Una entrada más continúo mi recorrido por las principales distopías del siglo XX. Tras las grandes distopías de los años ochenta ("El pájaro burlón", de Walter Tevis, y "Las torres del olvido", de George Turner, las cuales ya había reseñado anteriormente en mi blog) hemos llegado ya a su última década. Al principio de la cual vio la luz "Hijos de los hombres", de la británica Phyllis Dorothy James. Una escritora que fundamentalmente cultivó el género policíaco, pero que con la presente novela se adentró, por primera y única vez a lo largo de su carrera, de manera incuestionable y con una gran solvencia, en el subgénero de las distopías. Pues la de hoy es una distopía con un punto de partida original, de desarrollo un tanto lento pero eficaz, bien escrita y muy orientada al lector inglés.
La premisa que da origen a la distopía resulta familiarmente inquietante en nuestros días: la infertilidad repentina y completa de la humanidad a partir de 1995. Un hecho que afortunadamente no ha sucedido por ahora, pero al que la alarmente pérdida de fertilidad en Occidente parece apuntar. James sabe extraer de esta hipótesis todo su jugo: desde las peculiares características de los nacidos ese último año, los Omega, consentidos y violentos, hasta los Quietus, unos rituales en los que los ancianos se suicidan en masa. Con conceptos tan llamativos y a la vez tan bien fundados como los Análisis de Semen que vigilan el progreso de la infertilidad, o las Tiendas de Pornografía subvencionadas, que intentan incentivar el sexo a la vez que proporcionar una vía de escape a la inevitable depresión colectiva.
Porque tal vez el mayor acierto de la novela sea la gran cantidad de especulaciones que, sin destruir el ritmo narrativo, logra introducir la escritora: desde la angustia que le provoca a la humanidad su próxima extinción, hasta la veneración de las mascotas como si fueran niños creados por sus progenitores infértiles; desde la desidia a la hora de preservar el Mundo, hasta el autoritarismo de tintes paternalistas como la mejor forma de mantener a raya disturbios y caos en el Reino Unido; desde el empleo de la Isla de Man como cárcel masiva, hasta los temporeros que importa Inglaterra para utilizar como mano de obra en condiciones precarias.
Y en medio de este sombrío panorama, James logra insertar una trama interesante, que hace aflorar múltiples emociones sin caer en el sentimentalismo. Con un protagonista claro: Theo Faron, primo y ex-consejero de Xan Lyppiat, el autoproclamado Guardián de Inglaterra. Poco a poco, y casi obligado por las circunstancias, Theo se ve envuelto en una empresa heroica, en apariencia destinada al fracaso, pero con la que la escritora, mediante varios giros no siempre predecible y perfectamente engarzados, consigue atrapar al lector hasta el final. Funcionando así como una novela de personajes, algunos de ellos francamente logrados (Julian, Rolf, Miriam), e incluso como una novela de suspense.
Para haber resultado redonda, a la novela le sobran tres o cuatro defectos relativamente evitables. El primero y más obvio es que, aprovechando sus notables dotes como narradora, la novela tarda mucho en arrancar, perdiéndose a menudo en capítulos bien escritos pero superfluos para lo que vendrá después. También puede llegar a incomodar el excesivo anglo-centrismo que desprende: todo está descrito y presentado para el lector inglés, hasta el punto de que no echa siquiera un vistazo a cómo está afectando la infertilidad a otras partes del mundo. La violencia extrema y ritual de los Omega funciona como recurso argumental, pero resulta poco creíble. Y el modo como James va saltando de narración en primera persona a narración en tercera persona se antoja un tanto arbitrario, no bien resuelto.
Aun así, a partir del final de la primera parte el lector ya sí aprehende lo que la autora ha planteado, y a partir de entonces la novela va creciendo hasta el final. Rematado, por cierto, con unos capítulos de gran intensidad y que mejoran la impresión de un libro que no se queda lejos de la categoría de "clásico" del subgénero.
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