Una entrada más prosigo con mi reseña en orden cronológico de muchas de las principales obras de ciencia-ficción escritas en España. Llegamos a 1982, año en que fue publicada por vez primera "Lágrimas de luz", la opera prima del gaditano Rafael Marín Trechera (no confundir con el poeta Rafael Marín). Una novela que casi desde el principio fue considerada un clásico menor de la literatura de ciencia-ficción en nuestra idioma, entrando a formar parte apenas tres años más tarde de la emblemática "Biblioteca de Ciencia-Ficción" de la Editorial Orbis, y recibiendo desde entonces continuas reediciones hasta nuestros días. Un reconocimiento que comparto solamente en parte. Y es que la presente es una novela variada, densa y bien escrita, sobre la vida de Hamlet Evans en un futuro muy lejano. Pero a la que le sobran coincidencias, le falta evolución social, y le perjudican excesivas dosis de lirismo.
Defectos que, debo reconocer, resultan mayormente disculpables si consideramos que Marín tenía tan sólo veintidós años cuando escribió este libro. A tan corta edad ya mostraba una poderosa personalidad como escritor, así como un gran dominio de nuestro idioma. Dos pilares que le sirvieron de base para elaborar un recorrido de algo más de veinte años por la vida de Hamlet, su protagonista absoluto. Un periplo en el que no faltan encuentros sexuales, ni pasajes de aventura, ni dosis de especulación, ni siquiera varias razas extraterrresteres como los nors o los ascaris. Todo lo cual contribuye a la riqueza argumental y a la amenidad del libro, y fue clave para conferirle ese lugar de privilegio en nuestra literatura al que aludía anteriormente.
Virtudes que no consiguen empañar ciertos defectos que explican que mi impresión final no fuera todo lo que favorable que esperaba cuando la leí. El más obvio es la ausencia de un motor, de una misión que dinamice la lectura: la vida de Hamlet va transcurriendo por distintas etapas sin demasiada hilazón entre ellas, y ello provoca la alternancia de capítulos brillantes y disfrutables (en especial su periodo como poeta oficial a bordo de la Marfil), con otros eminentemente filosóficos, o algunos simplemente especulativos en demasía, o más enfocados a potenciar el lirismo de la novela que a relatar las peripecias del protagonista. Con lo cual el interés del lector va sufriendo altibajos.
A ello debemos añadir que la Tercera Edad Media que Marín imagina para su futuro lejano resulta sorprendentemente inmovilista desde el punto de vista social: la poesía como herramienta imprescindible para ensalzar las victorias de la Corporación en su expansión por la Galaxia parece un arcaísmo ingenuo; más aún presentar un circo muy similar a los actuales (detalles tecnológicos aparte) como uno de los principales entretenimientos de masas en ese futuro tan lejano. La brutalidad de esa Corporación que se expande sin piedad por el Confín también parece más propia de un estado evolutivo anterior de la especie humana. Y como guinda, en tan vasto marco escénico, con miles y miles de millones de seres humanos que en principio deberían haber evolucionado en sus cualidades, Marín se toma ciertas licencias en forma de errores garrafales (como los que comete el Capitán Ares Wayne), o de nada plausibles coincidencias (como los reencuentros de Hamlet con Orfeo), que no ayudan a la sensación de verosimilitud. Otros defectos menores son la imposible sostenibilidad, ni siquiera a corto plazo, de la división social en el planeta Mandara, el posicionamiento nada disimulado y reiterativo de Marín en contra de la colonización perpetua de la Corporación, y la atribución a un ente difícilmente aprehensible como Nueva York del poder absoluto sobre toda la humanidad.
A cambio, la novela ofrece un elemento científico razonablemente bien cuidado (desde "alterados" creados por las más avanzadas técnicas de la Corporación, hasta "tormentas magnéticas"), una buena caracterización de los personajes con los que se va cruzando Hamlet en su periplo vital (desde la camaradería de Salvador, hasta los episodios de amor con Hroswitha o Wimdyl), la humanidad que desprenden sus páginas, o la manera como enlaza el principio y el fin de la historia, ambos focalizados en la vida de Hamlet como director de circo. Argumentos que, sin duda, justifican una lectura por parte de aquellos interesados en conocer la literatura de ciencia-ficción en nuestro país.
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