Brillante", la obra con la que en 1971 el estadounidense Hal Clement convirtió su novela más famosa ("Misión de Gravedad", uno de los mayores clásicos de la ciencia-ficción dura) en una saga, la Saga de Mesklin. Llamada así en honor a los mesklinitas, unos alienígenas que, junto con los seres humanos, comparten el protagonismo de las dos novelas de la saga. Curiosamente, en España la saga se publicó en orden inverso: durante muchos años "Estrella Brillante" fue la única novela disponible para el lector en español, hasta que en los años noventa Miquel Barceló corrigió ese desatino publicando la primera novela, que en Estados Unidos había visto la luz nada menos que diecisiete años antes de su secuela. Lo del orden inverso todavía tendría un pase si la relevancia de "Estrella Brillante" hubiera alcanzado al menos la de su predecesora, pero desgraciadamente no era éste el caso: aunque fue nominada para los Premios Hugo de aquel año, quedaba bastante lejos de los logros de áquella. Y es que se trata de una continuación coherente desde el punto de vista argumental, y sugerente desde el punto de vista especulativo, pero que devalúa los hallazgos de su predecsora y al mismo tiempo potencia sus defectos.
El encaje de la novela respeta el final de "Misión de Gravedad": como acordaron al final de la misma, los humanos fueron transfiriendo a los mesklinitas durante las siguientes décadas parte de sus conocimientos científicos y sus avances tecnológicos, y a cambio ambas especies colaboran en el presente de la novela en la exploración de Dhrawn, un planeta gigante (o una enana marrón, eso es parte de lo que la misión debe determinar) cuyas condiciones de vida en superficie son demasiado extremas para los seres humanos, pero no para los alienígenas. Aspectos como su lenta rotación, su extrema gravedad o la mezcla de amoníaco y agua que compone su atmósfera constituyen un marco escénico cien por cien Clement, tan infrecuente como sugestivo.
Además de este respeto por la primera entrega de la saga, el autor recupera a dos de sus personajes mesklinitas clave: el capitán Barlennan y su primer oficial Dondragmer, y nos cautiva con el Kwembly, un singular vehículo de exploración en el que cohabitan motores de fusión con las más elementales cuerdas y poleas, y a bordo del cual un destacamento mesklinita va recorriendo la superficie de Drawn. Dada su lenta rotación, la órbita geosíncrona sobre la que se localiza la base humana produce una demora de un minuto en las comunicaciones entre el planeta y la estación orbital, y ello propicia lo que en apariencia podría constituir un acierto adicional de esta novela: las especulaciones sobre la comunicación entre dos especies que ya no se encuentran tan distantes desde un punto de vista evolutivo.
He empleado el condicional en mi anterior frease porque en realidad este potencial hallazgo se convierte, en manos de un Clement en horas bajas, en uno de los lastres de la novela: los diálogos entre distintos humanos y mesklinitas pasan a acaparar la mayor parte de la narración, y los acontecimientos se desplazan a un inesperado segundo plano. En realidad, apenas sucede nada en toda la novela: el Kwembly encalla y recupera la movilidad un par de veces, se desvelan parte de los planes de Barlennan de establecer una colonia mesklinita al margen de los humanos, y prácticamente eso es todo. Pero por si esta carencia de sustancia fuera poco, los personajes a bordo de la estación espacial no son simplemente esquemáticos (como cabría prever), sino escasos respecto a las funciones necesarias a bordo, y mayormente inverosímiles. Porque no cabe calificar de otra forma a Benj Hoffman, el chaval de diecisiete años que inusitadamente se comunica con los meskilinitas más que ningún otro humano, y que parece tener todas las buenas ideas a bordo. Ni que sean los tres Hoffman (el matrimonio compuesto por Ib e Easy, más Benj) quienes acaparen todas las discusiones y reflexiones en la nave. Como tampoco la pobreza de medios y la nula capacidad de acierto del meteorólogo McDevitt y sus ayudantes.
Otros defectos perceptibles de este libro son su ritmo narrativo (penalizado además por unos capítulos excesivamente largos para su escaso contenido), el continuo recurso a la ocultación de información entre ambas especies como forma de provocar un no del todo conseguido ambiente de intriga, la dificultad para localizar y reconocer a las diversas expediciones mesklinitas en las distintas partes de Dhrawn, y un desenlace muy pobre: unas cuantas páginas en las que de pronto la narración se acelera tanto que cuesta seguirla, y una mera interrupción apenas aclaratoria en sus últimos párrafos.
Como pueden ver, esta segunda novela deja bastante que desear respecto a su hermana mayor, así que sólo la considero apta para interesados en conocer cómo Clement convirtió su obra más famosa en una saga.
El encaje de la novela respeta el final de "Misión de Gravedad": como acordaron al final de la misma, los humanos fueron transfiriendo a los mesklinitas durante las siguientes décadas parte de sus conocimientos científicos y sus avances tecnológicos, y a cambio ambas especies colaboran en el presente de la novela en la exploración de Dhrawn, un planeta gigante (o una enana marrón, eso es parte de lo que la misión debe determinar) cuyas condiciones de vida en superficie son demasiado extremas para los seres humanos, pero no para los alienígenas. Aspectos como su lenta rotación, su extrema gravedad o la mezcla de amoníaco y agua que compone su atmósfera constituyen un marco escénico cien por cien Clement, tan infrecuente como sugestivo.
Además de este respeto por la primera entrega de la saga, el autor recupera a dos de sus personajes mesklinitas clave: el capitán Barlennan y su primer oficial Dondragmer, y nos cautiva con el Kwembly, un singular vehículo de exploración en el que cohabitan motores de fusión con las más elementales cuerdas y poleas, y a bordo del cual un destacamento mesklinita va recorriendo la superficie de Drawn. Dada su lenta rotación, la órbita geosíncrona sobre la que se localiza la base humana produce una demora de un minuto en las comunicaciones entre el planeta y la estación orbital, y ello propicia lo que en apariencia podría constituir un acierto adicional de esta novela: las especulaciones sobre la comunicación entre dos especies que ya no se encuentran tan distantes desde un punto de vista evolutivo.
He empleado el condicional en mi anterior frease porque en realidad este potencial hallazgo se convierte, en manos de un Clement en horas bajas, en uno de los lastres de la novela: los diálogos entre distintos humanos y mesklinitas pasan a acaparar la mayor parte de la narración, y los acontecimientos se desplazan a un inesperado segundo plano. En realidad, apenas sucede nada en toda la novela: el Kwembly encalla y recupera la movilidad un par de veces, se desvelan parte de los planes de Barlennan de establecer una colonia mesklinita al margen de los humanos, y prácticamente eso es todo. Pero por si esta carencia de sustancia fuera poco, los personajes a bordo de la estación espacial no son simplemente esquemáticos (como cabría prever), sino escasos respecto a las funciones necesarias a bordo, y mayormente inverosímiles. Porque no cabe calificar de otra forma a Benj Hoffman, el chaval de diecisiete años que inusitadamente se comunica con los meskilinitas más que ningún otro humano, y que parece tener todas las buenas ideas a bordo. Ni que sean los tres Hoffman (el matrimonio compuesto por Ib e Easy, más Benj) quienes acaparen todas las discusiones y reflexiones en la nave. Como tampoco la pobreza de medios y la nula capacidad de acierto del meteorólogo McDevitt y sus ayudantes.
Otros defectos perceptibles de este libro son su ritmo narrativo (penalizado además por unos capítulos excesivamente largos para su escaso contenido), el continuo recurso a la ocultación de información entre ambas especies como forma de provocar un no del todo conseguido ambiente de intriga, la dificultad para localizar y reconocer a las diversas expediciones mesklinitas en las distintas partes de Dhrawn, y un desenlace muy pobre: unas cuantas páginas en las que de pronto la narración se acelera tanto que cuesta seguirla, y una mera interrupción apenas aclaratoria en sus últimos párrafos.
Como pueden ver, esta segunda novela deja bastante que desear respecto a su hermana mayor, así que sólo la considero apta para interesados en conocer cómo Clement convirtió su obra más famosa en una saga.
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